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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VIII, núm. 170 (43), 1 de agosto de 2004

DE LA "SOCIEDAD DISCIPLINARIA" A LA "SOCIEDAD DE CONTROL": LA INCORPORACIÓN DE NUEVAS TECNOLOGÍAS A LA POLICÍA

Jesús Requena Hidalgo

Estudiante de doctorado
Universidad de Barcelona



De la "sociedad disciplinaria" a la "sociedad de control": la incorporación de nuevas tecnologías a la policía (Resumen)
Las nuevas tecnologías de la comunicación y la información son la expresión de un movimiento desde la "sociedad disciplinaria" a la "sociedad de control", un orden social distinto. Hoy, la clásica representación del poder, basada en la idea del panóptico unidireccional, ya no sirve para explicar la forma en que es ejercida la vigilancia. La policía, como institución y como actividad, se ha visto obligada a incorporar técnicas y tecnologías nuevas, acordes a la nueva racionalidad. Junto a las preocupaciones y discusiones que ha generado la tensión entre la efectividad de las nuevas tecnologías en el campo de la seguridad y la legitimidad de su uso, hay otras consecuencias de esta incorporación que deben ser tenidas en cuenta.
Palabras clave: nuevas tecnologías, sociedad de control, policía

(Abstract)
The new information and communication technologies are the expression of a movement from the "disciplinary society" to the "society of control", a different social order. Now, the classic representation of power, grounded in the idea of the unidirectional panoptic doesn't serve to explain the way in which the surveillance is exercised. The police and policing have had to adopt new technologies, in accordance with the new rationality. Next to worries and discussions that the tension between the effectiveness of the new technologies in the field of security and the legitimacy of their use has generated, the adoption of new technologies has other consequences.
Key words: new technologies, society of control, police.


 

Buena parte de las reflexiones sobre la aplicación de nuevas tecnologías en el ámbito de la gobernabilidad se alinean en un eje de tensión que se extiende entre sus enormes potencialidades para la eficacia del ejercicio del poder y los peligros que entrañan desde el punto de vista de la legitimidad de la autoridad [1]

Ya antes de que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación revolucionasen nuestras estructuras sociales, autores como George Orwell y Aldous Huxley alimentaron una corriente de pensamiento tecnopesimista que se concretó en obras sobre las antiutopías, trabajos como 1984 o Un mundo feliz, ideales utópicos convertidos en pesadillas distópicas como Oceana, en la que un Estado policial dirigido por un partido único en un futuro totalitario y tecnificado refuerza su poder a costa de la humanidad de sus súbditos.

Aunque no sea difícil encontrar ejemplos de ineficacias de la tecnología en todos los campos de la gestión pública y privada, lo cierto es que la burocracia tradicional, de haber dado la espalda a las nuevas tecnologías, no hubiese sido capaz de hacer frente a las complejidades de las sociedades actuales y se habría visto abocada al colapso administrativo. Aunque también la haya complejizado, la expansión tecnológica ha facilitado la gobernabilidad de las sociedades avanzadas. En este sentido, no hay que extrañarse de que, con bastante frecuencia, se destaquen y se lancen voces de alarma contra los efectos perversos de la técnica: algo parecido ha ocurrido con otros procesos históricos, como el propio avance del capitalismo, en los que se verificaron las mismas contradicciones, disolventes y creadoras a la vez.

En un juego de constante dislocación y crisis, las instituciones tradicionales han ido incorporando de manera acelerada nuevas tecnologías en su gestión al tiempo que se ha constatado cierto desorden frente al cual, el antiguo orden institucional se ha visto puesto en cuestión. En una "revolución sin revolución", sin nuevos grupos sociales que tomen el poder de otros, la incorporación de nuevas tecnologías ha acabo superando muchas instituciones y las ha obligado a adaptaciones radicales, cuando no las ha condenado a la obsolescencia. Asimismo, ha hecho necesaria la creación de realidades jurídicas y políticas nuevas a una velocidad no siempre suficiente (por ejemplo, la realidad ha ido por delante de las leyes, como en la caso del derecho y la navegación aérea). Especialmente en un momento como éste, y en la medida que estas tecnologías ha puesto en cuestión conceptos como el de espacio y frontera, su adopción ha obligado también a repensar ideas importantes en nuestros ordenamientos políticos y sociales, como las que giran en torno al concepto de soberanía nacional.

Sin embargo, la reflexión sobre el impacto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no se agota, como es obvio, en esta línea de tensión entre la eficacia y la legitimidad. Hay, a su alrededor, otros efectos, quizás menos evidentes, que merecen ser tratados.

La evolución de la policía, como institución y como actividad de naturaleza eminentemente informacional, ha estado marcada por la incorporación de tecnologías del transporte y la comunicación. Desde el siglo XIX, cuando se instalaron los primeros telégrafos, hasta el siglo XXI, en el que otras tecnologías desarrolladas inicialmente para usos militares han sido puestas al servicio de las policías para su trabajo cotidiano, el proyecto ha sido el mismo: ir de la ciudad a sus planes y viceversa, cada vez con mayor potencia. Desde luego, en todo este trayecto, los métodos de trabajo han ido cambiando, así como las formas de definir y controlar los diferentes espacios urbanos. Al mismo tiempo, el papel de la policía, como depositaria del monopolio legítimo del ejercicio de la vigilancia, se ha visto trastocado. Además, la adopción de estas nuevas tecnologías ha tenido que vencer ciertas resistencias y ha puesto de relieve ciertos fenómenos que merecen cierta atención en este breve panorama sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la policía y el trabajo policial.
 

De la sociedad disciplinaria a la sociedad de control: la policía en la transición a un nuevo orden social.

