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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VIII, núm. 170 (45), 1 de agosto de 2004
CENTROS DE INERCIA, TIC Y NUEVOS ESPACIOS EXTITUCIONALES

Miquel Doménech
Daniel López
Francisco Javier Tirado
Universitat Autònoma de Barcelona



Centros de inercia, TIC’s y nuevos espacios extitucionales (Resumen)
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no sólo están relacionadas con la disolución de los espacios institucionales sino que intervienen de manera determinante en la producción de nuevos ordenamientos sociales. Siguiendo la distinción entre espacio liso y estriado que emplean Deleuze y Guattari, trataremos de elaborar un breve recorrido por las transformaciones que conducen desde el espacio moderno, basado en la arquitectura y el trabajo sobre el cuerpo, hasta la producción de centros de inercia, basados en la gestión de lo simultaneo que plantea Virilio.  Con ello mostraremos como las nuevas tecnologías no sólo fluidifican el espacio institucional sino que ofrecen nuevas soluciones para el ordenamiento social. Con estos presupuestos analizaremos el caso de la Teleasistencia Domiciliaria. Argüiremos que en ella se constituye lo que hemos denominado extituciones.
Palabras clave:
TICs, extituciones, desinstitucionalización, espacio, centros de inercia.




Inertia centers, ICT and new extitutional spaces. Abstract
ICT’s (Information and communication technologies) are related with the breakup of institutional spaces and with the production of new social orderings. Following the distinction between smooth and striated spaces that Deleuze and Guattari put forward, we will elaborate a brief story about the modern space transformations. This story will show that architecture and body work are the most fundamental dimensions of those transformations. Also, we will analyze the management of simultaneity and the production of inertial centers as the main elements of the actual production of space. In this phenomena ICTs have a very important role. We will illustrate it with a case study in a Tele-home Care Service where a new social form appears that we call extitution.
key words:  ICT, extitutions, deinstitutionalization, space, inertia center.


La implementación cada vez más rápida y profunda de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación está transformando de forma radical los espacios en que habitamos. Cada vez nos es más difícil establecer los límites entre lo público y lo privado, entre el trabajo y el ocio, o entre lo personal y lo colectivo; distinciones que, hasta hace muy poco, nos servían para orientar nuestras acciones y que hoy en día han quedado obsoletas. Nuestras prácticas cotidianas muestran claramente esta transformación: ya no trabajamos únicamente en la oficina, lo hacemos desde casa e incluso mientras viajamos; del mismo modo, ya no salimos a la calle para comprar, tampoco hablamos con familiares y amigos en casa, lo hacemos desde el trabajo. El uso que hacemos de estas nuevas tecnologías está transformando la geometría que sostenía los límites y fronteras sobre las que se organizaba la vida social. Los límites férreos que imponía el espacio se vuelven, a partir de ellas, permeables y extremadamente maleables.

El papel que tienen las TIC en la desinstitucionalización de los servicios asistenciales es una muestra muy clara de ello. La implantación de redes de servicios en la comunidad ha permitido que los pacientes puedan recibir asistencia sin la necesidad de ser institucionalizados. No obstante esto ha actualizado uno de los problemas que precisamente las instituciones totales solucionaban, la gestión del tiempo. La disolución de las instituciones en la comunidad supone coordinar espacios y tiempos extremadamente heterogéneos, algo que las instituciones de encierro gestionaban a partir de la producción de un espacio que imponía una temporalidad uniforme. La eliminación de esta forma espacial requiere de una coordinación minuciosa entre servicios y una disponibilidad total, algo que a la vista de algunos estudios se hace muy difícil (Bloomfield, 2002).

Los dispositivos de telemedicina y teleasistencia domiciliaría, sin embargo, producen gracias a las TIC un espacio de control que evita que los usuarios se pierdan entre los recursos de la red asistencial. Una topología variable de recursos asistenciales que se ajustan de forma personalizada a las necesidades de sus usuarios.

La pregunta que nos hacemos en este texto es doble: qué incidencia tiene la tecnología en la producción de esta forma espacial y en que sentido las TIC abren un espacio alternativo al institucional.  Para ello propondremos, en primer lugar,  una determinada manera de entender el espacio y la tecnología y, en segundo lugar, mostraremos de qué modo la utilización de las TIC en los servicios de teleasistencia producen formas espaciales que van más allá de los parámetros modernos. Propondremos la idea de centro de inercia y de extitución como configuración espacial y formación social que van más allá de los esquemas modernos estudiados hasta el momento
El espacio como producto, la tecnología como pliegue.

