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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VII, núm. 146(141), 1 de agosto de 2003

INFORME A LA ACADEMIA SOBRE LA TRISTE HISTORIA DE LA PUÑETERA VIVIENDA 

Grupo Rizoma, siendo sus integrantes (en esta ocasión):

Victoria Gauna Mauri, arquitecta
Rafael Reinoso Bellido, Escuela Superior de Arquitectura, Universidad de Granada
José María Romero Martínez, Escuela Superior de Arquitectura, Universidad de Granada
Alfredo Rubio Díaz, Departamento de Geografía de la Universidad de Málaga
Eduardo Serrano Muñoz, arquitecto
Yolanda Tovar Ortiz, socióloga, Geoconyka S.L.

Informe a la Academia sobre la triste historia de la puñetera vivienda  (Resumen)

La vivienda obrera es inventada hace 150 años como instrumento de gobierno con finalidades ajenas a las de sus destinatarios. Sin embargo es la habitación (que tiene lugar tanto dentro como fuera de la vivienda, en el territorio urbano) el concepto clave desde el momento en que forma parte importante de la moderna biopolítica. A principios del siglo XX la vivienda se consolida como asunto prioritario del saber de arquitectos y otros profesionales: la respuesta a ciertas necesidades atribuidas a un supuesto ciudadano común, ocultando su origen y función como biodispositivo. Actualmente, aunque la centralidad estratégica del hecho urbano ha caducado por la irrupción del cibermundo, sus funciones se amplían en consonancia con la captura de todo devenir vital como recurso económico. El desvelamiento de este proceso conduce a cuestionar radicalmente nuestro estatuto y práctica profesional, pero a la vez muestra nuevas posibilidades a la acción creativa.

Palabras clave: vivienda, urbanismo, habitar, biodispositivo, arquitectos.

Report for the Academy about the sad history of bloody housing (Abstract)

Working class housing was invented 150 years ago as a government instrument with final targets that had nothing to do with their users. But it is inhabiting (something happening as much inside as outside of houses in urban territory) the key concept since it is an important part of modern bio-politics. Starting XX century housing becomes a prior question for architects and other professionals knowledge: the answer to some necessities out down on some common citizen, hiding its origin and function as a bio disposal. Nowadays, although strategic centrality of urban fact is out of date due to the arrival of cyberworld, its functions widen due to the capture of every living becoming as an economical resource. This process knowledge drives to question radically our statute and professional practice, but equally opens new possibilities for a creative action.

Key words: housing, urbanism, inhabiting, bio disposal, architects.

Advertencia (antes de encender los motores)   

Es este un discurso esquizofrénico. No es que seamos dos, somos muchos, pero el todos y el cada uno tiene dos voces: condenados a hacer uso de ambas si de verdad queremos algo más que hablar en nombre del Lenguaje. Tampoco es el decir de un sujeto enfermo ni situado fuera de la realidad; de hecho habitamos múltiples realidades.

En la Universidad nos dijeron que nuestro modo de estar en el mundo iba a consistir en desarrollar y aplicar conocimientos cuya adquisición exigía una formación larga y especializada; que esto nos distinguiría de los demás pero que no era privilegio, sino deber hacia ellos. Y efectivamente hoy trabajamos con rigor científico en eso en lo que somos expertos, por ejemplo procurando que los edificios no se caigan, que las distribuciones de los espacios sean útiles, que incluso haya cosas hermosas. Pero también empezamos a comprender que somos delegados de un poder de dominación invisible...

Dos relatos: uno desde el interior de nuestra disciplina y otro desde el exterior; éste último explorando los vínculos de nuestro saber con el poder que es ajeno. Retazos de la historia de la construcción de la vivienda moderna e historia paralela de nuestra construcción como profesionales.

Dos versiones enredadas, con la esperanza de que el chispazo del pensamiento se produzca entre ambas. Todo para descubrir nuestra propia potencia como habitantes de este tiempo, para de verdad ser aquello que también se nos decía en la Universidad: inventores, pero ahora de nuestro propio tiempo.

Para empezar: sobre la palabra “vivienda”

La cuestión de la vivienda está de moda. Una situación paradójica, la sobreproducción que sigue alimentando un poder de compra que no desfallece y por otro lado el aumento del número de ciudadanos que no pueden conseguir un alojamiento adecuado, hace de esta palabra, "vivienda", un titular permanente en la prensa, especializada o no, un tema de preocupación y debate entre expertos (como es este mismo Coloquio), un tema de acusado protagonismo en los programas de los partidos políticos ante las próximas convocatorias electorales.

Sin embargo también es el momento en que dicha palabra deba ser cuestionada porque tal vez oculta más que muestra, bloqueando nuestro pensamiento. La cuestión del espacio de habitación hoy es idéntica a la del medio territorial urbano. La vivienda ya no es la casa, los vecinos no son (sólo) los de la casa de al lado, los entramados sociales no están localizados en sectores o barrios de la ciudad, la propia ciudad tampoco resulta fácil de definir salvo para aquellos que encuentran refugio en conceptos que sirvieron para definirla hace algunos años..., quizás no muchos.

Lo que sí es importante es lo disminuido que está el gran tema al que nos enfrentamos. Los profesionales que nos ocupamos de gestionar el buen orden y forma del espacio habitable nos debemos a la obligación de ser conscientes de que manejamos una mercancía delicada: trabajamos para la gente. Mucho antes que atender a la poética vocación artística de componer y ordenar armoniosamente, a modelar los espacios de los hombres y sus cosas, debería considerarse la no menos poética “misión” de facilitar y felicitar sus vidas.

El proyecto del territorio entendido como un asunto de la comunidad ha tenido connotaciones y respuestas distintas antes y ahora. Según qué tiempo, además, estas cosas competían a unos técnicos o a otros. A los arquitectos les llega el turno en el siglo XX, con el aval que les otorga el contexto histórico de ciertas operaciones de gran trascendencia en Europa y en Estados Unidos. En este caso, los arquitectos llevaron pronto la preocupación social a donde mejor les competía, a la ciudad y a la vivienda económica (en el mejor de los casos con una destacada componente urbana).

