Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (01), 1 de agosto de 2006 


RESISTENCIA DE UN SISTEMA MILENARIO DE TRASHUMANCIA GANADERA

DE CORTO RECORRIDO EN EL VALLE DE CABUÉRNIGA (Cantabria)

Manuel Corbera Millán
Departamento de Geografía. Urbanismo y Ordenación del Territorio
Universidad de Cantabria.


 

La resistencia de un sistema milenario de trashumancia ganadera de corto recorrido en el Valle de Cabuérniga (Cantabria) (Resumen)
 

La trashumancia de corto recorrido entre la marina o los valles medios y los puertos de altura, ha constituido la forma de manejo y explotación ganadera de la Montaña Cantábrica probablemente desde tiempos prehistóricos. Han sido esas prácticas de pastoreo las que han contribuido de forma decisiva a la construcción de su paisaje y la continuidad de las mismas ha permitido que aún hoy podamos identificar buena parte de los elementos que lo componen (brañas, seles, cabañas, praderías, etc.). Evidentemente, no en todos los lugares ha resistido de la misma manera. Los cambios en la orientación ganadera, el abandono de la actividad, las repoblaciones forestales, han debilitado –o incluso borrado- su huella en algunas áreas. En otras, sin embargo, el mantenimiento del sistema extensivo trashumante ha contribuido a conservar el paisaje tradicional, hoy amenazado por el abandono de esta actividad. El caso que aquí se presenta es precisamente uno de estos últimos, el del Valle de Cabuérniga, que mantiene desde la Edad Media mancomunados los puertos de la divisoria con el Valle meridional de Campoo (Hermandad de Campoo de Suso). El artículo parte del análisis de las formas históricas de explotación pastoril y de la construcción del paisaje (desde la Edad Media), para luego tratar de explicar la resistencia del modelo y los cambios y adaptaciones que ha experimentado.
Palabras clave: ganadería, espacios de pastos, paisaje rural.


The persistence of a millennial system of short journey cattle seasonal megration in the Valley of Cabuérniga(Cantabria) (Abstract)

Short journey seasonal migration between the low lands or the middle valleys and the high pastures, it has probably constituted the handling form and cattle exploitation of the Cantabrian Mountain from prehistoric times. These practices have contributed from a decisive way to the construction of their landscape, and the continuity of the same ones has allowed that today we can still identify good part of the elements that compose it. Evidently, not in all the places it has persisted in the same way. The changes in the orientation of cattle production, the abandonment of the activity or the reafforestation, have weakened -or even erased - their print in some areas. In other cases, however, the maintenance of migrating extensive system has aided to conserve the traditional landscape, today threatened by the abandonment of this activity. The case that here is presented it is in fact one of these last ones. The analysis in the historical ways of pastoral exploitation and of the landscape construction are first undertaken, trying then to explain the persistence of the pattern and the changes and adaptations that it has experienced.
 

Key words: cattle, pasture spaces, rural landescape.


The geographer cannot study houses and towns, fields and factories, as to their where and why without asking himself about their origins. He cannot treat the localization of activities without knowing the functioning of the culture, the process of living together of the group; and he cannot do this except by historical reconstruction

Carl O. Sauer[1]
Introducción

Los sistemas pastoriles han jugado, sin duda, uno de los papeles más importantes en la construcción y evolución de los paisajes rurales, particularmente en las áreas de montaña. Brañas y majadas (llamadas en ciertas partes de Cantabria “seles”) fueron muy lentamente ganando terreno al bosque o instalándose en las culminaciones supraforestales. El paisaje fue cambiando parsimoniosamente con la introducción aquí o allá de algunos prados cerrados, de algunos bocages, de algunas cabañas; nuevos elementos que respondían a procesos intensificación que la evolución socioeconómica de las comunidades rurales fue exigiendo, pero cuya forma concreta, la que introducía las peculiaridades paisajísticas, era el resultado de las experiencias particulares, de las habilidades y destrezas desarrolladas por cada comunidad y su relación con el medio. Con la incursión del capitalismo el sistema extensivo de explotación ganadero quedó definitivamente arrinconado en muchas comarcas del norte peninsular. En Cantabria –pionera en la especialización hacia una ganadería vacuna de leche- el paisaje cambió en muy pocos años en las comarcas de la Marina y en los valles orientales. José Gómez y de Mazarrasa, asesor letrado de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, lo percibía así en 1931: De hace diez años a esta parte la fisonomía del campo montañés ha variado por completo. Montes calvos, que sólo daban helechos y escajos, son actualmente un conjunto de prados, todos hermosos y florecientes, en los que pacen las vacas a la vista de sus propietarios que han edificado allí sus casas y las cabañas de sus ganados[2]. Un paisaje de prados, de caserías, de cabañas, ocupó la parte más extensa del territorio; los espacios de aprovechamiento común casi desaparecieron, y los montes que quedaron –en buena parte ya de propiedad municipal y no de las comunidades- se cubrieron de repoblaciones forestales con especie de crecimiento rápido. Nuevos rasgos cuya generalización contribuyó a crear un paisaje banal, que desdibujaba el mosaico de  paisajes singulares anteriores, probablemente mucho más diversos. Así parecen demostrarlo aquellas comarcas a las que la ola de transformaciones inducidas por la especialización láctea no llegó, los valles occidentales de Cantabria en los que el lento proceso de intensificación en la explotación ganadera extensiva iniciado en la Baja Edad Media y continuado durante la Edad Moderna contribuyó -en este caso y bajo circunstancias distintas- a diversificar y singularizar los paisajes de cada valle: prados y cabañas en los montes del Pas, praderías invernales en el valle del Nansa, Lamasón y Peñarrubia, brañas y seles en Cabuérniga, manteniendo, todos ellos, los espacios comunes de pastos en mayor o menor extensión[3].

