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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VII, núm. 146(010), 1 de agosto de 2003

¿QUÉ ES UNA CIUDAD? APORTACIONES PARA SU DEFINICIÓN DESDE LA PREHISTORIA

Pedro V. Castro Martínez

Universidad Autónoma de Barcelona.

Trinidad Escoriza Mateu

Universidad de Almería

Joaquím Oltra Puigdomenech

Universidad Autónoma de Barcelona

Montserrat Otero Vidal

Mancomunitat de Municipis del Area Metropolitana de Barcelona

Encarna Sanahuja

Universidad Autónoma de Barcelona

¿Qué es una ciudad? Aportaciones para su definición desde la Prehistoria (Resumen)

Las ciudades vienen asociandose con sociedades donde explotación y estado están presentes: la especialización de trabajos urbanos y rurales se vincula a disimetrías sociales. Sin embargo, la especialización (reparto de tareas) y las ciudades no presuponen la explotación de un grupo sobre otro. La división de tareas en la producción de cuerpos, reproducción biológica de nuestra especie, es sexual y sólo las mujeres la llevan a cabo. Si esperamos reciprocidad que compense ese trabajo femenino, también podemos esperar compensaciones en otros trabajos especializados. La ciudad es una comunidad de asentamiento base sedentario que no produce los alimentos que necesita, es mayor que las comunidades rurales que producen comida, y tiene lugares de encuentro. Y puede existir en sociedades basadas en la reciprocidad. Las ciudades conocidas por fuentes escritas son parte de sociedades patriarcales y explotadoras, pero las sociedades ágrafas de la prehistoria, 99% de la historia humana, sólo están documentadas desde la arqueología. Ahí podemos encontrar casos donde no encaja la ecuación especialización-ciudad-estado-explotación. Un caso en curso de investigación es el horizonte de hace 5.000 años en el Sudeste ibérico.

Palabras clave: asentamientos, urbanismo, arqueología.


What is a city? A contribution to its definition from the Prehistory (Abstract)

Cities have been associated with societies where exploitation and state are present: the urban and rural work specialization is linked to social dissymmetries. However, the specialization (division of tasks) and the cities do not presuppose the exploitation of a group on other. The division of tasks in body production, biological reproduction of our specie, is sexual and only women can carry it out. If we spect reciprocity that compensates that feminine work, also we can spect compensations in other specialized projects. The city is a base sedentary settlement community that does not produce all the food that needs, it is greater that the rural communities which produces food, and has places of encounter. And it can exist in societies based on reciprocity. The known cities by written sources are part of exploitative and patriarchal societies, but the societies wihtout writing of prehistory, 99% of the human history, only can be archaeologicaly documented. In Prehistory we can find cases where equation specialization-city-state-exploitation does not fit. A case of study, on course, is the investigation of the horizon of 5,000 years ago in the Iberian Southeast.

Key words: settlements, urbanism, archeology.

Ciudades y urbanismo en la Historia

Definir la ciudad es una tarea en la que no han llegado a ponerse de acuerdo quienes han abordado el tema. Diversas son las formulaciones y heterogéneos los criterios contemplados a la hora de definir qué es una ciudad (3). Con frecuencia, no se plantea una definición para las ciudades como forma de asentamiento humano y que sea válida en cualquier lugar o en cualquier momento de la historia. Es mucho más habitual que se proponga el concepto de ciudad para un contexto determinado. Así, se habla de la ciudad "antigua", de la "ciudad medieval" o de la "ciudad moderna", o si se quiere, incluso, de la "ciudad postmoderna". Con ello se especifica una forma concreta de ciudad, una ciudad con adjetivos que acaba resultando una descripción de un determinado tipo de ciudades en momentos y contextos históricos concretos.

Por su parte, el urbanismo suele comprenderse como expresión de la ciudad. Así, dicho término aparece frecuentemente empleado como la expresión territorial de la ciudad, como la ciudad concretada en el mundo físico. Sin embargo, en su utilización se mantiene una cierta confusión. Se conserva en cierta manera el sentido etimológico originario latino, donde la Civitas era el conjunto de ciudadanos, de hombres con derechos plenos, mientras que la Urbs era la ciudad en sí, físicamente constituida como emplazamiento de la Civitas (12). Con ello, la ciudad y lo ciudadano se han entendido como la forma política e institucional de una realidad urbana, del urbanismo.

No vamos a ahondar en los matices que podrían derivarse de estos dos campos conceptuales, puesto que aquí nos interesa fundamentalmente proponer una definición de la ciudad como realidad social, como realidad del espacio social y como forma del asentamiento de una comunidad. Por lo tanto, consideraremos que la ciudad, como comunidad, tiene una expresión material, el urbanismo, es decir, que las comunidades sociales ciudadanas se asientan en espacios estructurados de forma urbana. Al entender la ciudad como comunidad humana, subrayamos que, como toda comunidad humana, cuenta con lugares donde se hacen realidad las prácticas sociales. O sea, con lugares sociales donde se efectúan las actividades que involucran a mujeres, hombres y objetos materiales, donde se realiza el trabajo (económico o político-ideológico), donde se usan, consumen, disfrutan o sufren los productos y donde se establecen las relaciones entre sujetos (5; 7). La comunidad de la ciudad, al igual que otros contextos de relaciones sociales, tiene sus propios espacios, su propia estructuración del espacio social. Y si para la ciudad esos espacios son los espacios urbanos, para los grupos domésticos, por ejemplo, sus espacios son las unidades domésticas, los edificios donde los mismos realizan sus prácticas sociales.
 