Hoy en día aquel compromiso, solventado sólo en parte el acceso a una vivienda digna, es asumido por poquísimos arquitectos desde posiciones que no tengan que ver con los aspectos estrictamente formales –el movimiento, la libertad, la flexibilidad, la creación de dispositivos-. Aunque siempre ha sido difícil evidenciarlo, hoy, igual que siempre, la cuestión debe sus aciertos y desaciertos al proyecto de lo colectivo, de nuestro patrimonio común,... o simplemente de “lo nuestro”.

En caso de albergar alguna actitud crítica, la cuestión ahora, como siempre, pasa por hacerse ciertas preguntas una y otra vez: ¿qué necesitamos?, ¿desde que premisas construimos nuestro espacio habitable?, ¿hacia donde nos lleva el debate sobre lo difuso o lo concentrado, lo sostenible o insostenible?... Debemos reconocer que las cuestiones no son simples, y que, aunque las responsabilidades estén bastante repartidas, desde la disciplina de la arquitectura se pueden hacer muchas cosas, que es casi tanto como reconocer que, por culpa de una inercia profesional técnico-artística de formación incompleta y elitista, hemos perdido el papel hegemónico sobre las decisiones urbanas que nos entregó todo el siglo XX. Pero esto no es un desastre, ningún problema de la naturaleza del que estamos tratando se puede solucionar mediante actuaciones concretas o miradas parciales de técnicos, arquitectos en este caso. Hay mucho trabajo que realizar de manera simultánea que compete a otras responsabilidades, como la de los gestores, los educadores, los sociólogos o los economistas, por citar a unos pocos.

Ello nos conduce a un segundo cuestionamiento de la palabra vivienda, pues es evidente que para los que sigue siendo objeto preferente del quehacer profesional hay interpretaciones divergentes según la consideren en su práctica habitual como una mercancía como cualquier otra o algo más que eso; o quizás aún, otra cosa por completo diferente.

De la anterior constatación, más o menos compartida de un modo consciente por muchos ciudadanos corrientes, se deduce que la vivienda es un refugio. Pero ahora, a diferencia de lo que ocurría hace 150 ó 200 años, la vivienda, cobijo por excelencia del hogar, ya no es lo opuesto al espacio público sino reducto frente a lo ajeno.

Algo ha cambiado en este arco temporal, y no sólo en lo referente a los amplios estratos de población que ahora comparten esta percepción, aunque la vivienda siga sintiéndose como "refugio". Hemos cambiado todos; entonces tal vez sea oportuno preguntarse ¿Quién es el habitante hoy?, ¿Responde la vivienda a las necesidades actuales de este habitante?

De cuando las cosas fueron inventadas

Los que pueden decidir su modo de habitar.

Muy pronto (siglo XVIII), cuando todavía falta mucho para que podamos reconocer la vivienda tal como nosotros la entendemos hoy, un vector aparece con la fuerza suficiente como para que mantengamos una duda permanente sobre la coincidencia entre el habitar y la vivienda. En las clases adineradas aparece una pulsión creciente por huir de la ciudad y de la corte, tendencia que es consustancial con el mismo romanticismo. Para los elegantes los lugares de residencia se multiplican, sobre todo para los más pudientes, conformándose paulatinamente una auténtica red de estaciones de invierno, balnearios, hoteles, segundas y enésimas residencias, etc.

Algo parecido sucede con las nacientes clases medias: su “invento residencial” en Inglaterra es el cottage, casa situada en un medio rural, no sujeta a los convencionalismos sociales y estilísticos de las casas urbanas. A pesar de que surgiera de un rechazo a la ciudad, son de las primeras expresiones de un modo de vida urbano, entendiendo por tal el propio del capitalismo maduro, que niega a la vez al campo y a la ciudad histórica; igualmente es característica en el cottage una proliferación de las soluciones funcionales, sin ajustarse a esquemas preconcebidos.

Es entonces cuando se inventa el turismo; pero también los clubes, pasajes y galerías comerciales que conforman este tipo de redes donde circulan y se intercambian los capitales económicos y sociales. Espacio público y espacio privado, sociabilidad e intimidad, movimiento y recogimiento son manifestaciones de un mismo territorio moderno, el territorio urbano.

La habitación que se da a los pobres.

Pero mucho más ruidosa y visible que esta creciente agitación de los ciudadanos solventes es el nomadeo de grandes masas de pobres, emigrantes, huérfanos, gentes expulsadas de todas partes, en desordenada promiscuidad, marea siempre amenazante y vehículo de contagios, de enfermedades, revueltas, vagancia, vida licenciosa...; un peligro permanente, parejo a los gastos de todo tipo que importaba su represión y la caridad dispensada, así como el enorme despilfarro de tanta muerte prematura, de tantos brazos holgando o cerrilmente indisciplinados.

La burguesía más creativa comprende a mediados del siglo XIX que debe poner fin al vagabundeo y promiscuidad de las muchedumbres desarraigadas que el proceso capitalista estaba produciendo. Se trata de fijar y separar, para crear individuos, y de intermediar sus relaciones para crear sujetos apropiados a las necesidades productivas. El producto resultante será una nueva subjetividad, una sociedad y un territorio nuevos.

Tres frases de textos de la época dan una elemental idea de qué se trataba:

"La Sociedad tiene como fines la construcción en Mulhouse y su zona de casas obreras. Cada casa se construirá para una sola familia, sin comunicación” [Estatutos de la  Sociedad para la promoción de Mulhouse, en Guerrand 1989: 385].

"Supongan que no se establezca esta separación, nuestra obra estaría condenada. Desde las hamacas los niños verían a sus padres. El pudor no sería respetado." [Congreso de higiene pública de Bruselas (1861), en Guerrand 1998: 45].

 “... sin necesidad de la espada vuelca los vecinos hacia la mutua vigilancia.” [Agustín de Foronda, Cartas de la policía, Madrid 1801, en Saravia 1990: 21].

Estos fines se consiguen, respectivamente:

Alojando a los obreros en casas estrictamente dimensionadas para albergar lo que hoy se entiende como familia nuclear moderna: los padres y sus hijos; nada, pues, de otros parientes o conocidos.

El segundo mediante la distribución de la vivienda, convirtiendo el dormitorio de los padres “en el centro virtual, invisible para los hijos.” [Donzelot 1998: 44].

