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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 194 (54), 1 de agosto de 2005

 

EVIDENCIAS Y DISCURSOS DEL MIEDO EN LA CIUDAD: CASOS MEXICANOS


Liliana López Levi
Profesora Titular del Departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana, México.
E-mail: liliana@servidor.unam.mx

Isabel Rodríguez Chumillas
profesora de Análisis Geográfico Regional, Universidad Autónoma de Madrid, España.
E-mail: isabel.rodríguez@uam.es

 


Evidencias y discursos del miedo en la ciudad: casos mexicanos (resumen)

El proceso urbano de las últimas décadas se ha orientado hacia la desarticulación y la segregación. Hay una tendencia creciente a la construcción de espacios cerrados que se aíslan del resto de la ciudad. La vivienda no es ninguna excepción. Los planificadores construyen fraccionamientos cerrados con una morfología defensiva que promueve el confort, la exclusividad, la seguridad y la armonía con la naturaleza. Específicamente hemos construido la hipótesis que los desarrollos habitacionales responden a dos elementos culturales, de gran importancia, del siglo XXI: el miedo y el consumo. A partir de lo anterior analizamos diversas ciudades mexicanas, tanto de la región centro como de la frontera norte, para encontrar una dinámica que se reproduce a lo largo y ancho del país.

Palabras clave: miedo, consumo, simulación, espacios cerrados, México


Evidences and speeches of the fear in the city:  Mexican cases (Abstract)
Urban process in the last decades has moved towards disarticulation and segregation. There is a growing tendency to build closed spaces that isolate themselves from the rest of the city. Housing is no exception. Planners construct gated communities with a defensive morphology, and promote comfort, exclusiveness, security and nature. Specifically we have the hypothesis that housing developments respond to two important cultural elements of the XXI century, fear and consumption. From the above mentioned, we analyze several mexican cities, using examples of the Mexican-American border, as well as those in the centre of the country. The process reproduces itself though out the country.

Keywords: fear, consumption, simulation, closed spaces, Mexico


Introducción

A principios del Siglo XXI ciertas tendencias de cambio y reestructuración urbana se hacen cada vez más patentes. De manera específica, el aislamiento, la desarticulación y la segregación desempeñan un papel importante, el cual se ha venido desarrollando a partir de los años noventa del siglo pasado. Para explicar lo anterior, hemos recurrido a los discursos del miedo y las huellas que éste deja en la ciudad y su paisaje, a modo de muros, rejas, plumas y demás elementos que separan a sus habitantes.


Dichos discursos apoyan una visión de la ciudad como espacio de amenaza, donde la criminalidad ha tomado un lugar central, donde los ciudadanos se preocupan por su integridad física, por los robos, los asaltos y los secuestros, por perder un patrimonio que les ha costado forjar. Lo anterior se ha plasmado en la ciudad de manera tal que, por un lado hay una pérdida de la calle como un espacio colectivo, y por otro proliferan los espacios cerrados como los centros comerciales y los fraccionamientos bardeados.


En el presente trabajo nos interesa destacar una de las características de la dinámica urbana actual, su tendencia a alejarse de los espacios públicos abiertos y a sustituirlos por lugares encerrados, con los que se tiene más control sobre el entorno físico y en consecuencia se pretende obtenerlo sobre el social, promoviendo el aislamiento, la segregación y la exclusión. A partir de lo anterior, la vida en la calle, en los parques y los cafés pasa a desarrollarse en interiores, tales como, en centros comerciales, en los fraccionamientos cerrados o en los clubes deportivos.

La hipótesis de la que partimos es que las tres grandes fuerzas que promueven el encerramiento urbano, y a partir de las cuales se construye su discurso, son el miedo, el consumo y la simulación (López et al., 2004a), mismas que siempre han permitido hacer lecturas urbanas. Las tres entretejidas, las tres relacionadas. Al considerarlas, obtenemos nuevas dimensiones del urbanismo y la sociedad actual. La materialización de estos parámetros globales en México identifica por lo pronto a los vecindarios defensivos y a los centros comerciales, en distintas ciudades del país, como los espacios físico-sociales del miedo, donde se amplifica su percepción y abatimiento con cierres y controles.


Ciudades: territorios globales

En los tiempos actuales, de apertura comercial, de acceso a la información, donde la tecnología nos abre ventanas al otro extremo del planeta y los avances en medios de transporte nos permiten estar a miles de kilómetros en unas cuantas horas, en este contexto la vida cotidiana cambia drásticamente y el espacio urbano vuelve a las formas premodernas. La fisonomía urbana se ha visto afectada, además, por otros procesos que han sido igualmente influyentes en la conformación de nuevas realidades. Entre ellos destacan los cambios en los espacios públicos y privados, mismos que tienden a la polarización, la segregación, la fortificación y el aislamiento.

