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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VII, núm. 146(005), 1 de agosto de 2003

LA VIVIENDA URBANA COMO ESPACIO SOCIAL, ECONÓMICO Y PRIVADO, E INSTRUMENTO PARA LA MOVILIDAD SOCIAL. EL EJEMPLO DE ARTESANOS Y COMERCIANTES EN LA MURCIA DEL SIGLO XVII

Pedro Miralles Martínez
Universidad de Murcia


La vivienda urbana como espacio social, económico y privado, e instrumento para la movilidad social. El ejemplo de artesanos y comerciantes en la Murcia del siglo XVII (Resumen)

Artesanos y mercaderes residían en un espacio urbano debido a las características de su trabajo, pero el lugar de residencia también fue utilizado, especialmente por los mercaderes, como estrategia para la movilidad social; para ambos grupos constituyó un lugar predilecto para las relaciones sociales. Las estrategias de sociabilidad coadyuvan a esa finalidad.

La vivienda y el hogar desempeñan varias funciones: espacios económicos de producción y consumo, principalmente por mantener el taller y la tienda; y espacios privados y familiares; pero también son espacios públicos, ya que deben vender allí productos elaborados o comercializados y se producen relaciones sociales. Asimismo, la vivienda se convierte para los mercaderes acomodados en un indicador del status al que se aspira.

Palabras clave: vivienda urbana, artesanos, mercaderes, movilidad social.

The urban house as a social, economic and private space, and instrument for social mobility. The example of artisans and merchants  in the 17th Century Murcia (Abstract)

Artisans and merchants were living in an urban space because the characteristics of their work, but the residence place also was used, specially by the merchants, as strategy for social mobility; for both groups it constituted a favourite place for the social relations. The sociability strategies helped to that purpose.

The housing and the home perform several functions: economic spaces of production and consumption, mainly to maintain the factory and the store; and private and familiar spaces; but also as public spaces, because they have to sell products there elaborated or commercialised and social relations take place. Also, the housing becomes for the accommodated merchants an indicator of the status aspired to which.

Key words: urban house, artisans, merchants, social mobility.

En primer lugar, pretendemos analizar el espacio público de mercaderes y artesanos durante el siglo XVII en la ciudad de Murcia —residencia, espacio de trabajo, etc.—. Nos interesa la utilización del lugar de residencia para las relaciones sociales y como estrategia para la movilidad social. Estudiamos algunas de las estrategias de sociabilidad que se emplearon con la finalidad de ascender socialmente.

En segundo lugar, analizamos las funciones que la vivienda y el hogar desempeñan como espacios económicos de producción y consumo y, a su vez, como espacios privados y familiares. La vivienda también fue utilizada por los mercaderes acomodados como un indicador de status.

El espacio urbano

El espacio de trabajo artesanal y mercantil es un espacio ciudadano, debido a las características de estos trabajos. La manufactura y el comercio durante la Edad Moderna fueron actividades esencialmente urbanas, por consiguiente, el espacio público y privado de los agremiados y mercaderes es esencialmente urbano. Este medio se halla influido por las actividades artesanales y comerciales: el centro del negocio comercial está instalado en la ciudad y, por ejemplo, los encuentros periódicos, los tratos y acuerdos entre mercaderes, corredores y productores de seda se celebran en las plazas y edificios de la ciudad. Concretamente, en Santa Catalina y el Contraste se produce la invasión de la calle ante la falta de espacio dentro de la vivienda, ante este hecho las ordenanzas prohiben que haya mesas en las calles, salvo en determinados lugares con suficiente anchura (1). Toda esta actividad aporta y confiere peculiaridad a la ciudad; asimismo, los ruidos que provocan las labores artesanales inundan el medio ambiente; se produce la contaminación de las acequias de las que se abastece la ciudad a causa de los lavaderos de los tintoreros; se percibe el bullicio que conlleva la celebración de las fiestas patronales, junto con los pregones voceados de las ordenanzas, pragmáticas, acuerdos, etc. Murcia es también la urbe donde se realiza la detracción fiscal de la rica producción sedera de la huerta circundante.

En lo relativo al artesanado, la ciudad es el marco apropiado para una trilogía: gremio-artesanado-ciudad. Desde el privilegio de mayo de 1267 se establecieron las calles de Murcia en sentido gremial, a cada oficio se le asignó un lugar concreto (2). La situación urbana del artesanado no se establecía en función de la renta económica del mismo.

Lugar de residencia de artesanos y mercaderes sederos

Durante el siglo XVII los artesanos sederos vivieron en su totalidad en el casco urbano. Algunos gremios tenían preferencia por determinados barrios, generalmente periféricos y humildes, escaseando en cambio en los céntricos y aristocráticos. Sobre las calles en las que realizaban sus actividades los gremios séricos disponemos de datos sobre pasamaneros y toqueros, que estaban radicados en la calle Lencería, muy cerca de la plaza de Santa Catalina (3). Pero el escaso número de efectivos y la débil concentración espacial de los sederos murcianos explica que ninguna calle reciba su denominación por el grupo profesional sérico que se radicaba en ella; aunque sí existía una calle Cordoneros (4), pero no sabemos si esta denominación era por los cordoneros de seda o por los cordoneros de cáñamo, éstos eran mucho más numerosos. Sí, en cambio, había una concentración por barrios: San Antolín para los tejedores, San Andrés para los torcedores, San Miguel para los tintoreros, como más adelante veremos. Aunque esta agrupación no fue tan grande como la de otros oficios como cantareros, plateros o roperos que residían todos en la misma parroquia (5).