Las ciudades y la especialización del trabajo

Las ciudades han sido contempladas a lo largo de la historia como contextos de relaciones en los que se habría hecho realidad el trabajo especializado, donde las actividades desarrolladas en una sociedad habrían llegado a ser ejercidas por sujetos que dedicarían su tiempo a determinado tipo de trabajos y no a otros. Concretamente, la ciudad acogía a sectores dedicados a ciertas tareas, mientras que el campo pasaba a ser el ámbito de otros trabajos especializados. La ciudad acarreaba la división en una sociedad entre trabajos urbanos y trabajos rurales, entre un mundo urbano y un mundo rural. La ciudad se asociaba, por tanto, a una determinada idea de reparto del trabajo, que se entendía como la base de la fractura social más importante ocurrida en la historia (13, p. 289;  18, p. 429).

No obstante, esta asociación entre especialización del trabajo y ciudades ha supuesto un énfasis que hay que enmarcar en relación a dos problemas. En primer lugar, al subrayar la división campo-ciudad como la especialización más importante a tener en cuenta, se han dejado de lado otras formas de relación social donde el reparto de tareas puede haberse desarrollado sin la consecuente emergencia de la explotación entre clases sociales. En una palabra, se han considerado irrelevantes aquellas especializaciones del trabajo surgidas en comunidades donde no existen ciudades y se han naturalizado repartos de tareas en ámbitos domésticos que pueden comprender situaciones de explotación al margen de las ciudades (6). De este modo, al priorizar la división campo-ciudad, otras formas de explotación ligadas a especializaciones del trabajo en sociedades sin ciudades han pasado desapercibidas en la Historia y en otras Ciencias Sociales. El caso más patente ha sido el olvido de la especialización del trabajo ligada a mujeres y a hombres, que en numerosas sociedades se asocia a la explotación de éstos sobre aquéllas, aunque, con o sin explotación, el trabajo de cuidados y atenciones llevado a cabo mayoritariamente por las mujeres ha sido y es imprescindible para sostener y reproducir la vida social.

En segundo lugar, el paradigma de la fractura entre el campo y la ciudad se ha observado desde la óptica de las sociedades donde han primado las relaciones de explotación y no de reciprocidad. En ellas la degradación social, consecuencia de la explotación, alcanzaría su máximo grado con la emergencia del capitalismo y del trabajo industrial. Así, se ha afirmado que la especialización del trabajo industrial degrada al obrero hasta por debajo de la máquina, convirtiéndole en mero accesorio de ésta, una especialización que encadena tanto a quienes sufren la explotación como a quienes se benefician de ella, la clase burguesa y sus aliados, atados a los instrumentos de su propia actividad, aunque esos instrumentos sean el beneficio del capital o el puro ocio (13, p. 290). Sobre la base de apreciar la ínfima calidad de vida derivada del trabajo industrial y, al constatar que los textos escritos dan cuenta de sociedades urbanas explotadoras, la ciudad ha quedado estigmatizada como escenario de sociedades con clases. Por supuesto, en una apreciación contraria a la anterior, la ciudad se ha presentado como cuna de la "civilización", donde han tenido lugar los avances tecnológicos o las grandes obras como beneficios obtenidos por la división campo-ciudad, por la propia división entre clases y por el estado, obviando las condiciones de vida de quienes soportaban las mayores cargas laborales.
 

Los orígenes de las ciudades y la civilización como estadio de la evolución social

En una perspectiva histórica, la visión que ha impregnado la teoría social de la historia de las ciudades ha insistido en que su origen estaba indisolublemente ligado a la aparición de otras instituciones. Así, Engels (15) consideró que la división del poblamiento entre la ciudad y el campo constituía una característica de la "civilización", es decir, de las sociedades basadas en la familia monógama, la dominación de hombres sobre mujeres, la propiedad privada transmitida por herencia y la existencia de una clase dominante apoyada por un Estado dotado de instrumentos policiales. Con ello se desarrollaba la idea incial de que la civilización, y con ella la ciudad, surgía siempre vinculada a la propiedad privada y al estado (19, p. 50). Esta forma de entender la ciudad originaria trasladaba al materialismo histórico la lógica de la evolución social que había construído el antropólogo L. Morgan, de manera que ciudad, civilización y Estado pasaban a ser sinónimos.

Así, sobre la base de la correspondencia entre ciudad y urbanismo y con el desarrollo de las formulaciones de Morgan, Engels y Marx, surgió un concepto que ha llegado a cobrar un gran protagonismo y que ha situado en la "prehistoria" el marco de los orígenes de la ciudad: la "Revolución Urbana". Con este concepto, el arqueólogo australiano V. G. Childe creó una teoría sobre los orígenes de la ciudad, el Estado y las clases sociales, otorgándoles una expresión arqueológica, el urbanismo.

A pesar de que el término acuñado por Childe "Revolución Urbana" ha sido criticado en numerosas ocasiones, se ha convertido a lo largo del siglo XX en un concepto que ha mantenido su vigencia, quizás por su poder heurístico y su gran fuerza explicativa. Y ha sido precisamente la constante recurrencia a dicha noción en la antropología, la arqueologia y la prehistoria, la que ha acabado, muy a menudo, vaciándola de significado. Si releemos las diferentes propuestas sobre el origen de la ciudad o de la urbanización, encontraremos páginas y páginas de procesos, de relaciones y de cambios, pero difícilmente una clara definición de qué es una ciudad. Habitualmente se desarrollan discursos explicativos sobre el nacimiento de los estados o de las civilizaciones, entendiendo que la ciudad va incorporada en la misma explicación.