El tercer objetivo a través de un régimen de visibilidad preciso en el espacio del barrio para que el enclaustramiento de todas y cada una de las familias nucleares no sea violada con inconvenientes trasiegos entre viviendas (cosa que en absoluto era posible conseguir en los corralones y demás fórmulas residenciales previas para los humildes).

De este modo “[l]a familia popular se forja a partir de la proyección de cada uno de sus miembros sobre los demás en una relación circular de vigilancia frente a las tentaciones del exterior: el bar, la calle [...]. Aislada, en adelante se expone a que le vigilen sus desvíos.” [Donzelot 1998: 46]. 

La operación de separar y a la vez intermediar las relaciones se resuelve con el artificio funcionalista que ha dominado el centro de las preocupaciones de los arquitectos durante unos doscientos años: establecer una estricta correspondencia entre espacios y actividades y aún más entre habitación (viviendas) y habitantes (familias nucleares).

Qué y cómo debe conseguirse es el objeto de un saber, de un conjunto de conocimientos y prácticas que adquieren la suficiente consistencia como para poderse transmitir, aplicar y transformar por parte de agentes expertos diferentes y alejados en tiempo y espacio; agentes que se integran en instituciones. En nuestro caso no sabemos a qué institución pertenecían los asistente al congreso de Bruselas; pero lo importante es que eran personas claramente diferenciadas respecto los demás ciudadanos ¿Cómo se distinguen? En que son los depositarios de algún saber específico en torno a la vivienda. Se evidencia así una distribución primaria de sujetos: sujetos activos, los que saben (expertos, entre ellos los arquitectos); y los que son destinatarios de ese saber, sujetos pasivos que tienen prohibido practicarlo (presuntamente porque no saben construir viviendas, por ejemplo).

También podemos intentar preguntar, al modo aristotélico, qué sustancia constituye el material a formar y qué forma recibirá. Por partida doble: en cuanto a la habitación estas cuestiones competen a los profesionales de la arquitectura; más interesante puede ser indagar sobre los habitantes (por cuanto este saber no es objeto de enseñanza en ninguna Escuela de Arquitectura o similar): el material es esa masa de humanos premodernos que han sido despojados de sus medios, de sus habilidades, de sus patrimonios; la forma es la que caracteriza al ciudadano moderno perteneciente a la clase trabajadora. En definitiva, contribuir a la producción de hombres, lo cual incluye también un tipo característico de subjetividad.

La domesticidad de la vivienda obrera, no es algo ajeno o enfrentado al poder (según la relación entre espacio privado y espacio público tal como es entendida por la burguesía), sino un producto suyo; y con ella otras cosas son construidas:

1.      La familia que conocemos, la nuestra, la que pensamos de toda la vida; y el hogar, su nicho territorial, que lejos de ser el ámbito constituido conforme a sus nuevas necesidades modernas, es instrumento para forzar la conjugación de individuos que adquieren sus estatutos (padre, madre e hijos) en esa misma relación que se establece.

2.      La esfera doméstica mediante la escasez se convierte en una palanca, una aspiradora, una herramienta económica, formidable reguladora de las capacidades adquisitivas de la mayoría de la población e inagotable yacimiento de bienes secundarios transformables a su vez en mercancías.

3.      También nuestra noción de arraigo, tan cercana al concepto convencional de hogar, pertenencia a una comunidad (a un territorio) estable, surgido en el mismo momento en que enormes fuerzas destruyeron la Gemeinschaft (comunidad premoderna), haciendo de arraigo y desarraigo efectos opuestos pero dependientes de una única función energética de movilización.

4.      Muy pronto el domicilio llega a ser el principal de los registros de localización de los individuos, pieza maestra en el control de la población.

5.      En fin, la habitación se convierte en un mecanismo de inserción al hacerse una prolongación maquinal de la disciplina tempoespacial del trabajo en la fábrica. La transformación radical de los cronousos cotidianos y la esforzada previsión para hacer frente a la amenaza de lo extraordinario (enfermedad, paro, etc.) o de una vejez miserable, se logran mediante una autodisciplina que los individuos y con ellos sus familias, deben procurarse utilizando para ello los métodos que han hecho carne en la fábrica.

La autoconstrucción de los sujetos como territorios no se realiza a través de una simple imposición exterior, como en la época premoderna, sino a lo largo de un proceso en el que la interiorización y asimilación de los valores de la sociedad capitalista (lo cual supone su recreación), requiere el trabajo activo del mismo individuo, dando como producto una nueva habitualidad, una nueva naturaleza. 

El alojamiento obrero representa una línea evolutiva fundamental en la genealogía de lo que conocemos como vivienda moderna. Al margen de otras consideraciones, dos grandes diferencias lo separan de la residencia burguesa: una estricta correlación entre espacios disponibles y actividades; y en segundo lugar la vivienda obrera se da a sus ocupantes completa y cerrada, de-terminada y terminada en lo que respecta a sus componentes decisivos.

Los espacios preceden a sus usos y la vivienda precede a sus ocupantes. A partir de entonces se produce una evolución conjunta de los términos, a saber, medio físico previo e individuos alojados. Una firme separación se establece de entrada entre ambos de modo que es posible proyectar la vivienda sin conocer quiénes la habitarán; eso importa poco porque lo realmente decisivo es que la habitación es el espacio apropiado donde debe construirse literalmente al habitante. Y otra separación se establece entre dos sujetos: los arquitectos, de ahora en adelante con una nueva y masiva misión social, y los anónimos residentes.

La otra parte de la habitación para los pobres.

No obstante es en el dominio del espacio colectivo donde planificadores y políticos tuvieron desde inicios del XIX ocasión para inventar y desplegar una comprometida actividad con el nuevo sujeto moderno, ese citoyen, común denominador que se instala en la historia desde la Revolución Francesa.

Son probablemente los norteamericanos del XIX los primeros en enfrentarse a los problemas desde una posición muy diferente a la que podía permitirse la monárquica y burguesa Europa. Las utopías socialistas europeas no son tan utópicas en Estados Unidos donde encuentran abono en su propia tradición: comunidades libres, especialmente las religiosas donde fundan norma conceptos tales como la propiedad colectiva de los bienes, la ayuda mutua, los asentamientos focalizados alrededor de los edificios de la comunidad, la racionalización de los servicios y de los talleres para la producción, la eficacia administrativa, la preocupación por la educación, etc. El progresismo americano nace ligado a su propia tradición.