El encierro del que hablamos es paradójico si consideramos que vivimos en un mundo globalizado. Las ciudades de hoy en día reflejan procesos que se repiten por todo el planeta; se construyen territorios globales que promueven cada vez más el encerramiento y que lo conforman como un fenómeno internacional, reflejado en las múltiples formas de nombrarlo, como “gated communities”, “ciudades blindadas”, “bunquerización”, “urbanizaciones cerradas”, “ciudades cerradas”, “fortificaciones”, entre otros.

Los lugares especializan sus funciones y su fisonomía se transforma para ajustarse a las nuevas finalidades. Actualmente la ciudad tiende a fragmentarse, a producirse y reproducirse con pequeñas unidades fortificadas; sus individuos se encierran, cada vez más, en sí mismos, en comunidades simuladas y en estructuras llenas de muros físicos y simbólicos, que dan la sensación de bienestar, exclusividad y seguridad, pero, al mismo tiempo, nos recuerdan constantemente de los peligros externos y la importancia de mantenerse aislados. Los nuevos bunkers urbanos ofrecen protección y construyen en su interior una utopía que contrasta con las circunstancias que viven los citadinos, con la criminalidad, la contaminación y la pobreza que se hacen patentes en los espacios públicos. Para ello, el encierro se presenta como una alternativa vital, que le permite al ciudadano-consumidor olvidar los aspectos adversos del territorio en donde vive y al cual pertenece.


Espacios cerrados: adentro y afuera

El aislamiento urbano es una evidencia del miedo, que se materializa en conjunto con el consumo y la simulación, para reconfigurar los diversos espacios de la ciudad. A partir de ello, la calle entra en una dinámica donde el espacio público se va perdiendo, y en contraposición crecen espacios cerrados, tales como los centros comerciales y los fraccionamientos bardeados, mismos que se venden como si fuesen un ideal alternativo al mundo contemporáneo.

 El miedo que se refleja en la fortificación genera una simulación. Un entorno amurallado lleva a la creación de un mundo diferente al que se encuentra del otro lado de la barda, la reja o el muro. El imaginario urbano de la criminalidad queda oculto ante la vista y con ello se promueve la fantasía de que no existe dentro de su cotidianidad y que, por lo tanto, no representa amenaza alguna. Desde el punto de vista físico y psicológico, el aislamiento segrega a un número cada vez mayor de espacios para la vida pública y privada (centros comerciales, clubes deportivos, fraccionamientos cerrados, entre otros).

Las diversas estructuras arquitectónicas y topográficas modifican el espacio social urbano, de manera tal que los edificios, las casas, las calles, las áreas verdes se organizan en células independientes, aisladas de su entorno. Con ello, la ciudad queda estructurada con base en islas, donde la gente tiene la posibilidad de llevar a cabo sus actividades sin recordar sus molestias, angustias o tristezas personales, sin pensar en el crimen, la contaminación ni la mendicidad; imaginando que no tiene nada que ver con ese otro mundo. Estos nuevos lugares hiperreales substituyen la realidad con ambientes artificiales, imágenes y símbolos.

El establecimiento de la fortificación y la privatización del ámbito comunitario han conformado nuevas estructuras arquitectónicas y territoriales que modifican la vida cultural y la percepción social de la población; han contribuido a crear nuevos valores, metas, formas de relacionarse, patrones de consumo y sistemas de referencia; han desarticulado, segmentado y polarizado a la sociedad, han roto el entramado social y nos han hecho temerosos los unos de los otros. En pocas palabras, han aniquilado el espacio público como se entendía con anterioridad.


En este sentido, la calle ha dejado de ser un espacio multifuncional por naturaleza, para especializarse en ser únicamente un vacío entre lugares, un sitio para el desplazamiento y que, por lo tanto, constituye un tiempo muerto entre dos actividades. Poco a poco se convierte en el territorio de los otros, de los que no tienen acceso a encerrarse.


Con el paso del tiempo y con la consolidación de un capitalismo occidental dominante, se han ido estableciendo nuevas formas de interacción y de conformación de comunidades, muy alejadas de las que había en la primera mitad del siglo XX. Entonces, los espacios públicos eran más heterogéneos y accesibles, los lugares de paso y los rincones urbanos estaban más abiertos, articulados y ocupados, la segregación era menor, los parques y la calle constituían espacios públicos que tenían múltiples funciones y que no se reducían a la transitoriedad, a ser efímeros, a ser un mal necesario para llegar de un lado a otro.

