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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. X, núm. 210, 1 de abril de 2006
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]


EL EXCURSIONISMO CATALÁN EXÓTICO: EL NORTE DE ÁFRICA (1876-1936)

José Luis Villanova
Departamento de Geografía, Historia e Historia del Arte. Universidad de Girona
josel.villanova@udg.es

Recibido: 14 de julio de 2005. Devuelto para revisión: 12 de septiembre de 2005. Aceptado: 21 de noviembre de 2005.


El excursionismo catalán exótico: el Norte de África (1876-1936) (Resumen)

El movimiento excursionista catalán ha centrado sus actividades en el territorio de Cataluña principalmente. Sin embargo, las asociaciones excursionistas también han dedicado atención a los viajes al extranjero, y concretamente a los realizados por el Norte de África. Desde su nacimiento, estas asociaciones intentarán interesar a sus asociados por este tipo de viajes. La principal motivación de los excursionistas catalanes que visitaron el Norte de África era turística, en consonancia con el desarrollo de estas actividades y con el giro que experimentó el movimiento excursionista, al decantarse por las de carácter más deportivo y turístico a partir de 1900. En sus publicaciones, la mayor parte de estos viajeros presentarán una imagen del Norte de África que reflejaba claramente los tópicos orientalistas predominantes en la época e incluso defenderán la dominación colonial europea sobre aquellos territorios.

Palabras clave: excursionismo catalán, Norte de África, literatura de viajes.


The Catalan exotic excursionist movement: Northern Africa (1876-1936) (Abstract)

Although the Catalan excursionist movement focused its activities mainly in Catalonia, the excursionist groups have also paid attention to travels abroad, particularly to those involving Northern Africa. From its beginnings, these associations tried to attire their members’ interest for such kind of travels. Following the change in the Catalan walking movement since 1900 towards more sportive and tourist orientated activities, tourism was also the main motivation for Catalan excursionist for visiting Northern Africa. The image of Northern Africa pictured by most of these traveler’s reports would clearly reflect the typical orientalists common places of that period and would even support European colonial domination over Northern Africa countries.

Key words: catalan excursionist movement, northern Africa, travel’s literature.

El movimiento excursionista catalán ha sido objeto de numerosos trabajos aunque, desgraciadamente, no todos han sido elaborados con el rigor necesario[1]. Entre todos ellos deben destacarse, por ejemplo, algunos que abordan el tema desde una perspectiva histórico-general (Iglésies, 1964a; AA.VV., 1975; Albesa i Riba, 1985 y 2001; Jover, 1998; Ferrández, 2001), otros que se han centrado en aspectos concretos del planteamiento multidisciplinario que ha mantenido desde su aparición como, por ejemplo, el análisis de sus aportaciones científicas (arqueológicas, históricas, geográficas, naturalistas, antropológicas, etc.) (Martí Henneberg, 1986a y b, 1994 y 1996; Roma i Casanovas, 1996) u otros que han analizado cuestiones políticas, ideológicas y sociológicas (Torres, 1979; Ramon i Vidal, 1983; Roma i Casanovas, 1996; Andreu i Creus et alii, 1997). Asimismo, también merecen citarse estudios monográficos sobre la actividad excursionista en determinadas comarcas, poblaciones o de asociaciones concretas (Beato i Vicens, 1988; Roma i Casanovas, 1994; Martí Henneberg & Martínez i Mena & Valverde i Sanvisén, 1995; Jolís, 1996; Roca i Remolins, 1996; Dalmau i Corominas, 1997; Ligos i Hernando, 1999; Puig i Cabeza & Roma i Casanovas, 2001; Subirats i Torrebadell, 2001; Ramon i Vidal, 2004), de publicaciones específicas (Albesa i Riba, 2003) o de excursionistas ilustres (Iglésies, 1964b y 1983; Puig i Cabeza, 1994?; Albesa i Riba, 1995; Barberà i Suqué, 1996; Armangué i Herrero, 1999; Roma i Casanovas, 1999; Aragonés i Rius, 2003; Cervera i Batariu, 2004; Vilaseca Basco, 2004).

A pesar de la abundancia de aportaciones, los especialistas han dirigido su atención fundamentalmente a las actividades excursionistas desarrolladas en el territorio de Cataluña y apenas han investigado las llevadas a cabo en el extranjero y, concretamente, las que se incluyen en lo que podríamos denominar “el excursionismo exótico”. Este término fue utilizado en 1926 en una pequeña reseña de la obra Al Marge del Sahara. Impressions d’un viatge al Senegal, Gàmbia, Guinea, Sudan i Mauritània de Ricard Carreras i Valls, publicada en el  nº 375 del Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya. El autor de la reseña -A.- comentaba que la biblioteca del Centre Excursionista de Catalunya (CEC) comenzaba a tener un incipiente catálogo de obras de “excursionismo exótico” y animaba a los lectores a realizar este tipo de viajes y a incrementar el número de libros de esta rama del excursionismo, que en otros países ya se encontraba más desarrollada.

El art. 1º del Reglamento de la Associació Catalanista d’Excursions Científiques (ACEC) -primera entidad excursionista catalana documentada y que fue fundada en 1876- señalaba que su objeto consistía en “recorrer el territorio de Cataluña con el fin de conocer, estudiar y conservar todo lo que ofrezcan de notable la naturaleza, la historia, el arte y la literatura, en todas sus manifestaciones, así como las costumbres características y las tradiciones populares del país; propagar esos  conocimientos; y fomentar las excursiones por nuestra tierra para conseguir que sea debidamente conocida y estimada”. No obstante, el artículo precisaba que “la atención de esta Asociación [también] es extensiva a los países vecinos que tienen afinidad con Cataluña en los conceptos indicados” (Associació Catalanista d’Excursions Científiques, 1879, p. 5); dejando, de esta forma, la puerta abierta a realizar excursiones fuera del Principado. Por otra parte, los objetivos de la Associació d’Excursions Catalana (AEC) -entidad creada a raíz de una escisión de la anterior en 1878-, y del Centre Excursionista de Catalunya (CEC) -formado al reunificarse las dos anteriores en 1891- no diferían excesivamente de este enfoque (Roma i Casanovas, 1996). Además, avanzado el siglo XX, el art. 1º de los nuevos Estatutos del CEC -aprobados en 1932- explicitó claramente la ampliación del radio de acción de la entidad al indicar que “tenía por objeto recorrer las comarcas de Cataluña [...] y practicar y fomentar el excursionismo y los deportes de montaña en todos sus aspectos dentro y fuera del territorio de Cataluña” (Centre Excursionista de Catalunya, 1932, p. 95).

La estrecha relación entre el excursionismo y, lo que podemos considerar, los grandes viajes, fue subrayada por Aurora Bertrana en la conferencia “Paradissos oceànics” que impartió en el Nucli Femení del Centre Excursionista de Gràcia en 1935. La conocida viajera planteó que “forzosamente se tienen que entender el viajero y el excursionista, a los que aunque con finalidad diferente, un mismo afán une: La pasión por conquistar tierra. Pero, no como un Hernán Cortés o un Pizarro, sino por el dulce placer de estimarla y disfrutarla”, y animó a las mujeres y los jóvenes a realizar grandes viajes: “querría que nuestra mujer, tan casera y timorata, se decidiese a ir por el mundo [...] Nos gustaría despertar en los jóvenes el espíritu, la ilusión de los grandes viajes” (Bertrana, 1936b, p. 7).

Aunque la mayor parte de las actividades de los excursionistas se han desarrollado en Cataluña –en consonancia con los principales objetivos de las asociaciones-, podemos señalar que, desde un primer momento y de forma progresiva, el excursionismo catalán también dirigió su atención hacia territorios situados fuera de Cataluña, y concretamente hacia el Norte de África, como veremos en este artículo.

Antes de entrar en materia, debemos señalar que las principales fuentes primarias para la realización del trabajo han sido los boletines de diferentes grupos excursionistas (Agrupació Excursionista “Catalunya”, Agrupació Excursionista Icaria, Agrupació Excursionista Júpiter, Agrupació Excursionista Muntanya, ACEC, AEC, Centre Excursionista “Avant”, Centre Excursionista Barcelonés, Centre Excursionista “Els Blaus”, CEC, Centre Excursionista de Gràcia, Centre Excursionista de Terrassa, Centre Excursionista Minerva, Centre Excursionista Pàtria, Centre Excursionista Rodamon, Foment Excursionista de Barcelona, Grup Excursionista Àliga, Secció Excursionista de l’Ateneu Enciclopèdic Popular, Unió Excursionista de Barcelona, Unió Excursionista de Catalunya, etc.), el periódico Excursionisme y la documentación original de la Sociedad de Geografía Comercial de Barcelona.

La elección de los boletines y del periódico como fuentes primarias de la investigación obedece al interés por comprobar el tratamiento y el grado de difusión que se dieron a nuestro objeto de estudio en los órganos de expresión de las entidades excursionistas catalanas. En este punto, es necesario advertir que, posiblemente, algunos de los autores que publicaron artículos en sus páginas no fueron miembros de dichas asociaciones pero, en todo caso, la inclusión de los textos evidencia que los respectivos consejos de redacción consideraban que sus viajes se enmarcaban perfectamente en el ámbito de las actividades excursionistas y que era interesante y conveniente difundirlos entre sus socios y sus lectores.

Por su parte, la consulta de documentación original de la Sociedad de Geografía Comercial de Barcelona[2] –documentación que todavía no ha merecido un análisis exhaustivo por parte de los especialistas- ha sido de gran utilidad para comprobar la existencia de estrechos vínculos entre algunos grupos excursionistas y esta sociedad y otras entidades en las que se integraban sectores industriales y comerciales de Cataluña que se posicionaban a favor de una política colonial española decidida.

Los “excursionistas célebres” y la presencia histórica de catalanes en el Norte de África

Los impulsores del excursionismo no tuvieron ningún inconveniente en considerar a Francesc X. Parcerisa –quien había recorrido extensamente España- como el teórico iniciador del pensamiento excursionista: “el primer excursionista catalán”; en palabras de Eduard Tamaro, presidente de l’ACEC en 1878 (Iglésies, 1964, vol. I, p. 36). Por otra parte, Antoni Aulèstia incluyó entre los excursionistas catalanes célebres a Ramon Muntaner, Ramon Llull, Arnau de Vilanova, fray Bernat Boyl, Pere Margarit, Alí-Bey, Sinibald de Mas, Joaquim Gatell o Joan Isern i Batlló, en tres conferencies pronunciadas en l’ACEC los años 1880 y 1884 (Aulèstia, 1880 y 1884). Y Josep Fiter leyó una memoria necrológica de Joaquim Gatell en la sesión inaugural del curso 1879 de la AEC[3]. Algunos de estos personajes también recibieron el reconocimiento de la ACEC, al colgarse sus retratos en su galería de excursionistas ilustres, como es el caso, por ejemplo, de Francesc X. Parcerisa (1878), Alí-Bey (1879), Sinibald de Mas (1882) y Joan Isern (1883) (Olivé i Guilera, 1996). Años después, en el discurso del acto de adjudicación de la Medalla de Oro del CEC a Eduard Toda -por su labor al impulsar la restauración del Monasterio de Poblet-, Bonaventura Bassegoda aprovechó la ocasión para hacer referencia a sus viajes por el mundo (Bassegoda i Amigó, 1936).

