Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 194 (98), 1 de agosto de 2005

 

 

ESPACIOS RELIGIOSOS, UTOPÍAS, PARAÍSOS...

UN ESTUDIO SOBRE UNA VILLA RELIGIOSA EN ENTRE RÍOS (ARGENTINA)

 

Fabián Claudio Flores

Becario de Investigación (Categoría Perfeccionamiento). Universidad Nacional de Luján – Buenos Aires- (Argentina).

E-mail: licfcflores@hotmail.com

 


Espacios religiosos, utopías, Paraísos... Un estudio sobre una Villa Religiosa en Entre Ríos (Argentina) (Resumen)

La ponencia pretende reflexionar acerca de las utopías urbanas en torno a la idea de construcción del paraíso. Tomando como caso testigo a una villa religiosa de la provincia de Entre Ríos en la República Argentina, se analizan cómo determinados agentes sociales construyen la utopía del paraíso, materializándola en un espacio real y concreto estructurado de acuerdo a determinados parámetros culturales, especialmente religiosos. El estudio está focalizado en el análisis de Villa Libertador General San Martín, una ciudad de la provincia de Entre Ríos que cuenta con 6.000 habitantes de los cuáles la inmensa mayoría son adventistas, y en donde la Iglesia Adventista del Séptimo Día, desde su arribo a fines del siglo XIX, fue desplegando un proceso de organización del espacio que responde a sus valores, sus creencias y sus prácticas.

 

Palabras claves: espacios religiosos, paraíso, utopías

 


Religious spaces, Utopias, Paradise... A study on a Religious Village in Entre Ríos (Argentina) (Abstract)

The paper tries to think about of the urban Utopias around the idea of paradise’s construction. Taking a religious village of the province of Entre Ríos in the Republic Argentina as a case witness, there are analyzed how certain social agents construct the Utopia of the paradise, materializing it in real and concrete space constructed from to certain cultural, (specially religious) parameters. The study is focus in the analysis of Villa Libertador General San Martín, a city of the province of Entre Ríos that it relies on 6.000 inhabitants of which the immense majority they are Adventists. There, the Adventist Church of the Seventh Day, arrived at the end of the XIXth century, and began to open a process of space organization that answers to its values, beliefs and its practices.

 

Keywords: religious space, paradise, utopias



Sobre Utopías, paraísos y algo más…

 

En el curso de la historia, el problema de las utopías ha sido evocado con frecuencia por medio de la ciudad como modelo de demostración. Platón, Tomás Moro, Rabelais o Fourier han dado a sus utopías la forma de una ciudad en el sentido geográfico. A decir de Harvey “las figuras de la ciudad y la utopía, llevan mucho tiempo entremezcladas” (Harvey, 2000).

 

Es verdad que la denominación que Tomás Moro le diera a su obra “Utopía1” en 1513 engendró un concepto rico, que a lo largo del siglo XVII y XVIII se comenzó a utilizar para hacer mención a todos aquellos textos que siguen el modelo narrativo de este autor. Claro que antes y después de Moro, hay ejemplos en los cuales se plantean inquietudes similares, como es el caso de “La República” de Platón, ejemplo típico de discurso-utópico , es decir de un proyecto de legislación ideal (Baczco, 1991). En este sentido el propio Platón conectó  las formas de gobierno ideales con la república cerrada, de tal forma que entremezcló los conceptos de ciudad y ciudadano.

 

La mayoría de los modelos urbanos utópicos propuestos desde cualquier ideología no han sido sino la traducción geométrica de las sociedades ideales propuestas y, como las mismas, modelos estáticos, destinados a perpetuarse siempre iguales a sí mismos una vez alcanzada la Edad de Oro tras la gran transformación social. Esto, que parece evidente en el caso de las ciudades ideales propuestas por Aristóteles, Tomás Moro, Campanella, Scamozzi, Fourier, Cabet, Bellamy, lo es igualmente para aquellas ensoñaciones pretendidamente abiertas de época más reciente, como las de Archigram, Constant o Friedman, por nombrar sólo algunas de las utopías tecnológicas de los años sesenta. (Valdetarro, 2001).