La aparición y el desarrollo de los servicios de policía en las ciudades americanas y europeas desde mediados del siglo XIX deben ser explicados en relación al desarrollo del aparato administrativo racional, aquello que Max Weber llamó la burocracia moderna, un hecho trascendental para el Estado[2]. Desde entonces, los diferentes cuerpos de policía, desde las competencias establecidas en sus reglamentos, han contribuido al mantenimiento de estos aparatos en la medida que han suministrado información, algo clave si se tiene en cuenta que la capacidad del Estado administrativo ha dependido, desde sus inicios, del conocimiento de la sociedad y de las desviaciones que aparecen respecto de lo que se ha considerado un funcionamiento regular, en sintonía con un proyecto de ciudad determinado[3].

En el interior de este Estado administrativo, el poder panóptico se ha reproducido en las escuelas, en los centros de trabajo, en los hospitales, y también más allá de los encierros, por medio de instituciones como la policía, que acabará culminando, ya en el siglo XX, el proyecto de un poder sin un afuera. La nueva ciudad que surge de las transformaciones urbanas de los siglos XVIII y XIX, la ciudad transparente, se constituirá en un espacio abierto a la vigilancia y al examen en el que se disciplinarán los comportamientos de las clases urbanas fuera de aquellos sitios diseñados y organizados para la observación.

Junto a la escuela y al hospital, la policía vino a romper el monopolio que, hasta entonces, había tenido el poder judicial sobre todo lo que tenía que ver con la desviación social. Se trata de poderes adjuntos diseñados para disolver el desorden que suponía la ciudad previa, la ciudad opaca, en todos sus espacios. Estos nuevos poderes de la llamada sociedad disciplinaria operaban según el principio fundamental del panóptico: la inspección. La diferencia entre el panóptico de Bentham y el Estado panóptico no es más que cuestión de complejidad.

En el ejercicio más evidente del poder, la incorporación de las primeras tecnologías no fue sino el reforzamiento de ese principio de la inspección. La incorporación del telégrafo y, más tarde, del teléfono a las tareas del gobierno urbano supuso un salto cualitativo importante que debe ser interpretado, entre otros, en el marco del advenimiento de un nuevo orden social.

El crecimiento demográfico que conocieron las ciudades de Europa y América en la segunda mitad del siglo XIX las hizo cada vez más vulnerables en un momento en que las limitaciones de las instituciones de gobierno existentes, en cuanto a la prestación de ciertos servicios o a la ausencia de ciertas infraestructuras, hacían imposible una gestión eficiente de los sistemas urbanos. Sin líneas de transporte adecuadas que permitieran la extensión de las ciudades, la ciudad-fábrica vio como su densidad demográfica crecía continuamente, al mismo ritmo que la concentración de las actividades, con lo que la amenaza que representaban los grandes incendios, las epidemias y los tumultos empezaron a cuestionar muchos ámbitos de la vida urbana.

La búsqueda de soluciones tecnológicas y los cambios institucionales y organizativos, como los que afectaron a los servicios médico-sanitarios, los bomberos o la policía, fueron la opción de los gobiernos locales para dar solución a esta cuestión. Muy a menudo, innovaciones y reorganizaciones se produjeron a un tiempo, exigiéndose o facilitándose mutuamente, tal y como ocurrió antes en el mundo empresarial con el telégrafo.

A partir mediados de siglo, la construcción de redes de conducción de agua (incendios y epidemias) y de alcantarillado (evacuación de aguas sucias), el desarrollo de la red viaria y la mejora de las calzadas (reducción de las densidades) vinieron a relajar, junto con una innovación como el telégrafo, las tensiones urbanas producidas por esos peligros antes mencionados. Las innovaciones tecnológicas en materia de comunicaciones permitieron a las autoridades municipales hacer frente a los problemas más directamente relacionados con la seguridad, como el de los incendios y las alteraciones del orden público.

Primero en América (1820) y más tarde en Europa (1840-50), la puesta en marcha de sistemas de comunicación telegráfica mejoraron la eficacia y la eficiencia de la prestación de servicios y, como en el caso de la policía, condujeron su reorganización en la línea de la burocratización y de la profesionalización. Pronto, el telégrafo fue utilizado para transmitir información sobre hechos ocurridos de una ciudad a otra pero su trascendencia fue mayor en el trabajo cotidiano de la policía en la ciudad[4].

En sus primeros usos, el telégrafo fue utilizado para conectar puestos de policía con unas dependencias centrales. En los Estados Unidos, en las décadas de 1850 y 1860, la compañía Gamewell Fire Alarm Company construyó sistemas de alarmas contra incendios y para lapolicía en varias ciudades como Nueva York, Boston o Filadelfia[5]. Ninguno de esos sistemas, sin embargo, permitía la comunicación entre el patrullero en la calle y las dependencias policiales. Inicialmente, el sistema telegráfico, en su uso policial, fue desarrollado para una mejor coordinación entre unidades policiales a la hora de hacer frente a tumultos y revueltas más que para responder a las necesidades más cotidianas que tenían que ver, por ejemplo, con la delincuencia. En América, como en Europa,entre 1830 y 1850, la primera preocupación de los gobiernos urbanos en las principales ciudades fue la prevención de las alteraciones del orden público. Precisamente en Filadelfia, en 1855, su alcalde, Robert T. Conrad, comentaba lo siguiente al respecto:

Es imposible, en muchos casos, decir cuándo, dónde o de qué manera explotará una insurrección popular, y con una policía de un centenar de hombres ocurrirá a menudo que se pierden horas antes de que un número suficiente de hombres puedan intervenir. Mientras tanto, vidas y propiedades pueden ser perdidas, y la majestuosidad y autoridad de la Ley están expuestas al desprecio (desacato) por la traición de la ineficiencia de las autoridades. Ahora, toda la fuerza policial tiene una sola alma, y esa alma es el telégrafo[6].