Por ejemplo, una de las hipótesis más conocidas es la "hidráulica", según la cual, la creación de grandes obras de irrigación para la mejora de la agricultura y el aumento de su producción dieron lugar a la aparición de grupos o elites dirigentes y organizativas que, con el tiempo, controlaron la distribución y el almacenamiento del agua. A pesar de las críticas recibidas -posterioridad de las obras hidráulicas en relación con los orígenes del Estado y evidencias de que, en ciertas ocasiones, una sencilla infraestructura hidráulica resulta suficiente para conseguir una alta productividad agrícola- la variable de las grandes obras hidraúlicas se mantiene en la mayoría de hipótesis explicativas para los inicios del urbanismo y, en numerosas ocasiones, se ha asociado al modelo de gobierno despótico oriental (29). Otra hipótesis planteada que goza de un cierto grado de aceptación se relaciona con la importancia del comercio en la aparición de las sociedades urbanas y la organización estatal. En las áreas donde se sitúan las primeras ciudades, se supone que existía escasez de ciertos recursos materiales, por lo que sería necesario el desarrollo del comercio para su consecución. La organización, administración y redistribución de las mercancías implicó una especialización del trabajo concreta que condujo a un acceso diferenciado a las riquezas y al desarrollo del Estado, siendo la ciudad el espacio propio del mercado y del comercio (28; 23). Otra posibilidad explicativa señala que la presión demográfica dentro de un área circunscrita generaría escasez de recursos y guerras, dando paso al Estado como administrador de la paz (4). Es decir, la presión demográfica y la falta de un espacio vital desembocan en conflictos cuando un grupo pretende expandirse a nivel territorial. Finalmente, otra explicación del peso del conflicto en la aparición del Estado sería el del mantenimiento de la condición social de aquellos grupos que, debido a la especialización de trabajo, acumulan mayores riquezas que otros.

Esta multiplicidad de hipótesis basadas en un solo motor causal encuentra una solución mediante el recurso a la teoría de sistemas y la causalidad circular, donde diversas variables interaccionan hasta lograr un nuevo estado del sistema. Así, se plantea que los factores ecológicos de unas zonas concretas favorecen el desarrollo de ciertas organizaciones sociales que, en la interacción con ese medio ambiente, dan paso a la sociedad urbana. (1; 24).

Con la revisión de todas  estas hipótesis, queda manifiesto que la sombra de la "revolución urbana" de Childe (10)  sigue estando presente. Childe consideraba que no puede entenderse la ciudad como un aspecto desvinculado de un proceso mucho más amplio, la revolución urbana. La antesala, la revolución neolítica, causada por los cambios climáticos y las alteraciones ecológicas, prepara el terreno para el desarrollo de la especialización laboral, la división social del trabajo, el intercambio de productos y la gestión de los recursos con un registro y administración propios del Estado, defensor de los intereses de la clase dominante. Según Childe, la aparición de las ciudades es la consecuencia lógica del desarrollo de un excedente conseguido gracias a la revolución neolítica: ... La fertilidad de las tierras dio a sus habitantes los medios de satisfacer su necesidad de importaciones. Pero tuvieron que sacrificar su autosuficiencia económica y crear una estructura económica completamente nueva. El excedente de productos domésticos no sólo debió ser suficiente para intercambiarlo por materiales exóticos; también debió servir para sostener un cuerpo de comerciantes y de trabajadores de los transportes encargado de obtenerlos, y un cuerpo de artesanos especializados para trabajar las preciosas importaciones con mejor provecho. Pronto se hicieron necesarios los soldados para proteger por la fuerza los convoyes y la retaguardia de los comerciantes, los escribas para llevar el registro de las transacciones cada vez más numerosas y complicadas y los funcionarios del Estado para conciliar los intereses en conflicto" (10, p. 190).
 

¿Ciudades sin Estado? ¿Ciudades sin explotación?

Pero, ¿podemos seguir afirmando que las ciudades son siempre el producto de sociedades explotadoras? ¿Es cierto que la existencia de ciudades siempre exigió un estado con poder coercitivo? ¿No es verdad que la explotación puede también encontrarse en condiciones de vida social alejada de las formas urbanas? (6).

Esta asociación intrínseca entre ciudades y sociedad de clases, entre mundo urbano y propiedad privada, entre especialización del trabajo y deterioro del desarrollo de las capacidades individuales, parte de un conocimiento de la historia de la humanidad limitado a la información disponible sobre las "civilizaciones". Es decir, surge de una documentación fundamentalmente contemporánea, sociológica y antropológica que, cuando cuenta con una perspectiva histórica, recorre el trayecto de los tiempos de las ciudades a través de la mirada de las fuentes escritas. La "civilización" y la vida urbana, las ciudades, se muestran de pronto como asentamientos propios de sociedades que escriben. La escritura se convierte en un rasgo de "civilización". Y, al mismo tiempo, la escritura se entiende, al menos en sus inicios, como una herramienta de dominio del estado, como un útil de poder adecuado para controlar las poblaciones aldeanas y los productos eleborados por especialistas que administran y gestionan en beneficio de una clase dominante. De manera que la escritura y las fuentes escritas no dejan de ser un flujo de información propio de la clase dominante y los especialistas a su servicio. Si intentamos conocer la historia a partir de las fuentes escritas, sólo podremos llegar a conocer la historia de sociedades de clases, de sociedades con estado. Y la "civilización" resulta, por lo tanto, cerrando de forma tautológica el círculo, una sociedad de clases.