La razón del interés por recordar y recuperar estas figuras se encuentra en las estrechas relaciones existentes entre la Renaixença (1833-1891) y el excursionismo catalán: la primera favoreció el nacimiento del segundo y éste, por su parte, proporcionó un nuevo impulso a la primera. Como aquel movimiento histórico-literario de recuperación de la identidad catalana se encontraba influenciado por la historiografía romántica, el excursionismo catalán colaboró activamente en los esfuerzos por recuperar los símbolos de identidad catalanes a partir de la lengua, la literatura, las artes, la historia, la geografía, la ciencia, las tradiciones, las costumbres, etc. (Martí Henneberg, 1994; Roma i Casanovas, 1996; Andreu i Creus et alii, 1997). En este contexto, se enmarcan los esfuerzos de las entidades excursionistas por rescatar del olvido las gestas históricas y las aportaciones geográficas de los catalanes; especialmente, pero no de forma exclusiva, las del “glorioso” pasado medieval.

Por ejemplo, y en lo que respecta al tema de este artículo, Josep Fiter, al impartir la conferencia “Geógrafos catalans” en la AEC en 1880 y  después de destacar la íntima relación entre la geografía y el excursionismo –pues consideraba “los estudios meteorológicos y geológicos, el conocimiento de los productos de cada región, de los datos estadísticos” de gran interés para los propósitos que perseguían las sociedades excursionistas-, efectuó un repaso cronológico de trabajos de geógrafos catalanes desde los siglos X y XI y citó, entre otros, a Alí-Bey y Joaquim Gatell (Fiter, 1880, p. 228). En 1926, el presidente del CEC, Francesc Maspons -con motivo de la visita a la entidad del comandante francés Delingette, quien había realizado la travesía Alejandría – cabo de Buena Esperanza en automóvil para establecer rutas comerciales en el interior de África por encargo de su gobierno-, recordó a los catalanes que “con las nobles armas del espíritu y del pacífico comercio, llevaron el nombre glorioso de esta tierra, incluso a las difíciles regiones de África”; refiriéndose a los frailes mercedarios -redentores de cautivos-, los comerciantes y cónsules de la Edad Media, Alí-Bey, etc. Maspons consideraba que “sus cenizas, catalanas de raza, abrieron el paso a los tenacísimos exploradores del siglo XIX”.[4] Dos años después, Ferran Soldevila publicó “Catalunya i la mar” en el periódico quincenal Excursionisme. En este artículo, Soldevila elogiaba la expansión catalana medieval en el Mediterráneo –citando Djerba, Túnez, Tlemecén, Bugía, Alejandría, etc.- y destacaba la relación de la grandeza de la Cataluña medieval con el mar (Soldevila, 1928). En la misma idea insistió I. Vidal el año siguiente, en la misma publicación (Vidal i Guitart, 1929). En 1930, Gonçal de Reparaz, fill, publicó “Les grans descobertes. El camí de les Índies” en Excursionisme en 1930; artículo en el que subrayó que quienes primero frecuentaron las costas africanas del Atlántico fueron italianos y catalanes. Reparaz creía probable que participaran catalanes en la expedición de carácter comercial a Canarias en 1341 que había sido capitaneada por los primeros (Reparaz, 1930). En 1931, Joan Cubells publicó, en el boletín del Centre Excursionista Minerva, una crónica de una conferencia pronunciada por Ricard Carreras i Valls en el Centre Excursionista Barcelonès. Cubells explicaba que el orador había afirmado que África “nunca” había sido una tierra “misteriosa ni mucho menos desconocida”. Para fundamentar su afirmación, Carreras se había referido al Atlas Català (1375) y al Atlas de Valseca (1439); obras que contenían bastantes informaciones de numerosas ciudades del Sahara y las fuentes del Senegal, respectivamente. El cronista añadía que el orador había advertido que estos casos no eran únicos, sino “la continuación de las gestas que el espíritu, de natural inquieto de la gente pirenaico-mediterránea, ha mantenido constantemente en tensión allá hacia donde se ha dirigido”; poniendo como ejemplo a los piratas catalanes que llegaron a Canarias en el siglo XIII. Carreras también había llamado la atención sobre la necesidad de recuperar la memoria de aquellos “geógrafos catalanes” y criticado que Cataluña no reivindicase estos hechos (Cubells, 1931, p. 46).

Dos casos concretos dignos de mención especial son el trabajo de investigación “Fra Anselm Turmeda en la ciutat de Tuniç. Una visita a la tomba del escriptor català”, que Joaquim Miret i Sans leyó en el CEC en 1909, y el artículo “La gesta dels Ibn Ghania” de Gonçal de Reparaz, fill, publicado en Excursionisme en 1929. Ambos llaman la atención por dos razones: sus autores no manifiestan una especial animadversión hacia la cultura islámica -actitud bastante generalizada entre los excursionistas catalanes que visitaron el Norte de África, como veremos más adelante- y consideran catalanes a los mallorquines Turmeda e Ibn Ghania. Miret, tras estudiar numerosas obras y visitar diversos archivos y bibliotecas de Túnez, refutaba las afirmaciones de algunos autores de que aquel fraile convertido al islamismo a finales del siglo XIV se había arrepentido y rechazado su nueva fe. Miret no admitía una conversión sincera por parte de Turmeda, pero negaba aquellas interpretaciones que se enmarcaban plenamente en la línea de menosprecio de la religión musulmana y defendía que el fraile había huido “más del celibato eclesiástico que no de la doctrina cristiana, aunque no sentía por esta una convicción fervorosa”. En su opinión, Turmeda era “un racionalista más avanzado que no la generalidad de los de su tiempo. Sus creencias poco firmes y seguras eran de una religión abstracta, desnudada de todo carácter confesional. Esta indiferencia por los cultos y ritos le permitió, sin hipocresía ni molestia, cambiar de forma o externalidad confesional, encontrándose igualmente acomodado en cualquiera de las religiones monoteístas-universalistas” y había abrazado el Islam porque no le imponía el celibato (Miret i Sans, 1910, p. 41). Por su parte, Reparaz reivindicaba como verdaderamente autóctonos a los musulmanes de la Península Ibérica y de las islas Baleares medievales e intentaba rescatar del olvido las expediciones de los hermanos mallorquines Ibn Ghania, que crearon un “imperio” entre Bugía y Trípoli a finales del siglo XII y los inicios del XIII (Reparaz, 1929).

Pero, como hemos indicado, el interés por rescatar las figuras de algunos viajeros catalanes por el Norte de África no se limitó a la época medieval, sino que también se hizo extensiva a figuras del siglo XIX, especialmente a Domingo Badia, Alí-Bey. Este personaje “reunía unas condiciones idóneas para ser reivindicado: catalán, ilustrado, temprano viajero por el Islam, autor de una obra “científica” traducida a todas las lenguas de peso del continente” (Bayón del Puerto, 1996, p. 77). Sobre él, junto a las referencias que ya hemos comentado, podemos citar la conferencia pronunciada por Eduard Toda en la ACEC en 1889, con motivo del descubrimiento que había hecho del dietario y de otros documentos de Alí-Bey en París (Bayón del Puerto, 1996), y el discurso que le dedicó Antoni Aulèstia al colocarse su retrato en la sede de la ACEC en 1879. Este discurso era una traducción de dos artículos que Aulèstia había publicado en el periódico El Porvenir en 1867, a los que había añadido una nota en la que incluía algunas nuevas aportaciones que sobre la razón del viaje de Alí-Bey a Marruecos había publicado José Gómez de Arteche en un capítulo de su obra Nieblas sobre la historia patria (1876). A raíz de las informaciones de Gómez de Arteche, Aulèstia reconocía que Alí-Bey había sido “realmente enviado a África por el célebre Godoy, con la finalidad de llevar a cabo un plan tan atrevido como poco meditado, cual era el de suscitar allí un movimiento político que produjese en definitiva la anexión de Marruecos a España” (Aulèstia i Pijoan, 1879, p. X, nota 1). Si bien estas nuevas aportaciones ponían en entredicho la imagen romántica, y casi heroica, que sobre Alí-Bey había promovido Víctor Balaguer en el contexto de la Guerra de África (1859-1860) -quien “lo había convertido en el catalán aventurero que encajaba en la mitología que la Renaixença estaba levantando en aquellos momentos” (Fradera, 1995, p. 33)-, Aulèstia continuaba considerándolo un “hombre extraordinario” -por el que tenía un “sentimiento de admiración” a causa de sus ansias de conocimientos, las “admirables descripciones de las ciudades, de sus monumentos, usos, costumbres, religión, política y estado social de los habitantes”, así como de los paisajes- y un “digno compañero de los grandes viajeros”. Por estos motivos, Aulèstia opinaba que Cataluña podía “vanagloriarse siempre de haberlo tenido por hijo” (Aulèstia i Pijoan, 1879, pp. VII, XI y XV).