En la primera mitad del siglo XVII Santa Catalina y San Bartolomé eran las parroquias más ricas. En ellas había "tiendas de finas telas, argenteros o plateros, y sastres"(6). San Andrés, San Juan y San Antolín fueron las más pobres. Las colaciones con mayor porcentaje de sector secundario eran San Pedro, San Antolín y San Andrés (7). Santa María y San Miguel integraban al mayor número de hidalgos, mientras que apenas si residían hidalgos en San Juan y San Andrés (8).

Las parroquias que contribuyeron en el donativo de 1674 por debajo de la media fueron: San Andrés, San Nicolás, San Antolín, San Juan, Santa María y San Miguel. Las más ricas, San Bartolomé, Santa Eulalia, San Lorenzo, Santa Catalina y San Pedro.

Sobre dónde vivían artesanos y mercaderes según el padrón de 1674 (9), llegamos a diversas conclusiones.

De los 33 torcedores que aparecen en el padrón, 24 vivían en sólo cuatro parroquias: San Andrés –8–, San Antolín –7–, San Nicolás –5– y San Miguel –5–.

De los 28 tejedores de seda, 9 residían en San Antolín y 4 en San Pedro, es decir, prácticamente la mitad estaba en sólo dos colaciones.

Los 5 cordoneros de seda habitaban en Santa María –2–, San Pedro, Santa Catalina y San Bartolomé.

Los 4 tintoreros de seda vivían tres en San Miguel y uno en San Antolín. En 1686 y 1694 los tintoreros seguían residiendo en los mismos barrios (10). Los tintoreros como oficio "ilícito", al caracterizarse por la impureza y suciedad de su trabajo, y por la necesidad de corrientes de agua para sus tareas, estaban localizados en zonas alejadas del centro urbano y de las parroquias más ricas (11); era el oficio sedero que residía en un espacio más concentrado. En los siglos XVII y XVIII la mayoría residía en San Miguel y cerca de la acequia Caravija que pasaba por esta parroquia, a la que desde sus casas podían verter los tintes (12).

Los dos únicos pasamaneros empadronados vivían en San Lorenzo y San Miguel. El único toquero era de Santa María.

En el padrón de 1674 aparecen, al menos, 40 "mercaderes" inscritos; además de ellos existían otros, principalmente jurados y regidores, más entre los primeros que entre los segundos. Las parroquias con mayor número de "mercaderes" eran San Bartolomé –16–, San Pedro –15–, Santa María –5– y Santa Catalina –3–. Es decir, todos los mercaderes, menos uno —que vivía en San Antolín—, estaban concentrados en sólo cuatro parroquias. En el resto de parroquias no habitaba ningún comerciante: San Andrés, Santa Eulalia, San Juan, San Lorenzo, San Miguel y San Nicolás.

Los jurados también vivían, sobre todo, en San Bartolomé –5– y San Pedro –5–. En San Antolín, Santa Catalina y Santa María residían tres en cada una.

Donde más regidores moraban era en Santa María –10–, le seguían San Bartolomé –5–, Santa Catalina –5– y San Nicolás y San Pedro, con 3 cada una.

Con otro grupo social privilegiado, los miembros del cabildo catedralicio, se observa lo mismo que sucedía con jurados y regidores. Los prebendados residían en su totalidad en sólo cuatro parroquias, ocurre como con los regidores. La gran mayoría de canónigos vivía en Santa María, la parroquia con mayor número de regidores.

El viajero francés A. Jouvin de Rochefort reconoce en 1672 que los mercaderes vivían en las proximidades del Ayuntamiento de Murcia y del río (13):

"Sus casas, grandes y bellas, tienen cada una su jardín y están habitadas en su mayor parte por algunos mercaderes de telas de seda, las que fabrican en gran cantidad en el territorio de alrededor."

Podemos concluir, por lo que atañe al siglo XVII, que los barrios artesanales sederos eran San Antolín, San Andrés y San Miguel. Los barrios de mercaderes y oligarcas eran San Bartolomé, San Pedro, Santa María y Santa Catalina. Se demuestra una preferencia en la residencia de mercaderes y cargos municipales, ambos grupos viven en los mismos sitios; estableciéndose una enorme concentración en poco espacio de determinados grupos sociales. A esto podemos añadir que San Pedro era la parroquia del Santo Oficio, donde estaba instalada la Inquisición y donde vivían la mayoría de los familiares; quienes más y mejor se relacionaban con los miembros del tribunal eran los regidores, jurados y mercaderes.

Dentro de la ciudad —principal marco de sociabilidad—, los comerciantes y artesanos sederos preferían esos espacios por razones derivadas de las relaciones sociales. Se observa, de una forma matizada, una concentración de actividades y oficios artesanales en barrios concretos. Estaba claro en el seiscientos murciano que no se podía vivir en cualquier sitio, morar en determinado lugar connotaba prestigio y "status" social. En el caso de los artesanos también implicaba posibilidades de ayuda mutua. Los barrios artesanos no coinciden, en absoluto, con las colaciones donde habitan los mercaderes, jurados y regidores.