Cuando hablamos sobre el espacio habitualmente manejamos dos acepciones diferentes. Una concepción cartesiana, donde el espacio es una superficie extensa y homogénea exterior al hombre en la que se ubican los objetos que nos encontramos en el mundo; y una concepción subjetivista, donde el espacio es un elemento de la conciencia fruto de la significación que le da un ego individual al flujo de la experiencia.
Ambas concepciones, especialmente la cartesiana, han tenido una fuerte repercusión en la psicología social y sobretodo en la psicología ambiental. De hecho, la mayor parte de las temáticas de estudio, ya sea las relaciones entre entorno y conducta espacial, la adaptación a variables ambientales, la percepción y la cognición ambiental o los mapas cognitivos, se sustentan, en gran medida, en ambas concepciones del espacio. Sin embargo, ninguna de las dos nos permiten entender lo que aquí queremos plantear. Para ello debemos acudir a una concepción diferente del espacio que tiene sus raíces en la filosofía de Leibniz y Heidegger y que se utiliza en ámbitos como la geografía humana (Harvey, 1969; Gregory, 1994; Soja, 1990), la sociología urbana (Lefevbre, 1991) o la antropología e historia de la ciencia (Latour, 2002; Serres, 1995). Esta concepción sostiene que el espacio no es ni un elemento objetivo ni un elemento mental sino que se constituye a partir de las relaciones topológicas, de cercanía y lejanía, que emergen a partir del modo en el que actuamos en el mundo (Malpas, 2000). Las relaciones de cercanía y lejanía, de propiedad o de exterioridad, no son ni distancias objetivas medibles ni distancias mentales, son dis-tancias pragmáticas que dependen de los modos de hacer propios de una época, es decir, de sus prácticas,  discursos y tecnologías. El espacio es, por tanto, una estructura de relaciones, un sistema de ordenación que se despliega en cada práctica y actividad social (Harvey, 1997).

Tal y como dice José Luis Pardo,

“El espacio está siempre lleno: no es nunca el receptáculo indiferente en el que un sujeto o un individuo volcarían su presencia manifiesta, su dimensión corporal o su espontaneidad discursiva, creativa o “artística” –fónica, gráfica, visual-, está antes poblado de un rumor anónimo y multitudinario, el murmullo del lenguaje mudo de la muchedumbre de las cosas (naturales y artificiales), del tráfico de los objetos y de las colecciones nómadas de hábitos. Inscribirse en él como individuo es cuestión de marcar las distancias.” (1992: 19)

Esta forma de entender el espacio, denominado por algunos paradigma relacional (Harvey, 1997), pone el énfasis en el modo en que se produce, ya que su preocupación es entender el papel que tiene en la estructuración de las relaciones sociales y en la producción de subjetividades. Un buen ejemplo de ello, es el análisis que hace Henri Lefebvre de la producción espacial moderna en  The Production of Space. En ella, Lefebvre, de forma análoga a lo que hizo Marx cuando pasó del análisis de la mercancía al análisis de las relaciones sociales de producción, pasa del análisis de los objetos en el espacio al análisis de la misma producción del espacio.  Interroga a la modernidad a través del espacio porque, como Marx, quiere mostrar cómo el espacio sirve para pensar y actuar y, sobretodo, cómo es un elemento fundamental para entender el modo en el que se ejerce el control, la dominación y el poder en las diferentes épocas (aspecto que, como veremos, comparte con Foucault). Para Lefebvre, analizar el modo en el que se produce el espacio en una determinada sociedad es interrogarse sobre el modo en el que se configuran las relaciones de poder. Se trata de atender a las luchas que determinan el devenir de toda formación social, tanto en un sentido reproductivo como productivo, es decir, como algo  colonizado y mercantilizado, comprado y vendido, creado y destruido, utilizado y especulado, pero también como el lugar en el que se desarrollan las resistencias y se hacen visibles las contradicciones de la modernidad.
La pregunta por la técnica y su relación con el espacio

Por lo tanto, desde este punto de vista, el espacio es el resultado de un proceso productivo. Las relaciones topológicas que lo conforman dependen de los modos de hacer de cada época y por tanto, su análisis, en el contexto actual, debe tener en cuenta, entre otros elementos, el papel que juegan los objetos técnicos en la producción espacial.  En este sentido, el propio Lefebvre advierte que es necesario analizar el papel que tienen las tecnologías modernas en la configuración del espacio de la vida cotidiana. En uno de sus libros más interesantes, La vida cotidiana en el mundo moderno, analiza la hegemonía del automóvil como metonímia de un cambio en el espacio cotidiano: la supremacía de la obsolescencia como estrategia para capitalizar el deseo. Así el análisis del automóvil nos muestra como “el Circular sustituye al Habitar”. Dicha tecnología dibuja, según Lefebvre, un espacio social donde prima “la circulación rodada las cosas y las personas se mezclan sin encontrarse”; donde se da “simultaneidad sin intercambio”.
Pero, ¿qué entendemos por tecnología, y, sobre todo, qué relación establecemos entre el uso de la tecnología y la producción del espacio tal como aquí lo hemos definido?