El interés por este viajero continuó manifestándose durante el siglo XX. En 1928, el periódico Excursionisme recomendó la obra de Alí-Bey que había comenzado a publicar la editorial Barcino en 1924. El año siguiente, el Butlletí de l’Agrupació Excursionista Catalunya reprodujo un articulo publicado por el diario El Vapor en 1833, con el título “Els grans viatgers catalans: El príncep Ali-Bey el-Abbassi (1 d’abril de 1767 – Setembre de 1818)”, en el que se afirmaba que, ante sus obras, habían quedado “parados los más sabios orientalistas de la variedad y abundancia de conocimientos que desplegaba”. Alí-Bey volvía a ser considerado un “hombre extraordinario”, de “gran saber” y más “gran valor”, que había intentado “un proyecto que tenía que cambiar la faz del mundo mercantil, el introducir la civilización en bárbaras regiones”. El artículo finalizaba reivindicándolo por ser catalán y “por complemento de nuestro orgullo patriótico” y, al tiempo, criticaba que sus viajes hubiesen sido traducidos “a todas las lenguas” en 1833, pero se hubiese tenido que esperar a 1888-1889 para poder leerlas en catalán.[5] Por último, en 1932, Rafael Candel i Vila pronunció una conferencia en el CEC sobre sus viajes a Marruecos, en la que dedicó diversos elogios a Alí-Bey, “el primero que estudió científicamente Marruecos”.[6]

Las excursiones por el extranjero y el interés por otros países

Desde los primeros años de su existencia, las entidades excursionistas catalanas mostraron un notable interés por noticias procedentes del extranjero. En 1878, en el nº 1 de L’Excursionista –boletín de la ACEC- se informó que la publicación se haría eco de noticias procedentes de fuera de Cataluña que estuviesen  relacionadas con “los ramos del saber de que se ocupa principalmente la Asociación” y, dos años más tarde, Celestí Barallat volvió a incidir en el asunto en la conferencia “Sobre las últimas noticias geográficas relativas a la península del Sinaí” que impartió en la ACEC. En el nº 31 de L’Excursionista, donde se presentó un extracto de aquella intervención, se señalaba: “el conferenciante dijo que tenía que llamar la atención de la Asociación Catalanista sobre la necesidad de unir con los estudios locales todos aquellos estudios geográficos e históricos que por su importancia deben tener influencia legítima sobre el criterio general de nuestra época” (p. 619).

El interés se acrecentó a medida que pasaban los años, como lo demuestran diversos hechos que exponemos a continuación. En primer lugar, podemos destacar la creación de secciones específicas en los órganos de expresión de diferentes asociaciones: en 1902 se inició la sección “Crónica estrangera” en el Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya, en la que se recogían “las gestas excursionistas de más interés, acaecidas fuera de casa”, extractos de trabajos leídos o escritos en sociedades excursionistas extranjeras y otras noticias de interés. Los responsables de la publicación consideraban “útil” y “necesario para el progreso de nuestro CENTRO, informar a sus socios de lo que pasa y de lo que se hace fuera de Cataluña [...] intentaremos seguir sus pasos en lo que sean de buenos, enmendar los nuestros malos y preciar como se merecen los bien ordenados”.[7] También, el Centre Excursionista Barcelonès incluyó una sección con el mismo título en su boletín a partir de 1924; el Centre Excursionista de Terrassa, la titulada “Anant pel món” desde 1927; la revista Excursionisme las denominadas “Coses de l’estranger” y “Exploracions i aventures” entre 1928 y 1931; y La Muntanya -boletín del Centre Excursionista del Vallès-, “Crònica alpina” en los años treinta, con noticias e informaciones sobre el alpinismo en los Alpes, el Himalaya, etc.

En segundo lugar, socios de los grupos excursionistas realizaron excursiones por el extranjero a título individual. Al regresar, algunos impartieron conferencias en las que exponían sus experiencias ante numeroso público. A modo de ejemplo podemos citar las pronunciadas por Eduard Toda en la ACEC en 1880, sobre su viaje por Extremo Oriente; Valentí Almirall en la AEC en 1880 –“Una excursió a l’Etna”- y 1881 –“Una excursió a Suïssa”-; Ramon Arabia en la AEC en 1880 –“Ascensions i passejades pe’ls Alpes”- y en el CEC en 1891 -“Recorts i impressions de viatge per França, Alemanya i Bèlgica”- y 1894 -“Una excursió a Londres”-; o Joaquim Cabot i Rovira en esta misma entidad en 1895 –“Impressions de viatges per Europa. Notes personals”-. Este tipo de conferencies proliferaron en las primeras décadas del siglo XX y especialmente a partir de 1920. El creciente interés por el extranjero también quedó patentizado en el ciclo de conferencias “Viatges i exploracions” que el Secretariat de Coordinació de Treballs Excursionistes, creado en 1925, ofrecía –entre otros- a las asociaciones que lo solicitaban (Iglésies, 1964, vol. I) o en el cursillo sobre “ciudades y lugares de fuera de Cataluña” (Suiza y Europa Central, Pisa y Florencia, Nueva York, Egipto, Palestina, Siria, Turquía y Grecia, los Andes, la Selva amazónica, Colombia, etc.) que la Unió Excursionista de Barcelona organizó el curso 1933-34.

Estas conferencias se enmarcaban en el ámbito de las actividades alpinistas y turísticas que comenzaron a tomar vuelo en el seno de las entidades excursionistas las primeras décadas del siglo XX. Por ello, abundaron las referidas a escaladas en los Alpes y a viajes turísticos por países europeos; lugares mucho más accesibles por razones técnicas y económicas que los de otros continentes. Sin embargo, éstos también fueron visitados por excursionistas catalanes, como ponen de manifiesto las conferencias impartidas por Carles Roca en la Agrupació Excursionista Catalunya en 1923 -“Viatge a l’entorn del món”-, Joan Santamaria en el Centre Excursionista de Terrassa en 1925 -“Voltant pel món”-, Aurora Bertrana en la Secció Excursionista del Centre de Lectura de Reus en 1932 -”Les illes oceàniques”- y en el Club Excursionista de Gràcia en 1934 -“Paradissos oceànics”- y 1936 -“El Paganisme a la Polinèsia”- o Joan Aguilar en el Centre Excursionista de Terrassa en 1935 -“Un viatge a l’Indo-Xina”-.

La mayor eran pronunciadas por socios o por personas muy próximas a las entidades excursionistas, pero en determinadas ocasiones los conferenciantes eran otras personas ajenas al excursionismo catalán que habían sido expresamente invitadas al considerarse que sus viajes podían ofrecer noticias de interés. Tal es el caso, por ejemplo, de las dadas por Marcel Raymond -“Las bellesas artísticas y naturals del Delfinat y’ls Alps”- y de K. W. Hallstrôm -“Suècia: la cultura, esport i el paisatge”- en la Secció Excursionista del Centre de Lectura de Reus en 1913 y 1930, respectivamente, o la del súbdito peruano Augusto Flores –“Onze mil milles a peu de Buenos Aires a Nova York”- impartida en la Secció d’Excursions de l’Ateneu Enciclopèdic Popular de Barcelona en 1931.

Generalmente, eran ilustradas con fotografías, diapositivas y películas. También, desde finales de la década de 1920, se organizaron proyecciones de documentales, como por ejemplo, “La conquesta de l’Everest” en el Centre Excursionista Barcelonès en 1929, “Perduts a l’Àrtic” en la Agrupació Excursionista Júpiter el mismo año, “Al país del Kokombes” en  la Agrupació Excursionista La Punxa en 1934 o “La conquesta del Mont-Cervin” en el Centre Excursionista de Terrassa en 1934 y en el Grup Excursionista Perla en 1935.

Muchas de las conferencias fueron publicadas o extractadas en los órganos de expresión de las asociaciones, en los que también se incluyeron traducciones de artículos publicados en el extranjero; como es el caso, por ejemplo, “La darrera escalada d’en Mallory i l’Irvine. De l’expedició de 1924 al mont Everest” –traducción del artículo de N. E. Odell aparecido en el Geographical Journal- que fue publicado en 1925 en el nº 15 del Butlleti del Centre Excursionista “Els Blaus”, o el extracto “La lluita per a el Mont Everest” –sobre el artículo publicado en el Mountaineering Journal-, recogido en 1935 en el nº 143 de Minerva. Portaveu del Centre Excursionista Minerva.

 Por último, podemos añadir que, a medida que avanzaba el siglo XX, los grupos excursionistas catalanes organizaron diversas excursiones colectivas al extranjero. Sirvan de ejemplo, las organizadas por la Associació Excursionista Avant a Toulouse, París y Versalles y la Agrupació Excursionista de Catalunya a París, Versalles y Bruselas en 1920; la Secció Excursionista del Centre de Lectura de Reus a París en 1922; la Secció d’Excursions de l’Ateneu Enciclopèdic Popular de Barcelona a París, Versalles y Reims en 1922, Italia en 1923 y Suiza en 1924; el Club Excursionista de Gràcia a París en 1925 y Chamonix en 1927; el Centre Excursionista Barcelonès a la Toscana, Inglaterra y Suiza en 1930 o el Centre Excursionista Rodamon a Italia en 1934. Los destinos ponen de manifiesto su carácter turístico, bien alejado de los iniciales objetivos del excursionismo catalán; tendencia que también puede observarse en las visites que la Agrupació Excursionista Muntanya y la Unió Excursionista de Catalunya organizaron para visitar barcos trasatlánticos anclados en el puerto de Barcelona en 1932 y 1935.

Observando los destinos y las fechas, podemos constatar que el interés por los grandes viajes se consolidó en el seno del excursionismo catalán a partir de 1920; hecho que no deja de ser un reflejo del giro que experimentó desde el inicio del siglo XX al decantarse por actividades de carácter más deportivo y turístico. Por una lado, “la creciente popularización de las prácticas deportivas, que se dio gracias a una mayor estabilidad y asentamiento de la sociedad industrial y del sistema capitalista, hará que las sociedades excursionistas sean [...] la plataforma en la que se desarrollaron los deportes de montaña” (Andreu i Creus et alii, 1997, p. 5). Por otro, en la primera década de 1900, el turismo se presenta con fuerza en el interior del movimiento excursionista cuando, durante su evolución, “perdió su afán investigador y pasó a ser una realidad contemplativa, pero fundamentalmente cultural, sin demasiada preocupación por el descubrimiento de nuevos datos ni por la realización de hallazgos importantes” (Roma i Casanovas, 1996, p. 295). Así pues, “a medida que la sociedad catalana se fue transformando, las actitudes y el papel de las entidades excursionistas fueron padeciendo un cambio para adaptarse a una sociedad en la que la cultura y el ocio –al menos entre la burguesía- son cada vez más asequibles” (Andreu i Creus et alii, 1997, p. 50).

Por lo que respecta a las actividades turísticas en Cataluña, su impulso se reflejó, por ejemplo, en la creación de Turisme Marítim y de la Asociación Nacional del Fomento del Turismo, las cada vez más numerosas excursiones de carácter turístico al resto de España y al extranjero organizadas por los grupos excursionistas, la publicación de obras que pueden ser consideradas verdaderas guías turísticas o la celebración del I Congreso de Turismo de Cataluña, organizado en 1919 por iniciativa de la Societat d’Atracció de Forasters de Barcelona, entidad que había sido creada en 1908. Paralelamente, en algunos sectores excursionistas fue considerándose el turismo como una rama del excursionismo y, en la década de los años veinte, numerosos boletines recogían alabanzas al turismo y opiniones sobre la necesidad de potenciarlo. El impulso de la actividad turística en las asociaciones excursionistas llegó a tal punto que, a mediados de los años treinta, “podía decirse que tenían más éxito las salidas de turismo que las excursiones propiamente dichas” (Roma i Casanovas, 1996, p. 306).