A principios del XIX se realizan estudios de cómo el ambiente influye en la patología de los individuos, que acaba cristalizando en los 40 de ese siglo con un movimiento a favor de los parques, especialmente representados en los conocidos proyectos que se realizarán en Boston y Nueva York. Son años que coinciden con las críticas a la esclavitud y que tanto en esto como en lo otro, tienen a uno de sus máximos protagonistas en una figura excepcional: Frederick Law Olmsted.

El punto culminante llegará con los sistemas de parques (Buffalo 1868, Boston 1879, etc.). En este caso los parques son una pieza de conexión de zonas y barrios, una nueva y superlativa relación, lo que por otra parte es una influencia de lo que en Europa se estaba haciendo desde las monarquías para ordenar sus viejos entramados urbanos, de los que son ejemplos Londres (Regent Street) y París (sistema de parques urbanos promovidos por Haussmann y diseñados por Adolphe Alphand). Sin embargo la profundidad de las operaciones americanas fue mucho más ambiciosa, se trataba de construir ciudad con “comunidad”, controlando de paso de manera civilizada el rápido crecimiento de las ciudades, construyendo superredes que se conformarían como lugares de encuentro de todos los grupos sociales.

Sea como un espacio continúo que se yuxtapone con el tejido urbano y las infraestructuras de comunicaciones (Boston) o bien como un conjunto discontinuo de islotes que salpican la ciudad densa (París) o también como anillos de naturaleza domésticada en torno a las grandes aglomeraciones (Viena), la lógica de la implantación territorial es la propia de la red.

Simultáneamente otras necesidades de los ciudadanos empiezan a ser consideradas, integrándose como elementos fundamentales en la naciente práctica urbanística y conformes con la misma lógica de la red: los equipamientos educativos, sanitarios, de beneficencia surgen para cubrir ese cúmulo de funciones que ahora la familia moderna es incapaz de asumir. En el mismo momento en que la familia nuclear se impone (y es impuesta como hemos visto) como institución social básica sobre las ruinas de la familia extensa y sobre ese magma informe de las masas urbanas desarraigadas se hace necesario un complemento territorial: las redes de equipamientos, zonas verdes y otros servicios. La vivienda obrera moderna, aislada, compacta, eficiente, etc. es sólo parte del sistema urbano territorial donde tiene lugar el habitar; la otra parte son esas redes extensas cuya lógica de implantación espacial es muy distinta a la alveolar de la vivienda.

Y en ambos casos vemos cómo responden a dos órdenes de necesidades de dispar procedencia: las relacionadas con los objetivos de la gubernamentalidad de las poblaciones en la era del capital y, por otro lado, las propias necesidades de esas mismas poblaciones, literalmente autoconstruidas en el devenir conjunto con ese espacio urbano cada vez mejor planeado desde el Estado y las instituciones benéficas de nuevo cuño que ahora surgen. La necesidad guía el comportamiento de los humildes (Bourdieu), ahora ya no masa sino pueblo. La vivienda o el urbanismo moderno no son respuestas a unas supuestas necesidades previas de la parte más desfavorecida de la población, como demuestra la intrahistoria de esa otra parte que acoge al habitar moderno, los equipamientos y en especial el aparato educativo.

La vivienda para el ciudadano común

El Estado parece actuar en nombre de una nueva fraternidad

Hablando en términos de dispositivos de poder una transformación decisiva, manifestada en dos hechos, tiene lugar entre ambos siglos:

1.  Agotamiento del sistema disciplinario de las ciudades obreras (ejemplo: Saltaire de Titus Salt, 1850); a veces dotadas con zonas verdes y abundantes equipamientos, pero donde sus habitantes estaban sometidos a unas normas de comportamiento y de disponibilidad del espacio construido muy rígidas, así como un severo control de las relaciones con el resto de la sociedad. El caso norteamericano más notable es el de Pullman (1885, ciudad para 8.000 habitantes promovido por G. Pullman, propietario de América Railway Union); pero esta magna actuación señala el final de un ciclo.

2. Aparición y generalización del biodispositivo urbano abierto, capaz de asegurar un gobierno de base estadística de grandes masas de población.  Gracias al ferrocarril en 1868 aparece en Estados Unidos el suburbio de Riverside, no como un complemento a la ciudad sino como un proyecto alternativo a ésta, la demostración de que el territorio urbano cancelaba la oposición campo-ciudad que durante siglos había fundamentado la operatividad de ambos conceptos. Bedford Park en Inglaterra (1877), suburbio ajardinado para clase media que también es posible gracias al ferrocarril.

Las primeras respuestas realmente novedosas e inventivas en lo que se refiere a la vivienda obrera propiamente dicha tardarán todavía varias décadas. En el fin de siglo, a la vez que E. Howard plantea con su Ciudad Jardín una afortunada síntesis capaz de satisfacer las inquietudes de amplios sectores sociales, R. Unwin y R. B. Parker, al mismo tiempo que los arquitectos del London County Council, aciertan con magníficos proyectos de viviendas.

Es el momento en que aparece, sin duda favorecido por este nuevo territorio en formación, el ciudadano común, ese sujeto promedio, representante fiel de las aspiraciones y virtudes de las clases medias en ascenso, por unos instantes considerados los auténticos habitantes de la modernidad, a la vez asalariados y propietarios, productores y consumidores, capaces de inclinar hacia sus intereses la política estatal gracias a la fuerza numérica de sus votos, alma de una administración pública que presume de solvencia técnica, eficacia y neutralidad.

Con estos avales se intenta dar solución a la precariedad y escasez de viviendas dignas. Para ello, se encajará el problema dentro de un marco de normas globales y estatales. Desde entonces esa legislación específica tendrá importantes implicaciones en la construcción del territorio. Se confiará al poder ejecutivo la responsabilidad social y el bienestar público.

El planeamiento, la construcción del territorio, del espacio habitable de aquellos momentos, tuvo una motivación profundamente social, a través esta vez de las soluciones buscadas al problema de la vivienda, que encontró un encaje político adecuado en el contexto norteamericano de Roosevelt y en Europa en los gobiernos municipales socialdemócratas de la etapa de entreguerras. Las propuestas de barrios modestos tienen su base en viviendas económicas con unos estándares aceptables construidos sobre un mínimo admisible de metros cuadrados. En Estados Unidos serán los Greenbelt los que protagonizarían una deslumbrante pero cortísima etapa, mientras en Europa Siedlungen, Hoffes, manzanas holandesas,... que confrontado poco después con los CIAM, pondrán en claro la preocupación de los gobiernos de países y ciudades para resolver el problema más importante del momento.