 

A decir de la autora, todas ellas proponen soluciones finales para la disposición y la organización de las actividades y las construcciones sobre el territorio, e incluso llegan a describir y representar con minuciosidad el aspecto y la configuración  finales de todos los elementos urbanos, pero en los pocos casos en los que se describen con similar minuciosidad los organismos que toman decisiones sobre la organización de lo social, nunca se plantea la posibilidad de que dichos organismos puedan optar por soluciones fuera del modelo propuesto. Es decir que ese espacio imaginario se materializa en organizaciones espaciales concretas.

 

 De manera similar Jean Delumeau en la “La historia de los paraísos” analiza ejemplos similares, en donde las sociedades “imaginaron” y en algunos casos llegaron a configurar estos “paraísos terrenales”. Enmarcando su objeto de estudio en el lapso del siglo XIV al XVIII, como territorio cronológico privilegiado, Delumeau considera tres grandes temas: la nostalgia del paraíso terrenal (en el primer tomo), la espera de un reino de la felicidad localizado en la tierra cuya duración sería de mil años (segundo tomo) y la esperanza de una alegría perfecta y sin decadencia ''al abrigo de la luz divina del más allá cristiano".   Aquí entonces, la idea de ciudad utópica nos acerca a otro vinculado más a lo religioso pero no ajeno a éste, que es el de paraíso.

 

Al respecto Harvey (2000) enuncia que: “La tradición judeo-crsitiana definió al paraíso como un lugar distinto, al que todas las almas buenas irán después de todas las pruebas y tribulaciones del mundo temporal” (Harvey, 2000) y de allí surgieron un conjunto de metáforas: la ciudad celestial, la ciudad de Dios, la ciudad eterna, la ciudad resplandeciente Es que quizás, desde que Tomas Moro produjo “Utopía” ese término se transformó en un concepto demasiado fuerte que expresa mucho más que el título de una obra literaria. El mismo Harvey lo cita en su obra como un ejercicio en el juego espacial. “Todas estas formas de utopía se pueden caracterizar como “utopías de forma espacial” ya que la temporalidad del proceso social, la dialéctica del cambio social –la historia real- se excluyen, mientras que la  estabilidad social se garantiza mediante una forma espacial fija” (Harvey, 2000).  De hecho, Baczko (1991) menciona que desde la aparición del concepto de Moro, han florecido tanto en las novelas como en los proyectos utópicos un importante esfuerzo por imaginar comunidades de felicidad total.  Las utopías en el fondo son para Baczko “representaciones de la realidad social, inventadas y elaboradas con materiales tomados del caudal simbólico, tienen una realidad específica que reside en su misma existencia, en su impacto variable sobre mentalidades y los comportamientos colectivos, en las múltiples funciones que ejercen en la vida social” (Baczko, 1991).  Para el autor las representaciones son vistas como formas duras, como una “auténtica” formas de comprender la realidad a partir de los imaginarios sociales que construyen las sociedades, los grupos y los individuos. ¿Desde dónde se construyen hoy las utopías,  las del futuro y las del presente? ¿Cómo ser feliz? ¿Cómo se vinculas los proyectos utópicos,  los mitos y la construcción de la memoria? van a ser algunos de los ejes de discusión de los trabajos de Baczko.

 

En su Utopía, Moro buscaba la estabilidad y la armonía; y esto está garantizado mediante un espacio rígidamente organizado. Una isla creada artificialmente que funciona con una economía coherentemente organizada y en gran medida cerrada y como menciona  Harvey “el ordenamiento espacial interno de la isla regula estrictamente un espacio social estabilizado e inmutable. Dicho claramente, la forma espacial controla la temporalidad” (Harvey, 2000).

 

Pero en muchos de los casos, estos proyectos utópicos imaginarios se materializaron en proyectos reales, comunidades rurales, aldeas urbanas  o lo que fuese, que dejaban un sello espacial de los imaginarios que dichas sociedades deseaban (y no deseaban) como formas ideales de organización espacial, en “Espacios de Esperanza” Harvey cita  varios ejemplos como el “sueño de la ciudad ideal de Le Corbusier, que planteo en 1920 para París, y que aparece en buena medida realizado en el diseño de Stuyvsant Town de Nueva York o el caso extremo de lo que Marín (1984) llama “utopías degeneradas” haciendo alusión a las formas de organización espacial de Disneylandia como “un espacio supuestamente feliz, armonioso y sin conflictos, apartado del mundo (real exterior) para suavizar y aplastar, entretener, inventar la historia y cultivar la nostalgia de un pasado mítico, para perpetuar el fetiche de la cultura de las mercancías en lugar de criticarlo (...) El ordenamiento espacial interno, unido a las formas jerárquicas de autoridad excluyen el conflicto o la desviación de la norma social” (Harvey, 2000). Esto en el sentido de Marín es una degeneración porque no ofrece ninguna crítica a la situación existente. Y el planteo del autor aquí es si puede el utopismo de forma espacial que se materializa, ser otra cosa que degenerado; la respuesta es un no, teniendo en cuenta que la utopía no puede materializarse sin destruirse.