Los espacios cerrados favorecen la interrupción de las relaciones sociales, porque rompen la continuidad y conectividad física en la ciudad, impiden no sólo la relación hablante y oyente sino la misma certeza de la existencia del otro. Esto bien puede entenderse como una patología comunicativa (Borradori, 2003).

 El filósofo alemán Habermas sostiene que una comunidad acuerda implícitamente las normas de su funcionamiento interior, bajo reglas de la cultura y la sociedad, que constituyen convicciones de trasfondo común, supuestos culturales. Es una adopción mutua de perspectivas básicas, punto de partida para la comunicación. Dice Borradori, repasando este asunto: “si la adopción mutua de perspectivas no se puede lograr (...) Éste es el comienzo de una perturbación en la comunicación (...) La espiral de violencia comienza con una espiral de la comunicación perturbada que –a través de la desconfianza recíproca no dominada- conduce a la interrupción de la comunicación”. En este panorama, la toma recíproca de perspectiva se hace cada vez más difícil, por la rígida estratificación de la sociedad mundial, que se encuentra en la raíz misma del colapso del diálogo. Aquí se explicitan las diferencias socioeconómicas entre los habitantes de la ciudad, sobre todo, como señala Habermas, en estos momentos en los que la justicia distributiva es la primera víctima de la globalización dividiendo al mundo en ganadores, beneficiarios y perdedores (Borradori, 2003: 104-105).

La continuidad y conectividad física del espacio público, además de rota por las tendencias al cerramiento, también se ha sobre especializado en sus funciones como el resto de los usos del suelo de la ciudad hacia utilidades sólo de paso entre los lugares.


De nuevo, el consumo es una fuerza que contribuye a explicar este estado de cosas y frente a una versión activa de la ciudadanía, el ciudadano consumidor. El cliente representa “el paradigma de una ciudadanía pasiva o privada” orientado al disfrute pasivo de los derechos y sin percepción de ningún sentido de la responsabilidad u obligación de participar en la vida pública.

El comportamiento ciudadano es el punto de partida para hacer propuestas de carácter conservador definidas desde y por la responsabilidad individual en la integración o pertenencia a la comunidad, abriéndose de este modo, la posibilidad de que en la definición de lo público se manejen otros discursos culturales. El ciudadano-consumidor es proclive a mostrar una incapacidad para pensar en términos públicos y colectivos. Una ciudadanía definida en estos términos determina un contexto dominado por el lenguaje de los derechos individuales que “se traduce en una paradójica negación de los derechos colectivos (García Inda, 2003: 65- 69). Con este modelo de vinculación social, donde se acrecienta la hegemonía del ciudadano-consumidor, lógicamente, se resienten calles, plazas, mercados, parques, hospitales. El discurso de la eficacia, amparado en el crecimiento económico y el progreso, emana de modo natural en aquéllos que participan como ciudadanos y contemplan el espectáculo político desde su nicho consumista. Lo que de acuerdo con Capella “es adecuado para quienes llevan ‘una vida muy privada’ y se atienen a sus relaciones particulares desentendidos de las cosas públicas” (en García Inda, 2003: 68). Muchos de los que pueden y quieren optan por resolver sus necesidades básicas con bienes y servicios privados empezando por la casa y ‘su barrio’, donde, cerca o dentro de los vecindarios defensivos, están la escuela, el ocio y una gama amplia de otros equipamientos contenidos en las ‘nuevas plazas’ o mall, todos servicios y equipamientos de propiedad y gestiones privadas.

 Entonces, cabe preguntarse si los espacios cerrados, por modificar la fisonomía y las funciones del conjunto de espacios públicos y privados en la ciudad y por desarticularla físicamente con sus cerramientos, son los que contribuyen a una organización de la vida urbana desagregada en comunidades urbanas.

 
Los discursos de los agentes

Los espacios fragmentados y privatizados deben combatirse a través de una estrategia de urbanización que cree espacio público dentro del nuevo patrón de movilidad en el que debe de incidir la política urbana (Valenzuela, 2002), porque el espacio público permite interacción social y articula la estructura urbana con elementos entrelazados y organizados. Ha cosido en la ciudad los distintos tejidos urbanos surgidos en momentos y con características diferentes. Sin embargo, ahora nos enfrentamos a políticas públicas que favorecen la privatización y los megaproyectos urbanos, a partir de lo cual surgen nuevas formas de urbanización que han llevado a ruptura regional, la desarticulación y el aislamiento de los individuos, que dejan de establecerse en comunidades.

