Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 194 (84), 1 de agosto de 2005

 

PLANEAMIENTO URBANO, PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y GOBERNANZA: EL PLAN GENERAL DE SANTA CRUZ DE TENERIFE (TENERIFE, CANARIAS)[1]

 

Luz Marina García Herrera

Departamento de Geografía, Universidad de La Laguna.

 

Fernando Sabaté Bel

Departamento de Geografía, Universidad de La Laguna.

 


Planeamiento urbano, participación ciudadana y gobernanza: el plan general de Santa Cruz de Tenerife (Tenerife, Canarias) (Resumen)

El estudio de la gobernanza urbana y la participación ciudadana en una dimensión tan determinante para la ciudad como es el planeamiento cobra mayor relieve en su papel de indicador de la calidad de la democracia, de la calidad de la toma de decisiones colectivas. En este trabajo iniciamos una aproximación a la gobernanza urbana en Santa Cruz de Tenerife, al tiempo que reflexionamos sobre los problemas del proceso participativo en el planeamiento urbano. El estudio de un caso, el Plan General de Santa Cruz de Tenerife, muestra las deficiencias del proceso de información y participación pública del mismo, y sugiere un modo de gobernanza urbana, de naturaleza poco participativa, basado en relaciones de tipo clientelar con las organizaciones vecinales.

 

Palabras clave: planeamiento urbano, participación ciudadana, gobernanza urbana, Santa Cruz de Tenerife, Canarias.


Urban planning, citizen participation and urban governance: the city plan of Santa Cruz of Tenerife (Tenerife, Canarias) (Abstract)

Urban governance and citizen participation, related to such a key element as city planning, higlight the quality of democracy, as an indicator of collective decision-making quality. The authors explore urban governance in Santa Cruz de Tenerife and reflect on problems of urban planning participatory process. A case study, the city plan of Santa Cruz de Tenerife, shows up the lacks of planning public information and participation process, suggesting an urban participatory-restricted governance mode based upon clientelistic relationships with neigborhood associations.

 

 

Key Words: urban planning, citizen participation, urban governance, Santa Cruz de Tenerife, Canary Islands


 

Introducción

 

A lo largo de los últimos quince años se han producido profundas transformaciones tanto en la noción como en la práctica de los gobiernos urbanos y, de manera asociada, en las políticas urbanas. Estos cambios, en lo que aquí nos interesa, se refieren a la evolución desde el gobierno urbano a la gobernanza; al cuestionamiento del planeamiento tradicional y la generalización del proyecto urbano y del enfoque estratégico; y a la creciente demanda de procesos democráticos participativos simultánea al resurgimiento de comportamientos de tintes autoritarios. En este trabajo nos interesa iniciar una aproximación a la gobernanza en Santa Cruz de Tenerife, al tiempo que reflexionamos sobre los problemas del proceso participativo en relación con el planeamiento urbano.

 

 

El Marco General

 

  • Del gobierno a la gobernanza urbana

 

La relación entre la ciencia y la política, dice Funtowicz (2004) con acierto, es problemática. En el enfoque moderno se consideraba que la ciencia proporciona la verdad, y la verdad permite que se actúe bien; o lo que es lo mismo, la ciencia legitimaba la acción política, la ciencia conduce al progreso. En los años noventa del siglo XX esta correspondencia no resulta ya válida; la existencia de incertidumbre científica y las imperfecciones del uso de la ciencia en el proceso político no permiten legitimar la acción. Sin embargo, la necesidad de acción por parte de los gobiernos ha conducido a una ruptura entre la ciencia y la política, que ha separado la producción de conocimiento (que ocupa a los científicos) de la gestión del problema (que concierne a los políticos); pero la disociación entre conocimiento y responsabilidad exige introducir un principio normativo que legitime la acción. Este principio normativo es la participación ampliada; y es en este escenario cuando se empieza a hablar, por primera vez en la Unión Europea, de participación ciudadana, de gobernanza.

 

El concepto de gobernanza tiene un carácter más inclusivo que el de ‘gobierno’ urbano (Harvey, 2001: 351 y  Friedman, 2000: 469); la gobernanza, en teoría, pone el acento en la necesidad de adoptar formas renovadas de expresión democrática (Valdovinos, 2003:  909). Esta nueva noción de gobierno ha venido impulsada tanto desde las instituciones (Programa de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo, Conferencia de Río de Janeiro, Libro Blanco de la Unión Europea), como por la demanda y presión ejercida desde las organizaciones ciudadanas.

 

La realidad, no obstante, muestra situaciones diferentes. Se constata cierta generalización de experiencias participativas impulsadas ‘desde abajo’, desde la sociedad civil, y con un carácter diverso que incluye la constitución de consejos ciudadanos, la problemática ambiental o los presupuestos participativos inspirados en Porto Alegre. Pero al mismo tiempo se producen también procesos de democratización promovidos ‘desde arriba’, desde las instituciones, aunque en este caso acotando mucho e incluso distorsionando la participación efectiva. Pierre (1999) ha establecido una tipología de gobernanza urbana distinguiendo cuatro modelos ideales en función de los participantes, los objetivos, los instrumentos y los resultados de cada uno; las situaciones reales, no obstante, pueden mostrar rasgos propios de dos o más tipos. Los modelos que identifica este autor son los siguientes:

 

  • Modelo gerencialista, en el que la gestión se basa en principios de mercado tales como los aspectos de costes, eficiencia, demanda y gestión profesional de los recursos.

 

  • Modelo corporatista, típico de países de capitalismo avanzado en Europa occidental, apoyado en un amplio sector público, en políticas de redistribución, y en una democracia local participativa basada en procesos deliberativos que proporcionan un elevado grado de aceptación de las decisiones políticas.

 

  • Modelo basado en el crecimiento económico, a través de una estrecha interacción público-privada que descansa en intereses compartidos entre el ayuntamiento y la élite de negocios. De naturaleza poco participativa, se centra en los resultados y valora la habilidad para sortear el procedimiento administrativo.

 

  • Modelo de bienestar, que funciona en ciudades desindustrializadas que no han logrado configurar una nueva base económica. Gobernadas por fuerzas de izquierda reacias a asociarse con el capital privado, la política urbana se centra en captar subvenciones.