En realidad, durante la Alta Edad Media no debían existir muchas diferencias en el sistema de explotación ganadera de los diferentes valles de Cantabria; todos ellos respondían a un modelo muy extensivo que exigía una amplia movilidad del ganado, desde la vertiente meridional de la Cantábrica hasta las tierras bajas de la Marina[4]. De ese modelo de explotación ganadera general, el que ha conservado más rasgos hasta la actualidad ha sido precisamente el sistema cabuérnigo, que -sin que se pueda negar su evolución y la introducción de cambios importantes- constituye hoy un testimonio vivo de prácticas milenarias que igualmente existieron en otros valles. Lo que trata de descubrir el trabajo que aquí se presenta son las claves que permiten explicar la consolidación y persistencia de este sistema extensivo de manejo ganadero, intentar comprender las fortalezas y debilidades de su modelo cultural; un objetivo que, como diría Sauer, resultaría imposible de alcanzar sin indagar en su génesis y en su evolución en el tiempo largo.

El sistema ganadero y la organización del espacio cabuérnigo

El territorio que históricamente constituía el Valle[5] de Cabuérniga coincidía con el valle medio y medio alto del río Saja (actuales municipios de Ruente, Cabuérniga y Los Tojos), quedando su cabecera incluida en el territorio de divisoria cuyo aprovechamiento los cabuérnigos compartían –y aún comparten- mancomunadamente con los campurrianos, los vecinos del valle meridional de Campoo de Suso. Aparece organizado en una serie de relieves formados en las areniscas de la facies Wealdense del Cretácico inferior que -con formas amplias y amables- jalonan una también amplia llana aluvial bruscamente cerrada hacia el norte por la Sierra del Escudo de Cabuérniga (límite septentrional del Valle histórico), enérgico relieve correspondiente a una falla cabalgante que ha hecho aflorar las areniscas feldespáticas de la facies Buntsandstein del Triásico y que ha sido auténticamente serrada por el río Saja en la Hoz de Santa Lucía. La altitud de sus cumbres oscila entre los 600 y los 1.250 metros, pero las dos terceras partes de su superficie se encuentra por debajo de los 700 metros. En cuanto al territorio de la mancomunidad, utilizado principalmente como pastos estivales, alcanza altitudes que superan ligeramente los 2.000 metros en las cumbres de la Sierra del Cordel, pero la mayor parte de su superficie se encuentra entre los 900 y los 1.700 metros, suficientes, en todo caso, para recibir durante el invierno frecuentes precipitaciones en forma de nieve (cuadros  1 y 2).
 
 

Cuadro 1
Cabaña ganadera en el Valle de Cabuérniga a mediados del siglo XVIII
Fuente. Catastro de Ensenada[16]

La cabaña ganadera

La cristalización del sistema ganadero cabuérnigo fue el resultado de una larga evolución que acompañó, desde finales de la alta Edad Media, al proceso de sedentarización definitiva y territorialización de la población y que supuso la aparición de pequeños núcleos (al principio solares gentilicios) y la construcción de un terrazgo permanente en torno a los mismos. La dedicación agraria más estable y el fin del nomadismo, dieron lugar a una progresiva y necesaria división de la cabaña ganadera, en primer lugar por especies, pero diferenciando también dentro del propio ganado vacuno –que era el de mayor importancia económica-, aquel que se utilizaba para la labor de aquel otro que no lo era y que se denominaba “de cabaña”; incluso dentro de este último se fue distinguiendo por edades y estados (rechados, castradoiros, preñadas, estiles, lecheras), en un afán por organizar la recría y el aprovechamiento de los subproductos.