Estrategias urbanas de sociabilidad

Los mercaderes, ya que no pueden hacerse nobles rápidamente, por lo menos procurarán convivir con ellos en los mismos barrios. Es lo que hacen los comerciantes murcianos del seiscientos: emplear la sociabilidad urbana como estrategia para la movilidad social.

Otra característica del sistema de residencia es la contigüidad de los domicilios de familiares y paisanos, especialmente entre las familias genovesas afincadas en Murcia: casi todos los Ferro, Mombello y Dardalla vivieron en la misma calle y en casas adyacentes. Este aspecto también ha sido comprobado por Irigoyen con otras familias dedicadas a la actividad comercial en otras ciudades (14). Es un procedimiento de apoyo mutuo tanto en el ámbito familiar como profesional; un mecanismo de solidaridad interna, a la vez que sirve para abaratar costes.

Cada persona no sólo era miembro de una comunidad urbana, también pertenecía a varios grupos menores: familia, gremio, cofradía, parroquia... El ámbito urbano moderno es un mundo de múltiples asociaciones y conexiones, que envolvían, valoraban y situaban al individuo en el conjunto social. Para los mercaderes sederos que se desenvuelven en el mundo de los negocios, la familia representaba un papel fundamental en la creación de redes de crédito y confianza. La familia y las estrategias que empleara determinaban tanto el patrimonio como el capital relacional, que eran concomitantes y directamente proporcionales: a más riqueza más relaciones, y con éstas se podía aumentar la hacienda. Pero un mercader con pretensiones de mejora en la escala social no podía relacionarse sólo con su familia o con sus clientes. El comercio, por su inestabilidad, hacía necesario un conjunto de vínculos de amistad, apadrinamiento, paisanaje, vecindad, e incluso políticos, que conforman una red intrincada. A la vez que se acumulaban bienes, había que atesorar relaciones, capital relacional, éste era un capital social que posibilitaba la mejora de la situación económica y social (15).

En una ciudad pequeña como la Murcia del XVII era posible un contacto directo entre los vecinos; el conocerse facilitaba la firma de contratos comerciales y financieros, con el incremento de las frecuentes ventas a crédito (16). Algunos comerciantes genoveses y portugueses estaban sujetos por el más sólido de los lazos: los cobros pendientes (17), circunstancia que afecta también a otros tratantes. Asimismo, hemos observado algún caso de traspaso de deudas entre mercaderes, indicativo de la existencia de un fuerte grado de relación entre ellos; así como los préstamos de forma conjunta.

Los mercaderes locales tenían contactos con tratantes forasteros, con sus agentes comerciales, apoderados y procuradores; todos ellos de su confianza personal para poder encomendarles la venta de importantes partidas de seda o el cobro de deudas que podían alcanzar varios miles de pesos de plata. Igualmente, hemos observado que los tratantes locales se responsabilizan del cobro de los débitos que los comerciantes foráneos tenían en Murcia.

Para los mercaderes era necesario ponerse en contacto con quienes controlaban el poder político, del que dependían decisiones que afectaban a sus negocios: los regidores podían facilitar informaciones útiles para las actividades mercantiles. Los comerciantes pretendían codearse con la oligarquía nobiliaria en actos y reuniones públicas y privadas, tomar parte en el reparto de servicios e impuestos, ejercer de administradores, recaudadores o arrendatarios de rentas e impuestos de la Corona, del Concejo o de la Iglesia, enterarse de posibles negocios. Un procedimiento directo y común para conseguir estos puestos es hacer préstamos al Concejo, a la Corona, a los regidores y corregidores, etc., a mayor o menor plazo y a más o menos interés. La forma que tenía la Corona de saldar las deudas con los hombres de negocios que le habían prestado dinero era mediante la venia de oficios públicos, e incluso la perpetuación de los mismos. La actividad financiera era una fuente de movilidad social para los mercaderes, los préstamos abrían la posibilidad de desarrollar relaciones (18), especialmente a los extranjeros y forasteros que arribaban a Murcia.

Por consiguiente, los que aspiran a la promoción y al prestigio social saben que necesitan, al menos, dos cosas: dinero y contactos. El comerciante que no se contenta con el estado de cosas que le ha tocado vivir tendrá que manejar su relación con otros hombres para lograr un máximo de riqueza y de poder (19).

El paseo por la ciudad se convierte también en una estrategia de sociabilidad. La principal forma de distracción era el paseo a pie (20), al que toda la población podía acceder —salvo los tullidos— por su bajo coste y por el clima propiciatorio. Según Jouvin, los "burgueses" murcianos paseaban a pie reuniéndose por la noche en la zona que estaba entre el río y el Ayuntamiento, el Arenal. El paseo era en familia: padres e hijos pasean al aire libre, charlando sobre la vida cotidiana, las comedias o las frecuentes guerras (21). Los pobres, es de suponer, también pasearían por las mismas zonas que los ricos mercaderes. Fuentes y Ponte nos dice que los murcianos y murcianas del seiscientos se reunían en la plaza de la Almenar (sic), cerca del río y de la cárcel del Santo Oficio (22).