 

 

La importancia del contexto nacional en el que está inserta la gobernanza urbana es un aspecto que el mismo autor ha subrayado, en la medida en que las políticas nacionales y las tradiciones estatales se mantienen como uno de los factores más poderosos en la explicación de la política urbana. Así, en la Europa meridional, donde las instituciones locales se caracterizan por el predominio de una política de dejar–hacer (Gómez Aguilera, 2004), los gobiernos municipales han practicado una estrategia de oportunismo político en relación con las iniciativas de participación ciudadana. La noción de oportunismo político, según Navarro Yáñez, se refiere a las estrategias practicadas por los gobiernos locales en relación con las iniciativas de participación ciudadana, estrategias mediante las que la demanda de participación solo será canalizada y satisfecha si resulta beneficiosa desde el punto de vista electoral para el gobierno municipal o, si al menos, no socava esa expectativa. Del estudio realizado sobre las experiencias italiana y española parece deducirse que el desarrollo de la democracia participativa está íntimamente vinculado a la estructura política (Navarro Yánez, 2004). En consecuencia, esto reafirma la tesis de que los procesos de gobernanza no comportan valores neutros; bien al contrario, reflejan y sostienen valores políticos (Pierre, 1999).

 

El anterior postulado parece confirmar lo siguiente: si bien, en términos generales, el discurso político de las instituciones asume la participación ciudadana, su aplicación no sólo está aún lejos de constituir una práctica normalizada sino que pueden producirse procesos involutivos, de rasgos autoritarios (Osti y Pellizzoni, tomado de Valdovinos 2003; Gómez Aguilera 2004: 119; Gómez Ferri 2004: 158).

 

De manera simultanea al proceso de democratización local se ha producido el ascenso y consolidación de las prácticas ‘empresariales’ en la política urbana. En los años ochenta, la crisis económica y fiscal de las ciudades del capitalismo avanzado, en un contexto de pérdida de poder de los Estados nacionales y de transición a la acumulación flexible, impulsó la búsqueda de nuevas formas de gobierno local que cristalizaron en un enfoque empresarial de la gestión urbana (Harvey, 2001). Este giro, que se había iniciado ya a principios de los años setenta en el Reino Unido y en Estados Unidos, se generalizó de manera mucho más amplia en los últimos años.

 

La existencia de una política ‘empresarial’ urbana requiere la formación de una coalición de intereses de clase como fundamento para cualquier tipo de empresarialismo. Éste presenta tres rasgos esenciales:

 

·        La constitución de asociaciones público-privadas, como una noción central de la política urbana.

 

·        El carácter especulativo de dichas asociaciones, cuyo rasgo distintivo en un gran número de casos es la asunción de los riesgos por el sector público local mientras el sector privado se apropia los beneficios.

 

·        Las políticas empresariales se concentran en intervenciones muy localizadas en un ‘lugar’ concreto, ignorando al resto del territorio urbano (Harvey, 2001: 351-354).

 

Estas políticas se han convertido en un instrumento clave en la financiación de los grandes proyectos urbanos, tanto en Estados Unidos como en Europa. Impulsadas por los gobiernos centrales, que han aportado cuantiosos fondos públicos, se concibieron para incentivar la inversión privada (Lungo 2004: 53 y Sandroni, 2004: 175).

 

 Para Harvey (2001), el rasgo específico del empresarialismo urbano actual es la asunción de los riesgos por el sector público local. Una investigación reciente sobre los grandes proyectos urbanos en Europa permite documentar esta afirmación (Swyngedouw, et al.: 2002).

 

La dinámica actual regida por la competencia interurbana, cuando se plantea en un escenario de suma cero (donde lo que uno gana, lo pierde otro), coloca a los gobiernos municipales de izquierdas en una situación dramática, atrapados entre la necesidad de obtener ventajas competitivas para su ciudad y la obligación de desarrollar políticas en función de las necesidades populares. Sin embargo, los gobiernos progresistas pueden encontrar salidas a la dinámica competitiva creando relaciones de suma mayor que cero (Harvey, 2001: 349); en este sentido, los gobiernos de izquierdas pueden experimentar nuevas formas de relación con el sector privado, en las que todos los jugadores ganen. Sandroni (2004) considera que este tipo de asociaciones puede transformar la relación público–privada en una suma mayor que cero; es el caso, o al menos la intención, de algunas experiencias en ciudades latinoamericanas.

 

En América Latina, el endeudamiento externo de muchos países que destinaron buena parte de los fondos públicos al pago de la deuda, unido a los escasos ingresos tributarios de los gobiernos locales, llevaron a una situación de escasa o nula inversión pública en las ciudades. Así, en la década de los noventa el deterioro urbano impulsó a un buen número de municipios a buscar fórmulas innovadoras para atraer a la inversión privada, buscando obtener una suma mayor que cero (Lungo 2004, 50-51 y Sandroni, 2004: 151-152).

 

           

  • Del plan tradicional a las intervenciones estratégicas

 

El planeamiento tradicional o normativo ha sido objeto de numerosas (y merecidas) críticas en torno a distintos aspectos: una regulación muy general, una normativa rígida que inducía a su trasgresión, la preeminencia del sector público en la formulación y ejecución de las intervenciones, etc. El cuestionamiento de este marco regulador en Europa, que se remonta a las décadas de los sesenta y setenta, propició que se comenzara a actuar sobre zonas específicas de la ciudad mediante el proyecto urbano, práctica que se impuso en los años ochenta y se ha convertido en uno de los rasgos esenciales del urbanismo europeo de finales del siglo XX (Lungo, 2004: 18-21 y Borja 2004: 8). En el ámbito europeo, la concepción de proyecto urbano suponía una actuación pública sobre una zona urbana, pero integrada en una visión de conjunto de la ciudad; es el caso de las grandes intervenciones francesas realizadas como ZAC (Lungo, 2004; Garay, 2004: 71 y Borja 2004).

 

Respecto a la evolución del planeamiento en España, los primeros gobiernos municipales democráticos tuvieron que centrarse durante la década de los ochenta en resolver los numerosos problemas urbanos heredados de la dictadura, tal como reclamaban las asociaciones vecinales. El rechazo del plan, concebido como visión global, condujo al tratamiento de la ciudad por partes, mediante los proyectos; éstos se centraban en la forma, en el tratamiento morfológico del espacio urbano, cuidando los detalles. La transformación de Barcelona entre 1980–1987, dirigida por Bohigas, sancionó con éxito el nuevo enfoque (si bien en la práctica las actuaciones descansaban en la existencia de un marco general, el Plan Metropolitano de 1976 que se hallaba en vigor). Pero esta etapa del plan como proyecto solo representó un periodo breve de la historia del planeamiento (Terán, 1996). A partir de la década de los ochenta se difundió la idea de un ‘urbanismo de acupuntura’, basado en intervenciones relativamente modestas pero que pueden desencadenar grandes transformaciones (Garay, 2004: 72).

 

Las deficiencias del planeamiento tradicional abrieron el camino a la idea del planeamiento estratégico. El éxito de este concepto se fundamenta en tres aspectos: propone un escenario de futuro para la ciudad, define un conjunto de actuaciones estructuradas por prioridades, y se basa en un proceso participativo. Sin embargo, también puede convertirse en un mecanismo retórico, en el que se legitiman únicamente ciertas actuaciones de interés para algunos de los actores (Borja, 2004: 8). En relación con este último aspecto, aunque referido al planeamiento ‘moderno’, Yiftachel (2000) ha documentado la doble naturaleza del planeamiento, capaz tanto de emancipar como de oprimir a los grupos socialmente subalternos.