El acercamiento entre ambas actividades ya se había ido produciendo años atrás. A modo de ejemplo, podemos mencionar que el CEC estableció “lazos de hermandad” con Turisme Marítim, Marcelí M. de Cambra -persona vinculada al CEC- administró la Asociación Nacional del Fomento del Turismo, el III Congrés Excursionista (1914) tuvo un importante contenido turístico, Josep Puig i Cadafalch –también vinculado al CEC- ostentó al presidencia del I Congreso de Turismo de Cataluña, Joan Ruiz i Porta –siendo presidente del CEC- fue nombrado miembro de la junta directiva de la Societat d’Atracció de Forasters en 1924, el Centre Excursionista Barcelonès se inscribió como socio numerario de esta última sociedad en 1926, el presidente del CEC ocupó el cargo de vocal de la Junta Provincial de Turismo al constituirse en 1929, el CEC se hizo socio colectivo de la Federació Catalano-Balear de Turisme en 1932, la Federació d’Entitas Excursionistes de Catalunya y otras entidades excursionistas expusieron en el Saló del Turisme i dels Esports de la Fira de Mostres de Barcelona en 1934, el Centre Excursionsita de la Comarca del Bages fue nombrado vocal consultivo del Foment del Turisme de Manresa o que la Federació d’Entitas Excursionistes de Catalunya formó parte del consejo superior de la Touring-Associació al constituirse en 1935. Por todo ello, se ha llegado a afirmar que “se podía definir a algunas instituciones excursionistas, incluso el propio CEC, como entidades de carácter turístico” (Roma i Casanovas, 1996, p. 309).

Para acabar de entender el desarrollo de les actividades turísticas exóticas en el movimiento excursionista catalán de la época hay que recordar que en su seno se encontraba “prácticamente toda la burguesía profesional catalana” (Marfany, 1996, pp. 296-297) y que ésta, intentando emular material y culturalmente a otras elites europeas, también consideró el turismo como uno de sus signos de distinción social. Es por eso que el turismo exótico, al igual que sucedía en otros países de Europa, pasó a ser uno de los elementos que contribuiría a incrementar al máximo esta distinción social (Garcia Ramon et alii, 2004).

El interés por el Norte de África

Desde sus inicios, las entidades excursionistas catalanas manifestaron su interés por el Norte de África mediante la organización de conferencias y proyecciones, las invitaciones a viajeros diversos y socios que lo habían visitado para expusieran sus impresiones, la publicación de artículos y noticias en sus boletines, la realización de alguna excursión colectiva –además de los viajes que llevaban a cabo socios a nivel particular- e incluso el nombramiento de socios honorarios a algunos personajes ilustres. Sobre este último aspecto, podemos señalar, por ejemplo, que la AEC nombró socio honorario a Ferdinand de Lesseps en 1881 por la admiración que causaban en la asociación sus trabajos para conectar dos mares (Utrillo y Morliu, 1881).

Entre las conferencias, abundaban aquellas en las que los oradores exponían las impresiones obtenidas en sus viajes y describían los paisajes, el “tipismo” de las ciudades, la grandeza de los monumentos de Egipto y de las ruinas romanas del Magreb, las costumbres y las tradiciones de los autóctonos, las actividades económicas, etc. Tal es el caso de las referidas a Egipto -Eduard Toda (1879 y 1886), el misionero P. Hugolino Masiá (1883), Joaquín Cabot (1905), Francisco X. Parés i Bartrà (1916 y 1923), Joan Roig i Font (1927), mosén Jaume Oliveras (1929, 1930 y 1935), J. Vidal Gili (1931 y 1936)-, Argelia -Joseph Galvany (1909), Albert Hebrard de Castellví (1924 y 1925), Jean Alazard (1927)-, Marruecos –Pelegrí Pomés i Pomar (1885), Joaquim Aguilera (1909), Antoni Gallardo (1912), Albert Hebrard de Castellví (1919), Rafel Candel i Vila (1932)- o Argelia y Túnez –Joan Roig i Font (1929), Miquel Josep i Mayol (1930)-.

La mayor parte fueron pronunciadas en el CEC, pero otras asociaciones como su antecesora l’ACEC, la Agrupació Excursionista Júpiter, el Centre Excursionista de Terrassa, la Secció Excursionista del Centre de Lectura de Reus, la Unió Excursionista de Barcelona, el Club Excursionista de Gràcia o la Agrupació Excursionista de Catalunya también organizaron algunas de las citadas. El interés de los asociados y del público en general debía ser importante; en las noticias que sobre las mismas se publicaban en los boletines de las entidades se solía remarcar la gran afluencia de oyentes, e incluso algunas se impartieron en más de una asociación.

No obstante, no todas las conferencias hacían referencia a excursiones de carácter turístico. Alguno de los desplazamientos había sido efectuado con una clara motivación colonialista; como es el caso de la conferencia que en 1903 pronunció en el CEC Norbert Font i Sagué sobre su viaje a Río de Oro (Sahara Occidental), a donde había sido comisionado por la Compañía Trasatlántica[8] para estudiar la posible existencia de agua potable que permitiera instalar factorías (González Bueno y Gomis Blanco, 2002). Y otras se centraban en cuestiones arqueológicas, como las impartidas en el CEC por Pelegrí Casades sobre Egipto, en 1905 y 1916, dentro de los ciclos “Converses d’Arqueologia” y “Converses d’Arqueologia Cristiana”. Años más tarde, Casades volvió a insistir en diversas ocasiones (1924, 1925, 1928 y 1930) en esta temática con motivo de diversos descubrimientos en aquel país. También Francesc Blasi (1931) y Eusebi Ferrer (1932) pronunciaron otras dos en la misma entidad acerca de las excavaciones en Hipona (Argelia) y las ruinas de Cartago, respectivamente. La organización de estas conferencias podríamos relacionarla con el interés que el excursionismo catalán manifestó por el estudio de la historia –aunque éste se centrara en el caso de Cataluña- durante las primeras décadas de su existencia especialmente; pero, por otra parte, los temas evidencian la preocupación por noticias de las civilizaciones egipcia, cartaginesa, romana y bizantina en el Norte de África y el menosprecio hacia las manifestaciones de la cultura islámica, como veremos más adelante. También  debemos añadir que algunas conferencias sobre Marruecos fueron impartidas por socios de entidades excursionistas, como Josep Rovira (1910) o Josep Mª Guilera (1923), que habían sido destinados al Imperio con el Ejército español, que intentaba someter a dominio colonial a las poblaciones del Norte de Marruecos.

Muchas eran ilustradas con proyecciones de clichés i de diapositivas pero, en ocasiones, el CEC organizó exposiciones independientes como fueron las dedicadas a Egipto –Francesc X. Parés (1922), Lluís G. Olivella (1923), Rafael Degollada (1924), Josep Salvany (1925)-, Argelia -Casimir Martorell y Domènec Roselló (1919)-, Tetuán -Lluís G. Olivella (1922)- o el Marruecos francés y el Sur de Argelia –conde de Sant Jordi (1929)-. Asimismo, en la Agrupació Excursionista Júpiter se proyectó el reportaje La travessia del Sahara en automòbil en 1929 y, en el CEC, Un viatge al Nord d’Àfrica de Joan Marín i Balmas y Luxor, Assuán i Barcelona de Ferran Rivière en 1932 y 1934.

Las asociaciones también recogieron diversas noticias del Norte de África en sus boletines. Entre ellas podemos destacar las referidas al primer raid automovilístico efectuado por franceses entre El Cairo y Addis-Abeba, publicada en 1929 en Excursionisme; o a la expedición científica organizada por la Sociedad Geográfica Italiana al Sur de la Tripolitania en 1933, la realización del documental Sang en la sorra -sobre la penetración francesa hacia Tombuctú- y el intento de un grupo de franceses de Casablanca para facilitar la práctica de los deportes de invierno en el Atlas; las tres recogidas en el Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya en 1933 y 1934.

Los viajes al Norte de África de los excursionistas catalanes

La mayor parte de los viajes de los excursionistas catalanes al Norte de África entre 1876 y 1936 no se enmarcaron en el ámbito de las exploraciones geográficas que realizaban ciudadanos de otros países europeos, ni tenían una motivación alpinista, sino un carácter marcadamente turístico. Es cierto que, aquellos años y en aquella región, todavía quedaban áreas por explorar, pero la ausencia de extensos territorios coloniales españoles pudieron influir en esta orientación. No podemos olvidar que, hasta 1912, España sólo poseía derechos sobre el Sahara Occidental y, a partir de esta fecha, sobre la Zona de Protectorado en Marruecos. Pero este último territorio -en gran parte inexplorado- padeció un terrible conflicto bélico hasta 1927 y el Sahara Occidental no fue dominado hasta 1934, a causa de la resistencia de las poblaciones autóctonas ante la presencia colonial española. Por otro lado, el Norte de África contaba con pocas montañas atractivas para llevar a cabo gestas alpinistas.

Seguramente por estas razones –y no tanto por un supuesto rechazo al colonialismo español-, los excursionistas catalanes dirigieron sus pasos hacia territorios colonizados y “pacificados” por otros países europeos, en lo que podían visitar además lugares como Egipto, Argelia, Túnez y la Zona de Protectorado francés en Marruecos que ofrecían más atractivos turísticos exóticos (paisajísticos, arqueológicos, artísticos, culturales o etnológicos) que las posesiones españolas.

En los artículos publicados en los órganos de expresión de las asociaciones, los excursionistas manifestaron claramente la intencionalidad turística que les movía y, por ello, proporcionaron abundantes informaciones turísticas de los lugares que habían conocido; animando a los lectores a visitarlos. Antoni Cot comentaba que los monumentos, el clima y la organización de la vida social de Egipto ofrecían casi una mayor seducción que la Riviera o las estaciones balnearias de América y destacaba la presencia de un turismo de lujo que aprovechaba los campos de golf y de tenis con que contaban algunas instalaciones hoteleras o de los baños termo-sulfurosos de Helouan, a los que comparaba con los de Aix-les-Bains. Asimismo, Cot recomendaba visitar el país entre octubre y marzo –por imperativos del clima- y proporcionaba informaciones sobre las monedas, la documentación necesaria, los precios, las características de los hoteles, la ropa adecuada, las ciudades y los principales lugares turísticos, etc. y proponía un programa de una semana para visitar El Cairo y sus alrededores, de tres semanas si se prolongaba hasta el Sinaí y de diez días más si se viajaba a Jerusalén (Cot, 1916). Por su parte, Albert Hebrard detallaba los medios de transporte existentes en Argelia, los lugares más interesantes desde el punto de vista arqueológico y paisajístico, las bases de partida para realizar excursiones y las localidades provistas de buenos hoteles y distracciones (Hebrard, 1925). Similares informaciones proporcionaba Joan Roig sobre Argelia y Túnez, quien advertía que el principal objetivo de su viaje era visitar sus numerosos monumentos (Rog i Font, 1930).