Por tanto, el paseo cumple también una función social, es utilizado para el reconocimiento del "status" (23), sobre todo el paseo en coche por la ciudad, aunque éste sólo podían permitírselo algunos miembros de la oligarquía y también algún mercader sedero acaudalado. Por los inventarios de bienes conocemos que varios comerciantes murcianos tenían coche, cochera y hasta "silla bolante", son los casos de Francisco de Yepes, Isabel Sánchez, Ignacio Romo, etc. (24).

"…entrado yo pocos días ha en el Arenal desta ciudad… encontré con un coche galán, i curioso descubierto, i sin gente, i alçando la voz dixe: Para, cochero, díme, ¿cuyo es el coche? Respondíome luego de contado: Este coche, señor, es de la vanidad..." (25).

El paseo en coche proliferó porque indicaba un valor simbólico, junto con "la vanidad" en el coche iba subido el status. El coche era símbolo de estima social elevada, era una forma de ostentación. Llegó a ser prohibido varias veces por las leyes suntuarias durante el siglo XVII (26), sobre todo a determinados grupos sociales; pasaba como con los vestidos de seda y los lutos, el uso del coche denotaba posición y jerarquía social. Incluso, para las mujeres no eran recomendables los coches, por el peligro que corría, según los moralistas de la época, su honestidad, recato y hábitos de trabajo (27).

Morir en la ciudad: la buena muerte como indicador social

Si vivir en la ciudad era indicador de status, morir no lo era menos. El ritual seguido en el funeral y entierro era una preocupación de los testadores, mayor cuanto más desahogo económico. Aparte de la elevación del número de misas, otro indicador del incremento de la pompa ritual barroca está en el aumento del acompañamiento solicitado para el sepelio. Pedro de Villanueva solicitó ser acompañado por "veinte clérigos de orden sacro y los señores curas, a quienes se pague limosna y dé una vela a cada uno de quatro onzas" (28). En el entierro es necesaria la presencia de una cofradía de la que el difunto solía ser miembro, y que se encargaba de su entierro. El acompañamiento, conforme a los deseos del testador, era numeroso —entre 12 y 36, recordando a los Apóstoles—, aunque también dependía de la capacidad económica del difunto; solían participar, además de los parientes y cofrades, frailes —especialmente franciscanos—, pobres vergonzantes, niños —generalmente Niños de la Doctrina—, etc. Estos intercesores privilegiados ante Dios —que forman el cortejo acompañante portando velas y hachones— eran como la carta de presentación del finado ante el otro mundo (29). Sólo los mercaderes que gozan de muy buena posición económica piden que vengan a absolver sobre su ataúd todos los religiosos de todos los conventos de la ciudad. Antonio Ferro dispuso para el entierro de su esposa la asistencia al velatorio de todos los religiosos de la ciudad, funeral con "la música de la Catedral", acompañamiento de 24 pobres con hachas encendidas (30). También el sepelio de la esposa de Eugenio de Yepes o de Juan Templado Muñoz contaron con estos ingredientes (31).

Los testamentos analizados revelan el apego de los artesanos y comerciantes a su parroquia y la influencia de las órdenes religiosas en la ciudad. La práctica de amortajarse con el hábito de una orden, cuya utilización conllevaba el perdón de los pecados, terminó en el siglo XVII siendo una mera costumbre que aparece en la práctica totalidad de los testamentos. El hábito más solicitado en casi todos los lugares era el franciscano (32); para Peñafiel, la elección del hábito franciscano estaba en demostrar que se iniciaba una nueva vida alejados de las riquezas y, también, por el considerable número de indulgencias que los papas habían concedido a ese hábito. En Murcia todos los mercaderes y artesanos sederos se quieren enterrar con el hábito de San Francisco. En cuanto a ataúdes, lo máximo era el "ataúd forrado en terciopelo negro", que sólo hemos visto en la mujer del mercader Antonio Ferro Carnalla, los demás iban en ataúdes forrados en negro o en bayeta (33).

La sepultura, para la Iglesia Católica y para la sociedad en general, confería al difunto dignidad y rango, ratificando el status de toda una buena vida. El sepulcro podía llegar a ser indicador del deseo de perpetuidad, de pervivencia de la identidad personal (34). La predilección por los enterramientos en iglesias o conventos indica la voluntad de sostener una estrecha conexión entre los vivos y los muertos, éstos reposan rodeados por la colectividad a la que pertenecían (35), hasta se aplica a los pobres que se entierran en cementerios, ya que éstos también suelen estar en el interior de la ciudad.

La compañía de Dios podía ser comprada mediante un sepulcro en la iglesia, ya que ésta era la morada más tangible de la Divinidad (36). El lugar de enterramiento dependía de la situación económica. Durante el siglo XVII la mayoría de las sepulturas se hacía en las iglesias. Pero no toda la población podía permitirse este tipo de sepultura, los artesanos sederos pobres no tendrían más remedio que sepultarse en el cementerio. Los comerciantes y los artesanos acaudalados podían elegir entre el cementerio —en raras ocasiones—, la parroquia o algún convento. La inhumación en la iglesia o en el convento era mucho más costosa. La mayoría de los testamentos consultados fijaban la sepultura en la parroquia.