 

En el enfoque estratégico, el sector público pierde relevancia en su capacidad de ejecución, acentuándose en cambio su carácter gestor. Asimismo, las operaciones de gran envergadura constituyen un elemento medular, por su capacidad de inducir transformaciones sociales y económicas positivas. Pero, ¿positivas para quién?

 

Swyngedouw et al. (2002), analizando un conjunto de grandes proyectos urbanos en Europa, señalan su vinculación con cambios de distinta naturaleza. Así han documentado que los grandes proyectos no implican una participación ciudadana más allá del nivel formal, que refuerzan la polarización socioeconómica y están asociados a cambios en la forma de gobernabilidad urbana. Por su parte, Borja indica que las estrategias territoriales de las ciudades requieren la utilización de un amplio repertorio de instrumentos de intervención, que actúan a diferentes escalas y con propósitos diversos; éstos comprenden desde el plan estratégico, los planes integrales o el proyecto urbano hasta el ‘gran artefacto’, el edificio emblemático, las operaciones urbanas llave en mano y los proyectos minimalistas (Borja,  2004).

 

Coincidimos con Borja (2004) en que es cierto que en el nuevo contexto dibujado por la globalización y el neoliberalismo, los modelos administrativos tradicionales para el gobierno, el planeamiento y la gestión de las ciudades no resultan suficientes; pero la transformación del sector público en un jugador más dentro del mercado y los nuevos instrumentos que ello exige (planeamiento estratégico, asociaciones público–privadas, búsqueda de consenso) tienen que ser aplicados bajo una efectiva conducción pública que sirva al interés general o, en caso contrario, se reducen a meras actuaciones que favorecen a los sectores más influyentes.

 

 

  • Discurso participativo  ¿reacciones autoritarias?

 

En el ámbito internacional, desde finales de la década de los setenta se ha ido reduciendo el ámbito de participación de la ciudadanía, al tiempo que se acentuaba la sustitución del poder del Estado por el poder del mercado y de las empresas (Gómez Aguilera, 2004). De hecho, se ha planteado que los nuevos modelos de participación ciudadana se deben precisamente a la desconfianza que generan los cauces de la democracia representativa (Gómez Ferri, 2004: 159). Los movimientos ciudadanos de nuevo tipo apuntan hacia la formación de democracias participativas, que resulten complementarias y no sustitutivas de la democracia representativa; la nueva ciudadanía se orienta hacia un futuro de participación más directa en la toma de decisiones y en la configuración de su propio entorno, dejando atrás las dinámicas de escucha o interlocución —que constituyen, por lo general, las formas primarias de cooptación— (Gómez Aguilera, 2004: 112–113). Los ‘nuevos movimientos sociales’ (propios de la modernidad tardía) se caracterizan porque se centran en demandas de mayor calidad de vida y en sentimientos identitarios, a diferencia de los movimientos sociales clásicos (de la primera modernidad) mucho más centrados en los conflictos de clase y las cuestiones sociolaborales. Los primeros se movilizan por una pluralidad de valores culturales y simbólicos. De igual modo presentan formas organizativas distintas, con predominio de formaciones descentralizadas, poco jerarquizadas y con formas de liderazgo y pertenencia flexibles (Gómez Ferri, 2004: 160 y 165).

 

Por su parte, Pickvance (1995; citado por Hernández et al., 2004: 178) plantea que los ‘nuevos movimientos sociales’ están constituidos y/o liderados por miembros de clases medias; refiriéndose a la naturaleza de los movimientos urbanos, este autor identifica 4 categorías:

 

  • Los que reivindican elementos de consumo colectivo (equipamientos, dotaciones…)

 

  • Los que demandan protección ante los efectos de ciertas transformaciones físicas o sociales.

 

  • Los que reclaman mayor presencia e influencia en las instituciones políticas locales.

 

  • Los que se rebelan contra la subida de impuestos locales.

 

Otro aspecto de interés se refiere a la posible institucionalización de los movimientos urbanos. En este sentido las iniciativas locales de democratización, tanto en España como en Italia, habrían sido impulsadas por los gobiernos urbanos como una estrategia de oportunismo político dirigida a obtener beneficios o garantizar la victoria electoral (Navarro Yánez,  2004).

 

No obstante, el impulso hacia una participación ampliada se ve contrarrestado, en ocasiones, por decisiones institucionales que adoptan reacciones autoritarias ante las iniciativas ciudadanas. Es el caso de la Iniciativa Legislativa Popular para la protección de la Huerta de Valencia, que fue rechazada sin ser siquiera discutida en el Parlamento autonómico (Gómez Ferri, 2004: 158); suerte similar corrió, entre otros casos, la Iniciativa Legislativa Popular presentada en el Parlamento canario, que solicitaba la declaración de Espacio Natural Protegido para un sector del litoral de Granadilla (Sabaté Bel,  2005).

 

 

El caso del plan general de Santa Cruz de Tenerife

 

Tras el advenimiento de los ayuntamientos democráticos en 1979, el municipio de Santa Cruz de Tenerife ha estado gobernado esencialmente por el mismo grupo político, mediado algún cambio de siglas así como la cooptación de algunas fuerzas y personas que provenían del campo progresista. El primer alcalde elegido por los ciudadanos, adscrito a la Unión del Centro Democrático (UCD)[1], no obtuvo mayoría suficiente para gobernar y tuvo que establecer una alianza de gobierno con otra agrupación política independiente de signo conservador (Agrupación Libre). La primera legislatura democrática se caracterizó, en cualquier caso, por una gestión bastante consensuada con los partidos políticos que formaban la oposición[2]. Tras el hundimiento estatal de la UCD, varios alcaldes de ese partido (incluyendo al de Santa Cruz) junto con otros que habían concurrido como independientes a las primeras elecciones locales, conformaron la Agrupación Tinerfeña de Independientes (ATI): un nuevo grupo político de naturaleza conservadora e insularista, en el que irá cristalizando el proyecto de las elites tinerfeñas para terminar de resolver a su favor la crisis que representó la transición política en el conjunto del Estado.

 

Desde entonces (1983) hasta hoy ha seguido gobernando el mismo partido, aunque a partir de 1995 ATI incorpora a su alianza a otros grupos procedentes del espectro progresista y nacionalista, conformando Coalición Canaria (CC); la configuración de CC fue una compleja operación que dejó sin representación política autónoma a un sector significativo del electorado popular de izquierdas. De hecho, ya ATI se había nutrido previamente de una parte de los cuadros y activistas vecinales vinculados a la antigua Unión del Pueblo Canario.