 

 

Génesis: de la Colonia agrícola a la Villa Religiosa

 

Desde su llegada a la Argentina a fines del siglo XIX, y en particular a partir del despliegue de su proyecto de expansión con centro  en Entre Ríos, la Iglesia Adventista del Séptimo Día2 promovió una serie de profundas transformaciones en la organización espacial de aquel sitio, Villa Libertador General San Martín (ex Puiggari)3, que habría de ser el punto de partida, y por eso mismo el modelo, el arquetipo a seguir, en el plan expansivo que en adelante desplegarían en Sudamérica y en el país. Por eso mismo, como derivación necesaria de todo ese proceso, que se debía desarrollar a lo largo del siglo XX, lo que se buscó, en definitiva, como objetivo final, fue la construcción de una comunidad de base religiosa (adventista) con rasgos culturales propios pero que, por fuerza, se habría de montar sobre las estructuras, físicas y mentales  preexistentes, que caracterizaban a la colonia ruso-alemana que habitaba en la zona desde bastante tiempo atrás. Un proceso, sin embargo, que no debiera verse como el directo fruto de la historia de una imposición,  el mero pasaje de una fase o forma de organización a otra sin mas, sino más bien como el producto mucho más ambiguo de una negociación, de una especie de compromiso establecido a futuro y en el cual habrían de jugar un papel fundamental imágenes, como las del “paraíso”, que la Iglesia procuró utilizar proyectándola sobre los fieles, o las personas por convertir, como la representación misma de la  existencia un espacio imaginario, mítico, “ideal”, expresión de un orden cósmico o metafísico que se encontraba implícito en la naturaleza misma de las cosas.   Pero que además,  en tanto promesa última de salvación, anhelada meta por alcanzar o  utopía a la que no se podía ni debía abdicar, se nos revelaba en los términos de Benedict Anderson como una comunidad imaginaria, como “el” ejemplo a seguir, el verdadero paradigma de lo que se podía y debía hacer aquí, como pauta de articulación de una sociedad, traducción terrenal de ese cierto ethos religioso la que, sin serlo, de todas manera lo representaba y lo venía a en cierta medida remplazar. 

 

 El paso de un espacio imaginario, a otro concreto, “real”, será hipotéticamente concebido aquí como consecuencia del interjuego de imágenes, pero no sólo de ellas sino sobre todo del que se da entre los varios actores sociales intervinientes, en  donde la Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene un papel  en última instancia hegemónico, como productora de una condensación de las concepciones, por un lado, a través de la creación de un imaginario y del discurso por el que se transmite y llega a la gente,  a la vez que recrea a escala local un espacio que se estructura a su imagen y semejanza

 

Como hemos mencionado, lo que actualmente se denomina Villa Libertador General San Martín se configura a partir de un proceso que a lo largo del siglo XX consolidó la hegemonía de la Iglesia Adventista del Séptimo Día (IASD) como agente social clave en dicha organización. El arribo de la Iglesia a la zona se da a fines de siglo XIX a partir de la instalación del Colegio Adventista del Plata (CAP) y del Sanatorio Adventista (SAP). Sin embargo, desde un análisis más profundo la situación se complejiza, sobre todo si tenemos en cuenta la red de relaciones sociales sobre las cuales actúa la Iglesia para poder llevar a cabo este proceso.