Captura de los nuevos inventos

Pero este tiempo no durará: de un modo casi insensible el espacio público común, abierto a todos, es abandonado en favor del espacio privado para el ciudadano común. El Estado, cumplida su misión, se retira discretamente y deja paso a la rivalidad de la libre competencia del mercado.

Tanto en Europa como en América se hicieron cosas interesantes, pero los modelos no constituyeron nunca la norma. Los barrios modestos europeos y americanos, en general y fuera de esas conocidas excepciones, tuvieron un diseño deficiente, una mala construcción, un nulo mantenimiento de las zonas públicas y gran cantidad de espacios difíciles de defender, con suciedad y poco comercio, con mucho paro y aburrimiento que propiciaban actos vandálicos que deterioraron aun más el espacio, aumentando los problemas sociales. Sus características responden a las normativas pero hoy son en muchos casos un desierto funcional a pesar de sus equipamientos.

Los grandes parques americanos pronto se desprendieron del espíritu de sus creadores, para convertirse, bien en una estrategia inmobiliaria de prestigio sólo accesible a las clases más solventes, o bien, debido a la gran dimensión de estas piezas, para segregar sectores enteros de la ciudad (como en Chicago para separar el South Side de Hide Park).

Los enormes suburbios londinenses construidos entre ambas guerras también fueron posibles gracias al ferrocarril; pero para muchas familias la experiencia fue especialmente negativa, volviendo parte de ellos a la capital congestionada por diversos motivos: altos costes de transporte, escasez y carestía de comercio local y demás servicios, grandes dificultades para relacionarse socialmente. Así, es comprensible el desencanto de uno de los héroes de la vivienda de calidad para las clases modestas, Raymond Unwin, quien a pesar de su prestigio y la fuerza de su alto cargo oficial no pudo evitar la proliferación de una actividad urbanizadora masiva confiada a promotoras privadas, reducida casi exclusivamente a la residencia de baja densidad, y en general de mediocre calidad.

Sin embargo la tendencia era imparable. La difusión del automóvil proporciona a las familias una velocidad y alcance de desplazamiento parecida a la del ferrocarril, pero con una disponibilidad y flexibilidad incomparablemente mayores. Desde entonces la vivienda para el ciudadano común debe acomodar la fantástica prótesis que multiplica por veinte la velocidad y el radio de acción del peatón.

El sistema automóvil tiene unos grandes efectos sobre el habitar. Como ha mostrado Ivan Illich por encima de ciertas velocidades el sistema automovilista, aparente instrumento de democratización del transporte mecánico, produce graves efectos de desigualdad social [Illich 1985: 21] (es notorio que hoy sucede lo mismo en el caso de Internet). Por presión del automóvil la ciudad estalla definitivamente haciendo que todos esos equipamientos y servicios que componían junto a la vivienda el soporte del habitar del hombre común se pongan fuera del alcance del caminante; mientras que los transportes públicos sólo en ciudades muy afortunadas resuelven ese problema. La estratificación social inducida en el urbanismo automovilista se corresponde fielmente con los diferentes niveles de ingresos; pero eso a su vez se traduce en una estratificación de umbrales de acceso a las oportunidades de escolarización, formación profesional, socialización o espacios de alta calidad ambiental, etc. Evidentemente esto condiciona fuertemente los procesos de subjetivación, que resultan muy diferentes según sea el estrato en donde se "habite".

Es en esos años de entreguerras cuando queda fijada la fórmula de la habitación para ese ciudadano común, casi identificado con el hombre moderno por antonomasia, cuando queda establecido el referente actual de la palabra "vivienda", confirmada esta larga permanencia por la gran estabilidad de los esquemas distributivos principales que aprenden y sobre todo practican los arquitectos. 

Éxito, pero sólo en la fachada.

Tras la II Guerra Mundial se inicia una época de prosperidad general proporcionando  bienestar material a la mayoría de la población. La definitiva consolidación de las clases medias augura de superación de las desigualdades sociales y justamente es en el momento en que parece triunfar definitivamente la fórmula universal de la vivienda cuando surge la advertencia de Heidegger: la producción sistemática, industrializada y masiva de alojamiento será capaz de satisfacer las necesidades de vivienda de una gran mayoría de la población, pero falla en algo muy grave: "Porque construir no es sólo medio y camino para el habitar, el construir es en sí mismo ya el habitar" [Heidegger 1994: 128]; advirtiendo sobre la complejidad y sutileza del texto del filósofo alemán, tal vez su aviso pueda sintetizarse así: la vivienda que se da en su forma típica como cosa cerrada no es el lugar propicio para el habitar humano.

No nos faltan ejemplos para comprobar la catástrofe a que conduce la aplicación de un saber tecnocrático que de antemano pretende conocer qué necesita la gente, qué ciudad y qué viviendas son las apropiadas.

Muchas veces, más a menudo de lo que hubiese sido deseable, incluso en la actualidad, la labor urbanística de las ciudades, basada en una higiene formal, acaba por barrer sectores enteros de la trama urbana que esconden tejidos sociales largamente elaborados. Se producen sustituciones masivas de piezas urbanas con el consiguiente realojo de sus habitantes que, también en demasiadas ocasiones, esconden operaciones de especulación inmobiliaria en zonas centrales de la ciudad, cuyo esfuerzo municipal no se pone al servicio de sus habitantes históricos sino al de otros más solventes y hambrientos de conquistar, y comprar, plusvalías de posición.

Los habitantes históricos de esas zonas acaban en barrios periféricos, donde aparece una problemática paralela a la de la inmigración. Se ha roto esa trama de intereses interdependientes que no necesitaban de un espacio arquitectónicamente normalizado, ya que sus valores dependen de cuestiones como la ayuda mutua, la cercanía a sus puestos de trabajo, y de una mayor cantidad de prestaciones municipales a las que pueden acceder, etc.