 

Desde que el primer alcalde decidió, con éxito, dar el salto a la política regional a mediados de los noventa, dos personas más han ocupado la alcaldía capitalina. Uno de ellos se pasó luego a las filas del conservador Partido Popular (PP). El tercero —actual mandatario— representa bastante bien el proyecto de actualización y ‘modernización’ capitalista en la gestión municipal. ATI–CC gobernó con holgadas mayorías en todas las legislaturas salvo en una, en la que debió establecer una coalición con el PP. Durante la legislatura en curso (2003–2007) decidió por razones estratégicas volver a incluir a este partido en el grupo de gobierno, aún sobrándole un concejal para alcanzar la mayoría absoluta.

 

Mientras tanto los grupos políticos que formaban la oposición se han ido desvaneciendo hasta quedar circunscritos al Partido Socialista Obrero Español[3]. Sin embargo, este partido —con la excepción de algunas cuestiones menores— ha mantenido para todos los asuntos esenciales una posición compartida con el grupo de gobierno de centro–derecha. Así votó a favor del Plan General de Ordenación Urbana de Santa Cruz (1992), del polémico Plan Parcial de la Playa de Las Teresitas, del Avance del Plan General en curso (2001), etc. Se podría decir, rememorando un título clásico de los años de la transición política, que en Santa Cruz de Tenerife no ha existido una oposición que se oponga. Este hecho puede encontrar su explicación, al menos en parte, en el origen social de los dirigentes y cargos públicos del PSOE (no ya de sus bases, ni mucho menos de sus votantes). El Partido Socialista recluta buena parte de sus cuadros entre personas de las ‘clases medias’ más o menos acomodadas, incluyendo un cierto número de funcionarios de la administración, profesionales liberales y pequeños empresarios del sector servicios (en particular —y no resulta desdeñable el dato—, del ámbito del ocio nocturno). Los intereses de clase que portan estas personas no resultan contradictorios, en lo fundamental, con el proyecto que para el territorio municipal hegemoniza el empresariado más potente y los representantes políticos del centro–derecha.

 

En este contexto, no resulta extraño que se haya ido extendiendo con fuerza un tercer ‘espacio político’: el que se expresa, hasta ahora, mediante la abstención electoral y el voto en blanco. Más allá de la existencia de una significativa abstención técnica en el Archipiélago Canario[4], la falta de participación electoral resulta extraordinariamente abultada en el caso de Santa Cruz de Tenerife. En 1999, el voto en las municipales se mantuvo en un reducido 49 por 100; y en las siguientes elecciones (2003) apenas creció hasta el 51 por ciento. Parte significativa de la abstención y el voto en blanco pueden estar evidenciando que un sector nutrido del electorado no encuentra referente para sus valores e intereses, ni en el bloque que gobierna, ni en la sedicente oposición.

 

Por lo que se refiere a los movimientos sociales, en los años finales del franquismo las organizaciones vecinales lograron condicionar la agenda política local consiguiendo que buena parte de los fondos municipales se destinaran a inversiones sociales en los barrios, lo que suponía proveerlos de los servicios más básicos: agua corriente, alumbrado público, pavimentación viaria, etc. Lo que sucedió en la capital tinerfeña no fue ajeno a lo acontecido en la mayor parte de las ciudades españolas (Recio y Naya 2004, 63–64). En la segunda mitad de los setenta se expresó también, junto a los partidos de izquierda y los sindicatos, e impulsado muchas veces por ambos, un potente y dinámico movimiento que reclamaba la mejora de las condiciones de vivienda. Sus ecos aún se propagaron durante los ochenta, período de actuación principal de las primeras corporaciones municipales surgidas de las urnas; las cuales debieron de afrontar tales demandas, lo tuvieran previsto o no en sus programas electorales, apostando por un programa de acciones muy visibles, tal como ocurrió muy frecuentemente en el conjunto del Estado (Terán, 1996: 179).

 

La tesis que sostenemos es que el bloque de poder tradicional dominante en Tenerife va fraguando, desde finales de los ochenta, un proyecto lento pero sostenido, que busca pacificar primero, y subordinar políticamente después, al movimiento vecinal urbano. Y en Tenerife, es Santa Cruz el lugar de ensayo, a través de mecanismos de control caciquil y clientelar, de esta estrategia que se extiende años después a La Laguna y otros municipios insulares importantes bajo su control. Este proceso de debilitamiento, subordinación o neutralización de un movimiento vecinal antes reivindicativo fue también común a la mayor parte del ámbito estatal (Recio y Nava, 2004:66).

 

En resumen, a pesar de los diferentes matices políticos, la coalición que ha gobernado durante los últimos seis o siete años ha compartido unos valores e intereses de clase claramente conservadores y de naturaleza poco participativa —la aprobación del Reglamento de Participación Ciudadana[5] se demoró hasta enero de 2005—, al tiempo que el partido mayoritario, Coalición Canaria, ha mantenido sus relaciones e influencia sobre las asociaciones vecinales, aproximándose así al tipo de partido–red (en el sentido que le confiere Navarro Yánez, 2004). 

 

De igual modo, el gobierno urbano se ha ido impregnando de algunos de los principios de mercado (subasta de solares públicos, pago en metálico de las cesiones obligatorias...)[6]. Sin embargo, en relación con las asociaciones público-privadas, uno de los instrumentos más frecuentes del empresarialismo urbano, en Santa Cruz de Tenerife, a diferencia de otras ciudades españolas,  no se han constituido asociaciones de este tipo, pero sí se ha dado algún paso en esta dirección. Es el caso de la Sociedad de Desarrollo de Santa Cruz de Tenerife, una empresa pública de derecho privado creada en el año 2000.  Su origen parece estar en la incapacidad de la estructura municipal para gestionar tanto los programas europeos como las propuestas de desarrollo local, desempeñándose como el instrumento operativo de la Municipalidad. Es una sociedad anónima pública con un único accionista, el Ayuntamiento; si bien en su Consejo de Administración participan entidades corporativas relevantes como la Cámara de Comercio o la Confederación Española de Organizaciones Empresariales. La fórmula de sociedad anónima permite una gestión más ágil, sustituyendo el largo procedimiento administrativo, previo a las actuaciones, mediante la firma de contratos–programa entre la Sociedad y el Ayuntamiento. Sus actividades comprenden la formación y el empleo, así como la promoción y desarrollo económico de la ciudad[7].

 

Cabe preguntarse entonces por la ausencia de asociaciones público-privadas, en sentido estricto, en Santa Cruz de Tenerife. Su inexistencia podría estar en relación con los siguientes hechos:

 

  • Si bien hay indicios de una íntima imbricación de los intereses privados en las políticas públicas[8], el empresariado local no ha alcanzado aún el adecuado nivel de sofisticación para involucrarse en este tipo de iniciativas.