La forma urbana del fraccionamiento bardeado va acompañada de otras formas de autoprotección que completan el modo de vida urbano: “Esta práctica se ha extendido rápidamente, es voraz con la reducción del espacio público y es, también, una forma de expresar y representar las tensiones sociales dirigida a consolidar la privatización imaginaria de la utopía a la medida que tanto los fraccionamientos cerrados como los centros comerciales, o los megaproyectos y los espacios de entretenimiento, son todos, manifestaciones del mismo proceso urbano. Es una nueva forma privatizadora del espacio colectivo de la ciudad, una forma de ensanchar ámbitos espaciales privados a costa del espacio público, tolerado por los gobiernos locales e impulsado por los promotores inmobiliarios” (Méndez, 2002c: 65).

En general, las periferias metropolitanas se están conformado con un patrón de subocupación del suelo que no conforma tejido urbano. En esta dispersión de la urbanización en islas y fragmentos con una estructura polinuclear, a partir de nodos de distinta entidad (urbanizaciones cerradas, parques tecnológicos, centros comerciales, megaproyectos diversos) capaz por sí mismos de la ordenación espacial de las tramas de tráfico, es difícil encontrar una alternativa de acción reparadora en la creación de espacios públicos. Cualquier estrategia de urbanización pasa por considerar primero las jerarquías de las redes viarias, acaso el único elemento que es, y no siempre y en su totalidad, aún del dominio público. Y, por consiguiente, pasa por considerarlas con todo el protagonismo que implicaría ser las depositarias de las tareas de cosido cuando, precisamente, además de elementos de unión del desarticulado espacio metropolitano son los espacios de paso y de transición, lo cual no implica que sean para la vida colectiva y la cohesión social.


El recurso de la creación de espacio público para resolver o combatir la fragmentación y dispersión urbana actual, tendría que ser objetivo prioritario de la política urbana y, a partir de ello, crear los primeros polos de identidad con voluntad y vocación integradora. Las arquitecturas de enlace pueden ser nodos claves de esas identidades si reflejan estabilidad en los poderes que las representan, obviamente, no el capital privado y sus espacios de la simulación, sino la estabilidad que quizás pueda conferir el poder de la colectividad, como tuvieron y buscaron los edificios tradicionales singulares. Sin embargo, el panorama actual parece estar bastante lejos de las prácticas y convicciones anteriores. Aún hoy, según las ciudades, en numerosos sectores urbanos, hay una acción directa de la administración pública en este sentido para reparar los desmanes de la gran expansión urbana acelerada.



Esta privatización se resuelve con la producción extensiva de nuevos espacios urbanos. El proceso se reproduce a sí mismo a lo largo y ancho del país, donde los miedos se multiplican y las comunidades cerradas se han esparcido en el territorio, así como en los diversos estratos sociales. Exploramos los barrios defensivos y los relacionamos con el marketing, la imagen urbana y la inseguridad, lo que nos lleva a pensar que las comunidades resultantes se oponen a la urbe como una unidad, por lo que consideramos que las formas resultantes no corresponden a una evolución de la ciudad, en términos del espacio para sus habitantes, sino a una lógica capitalista comandada por el mercado inmobiliario. Ya no se trata únicamente de formas características de las clases altas, ahora también se reproducen para las clases bajas. De forma tal que crean nuevas versiones y cambian la funcionalidad y la conectividad urbana.


Evidencias del encierro en México

Hemos analizado diversos casos en varias ciudades de México, tanto de la frontera norte como de la región centro, centrándonos principalmente en el encierro habitacional y el comercial. El proceso se reproduce a sí mismo a lo largo y ancho del país. En estos casos, los miedos se multiplican y las comunidades cerradas se han esparcido en el territorio, así como en los diversos estratos sociales. Ya no se trata únicamente de formas características de las clases altas, ahora también se reproducen para las clases bajas. De forma tal que crean nuevas versiones y cambian la funcionalidad y la conectividad urbana. Los diversos ejemplos que hemos analizado[1] permiten observar el papel de la barda, los muros, la puerta y la arquitectura hermética en los discursos de seguridad e inseguridad urbana y qué tipo de efectos retroalimenta. Exploramos los barrios defensivos y los relacionamos con el marketing, la imagen urbana y la inseguridad, lo que nos lleva a pensar que las comunidades resultantes se oponen a la urbe como una unidad, por lo que consideramos que las formas resultantes no corresponden a una evolución de la ciudad, en términos del espacio para sus habitantes, sino a una lógica capitalista comandada por el mercado inmobiliario. A continuación ejemplificaremos el encierro en México a través de dos casos: la Ciudad de México, es decir, la capital del país, muestra de lo que ocurre en el centro y Nogales, Sonora, una ciudad media de la frontera norte. En el primer caso, los encierros se han consolidado, en el segundo, se encuentran en proceso.