Sin embargo, no se han realizado suficientes investigaciones que consideren la posibilidad de ciudades en sociedades ágrafas, sin que aquéllas impliquen relaciones de explotación entre grupos especializados en el trabajo. Es decir, se ha dado por supuesto el binomio ciudad/explotación, sin detenerse a analizar las evidencias del mismo. Además se ha entendido, de manera acrítica, que toda especialización del trabajo conlleva el desarrollo de unas formas político-económicas que arrastran el surgimiento de clases dominantes.

Cabe preguntarse de nuevo si han existido sociedades humanas entre las que la ciudad haya emergido como forma de asentamiento, sin la presencia de un Estado como forma de poder político centralizado y ligado a prácticas coercitivas, ni un grupo social dominante asentado sobre la explotación colectiva. Surge entonces la pregunta sobre si es posible una especialización del trabajo sin explotación y si ello ha tenido lugar en algún momento de la historia. Creemos que la respuesta es afirmativa, en la medida en que el 99 por ciento de la historia de la humanidad tiene que ver con sociedades ágrafas, sociedades sin escritura, cuya información no reside en fuentes escritas sino en vestigios materiales de otro tipo. La "Prehistoria" de las sociedades humanas, en una palabra, la historia de las sociedades humanas ágrafas, tal como la concepción académica define, sería pues el marco en el que cabría tratar de dilucidar si la vida urbana fue posible sin explotación y si la especialización de las tareas implicó necesariamente la aparición de grupos dominantes y grupos subordinados. El conocimiento de estas sociedades se fundamenta en la investigación arqueológica, en la investigación directa sobre los elementos materiales que nos informan sobre la vida social. Y es sólo desde esta perspectiva que podemos abordar la cuestión planteada.

No obstante, en primer lugar, es preciso aclarar los conceptos. Hemos de elaborar una definición de ciudad que no incluya automáticamente la presencia de un poder coercitivo centralizado, el estado, y que no vincule la vida urbana a la explotación.  Al mismo tiempo, resulta necesario definir claramente qué entendemos por especialización del trabajo o división de tareas sin que esté involucrada en ella la escisión social, la división social que implica trabajos específicos ligados a clases sociales explotadoras-explotadas. La definición de la ciudad y de la especialización del trabajo en estos términos nos permitirá abordar el estudio de sociedades "prehistóricas" sin el lastre que supone un conocimiento de la historia humana restringido a las fuentes escritas o a las sociedades contemporáneas. Por otra parte, dichas definiciones resultan imprescindibles para abrir una perspectiva de futuro, en la que quepa concebir un cambio social en el que tengan cabida la especialización del trabajo o la vida social urbana.
 

La división de tareas y las producciones de la vida social

Hemos defendido en otras ocasiones (8) la posibilidad de que un reparto de tareas no tiene por qué implicar disimetrías entre grupos de hombres y/o mujeres en el acceso al consumo, uso, disfrute o beneficio de lo producido.

Para aumentar cualquier producción de la vida social se requieren mecanismos relacionados con el incremento de la misma: el sobretrabajo, la mejora de los medios de producción y/o un reparto de las diferentes tareas que desarrolle la eficacia productiva. La primera opción -trabajar más- conlleva la aceptación de dedicar un mayor esfuerzo a las tareas y puede ser fruto, tanto de una imposición en condiciones de sometimiento a las decisiones de una clase dominante, como de una decisión comunitaria. En este último sentido, puede buscarse una producción extra en forma de bienes de acceso colectivo, que repercutan en una mejor calidad de vida, o en forma de edificios de uso común, cuyo disfrute se contemple como interesante. Sea como sea, trabajar más no conlleva automáticamente una división de tareas.

Tampoco implica una especialización del trabajo la mejora técnica de los instrumentos de trabajo. Puede deberse a mejoras surgidas en las propias prácticas sociales donde se emplean dichas herramientas, con una acumulación de experiencias que acaba propiciando el progreso tecnológico. Pero también puede ser fruto de una investigación especializada, encaminada directamente a aumentar la calidad y eficiencia de los medios técnicos. Una vez perfeccionada la tecnología, las opciones sociales pueden ser dos: mantener la misma fuerza de trabajo para aumentar el volumen global de las producciones o bien reducirlo para seguir con los mismos baremos de producción anteriores. La primera decisión suele ocurrir cuando quienes gestionan la producción están al servicio de un grupo social dominante explotador. Por contra, una situación donde primen las relaciones de reciprocidad, puede abrir, gracias a las mejoras técnicas, el camino a la reducción del tiempo de trabajo.