 

  • Posiblemente tampoco ha dispuesto del suficiente capital para emprender proyectos de envergadura con el sector público, a diferencia de las empresas de ámbito supralocal. Una situación que puede haber cambiado tras la creación de la RIC (Reserva de Inversiones de Canarias).[9]

 

  • En relación con lo anterior, las actuaciones urbanísticas se han mantenido aún dentro de la estructura municipal (Gerencia de Urbanismo).

 

En suma, si recordamos los 4 modelos de gobernanza urbana identificados por Pierre (1999) que sintetizamos más atrás, el caso de Santa Cruz de Tenerife parece compartir rasgos más próximos al modelo de crecimiento económico, propuesto por este autor, que a cualquiera de los restantes.

 

En la primavera de 2004, el gobierno municipal (CC–PP) sometió al preceptivo período de información pública el nuevo Plan General de Ordenación de Santa Cruz de Tenerife, tras su aprobación inicial por el pleno municipal, con el consenso de las distintas fuerzas políticas representadas[10]. Este Plan propone una transformación radical de la ciudad existente. La búsqueda de una nueva base económica, el turismo, se apoya en propuestas neoliberales de reestructuración de las áreas centrales, asociadas a la reconversión del frente marítimo, la destrucción del escaso patrimonio histórico, o la revalorización inmobiliaria y los procesos asociados de elitización. Mientras, para la periferia se proyecta una transformación de amplio alcance que implica la desposesión de medios de producción y de subsistencia a grupos populares, además de la destrucción de identidades colectivas. En poco tiempo, el documento generó una contestación ciudadana y popular sin precedentes en las últimas décadas. A continuación nos centraremos en las intervenciones que han generado mayor oposición por parte de los vecinos.

 

 

·        La reconversión del frente marítimo para la función turística

 

Recogiendo las aspiraciones del grupo de gobierno, el Plan propone una nueva base económica para el municipio: su transformación en una ciudad para el turismo de cruceros. El turismo y el comercio serán las principales actividades económicas. En consecuencia propone la adaptación de las áreas centrales de Santa Cruz a sus nuevas funciones, de manera especial mediante las actuaciones proyectadas en su frente marítimo y en los barrios aledaños, siguiendo la experiencia de numerosas ciudades. El plan diseña la reconversión del actual puerto comercial y de pasajeros en uno de cruceros y pasajeros, trasladando la actividad comercial al nuevo puerto proyectado en Granadilla,[11] en el Sur de la Isla; la construcción del puerto de Granadilla, propuesto en 1973 por la Consultora Doxiadis Ibérica, ha generado una amplia e intensa polémica en Tenerife por su carácter ambientalmente agresivo[12] y que ha producido una confrontación entre los partidarios y los detractores de la nueva infraestructura.

 

En la lógica de reconversión del litoral el Plan planteó propuestas que suponen la reestructuración de barrios históricos de localización céntrica como El Toscal, o que afectan a barrios populares como Valleseco. El Toscal, un barrio con un gran componente popular y cuyo proceso de formación se remonta al siglo XVIII, se ha convertido en el área de expansión inmediata del centro de negocios de Santa Cruz. Desde la perspectiva del planeamiento, los proyectos y propuestas de intervención, de distinto signo, se han caracterizado por la dejación del sector público en su realización, mientras de manera simultánea el barrio ha sido objeto de significativos procesos de renovación. Se propone el derribo de un buen número de casas tradicionales, con un desigual estado de deterioro, para construir 6 edificios de 10 plantas en el núcleo central del barrio, es decir, una transformación irreversible del paisaje urbano. A ello se suma la creación de un conjunto de aparcamientos concebidos para el servicio al centro de negocios, así como la peatonalización de diversas calles del barrio, obligando a los vecinos a pagar un canon por la plaza de aparcamiento.[13]

 

En Valleseco, otro barrio popular, que lleva décadas defendiendo su derecho al espacio público, al disfrute de su pequeña playa, el Plan propuso la construcción de un puerto deportivo privado y un hotel junto a la misma, cuya privatización se temía ante los nuevos usos previstos. Por otra parte, la dedicación del núcleo fundacional de la ciudad (barrio de La Concepción) a zona de restauración y ocio nocturno, junto con la construcción de un espacio turístico y un puerto deportivo en la playa de Las Teresitas completan, a grandes rasgos, las operaciones de reconversión del frente marítimo.

 

 

·        ¿Urbanización por desposesión en la periferia?

           

En el área del Suroeste se programa una doble intervención: por un lado, se localizan allí los nuevos crecimientos de la ciudad; por otro se efectúa una reestructuración de su suelo urbano destinada a transformar su actual condición de ‘ciudad dormitorio’.

 

En relación con el primer objetivo, el Plan General califica, en toda la zona suroeste de Santa Cruz, una superficie de suelo urbano capaz de acoger unos cincuenta mil residentes adicionales. Se trata de una cifra poco realista en relación con la evolución demográfica reciente del municipio (Díaz Rodríguez, et al. 2002) y más en sintonía con la dinámica inmobiliaria que, según un reciente informe de La Caixa, produce cinco mil viviendas anuales por encima de la demanda existente.

 

Asimismo, el Suroeste se destina al uso industrial, propuesto como “actividad económica estructurante del área”. En consecuencia se crea un eje industrial lineal, constituido por varias zonas, que acogerán tanto empresas avanzadas y de servicios como centros de almacenaje y distribución, así como industria pesada y extractiva; en el área se instalarán además las industrias que se trasladen desde la ciudad.

 

Respecto al segundo objetivo, el plan promueve la descentralización urbana —requerida por la ley de Grandes Ciudades— mediante las denominadas “áreas de nueva centralidad”,[14] que concibe como zonas de concentración de dotaciones municipales, servicios, usos comerciales y de oficinas, próximos a equipamientos y espacios libres. Pero a la vez plantea actuaciones fuertes como un conjunto de nuevas propuestas viarias que producen un importante nivel de afecciones; y la reestructuración tipológica, proponiendo la edificación en altura como medio para liberar suelo público. Una propuesta de esta naturaleza exigiría medidas explícitas que garanticen el efectivo acceso público. Sin embargo, como han puesto de manifiesto diversos estudios, la realidad es que en numerosas ocasiones y en especial en zonas periféricas, el espacio ‘público’ se convierte en un espacio inútil por la falta de mantenimiento y de buena gestión; al final lo que les queda a los vecinos son las torres. El remate de esta propuesta se verifica en La Gallega Alta, donde se plantea la construcción de dos inmuebles de 20 plantas, en un entorno con casas que alcanzan como máximo cuatro o seis alturas.