La reconfiguración del sistema telegráfico para que el policía pudiese operar en él desde las calles y para extender así el control de la burocracia policial, ocurrió en 1867. La Gamewell comercializó un telégrafo policial que situaba cajas de señales eléctricas en puntos específicos de las rondas en el distrito o la demarcación de trabajo y los conectaba, por medio de cables, con las dependencias centrales. Inicialmente estaban equipados con un dial con el que los policías sólo podían comunicar determinadas alarmas o necesidades a su central: por ejemplo, requerir un vehículo, una ambulancia o un médico. Hasta 1880, solo siete sistemas de este tipo fueron construidos, y no en las principales ciudades. Seguramente, el motivo por el cual este sistema fue incorporado tan lentamente tiene que ver con la naturaleza de la actividad policial que, a diferencia de la que desarrollan, por ejemplo, los bomberos, que esperan acuartelados a que se produzca alguna alarma, es más preventiva que reactiva[7]. Después de 1882, el número de ciudades que incorporó sistemas de alarma policiales se aceleró y hacia 1902 ya había 142 en funcionamiento[8].

Rápidamente, en el primer cuarto del siglo XX, la mayor parte de los primeros sistemas, basados sólo en el telégrafo, fueron sustituidos por el teléfono. El propósito, en ambos casos, era el mismo: establecer una red de comunicaciones que hiciera transparente el territorio por la presencia intercomunicada de agentes de policía a partir de un sistema de cabinas que estaban conectadas con las dependencias policiales mediante cables telefónicos. Cada cabina contenía un mecanismo de señales telegráficas más un teléfono que podían conectar con dependencias en las que esperaban efectivos dispuestos para responder en caso de alarma y desplazarse en furgones. En 1881, a propósito de Chicago, en el Scientific American, se explicaba claramente qué se pretendía:

Cuando toda la ciudad esté cubierta por este sistema, la analogía entre la organización cívica y el sistema nervioso de un organismo vivo se habrá completado. La organización cívica devendrá sensible, tanto para hablar desde cualquier punto, como para transmitir el pensamiento desde cualquier parte el celebro y cualquier ganglio nervioso subordinado –esto es, la central y las distintas dependencias policiales—será prácticamente instantánea[9].

Las cabinas eran verdes, con una cubierta de vidrio y una lámpara de gas en su techo. Podían ser abiertas por una llave que estaba en poder del policía de la zona o de otro "ciudadano responsable". Dentro había una caja con un manubrio adosado a un lado que podía ser girado para enviar una señal a la central de policía; esta señal, que indicaba la localización de la cabina, podía ser impresa. Dentro de la pequeña caja había un disco y una manecilla que sólo el policía podía usar para marcar cinco opciones: "teléfono", "ladrones", "tumultos", "comprobación de la línea" y "fuego". La primera opción abría la comunicación telefónica entre el policía y su central mientras que de las otras, sin que mediase más comunicación, se derivaban las respuestas apropiadas, que siempre pasaban por enviar refuerzos al lugar.

La incorporación complementaria (que no sustitutiva) del teléfono al telégrafo a partir de 1882 fue mucho más rápida que la del sistema telegráfico de señales precedente. Sin duda, la combinación de ambas tecnologías respondía mejor a las necesidades del servicio de policía, solucionando un problema de gestión de personal fundamental como era el mantener efectivos siempre en la calle con la posibilidad de comunicar con ellos en cualquier momento. Como es lógico, la rapidez con la que el teléfono se incorporó a la policía tiene que ver con la oportunidad con la que esta tecnología estuvo disponible para unos servicios que, precisamente en estos años, estaban cambiando y se reorganizaban para hacerse más profesionales, a imagen y semejanza de la Policía Metropolitana de Londres (1829); estos cambios, como ha señalado Eric H. Monkkonen, estaban en sintonía con una racionalización de los diferentes servicios públicos en la ciudad, una necesaria precondición para la creación de una policía profesional[10].

Por otro lado, la incorporación del teléfono vino a instaurar y consolidar un aspecto fundamental en cualquier organización jerárquica como la policía: el control y la disciplina de los rangos inferiores. La incorporación de teléfonos en las cabinas, junto a los telégrafos de señales, proporcionó un mejor control del trabajo de los policías. Un sistema eficaz requería que el policía contactase con sus dependencias cada cierto tiempo, utilizando el dispositivo telegráfico instalado fuera. Si había cualquier mensaje, podía marcar para abrir la caja cerrada en el interior de la cabina y comunicarse con su central por teléfono.Como es de suponer, estos dispositivos, que aún hoy funcionan bajo otras modalidades, si no impedían del todo que el policía faltase a sus obligaciones, sí que se lo ponían más difícil y, en cualquier caso, lo situaban bajo el escrutinio periódico de sus superiores. En la medida en que esto era sí, la implementación de esta tecnología encontró algunas resistencias y tuvo que vencer diversas estrategias para limitar su efectividad. Pero tal oposición, a la vista de los resultados, no tuvo más que un efecto limitado en su definitiva implantación.

Desde estos inicios, de conflicto y reforma social importantes en todas las ciudades occidentales, el telégrafo y el teléfono, y también el coche[11], transformaron el trabajo de los policías en las calles, concentrado en las pequeñas ofensas del orden público, como el alcoholismo y la vagancia, y en el mantenimiento bajo control de los inmigrantes, los pobres y, en general, la clase trabajadora[12].

Lo expuesto hasta ahora quiere ilustrar cómo el uso estas tecnologías de la comunicación como el telégrafo y el teléfono fue decisivo para la constitución del panoptismo como expresión no de un diseño práctico sino como metáfora del poder en las sociedades modernas. A través de ellas, la disciplina organizada en recintos cerrados como cuarteles, escuelas o talleres, se pudo transformar en una red de mecanismos que cubriría toda la sociedad sin interrupciones de espacio o tiempo. Como explica Michel Foucault, se produce un desplazamiento desde la disciplina excepcional a la vigilancia generalizada y se forma la sociedad disciplinaria en la que la tecnología panóptica se expande desde instituciones especializadas hasta las autoridades administrativas que organizan tales instituciones, para invadir finalmente los "aparatos estatales, cuya mayor, si no exclusiva, función es la de asegurarse que la disciplina reina sobre la sociedad como una (policía) global"[13].