Finalmente, la división de tareas, es decir, la especialización del trabajo, abre también las puertas a una mejora en la eficiencia productiva. Así, puede resultar un mecanismo adecuado para mejorar la productividad, en la medida en que el aprendizaje, la experiencia y la práctica en la realización de un trabajo conlleven un mejor conocimiento de cada tarea, con la consecuencia de un incremento en la producción durante el mismo tiempo de trabajo o, en su caso, una producción similar reduciendo el tiempo dedicado a ella. Una vez más la división de tareas no implica necesariamente la presencia de relaciones de explotación, de manera que una mejor organización de los trabajos especializados puede llevar a una disminución de las jornadas laborales. La clave para que la división de tareas no implique explotación entre especialistas pasa por un conocimiento social pertinente de las condiciones de trabajo en todas las tareas y por una compensación adecuada a la totalidad de hombres y mujeres que participan en las diversas tareas. En este último sentido, no olvidemos que la especie humana, por su propia naturaleza, ya involucra una división de tareas, puesto que la reproducción biológica, la producción de cuerpos, es un trabajo en el que sólo pueden participar las mujeres, de manera que, para evitar la explotación en base a esta división de tareas universal, toda sociedad debe involucrar mecanismos de compensación del trabajo y del coste que supone a las mujeres esta labor.

En conclusión, frente a la ecuación especialización del trabajo=explotación, defendemos que resulta posible una mejora de las condiciones de trabajo sobre la base de la división de tareas. Al mismo tiempo, en cualquier sociedad se necesita crear mecanismos de compensación para quienes realizan diferentes trabajos, empezando por las propias de la diferencia sexual entre mujeres y hombres.
 

La definición de la ciudad

Definir la ciudad sin contemplar la presencia de un poder coercitivo centralizado ni de una clase dominante explotadora pasa por tener en cuenta otros rasgos. Muchos de ellos han sido abordados al tratar de definir la ciudad desde diversas posiciones en el marco de las ciencias sociales, pero hemos desarrollado una propuesta que pretende que dichas características definitorias sean viables para cualquier sociedad de cualquier momento histórico (o prehistórico):

Una ciudad es una comunidad de asentamiento, es decir, un espacio social donde un colectivo humano reside, se organiza y se reproduce socialmente. Como toda comunidad humana contará con sus propias pautas de organización, con su propia política, puesto que quienes participan de la vida de la ciudad forman parte de un colectivo.

Una ciudad es una comunidad de asentamiento base, donde se ubican diversos grupos domésticos que realizan las actividades de cuidado y atenciones básicas para las mujeres y los hombres. La concurrencia y recurrencia de estos grupos domésticos otorga a las ciudades este carácter de asentamiento base. Así pues, quedan descartados como ciudades aquellos enclaves de carácter especializado donde se realizan tareas determinadas, pero donde no se ubican grupos domésticos. No podemos considerar ciudades los asentamientos político-ideológicos especializados, como pueden ser emplazamientos de vigilancia territorial o campamentos militares, lugares de carácter religioso (santuarios o templos), aquellos poblados donde se instalan grupos aislados no domésticos (monasterios, etc) o aquellos enclaves donde residen grupos de una clase dominante, tales como oikos, palacios o castillos. Tampoco serían ciudades aquellos lugares de actividad económica especializada (minas, talleres o cazaderos).

Una ciudad es una comunidad de asentamiento base sedentario, permanente, que no depende de desplazamientos estacionales, temporales o cíclicos del lugar de emplazamiento. Se trata de un asentamiento con una estructuración estable del espacio social, con una arquitectura de carácter permanente, realizada con medios técnicos adecuados para esta perdurabilidad. Las edificaciones destinadas a unidades domésticas o a lugares singulares de carácter político-ideológico, junto con la estructuración de espacios comunitarios de acceso colectivo (espacios de circulación, espacios de reunión) configuran el entramado urbano propio de las ciudades.

Una ciudad es una comunidad de asentamiento base sedentario que no produce todos los alimentos que necesita, de manera que siempre precisa de un "espacio rural", en el que se producen aquellos suministros alimentarios que abastecen a quienes residen en la ciudad. Esta es la clave de la especialización del trabajo que se liga indisolublemente a la vida urbana. En la comunidad de la ciudad se realizan preferentemente actividades que no se orientan a la producción inicial de alimentos, sino, en todo caso, a su procesado final, así como otras actividades económicas especializadas y, adicionalmente, tareas de carácter político e ideológico. La dedicación especializada a estas tareas supone que la población de la ciudad debe depender para su alimentación de la producción rural. Además, la producción alimentaria rural se ve favorecida por la dispersión en un territorio amplio, adecuado para el aprovechamiento de los recursos naturales, botánicos y faunísticos en los que se basa la obtención de alimentos.

Una ciudad es una comunidad de asentamiento base sedentario de mayor tamaño que el resto de los asentamientos de su propia sociedad. Es decir, la ciudad, como parte de un entramado de asentamientos de una sociedad, representa la forma de mayor tamaño, mayor siempre que otros asentamientos. Este rasgo de las ciudades está ligado a la propia necesidad de otros asentamientos y, particularmente, de aquéllos de carácter rural, encaminados a la obtención inicial de alimentos, de dispersarse por el territorio para acceder de forma directa al aprovechamiento de la tierra, el agua, los bosques o la fauna de los que proceden las especies animales y vegetales usadas como materia base para la alimentación. Aunque pueda afirmarse que cualquier ciudad  presenta mayor tamaño que los asentamientos rurales, no puede proponerse un tamaño determinado para acertar a distinguir entre ciudad y no ciudad, puesto que ello dependerá de las condiciones materiales de la vida social en cada caso.