Pero pensamos que en épocas de epidemia, como en 1648 y 1677-1678, e inundaciones catastróficas, como 1651, el campo actuaría de fosa común mediante los enterramientos colectivos a extramuros de la ciudad (37).

Pero para completar el éxito disfrutado en vida no era suficiente la posesión de una tumba en una iglesia, era indispensable la detentación de una capilla, ésta era como un indicador de distinción. La burguesía comercial murciana del seiscientos solía disponer en sus testamentos que sus cuerpos fueran depositados en la tumba de sus antepasados, localizada en alguna capilla parroquial o conventual de la que eran propietarios, corriendo con los gastos de su conservación y adorno. Expongamos algunos ejemplos de mercaderes:

En estas capillas, que estaban situadas en los laterales que rodeaban la nave central de la iglesia, se solían decir misas a las que asistían los miembros de la familia. Los conventos más solicitados eran San Francisco y Santo Domingo.

El luto comenzaba desde el duelo y "era ante todo y una vez más materia de ostentación" (48), las sedas negras tenían asegurada una demanda elevada. Felipe V limitó el luto a seis meses y las leyes suntuarias también afectaban a los tejidos de duelo lujosos (49). Un signo de poderío económico era encargar lutos para todos los criados y criadas (50).

El hogar: lugar de producción y de residencia

Partimos de que hogar y familia son dos conceptos diferentes. Ésta última supera a los individuos que residen en una misma casa y que forman un hogar. La familia no es una unidad residencial, no se la debe encerrar entre las paredes de una sola casa. Es un concepto flexible, porque una unidad familiar supera los límites de hogar y casa en las relaciones de producción económicas y en las relaciones sociales de parentesco, vecindad y amistad (51).

El hogar tiene una función económica primordial en las familias artesanas, es una empresa en el sentido económico de la expresión. Si ya de por sí el hogar "es un pequeño taller en el que se produce el primero de los bienes —la vida— y la mayor parte de los servicios que cada individuo recibe a lo largo de propio su ciclo vital" (52), para los artesanos no es sólo una unidad residencial y de convivencia, es su medio de producción, de trabajo y de vida. Es la unidad típica de producción entre los artesanos y se origina una identificación entre taller y hogar, de la misma manera que entre cabeza de familia y maestro. El hogar-taller sirve de vivienda y de lugar de producción, e incluso venta al por menor. El escaso número de oficiales y de aprendices que trabajan para cada maestro acentúa el carácter de la familia como unidad de producción, que junto al escaso grado de concentración del trabajo que se da en los oficios provoca la atomización de la producción (53). El hogar y la estructura familiar se forman como elementos del proceso de producción y reproducción (54).

En ocasiones, el formar un hogar no supone una independencia desde el punto de vista económico. Velasco ha observado en Cartagena una cierta oposición por parte de los mercaderes a permitir la independencia económica a sus hijos (55). En el caso de la Murcia del siglo XVII también hemos descubierto que las relaciones de dependencia pueden continuar, incluso tras el matrimonio, como por ejemplo, en el caso del torcedor Fernando Sánchez —ejemplo de artesano empobrecido—. Fernando, una vez casado, va a vivir en la casa del padre de su esposa, Diego de la Rosa, en una habitación cedida a la nueva pareja, y, además, durante ocho años fueron alimentados por el suegro del torcedor, lo cual significa no sólo la falta de recursos para independizarse económicamente, sino el peso mayor de las relaciones de trabajo y de parentesco sobre el sistema de residencia: "la familia desborda por extensión y funciones la unidad de residencia" (56).

Entre los mercaderes conocemos ejemplos similares. El negociante Juan Bautista Pérez casó a su hijo con la hija del comerciante sedero Martín Truyol, comprometiéndose Juan Bautista a que vivan con él durante dos años, asistiéndolos y alimentándolos "dándoles todo lo necesario graciosamente sin que los susodichos gasten" (57). Estos contratos entre consuegros tienen como finalidad poner los medios para el que el hijo o la hija recién casados no sólo conserven su status sino que lo mejoren; durante esta época también en Cartagena se crean compañías comerciales con el mismo fin (58).

El comerciante de origen luso Diego Rodríguez Núñez convivía con su yerno, también "mercader", formando una sola unidad familiar (59); en este caso el nuevo matrimonio no se fue a vivir a la casa de la familia del marido, como era lo habitual, debido a que los hijos recibían los bienes inmuebles. Entre los mercaderes de origen portugués, como es el caso de Diego Rodríguez Núñez, predominaba la viri-localidad, aunque no hay que menospreciar la uxori-localidad, que del mismo modo abundaba (60).

Veamos otro caso todavía más claro. Las capitulaciones matrimoniales del hijo del mercader sedero Francisco de Yepes y la sobrina del regidor de la orden de Calatrava Antonio Prieto Lisón estipulan que el primero tenía que tener en su casa a su hijo y a su nuera, "y les dará todo lo necesario de comer, vestir, criados y criadas que les asistan según su lustre y calidad". Si los cónyuges o el comerciante "quisieren apartar y diuidir casas", Francisco de Yepes entregará a su hijo el usufructo de una heredad de 160 tahúllas, que era el vínculo que había creado su padre Eugenio de Yepes. Cuando fallezca heredará el mayorazgo. También le da otras 77 tahúllas en Beniaján "contiguas a la heredad", que Francisco había comprado para aumentar el mayorazgo, y dos pares de mulas con aperos (61).