Bruno Latour nos proporciona, desde los estudios sociales de la ciencia, una definición muy adecuada para intentar responder a estas dos preguntas. Este antropólogo de la ciencia sostiene que la tecnología es un modo de plegar, es decir, de configurar y materializar diferentes topologías (Latour, 2002). A través de ella conectamos y componemos entidades a partir de elementos muy diversos y separamos y disgregamos elementos que anteriormente estaban ligados.

La construcción del AVE, por poner un ejemplo actual, instaura y materializa una nueva configuración topológica a partir de la cual los espacios económicos, sociales y políticos quedan redefinidos. Ciudades como Tarragona y Barcelona,  al estar conectadas por el AVE estarán tan extremadamente cerca que será indistinto vivir en una y trabajar en la otra; en cambio, una ciudad como Manresa, situada a menor distancia geográfica de Barcelona que Tarragona, al no estar conectada por el AVE estará mucho más alejada.

En este sentido, la producción del espacio, pasa inexorablemente, por el uso de tecnologías que instauren y fijen algún tipo de relación topológica. Por lo tanto, la relación entre la producción del espacio y la proliferación de determinadas tecnologías es muy estrecha. No es posible entender, por ejemplo, la construcción estática, piramidal y radial del Imperio Romano, sin atender al desarrollo de la caballería y a la construcción de calzadas y caminos; y ocurre lo mismo con la arquitectura en red, dinámica y móvil del Imperio americano, si no tenemos en cuenta las autopistas de la información (Debray, 1997).

Sin embargo, como hemos visto, la producción del espacio no es unívoca. Como ya mostró Lefebvre en el espacio no sólo encontramos la forma del dominio sino también de la resistencia. En ella se hacen patentes las relaciones de poder y las formas de resistencia que animan a cualquier formación social. En este sentido, Deleuze y Guattari (1988) proporcionan dos conceptos muy valiosos. Para estos autores existen dos tipos de espacio, o mejor dos modos de espacialización que están en permanente tensión: el espacio estriado y el espacio liso. En ambos casos se trata de conceptos que designan las potencias de organización y disolución de cada espacio. Por ejemplo, en el caso del espacio geopolítico, el espacio estriado es el que corresponde al territorio estatal, geometrizado, limitado y administrado; el espacio liso, en cambio, designa el espacio abierto, no delimitado, no fraccionado de la meseta y la estepa que habitan los nómadas. Aunque son dos conceptos distintos, no debe usarse como ideas contrapuestas, no operan a partir de una relación dialéctica. Como ellos mismos dicen “los dos espacios sólo existen de hecho gracias a las combinaciones entre ambos: el espacio liso no cesa de ser traducido, transvasado a un espacio estriado; y el espacio estriado es constantemente restituido, devuelto a un espacio liso”. (Deleuze, 1988:484).
 

Analizar en que sentido las diferentes tecnologías producen espacio significaría atender a su potencia de organización y disolución, es decir, al modo en el que componen un espacio estriándolo o alisándolo. Así, tal y como explica Virilio, la carta de navegación permitió estriar el espacio liso del mar, organizándolo en una cuadrícula de meridianos y paralelos, longitudes y latitudes; mientras el submarino, en cambio, alisó el espacio estriado por la cuadricula de las cartas, desterritoralizando, vulnerando sus límites (Virilio, 1999). Del mismo modo, como detallaremos a continuación, las TIC suponen la producción de un espacio liso a partir de la estriación moderna de los espacio históricos tradicionales.
Urbanismo y arquitectura: las instituciones modernas.

El espacio, como ya hemos visto, no es inicialmente una distancia objetiva, es la topología que emerge de nuestros modos de hacer, de la diferentes tecnologías que utilizamos. Así, antes de la llegada de la modernidad, estaban basada en técnicas muy locales y contingentes, centradas en el cuerpo y en oficios tradicionales. Eran distinciones entre lo cercano y lo lejano que servían para categorizar tanto lugares como animales y afinidades. No obstante, estas técnicas producían espacios concretos, extremadamente locales y heterogéneos, que estaban muy ligados a los usos específicos de sus habitantes.
Con la llegada de la modernidad se desarrollan una serie de técnica que tienen como objetivo estriar los espacios tradicionales, produciendo un espacio abstracto y homogéneo. El surgimiento del Estado-moderno dependía de ello, ya que para legislar y controlar las diferentes prácticas sociales era necesario transformar la multitud de espacios tradicionales en una única superficie transparente, expuesta completamente a su mirada. Esta operación fue posible gracias a la invención de la perspectiva, una tecnología que permitió transformar la naturaleza subjetiva y local del espacio en una estructura absoluta a partir de la cual producir un espacio homogéneo. Esta estructura era un principio de visibilidad abstracto en el que la configuración topológica del espacio se tornaba independiente del observador, al convertir a éste en una posición predefinida a partir de la cual las relaciones espaciales quedaban fijadas.