Haciendo uso de estas tecnologías que ahora pueden parecer antiguallas, la policía participó de esa red de mecanismos incorporados en el esqueleto arquitectónico del panóptico. En él, el poder ha sido representado como una amalgama de fuerza y autoridad ejercidos jerárquicamente de arriba abajo, centrado espacialmente en un lugar en el que se concentra todo el dominio y el mando, y que tiene a las personas y la sociedad civil como súbditos pero también como instrumentos. Y por desgradable que pueda resultar el regusto autoritario de tal representación, los Estados democráticos liberales la han reproducido en mayor o menor medida.

Lo que ocurre es que ahora, esta representación del poder, que ha podido dominar el siglo XIX y buena parte del XX, no resulta operativa para explicar las realidades del mundo a principios del siglo XXI. A causa de los profundos cambios sociales (tecnológicos, económicos y culturales) se precisa otra representación del poder y hablar, más que de un Estado de vigilancia, de una sociedad de vigilancia en la que se daría un entramado muy diferente del poder y en la que su impacto en la autoridad, en la cultura, en la sociedad y en la política sería muy distinto del poder centralizado que tenía en nuestro pasado inmediato. Ahora, la visibilidad sobre los individuos es el resultado de multitud de “miradas”, todas de procedencias y direcciones diferentes, con intereses diferentes. La simplicidad de la arquitectura benthamiana ya no sirve; sería necesario empezar a pensar en otra en la cual los individuos estuviesen siempre expuestos al enfoque entrecruzado de múltiples proyectores que se encendiesen y apagasen en momentos diferentes, accionados por motivos distintos. Cada vez que hacemos una compra, pasamos por un peaje, nos asistimos en el médico, nos conectamos a Internet o llamamos por teléfono quedamos brevemente iluminados por un panóptico, en efecto, pero un panóptico distinto: un panóptico ubicuo y descentralizado por completo. Las nuevas tecnologías ofrecen la posibilidad de una vigilancia omnisciente, real y efectiva, no fingida o posible; el antiguo inspector ha sido sustituido por una multitud de inspectores, que pueden operar de forma coordinada o compitiendo entre ellos; y lo más importante: su potencia, infinitamente superior, reside en que cuenta con la participación voluntaria de la gente, que ya no es necesario fijar y aislar mediante la coerción.

Desde el fin de la II Guerra Mundial, dejamos atrás las sociedades disciplinarias y entramos, como afirma Deleuze, en las sociedades de control, que funcionan por medio de un control continuo y una comunicación instantánea. Ahora, aquel modelo de un poder arborescente que se difundía capilarmente al conjunto de la sociedad se ve perfeccionado. El desarrollo de tecnologías de la información y la comunicación y su aplicación al ámbito de la seguridad son, precisamente, un ejemplo de este movimiento[14] en el cual, la policía, como otras instituciones tradicionales que se vieron afectadas, han desarrollado conceptos, técnicas y tecnologías nuevas en la búsqueda de nuevas racionalidades.

Nuevas tecnologías en la policía

Televigilancia, videovigilancia, vigilancia electrónica; Bbases de datos, sistemas inteligentes de apoyo a la toma de decisiones. Todos estos dispositivos, que han llegado al campo de la seguridad desde el sector militar para consolidar esta sociedad de control, presentan grados de eficacia insospechados hasta hace unos años.

Junto a los más conocidos, como las cámaras y los circuitos cerrados de televisión, las redes de comunicación compartidas, las bases de datos que relacionan organizaciones y administraciones diversas o los sistemas de localización, sucesos como los ocurridos en el 11-S en los Estados Unidos han servido para que el público conozca otras tecnologías que, por lo general, habían estado al servicio de sectores muy especializados.

Para ofrecer una visión de conjunto, la diversidad de tecnologías utilizadas tanto por la policía como por otros actores sociales implicados en la seguridad, podría ser clasificada en categorías diversas tales como los sistemas biométricos; los sistemas de observación de personas, lugares o situaciones; los sistemas imaging, para codificar o decodificar la información oculta en imágenes o lugares; los sistemas de comunicación; los sistemas de apoyo a la toma de decisiones; las bases de datos.

Los tres primeros se están configurando como la columna vertebral de todas estas tecnologías aplicadas a la seguridad[15]. Estos tres grupos forman una red interactiva en la cual un sistema usa datos creados por otros para controlar las personas, los movimientos y sus actividades. Codifican y decodifican información que la ciudadanía genera y la procesan a la luz de su peligrosidad real o potencial.

Los dispositivos biométricos son aquellos que usan las medidas de diferentes partes del cuerpo humano como medio de identificación. Se trata de sistemas automatizados capaces de capturar una imagen, extraer datos de ella, comparar esos datos con otros contenidos en otra u otras referencias previas, decidir hasta qué punto se ajustan e indicar si se produce o no la identificación o comprobación de identidad. En general, estos sistemas se clasifican en dos grupos. Por un lado, los basados en factores físicos o fisiológicos, como las huellas dactilares, las características de la palma de la mano, las medidas de la estructura facial, la retina o el ADN; también se incluirían en este grupo aquellos sistemas que basan la identificación en la geometría de la mano, la forma de la oreja y el olor corporal. Por otro, los sistemas biométricos más comportamentales, que analizan rasgos individuales menos precisos que los estrictamente físicos, basados en la conducta (patrones de voz, la firma o los movimientos bruscos o marcados). Estos sistemas se están desarrollando para la vigilancia de ciertas instalaciones, como los aparcamientos o las estaciones de tren, y en determinados eventos, como los partidos de fútbol, y están especialmente indicados para detectar comportamientos especialmente violentos (incendios, robos o vandalismo).