 

Para ello tenemos que remontarnos a unas dos décadas anteriores, cuando a partir de la formación de la Colonia Alvear y como consecuencia de la población rural dispersa que habitaba sus aldeas se fue construyendo este territorio. Tanto las relaciones de vecindad como las de parentesco y amistad, parecen haber jugado un papel central en las cadenas migratorias mediante las cuales se establecieron los ruso-alemanes pioneros de la colonia Puiggari y que consolidaron patrones espaciales propios de toda colonia agrícola aunque con particularidades por tratarse de una comunidad migratoria especial como son los ruso-alemanes, en donde la cuestión identitaria era muy compleja4

 

Durante las últimas décadas del siglo XIX se empiezan a  generar las transformaciones en los patrones espaciales, dando origen a la formación de un espacio religioso, en donde la Iglesia como agente organizador del espacio comienza a plasmar un proyecto de organización territorial que tiende a la materialización de un espacio utópico en uno real. Este proyecto utópico tiene sus orígenes en el discurso que la propia Iglesia genera y trasmite a través de sus líderes construyendo “imaginarios” que reflejan las representaciones que la comunidad tiene, desea (y no) sobre sí misma. No es objetivo de esta ponencia ahondar en el proceso de producción del discurso utópico (ni tampoco de transmisión y recepción por parte de los fieles) sino más bien las formas espaciales en las que se materializan las representaciones que la comunidad tiene sobre el espacio.

 

Sabemos que el espacio es la resultante de un proceso histórico. Es, en definitiva, el relicto material de la historia (Santos, 1990). Cada una de las construcciones que se realizan responden a una lógica espacio-temporal vinculada a procesos del presente, pero también y sobre todo, del pasado. Por eso mientras que, por un lado, algunas formas presentan evidentes variaciones que son testigos de transformaciones, otras remiten a un contexto anterior que no puede ser de ninguna manera eludido.

 

Se hace evidente, desde los inicios del siglo XX que la lógica de producción espacial responde a las estrategias desarrolladas por la Iglesia. La vieja colonia ruso-alemana con población rural dispersa, con casonas que reflejan el estilo arquitectónico propio de la comunidad se desvanece de a poco. La nueva lógica espacial responde a la formación de un núcleo proto-urbano;  en el centro se encuentran el Colegio y el Sanatorio Adventista como organizadores del territorio, entre ambos ocupan 75 hectáreas que con el correr de los años y la compra a privados llegaron  a poseer un previo de 300 hectáreas. En los alrededores de éstos se instalaban las principales familias en viejas casonas que datan de principios de siglo XX, muchas de ellas construcciones pertenecientes a  ruso-alemanes que vivían en la zona. Los planos de catastro nos muestran la dispersión de las viviendas en terrenos amplios formados por chacras con un lugar destinado a la casa y amplios espacios para la producción frutihortícola. También se advierte una concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos, siendo en su mayoría propiedad de la Iglesia, que desde principios de siglo, compra u obtiene por donación de privados diversas fracciones. El resto pertenece a habitantes de la zona, familias “ilustres” de adventistas de la Villa que llegan, se instalan en la zona y compran tierras ante el loteo desmesurado que va a tener lugar en estos primeros años del siglo XX favorecidos por los bajos costos de los terrenos.

 

Lo público y lo privado parecen así confundirse, sobre todo si tenemos en cuenta que no existen los límites físicos en el territorio entre viviendas linderas. Tampoco existe en lo que respecta a los predios del sanatorio y del colegio. Esta manifestación de la matriz espacial de la actual Villa Libertador San Martín no es más que el reflejo de un proceso de producción del espacio en el cual los mecanismos redes sociales y migración en cadena, primero de ruso-alemanes y posteriormente de adventistas, jugaron un papel fundamental. En la medida en que el espacio es siempre producto de las relaciones sociales que se entretejen a lo largo del tiempo, expresa, refleja, muestra e identifica todos esos procesos y esas relaciones (Santos, 1990).

 

Hasta mediados de siglo XX la IASD  ordena, produce, organiza el espacio sin grandes transformaciones, pero el crecimiento demográfico importante que se da a partir de las décadas del ’50 y ’60, ya que la Villa pasa de tener 350 habitantes en 1950 a 809 en 19605, lo obliga a reestructurar la trama urbana. Este crecimiento estuvo vinculado al proceso de redistribución de la tierra que se desarrolla en este momento. El crecimiento se da, mayoritariamente, sobre las calles que rodean al predio de las instituciones de la Iglesia. Se evidencia un progresivo proceso de cesión de la tierra por parte de ésta, a pesar de que, en 1950, la Junta Directiva había establecido que “el Colegio no venderá un centímetro de tierra para persona alguna”6. Sin embargo, la necesidad de viviendas debido al crecimiento demográfico, hizo que la venta de lotes se convirtiera en un negocio inmobiliario interesante debido al incremento del valor del suelo. Por lo que, al año siguiente de tan tajante declaración se decide conceder terrenos para venderlo a su personal en lotes de veinticinco por cincuenta metros.