Éste principio es precisamente el que comparten las construcciones que analizó Michel Foucault en Vigilar y Castigar, edificaciones diseñadas para producir individuos socialmente útiles y competentes. Instituciones como el hospital, el asilo, el psiquiátrico, la prisión, el taller o la escuela eran dispositivos cuyo plano arquitectónico, clausurado y completamente funcional, permitían, a través de la vigilancia, inculcar hábitos con los que instaurar un mismo fluir del tiempo.

“Se trataba de geometrizar el espacio y el tiempo, de producir un nicho espaciotemporal que pueda absorber lo heterogéneo  y purificarlo, ordenarlo. La institucionalización es simplemente una ordenación sobre un plano geométrico. La geometría crea el colectivo, la totalidad, a partir de la localización y exposición precisa de sus componentes, sus partes.” (Tirado y Doménech, 1998: 48).

Recordemos que Foucault define nuestro presente como “sociedad disciplinaria” al describir el "panoptismo" como principio rector general de una anatomía de poder cuyo objeto son las relaciones de disciplina. El panoptismo es un proyecto que opera distribuyendo a los individuos en el espacio y sometiéndolos a un régimen de visibilidad total centralizada. Ewald ilustra muy bien el énfasis mencionado:

"Las disciplinas normativas movilizan principalmente el espacio y las arquitecturas. Hay que tratar de comprender por qué la norma implica semejante empleo de las arquitecturas, de las piedras, de los muros. La importancia de las arquitecturasestá en el hecho de que vienen a ocupar el lugar del rey. En el espacio normativo, la arquitectura ya no es (no es solamente) un símbolo, un signo de poder, la expresión de la fuerza. La arquitectura ocupa ese lugar. Ocupa su centro, es el poder mismo (...) La arquitectura permite que la objetividad de un juicio de uno mismo sobre sí mismo no sea nunca un juicio sin exterior" (Ewald, 1989: 166)

Pero la materialidad del ejercicio del poder no radica exclusivamente en la gestión del espacio. La relación entre espacio y relaciones de poder aparece dentro de un evento más general que sería la necesidad de realizar inscripciones duraderas. Foucault define verdaderos dispositivos de inscripción, pero con la peculiaridad de que el material inscrito es el cuerpo. Efectivamente, prisiones, talleres, escuelas... no son más que aparatos de inscripción sobre cuerpos. El objetivo, no obstante, no es la creación de un cuerpo en sí mismo sino la producción de almas o espíritus. Aunque todas las sociedades ejercen la imposición de algún tipo de control social sobre el cuerpo (Dreyfus & Rabinow 1982), lo que caracteriza a las sociedades disciplinarias es la forma en que se ejerce tal control: la percepción del cuerpo como objeto de análisis, susceptible de ser fragmentado en multitud de piezas o partes. Su fragmentación pretende producir una nueva superficie de saber sobre la que imponer efectos duraderos en el tiempo y en el espacio. El cuerpo es una suerte de tejido que puede ser moldeado, trabajado, inscrito con hábitos y normas, inscrito con gestos que duren más allá de las paredes de la institución,  es decir, grabado con historia. El método para la inscripción es la disciplina. ¿Cómo opera la disciplina? El procedimiento es simple.

En primer lugar, la disciplina es un arte del cuerpo. Despliega las siguientes operaciones:

a) Distribuye individuos en el espacio a partir de la clausura. Localiza a cada individuo en un lugar, se asignan camas, tareas, médicos o vigilantes, zonas del patio para pasear... Se generan emplazamientos funcionales, cada espacio o rincón de la institución tiene su significado en un plan racional más general y exige conductas diferenciadas. Por último, crea series. Los locos se agrupan por patologías, los convictos por delitos..., cada individuo se define por el lugar que ocupa en una serie y por la distancia que lo separa del resto de miembros de la misma, hay un rango que clasifica en relación a una totalidad. El efecto de esta distribución consiste en ordenar multitudes confusas. Como nos recuerda Foucault:

"Es preciso anular los efectos de las distribuciones indecisas, la desaparación incontrolada de los individuos, su circulación difusa, su coagulación inutilizable y peligrosa; táctica de antideserción, de antivagabundeo, de antiaglomeración" (Foucault, 1975: 147)

b) Gestiona la actividad de los individuos pautando extrictamente el empleo del tiempo. Tanto el loco como el prisionero saben qué tienen que hacer y qué no en cada momento. Se pauta temporalmente el acto, se elaboran esquemas anatomo-cronológicos que prescriben cómo y cuanto tiempo debe ocupar éste. Se establecen correlaciones entre el cuerpo y el gesto, se enseña cual es la mejor relación entre un gesto y una actitud global del cuerpo para lograr eficacia y rapidez en las tareas. Se define las relaciones que el cuerpo debe mantener con el objeto que en cada instante manipula, no se puede coger la cuchara de cualquier manera, se deben manejar artefactos en el taller bajo la atenta mirada de un vigilante, etc. Finalmente, se impone un perfeccionamiento constante de la actividad, si no se mejora en las actividades establecidas por la institución se reciben castigos. En esta segunda operación del proceso de inscripción, el cuerpo se vuelve útil, aparece como portador y canalizador de fuerzas, deviene un “algo” específico, fragmentable en partes, compuesto de partes concretas sobre las que se puede intervenir puntualmente (diferenciar, corregir, depurar, eliminar...).