Un segundo grupo de tecnologías serían las que están centradas en la observación y el control de las personas, sus actividades y los espacios que ocupan. Dentro de este grupo, las de más tradición son las cámaras de videovigilancia. Otras, más complejas pero basadas en el mismo principio de la monitorización, serían, por ejemplo, el sistema de posicionamiento global (GPS), vía satélite, que puede seguir la pista de vehículos perdidos o robados, localizar unidades de policía o los movimientos de individuos que estén cumpliendo ciertas condenas, como el arresto domiciliario o el alejamiento de determinados lugares; también los dispositivos que permiten el seguimiento de personas a partir del registro de la emisión de ondas electromagnéticas que es la voz; en este mismo grupo estarían todos esos dispositivos que permiten el control de la actividad informática por medio de los conocidos correos electrónicos "troyanos".

Por último, destacaría un tercer grupo de tecnologías basadas en el análisis de imágenes o registros, diseñadas para decodificar la información que permanece oculta en determinados espacios, detrás de barreras físicas, como los muros o las ropas, o a resultas de su mala definición, ya sea en fotografías o videos. Todo el mundo conoce las emisiones de luz que permiten señalar huellas o restos de fluidos corporales que a simple vista permanecen ocultos, o los sistemas que permiten inspeccionar el interior de maletas sin abrirlas en los aeropuertos. En los Estados Unidos, ya hay aplicaciones tecnológicas que detectan movimientos de cuerpos, y hasta la respiración, a través de las paredes. Sistemas parecidos son los que se usan desde hace tiempo para ver en la oscuridad o para identificar ciertas actividades, como la síntesis de droga, a partir de la temperatura o las radiaciones que desprenden los sujetos o los objetos bajo vigilancia.
 

Algunos efectos de las nuevas tecnologías en la policía

El discurso más extendido sobre la incorporación de tecnología a la policía y, en general, a la seguridad hace referencia a la creciente complejidad social y a la paulatinasofisticación de las prácticas criminales. Se sostiene que la eficacia depende de la incorporación de recursos que sean capaces de hacer frente y gestionar esa mayor complejidad y sofisticación, y muy a menudo sus efectos son evaluados casi exclusivamente a este nivel más explícito de las funciones manifiestas.

Sin embargo, si ampliamos el enfoque, no resulta difícil darse cuenta de que las implicaciones que esta incorporación de tecnología tiene son de mayor amplitud y de mucho mayor calado. ¿Hasta qué punto esta incorporación no supone una reformulación del mismo espacio urbano? ¿No es posible que esté condicionando nuevas formas de ocupación y uso de la ciudad por parte de la ciudadanía? ¿Qué supone para la policía misma esta incorporación de nuevas tecnologías? ¿Qué consecuencias prácticas tiene para el trabajo cotidiano de los policías en las calles? Como es de suponer, estas cuestiones no pueden ser respondidas ampliamente aquí; sin embargo, sí pueden ofrecerse algunos elementos de reflexión al respecto que podrían completar aquella perspectiva reducida sobre sus efectos en el plano estrictamente instrumental.

En primer lugar, estas nuevas tecnologías de la seguridad han alumbrado una manifestación espacial nueva del poder.En este tránsito hacia la sociedad de control, la tradicional separación del espacio público y el espacio privado se disuelve. Como señala Jean-Charles Froment, esta disolución no es una empresa conscientemente orientada según un plan totalitario que aspira a controlar por completo los espacios privados. Se trata del resultado de un doble movimiento que comporta, a la vez, la "publicitación del espacio privado" y la "privatización del espacio público", un doble movimiento que se traduciría en una desterritorialización y una desinstitucionalización del control[16].

Más allá del uso que los poderes públicos puedan hacer de las nuevas tecnologías para extender la vigilancia, los agentes privados, desde las comunidades de vecinos a las empresas, dedicadas a la seguridad o no, las están incorporando cada vez más en la autogestión de la propia seguridad. Vestíbulos de edificios, grandes almacenes, pero también espacios urbanos enteros, como las comunidades cerradas a la libre circulación por sus propietarios, son constantemente vigilados a través de cámaras y otros dispositivos electrónicos, y el debate que inicialmente hubo sobre la posible vulneración que suponían para los derechos de la ciudadanía parece haber cedido en una "integración total del principio de la vigilancia electrónica, muchas veces deseada, impulsada por la opinión pública, que reclama mirar y ser mirada"[17]. En muchas ciudades, las "patrullas ciudadanas" de antaño han dado paso a la posibilidad de una covigilancia individual, en la que cada cual puede vigilar para el resto y la propia casa, el espacio privado por excelencia, puede ser el nuevo escenario del cumplimiento de ciertas penas o el ejercicio de ciertas prevenciones. La desaparición de fronteras claras entre el espacio público y el espacio privado provoca, además, la pérdida de aquellos límites territoriales que tradicionalmente se había impuesto al ejercicio del poder. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación permiten que el poder funcione sin espacios que le sean propios. Si antes había lugares donde el poder no podía acceder o donde la libertad podía ser legítimamente limitada, ahora la tecnovigilancia permite que ambos puedan estar interpenetrados en la misma medida. Como señala Froment, el territorio desparece o, dicho en otros términos, lo que siempre ha sido una geografía física del espacio-territorio ha dado paso a una geografía del espacio-movimiento, de territorios de flujo y reflujo del poder, mucho más inseguros[18]