Una ciudad es una comunidad de asentamiento base sedentario que se caracteriza por la ubicación de lugares de encuentro, de espacios sociales singulares de carácter político y/o ideológico, donde se realizan prácticas sociales que involucran a otras comunidades, fundamentalmente a las comunidades no urbanas de su territorio. Estos lugares de encuentro pueden vincularse a diversas actividades, desde la política de toma de decisiones, a la realización de actos ceremoniales, incluyendo espacios destinados al ocio,  la facilitación de la comunicación y la transmisión de la información. En sociedades sometidas a un poder coercitivo centralizado, los lugares de encuentro tienden a estar controlados por las instituciones del poder, pero incluso en ellos caben espacios de encuentro ajenos a su alcance, donde se abren las posibilidades de actuación social al margen de los grupos dominantes. Las "calles", como espacios de circulación y de encuentro, constituyen el paradigma de los espacios urbanos.

Sobre la base de las características indicadas, resulta posible plantearse el conocimiento de las ciudades en el pasado y en el presente (y también en el futuro), sin contemplar en ellas la presencia de un poder político jerárquico y centralizado ni la existencia de una clase dominante.
 

Ciudades sin explotación ni estado: un caso de hace 5.000 años .

La investigación arqueológica de la prehistoria de la humanidad, de las sociedades ágrafas anteriores o coetáneas a sociedades que ya cuentan con registros escritos, supone hacer frente a un ingente número de casos completamente desconocidos. Y no tenemos por qué prejuzgar que las sociedades prehistóricas deben funcionar igual que aquellas sociedades que se conocen a través de las fuentes escritas o que han sido objeto de las investigaciones etnográficas de los últimos siglos. Lograr el conocimiento de sociedades prehistóricas, que mantuvieron "otras" prácticas sociales y que desarrollaron formas de relaciones "diferentes", sólo resulta posible a través de la arqueología. En este sentido, podemos aportar información sobre sociedades que muestran pautas sociales que no "encajan" dentro de los estereotipos de la evolución social, de los prejuicios de una visión histórica que supone que ya sabemos porque "las cosas siempre han sido así" o de la presunción de que la medida del poder coercitivo y su capacidad de hacerse regulador universal ha sido significativa en cualquier comunidad humana. Quizás es mejor ilustrar lo que venimos apuntando con una de esas "situaciones sorprendentes".

Se trata de un caso de la prehistoria del área mediterránea ibérica, donde los avances de la investigación han permitido construir una hipótesis en la que se ponen en relación unas condiciones de producción con especialización del trabajo, asentamientos que muestran características que podrían ajustarse a la definición de las ciudades y comunidades con rasgos muy heterogéneos, donde las redes de relación "acéntricas" sugieren una realidad ajena al estado.

No estamos refiriendo a las comunidades que ocuparon el área del Sudeste ibérico, en un horizonte temporal de hace unos 5000 años, entre c. 3000-2200 antes de nuestra era. Se trata de la tradicional "Edad del Cobre" en las actuales provincias de Almería, sur de Murcia, noreste de Granada y sur de Alicante, que también recibe el nombre de "Calcolítico", "Cultura de Los Millares" u "Horizonte Millares".  Fue definida originariamente a partir de las excavaciones de los hermanos Siret en la necrópolis del yacimiento epónimo (Los Millares en Santa Fe de Mondújar, Almería) y en los asentamientos de Campos y Almizaraque, ambos también en Almería.

La adscripción de los materiales arqueológicos, producto de nuevas excavaciones, al Horizonte de Los Millares ha respondido a los criterios de una norma más o menos consensuada, aunque pocas veces explícitamente formulada, y en todo caso difícilmente aceptable como patrón de homogeneidad, dada la carencia de apoyo empírico para muchas afirmaciones (21). Las características más significativas asociadas a este mundo darían cuenta de varios aspectos.

-Los asentamientos típicos estarían situados en lugares con condiciones naturales de defensa (espolones, cerros amesetados...), habitualmente sobre cauces de ramblas y provistos de murallas con bastiones. Aunque esta característica se extiende a todos los poblados, hoy sabemos que la gran mayoría de los mismos están situados en zonas llanas y sin ningún tipo de recinto defensivo.

-Las necrópolis estarían ubicadas al exterior del asentamiento y compuestas por tumbas colectivas de tipo tholoi,sepulcros con "falsa cúpula" y corredor de acceso a la cámara funeraria. Se supone, a menudo, que los sepulcros de tipo tholoi constituirían un signo de identidad clave frente a los enterramientos de techumbre plana y ortostatos de la tradición megalítica o a otras formas de enterramiento, como las cuevas funerarias o las tumbas individualizadas. Sin embargo, todas estas sepulturas coexisten en la región del Sudeste ibérico y resulta dificil establecer territorios demarcados o negar la asociación a las mismas comunidades.

-Las unidades domésticas están caracterizadas como cabañas de planta circular u oval, con zócalos de piedra y con alzado de barro y entramado vegetal. No se ha planteado, más allá de la especulación, la configuración de los grupos domésticos o su integración en las comunidades.

-La producción de alimentos estaba basada fundamentalmente en la agricultura, con la ganadería y la caza-recolección como actividades complementarias. No acaba de ser definida la o las modalidades y regímenes de cultivo practicados, estando las hipótesis divididas entre el regadío o el secano. En cualquier caso, se tiende a asumir una oposición entre grupos agrícolas/poblados fortificados y grupos constructores de sepulcros megalíticos, considerados fundamentalmente ganaderos.