 

Sin embargo lo que no cambia es la condición actual del Suroeste como el ‘territorio de la vivienda protegida’; bien al contrario, el Plan acentúa este carácter pues una buena parte de las 12 mil viviendas protegidas a construir se concentran en esa zona, de manera destacada en Residencial El Tablero, La Monja, Los Lirios y Gallega Baja.[15]

 

El alcance de las propuestas mencionadas hay que insertarlo en el peculiar modelo económico del Archipiélago, donde el territorio representa hoy en día una de las fuentes más potentes para la generación de plusvalías, a través de su circulación como capital inmobiliario. En Canarias, aparte del clima, el territorio constituye casi el único recurso natural disponible para la circulación ampliada del capital. Una vez casi agotadas, hace años, las posibilidades ‘normales’[16] de expansión urbana en los cascos de Santa Cruz y La Laguna y sus inmediatas periferias, en particular la zona en que ambas periferias convergen, todas las miradas se fijaron en la ‘nueva frontera’ del suroeste capitalino. Sin embargo, varios problemas obstaculizaban la pretendida expansión, como pudo comprobarse tras el primer intento definido por el Plan General de 1992. Los distritos del suroeste de la capital se caracterizan por un amplio predominio de la pequeña propiedad (aunque también existen algunas bolsas excepcionales de propiedad mediana o grande). En esta zona ha pervivido hasta la fecha el acceso a la vivienda mediante el sistema de autoconstrucción; o, como mucho, lo que podría denominarse ‘autopromoción’, pues son las propias familias necesitadas de vivienda las que en parte encargan a algún pequeño contratista el levantamiento de la estructura de su casa, y en parte la culminan con la aportación de su propio trabajo y la ayuda comunitaria. A la propiedad del suelo se accede mayormente por partición hereditaria de pequeños lotes, o compra de los mismos a algún vecino, en muchos casos un familiar. Aunque cada vez menos, y sobre todo en las partes altas, se mantiene un sistema mixto, que combina la función residencial con el mantenimiento de pequeñas parcelas de cultivo a tiempo parcial. En algunas zonas, como El Tablero, se han llegado a consolidar incluso durante las últimas décadas economías domésticas de base agrícola, que abastecen los mercados capitalinos de hortalizas frescas que no resulta fácil sustituir por importaciones foráneas.

 

Pero más allá de estas particularidades, que no son poco importantes en el imaginario colectivo de unos núcleos que aún se perciben a sí mismos como pueblos con cierta pervivencia ‘campesina’ (“Somos rurales. No queremos ser urbanos”, rezan pintadas y pancartas desplegadas por vecinos en la zona), existe otro rasgo fundamental que caracteriza a todo este sector: la dificultad real que ha tenido hasta hace poco el capital para materializar su penetración en el área. Bajo el sistema que se acaba de describir, apenas resulta necesaria la contratación de hipotecas ni, por tanto, la entrada de entidades bancarias y la consiguiente irrupción del capital financiero (García Herrera, 1989: 185). El método de autoconstrucción o autopromoción de viviendas, no permite el desembarco de ninguna gran constructora. El lento y disperso proceso de crecimiento urbano bloquea la entrada masiva del capital inmobiliario. El Suroeste capitalino y su gente ‘se resisten’ a todo ello. De hecho, tuvo que ser la intervención pública la que, desde los años setenta, obligó a modificar todos estos factores en su zona baja, a través de la ejecución del llamado Polígono del Rosario: auténtica cabeza de playa de lo que, a comienzos del nuevo siglo, se intenta abordar a una escala mucho mayor.

 

En este sentido, el Plan General en curso para el municipio de Santa Cruz, y el que ya está aprobado en el municipio vecino de La Laguna, se configuran como el verdadero instrumento para dejar al alcance del capital financiero e inmobiliario las condiciones jurídicas de gestión del suelo, arrebatando su control a los propietarios ancestrales. Los mecanismos de naturaleza jurídico–urbanística empleados para ello son, de una parte, la legislación preconstitucional sobre expropiaciones; y también la utilización, de forma particularmente perversa, de las Unidades de Actuación que permite obligar a los propietarios —muchos de edad avanzada— a ejecutar costosas obras de urbanización inalcanzables para sus presupuestos, o bien ser expropiados de forma muy desfavorable[17]. Por todo ello, el proceso en curso se puede caracterizar, siguiendo a Harvey (2004), como un proceso de desposesión[18], en toda regla, de los bienes populares. Y también, por añadidura, de la identidad del territorio y de sus gentes, amasadas a lo largo de mucho tiempo, de generaciones.

 

El alcance y carácter agresivo de clase de la reestructuración propuesta suscitó, como ya se dijo, una amplia contestación vecinal durante el período de información pública, quizás la más generalizada en la ciudad desde los tiempos de la transición a la democracia, a finales de los años setenta. No sólo se presentaron un gran número de alegaciones sino que, además, los vecinos se movilizaron mediante protestas públicas, acampadas, asambleas, etc. Lo que se inició como una protesta puntual, pronto se extendió a otros barrios. Y lo más importante es que, finalizado el periodo de alegaciones, los vecinos además de mantener su protesta han creado una nueva organización ciudadana, la Coordinadora de Pueblos y Barrios, centrada inicialmente en el Área Metropolitana, si bien su tendencia es a expandirse al conjunto del ámbito insular.

 

Si atendemos a la producción legislativa canaria, y más concretamente a la Ley de Ordenación del Territorio y Espacios Naturales de Canarias (2000), la participación pública está resuelta satisfactoriamente; es obligatoria, debe de ser fomentada por las Administraciones y constituye un deber de cada ciudadano. Sin embargo, en la práctica institucional se reduce a un mero trámite (Villar Rojas, 2004: 212). Es más, a pesar de la existencia de cauces formales de participación, Canarias es una de las comunidades autónomas donde la ciudadanía ha recurrido en mayor grado al mecanismo de las Iniciativas Legislativas Populares (Sánchez García, 2004); claro síntoma que apunta a un desencuentro entre los cauces formales y la participación real de los ciudadanos.

 

Se debe señalar, en cualquier caso, que el Plan General de Santa Cruz se había dotado de un Programa de Participación Social, durante los trabajos de elaboración del Avance, en 2001; dicho programa contó con los siguientes instrumentos:

 

·        Entrevistas con ciudadanos, colectivos sociales y agentes socioeconómicos.

 

·        Durante el periodo de información publica, exposición y oficina de atención al ciudadano, equipada con ordenadores para la consulta digital, además del personal presencial; pagina web desde donde se podían enviar sugerencias al registro oficial de la Gerencia de Urbanismo; folleto divulgativo y conferencias del equipo redactor; y publicación de un libro con las principales líneas del Avance.