El uso de estas nuevas tecnologías en el campo de la seguridad ha tenido también una enorme trascendencia desde el punto de vista de los espacios institucionales. Si, como se ha dicho, han contribuido a esa confusión entre el espacio público y el espacio privado, al mismo tiempo han provocado un desmoronamiento del monopolio del ejercicio de la vigilancia por parte de instituciones públicas especializadas como la policía. Ahora, las máquinas median entre aquellos profesionales que ejercen labores policiales y la ciudadanía. Más aún: entre ambos, policías-vigilantes y ciudadanos, aparece también todo un conjunto de agentes que, desde el diseño, el mantenimiento y la gestión de los sistemas de vigilancia electrónica hasta la asesoría, la mediación y el trabajo social, participan de aquellas funciones que, hasta hace relativamente poco, desarrollaban funcionarios públicos especialmente seleccionados y formados. Por último, en algunos países, la desaparición del vigilante-funcionario, cuando el poder público se privatiza y son empresas privadas las encargadas de instalar equipos de vigilancia, comprobar que las conductas de ciertos ciudadanos se ajustan a lo que se espera de ellos o de alertar de cualquier tipo de incumplimiento o desviación[19]. El auge de los servicios privados de seguridad y la aparición de las llamadas "policías privadas" debe igualmente ser explicado en relación a este movimiento de desterritorialización y desinstitucionalización del cual (huelga decirlo) no son responsables las máquinas. Estas nuevas tecnologías de la información son para esta nueva sociedad de control lo que otro tipo de máquinas fueron para otras sociedades: instrumentos al servicio de determinadas mentalidades, determinadas políticas y ejercicios del poder, interesados hoy en extender horizontalmente los problemas relacionados con la seguridad ciudadana y la convivencia.

Más centrados en la policía y en su ejercicio profesional cotidiano, hay que decir que la adopción y el uso efectivo de nuevas tecnologías no ha sido un proceso lineal, ni neutro y, desde algunos puntos de vista, cualquier cosa menos armónico. En nuestra sociedad, las nuevas tecnologías de la comunicación y la información han alcanzado ya un status quasi-mágico en la mejora de calidad de vida o en la resolución de problemas sociales[20]; en clave ciertamente utópica, algunos discursos se basan en "la presunción básica (que) siempre es la misma: la nueva tecnología traerá salud para todos, más libertad, revitalizará la política, satisfará las necesidades colectivas e individuales"[21]. No obstante, las experiencias que se tienen de su adopción y su uso efectivo en el ejercicio profesional cotidiano en la policía permiten, si no dudar de sus enormespotencialidades o mostrar un escepticismo que en modo alguno estaría plenamente justificado, sí plantear algunas cuestiones. En algunos casos, la incorporación de estas tecnologías ha encontrado resistencias y ha creado tensiones en el interior de organizaciones cuyos flujos de información y trabajo debía precisamente mejorar; en otros, ha servido para que afloren ciertas disfunciones entre organizaciones de policía diversas que formalmente se integran en un modelo único. Incluso, hay autores que han llamado la atención sobre cierta pérdida de savoir-faire en la práctica policial relacionada con la incorporación de estas tecnologías al trabajo cotidiano.

En relación a la incorporación de nuevas tecnologías, se conocen experiencias en las cuales parece que ésta obedece más a razones de "distinción", en cuyo caso se marcaría cierta diferencia de status a través de la sofisticación que incorporan, que de necesidad objetiva en relación a la mejora en la gestión de los recursos y la prestación del servicio. Plantillas relativamente pequeñas de policía han incorporado sistemas de posicionamiento global (GPS) en sus unidades móviles o han dotado a sus agentes de dispositivos portátiles para la confección y transmisión on line de documentos de todo tipo con el pretexto antedicho y el resultado ha sido ciertamente decepcionante por cuanto, más allá de su utilidad, han supuesto un despilfarro de fondos públicos. No cabe duda de que el sistema GPS, que permite identificar objetos mediante longitud y latitud, y localizarlos con gran exactitud en el plano de una ciudad como Barcelona, tiene unas enormes aplicaciones en la medida que permite dirigir y administrar una flota de medio centenar de vehículos patrullando al mismo tiempo, en un mismo turno de trabajo. Sin embargo, cuando de lo que se trata es de coordinar y dirigir el servicio de las dotaciones de cuatro o cinco coches-patrulla, la conveniencia de incorporar estos sistemas tan costosos es relativamente mucho menor y las decisiones al respecto han sido y son cuestionables y cuestionadas. Esto, sumado al hecho de que con bastante frecuencia el diseño de estos sistemas no cuenta con las capacidades y las necesidades de los policías que acaban trabajando diariamente con ellos (en las salas de mando y coordinación) y para ellos (en la calle), hace que rápidamente se dude de su pertinencia y se constate su falta de adecuación[22].