Sin embargo, algunos de estos excursionistas no querían comportarse como simples turistas, hecho que los diferenciaba de otros catalanes que también viajaban a lugares “exóticos”[9], sino que pretendían adquirir un conocimiento lo más profundo posible de las regiones que visitaban e incluso recomendaban rechazar las comodidades de que podían disfrutar; consejos que se encontraban en la línea de algunos de los principios tradicionales del excursionismo. En este sentido, A. Casajoana rechazaba los confortables desplazamientos en avión para atravesar el planeta y aconsejaba realizarlos por mar, medio que consideraba más aventurero (Casajoana i Cardona, 1930) y Francesc Maspons, aunque refiriéndose a una excursión a Suiza, recordaba en una obra publicada en 1951: “El ideal del turista es recorrer mundo con las mayores comodidades, encontrar refinados hoteles y consumir el tiempo en no hacer nada, o en la frivolidad de las fiestas mundanas. Mientras que el del excursionista es poner las propias energías a presión, compenetrarse con la naturaleza, vencer los obstáculos con personal esfuerzo, levantarse con estrellas y prescindir de incomodidades con tal de llegar a la cima” (Maspons i Anglasell, 2003, p. 77). Por su parte, Aurora Bertrana aconsejaba no confiar nunca “en los viajes a base de Agencia y con limitación de tiempo” y añadía: “Es necesario sentirse libre (uno de los mayores encantos) y experimentar dificultades, para poder observar con profundidad y volver con un buen bagaje de conocimientos” (Bertrana, 1936b, p. 7). En esta línea, manifestaba la desazón que le provocaban los rápidos viajes en automóvil: “para mí, el encanto del Desierto ya no existe. Lo han destruido los automóviles y los aeroplanos [...] La grandiosidad terrorífica del Sahara se funde con la sustitución del dromedario por el vehículo a motor, como la facilidad de transportes hace desaparecer la dulzura consoladora del oasis. El impresionante espejismo de palmeras y de agua, deslumbrador y cruel para un  sediento, pierde el noventa y nueve por ciento, divisado desde el automóvil, a través de las gafas amarillas, bajo la escasa sombra, pero benefactora de la capota ... I el Oasis, que parecía un pequeño paraíso a los pobres caminantes, llagados y enfermizos, víctimas de la inmensidad candente de los arenales, hoy es banal y pueril visión de riachuelos y palmeras, para quien baja del automóvil o de un avión, algunas después de abandonar una ciudad urbanizada” (Bertrana, 1936a, p. 99). También, después de atravesar el Atlas en automóvil llegó a exclamar: “¡demasiadas visiones para un solo día! Demasiada velocidad para saborear el embrujo de las grandes alturas empapadas de luz; de las perspectivas grandiosas, de la estrechez pasmosa de los verdes y profundos valles, hundidos en el paisaje” (Bertrana, 1936a, p. 100).

Para lograr el mejor conocimiento posible de las regiones recorridas, además de disponer del tiempo necesario, se aconsejaba “saber de dónde se viene, y saber a dónde se va, añadiendo que se tiene que conocer lo que son las cosas que se ven, ya que para aquel que las ignora, sólo expresan lo que son en su forma o su materia, y que para el hombre enterado todo tiene más forma y vida” (Hebrard, 1922, p. 336). De igual forma pensaba Aurora Bertrana: “para que un viaje resulte provechoso, es necesario iniciarlo [...] habiéndose de formar personalmente el plan” (Bertrana, 1926b, p. 7). Así, el excursionista debía preparar cuidadosamente el viaje y, por supuesto, leer previamente obras de la región a visitar. En este sentido, Albert Hebrard cita las obras de Pierre Loti, Jérôme Tharaud, Josep Pin i Soler, Elisée Reclus, James Tissot, Isabel Eberhardt y Emile Félix Gautier, y Joan Roig las de Adolf Schulten, Joaquim Miret, Georges Marçais, René Cagnat, Paul Guackler y Luc Cartón (Hebrard, 1922 y 1925 y Roig i Font, 1930).

Por último, y antes de pasar a analizar la visión del Norte de África que transmitían los excursionistas, hay que advertir que la mayor parte realizaron los viajes por propia iniciativa, aunque las entidades excursionistas también llegaron a organizar alguno colectivo. Por ejemplo, en 1909, Josep Galvany organizó un viaje a Argelia, con la cobertura del CEC, en el que participaron otros diecinueve socios del Centre. Veinte años más tarde, el CEC volvió a programar una nueva excursión colectiva a Argelia y el Sahara[10].

La visión del Norte de África

Los viajes de los excursionistas catalanes al Norte de África podrían incluirse entre los viajes que otros viajeros españoles realizaban por aquellas tierras. La mayoría compartían, y reflejaban en sus artículos, muchos de los tópicos orientalistas predominantes en la época; los cuales han sido resumidos por diversos autores: búsqueda obsesiva del exotismo, de espacios soñados, de geografías imaginarias en las que debían cumplirse expectativas nacidas de lecturas previas; profunda admiración y respeto por el desierto a causa de su inmensidad, el peligro y la imposibilidad de controlarlo; descripciones estereotipadas de las sociedades autóctonas que incluían comentarios peyorativos y degradantes, reflejo de la concepción occidental de la religión musulmana y la cultura islámica y de la sensación de superioridad moral de la civilización occidental; descripciones en las que se subraya el atraso y la necesidad de modernización, la cual se identifica con la adopción de la técnica y la cultura occidentales –a pesar de que algunos viajeros desearían que esta modernización no afectase a formas de vida que les resultaban atractivas- y de las que se desprende un evidente apoyo al colonialismo; tendencia a buscar el pasado pre-islámico; etc. (Litvak, 1990; Marín, 1992, 1996 i 2002; Garcia Ramon & Nogué, 1999; Ouasti, 2001)[11].

La belleza de los paisajes y los ambientes exóticos

Los excursionistas solían destacar la belleza del cielo de Marruecos –“más puro y más blanco que en ningún otro lugar” (Veciana, 1933, p. 50)-; de las kasbahs del Atlas –“la cosa más típica y bonita del Atlas [...] son nidos de águilas, orgullosos y amenazantes, colgados sobre picos escabrosos en el umbral de abruptos abismos, otros se muestran sonrientes a la entrada de valles fértiles, pero todas son de un pintoresco salvaje que armoniza de la manera  más perfecta con la áspera montaña, cuya entrada guardan. Es un espectáculo que queda grabado para siempre en el espíritu” (Veciana, 1934, p. 26)-; de ciudades como Tánger –“la blancura excesiva de sus muros, y los destellos del sol reflejados por sus minaretes, dicen en nuestro espíritu con una precisión no sentida hasta aquel momento, que estamos ante algo completamente nuevo por nosotros” (Hebrard, 1922, p. 332)-, Rabat y Salé –“ciudades de encanto inexplicable” (Hebrard, 1922, p. 339)-; del oasis de Marrakech –“imposible describir la impresión causada por el bosque de palmeras [...] el aspecto de Marrakech es impresionante [...] está bajo la divina música de los pájaros, que forman murmullo y viven a millares en los jardines escondidos y en las palmeras del oasis” (Hebrard, 1922, pp. 346-348)- o de la bahía de Argel –“extraordinaria [...] verdaderamente hermosa” (Hebrard, 1925, p. 285)-; y el contraste entre el desierto y los oasis: al sur de Assuan “se encuentra un país yermo y árido, cubierto de negro roquedal” que contrastaba con la isla de Philoe, “cubierta de verdes palmeras que se balancean airosas [...] al claro de luna, es un espectáculo fantástico, una decoración no soñada nunca en ningún teatro: no recuerdo, en mis largos viajes, haber encontrado nada mejor” (Toda, 1886, p. 589) y “el contraste es realmente violento entre la sombra risueña y acogedora del oasis lleno de vida, y el brillo triste de las arenas, que, llenas de luz y desiertas, se extienden hasta donde la mirada alcanza” (Hebrard, 1925, p. 308).

 Pero no sólo destacaban las bellezas, sino que también se detenían a describir el exotismo y el tipismo del ambiente. En la kasbah de Argel, todo resultaba “típico, todo interesante [...] Gran variedad de tipos árabes, judíos, moros y otros transitan por las calles de este interesantísimo barrio [...] tiendas en las que se ve todo tipo de mercancías y comidas [...] chicas con las jarras en la cabeza llevando agua; la chiquillería jugando y gritando alegremente; y lo más curioso de todo, las mujeres jóvenes y viejas, tapadas de cara con sus amplias túnicas blancas y de colores” (Bover i Sintas, 1931-1932, p. s. n.); en Tánger recorrían calles llenas “de todas las razas, religiones y órdenes zoológicos” (Hebrard, 1922, p. 333); y Marrakech era calificada como “un punto del vasto continente misterioso donde todavía se deja sorprender, por momentos, al alma desnuda de África” (Veciana, 1933, p. 55); una ciudad en la que sus plazas se encontraban llenas “de una animación extraña, fantasmagórica, de moros, bereberes, tuaregs, sudaneses, ...” (Hebrard, 1922, p. 349).

Los autores descubrían el exotismo que habían intuido en sus lecturas previas y, fantaseando, imaginaban representaciones idílicas de “Oriente”, en clara sintonía con los tópicos orientalistas: Tánger les recordaba “el mágico oriente de las leyendas” (Hebrard, 1922, p. 338), algunos lugares y jardines de Marrakech evocaban “las ciudades persas” y sus palacios parecían los de una ciudad de “las mil y una noches” (Veciana, 1933, p. 52 y 55), la kasbah de Argel aparecía como un mundo lleno “de un aire completamente oriental” (Roig i Font, 1930, p. 41) y Argelia en conjunto era identificada con “Oriente” (Bover Sintas, 1931-1932, p. s. n.). De este modo, “Oriente” pasaba a ser “un espacio, al mismo tiempo geográfico y mental, de geometría variable que se alarga o se encoge siguiendo los azares de la historia y su evolución” (Ouasti, 2001, p. 76).