Fuera, en la periferia lejana, aparte de disponer de una vivienda que ni siquiera satisface sus necesidades concretas, su pobreza relativa (que era sobre todo “formal” en su anterior estado), se ensancha con connotaciones más lastimosas, que entroncan directamente con los problemas de la inmigración anteriormente estudiados y con los que convivirán espacialmente. Como comprobó J. Turner en sus trabajos en Sudamérica en los 60 y 70, la gente prefiere los tugurios a las viviendas confortables según normas profesionales [Robert 1999: 29].

Las relaciones sociales son como un jardín. Necesitan tiempo para crecer y manifestarse igual que las plantas. Los proyectos de vivienda económica pocas veces parecen contemplar seriamente esta opción. Además de eso hay que reconocer que en las ciudades actuales, cada vez es más complicado establecer esas redes sociales. Cada vez hay menos lugares aptos para este jardín social. La mudanza y la desubicación de sus habitantes es constante, es difícil que alguien viva en un mismo sitio más de diez años. Sin embargo siguen existiendo esas redes, lo que nos empuja a pensar que hay que repensar el concepto jardín social desde sistemas de intereses colectivos que van mucho más allá que el primitivo barrio, repensar lo que hay bajo el concepto “vivienda” o “barrio”, como algo más propio de aplicarse hoy a escalas territoriales.

En vez de hablar de jardines sociales deberíamos hablar de parques o sistemas de parques sociales. Eso quiere decir que estamos en una situación diferente, pues siendo muy difícil crearlos, cuando ya existen más difícil todavía es destruirlos. Aquellos territorios que han conseguido construir sus entramados sociales, por ejemplo ciudades con una sociedad civil importante, son verdaderamente los mas potentes, los mas organizados y los que mejor calidad de vida podrán construir; y sólo ésos podrán asimilar las nuevas tecnologías con una fortísima incidencia en la interrelación social. [Manzini 1996: 81].

Las operaciones de regeneración de barrios y sectores deteriorados invirtiendo en una edificación moderna y adaptada a las supuestas ventajas de una vivienda correcta según parámetros oficiales o profesionales, con el objetivo claro de fijar a una población sin destruir su entramado social, al mismo tiempo que el de mantener la imagen de un sector histórico de la ciudad, a menudo no consigue los resultados que los objetivos iniciales se habían marcado (por ejemplo: Trinidad-Perchel en Málaga).Lo que resulta de operaciones tan ambiciosas, tan modélicas y tan costosas, no se parece mucho a lo esperado: ni se ha conseguido fijar a la población consolidando su entramado social, ni el barrio es reconocible si no es por alguna pieza histórica que ha conseguido resistir los despropósitos resolutivos (el día a día) de los gestores de la “rehabilitación”; porque la rehabilitación lo da (otra vez) todo hecho y clausurado. Siendo el dinero público escaso, y siendo consciente de lo complicado que resulta gestionarlo correctamente, no parece que gastándolo sólo en nueva edificación (de características oficiales) o en una política compulsiva de subsidiación de la vivienda (igualmente de características oficiales) se pueda conseguir todo.

Como una práctica habitual ya desde el siglo XIX, las operaciones de rehabilitación de partes del tejido urbano consideradas como insalubres, enfermas, o degeneradas, nos proporcionan abundantes enseñanzas; hasta hoy mismo, ignoradas por casi la totalidad de los políticos y técnicos que tienen responsabilidades en este asunto. Sin embargo el misterio de tan pertinaz ceguera en gran parte desaparece cuando se consideran las funciones del biodispositivo habitación que fue ultimado con ocasión de la promoción del las primeras viviendas obreras.

Comienza una nueva partida

La pérdida de la centralidad estratégica de la vivienda.

La apertura del ciberterritorio supone un acontecimiento de la mayor importancia. Tal vez su impacto sea mayor que el que en el territorio urbano supuso en su momento la introducción de la movilidad automovilista. Creemos que ya es constatable la pérdida del carácter estratégico del medio urbano en favor del cibermundo.

Ocurre como decíamos al principio en relación con la aristocracia inglesa de principios del siglo XIX, sobre la relativa importancia del asunto vivienda. Ahora esto afecta a un abanico social mucho más extenso. La movilidad de las antiguas clases superiores les permitía distribuir su habitar a lo largo de un territorio-red respecto del cual su vivienda-hogar (o su primera residencia) es sólo uno más de los nodos de esa red. Así mismo, algo que no ha dejado de suceder, el grado de vinculación de los espacios habitables con las actividades que ahí pueden desarrollarse es mucho más laxo que en las viviendas para las clases modestas, tal como se puede demostrar analizando las distribuciones de las viviendas destinadas a los diversos estamentos sociales. Consecuencia: el biodispositivo clásico habitación ve disminuida su importancia estratégica en el conjunto de instrumentos de regulación de las sociedades tardocapitalistas y a la vez la vivienda ve disminuida su importancia en el biodispositivo habitación.

Ahora es posible hacer un repaso a las funciones originarias y proponer hipótesis sobre su adaptación a las circunstancias actuales; e incluso registrar la aparición de una nueva función que al final se comentará brevemente.

Conseguir una materia social que admita cualquier conformación

Hoy lo importante no es tanto construir familias sino, en un sentido más radical, prefabricar agrupaciones sociales de todo tipo, y no sólo unidades familiares estándar. Para ello, como lo ha sido siempre, el primer paso es producir individuos; la novedad es que ese estadio del individuo desnudo ya no es sólo una fase transitoria hacia su investidura como sujeto (ama de casa madre de familia, padre trabajador, menor en curso de formación,...) que aunque no sea fijo, varía lentamente; la rapidez de los cambios conduce a que pierda su condición de sujeto una y otra vez, volviendo a ser individuo puro y simple, siempre disponible para futuros roles.

Esa individualización tiene ya una manifestación ligada a la habitación cuando las redes de infraestructuras urbanas colonizan desde mediados del siglo XIX el ámbito doméstico, borrando la distinción entre público y privado, haciendo de cada individuo un nodo de conmutación (así por ejemplo en el caso del suministro y evacuación de agua potable, entre ambos circuitos). A ello contribuye de manera decisiva una intensa movilización, un continuo emigrar a territorios diferentes; la movilidad automovilista exacerbará en su momento ese descentramiento de lo hogareño.