c) Organiza globalmente la temporalidad. Se genera un tiempo lineal, orientado siempre hacia una meta y futuro, un tiempo común para todos, un tiempo exclusivo que permite definir homogéneamente el movimiento de la multitud y de los individuos en la multitud.

d) Compone fuerzas en totalidades. Para la institución es importante que cada individuo, en todo momento, sea consciente de que es una pieza de un engranaje mayor. Su acción se inscribe en un proyecto global que exige articulación concertada de las piezas. Como resultado de esta composición de fuerzas, el cuerpo singular se define como un elemento que se puede mover, colocar, articular, intercambiar, sacrificar si el proyecto general lo exige, etc. Se vuelve un átomo: observable y manejable.

El análisis que hace Foucault de las instituciones, nos muestra que la geometrización del espacio es la condición necesaria para el disciplinamiento de los cuerpo. Sin ella no es posible su sujeción, y por tanto, no es posible la producción de subjetividades, requisito necesario, a su vez, para su duración. Inscribir el orden institucional en el alma a través del trabajo sobre el cuerpo es el modo en el que la institución logra pervivir. Si no hay muros no hay subjetividad y si no hay subjetividad la institución moderna se diluye.

Sin embargo, los principios que rigen el espacio institucional no son exclusivos de los centros de encierro, son extrapolables a otros contextos porque representan la lógica de lo que Lefebvre ha denominado el espacio abstracto de la modernidad. Se trata de "un espacio conceptualizado, el espacio de científicos, urbanistas, tecnócratas e ingenieros sociales" (Lefebvre 1991:38) que se estructura, como en el panoptismo, a partir de una lógica de visualización hegemónica.  Los espacios modernos deben ser representados y producidos en tanto “espacios legibles”. Su ideal es el de la transparencia para el poder.

En este sentido, las tesis y obras de Le Corbusier serían también buenos ejemplos de este espacio moderno. Según éste, la arquitectura y el urbanismo debe ser una forma de organizar el espacio para eliminar la confusión, la espontaneidad, el caos y el desorden. Cada espacio debía estar diseñado para una función específica: las calles para el tránsito de bienes y personas, las viviendas para el descanso y la vida en familia, las fábricas y oficinas, para el trabajo. Cada espacio debe responder a un programa, a un plan racional basado en necesidades científicamente definibles que ordene inequívocamente el espacio vital. Así, como ocurre con las instituciones, la grilla es el modelo a partir del cual cualquier espacio social, ya estemos hablando del hogar, de la oficina o de la calle, puede ser ordenado, donde todo el mundo está en su sitio, perfectamente visible.

Tanto en el caso de las instituciones de encierro que analizó Foucault como en los proyectos de Le Corbusier nos topamos con un espacio geométrico, homogéneo y delimitado funcionalmente. Un espacio compuesto, gracias a la arquitectura y al urbanismo, para vigilar, controlar y organizar la vida de las sociedades modernas.
El espacio liso de las TIC: la velocidad absoluta.
Paul Virilio y Zygmunt Bauman han analizado sistemáticamente los efectos que han tenido las revoluciones de los transportes y de las transmisiones en las sociedades modernas. Para estos autores el incremento de la velocidad y el alcance del movimiento de personas, bienes e información que surge con la revolución de las transportes y de las transmisiones es el inicio de una guerra contra el espacio. Como bien mostró Foucault, el espacio transparente y funcional de las instituciones, de sus planos arquitectónicos y urbanístico es profundamente antinomádico. Su objetivo es controlar y organizar los movimientos de sus habitantes, ya que sólo así es posible un regimen disciplinario. Garantizar la sujeción de los cuerpos es el requisito para un trabajo sobre el alma. Por este motivo, mientras la arquitectura y el urbanismo estriaban el espacio tradicional, el desarrollo de nuevas formas de transporte como la locomotora, el automóvil o el reactor, o de tecnologías de transmisión como la imprenta, la radio, el teléfono o la televisión, alisaban el espacio urbano y arquitectónico al incrementar la velocidad y el alcance de los movimientos y los contactos. La implantación de las TIC supone la culminación de este proceso. Con ellas aparece una velocidad nueva, independiente de las fronteras, obstáculos y límites del territorio: la velocidad absoluta (Virilio, 1997). Una velocidad que desborda completamente las planificaciones urbanísticas, los diseños arquitectónicos y los relieves geográficos y que, curiosamente, elimina el trayecto en favor del instante: será un “trayecto sin trayecto, una dilación sin dilación.” (Virilio, 1999:126).