Las descripciones más detalladas correspondían a los lugares más típicos, las medinas y las kasbahs. De su morfología interna destacaban el aparente caos urbanístico y una animación molestos a sus ojos. Veamos, a modo de ejemplo, los comentarios de Albert Hebrard sobre Tánger, donde apreciaba en las calles una “gran confusión incongruente” (Hebrard, 1922, p. 333) –como reflejaba este autor en la fotografía del Zoco Chico (figura 1)- o sobre la kasbah de Argel: “calles estrechas y empinadas, con vueltas y revueltas, ángulos y escondrijos, de casas altas y bajas, irregulares de alineación y disposición; muchas  a medida que se construyen, sacan cuerpos salientes, tribunas y pabellones que llegan a juntarse con las de las casas de enfrente. Palacios con dinteles de mármol, que, por arriba, quedan soldados con las tapias cerradas de las casas más avanzadas [...] calles arbitrarias, verdaderas escaleras de caracol, llenas de gente cosmopolita. Se encuentran las tiendas más variadas: los notarios junto a los carniceros, y las guaridas más infectas tocando las mezquitas de recuerdo más venerado [...] por la noche, el desenfreno adquiere en las calles y guaridas de la kasbah aspectos alucinantes. Músicas enervantes, ruidosas y obstinadas, perfumes de almizcle y alcohol y danzas sin freno, expresivas de todas las razas del Mediterráneo, crean en la kasbah una atmósfera espesa y sensual, como de mal sueño” (Hebrard, 1925, p. 290). En la misma línea se expresaba Joan Roig: “sus calles, estrechas y sinuosas, se entrecruzan sin orden ni concierto, llegan a conformar un verdadero laberinto [...] muchas casas avanzan sus fachadas, desde el primer piso hacia arriba, hacia las de delante, y solamente dejan como una especie de grieta por la que la luz del día entra muy difusa” (Roig i Font, 1930, pp. 40-41).

Figura 1. El Zoco Chico de Tánger.
Fuente: Hebrard, 1922, pág. 333.

Pero cuando el colonialismo transformaba lentamente los paisajes urbanos, los viajeros –aunque consideran necesarios las construcciones y los barrios de tipo europeo- manifestaban su desencanto por la ausencia del tipismo y del exotismo que desean disfrutar. Albert Hebrard afirmaba: “el Argel de antes de 1830 casi ha desaparecido, y lo que queda se encuentra medio ahogado por las construcciones más modernas: hay barrios enteros como los de cualquier ciudad de Europa [...] donde nada tiene carácter argelino” (Hebrard, 1925, p. 287). Asimismo, las ciudades de nueva creación le merecían una calificación muy negativa. Calificaba a Kenitra “de población moderna y comercial, [es] fea, acabada de fabricar”; al entrar en Casablanca le invadía “una sensación muy desagradable de desorientación [...] una ciudad a medio construir, color de cemento” (Hebrard, 1922, pp. 338-343); y sobre Batna comentaba: “la ciudad no interesa: moderna (año 1844), con calles rectas y anchas, construcciones sin ninguna importancia” (Hebrard, 1925, p. 293). Por esta razón, los excursionistas aplaudían las actuaciones que preservan el urbanismo local: “En Túnez, dos ciudades se encuentran yuxtapuestas sin confundirse, pues se ha tenido el buen acierto de construir la ciudad moderna fuera de los barrios indígenas, los cuales así no han perdido nada de su originalidad” (Roig i Font, 1930, p. 296).

 De todas formas, no existía unanimidad absoluta en las percepciones de los viajeros pues, por una parte, no siempre los objetivos de sus viajes ni sus planteamientos previos eran coincidentes y, por otra, un mismo narrador podía manifestar comentarios aparentemente contradictorios. Así, aunque predominaban las apreciaciones negativas de las medinas y las kasbahs, también efectuaban algunas positivas. Además de lo expuesto anteriormente sobre Marrakech o Tánger, Albert Hebrard comentaba de Argel: “muchos son los días que serían necesarios para conocer todo lo que de interesante contiene” (Hebrard, 1925, p. 291). Y J. Bover consideraba que todo “era típico, todo interesante” en esa ciudad (Bover Sintas, 1931-1932, p.s.n.). Pero las discrepancias más notorias las encontramos entre Aurora Bertrana[12] y el resto de los viajeros. Así, mientras esta autora se sentía profundamente maravillada y atraída por el desierto –como ya hemos visto-, otros lo consideraban una tierra “donde hay nada, es sumamente pobre, y la vida se extiende miserable y triste” (Toda, 1886, p. 589) o “lo más miserable que pueda haber: ni bestias, ni hierba, ni agua potable, sin árboles, ni siquiera personas, se presenta aquella inmensa llanura, que nuca tiene fin” (Font y Sagué, 1903, p.61), y también se quejaban del sol del mediodía -que caía “sobre nosotros a plomo”-, del “exceso de  luz” que decoloraba el cielo (Hebrard, 1925, p. 308) o de que el Siroco provocara un “calor verdaderamente cruento, que parecía como si estuviésemos cerca de una caldera” (Bover Sintas, 1931-1932, p.s.n.).

El desprecio por los norteafricanos, la religión musulmana y determinadas manifestaciones culturales

La mayor parte de los excursionistas manifestaban un profundo desprecio por las sociedades norteafricanas que deja traslucir su convencimiento de la superioridad de la cultura occidental. En primer lugar, subrayaban el estado de atraso en que se encontraban -circunstancia que les serviría para justificar la dominación colonial europea, como veremos más adelante-: los “moros [...] expulsados de España por los Reyes de Castilla [...] parece que hayan ido retrocediendo, tal es el estado de barbarie, de fanatismo y de atraso en el que actualmente se encuentran” (Pomés i Pomar, 1885, p. 461); en Tánger, “nos parece encontrarnos de golpe en una época anterior” (Hebrard, 1922, p. 333); la kasbah de Argel, “nos hacía el efecto que vivíamos una época muy retrospectiva” (Bover Sintas, 1931-1932, p.s.n.); y el ambiente de Marrakech les provocaba “la impresión de vivir en una época retrocedida tres o cuatro siglos” (Veciana, 1933, p. 51).

En la misma línea, destacaban aspectos negativos del carácter de estas poblaciones, en un claro ejercicio de estereotipación: los árabes eran “apáticos de por sí [...] no tienen iniciativa propia ni amor al progreso, ni al trabajo, ni deseos de civilizarse [...]  desidiosos [...] está infuso en su sangre, y no se alteran ni se conmueven ni por la alegría ni por los lloros” y los campesinos que vendían en los mercados eran “muy gitanos” [sic.] (Pomés i Pomar, 1885, pp. 461-462 y 476); los beduinos de Nubia eran considerados una “raza infecta” y “ladrones de ocasión” (Toda, 1886, p. 589); los vendedores de la medina de Argel ofrecían “productos sin sentido y falsificados” (Hebrard, 1925, p. 289); y en el oasis de Biskra se tropezaban con muchos “vagos y ociosos que podríamos calificar de integrales” y con “los guías pachorrudos y tarambanas, los limpiabotas enérgicos y de manos largas y los vendedores de flautas y puñales pueden llegar a hacer odiar el cielo de Argelia. Ahora, que una vez conocidos –y eso sucede el primer día-, ofrecen ciertos aspectos cómicos” (Hebrard, 1925, p. 303).

Pero el predominio de las descalificaciones no impedía que, en ocasiones, los excursionistas efectuaran algunos comentarios positivos. Así, “los moros” eran “generalmente hospitalarios” y “bastante nobles” (Pomés i Pomar, 1885, pp. 462 y 474). Incluso Albert Hebrard reconocía “un profundo sentimiento de agradecimiento hacia este pueblo de Marruecos” (Hebrard, 1922, p. 350). No obstante, estas consideraciones suelen encontrarse impregnadas de prejuicios que reivindican los valores del “buen salvaje”: “la raza” de los árabes “presenta una mezcla de vigor y de elegancia, pero indolente y soñadora, por todas sus cualidades características, cuando abandona, por los placeres de la ciudad, la vida nómada del desierto” (Roig i Font, 1930, p. 38). Un caso a parte eran los bereberes, considerados “activos y trabajadores” (Roig i Font, 1930, p. 38), que al conservar “idioma, leyes y tradiciones propias” y continuar “viviendo su vida, diferenciándose profundamente de la otra población” constituían un “caso notable de resistencia” (Hebrad, 1922, p. 337); valoración que puede relacionarse con los esfuerzos del catalanismo por mantener las manifestaciones “propias” del pueblo catalán.

También criticaban algunas expresiones del folklore, especialmente la ropa, los bailes y la música. Los autóctonos exhibían “estrambóticas vestimentas” (Bover Sintas, 1931-1932, p.s.n.) y “el albornoz blanco con capucha” que lucían los hacía parecer “fantasmas” (Roig i Font, 1930, p. 47). En Argelia, la música resultaba “ensordecedora y obsesionante” (Hebrard, 1925, p. 305) y Joan Roig comentaba que, al acercarse a los cafés argelinos -“oscuros y miserables”-, oía “el sonido estridente de los instrumentos que tocan los músicos: un descomunal pandero, una especie de timbal que golpean con un grafio de hierro, y un instrumento de madera que lanza unas notas sobreagudas que hieren los oídos” y la danza del vientre que observaba le “aburría extraordinariamente” (Roig i Font, 1930, pp. 47 y 48). Por su parte, Josep Bartomeu ridiculizaba sin complejos a un argelino que tocaba un tambor: “¿Hacía estudios de ritmo? ¿Se preparaba para unas oposiciones de timbalero?”  (Bartomeu i Granell, 1935, p.389).

Asimismo, los excursionistas describían la situación de la mujer, que aparecía totalmente “cosificada” y oprimida: “las moras sólo están consideradas como los esclavos romanos que tenían el carácter de cosas [...] no poden rezar ni saben [...] Cuántas veces ha visto yo a un moro, caballero en un burro y la mujer cargados los hombros de leña” (Pomés i Pomar, 1885, p. 462). Pero, esta situación se contraponía con su encanto inaccesible y con la sensualidad de las bailarinas. Así, J. Bover se refería a las mujeres “tapadas de cara con sus amplias túnicas blancas y de colores” que dejaban “al descubierto solamente unos ojos negros, de mirada profunda y encantadora” (Bover Sintas, 1931-1932, p.s.n.). Las mujeres tapadas despertaban gran atracción y curiosidad entre los excursionistas, quienes recogían su imagen en sus fotografías (figura 2). No obstante, por otra parte, la poligamia, la sensualidad y la existencia de harenes servían para criticar la pretendida relajación moral de aquellas poblaciones. Toda afirmaba despectivamente que, en Bubastes (Egipto), se hubieran perpetuado las “indecentes fiestas de las cortesanas del antiguo Egipto [...] bajo pretexto de conmemorar el recuerdo de un santón enterrado en soberbia mezquita” (Toda, 1886, p. 571). Y Albert Hebrard, tras haber calificado a unas bailarinas de un café de Argelia de “divinidades sensuales”, exclamaba al observar sus bailes: “más bien creíamos visitar un rincón musical y lujurioso del infierno” (Hebrard, 1925, pp. 305 y 319).