 

·        Realización de una encuesta domiciliaria, la cual mostró que los principales problemas del conjunto del municipio, de acuerdo con las respuestas emitidas, eran: la congestión del tráfico (26 por 100), la delincuencia (19 por 100) y la escasez de aparcamientos (16 por 100). Considerando las preocupaciones de los vecinos con sus respectivos barrios, los problemas se centraron en la delincuencia (18 por 100), la falta de limpieza (18 por 100), los problemas de aparcamiento (14 por 100), los problemas derivados del consumo de drogas (14 por 100), la contaminación acústica (13 por 100) y la inseguridad ciudadana (13 por 100).

 

Tras este proceso de consulta se habían recibido un total de 786 sugerencias, cuya procedencia se sintetiza en el siguiente cuadro:

 

Cuadro Nº 1

Sugerencias al Avance del Plan General de Ordenación (2001)

 

 

Número

%

Asociaciones Vecinales

42

5,3

Colegios Profesionales

2

0,3

Otros colectivos sociales

19

2,4

Agentes socioeconómicos

6

0,8

Particulares y otros

717

91,2

                                  Total

786

100

 

Fuente: Plan General de Ordenación, tomo I (2003).Elaboración propia.

 

De este conjunto de sugerencias presentadas, se estimaron, de manera total o parcial, un 70,4 por ciento, mientras aquellas desestimadas suponen un 14,5 por 100; la proporción con otras respuestas fue del 15,1 por ciento.

 

Es significativo el gran número de sugerencias que presentaron los habitantes del área Suroeste: 446, casi el 57 por ciento del total. Y de éstas, más de la mitad (269) se oponían a la ampliación de la actividad extractiva en Montaña Talavera. El otro capítulo de sugerencias tenía que ver con las afecciones de las nuevas vías propuestas (Vía Exterior, Rambla desde El Pilar a El Sobradillo), que sumaron más de 44 sugerencias; y con las expropiaciones para las zonas industriales.

 

Entonces, si el programa de participación social atendió a las demandas y sugerencias expuestas por las organizaciones vecinales, y demás ciudadanos, durante la fase del Avance, resulta incongruente la contestación y movilización social desencadenada durante la información pública del plan en 2004. Intentando esclarecer esta aparente contradicción, un análisis del Avance, así como de las sugerencias presentadas al mismo por las organizaciones ciudadanas, apunta deficiencias básicas en el propio proceso de participación.

 

En primer lugar, la cuestión esencial es evaluar si los vecinos entendieron la trascendencia de lo que planteaba el Avance. En términos generales, el documento de Avance —por su propia naturaleza— plantea grandes líneas y no se concretan las actuaciones, por lo que los ciudadanos no toman conciencia del alcance real de aquéllas, ni de la medida en que afecta a sus propiedades y su entorno. Analizando las propuestas formuladas en el Avance para tres barrios donde se produjo posteriormente un rechazo a aquellas se observa lo siguiente: En Valleseco, el Avance proponía un puerto deportivo de carácter recreativo, un puerto docente para el Centro Superior de Náutica, y además como dotación recreativa señalaba la playa de Valleseco asociada al Puerto. Los planos mostraban los dos diques que requerían tales infraestructuras. Posteriormente, el documento de 2004 determina que esa área contendrá un hotel, actividades de restauración y oficinas. En El Toscal se planteaba ya la peatonalización de varias calles, la reestructuración tipológica, así como el saneamiento de infravivienda y la creación de plazas y espacios libres a pequeña escala. En el caso del barrio de Las Cabritas se planteaba una reestructuración en la que se proponía solucionar “situaciones de infravivienda y saneamiento general del barrio”. Esto se concretaría en 2004, en proponer un parque y una plaza que se crearían derribando el núcleo del barrio.

 

En los tres casos, las entrevistas realizadas a algunos dirigentes vecinales de estos tres barrios permiten verificar la hipótesis de que, ni el lenguaje empleado en los documentos de planeamiento, ni los procedimientos utilizados para su difusión pública, hicieron comprensible el alcance real de lo que proponía el Avance del Plan General.

 

En segundo lugar, un grupo escaso de asociaciones vecinales presentaron escritos. De un total de ciento veintidós asociaciones y federaciones vecinales, solamente 15 de ellas presentaron sugerencias. De su análisis se desprende que los colectivos vecinales no abordaron los aspectos realmente problemáticos de las posibles intervenciones. En efecto, las demandas de las Asociaciones de Vecinos se centraron en aspectos muy concretos y de carácter menor. Pedían mejoras en los accesos y en el viario interno de sus barrios; dotaciones y equipamientos; y ampliación de suelo residencial (sobre todo en los asentamientos rurales del Macizo de Anaga). Un pequeño porcentaje se opuso a propuestas de trazado viario.

 

Por su parte, entre los colectivos sociales de otra naturaleza (Comisión de Defensa de la Playa de Valleseco, Plataforma de la Montaña de Taco, Ataretaco y otros) destacó también la preocupación por los accesos y el viario; pero aparecen tres temas nuevos de notorio interés: protección al patrimonio, crítica al Avance y crítica al programa de participación. Al respecto, parece significativo que las peticiones de las organizaciones sociales que no se integran bien en el modelo propuesto o con los compromisos adquiridos previamente, son ignoradas.[19]

 

El aspecto sustancial de la participación queda expresado en la siguiente frase de un miembro de la Plataforma de Las Teresitas: “¿En qué consiste la participación pública para el equipo del Plan General? Pues que nos llaman, nos escuchan, anotan algunas cositas y le dicen al Ayuntamiento que nos han escuchado, y cobran” (Sánchez García 2004, 229); de modo parecido se expresaron algunos representantes vecinales que fueron entrevistados.

 

A modo de conclusión, se puede apuntar que buena parte de las actuales asociaciones de vecinos mantienen una relación clientelar y de subordinación política respecto al Ayuntamiento. No es ajeno a esta idea el hecho de que las directivas de tres de estas asociaciones hayan sido revocadas en los últimos meses por los vecinos; en la misma dirección apunta la formación de las diversas Plataformas y Comisiones ‘de defensa’ de distintos barrios, surgidas en el mismo intervalo. Pero además de este condicionamiento de las organizaciones vecinales, el carácter genérico del Avance y los mecanismos empleados para su difusión no permitieron a los vecinos tomar conciencia cabal del alcance de las propuestas.

 

Si, como plantea Saravia (2003), “la participación urbanística es un proceso por el que los ciudadanos comunican sus intereses y preferencias a las autoridades públicas con la intención de influir sobre las decisiones que éstas puedan adoptar”, en el caso del Plan General de Santa Cruz estamos, hasta el momento, ante un proceso malogrado. Queda por dilucidar si la presión de las organizaciones ciudadanas y el oportunismo político del gobierno local conducirán a una mejora de las propuestas iniciales, reflejando así la importancia de la participación ciudadana en la toma de decisiones colectivas.