“Si el intervalo clásico cede el lugar a la interfaz, la política se desplaza a su vez en el solo tiempo presente. La cuestión no es, desde ese momento, la de lo global por relación con lo local, o la de lo transicional por relación con lo nacional: es, ante todo, la de esa repentina conmutación temporal en la que desaparecen no sólo el adentro y el afuera, la extensión del territorio político, sino también el antes y el después de su duración, de su historia, en exclusivo favor de un instante real, respecto del cual, finalmente, nadie tiene poder.” (Virilio, 1995: 32)
El espacio estriado de las TIC: los centros de inercia.

Las tesis de Virilio sobre el espacio han sido tradicionalmente empleadas para mostrar la potencia de disolución que tienen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, sin embargo, con ellas también es posible preguntarnos por su potencia de organización espacial: ¿Qué nuevos espacios dibujan? ¿Cuáles son sus características?
Más que nunca somos conscientes de que gran parte de las transformaciones que afectan al trabajo, el ocio, la política o la cultura están estrechamente ligadas a un cambio en los parámetros espaciotemporales que rigen nuestra vida.

Tal y como dice Bauman,

“un rasgo de la vida moderna y de sus puestas en escena sobresale particularmente, como diferencia que hace toda la diferencia, como atributo crucial del que derivan todas las demás características. Ese atributo es el cambio en la relación entre espacio y tiempo” (2000: 14).

Mientras en la modernidad industrial era necesario urbanizar el espacio para incrementar la velocidad del capital, actualmente parece haberse consumado su conquista y se prescinde de él como elemento estratégico. Siguiendo las tesis de Virilio, lo único que nos queda es el instante, una nueva dimensión quizás muy lucrativa pero que trae consigo un desplazamiento de la cercanía del otro, y con ello la muerte del civismo, como código mínimo de socialidad. El instante vacía de sentido el hinc et nunc, la copresencia y por tanto el habitar conjuntamente. Se trata, como dice Bauman (2000), del fin de la era del compromiso mutuo.

Ahora bien, quiere decir esto, como plantea Harvey (1989), que hemos aniquilado el espacio. En absoluto, la instaneidad de las nuevas tecnologías lo que hacen es poner en jaque la relación funcional entre cuerpo y espacio. Algo, que, como hemos visto, era fundamental para las instituciones, ya que su cometido era su racionalización y explotación.

Esto se ve muy claro con la llegada de las TICs al hogar. Mientras en la arquitectura tradicional, el cuerpo es la referencia del hábitat, su modulor, en la casa domótica el centro del tiempo intensivo del ser, el control de la simultaneidad, el mando a distancia (Virilio, 1990: 102) se convierte en el centro de su organización . Así, la casa informacional es una suerte de hiperespacio posmoderno que trasciende las capacidades del cuerpo humano de situarse, de organizar perceptualmente su entorno inmediato y cartografiar su posición en el mundo (Jameson, 1991). Estamos lejos de Foucault y de Le Corbusier. Lo importante es el control del entorno, la producción de un centro de inercia en el que reunir lo que está distante, sea de la naturaleza que sea: desde tareas propias del ámbito doméstico a otras como el e-learning, el tele-trabajo, el comercio electrónico o la tele-asistencia domiciliaria.

Por lo tanto, cuando pasamos del orden de lo sucesivo al orden de lo simultáneo, nos topamos con una nueva forma espacio-temporal, el polo inercial.
Los centros de inercia como solución espacial a la desinstitucionalización: el caso de la Teleasistencia Domiciliaria

El concepto de polo inercial que nos propone Virilio, si bien puede parecer un tanto hiperbólico y genérico, arroja luz sobre las razones que han llevado a servicios como la Teleasistencia Domiciliaria a convertirse en dispositivos “alternativos” a la institucionalización.
El desmantelamiento durante los años 80 de gran parte de las instituciones de encierro, como el asilo o el psiquiátrico, y su sustitución por redes de recursos asistenciales en comunidad (community care) ha traído consigo importantes problemas organizativos. Como han puesto de manifiesto Bloomfield y McLean (2001; 2000) los pacientes, al no estar ya confinados en instituciones totales (Goffman, 1968) están ahora cada vez más dispersos, ya que van de un sitio a otro de la comunidad –de centros de día a apartamentos tutelados y de centros de salud mental a vivir en la calle. Esto, según los autores, no es más que la expresión de un problema que las instituciones tradicionales trataban de solventar a través del encierro. No hay que olvidar que, según Foucault, las instituciones eran dispositivo antinomádicos.