Figura 2. Mujeres musulmanas en la Puerta de El Kettar (Argel).
Fuente: Hebrard, 1925, lámina XLV.

El pretendido fanatismo que caracteriza a estas poblaciones también era utilizado para criticar la religión musulmana: los tunecinos demostraban “una quisquillosidad bastante fanática por los principios coránicos” (Roig i Font, 1930, p. 297). No obstante, se solía a los “mahdis”, los santones y las cofradías musulmanas –que eran calificadas de “sectas” (Pomès i Pomar, 1885, p. 468)- de tal radicalización (Hebrard, 1922). Concretamente, a la cofradía de los Senoussis se le hacía responsable de fanatizar a los árabes y bereberes del desierto de Libia, que “no vacilaban en atacar a las caravanas”.[13] Estas críticas servían, de paso, para subrayar la preeminencia de la religión cristiana. Pelegrí Pomès, aprovechando una conversación que había mantenido con un renegado, afirmaba: “no puedo comprender que la oración que cuando éramos pequeños nos enseñaban nuestras madres que al oído suena como música de ángeles y parece dulce como la miel, y haya algún corazón tan duro que pueda olvidarla” (Pomés i Pomar, 1885, p. 468).

El mayor valor de las civilizaciones antiguas  frente a la islámica

Otra característica de los excursionistas catalanes en el Norte de África es su interés por los restos arqueológicos de las antiguas civilizaciones egipcia, griega y romana: Eduard Toda destacaba la suntuosidad y grandeza de los monumentos del Antiguo Egipto (Toda, 1886) y Albert Hebrard consideraba los restos romanos de Timgad y Lambese (Argelia) como “Pompeyas africanas” y “águilas romanas” (Hebrard, 1925, pp. 282 i 294) y acompañaba sus comentarios con numerosas fotografías (figura 3). Este interés que puede relacionarse con la afición del excursionismo clásico catalán por la arqueología -aunque se centrara en Cataluña- (Martí-Henneberg, 1994) y con las motivaciones culturales de sus viajes turísticos.

Figura 3. Ruinas romanas de Timgad (Argelia).
Fuente: Hebrard, 1925, lámina XL.

Sin embargo, al tiempo que loaban aquellas pasadas grandezas, de sus comentarios se desprendía un gran menosprecio por la civilización islámica y lamentaban la pérdida de “las antiguas glorias” y de las “presentes miserias”, el estado “degenerado” del pueblo y “la decadencia que todo lo invade” en Egipto (Toda, 1886, p. 590) y la “incurable decadencia” del pueblo marroquí (Hebrard, 1922, p. 350). Incluso destacaban que apenas quedaba nada de aquellas civilizaciones -de Alejandría, “famosa capital del reino durante la dinastía griega [...] no queda hoy casi nada”; la “importante ciudad griega” de Canope había quedado “reducida al miserable pueblecito de Abukir” y Memphis “a pobres e insignificantes ruinas”- y llegaban a responsabilizar a la civilización islámica de tales pérdidas. Para Toda, la degradación de las pirámides de Ghizé era debida, parcialmente, a que “sirvieron durante largos años como canteras para fabricar [sic.] las mezquitas y fortificaciones del Cairo” (Toda, 1886, pp. 571 i 573). Tal vez haya que buscar el trasfondo de estos comentarios en planteamientos claramente eurocéntricos y en el intento de justificar parcialmente la acción colonial en unas tierras que habían formado parte del mundo greco-romano –origen de la civilización occidental- y que desde la Edad Media habían caído bajo el dominio islámico.

Los esfuerzos por conectar directamente aquellas civilizaciones con Occidente llevaban a Pelegrí Casades a afirmar la existencia de una íntima relación entre la antigua religión egipcia y la cristiana: “En uno de los documentos más antiguos, hay una mezcla de pensamientos, entre los que se ve, que los antiguos egipcios, ya confesaban sustancialmente la moral que informa los mandamientos de la Ley de Dios y las obras de misericordia de la moral cristiana” (Casades i Gramatxes, 1928, p. 147). 

El apoyo al colonialismo europeo

Los grupos excursionistas no formaron parte de la vanguardia de asociaciones que promovieron activamente el colonialismo europeo –como, por ejemplo, las sociedades geográficas-, pues sus intereses se limitaban fundamentalmente al territorio catalán (Martí Henneberg, 1994); pero también es cierto que los comentarios de los excursionistas contienen una defensa explícita de los colonialismos francés, inglés e italiano, e incluso hubo asociaciones que llegaron a apoyar iniciativas colonialistas españolas en África a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Esta postura se hizo evidente en el I Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil (1883); organizado por la Sociedad Geográfica de Madrid con objeto de analizar y definir los derechos y los intereses de España en diferentes territorios de Asia, América y África. Para estudiar la viabilidad de la iniciativa, la sociedad madrileña remitió una circular a una cincuentena de entidades de toda España, entre las que se encontraban la AEC y la ACEC. La AEC consideró “procedente, oportuna y feliz la idea”, aunque propuso “dar mayor amplitud al programa” para que “pudiesen tomar parte más justificadamente sociedades como ella”. Por su parte, la ACEC ofreció su “modesta pero entusiasta cooperación” y felicitó a la Sociedad Geográfica por ser “iniciadora de una campaña activa y de carácter patriótico en pro de los intereses coloniales de España”. Asimismo, la Delegación de la AEC en Vilanova i la Geltrú manifestó su intención de “cooperar, en función de sus posibilidades, en la realización del Congreso” y aprobó por unanimidad el programa del mismo (Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil, s.a. [1913], pp. 11, 12 y 14). Por su parte, Ramon Arabia y Joaquim Riera, presidentes de la AEC y la ACEC respectivamente, fueron vocales de la Mesa del Congreso (Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil, 1884) y Víctor Balaguer, miembro de la AEC, participó en la reunión preparatoria que tuvo lugar el día anterior a su inicio (Hernández Sandoica, 1982).

Una de las consecuencias del Congreso fue la creación a finales de 1883 de la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas, cuyo principal objetivo consistía en “fomentar y defender los intereses coloniales de España, particularmente los que se relacionan con el continente africano, y generalizar su conocimiento en el país; practicar excursiones científicas y comerciales en Marruecos; promover exploraciones geográficas y establecimientos de carácter patriótico, científico o civilizador”. Entre los vocales de su Junta Directiva se encontraban Ramon Arabia y Joaquim Riera (Pedraz Marcos, 2000, p. 400).

Asimismo, en 1884, visitó la ACEC Saturnino Jiménez,[14] quien había recorrido el año anterior parte de Marruecos para estudiar sus posibilidades comerciales (Sociedad Geográfica de Madrid, 1883). Este viajero sería comisionado por la Sociedad de Geografía Comercial, creada en Barcelona aquel mismo año y de muy efímera existencia (Rodríguez Esteban, 1996), para realizar similares estudios en la cuenca del río Muluya (Ferreiro, 1884), en la frontera argelino-marroquí.

El excursionismo catalán también mantuvo excelentes relaciones con una nueva sociedad procolonialista creada en 1909, la Sociedad de Geografía Comercial de Barcelona, como lo evidencian las invitaciones a la inauguración de sus cursos anuales respectivos que se cruzaban ésta y el CEC; la invitación del Club Montanyenc de Barcelona a la Sociedad de Geografía Comercial a la inauguración de un nuevo local en 1912[15]; el nombramiento de César A. Torres como delegado del CEC en la Comisión Organizadora del II Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil, que se celebró en Barcelona en noviembre de 1913 por iniciativa de esta sociedad geográfica, para que organizara una excursión que  llevó a cabo durante el Congreso; o el ofrecimiento de Josep Fiter para ordenar los trabajos preparatorios de dicho congreso, aunque no pudo desarrollar la tarea por motivos de salud[16].  

Posiblemente las razones de esta postura procolonialista puedan encontrarse en los vínculos existentes entre algunas entidades excursionistas con los sectores industriales y comerciales de Cataluña que se posicionaban a favor de una política colonial española decidida y en el hecho de que numerosos asociados a las primeras formaban parte de estos sectores. La AEC compartió local con la patronal Fomento de la Producción Española, la ACEC utilizó este local para algunos actos y Fomento la invitaba a sus actos públicos y le remitía trabajos que publicaba (Roma i Casanovas, 1996).

Así pues, los excursionistas no cuestionaron el colonialismo, sino que expresaron su descontento por los errores, las indecisiones y la dejadez de los gobiernos españoles en sus posesiones –Albert Hebrard manifestaba “el dolor de tener que reconocer lo abandonada que tiene España” la Zona de Protectorado (Hebrard, 1922, p. 338)- y, como contrapunto, destacaron las actuaciones de otros países europeos en las suyas. Las escasísimas críticas al imperialismo las dirigieron contra determinadas acciones para someter a las poblaciones autóctonas: Albert Hebrard acusó a los franceses de desencadenar una “violentísima represión que llenó de sangre todos los lugares de la Chaouïa” a raíz de la muerte de ocho españoles y franceses en Casablanca en 1907 (Hebrard, 1922, p. 343). Aunque también manifestaron su tristeza por la pérdida de costumbres tradicionales -aunque en ocasiones las criticaran- que comportaba la acción colonial: “la obra civilizadora de los hombres se está adentrando cada vez más por todo el mundo, y hoy creemos que deben ser muy pocos los pueblos de Oriente, que conserven con toda su pureza las típicas costumbres que tanto nos gustaría patentizar los que todavía guardamos un recuerdo de las fantasías leídas en los cuentos de las Mil y Una noches” (Bover Sintas, 1931-1932, p.s.n.).

Los excursionistas criticaron el estado de atraso en que se encontraban las sociedades norteafricanas -como ya hemos señalado-, la corrupción que caracterizaba a los gobernantes, los castigos inhumanos que imponían a los delincuentes o la confusión y el desorden existente en las aduanas de Marruecos (Pomés i Pomar, 1885) –con la clara intención de justificar la creciente presión extranjera sobre el Imperio ante la pretendida necesidad de civilización y modernización- y, una vez implantado el dominio europeo, subrayaron la labor modernizadora que desarrollaban los colonizadores: Albert Hebrard  destacaba la creación de las escuelas, los institutos sanitarios y los centros económicos que organizaban los franceses y los españoles en Tánger y “el esfuerzo y la tenacidad  de Francia al abrir al trabajo y a la civilización estas ásperas tierras y altas montañas” del Guerrah en Argelia (Hebrard, 1922 y 1925, p. 293).