Por otra parte, las nuevas tecnologías han venido ha alterar sustancialmente las relaciones laborales en el interior de las organizaciones policiales. En primer lugar, en sentido vertical, en la medida que, como en su día el telégrafo o el teléfono, han servido para ejercer control sobre las escalas subalternas. El mismo caso del GPS es ilustrativo al respecto: como ocurre con casi toda esta tecnología, opone, a las extraordinarias posibilidades que ofrece, las contrapartidas de vigilancia y control que supone para los individuos que son "etiquetados" para su seguimiento constante. En cualquier momento, una central de mando puede saber dónde se encuentra cualquiera de sus dotaciones y, además, cuánto tiempo lleva patrullando efectivamente, en qué momento ha apagado el motor, cuándo abandona el vehículo y cuándo vuelve a él para reanudar la marcha; así mismo, puede establecer relaciones pormenorizadas entre todos estos momentos y el trabajo real de los policías, medido en servicios realizados, informes redactados o denuncias efectuadas, registros todos que pueden ser recibidos, en la misma central y a tiempo real, vía satélite. No cabe duda de que allí donde las categorías de mandos intermedios son insuficientes o no se obtiene de ellas el resultado esperado en cuanto al control cotidiano de los subordinados de la escala básica, el recurso a estas tecnologías puede ser eficaz. No obstante, y ya considerando la dimensión más horizontal de las relaciones laborales, el uso de estas tecnologías puede tener inconvenientes también considerables. Antes de pasar a valorar las resistencias que la implementación de nuevas tecnologías a patrones de trabajos previos ha tenido que enfrentar, hay que tener en cuenta fenómenos como los registrados en algunos servicios de policía europeos que adoptaron mucho antes que los de nuestro entorno más próximo estos sistemas de vigilancia y comunicación: según informes de psicólogos que estudiaron los efectos de la utilización del GPS en la policía, junto a las ventajas ya expuestas, detectaron ciertos inconvenientes relacionados con el alejamiento-aislamiento que suponía el hecho de que la comunicación con la central de mando y otras unidades dejase de ser verbal (en definitiva, hablar con el compañero) para ser estrictamente escrita (enviar y recibir mensajes y requerimientos escritos en formatos específicamente diseñados para su inmediato tratamiento informático); según este informe, estos nuevos modos de relación formal podían contribuir a que el policía en la calle se autopercibiese como más alejado del resto del colectivo y la organización, ligado a él por lazos menos seguros[23], con las consecuencias que ello puede comportar para el desempeño de sus funciones, especialmente las que comportan más riesgo.

Entre las resistencias a que las nuevas tecnologías han tenido que hacer frente en la policía, la más inmediata es la ya comentada sobre el control de los propios efectivos[24]. Otras menos evidentes, o que se han manifestado menos explícitamente, son las relacionadas con el perfil de las personas a cuyo uso están destinadas, con su edad, y en relación con esta variable, con el grado de formación que tienen y la socialización profesional que han recibido. En general, el impacto y el peso que las diferentes tecnologías que se han ido incorporando al trabajo de la policía tienen en las diferentes plantillas tiene mucho que ver con el tipo de cultura profesional que sirve de marco a las relaciones personales y profesionales dentro de cada colectivo, es decir con el conjunto de representaciones mentales más o menos compartidas sobre lo que es y debe ser el trabajo de la policía. Independientemente de que pueda reconocerse que el uso de este tipo de tecnologías sea ventajoso para el desempeño del trabajo cotidiano en la calle, en muchos casos se piensa que son una "pérdida de tiempo". La cultura policial tiende a enfatizar las actividades más directamente relacionadas con la intervención sobre la delincuencia, relegando otras prácticas que son tenidas por “distracciones”, más cuanto más alejadas se encuentren en el imaginario colectivo de este núcleo duro del ejercicio de la profesión. Se ha comprobado que esto es así preferentemente cuando la experiencia profesional es mayor, y el nivel de estudios menor[25]. En el caso de Cataluña, por ejemplo, la penetración y la aceptación de la tecnología son relativamente menores en las policías locales, especialmente en las más grandes, de más tradición (alguna con más de un siglo de antigüedad), que en la policía autonómica, un cuerpo relativamente joven, con competencias territoriales efectivas desde 1994, en el que la edad media de sus integrantes es mucho menor, con el grueso de sus efectivos formados en un momento en que la informática e Internet ya estaban en escuelas, institutos y facultades.

Pero del mismo modo que la cultura policial condiciona la adopción efectiva de la tecnología, la tecnología puede condicionar también algunos aspectos interesantes de la cultura policial y hasta de la organización. El correo electrónico ha revolucionado la comunicación interna en las organizaciones, especialmente en aquellas más grandes, haciendo posible que la transmisión de información y órdenes, así como el cumplimiento de las mismas, tome una dimensión nueva. Las páginas web corporativas y las intranets, en las que los policías pueden encontrar todo tipo de documentos y recursos, están operando a favor de la consolidación de una cultura policial distintiva, en la que formalización, incluso de las relaciones de ocio, contribuye a la cristalización de formas compartidas de pensar y entender la profesión y su ejercicio.

Pero dicho esto, hay que estar atentos igualmente a ciertas reflexiones que se han hecho relacionando la desconexión de la policía respecto del territorio en la que desarrolla su trabajo y los cambios tecnológicos. Las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, como en su día ocurriera con otras que ahora pueden parecer de importancia menor, han vuelto a transformar las relaciones que los policías mantienen con el medio físico y social cuya seguridad, entendida en el sentido más amplio, deben procurar. El teléfono ha hecho posible el acceso fácil a la policía 24 horas al día y, al mismo tiempo, de algún modo, la ha convertido en un servicio de urgencia casi generalista[26]; el coche ha permitido dar respuesta más rápida a las demandas ciudadanas pero al mismo tiempo ha restado oportunidades a los policías para ver, escuchar y hasta sentir: la calle ha dejado de ser el espacio que se patrulla, transitándolo, para ser, a veces, poco más que una vía de circulación de coches patrulla en servicio; la radio le ha restado, por su parte, autonomía: la antigua autonomía en la gestión del propio trabajo, de la propia relación con el micro-territorio que se tiene asignado se ha perdido a medida que los policías se han ido convirtiendo en “antenas de su central”. En esta línea de modernización creciente (y generalmente bien saludada), las nuevas tecnologías han profundizado en este alejamiento del policía y por ello se las ha relacionado con cierta pérdida de “saber hacer” en el momento de establecer y mantener una relación de autoridad con la ciudadanía en el territorio, de cierta pérdida de oficio que siempre ha estado fundado en el ejercicio de la proximidad[27]. Y es que es precisamente en las intervenciones donde la proximidad es un factor clave para la resolución de conflictos o para el simple acompañamiento de la convivencia donde esta pérdida de savoir-faire se manifiesta más crudamente: cuando los procedimientos de trabajo de los policías están orientados por las necesidades de los sistemas informáticos hasta el punto que la información se constituye en un fin en sí misma, la calidad de dicho trabajo pierde mucho, como cuando en el momento de dirigirse a un grupo de jóvenes pertenecientes a determinadas comunidades que están sentados en determinados parques de la ciudad el fin es el control de sus identidades y la comprobación de sus antecedentes policiales.