La dinámica del encierro en la Ciudad de México puede rastrearse a través de la historia de sus espacios comerciales, de ocio, educativos y habitacionales. Para el caso comercial se tiene como antecedente a un distrito comercial central creado desde la época prehispánica: el mercado de Tlaltelolco, así como los gremios organizados por calles durante la colonia. El caso más famoso tal vez sea el de los orfebres que dieron nombre a la calle de Plateros, hoy llamada Madero, la cual continúa siendo sede de joyerías. Tanto el mercado como las calles se conformaron en espacios abiertos. En el siglo XX destacaron nuevos mercados como La merced, Jamaica, La Central de Abastos y La Viga, con un papel central que no se ha borrado del todo.

 En estos casos, los lugares tenían una naturaleza mucho más pública, más incluyente y comunitaria, de la que ahora tienen los actuales centros comerciales.

A su vez, los lugares de esparcimiento también tuvieron grandes transformaciones. La gente a principios del XX acostumbraba a pasear por las plazas, por el zócalo y por los jardines. En este sentido destacaban la Alameda Central y el Bosque de Chapultepec. Ambos unidos por una gran avenida que construyó el emperador Maximiliano, en la segunda mitad del diecinueve, y que iba desde su Castillo hasta el centro de la ciudad, calle que hoy paradójicamente llamamos Paseo de la Reforma, en alusión a las leyes promovidas por su principal oponente político. A lo largo del siglo XX, y sobre todo en la segunda mitad, la ciudad fue creciendo. Sin embargo, aunque las zonas habitacionales y comerciales se desplazaron hacia las periferias, el comercio mantuvo su lugar central hasta que aparecieron los centros comerciales y las tiendas de autoservicio.

 
El encierro comercial apareció a principios de los años setenta y ochenta, con los primeros centros comerciales encerrados en si mismos, de la manera como los conocemos hoy en día, Plaza Universidad (1970) y Plaza Satélite (1971), seguidos por Perisur (1980). La siguiente generación se fue concretando entre 1988 y 1994. Durante este periodo se registraron 16 macro proyectos comerciales, surgidos como parte del proceso de expansión económica impulsada por el capital inmobiliario. En 1994, la crisis económica freno el impulso, aunque no detuvo la construcción de centros comerciales. El último gran proyecto de este tipo que se construyó a fines de los noventa fue Mundo E, un mall que se encuentra al noroeste de la ciudad, especializado en entretenimiento y anclado a un complejo de cines. Los centros comerciales en la Ciudad de México y la dinámica que en ellos se desarrolla tienen un antecedente también en las tiendas departamentales y en los malls estadounidenses. Es a partir de estos últimos que se establecen nuevos patrones de relación y que se dan vínculos con la lógica de consumo que ha caracterizado al capitalismo occidental, a partir de la segunda mitad del siglo XX.

En términos comerciales, el fenómeno del encerramiento urbano tiene su máxima expresión en las plazas comerciales o malls; grandes complejos arquitectónicos que incorporan elementos de seguridad entre las cualidades de su espacio y se lo hacen saber al consumidor. Lo mismo ocurre con otros espacios de ocio (que también son de consumo), tales como parques, centros de diversión y entretenimiento infantil, lugares para bailar, entre otros. Todos ellos han proliferado conforme a la misma lógica.


Cabe señalar que la historia del encerramiento urbano responde también a esquemas culturales mexicanos que difieren de los norteamericanos. En la mentalidad mexicana, el espacio familiar debe tener un cierto grado de intimidad, por lo que los límites en las propiedades se materializan con bardas y rejas. Un jardín encerrado ha correspondido a lo largo del tiempo con la idea de privacidad. En este sentido, una ciudad de jardines compartidos, como se ven en Estados Unidos, no se percibe como ideal.