Pero las alabanzas no se limitaban a hacer referencia al progreso económico, cultural o sanitario, sino también a cuestiones que podían interesar a los turistas: “muchas y muchas son las escenas, aspectos y cosas, que se pueden admirar en Tuggurt y su región [Argelia], que hoy en día se puede recorrer en todas las direcciones, gracias a los servicios de caravanas y campamentos organizados por la Cie. Transatlantique Française” (Hebrard, 1925, p. 320); se informaba que los italianos proyectaban introducir “el auto-oruga como medio de locomoción” en el desierto de la Tripolitania, medio de transporte que facilitaría los desplazamientos[17]; se señalaba que los franceses tenían “mucho cuidado en la conservación de los objetos encontrados en las excavaciones [en Argelia], como también en ofrecer comodidades para visitar las ruinas. Además de buenas vías de comunicación [figura 4], han construido cerca de la mayoría de las ciudades desaparecidas, un confortable hotel y un museo” (Roig i Font, 1930, p. 46) y que habían introducido en Argel buenos medios de transporte, edificios de “líneas hermosísimas”, asfalto y limpieza en las calles y tiendas lujosas, donde se podía “hacer compras de tanta importancia como en las primeras capitales europeas” (Bover Sintas, 1931-1932, p.s.n.). Paralelamente, las referencias a la sensación de seguridad que permitía y facilitaba los desplazamientos se multiplicaban: el régimen internacional bajo el que se encontraba Tánger desde 1912 había conseguido crear una “situación bastante segura” en la ciudad (Hebrard, 1922, p. 333); el desierto de la Tripolitania era “relativamente seguro desde la ocupación italiana”[18]; o, en la Zona del Protectorado francés en Marruecos, los viajeros habían podido aventurarse “más de 700 kilómetros en el interior de este país magnífico, donde pocos meses atrás, ningún hombre civil había podido poner los pies” (Veciana, 1934, p. 264).

Figura 4. Constantina (Argelia): desfiladero del Rummel, puente del Kantasia y la pasarela de Sidi-Mecid.
Fuente: Roig i Font, 1930, lámina XIX.

El recuerdo de Cataluña

Por último, es interesante destacar que la mayoría de estos excursionistas tenía muy presente su tierra durante los viajes; territorio que, como buenos excursionistas catalanes, amaban y conocían muy bien. En esta línea, algunos aprovecharon sus descripciones para realizar comparaciones entre lo que habían descubierto y determinados lugares de Cataluña, manifestando una gran nostalgia (Garcia Ramon et alii, 2004). Así, la cima del Ahmar-Kadu, en la sierra del Aurés (Argelia), se equiparaba al Canigó (Hebrard, 1925), los pueblos del litoral argelino tenían “mucha semblanza con ciertos pueblos de la Costa Brava” y el terreno cercano a Blida era “de una vegetación tan nutrida como la que encontramos en nuestro Montseny [...] nos hace la ilusión de que estamos viajando por Cataluña” (Bover Sintas, 1931-1932, p.s.n.).

El caso más paradigmático es el de Josep Bartomeu, en ningún otro artículo hemos encontrado tan enorme concentración de referencias a Cataluña como en el que dedica al viaje que efectuó por Túnez y Argelia para recorrer bosques de cedros: el paisaje de Túnez al cabo Bon “es el mismo de los alrededores de Tossa, aunque más grande y más verde. Las montañas son más altas que Cadiretes” y en sus proximidades existían costas como las del Garraf;  los desfiladeros de Kerrata eran “una especie de Collegats”; los “arbustos agarrados a la roca, a contraviento, parecen los tejos de la vertiente norte de la Creu de Santos de Cardó”; había campos de cultivo parecidos a los de Tarragona; los desfiladeros de Palestro eran “un estrecho de Organyà más grande, pero menos salvajes”; una zona del Tell, próxima a Argel, le recordaba “una especie de Tibidabo con menos horizonte y sin vista al mar”; un camino que había recorrido era como “el último tramo del que conduce a Sant Joan de l’Herm”; unos aullidos le traían a la cabeza otros que había escuchado “saliendo del Parrisal yendo a Carlades en los Ports de Beseit”; y una montaña le traía a la memoria “la umbría de Coma Armada cuando se ve al salir de Campelles, pero tiene una altura menor” (Bartomeu i Granell, 1935, pp. 388, 390, 391 y 392).

Sin embargo, algunas de estas comparaciones reflejaban un cierto menosprecio por los lugares visitados y una obsesión por Cataluña y sus “bellezas naturales”. Josep Bartomeu afirmaba “si contásemos los [cedros] de los jardines, sólo reuniendo los de los alrededores de Barcelona, podríamos formar un verdadero bosque de cedros de extensión tan importante como la de los grandes bosques de Argelia”  (Bartomeu i Granell, 1935, p. 390).

Conclusiones

El movimiento excursionista catalán ha desarrollado la mayor parte de sus actividades en el territorio del Principado pero, desde finales del siglo XIX y, especialmente, desde los inicios del XX, las entidades excursionistas manifestaron interés por los viajes realizados por el extranjero; entre los que se encontraban los llevados a cabo por las regiones norteafricanas.

El interés por aquellos territorios se reflejó desde el nacimiento de los primeros grupos excursionistas en la organización de conferencias de viajeros que los habían recorrido, la publicación de artículos y de noticias en sus órganos de expresión, la proyección de clichés y de reportajes y, ya en el siglo XX –cuando en el seno del excursionismo catalán se consolidó la vertiente turística-, la realización de excursiones a Egipto, Túnez, Argelia o Marruecos, por parte de asociados que, generalmente, pertenecían a la burguesía catalana.

Los excursionistas, como otros viajeros europeos y españoles, reflejaron en sus publicaciones mucho de los tópicos orientalistas predominantes en la época, destacaron el valor de las civilizaciones “antiguas” por encima de la islámica y, manifestaron, de paso, su apoyo al colonialismo. En este sentido, son significativos los elogiosos comentarios a la labor “modernizadora” que Francia o Italia llevaban a cabo en sus colonias y protectorados. El hecho de que no hicieran extensivos estos comentarios a la acción colonial española se debe a que la actuación material de las autoridades hispanas en Marruecos dejó mucho que desear respecto a la desarrollada por otros países en el Magreb y no a que los viajeros rechazaran el colonialismo español. Buena muestra de ello son el apoyo de las entidades excursionistas, y de algunos de sus socios más significados, a la política procolonialista de las sociedades geográficas y las estrechas relaciones que mantuvieron con ellas y con otros sectores colonialistas, así como las referencias a lo abandonadas que estaban aquellas posesiones.

 

Notas

[1] Este artículo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación Viatges i expedicions científiques catalanes a l’Àfrica durant els segles XIX i XX, financiado por el Institut d’Estudis Catalans  y dirigido por los drs. Joan Vilà Valentí y Joan Nogué.

[2] Aprovecho la ocasión para agradecer al Dr. Francesc Nadal de la Universidad de Barcelona su información sobre la localización de esta documentación en el Archivo Histórico de la Cámara de Comercio de Barcelona y a Dª Maria Pont, responsable de dicho archivo, por las facilidades que me dio para consultar los fondos bibliográficos y documentales de esta entidad.

[3] Véase Fiter (1879). Sobre este viajero no existen muchas referencias, a modo de ejemplo, véanse: Gavira (1947 y 1949), Valderrama Martínez (1952) o Grup de Recercques d‘Altafulla (1976).

[4] Véase: Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya, 1926, nº 372, pp. 195-196.

[5] Véase: Els grans viatgers catalans: El príncep Ali-Bey.el-Abbassi (1 d’abril de 1767 – Setembre de 1818). Butlletí de l’Agrupació Excursionista Catalunya, 1929, septiembre-octubre, p.s.n.
La primera edición de las obras de Alí-Bey en catalán tuvo que esperar a 1888-1889: Viatges de Ali-Bey el Abbasi per Africa y Assia durant los anys 1803 a 1807; obra editada en Barcelona por la Imprenta La Renaixensa.

[6] La conferencia apareció reseñada en el Suplement del Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya, 1932, nº 442, p. 46.

[7] Véase: Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya, 1902, nº 85, p. 59.

[8] La Compañía Trasatlántica formaba parte del entramado de empresas del llamado “grupo Comillas”, creado por Antonio López López (1817-1883), primer marqués de Comillas. A su muerte, su hijo Claudio López Bru (1853-1925) asumió la presidencia de la Compañía y potenció la actividad africana de su padre, hasta tal punto que se ha afirmado que, a partir de la década de 1880, el grupo Comillas “se convirtió en punta de lanza de la proyección colonial catalana hacia África del norte y occidental” (Martín Corrales, 2002, p. 173).

[9] Véase: Garcia Ramon et alii (2004).

[10] Véanse: Crónica del Centre. Abril de 1909. Excursió a Algèria. Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya, 1909, nº 172, pp. 150-152 y Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya, 1929, nº 404, p. 48.

[11] Referencias concretas a viajeros españoles por el Protectorado español en Marruecos se encuentran en, por ejemplo, en Bennani (1992), Marín (1996 y 2002), Djibilou (1998) y Garcia Ramon & Nogué (1999).

[12] Un análisis de su obra El Marroc sensual i fanatic se encuentra en Nogue i Font et alii (1996).

[13] Véase el artículo: Tripolitana. Excursionisme, 1930, nº 45, p. 5.

[14] Véase la noticia en L’Excursionista, 1884, nº 64, p. 287.

[15] Véanse: Archivo Histórico de la Cámara de Comercio de Barcelona, Cajas “6- Sociedad Geográfica. Registro de Correspondencia 1913-1918” y “6- Sociedad Geográfica. Registro de Correspondencia 1912-1913”.

[16] Véase: Actas. Segundo Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil; documento manuscrito localizable en el Archivo Histórico de la Cámara de Comercio de Barcelona, serie 3, volumen 2001.

[17] Véase: Tripolitana. Excursionisme, 1930, nº 45, p. 5.

[18] Véase: Tripolitana. Excursionisme, 1930, nº 45, p. 5.

 

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Ficha bibliográfica:
VILLANOVA, J. L. El excursionismo catalán exótico: el Norte de África (1876-1936). Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de abril de 2006, vol. X, núm. 210. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-210.htm> [ISSN: 1138-9788]


 

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