Por último, el uso de las nuevas tecnologías está induciendo ciertas disfunciones en la coordinación entre diferentes policías. En la medida en que, como ya se ha dicho, no todas las organizaciones presentan el mismo grado de incorporación de tecnología y en la medida en que el trabajo cotidiano está igualmente determinado de manera diferente por aplicaciones distintas, se ha constatado que se producen auténticas incompatibilidades en los protocolos de comunicación y traspasos de información que, en muchas ocasiones, se traducen en deterioro de relaciones profesionales. Este sería el caso, por ejemplo, de algunas ciudades catalanas, donde trabajan conjuntamente la policía local y autonómica. Toda la información recogida por los agentes en el territorio es tratada de forma específica por cada policía y los agentes encargados de este tratamiento, para su tramitación a otras instituciones (juzgados, gobierno autonómico, gobierno central), exigen que esta información se ajuste a determinados parámetros que permitan, luego, operativizarla. Pues bien, cuando esta información ya tratada (informes, actas, atestados) debe pasar de una policía a otra (de la policía local a la autonómica), la tecnología que dirige este traspaso (el llamado Núcleo de Información Policial, NIP), no siempre lo permite. Actualmente, muchas policías locales están siendo dotadas de las aplicaciones informáticas para el tratamiento de la información que ya funcionan en la policía autonómica, en un paso más en la dirección de los ajustes del modelo policial catalán, un paso motivado por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
 

Conclusiones

El desarrollo de las tecnologías de la información y la seguridad, y su aplicación a la seguridad, es la expresión de un movimiento que conduce desde la sociedad disciplinaria que alumbró la aparición y el desarrollo de la policía bajo las formas que hoy la conocemos hasta la sociedad de control.
Los viejos esquemas a partir de los cuales Foucault trazó la representación del poder, basados en la idea de que la coerción mantenía a los individuos bajo inspección y vigilancia, ya no sirven para dar cuenta de una situación en la que aquel panoptismo inicial, jerárquico, unidireccional y centrado en la posición fija del inspector, ha dado paso a otro, ubicuo, descentralizado, multidireccional y mucho más potente porque cuenta con la participación de los individuos.
En su adaptación a esta nueva racionalidad basada en el control continuo y la comunicación instantánea, la policía ha incorporado estas nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Las consecuencias de esta incorporación van más allá de la valoración de su efectividad o del peligro que entrañan desde el punto de vista de la vulneración de los derechos.
Desde el punto de vista organizacional, en algunos casos ha creado tensiones en flujos de información y trabajo que debía precisamente mejorar; en otros, ha servido para que afloren ciertas disfunciones entre organizaciones de policía diversas que formalmente se integran en un modelo único. Desde el punto de vista cultural, la incorporación de estas tecnologías puede suponer cierta pérdida de oficio por cuanto puede conllevar una pérdida del ejercicio de la proximidad sobre el que se ha basado tradicionalmente la profesión.

 
Notas
 
[1][1] Arbós y Giner, 2002: 73.
[2] Weber, 1947.
[3] Requena, 2001
[4] Lane, 1967.
[5] Tarr, 1987: 61.
[6] De John F. Kennard & Co. (más tarde, Gamewell & Co) The American Fire and Police Telegraph, Boston, 1864, 9, citado en Tarr, opus cit., 62.
[7] Leonard, V.A. Police Communications System. Barkeley, 1938. Citado en Tarr, opus cit., 26.
[8] Según Tarr (p. 59), había bastantes menos sistemas de alarma policial que contra incendios.
[9] "The Chicago Police Thelephone and Patrol System", Scientific American, 64, (April 23), 1881, 240, 258, citado en Tarr, 1978: 64.
[10] Monkkonen, 1981: 49-64.
[11] Rawling, 1988.
[12] Storch, 1975.
[13] Foucault, 1998: 216.
[14] Froment, 2002.
[15] Nunn, 2001.
[16] Froment, 2002: 25.
[17] Froment, opus cit., 26.
[18] Virilio, 1999.
[19] Mac Mahon, 1996.
[20] Nye, D. American technological sublime. Cambridge, MA: MIT Press, 1994, citado en Nunn, opus cit., 12.
[21] Winner, 1997: 999.
[22] Se conocen testimonios de policías que han tenido que soportar costes personales y profesionales grandísimos a la hora de intentar conciliar intereses y necesidades en torno a la puesta en marcha de sistemas de gestión de las comunicaciones y los servicios en una policía de Cataluña. Por razones que se desprenden de lo anterior, no se identifican aquí.
[23] Información facilitada por el Sr. José Royuela, intendente de la Guardia Urbana de Barcelona y uno de los responsables de su central de mando; licenciado en psicología y conocedor de esta tecnología.
[24] Los sistemas GPS adaptados a los usos policiales en los coches patrulla alertan a los administradores de desconexiones no ordenadas desde central de mando así como de eventuales sabotajes que puedan sufrir.
[25] Para ver testimonios recogidos en un estudio sobre este particular, cfr. Ackroyd et alt., 1992, cap. 6: "Uniform patrol and information technology", pp. 103-120.
[26] Cuando el acceso no era tan fácil, los ciudadanos trataban de resolver muchos problemas relacionados con la convivencia o las pequeñas infracciones y sólo recurrían a la policía cuando las situaciones se complicaban considerablemente.
[27] Monjardet, 1999.

Bibliografía

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Ficha bibliográfica:

REQUENA HIDALGO, J.De la sociedad disciplinaria a la sociedad de control: la incorporación de nuevas tecnologías a la policía.  Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2004, vol. VIII, núm. 170(43). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-170-43.htm> [ISSN: 1138-9788]

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