 

Otros loteos posteriores continuaron reafirmando el proceso descrito. En 1967 más de 20 lotes de 400 metros cuadrados, fueron vendidos a empleados del Sanatorio y del Colegio. Esto dio origen a una reestructuración del ejido urbano, ya que a partir de este nuevo parcelamiento se crea la calle Habenicht, que genera un incremento de la urbanización en las zonas periféricas de la parte posterior del predio al conectarlos por su intermedio con el centro de la ciudad. Surgen así nuevas edificaciones en las calles Laprida, Cabral y Castelli, entre Lust y Pasteur. El proceso de venta de tierras propiedad del Colegio se va a completar, además, con la cesión de más hectáreas para la comunidad sobre las calles Pasteur, Marshal, Belgrano, Laprida, 25 de Mayo y Mitre,  entre ellas el predio correspondiente al Cementerio, y otras para las lagunas de oxidación del servicio cloacal, para el centro recreativo municipal, la policía y el parque de los pioneros.

 

Una vez más, es la Iglesia, como institución la que urbaniza, la que organiza el territorio generando espacios de identidad, aunque sean nuevos, “lugares” socialmente significativos (Massey, 1994) tendientes a reproducir la identidad del grupo. Un ejemplo concreto es el Parque de los Pioneros, creado para recordar a los fundadores adventistas de la Villa y lograr que se transforme en un lugar de representación de la comunidad en la medida en que el espacio cristaliza la memoria colectiva (Lefevre, 1991) y atestigua esa identidad materialmente.

 

En la década del sesenta además se produce una transformación muy importante en lo que respecta a la organización del espacio. La construcción de ruta 131 produce grandes cambios en la vida de la Villa. En primer lugar, la nueva red vial se construye en las afueras de la aldea adventista, no así como ocurría con el trazado anterior en que corría por la actual calle 25 de mayo, atravesando el centro de la aglomeración. Esto genera una valorización e incorporación de tierras anteriormente consideradas periféricas que se integran al centro histórico de la Villa. En segundo lugar, surgen las primeras construcciones nuevas a partir de loteos de terrenos que se encuentran entre la ruta 131 y el Arroyo Salto del Paraíso. En décadas posteriores, especialmente en los ochenta y noventa, el crecimiento acelerado de la población llevó a que en esta zona se instalaran las “nuevas urbanizaciones” pertenecientes al Municipio de Villa Libertador San Martín. Podemos ver entonces, que “...el proceso de urbanización comprende la creación de un espacio construido que más tarde funciona como un gran sistema fabricado por el hombre, una reserva de recursos fijos y móviles que pueden utilizarse en todas las fases de la producción” (Harvey, 1975)7.

 

   El rol protagónico que la IASD (agente privado) tiene en la producción espacial va a ir acompañado de las decisiones que tenga que tomar el Municipio, (agente público) como interventor del territorio. Lo curioso del caso aquí es que ambas parecen funcionarse, en la medida en que, desde su creación en el año 1971, el Municipio es gobernado interrumpidamente hasta la actualidad por representantes del mismo partido político: el A.V.U. (Asociación Vecinal Unida), partido que ideológicamente responde a los ideales de la IASD.  Por lo tanto son ambos los que tengan cierta “responsabilidad” compartida no solo la producción espacial sino también por la producción y reproducción de los imaginarios sociales.

 

Después de todo, toda ciudad es una proyección de los imaginarios sociales sobre el espacio. Su organización espacial le otorga un lugar privilegiado al poder al explotar la carga simbólica de las formas (Baczco, 1991).

 

Puigarri ¿el paraíso en la Tierra?