A diferencia de la institución, la idea de comunidad no es un lugar en el que los pacientes reciban la asistencia que requieren, sino más bien un conjunto de espacios fragmentados y dispersos. De modo que, la ayuda comunitaria se postulaba como alternativa eficiente a la institucionalización, bajo la asunción de que es posible que conjunto heterogéneo de servicios, materiales, espacios, tiempos y personas puedan ser emplazados en un determinado sitio y coordinados temporalmente para ser utilizado según las necesidades del paciente. Algo que a la vista de la experiencia de los profesionales del sector ha traído muchos problemas: en demasiadas ocasiones estos elementos no han estado siempre disponibles para sus usuarios debido a la diversidad de formas de vida: horarios de trabajo, condicionantes económicos y de movilidad, etc. Cosa que ha dado lugar a muchos de los problemas que están asociados con la vida fuera de las instituciones de encierro.
Precisamente, en un estudio que realizamos sobre inserción socio-laboral de personas con trastorno mental severo (Doménech, 2004), los profesionales ponen de manifiesto que uno de los obstáculo que se debía superar era la coordinación entre los diferentes recursos. Esto en términos operativos, significa que para lograr que un paciente con un trastorno mental pudiera mantener o conseguir un empleo era fundamental, por ejemplo, adecuar el horario de visitas del psiquiatra a su horario laboral. Algo que aparece como extremadamente complicado debido a la flexibilidad horaria y geográfica que se le pide no sólo al psiquiatra sino también al trabajador. Así, frente a la uniformización espacio-temporal que imponían las instituciones de encierro, estos recursos tienen que atender a gente con horarios y lugares de procedencia muy diversas y esto supone hacer frente a algo que en las instituciones estaba solucionado: una cada vez mayor fragmentación e individualización espacio-temporal.
 

La informativización de estos recursos, y sobretodo, el surgimiento de servicios destinados específicamente a la gestión personalizada de los mismos a través de las TIC aparece en los 90 como un mecanismo con el que hacer frente a la fragmentación espacio-temporal derivada de los procesos de desinstitucionalización (Bloomfield y Mclean, 2001; 2000).

Uno de los casos más exitosos es el de la Teleasistencia Domiciliaria. Un servicio que no ofrece directamente asistencia sanitaria o social, sino una gestión rápida, eficaz y personalizada de los recursos disponibles en un contexto determinado. Su funcionamiento es sencillo. A través de un dispositivo electrónico (un medallón que el usuario lleva colgado y una terminal) el usuario está conectado continuamente, sin moverse de casa, con un operador de una central de alarmas, que dispone de una base de datos con todos los datos médicos y personales, y que en caso de que aprete el botón del colgante para pedir ayuda o detecte algún tipo de anomalía (por ejemplo, si debía llamar a determinada hora y no lo ha hecho), pone en marcha una serie de recursos para ayudarlo. Moviliza parientes, vecinos, ambulancias, médicos, bomberos, policía local, voluntarios, asistentes sociales, etc.

La Teleasistencia Domiciliaria se ofrece como una herramienta que da seguridad tanto a los usuarios, como a sus familiares, porque puede intervenir instantáneamente y de forma personalizada sobre sus necesidades específicas. Por tanto, en primer lugar, el dispositivo está montado entorno al usuario, ya que es sensible a cualquier cosa que le pudiera pasar. A través de agendas de seguimiento, controles de movilidad, llamadas mensuales y escucha activa, los operadores están las 24 horas del día “en estado de alerta”. Y, en segundo lugar, su función consiste en poner en marcha los recursos adecuados a las necesidades inmediatas de sus usuarios y coordinarlos de la forma más rápida posible.

Así pues, para recibir asistencia el usuario no debe desplazarse a ningún sitio, simplemente con apretar el botón de alarma se ponen en funcionamiento los recursos que necesita. Los operadores son una suerte de ángeles, siguiendo con la idea de Serres (1994), que conectan y desconectan a sus protegidos de los recursos de su comunidad.

Salta a la vista, por tanto, que la organización espacio-temporal de la TAD no pasa por la fijación de las topologías espaciales de sus usuarios, ya sea a través del encierro o de la adaptación del usuario a los requerimientos temporales y espaciales de sus centros de referencia. Producen centros de inercia. Mediante la utilización de las tecnologías telemáticas, los usuarios del servicio se convierten en el polo inercial alrededor del cual se distribuyen y se forman, a tiempo real, diferentes topologías de recursos. Cada vez que el dispositivo conecta al usuario con el operador del servicio de teleasistencia se produce una topología singular y concreta, se conectan diferentes elementos. No es necesario predefinir una topología concreta de recursos. El operador del servicio en función de la demanda, de la información de la que dispone, de los recursos disponibles en ese momento conecta, gracias a las TIC, todos esos elementos, conformando un “espacio asistencial” personalizado alrededor del usuario.