Espacio de la familia: la vivienda como espacio privado, económico y social, el taller y la tienda como espacios familiar y público

Nos proponemos indagar en el espacio privado de la familia, pero centrándonos en los aspectos sociales y económicos que claramente superan las cuatro paredes de la vivienda. Es difícil diferenciar entre casa, taller y tienda, estos tres conceptos forman un mismo espacio. Cualquier casa de artesano o mercader es un espacio para vivir, trabajar y vender.

¿Qué imagen ofrecía la casa o taller familiar de un artesano? ¿Y la de un mercader? ¿Qué valor tenían lo simbólico y los signos de apariencia?

Tras el análisis de inventarios post mortem, en el grupo mercantil y en algunos maestros acomodados se observa el deseo de aparentar, la opulencia en los signos externos de bienestar y riqueza. Ésta se nos muestra por la posesión de capitales y de bienes inmuebles, y por medio del valor de lo simbólico, de los signos de apariencia.Los símbolos que los mercaderes toman de la cultura de elites son la ocupación de oficios políticos, el hábito de una orden militar, la familiatura, el escudo de armas, el sitio reservado en iglesias, la capilla sepulcral, la fundación de capellanías, etc. (62).

Asimismo, el deseo de aparentar conlleva el desarrollo de un nuevo papel del mercader enriquecido, el de consumidor (63). Los niveles elevados de consumo nos los muestran la presencia de grandes casas, servidumbre, esclavos, coches, joyas, vestidos de seda, cuadros, etc., el lujo en definitiva. Es un mecanismo para afirmar la propia posición social que se exterioriza. La ostentación queda reflejada también en la situación de sus casas, que como hemos visto estaban situadas en los barrios donde vivía la oligarquía, los alrededores de la plaza de Santa Catalina —cerca del Contraste de la seda— eran los lugares predilectos.

A través de los inventarios post mortem de los mercaderes nos encontramos, por ejemplo, a los esclavos como uno de los signos externos de riqueza, poseer un esclavo, o varios, era para un mercader más un símbolo de prestigio social que otra cosa, en menor medida también el tener criados (64), todos tienen varios esclavos y criados de ambos sexos.

Las viviendas de los mercaderes tenían dos o tres plantas, en la baja estaba la tienda, encima las habitaciones de la familia y algunos suelen tener "un cuarto alto", donde en los inventarios suelen aparecer grandes sumas de seda y tejidos, también alimentos: trigo, garbanzos, etc. (65). En general, estos cuartos altos se destinaban a almacén de mercancías (66). En el inventario de los bienes de Pedro García de Cuéllar se hallan 994,5 libras de joyante y 18 libras de redonda que tenía en su casa, en su dormitorio y en "un quarto alto" (67); ¡qué mejor espacio para guardar su sedera riqueza que su mismo aposento!

El mobiliario denota ostentación: maderas de nogal y, en menor medida, caoba; camas con adornos y lujos (cortinas, brocados, colchas, cobertores, cojines y almohadas de seda —algunas de terciopelo—), escritorios, bufetes, objetos de plata —escupideras, cubiletes, "pilica para agua bendita"—, etc., colgaduras, tapices, alfombras, multitud de cuadros —la mayoría de temas religiosos—, numerosos cofres y baúles forrados en baqueta o en cuero y con cerradura y llave, abundantes armas —algunas con adornos de plata—, chocolateras, chocolate y "toallas de seda para chocolate", etc. Las maderas de nogal —madera dura de tonalidades oscuras— en lugar de pino, es un símbolo de calidad (68), y abundan más en los inventarios de los mercaderes que de los artesanos —el mobiliario de éstos es de pino—. Las camas se cubren con doseles, cortinas, sedas, baldaquinos, etc., alguna "de madera de Portugal enpapelada labrada a lo salomónico" (69).

El vestuario de los más ricos consiste en damascos, rasos y terciopelos, ya hemos comentado antes la función social del vestido para el prestigio. Incluso las toallas son de seda. El coche y la cochera —que algunos mercaderes sederos también poseen—, era otro símbolo palpable de riqueza, al igual que poseer una segunda residencia.

Aunque la posesión de cuadros fue una afición generalizada entre todos los grupos sociales y era el ornato esencial de los hogares, —algunos maestros sederos también los tenían en abundancia—, en las casas de los mercaderes destaca el gran número de ellos —en ocasiones rondan el centenar—, la gran mayoría eran de temática religiosa, como comentaremos en el apartado sobre "religiosidad". Asimismo, hay que señalar la calidad de algunas obras propiedad de mercaderes sederos, entre las que encontramos una obra de Tiziano: el regidor y mercader Francisco Pareja Marín poseía un "Santo Sepulcro", tasado en 330 reales (70).

Nos hemos encontrado en algunos inventarios con cuadros donde se retratan los mercaderes: los Saorín —que además tenía otro cuadro con su genealogía— o los Ferro. A través de la reproducción pictórica se intenta perpetuar y destacar el renombre personal y social (71) y supone un profundo valor simbólico de los que tanto necesitaban quienes optaban a formar parte de la elite.