 

Al producir un sistema de representaciones que refleja y legitima a la vez su identidad y su orden social (en este caso el “adventista”), la comunidad debe instalar “guardias” del sistema que disponen de una técnica determinada de manejo de esas representaciones y símbolos y como menciona Baczco “del mismo modo los guardianes del imaginario social también son guardianes de lo sagrado” (Baczco, 1991)

 

Sin duda, en Puiggari, las estructuras de poder, pasan, en gran medida,  por la Iglesia Adventista del Séptimo Día, quien actúa como agente hegemónico en el ejercicio de las relaciones de poder y especialmente en el control social sobre los miembros de la comunidad.  La configuración de una matriz espacial  panóptica8 en su espíritu, nos demuestra cómo se ejerce el control social de los individuos, en una de sus formas, y “lo que Foucault considera “efecto panóptico” mediante la creación de sistemas espaciales de espacio y control, está también incorporado a los proyectos utópicos” (Harvey, 2000)

 

El centro del espacio corresponde a la representación del poder en sí, ejercida a través de  las instituciones disciplinarias que corresponden a la Iglesia. Un predio de casi 300 hectáreas ocupadas por más de veinte edificios propiedad del Colegio Adventista del Plata, la Universidad Adventista y el Sanatorio Adventista del Plata. Es curioso ver la disposición de estos lugares en el espacio, que responden de una u otra manera a la necesidad de ejercer control. Amplios espacios entre las edificaciones separados por zonas verdes con caminos que unen una construcción con otra. En el centro del predio se halla el templo principal, que constituye el “lugar de representación” por excelencia para la comunidad y el punto de control básico para el desarrollo de todas las actividades, especialmente sabáticas. Los espacios de representación son zonas simbólicas con las que la comunidad se identifica a partir de su sistema de creencias. Es la materialización del imaginario colectivo de esa comunidad, y como expresa Harvey (1989) “...no sólo tienen la capacidad de afectar a la representación del espacio, sino la de actuar como una fuerza de producción material con respecto a las prácticas espaciales (...) son invenciones mentales (códigos, signos, discursos espaciales, proyectos utópicos, paisajes imaginarios y hasta construcciones materiales, como espacios simbólicos, ambientes construidos específicos, cuadro, museos etc.) que imaginan nuevos sentidos o nuevas posibilidades de las prácticas espaciales” (Harvey, 1989).

 

Con respecto a las edificaciones pertenecientes al Colegio se halla la Escuela primaria, media, el edificio de la UAP (todas destinadas a la labor educativa en sí) y el resto correspondiente a tareas accesorias y complementarias de las educativas, directamente relacionada con la población interna en el Colegio, que constituye quizás el segmento más vulnerable al control y sobre la cual se ejerce de manera más intensiva el proceso de control y disciplinamiento de las conductas individuales.  La expresión más visible, quizás, de todo este proceso de control,  es la “división sexual del espacio”, que se materializa en el hogar de varones, y el de señoritas, ubicados en diferentes zonas del predio y separados por amplios espacios abiertos. Sin embargo, esto va mucho más allá de eso, porque no solamente el interior del edificio es un espacio de varones o de mujeres, sino que están delimitadas ciertas zonas en los alrededores de ambas construcciones en donde solamente pueden acceder o circular individuos de uno u otro sexo, generando así un proceso de segregación “sexual” del espacio cuya expresión material es la construcción de ciertos espacios específicamente “femeninos” y “masculinos”. Esta distribución estratégica de los edificios de encierro favorece el control social de los internos y a un cumplimiento más adecuado de las normas disciplinarias generadas y reproducidas a través de los valores de la religión.

 

Otras construcciones que ocupan el predio también tienen que ver con funciones accesorias a la actividad de los internos, como el edificio de la Biblioteca, el Centro de Investigaciones Educativas, el comedor, el edificio de Teología y Ciencias, el gimnasio, las canchas y el auditorio donde se celebran las actividades de toda la comunidad adventista, sobre todo las vinculadas a las festividades religiosas9.