Los espacios modulados de la extitución
 

Resumiendo lo dicho hasta aquí, no sólo hemos visto qué papel juega la tecnología en la producción espacial, sino que hemos intentado dirimir qué tipo de espacio. Así, frente a la idea de que las nuevas tecnologías son responsables de la desestructuración del espacio moderno, hemos explicado que son parte activa en la producción de nuevos ordenes espaciales. Concretamente, hemos visto como la Teleasistencia surge como una solución nueva a buena parte de los problemas espacio-temporales que emergen de la desinstitucionalización. Para ello, en vez de fijar una ordenación espacio-temporal homogénea, como hacían los centros de encierro, hace del hogar del usuario, el centro inercial sobre el que tejer topologías variables de recursos asistenciales. Así, siguiendo los argumentos de Virilio, nos hemos dado cuenta que la primacía del intervalo-luz que acompaña a todo dispositivo articulado entorno a las TIC produce una nueva forma espacial: una suerte de espiral modulada. Un espacio que a diferencia de los espacios de las instituciones modernas, cuya forma es la de una grilla donde todas las cosas tienen su lugar, puede ser entendida como “una suerte de moldeado autodeformante que cambia constantemente y a cada instante, como un tamiz cuya malla varía en cada punto” (Deleuze 1995: 279).
Por tanto, debemos preguntarnos, ahora, a qué formación social responde esta estructura espacio-temporal. Si el espacio no es simplemente el contenedor de los social y estamos de acuerdo en que el espacio modulado no es el propio de una institución de encierro, ni el de una red de recursos comunitarios, cómo conceptualizar un servicio como la Teleasistencia Domiciliaria. Es una extitución.

Éste concepto, originario de la obra de Michel Serres (1994), se define como la resultante del proceso de inversión de las fuerzas centrípetas que recorren las instituciones en fuerzas centrífugas que lanzan al exterior a aquellos que las moraban. La extitución, a diferencia de la institución, es una ordenación social que no necesita constituir un “dentro” y un “fuera” sino únicamente una superficie en la que se conectan y se desconectan multitud de agentes. A diferencia de las líneas de ruptura que definen el espacio abstracto de la modernidad (Lefebvre, 1984), lo que nos encontramos en la extitución ya no es una topoanalítica sino una suerte de topofilia (Bachelard, 1974). No se trata de establecer espacios segmentados, más bien de aunar, conjuntar, conectar empresas de ambulancia,  hospitales, CAPs, médicos de cabecera, aseguradoras, familiares, amigos, etc, en un mismo espacio topológico virtual. Y eso significa componer una surte de melodía en la que puedan coexistir, sin necesidad de uniformizarlas, espacialidades y temporalidades heterogéneas. La potencia de una extitución como la TAD, no está en su capacidad para geometrizar el espacio, sino más bien en su conectividad: la cantidad de agentes que puede aunar sin perder por ellos su forma organizativa. Eso es lo que la define y de ello depende su funcionamiento.

Así pues, la extitución tiene una serie de características. Mientras la institución se asiente sobre una materialidad dura, la extitución se establece en lo que podríamos denominar una materialidad blanda y mezclada. Aparece el edificio, pero se torna fundamental la porosidad, la conectividad entre diferentes actores, y para ello es necesario la información. La institución se define a través del plano, está planificada. La extitución solapa planos y disposiciones geométricas en una trama topológica. La materialidad dura permite que la institución instaure relaciones espesas, repetitivas y bien definidas. Las instauradas en la extitución serán variables y flotantes. La primera, de este modo, crea rutinas que conducen a una socialidad perdurable, mantenible y constante. La segunda, por el contrario, crea movimiento. Cada vez más movimiento. Lo que le lleva a generar una especie de socialidad fluctuante. La institución detentará gracias a esto memoria para su vínculo social, en la extitución sólo se dará performatividad puntual. La institución despliega algún tipo de encierro, ya sea físico o simbólico. La extitución es como un gran aparato de captura, incorpora, conecta. La primera se asiente en una realidad local. Éste está claramente definido y el problema es alcanzar lo global. Llegar al tejido social en su completa amplitud. La segunda presenta alguna definición, aunque sea imprecisa, de lo global. Lo importante es que se hace siempre evidente.

En suma, la institución es una multiplicidad actual, está ahí, presente, manifiesta, insoslayable y continua. El ajuste permanente en un continum de toda su heterogeneidad es condición necesaria para su acción. Además, las operaciones de su reproducción son la semejanza y la limitación. Requiere la repetición de hábitos y rutinas, congelar el acontecimiento. Por el contrario, la extitución, es una multiplicidad discontinua y virtual. Sus componentes son variadas y jamás pierden esa heterogeneidad en sus actos y más que una actualización constituye una potencia, una tendencia que en determinados momentos se actualiza. Las operaciones de la extitución son la divergencia y la creación. Cada una de esas actualizaciones difiere de las anteriores. En esa diferencia o diferenciación siempre aparece el acontecer y la novedad. Se instaura el acto creativo como norma de ejecución.

Bibliografía

 
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© Copyright Miquel Doménech, Daniel López Francisco Javier Tirado, 2004
© Copyright Scripta Nova, 2004

Ficha bibliográfica:

DOMÉNECH, M. LÓPEZ, D. TIRADO, F.Centros de inercia, TIC’s y nuevos espacios extitucionales.  Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2004, vol. VIII, núm. 170 (45). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-170-45.htm> [ISSN: 1138-9788]

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