A mediados del siglo XX, las casas de las clases altas y medias tenían un jardín privado. Algunos bardeados, otros enrejados. Por lo general, los que tenían una reja abierta a la calle, tenían también atrás un jardín, ese sí, encerrado. Por su parte, aquellos que no disponían de los recursos para darse los lujos de la privacidad, utilizaban más la calle y las áreas comunes. Con esto queremos decir que el encierro no es una novedad de finales del siglo y que también corresponde a la necesidad de compartir o no el espacio privado. Sin embargo, conforme fue avanzando la segunda mitad del siglo XX, miedo y consumo fueron tomando un lugar preponderante en la forma de vivir la cotidianidad y las bardas de las casas fueron elevando su altura, las enredaderas le quitaron la transparencia a las rejas, luego, estas mismas fueron sustituidas en su mayoría por muros. Las unidades habitacionales, que antes tenían sus espacios comunes bien definidos, pero estaban abiertas a la calle comenzaron a poner rejas; en las calles de los fraccionamientos abiertos aparecieron plumas, casetas de vigilancia y luego muros que definían los límites. Poco a poco se fue dando el encierro habitacional hasta llegar a los nuevos desarrollos inmobiliarios que se conciben, desde su origen, como fortificados.
Lo mismo ocurrió con los espacios no habitacionales. La Universidad Nacional Autónoma de México, por citar un ejempl que ocupa un lugar importante para la Ciudad de México, se fue encerrando después de 1968. Primero bardeó parte de su perímetro y se colocaron puertas y, después poco a poco, se ha ido cerrando más. En los últimos años ha llenado de rejas gran parte de los espacios que quedaban abiertos y ahora incluso ha colocado casetas de vigilancia en las entradas principales. Otro ejemplo son la calle y las canchas públicas que se han ido sustituyendo (esto aún en las clases altas) por deportivos y clubes cerrados.
El encierro evidencia el cambio de concepción y papel de la calle en la sociedad actual. Las transformaciones del espacio urbano incluyendo el cambio de escala vertiginoso de los nuevos crecimientos urbanos, además de las morfológicas y espaciales, evidencian que el espacio público ha perdido el poder estructurante y articulador que tenía en la ciudad. La calle, necesariamente, se inscribe y supedita al jerarquizado y complejo sistema viario de alcance supralocal. Esta reestructuración del espacio público es intrínseca a la paulatina adaptación en forma, función y dimensiones de la sociedad a la movilidad y el transporte privado, verdaderos elementos protagónicos de la configuración territorial desmesurada de la nueva red viaria. Así, las nuevas formas de movilidad y la pérdida de escala humana en la ordenación de los usos del suelo han determinado el cambio y paso de los espacios públicos de espacios precarios a espacios prohibidos.
El encierro muestra la paradoja del espacio público de servir contra su naturaleza a los intereses privados, a modo de “comodín” de las inversiones inmobiliarias. Algunos ejemplos en las ciudades fronterizas dan cuenta de ello, cómo en Nogales (Sonora). El caso de la ciudad fronteriza es interesante, pues el proceso de encerramiento permite aún ver los trazos de su construcción. Ahí todavía no se desarrollan los centros comerciales aislados como en la Ciudad de México y el espacio de ocio también se da afuera, en la calle, con la calle Obregón como el lugar donde todos pasean en la noche del fin de semana. Sin embargo, el proceso de encierro en los espacios habitacionales tiene ya casi tres lustros y aumentan considerablemente.

Los fraccionamientos cerrados de la élite en Nogales ubicados en el sector poniente de la ciudad contienen buenos ejemplos de manifestaciones del cerramiento y de la arquitectura hermética, evidencias del encerramiento residencial cómo dispositivos de seguridad y de soluciones individuales al carácter inhóspito de gran parte de la ciudad de Nogales. En este sector se construyen, en los sesenta y setenta, viviendas de muy diferente arquitectura y calidad a través de la venta formal de suelo, principalmente, por la labor continua desarrollada por Demetrio Kyriakis y sus descendientes a través de su promoción personalizada o de las inmobiliarias creadas para estos fines. Conforman el sector sur-poniente, de más reciente configuración, compuesto por las Colonias Kalitea (“buen sol o buena vista” en griego) y Kennedy. Y también por los fraccionamientos de Chula Vista y Lomas de Fátima que responden a la aplicación de la concepción abierta de los parámetros de la ciudad jardín, aunque sumamente desvirtuada en su desarrollo[2], que de hecho ha determinado la orientación con la que han sido concebidos por la administración municipal, dentro de una etapa de mayor interés y control urbanístico desde finales de los ochenta, cómo área susceptible de regularización. El espacio intersticial, entre estas primeras formulaciones abiertas de la vivienda de la élite, da acomodo a las propuestas actuales de comunidades cerradas (Jardines de Kalitea y Residencial Kennedy) de pequeñas dimensiones pero ajustados al “patrón del cerramiento” cómo hipótesis de que el actual aislamiento y control que las bardas propician reemplaza al tamaño y calidad arquitectónica de la vivienda tradicional de la élite. Refleja la inserción de Nogales dentro de las tendencias privatizadoras de suelo y servicios en la ciudad, sobre todo si se considera, además, la trayectoria del conjunto en sus primeros años y las escasas dotaciones públicas con las que contó. A lo largo de los años noventa distintas intervenciones ponen de manifiesto cómo este espacio llegó a configurarse en un sector de ordenación urbanística baja por la desvirtuación de los proyectos originarios para la élite, y cómo la mejora del espacio urbano de los Programas de Regularización de Suelo Urbano[i] han permitido reactivar el proyecto originario por la revalorización espacial introducida. Su reformulación a lo largo de los noventa muestra el manejo de soluciones y recursos, en el uso del suelo y en la arquitectura, que remiten al encerramiento y al control privado del espacio.