 

Pero el espacio no solamente se halla diseñado para ejercer el control interno sino también para ejercer el control externo, es decir “control hacia fuera”. La disposición panóptica de la Villa favorece a ello. La localización estratégica de los puntos de control en el centro del esquema espacial permite controlar todos y cada uno de los puntos de la periferia. Manzanas con calles amplias, poco cubiertas, lotes de gran extensión, escasez de edificaciones en altura, numerosos parques y plazas, predominio de lo público por sobre lo privado y falta de limitaciones materiales entre las viviendas linderas, permiten una mayor vigilancia de quiénes, cómo, cuándo y dónde realizan diversas formas de desplazamiento en ese marco. La organización espacial de Villa Libertador San Martín, sin duda, favorece al ejercicio de control permanente por parte de las estructuras de poder de los movimientos cotidianos de los individuos. Para Foucault el Panóptico debe ser comprendido como un modelo generalizable de funcionamiento; “una manera de definir las relaciones de poder con la vida cotidiana de los hombres (...) Es un tipo de implantación de los cuerpos en el espacio, de distribución de los individuos unos en relación con otros, de organización jerárquica, de disposición de los centros y los canales de poder, de definición de sus instrumentos y de sus modos de intervención, que se puede utilizar en los hospitales, los talleres, las fábricas, las escuelas, las prisiones. Siempre que se trate de una multiplicidad de individuos a los que haya que imponer una tarea o una conducta, podrá ser utilizado el esquema panóptico”  (Foucault, 1976).   La distribución panóptica de la Villa refleja los objetivos a los que la Iglesia apunta ya que es capaz de “reformar la moral, preservar la salud, revigorizar la industria, difundir la instrucción, aliviar las cargas públicas, establecer la economía como sobre la roca, desatar, en lugar de cortar, el nudo gordiano de las leyes sobre los pobres, todo esto por una simple idea arquitectónica” (Foucault, 1976).

 

A pesar de todas estas características sigue existiendo en el imaginario de la comunidad10 adventista la idea de Puiggari como el “paraíso”, reflejada en el discurso por ejemplo de que a diferencia de los católicos, no es necesario esperar a la “muerte” al más allá, para esperar el acceso al paraíso (al cielo), para los adventistas éste existe en el más acá, está materialmente organizado y de una u otra manera todos pueden acceder a él. Puiggari es el paraíso terrenal,  la materialización de la ciudad ideal, donde todos viven de acuerdo a los valores, ideales y prácticas de la IASD. El sitio donde, por ejemplo, no se trabaja los sábados ni hay ninguna actividad que no tenga que ver con las puramente vinculadas a Dios y a la Iglesia, donde todos sus fieles “guardan” el sábado como día santo, donde eligen a un intendente que pertenece al partido de la Iglesia, donde la radio, el canal local y hasta el Club de Fútbol pertenecen a esa institución, donde como expresaría el propio Harvey (2000) se proyectan ciertos ideales de los ordenamientos espaciales utópicos.

 

Quedaría discutir entonces si el caso estudiado se parece más a la Utopía de Moro, como materialización de una ciudad ideal, de felicidad o bien a la Disneylandia  de Marín como una utopía degenerada donde la dialéctica se reprime y se garantizan la estabilidad y la armonía mediante una vigilancia y un control intensos. Todo parece indicar que es más a lo segundo que a lo primero, pero el trabajo exploratorio aún continua.

 



Notas

 

1 Baczco menciona que el término utilizado por Moro es ambiguo y polisémico. El autor se plantea si utopía es el eu-topos (la región de la felicidad y la perfección) o el u-topos (la región que no existe en ningún lado), o también tanto el uno como el otro a la vez. (Baczco, 1991)

 

2 La Iglesia Adventista del Séptimo Día surge en los Estados Unidos a mediados del siglo XIX, y su líder es William Miller, que junto con Ellen White, son considerados fundadores del movimiento adventista. Si bien pertenecen a una rama del protestantismo, basan su idea central en dos preceptos centrales: la idea de que el día sábado debe ser “guardado” y dedicado absolutamente a Dios, sin realizar otro tipo de actividades que no tengan que ver con lo puramente religioso. La segunda idea se refiere a la creencia en el pronto advenimiento de Cristo a la Tierra para lo cual hay que prepararse.

La llegada de ésta a la Argentina se va a dar hacia las últimas décadas del siglo XIX, en un momento en donde la Iglesia inicia un proceso de expansión mundial concretando el concepto de “misión mundial” sobre todo en la población migrante donde los protestantes son mayoría.