En el otro nivel, el de la movilidad subjetiva, los medios de comunicación de masas, la mercadotecnia (tecnologías-R [Rifkin 2000: 141 a 142]) conducen a la creación de un sujeto vacío, ocupante de cualquier espacio; la expansión de la prensa diaria supuso en su momento un fenómeno de encapsulamiento subjetivo, parejo al que produjeron las redes de infraestructuras urbanas en su cuerpo; el asunto se profundiza con el advenimiento de la telecomunicación, llegando a su madurez con Internet.

Nuestras categorías conceptuales vacilan y ya no sabemos si la estancia, llamémosla virtual para entendernos, en un MUD (Multi User Domain) durante horas significa un modo de habitar que deba considerarse seriamente comparable al convencional, aunque yuxtapuesto e hibridado con él; igualmente es puesto en severa crisis lo que entendemos como espacio de habitación y el mismo concepto de vivenda; por supuesto la Red va camino de proveerse de biodispositivos con funciones calcadas de las que atribuíamos a la vivienda obrera de hace siglo y medio.

El resultado de una extrema micronización del conjunto social, del confinamiento de los individuos y  de la intermediación mercantil exhaustiva de las relaciones sociales produce esos patéticos hogares unipersonales en acelerada expansión o los hoteles japoneses de mínimos nichos con cama, aunque hiperconectados telemáticamente.

Pero también se consigue un fluido social de gran plasticidad y fácil de gestionar. El biodispositivo habitación sigue teniendo una gran eficacia; por su medio se están creando mundos divergentes, territorios que evolucionan en sentido opuesto, auténticas especies humanas de la posmodernidad separadas por barreras casi tan fuertes como las que impiden en los animales engendrar criaturas híbridas. Porque mientras unos construyen comunidades de excelencia, otros se hunden fatalmente en ghetos (o naciones enteras como ahora Argentina), cuyo capital económico, social y cultural (Bourdieu) disminuye continuamente, alejándose fatalmente del umbral que podríamos llamar de acumulación originaria de capital colectivo que permitiera que dicha colectividad pudiera acceder a un proceso de autotransformación positiva.

Nuevas utilidades para la venerable vivienda.

Evidentemente la vivienda es a esta escala una componente secundaria. Sin embargo en otros estratos el biodispositivo habitación sigue teniendo en la vivienda su instancia de actualización privilegiada, siendo ésta todavía importante para un segmento numeroso de la población; que es casi tanto como decir que sigue sirviendo como instrumento de gobierno de dicho segmento social; y con las mismas funciones que tuvo en su origen la vivienda obrera. Y este es el segundo de los aspectos que marca una efectiva transformación que debería confirmar un estudio genealógico (del cual se han aportado algunos esbozos) de dicho biodispositivo: una nueva función.

A medida que se va comprendiendo que las clásicas esferas de la producción y del consumo son meras variables de una función económica primordial que podríamos llamar de transformación, a medida que el clásico destino de la vivienda como espacio para la reproducción pierde su convencional sentido como mero sumidero del valor de uso de las mercancías, el biodispositivo habitación hace de la vivienda un auténtico instrumento productivo. La biopolítica como gobierno sobre la vida aparece cuando surge esa mercancía que llamamos fuerza de trabajo [Virno 2002: 112], en definitiva efecto del puro devenir vital.

La referencia a la grave situación del acceso a la vivienda que utilizábamos como excusa para abrir esta ponencia no es ningún problema en el nivel estratégico del poder; aparte de que no es sentido como tal ni preocupa a los que gobiernan (habitan territorios ya sin contacto alguno con esas miserias), objetivamente tampoco es un problema para ellos; tan sólo positiva muestra de la eficacia del instrumento de gobierno que hemos denominado biodispositivo habitación en la producción de escasez, que se manifiesta como drenaje-expropiación de las capacidades económicas de una parte importante de la población, restando recursos clave para adquirir una mínima autonomía en las decisiones que afectan a su propia vida y manteniendo a dicha población en un estado permanente de precariedad. Este proceso expropiatorio adquiere claridad cuando se identifica qué agente es el principal beneficiario: el capital financiero que controla dos momentos del proceso (lo que le permite dirigirlo según sus intereses), como agente dominante en el sistema de propiedad del suelo y su clasificación urbanística, y como prestamista principal.

Todavía otra novedad es posible registrar en cuanto a la misma vivienda: la de producción efectiva de territorio, de un modo similar al del chabolismo, pero ahora a una escala mucho mayor, mediante la invasión del espacio rural con viviendas de segunda o primera residencia al margen de las normas urbanísticas y del control de los arquitectos. En el mecanismo clásico de la (hetero)promoción inmobiliaria la demanda no crea directamente territorio urbano, pero esta modalidad de invasión rural sí lo hace, un territorio que con sus correspondientes plusvalías será capturado tarde o temprano por el gran capital. El proceso está espoleado por la degradación de los barrios modestos (la antigua pulsión de huida, en definitiva consecuencia de las mismas condiciones en que se da la habitación); pero tras esta dinámica también se adivina un potencial que se actualiza como acción del habitar, literalmente el construir que Heidegger enunciaba, no otra cosa que el construirse; y como consecuencia hartazgo y rechazo de tanta cosa dada como cerrada.

Conclusión (como rampa de lanzamiento)

El enfoque que hemos dado al problema de la vivienda tiene, al menos en nuestra opinión, profundas consecuencias:

1. En el seno del biodispositivo habitación el papel de la vivienda queda muy modificado en relación con los planteamientos convencionales que parten de dicha palabra como incuestionada, como no pensada. No sólo es una fracción de un problema general mucho mayor, el propio del territorio urbano moderno, sino que deja de ser un objeto para un sujeto preexistente, es decir, la vivienda como respuesta a una específica necesidad del hombre común en su condición de habitante. A la vivienda en relación con la habitación le pasa lo mismo que al decir de Foucault ocurre con el sexo en relación con la sexualidad: "...sexo, punto imaginario fijado por el dispositivo de la sexualidad..." [Foucault 1998: 189].

2. Todo biodispositivo implica un saber. El desvelamiento de las relaciones de nuestro saber (en definitiva de nuestra fuente de legitimación social como colectivo con una función social específica) con el poder nos deja en una difícil posición.