Refleja, asimismo, las condiciones concretas en la que algunos inversores inmobiliarios han desarrollado sus iniciativas en Nogales. El caso evidencia los nulos costes que para el promotor ha tenido la venta del suelo urbano (aunque la recepción de parte de los beneficios de la venta se hallan demorado en el tiempo y en las cuantías a plazos) sin apenas merma de los beneficios de reconversión del uso del suelo de rústico en urbano pues toda su contraprestación a la colectividad, cómo deberes y obligaciones impositivas y urbanísticas con el Ayuntamiento, se saldan mucho después de sus intervenciones sobre el territorio[ii] , y cómo garantía de nuevas ventajas para su negocio, conviniendo con la administración pública saldar cuentas adeudadas con la colectividad a cambio de nuevas ventajas[iii] . Sobre todo teniendo en cuenta que el promotor ha mantenido la propuesta inicial de crear un sector de calidad residencial en Nogales. Lo atestiguan los numerosos ejemplos de lujosas y grandes fincas y casas[iv] resultado de la agrupación de lotes (encerrados en prolongadas bardas) y también los tramos urbanos de buena calidad urbanística por su adecuada accesibilidad viaria (en un sector de intrincada y costosa movilidad por sus deficiencias viarias de diseño y de mantenimiento) aunque sea mediante patentes manifestaciones puntuales de individualismo al resolverlo con la apertura de calles privadas que dan acceso exclusivo.

 
Conclusiones

Las ciudades mexicanas forman parte de la dinámica del mundo occidental contemporáneo, inmensamente complejo, producto de las acciones y las ideas del ser humano, de sus formas de relación y de sus estructuras de poder, regido por las desigualdades sociales y territoriales. Son espacios en los cuales el espacio público va cediendo terreno a una organización semi privada, donde hay un acceso desigual al espacio y donde el lugar es vivido conforme a los parámetros establecidos por el marketing y que dan lugar a una reorganización del territorio metropolitano donde hay una ruptura de lo comunitario, una exaltación de la satisfacción de los deseos y un culto al dinero.

 El encierro urbano ha delineado los espacios urbanos de fines del siglo XX y principios del XXI, conformando una lógica bajo la cual el miedo se combina con el consumo y eso es aprovechado de manera importante por diversos agentes que saben insertar sus intereses dentro de las políticas urbanas para su propio beneficio.

Los diversos promotores inmobiliarios, planificadores urbanos e inversionistas se apropian de las percepciones ciudadanas donde el deseo por el objeto presentado por la publicidad y la angustia que provoca la sensación del peligro constante se combinan, para ofrecer las diversas opciones del encierro, en congruencia con los nichos de mercado. El esquema se va adaptando a las diversas realidades y va ganando terreno, ya sea conquistando nuevos lugares como acomodándose hacia nuevos grupos sociales.


Los agentes inmobiliarios han sabido aprovechar en su favor la dinámica metropolitana, han sabido aprovechar magistralmente los problemas derivados de la criminalidad y la violencia para justificar la simulación y el encierro, para promover el deseo de la exclusividad, el confort y la aparente armonía con la naturaleza.

Los espacios urbanizados organizados en forma hermética aumentan cada día. Los centros comerciales, los fraccionamientos cerrados, los lugares para practicar deportes, aquellos para entretener a los niños y los complejos educativos se producen y reproducen a lo largo y ancho del país, pero cada vez más bajo un esquema fortificado, caracterizado por el aislamiento. En contraposición tenemos una calle que cada vez más es lugar de paso y el último reducto de vivienda, juego y trabajo para aquellos que han sido excluidos de la lógica del miedo y el consumo. Aquí cabe preguntar, si dicha lógica obedece a las mayorías en un país de extrema pobreza, en donde se dice que el cuarenta por ciento sobrevive con menos de dos dólares diarios.