Según Agüera, dentro del predominio de los temas sagrados, la temática más profusa es la representación de los santos, y el más pintado era San Francisco (72). Después estaban la Virgen y los temas marianos, Cristo y los neotestamentarios, las santas y el Antiguo Testamento. Del total de cuadros del siglo XVII analizados por Agüera el porcentaje de temas sagrados era del 56,3 por ciento, pero durante la segunda mitad del seiscientos los temas profanos supusieron el 70, 6 por ciento.

El espacio privado era un problema grave en las familias artesanas. Lo normal era disponer de solamente unas dos habitaciones para vivienda y tareas laborales. Lo cual es un fenómeno general para las sociedades tradicionales. En el siglo XVII las ciudades francesas disponían de exclusivamente una o dos habitaciones para alojamiento y actividad profesional. Es por ello que en Murcia algunos oficios ocupaban parte de la calle para colocar sus utensilios de trabajo, dificultando la circulación. Los artesanos tenían que ocupar con sus bancos de trabajo las calles, teniendo las ordenanzas que intervenir para permitir el libre paso por ellas:

"Ordenamos, y mandamos, que ningún mercader, …cordonero, …ni otros oficiales, …tengan bancos, o mesas de día ni de noche en las calles, sino dentro de sus casas, so pena de seicientos marevedís, …pero bien permitimos que las dichas tiendas, y bancos los pueda aver en la plaça de Santa Catalina, vendederas de la carnicería, mercado, y puerta de la puerta de vedrieros, puerta nueva, plaça de Santa Eulalia, carretería, plaça del arenal, puerta del toro, y puerta del sol." (73).

El comerciante Melchor de Carmona comenta que en su tienda siempre hay individuos, además de sus hijos, que trabajan con él:

"…siendo así que de continuo ay en dicha tienda de mi partte, por tarde y por mañana, mucha jente, así de la que entra a comprar como de amigos y conozidos…" (74).

Imízcoz considera que por "amigo" se entendía en el siglo XVII algo similar a lo que ahora estimamos (75). La tienda es un lugar de trabajo para la familia mercantil y es su domicilio particular, pero para un mercader es, sobre todo, un punto de encuentro con quienes hacen que la tienda tenga su razón de ser. Es un espacio privilegiado para las relaciones sociales.

La casa desempeña para las familias judeoconversas de procedencia lusa asentadas en Murcia también una función religiosa, al no disponer de templos y estar perseguidos judicialmente no tenían más remedio que esconderse entre las cuatro paredes de su vivienda para la celebración de actos y ritos propios de la ley mosaica (76).

Conclusiones

La vivienda y el hogar de los artesanos y mercaderes en el siglo XVII desempeñan varias funciones: espacios económicos de producción, venta y consumo, principalmente por mantener el taller y la tienda; y espacios privados y familiares. Nos ha interesado, principalmente, la consideración de la vivienda como espacio público, no sólo porque en ella vendían productos elaborados o comercializados y se producen relaciones sociales con los clientes, vecinos y amigos, sino porque entendemos que la vivienda fue también, especialmente para los mercaderes acomodados, un indicador del status conseguido o que se pretende conseguir. En la época moderna morar en determinado barrio ha sido una cuestión de prestigio social. Las relaciones sociales se establecen con este objetivo: elección del lugar de residencia, vínculos con quienes detentan el poder político, contactos de tipo económico, etc. La creación de una red de relaciones era tan importante como la acumulación de capital; la vivienda contribuyó a la movilidad y a la reproducción social.
 

Notas

1 Ordenanzas. 1981, p. 84. En Madrid, también las ordenanzas prohibían sacar a las calles los instrumentos de trabajo de los artesanos. Capella. 1962, p. 77.

2 Roselló y Cano. 1975, p. 78.

3 Fuentes. 1872, p. 35.

4 A.H.P.M., prot. 1824, 1692-X-2, f. 174 r.

5 A.M.M., leg. 4027.

6 Fuentes. 1872. p. 35.

7 Chacón. 1986, pp. 129-160.

8 Ruiz. 1995, p. 118.

9 A.M.M., leg. 4027.

10 A.M.M., AA.CC. 1686-VI-22, 1694-V-25.

11 Martínez. 1988, p. 341.

12 A.M.M., leg. 4027; AA.CC. 1686-VI-22, f. 124 r.; Olivares. 1976, p. 186.

13 Rochefort estuvo en Murcia en 1672. Torres-Fontes. 1996, II, p. 418.

14 Irigoyen. 2000, p. 202. Los comerciantes gaditanos inmigrantes vivían en las mismas calles, incluso en los mismos edificios. Fernández. 1997, p. 141-142 y 145.

15 Imízcoz. 1996, p. 33.

16 Velasco. 2002, p. 518.

17 Ruiz. 1970, p. 132.

18 Cerutti. 1992, p. 101.

19 Maravall. 1972, II, p. 135.

20 Pfandl. cit., p. 231.

21 Ortega, p. 284.

22 Fuentes. 1872, p. 70.

23 El gusto por la ostentación, propio del Barroco, tuvo que hacer aumentar el paseo por la ciudad. Lemeunier. 1980, p. 216.