 

3 Es una ciudad que de acuerdo a los datos del censo de 2001 supera los 6000 habitantes. Pero además es la denominación actual del Municipio que se creó en el año 1971 e incluye las localidades de Camarero, Puiggari y Villa Libertador San Martín

 

4 Para mayor información al respecto de la identidad ver FLORES, Fabián C. “Identidad, espacio y religión. Una aproximación al proceso de construcción de la Identidad Adventista (Puiggari, Entre Ríos) en NAyA. 2003. http://www.naya.org.ar/congreso2002/ponencias/fabian_flores.htm , FLORES, Fabián C. “Inventando a los adventistas. El proceso de invención y reinvención de la identidad en la comunidad religiosa de Puiggari (Entre Ríos) en NAyA. 2004. http://www.naya.org.ar/congreso2004/ponencias/fabian_flores.doc

 

5 Estadísticas de la Municipalidad de Villa Libertador San Martín

 

6 Wensell, Egil “El poder de una esperanza” (1994).

 

7 El proceso de crecimiento urbano va a ser acompañado también de otro de ampliación de las construcciones dentro del predio de la Iglesia a partir de nuevas inversiones. En la superficie propiedad de las instituciones eclesiásticas se incrementa el espacio construido. Las ampliaciones del Sanatorio en 1966 y años posteriores, con la construcción del comedor en 1961, la edificación del Hogar de varones B (1968), el de Señoritas B (1979), la escuela “pública” D.F.Sarmiento en 1976, el Hogar de Teología y Ciencias en 1958 y más recientemente, a partir de la creación del Municipio en 1971, la aparición del Centro de Vida Sana en 1982 y la Universidad Adventista del Plata en 1990.

 

8 “Conocido es su principio: en la periferia, una construcción en forma de anillo; en el centro una torre, éstas con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construcción. Tienen dos ventanas, una que da al interior correspondiente a las ventanas de la torre, y la otra que da al exterior, permite que la luz atraviese la celda de una parte a otra. Basta entonces situar a un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar. Por el efecto de la contraluz se puede percibir, desde la torre recortándose  perfectamente sobre la luz, las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la periferia” (Foucault, 1976)

 

9 Todas las actividades que se desarrollan a partir de estas construcciones tienen que ver con los ideales de “vida” y la filosofía de la religión adventista, como la vida sana y el desarrollo de actividades que favorezcan a una buena relación entre Dios y el hombre.

 

10 El concepto de comunidad puede ser aplicado a los adventistas si tenemos en cuenta que, en principio, poseen un sistema de creencias, una cosmovisión, afín que los identifica como tales. Pero yendo más allá, la base territorial sobre la cual se asienta el grupo es muy importante para que se puedan desarrollar ciertas relaciones sociales que favorezcan  la solidaridad y la cohesión. En esto, sin lugar a dudas, la proximidad física juega un papel central ya que a veces se puede transformar en un obstáculo, cuando las distancias son muy grandes y a veces no. La organización de Villa Libertador San Martín favorece la estructuración de un espacio al servicio de las necesidades de la Iglesia y sus instituciones,

Pero el concepto de comunidad, en realidad, va más allá de la identificación con un cierto conjunto de ideas o creencias y se traduce también en un conjunto de prácticas y conductas que determinan un modo de vida.  En ella, los estilos de vida son similares y la ayuda mutua continua. A esto se le suma un sentimiento vivo del lugar, la comuna como patrimonio común, tanto si la propiedad es total o parcialmente colectiva como si es privada (Claval, 1999). La comunidad adventista traduce un conjunto de valores en prácticas concretas que originan un cierto modo de vida acorde a su sistema de creencias. La idea de que el cuerpo humano no es propiedad de los hombres, sino de Dios, y que tienen obligación de cuidarlo y llevar a cabo una vida sana obliga al desarrollo de ciertas conductas y  a la prohibición de otras. Por ejemplo no fumar, no tomar sustancias nocivas para la salud, alcohol, drogas etc.

 

 

Bibliografía

 

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© Copyright Fabiàn Flores, 2005

© Copyright Scripta Nova, 2005

Ficha bibliográfica:

 

FLORES, F. Espacios religiosos, utopías, paraísos... Un estudio sobre una villa religiosa en entre ríos (Argentina). Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX, núm. 194 (98). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-98.htm> [ISSN: 1138-9788]

 

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