No podemos dejar de ser (buenos) arquitectos. Hablando de la contribución de la edificación al territorio urbano, existe una amplia variedad de casos: algunos proyectos se limitan a extraer las plusvalías proyectuales de un buen planteamiento urbano, otros en cambio asumen sus propios compromisos avanzando desde el propio edificio nuevas propuestas, mientras también se da el caso de aquellos que partiendo de un planteamiento previo pobre aportan unas condiciones territoriales nuevas que mejoran las condiciones preexistentes.

No es casualidad que los mejores arquitectos siempre han estado en esta segunda opción: los de entonces, Mies van der Rohe, Le Corbusier, Wagner, Gropius, Whrigt, Smithson, Bakema,... y los de ahora Toyo Ito, Zaha Hadid, Rem Koolhaas. Algunos nunca proyectaron siquiera un barrio, pero se comprometieron con ellos desde el proyecto de sus edificios, en la manera de ubicarlos y relacionarlos con el espacio público que les proporciona acceso y permite reconocerlos. Un ejemplo, cuando Mies proyectó el Federal Center de Chicago, un espacio europeo en el corazón de una ciudad americana, quizás nunca imaginó que aquel espacio sencillo permitiera no sólo los encuentros y actividades colectivas que crean sociedad y vida urbana, sino que fuera escenario de las manifestaciones públicas contra el mismo Estado Federal que promovió su proyecto, como es el caso de las recientes protestas contra la guerra de Irak (una de las primeras manifestaciones en Estados Unidos que presenciamos en TV contra la guerra se produjo aquí).

Es nuestra obligación por tanto proyectar el territorio no sólo para vivir con calidad, sino para vivir con capacidad, con la potencia que da pertenecer a un territorio compuesto por subjetividades en riquísima interrelación. Pero es sorprendente que esa condición se convierta de paso en un sólido recurso productivo en si mismo, como en otros territorios son la agricultura, la industria, los servicios o la tecnología. Pensamos en la ZoMeCS (Zona Metropolitana de la Costa del Sol), pensamos en cómo el fenómeno turístico ha sobrepasado el invento de los años 50, mostrándose como una conurbación de relaciones multiculturales, maniatada no obstante por las condiciones regladas de un sistema en el que no se ve representada, cuya materia prima ya no es solo la calidad de vida sino la sinergia del mestizaje, que reinventa constantemente su territorio.

Y mucho más que eso. Si consideramos por una parte que el talento, la capacidad o la suerte (es decir, de su vida como acto) de mujeres y hombres les trascienden, afectando especialmente a las generaciones que les suceden y también a sus sistemas de relaciones; y por otra que el capital ya hecho (económico, inmobiliario, cultural, de lazos y relaciones,  de compromisos...) que cedan es a la larga una ventaja, siendo que dicho capital encuentra en la habitación un dispositivo que facilita o dificulta su acumulación, estaremos de nuevo en una buena plataforma desde donde clamar atención. La habitación es mucho más que su espacio de habitación pues sus plusvalías pueden ser proyectadas sin tableros de dibujo, directamente desde las ideas.

No sabemos si esas plusvalías seguirán beneficiando al conjunto de la sociedad o si serán capturadas (muy probablemente) para el beneficio de unos pocos. Pero en cualquier caso seguimos construyendo piezas de un biodispositivo. Que como tal es en principio ambiguo: lo mismo es instrumento para el crecimiento personal del habitante (autogobierno) que sirve a un poder de dominación ajeno y exterior. Que esta última es la situación habitual lo deducimos desde el momento en que esa vivienda para el hombre común se le ha proporcionado cerrada y terminada, siendo el construir-habitar sólo una actividad residual y secundaria; y también por el tiránico vínculo entre espacio y actividad que hace de las tipologías distributivas modelos de un proceder tecnológico, no ya sobre los artefactos, sino operando directamente sobre los cuerpos, una auténtica ingeniería social.

Pero todo cambia: así como la habitación adoptará nuevas formas, haciendo más visible la crisis de “la vivienda", nuestra práctica profesional cambiará radicalmente (de hecho ya ha sucedido en otros países): como órganos descentralizados del Estado que hemos sido durante los años del fordismo, seremos desregulados y la proletarización marcará el fin del dominio de los que hemos monopolizado los saberes expertos propios del hecho urbano, justo en el momento en que su centralidad estratégica está cancelándose por la irrupción del ciberterritorio.

3.  Sin embargo aparecen nuevas aperturas, y nuevos agujeros en la realidad por los cuales podemos colarnos, aunque en el tránsito tengamos que despojarnos de nuestros uniformes de arquitectos (o de sociólogos, geógrafos, historiadores, ingenieros,...). Entre otras tareas nos aguarda el desarrollo de una nueva economía política del territorio, fertilizada en la práctica de un pensamiento crítico sobre el poder (uno de cuyos instrumentos ha sido utilizado en este mismo trabajo: el dispositivo de Foucault). También el reto de una comprensión radical del habitar a la luz del acto poético; y así una de las consecuencias de la práctica del arte desde el siglo XIX es el desvelamiento del carácter artificial de nuestra habitualidad cotidiana en el sentido de descubrir que nuestra entera existencia está condicionada por un estrato espacio-temporal que en algún momento fue construido para, a su vez, construirnos a nosotros; ese descubrimiento es esplendoroso pues nos revela que las cosas, nosotros mismos, podríamos ser de otra manera y que por lo tanto también podemos decidir qué territorio, qué modo de vida queremos: autogobierno.

4. Las preguntas que se formulaban en la introducción deben cambiar y plantearse más o menos así: ¿Qué habitación y qué habitante están ahora mismo construyéndose mutuamente?, ¿Qué sabemos de ese secreto vínculo que une ambos términos, el habitante con la habitación?, ¿Cómo eso nos afecta como ciudadanos y como arquitectos, geógrafos, etc.?

 

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© Copyright Victoria Gauna Mauri, Rafael Reinoso Bellido, José María Romero Martínez, Alfredo Rubio Díaz, Eduardo Serrano Muñoz, Yolanda Tovar Ortiz, 2003
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Ficha bibliográfica:
GAUNA, V., REINOSO, R., ROMERO, J. M., RUBIO, A., SERRANO, E., TOVAR, Y.
Informe a la Academia sobre la triste historia de la puñetera vivienda. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(141). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(141).htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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