-Productos característicos del Horizonte Millares son los inventarios cerámicos en que predominan las "formas abiertas" lisas (cuencos, escudillas, fuentes), pero también los recipientes con decoraciones incisas llamadas "simbólicas" (ojos-soles), las pintadas y las del estilo "campaniforme" en los momentos finales. Así mismo,  los denominados  "ídolos calcolíticos" constituyen otro de los objetos emblemáticos de este horizonte y que cuentan además con una amplia representación tanto en poblados como en necrópolis (16).

-La producción de utillaje y de ornamentos incluye actividades metalúrgicas, que se traducen en la producción de ciertos objetos (punzones, leznas, sierras, hachas, cuchillos, brazaletes, pendientes y anillos). Aunque el papel de la metalurgia se sobredimensionó en la época de mayor vigencia de las interpretaciones coloniales, en la actualidad se le atribuye un carácter secundario. Además, la producción de implementos también involucra una industria lítica en la que destaca la gran variedad de puntas de flecha de talla bifacial (de base cóncava, de aletas y pedúnculo, triangulares). Igualmente se usaron en la producción de ornamentos materiales de origen ajeno al territorio, de materiales "exóticos" (cáscara de huevo de avestruz, marfil, ámbar, cuentas de piedras semi-preciosas), fruto de contactos a larga distancia.

Durante mucho tiempo, el origen y desarrollo de la Cultura de Los Millares se explicaba tomando como punto de partida la llegada de prospectores metalúrgicos del Mediterráneo oriental, atraídos por la riqueza minera de la región, los cuales se asentaron en "colonias" o "factorías", como el propio establecimiento de Los Millares. Tras la "revolución del radiocarbono" (25), esta interpretación ha ido perdiendo fuerza paulatinamente y se ha impuesto una perspectiva en la que se prioriza la complejidad organizativa y la presencia de objetos alóctonos o con procesos técnicos complicados para argumentar la existencia de jerarquización social (9).

No obstante, a pesar del abandono del modelo colonial, las redes de relaciones intercomunitarias entre regiones, a veces alejadas, carecen  de una explicación concluyente. La reciente defensa de que existe un foco estatal, que ya no es oriental sino occidental, y que crea un sistema de circulación de productos involucrando a las comunidades del Sur de la Península Ibérica (22), recupera en cierta medida la vieja hipótesis colonial, apoyándose en la atribución de un valor social elevado a ciertos materiales (metal por ejemplo). De todos modos,  la citada hipótesis no da cuenta del "acentrismo" de las redes relacionales ni de la falta de evidencias de explotación, al menos entre grupos domésticos.

La discusión de las interpretaciones que atienden a la emergencia de núcleos con apariencia urbana como argumento clave para plantear la existencia de una sociedad centralizada, con estratificación social y relaciones de explotación y, en última instancia, con Estado, parte precisamente de esta última clave. La evidencia de asentamientos urbanos puede considerarse aceptable, si nos atenemos a la definición propuesta, pero de ella no deriva la existencia de relaciones de explotación, que es preciso argumentar y demostrar al margen de la forma de estructuración del espacio social. Si como hemos indicado en otro lugar (6), la explotación puede encontrarse en sociedades muy diversas y bajo formas que pueden pasar desapercibidas y, a su vez, la especialización de tareas o la existencia de ciudades no tiene que conllevar ni estado ni explotación, también para el Horizonte Millares será necesario aportar pruebas empíricas independientes sobre cada uno de estos aspectos para concluir que todos ellos se dan conjuntamente. La investigación actual está centrada en dicha problemática y nuestra postura mantiene que no existen evidencias de explotación (8) pero sí puede hablarse de ciudades.
 

¿Son ciudades ciertos poblados fortificados del Horizonte de Los Millares?

Recientes investigaciones han demostrado que la gran mayoría de asentamientos del Horizonte de Los Millares peninsular se ubicaron en lugares cercanos a tierras potencialmente cultivables (8; 17). Sin embargo, cabe destacar que los yacimientos de mayor envergadura, tal como por propio asentamiento de Los Millares (figura 1.1), no muestran una preferencia especial por las áreas de mayor potencial ecológico para la explotación agrícola (8). Cabe la posibilidad de que algunos de los asentamientos mayores dependieran en cuanto a su abastecimiento alimentario, de las comunidades dispersas, a cambio de algunos productos artefactuales, a pesar de la accesibilidad de gran parte de las materias de base para el procesado artesanal. Precisamente la concentración de medios de producción en lugares definidos constituye una característica destacada de las comunidades del Sudeste y estos lugares están ubicados en cierto tipo de asentamientos (producción de puntas de flecha y metalúrgica en el Fortín 1 de Los Millares, Casa de las flechas de Campos, espacios de talla y producción de ídolos de Almizaraque). El volumen de producción realizado en estas áreas de trabajo supera la necesidad de una unidad doméstica autosuficiente y seguramente de la comunidad del asentamiento. No obstante, no se aprecia ninguna evidencia de disimetría en el consumo, puesto que están documentadas estructuras de almacenamiento que sugieren un uso comunal.

Si nos centramos en el denominado "poblado " de Los Millares y en las características empleadas para definir el concepto de ciudad, Los Millares parece cumplir con los requisitos. Se trata de una comunidad de asentamiento base sedentario, donde se realizan prácticas sociales que involucran a otras comunidades, fundamentalmente las comunidades no urbanas de su territorio, si atendemos a las necesarias relaciones para gestionar los intercambios intercomunitarios. Ya señalamos con anterioridad (8, p. 53-55) que no encontramos elementos concluyentes que permitan afirmar la existencia de relaciones de explotación. La heterogeneidad en la distribución de objetos sociales sólo parece hallarse en función del mayor o menor número de integrantes de los grupos productivos.