Insistimos, como lo hemos hecho en otros escritos en que la pérdida de la unidad urbana no puede ser favorable al sentido de comunidad. Estas fuerzas económico-culturales del capitalismo actual, las cuales han llevado a una tendencia creciente hacia el encierro del comercio, la vivienda, el trabajo y el ocio no deben ser vistas como una evolución positiva ni como una mejor organización del espacio; ya que responden a la lógica de un lucrativo negocio inmobiliario, donde la renovación constante y la superficialidad en las diferencias entre los espacios bunquerizados y los contextos que ofrecen garantizan las ganancias en términos económicos, además de contribuir a la segregación de los espacios sociales y a la desarticulación del conjunto urbano. Con este escenario no queda mas que fomentar el papel de estos espacios aislados como nodos centrales, para unir y rescatar los fragmentos, para que dejen de ser islas y pasen a ser nodos de centralidad, a partir de los cuales volvamos a tener una ciudad.



Notas



[i] Ver: López, L. (1999); López, L. - Rodríguez, I. (2004a); López Levi, L. - Rodríguez Chumillas, I. (2004b); Méndez, E. y Rodríguez, I. (2003). Rodríguez Chumillas, I., (2002); Rodríguez Chumillas, I. (2003); Rodríguez I. – Valverde, C. (1999); Rodríguez, I. - Mollá, M. (2002); Rodríguez, I. - Mollá, M. (2003).

 

[i] La propuesta de ciudad jardín para la élite en Chula Vista se desvirtúa desde el origen por la presión sobre los usos del suelo de las urgencias habitacionales en la frontera que, aunque son reconducidas, impactan de tal modo en la ordenación del espacio urbano que todavía en la actualidad se observa que no se ha completado el proceso de pavimentación y alcantarillado en numerosos tramos de calles (además de carencia de mobiliario y otros servicios e infraestructuras urbanas) así cómo la dificultad y carestía de urbanizar, a posteriori de la construcción, un sector de topografía en exceso adversa.

 

[i] El Programa de Regularización del Suelo Urbano se ha llevado a cabo con lentitud y que no es hasta finales de los años ochenta cuando se presentan y aprueban planos de nivelación de terrenos (1989), planos de nomenclatura de calles, el Plan de Alcantarillado y Electrificación (1988 y 1989).

 

[ii] Quedó reducida a: “la obligación a cargo de la Empresas Caballero de donar al Ayuntamiento terrenos en superficie no menor de 8.000 metros cuadrados para la construcción de Escuelas, parques,...ya sea en ese fraccionamiento o en otro lugar en que el Ayuntamiento lo estime pertinente...”. Expediente de Chula Vista. Documento sobre Regularización del Fraccionamiento Chula Vista. DGDU de Nogales.

 

[iii] El promotor aduce haber negociado con el Síndico municipal que los terrenos que se escriturarían cómo públicos serían los destinados a canchas de Basquet Ball y localizados en otras colonias[iii] : “Condicionado a que nos sean reconocidos como participación a la parte proporcional, que como Fraccionadores, estamos obligados a donar, al ampliar nuestros Fraccionamientos”. Documento de donación de suelo público de septiembre de 1979 del Presidente de la promotora Empresas Caballero S. A. De C. V., Jesús René Caballero. Fraccionamiento Prolongación Chula Vista. Archivo de DGDU de Nogales.

 

[iv] Casa de planta baja de 1989 compuesta de 5 recámaras, 6 closet, 3 baños, 1 desayunador, 1 cocina, 1 estudio y 1 comedor además d e cuarto de lavar y cuarto de utillería. Fraccionamiento Chula Vista propiedad de Dr. Rafael Caballero, apoderado general de la promotora Empresas Caballero S. A. de C. V.

 

 

 

 

Bibliografía

BORRADORI, G., La filosofía en una época de terror. Diálogos con Jürgen Habermas y Jacques Derrida. Madrid: Taurus. 2003.



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© Copyright Liliana López Levi y Isabel Rodríguez Chumillas, 2005

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Ficha bibliográfica:

LÓPEZ, L.; RODRÍGUEZ, I. Evidencias y discursos del miedo en la ciudad: casos mexicanos. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX, núm. 194 (54). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-54.htm> [ISSN: 1138-9788]

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