 

 

Notas

 

[1] Esta comunicación se ha elaborado en el marco del Proyecto de investigación “Protección ambiental y calidad de la democracia” SEC2002–02760.

 

2 La UCD fue un partido conformado a partir de los sectores renovadores del viejo régimen franquista, con algunas incorporaciones nuevas como en este caso. El entonces alcalde es un empresario tinerfeño cuya actividad económica principal era la fabricación de materiales de construcción.

 

3 El Partido Comunista, el Partido Socialista Obrero Español y, el mayor de todos, una coalición nacionalista de izquierdas (Unión del Pueblo Canario).

 

4 Tras la primera legislatura desapareció la opción nacionalista de izquierdas de la UPC, así como la que representaba el Partido Comunista. En las últimas elecciones de 2003 resultaron también elegidos tres concejales del PNC (Partido Nacionalista Canario), bajo un programa y una imagen contrahegemónicos; sin embargo, se da la paradoja de que los principales candidatos electos de ese partido proceden de las filas del Partido Popular, e incluso alguno de ellos participó en tareas de gobierno durante la legislatura anterior.

 

5 La abstención ‘técnica’ en Canarias venía explicada tradicionalmente por la rotación periódica de un colectivo de personas peninsulares, funcionarios de la administración periférica del Estado y otros trabajadores de empresas de ámbito estatal que, tras su regreso a la Península Ibérica, mantienen su empadronamiento en los municipios de las Islas para disfrutar de determinada reducción de las tarifas aéreas. A este fenómeno se suma, en el periodo más reciente, la arribada masiva de nuevos inmigrantes españoles, que en muchos casos se abstienen de participar en las elecciones locales por su escaso arraigo y su desconocimiento del escenario político insular.

 

6 Dos años antes, en enero de 2003, se habían elegido los Consejos Territoriales como cauce de participación ciudadana, englobados dentro del Reglamento Orgánico Municipal.


7 La subasta de parcelas municipales permite recaudar ingresos pero contribuye, por otra parte, al aumento generalizado de los precios del suelo que luego afecta a la ubicación y construcción de vivienda social. De igual modo el abono en dinero de las cesiones obligatorias y gratuitas reduce aún más el patrimonio público de suelo.

 

8 Memorias 2000 y 2001 de la Sociedad de Desarrollo; y entrevista, en 2003, con el concejal responsable, Sr. Emilio Atienzar.

 

9 Indicios en esa dirección son, entre otros, la política de concesión de buena parte de los aparcamientos públicos a un solo empresario, o determinadas concesiones de explotación de infraestructuras hoteleras.

 

10 La Reserva de Inversiones de Canarias (RIC), a la vez que una actualización de las peculiaridades fiscales del Archipiélago (concebida de forma muy favorable para el capital) supone unas posibilidades de acumulación sin precedentes, por la vía de eludir casi toda la fiscalidad sobre los beneficios empresariales. Algunos analistas estiman en tres billones de pesetas la cifra depositada en la RIC en sus cinco años de vigencia. Un capital obligado a desplegarse a corto plazo, haciéndolo en su mayor parte por los medios que la experiencia y la rutina empresarial aconsejan en Canarias: inversión inmobiliaria y construcción de edificios.

 

11 Coalición Canaria, Partido Popular, Partido Socialista Obrero Español y Partido Nacionalista Canario.

 

12 El Plan General recoge la determinación en este sentido del Plan Insular de Ordenación del Territorio, aprobado anteriormente.

 

13 En noviembre de 2004, una manifestación ciudadana contra el puerto de Granadilla congregó a unas cien mil personas. Los movimientos que se oponen al proyecto señalan las siguientes razones: su gran impacto ecológico, sin medidas compensatorias viables, y el incumplimiento de la normativa ambiental europea; la ausencia de razones económicas que fundamenten la pretendida captación de nuevos tráficos de mercancías; la posibilidad de mejora y ampliación, hasta el triple de su capacidad actual, del puerto existente en Santa Cruz de Tenerife; y la necesidad de otras infraestructuras más urgentes (entre ellas, un hospital público en el Sur de la Isla). Por su parte, los defensores del nuevo puerto argumentan la obsolescencia e imposibilidad de ampliación del puerto actual, la necesidad de captar el tráfico de trasbordo de contenedores y la introducción del gas natural en Tenerife (Sabaté Bel y García Herrera, 2004).

 

14 El Plan propone un total de 43 nuevos aparcamientos en la ciudad, de los que más del 60 por 100 son de titularidad pública y gestionados de manera privada; la titularidad y explotación privada se reduce al 29 por ciento de los casos, existiendo tan solo 3 actuaciones de titularidad y explotación pública. Para El Toscal, se proponen 6 aparcamientos —tres de ellos de titularidad privada—, con un total de 2.110 plazas, de las que únicamente la mitad se destinan a residentes.

 

15 Ubicadas en la Rotonda de La Gallega y el área de La Monja; en La Gallega Alta; en Añaza; y en el Ensanche de El Sobradillo.

 

16 Mientras, el 19 por ciento de las viviendas del municipio están vacías, según datos del Censo de Población y Viviendas de 2001.

 

17 Otras posibilidades, menos ensayadas hasta ahora en Santa Cruz, pero bien conocidas en numerosos casos internacionales y del Estado Español, también comienzan a proponerse en el planeamiento insular: torres en altura en El Toscal junto a las casas terreras o de dos plantas; posibilidad de ocupación de los patios interiores de manzana que permite, e incluso incentiva, el denominado Plan Especial de Protección del Casco Histórico de La Laguna —más allá de su reciente declaración como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco—; o toda la ofensiva de colonización del subsuelo’, como nuevo espacio generador de plusvalías, que abre la pléyade de aparcamientos subterráneos promovidos por doquier.

 

18 Conviene tener en cuenta que más de dos tercios de los hogares pertenecen al estrato social bajo y medio–bajo.

 

19 Basándonos en el concepto de “acumulación por desposesión” (Harvey 2004), utilizamos aquí el término de desposesión en el sentido de que las propuestas del plan implican , por un lado, privar a los residentes de una parte importante de sus medios de subsistencia; y, por otro, la destrucción de una identidad colectiva, que desean conservar.

 

20 Caso de la Plataforma en Defensa de la Playa de Las Teresita y el convenio que ya se había firmado previamente a la exposición pública del Avance (en enero de 2001).

 

 

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Ficha bibliográfica:

GARCÍA, L.; SABATÉ, F. Planeamiento urbano, participación ciudadana y gobernanza: el plan general de Santa Cruz de Tenerife (Tenerife, Canarias). Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX, núm. 194 (84). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-84.htm> [ISSN: 1138-9788]

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