Parece que fue el tamaño del grupo lo que marcó la capacidad de construir una ciudad y tumbas más grandes, como ocurrió en la ciudad de Los Millares, así como la disponibilidad de la fuerza de trabajo constituyó el elemento clave para conseguir que una parte de sus miembros se dedicaran a actividades de manufactura desligadas de la producción de alimentos y a la búsqueda de materias de origen lejano. Dicha inversión fue colectiva, mediante la agregación de unidades domésticas que unieron esfuerzos en la construcción y mantenimiento de las obras colectivas, tales como los sistemas de fortificación. Como ha señalado Risch (26), la generalización de manufacturas en todos los asentamientos del Horizonte de Los Millares puede ser interpretada según un modelo de intercambio que implicaría cierto trasvase de alimentos desde los núcleos agrícolas de menor tamaño a los de mayor tamaño y un movimiento de productos artesanales en sentido contrario.

Figura 1
(1) Planta de la fase II del asentamiento de Los Millares
(2) Planta de la ciudad romana de Barcino
Fuente: Elaboración propia a partir de 2: fig. 2, 12 y 13 y a partir de 27

Por otra parte, en cuanto a la producción de cuerpos, trabajo específico de las mujeres, no contamos con elementos suficientes para poder plantear y defender o no una explotación sobre las mujeres. Esto se debe a la práctica ausencia de análisis antropológicos y que nos impiden hacer inferencias en relación a las condiciones materiales de la vida social y al trabajo y participación en la producción de las mujeres, y en comparación con los hombres. Es decir, en este caso concreto es muy dificil sexuar aspectos concretos del pasado de dicha población. Sin embargo, cabe destacar el papel crucial de las mujeres como suministradoras de cuerpos sexuados y  su no cancelación en el campo de la expresión simbólica, como lo demuestran algunas figuraciones femeninas plasmadas sobre diversos soportes ("ídolos").

Podemos, pues, concluir con la sugerencia de que Los Millares u otros núcleos similares pudieron haber sido asentamientos urbanos, con las características e implicaciones sociológicas de las ciudades que hemos resumido anteriormente. No cabe duda de que para la ciudades, "que ya sabemos" que eran ciudades, las características definitorias funcionan correctamente. Podemos ilustrar este ajuste con el caso de la Barcino romana, la colonia cuya fundación dio origen a la ciudad de Barcelona, núcleo a su vez de la actual "Area Metropolitana" (figura 1.2).
 

Las alternativas al Patrón de Asentamiento Urbano

La supresión de la especialización de la producción agrícola e industrial, de la diferencia entre el campo y la ciudad, fue una propuesta de la teoría social desarrollada en el siglo XIX, básicamente en las formulaciones de Fourier o de Owen. Y también se convirtió en una de las propuestas básicas para la construcción de la sociedad comunista, proyectando para ello la "combinación de la agricultura y de la industria" (20, p. 129). Para ello se concebía un modelo de asentamiento en el que la población se distribuiría de forma lo más homogénea posible por el territorio con el apoyo de un desarrollo adecuado de los medios de comunicación (14, p. 389). Se recoge con ello la idea de Fourier y Owen de diversificar al máximo las actividades de cada individuo como clave para recuperar el atractivo por el trabajo que la especialización había originado. En palabras de Engels (13, p. 291) se conseguiría recuperar la satisfacción por el trabajo ofreciendo a cada individuo el desarrollo pleno de sus capacidades en un marco de reducción  del tiempo de trabajo, posible gracias a la socialización de las fuerzas productivas y a la eliminación del despilfarro de productos.

La propuesta partía de considerar que las ciudades eran la causa del aislamiento y embrutecimiento milenarios en que estaba sumergida la población rural (14, p. 389), y de la esclavitud a sus oficios, a sus medios de producción, de la población urbana (13, p. 289). Por supuesto, en esa línea, no debemos obviar que las ciudades son un producto histórico y un instrumento de la vida social en el que se ven involucrados o concurren multitud de elementos de diverso orden que son los que matizan "los diferentes tipos" de ciudades. Cuando existen disimetrías sociales, la ciudad también se instrumentaliza en función de los intereses de la clase y sexo dominante, pero cuando prima la reciprocidad se puede esperar una planificación urbana en beneficio de todos los sujetos pertenecientes a la comunidad.

En conclusión, creemos necesario acabar con una visión cerrada y finalista de la ciudad, de la ciudad como espacio de poder, de la ciudad como realidad sin futuro. La ciudades tienen futuro si se construye colectivamente y sin fragmentaciones que separen a los sujetos sociales, si las condiciones materiales objetivas permiten su construcción y si las voluntades se orientan adecuadamente en provecho de la totalidad de sujetos de la comunidad.Creemos que es posible resolver la especialización (la división de tareas) en beneficio de las comunidades humanas que habitan las ciudades, que es posible crear espacios sociales por y para las mujeres y los hombres que habitamos los barrios. Aún es posible un urbanismo unitario (11) y reclamar la recuperación de los espacios sociales para la vida cotidiana.
 

Bibliografia

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© Copyright Pedro V. Castro Martínez et al., 2003
© Copyright Scripta Nova, 2003

 

Ficha bibliográfica:
CASTRO, P. V. et al. ¿Qué es una ciudad? Aportaciones para su definición desde la Prehistoria. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(010). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(010).htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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