24 Miralles. 2000, p. 791.

25 Cascales. 1634, f. 69 r. Cascales pedía que se fuera a caballo.

26 Las pragmáticas de 9-X-1684 y de 28-XI-1691 prohibían el uso de coches "en algunas personas". Las prohibiciones continuaron en el siglo XVIII: 1723, 1727 y 1729. A.M.M., leg. 239. Durante el siglo XVII se daban licencias para andar en coche, que eran muy solicitadas por hombres de negocios y mercaderes acaudalados. Caro. 1986, II, p. 77. Quevedo satirizó la exhibición del coche: "Y de ayunar a San Coche/ está en los huesos él mismo".

27 Colmeiro. 1988, II, p. 363-364.

28 A.H.P.M., prot. 1823, 1689-IV-15, ff. 88 r-v.

29 Martínez. 1984, p. 70.

30 A.H.P.M., prot. 1819, 1682-XI-15, ff. 220 r-222 v., "Testamento de María Ferro Verdín".

31 A.H.P.M., prot. 3660, 1702-IV-24, f. 117 r.; prot. 1568, 1673-II-28, ff. 2 r-v.

32 Martínez. 1984, p. 51; Peñafiel. 1987, p. 74-79.

33 A.H.P.M., prot. 1819, 1682-XI-15, ff. 220 r-222 v.; prot. 1823, 1689-IV-15, ff. 87 v-88 r.; prot. 1252, 1673-IX-15, ff. 92 r-102 v.; prot. 1826, 1693-IV-7, ff. 1 r.-4 r.; prot. 3660, 1702-IV-24, f. 119 r.; A.H.P.M., prot. 3660, 1702-IV-24, f. 10 v.; etc.

34 Lorenzo. 1991, p. 202.

35 Peñafiel. 1986, p. 99.

36 Lorenzo. 1991, p. 203-204.

37 Ariès. 1984, p. 74.

38 A.H.P.M., prot. 791, 1667-X-14, f. 349 v.; prot. 1362, 1667-VII-26, ff. 157 r-165 v.

39 A.H.P.M., prot. 1819, 1682-XI-15, ff. 220 r-222 v.; prot. 1826, 1693-VII-6, ff. 129 v-130 r.

40 Candel. 1979, p. 25.

41 A.H.P.M., prot. 3660, 1702-IV-24, ff. 10 v., 51 r. y 212 r.; 1702-VI-23, f. 326 r.

42 Fuentes. 1872, p. 50.

43 A.H.P.M., prot. 1820, 1683-I-20, s.f.

44 A.H.P.M., prot. 1826, 1696-IX-27, ff. 112 r-v.

45 A.H.P.M., prot. 1823, 1689-IV-15, f. 88 r.

46 A.H.P.M., prot. 1363, 1670-I-31, f. 20 v.

47 A.H.P.M., prot. 1893, 1695-II-14, ff. 30 r-v.; prot. 2801, 1721-X-22, f. 395 r.

48 Martínez. 1984, p. 66.

49 En 1691 se dio una pragmática "para que se cumpla la de 1684" en la que aparece la "forma de traer los lutos", en 1723, 1727 y 1729 volvió a publicarse, lo que indica su nulo cumplimiento. A.M.M., leg. 2395.

50 A.H.P.M., prot. 1819, 1682-XI-15, ff. 220 r-222 v.

51 Chacón. 1995 (a), p. 14.

52 Chacón.1995 (b), p. 80.

53 Díez. 1990, p. 25.

54 Kriedte, Medick, Schlumbohm. 1986, p. 87.

55 Velasco. 2002, p. 433.

56 Chacón. 1995 (b), p. 77.

57 A.H.P.M., prot. 1824, 1691-IV-8, ff. 69 r-72 v.

58 Montojo y Ruiz. 1998, p. 74.

59 A.M.M., leg. 4027.

60 Huerga. 1993, p. 77.

61 A.H.P.M., prot. 3660, 1682-01-2, ff. 267 r-268 v.

62 Hernández. 1996, pp. 162-163.

63 Amelang. 1991, p. 381.

64 Gómez. 1987, p. 182.

65 A.H.P.M., prot. 1252, 1673-09-18, ff. 104 r-107 v.; prot. 1821, 1686-11-8, f. 414 v.

66 Huerga. 1993, p. 106.

67 A.H.P.M., prot. 1252, 1673-09-18, ff. 104 r-107 v.

68 Bennassar. 1983, p. 421.

69 A.H.P.M., prot. 2801, 1721-08-9, f. 362 v.

70 Agüera Ros. 1994, p. 337, 345, 370 y 380.

71 Agüera Ros. 1994, p. 428.

72 Agüera Ros. 1994, p. 376, 394-395.

73 Ordenanzas. 1981, p. 84.

74 A.M.M., leg. 2741.

75 Imízcoz. 1996, p. 36.

76 Huerga. 1997, p. 156.
 

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Ficha bibliográfica:
MIRALLES, P. La vivienda urbana como espacio social, económico y privado, e instrumento para la movilidad social. El ejemplo de artesanos y comerciantes en la Murcia del siglo XVII. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(005). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(005).htm> [ISSN: 1138-9788]


 
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