Antes del siglo XVI carecemos de fuentes que permitan conocer los efectivos y estructura de la cabaña ganadera. A finales de este siglo, un repartimiento para la construcción de un callejo de lobos en Novales (1598-1600) recogía las cabañas ganaderas de los concejos circundantes para calcular su participación en la obra[6]. En el Valle de Cabuérniga se consignaban 924 cabezas de ganado vacuno, 844 de ganado ovino y caprino, 188 de porcino y 8 de caballar[7], efectivos que, sin duda, quedaban bastante por debajo de la realidad, quizás porque probablemente no incluía el ganado de labor ni las crías y porque dejaba fuera dos importantes concejos del Valle, el de Bárcena Mayor y el de los Tojos que, sin duda, contaban con dos de las más importantes cabañas. El ganado vacuno era ya muy importante, aunque seguramente no en la proporción que muestran esos datos ya que seguramente el ganado menor superaba con creces su efectivo en número de cabezas.  Las Ordenanzas del Valle de 1570[8] dividían el ganado vacuno en ganado de labor, bueyes y vacas duendas -cuyo número por vecino quedaba limitado por la normativa comunitaria a una pareja- y ganado “de cabaña” destinado a la cría y recría. El ganado lanar,  cabrío y de cerda jugaba un papel fundamental en la subsistencia campesina; de hecho algunas Ordenanzas concejiles[9] del Valle obligaban a los vecinos a cotizar al pastor por un mínimo de este tipo de ganado, aunque careciesen del mismo[10], con el objeto de evitar el incremento excesivo del coste del pastoreo del ganado menor, que a veces era el único ganado de que disponían los más pobres. En cuanto al ganado caballar, las Ordenanzas del Valle mencionan rocines “de engorde”, aunque, desde luego, dicha denominación no se refiere a una orientación cárnica, sino a la de recría para carga; su número no debía de ser demasiado elevado -ya que las ordenanzas restringían bastante su espacio de pastoreo para evitar la competencia al ganado vacuno-, pero, en esas fechas, no carecieron de importancia a juzgar por algunos testimonios  de prendadas a mediados del siglo XVI en las que se mencionan caballos, rocines y yeguas[11].

Conocemos algo mejor esa cabaña ganadera para mediados del siglo XVIII gracias al Catastro de Ensenada (cuadro 1), a pesar de que la fuente presenta menos fiabilidad en los datos ganaderos que en otros aspectos de los patrimonios privados[12]. Sin duda los efectivos se habían incrementado en el transcurso de esos dos siglos en proporción al menos similar al aumento del vecindario -que se había multiplicado por tres[13]-, ya que, si bien es cierto que un número reducido de “dones” reunían una parte nada despreciable del ganado -que entregaban en aparcería-, la mayor parte de los campesinos tenía ganado propio, y no sólo ganado menor sino que la propiedad de bueyes y de alguna vaca era bastante frecuente; algo que no se puede considerar generalizable a toda la región. La estructura de la cabaña, seguramente, había cambiado poco en ese siglo y medio. Casi las dos terceras partes correspondían al ganado menor (ovejas, cabras y cerdos), propiedad principalmente de los campesinos. Pero el ganado vacuno seguía siendo el de más importancia económica, como se hacía notar en la organización de los espacios de pastos. El aumento de sus efectivos y las exigencias de pastos llevaron, sin duda, a la desaparición del ganado caballar de carga y su recría (ya que además Cabuérniga no podía enviar caballos a los puertos mancomunados), quedando esta especie solamente representada por algunos caballos de silla – denominados “de regalo”- propiedad de “dones” o eclesiásticos[14].

El predominio de las vacas y novillas y el nada despreciable porcentaje de las crías en la cabaña bovina, revela una clara orientación hacia la cría de vacuno de labor para el mercado. La cabaña se autorreproducía (reponiendo bueyes, sementales y madres) y generaba un excedente de novillos (producto principal[15]) y novillas que se vendía en las ferias de los alrededores y en Castilla. Pero la composición de esta cabaña revela también una importancia de los bueyes que parece excesiva a juzgar por la extensión del terrazgo propiamente agrícola de que disponían. La explicación hay que buscarla en la doble función que cumplía este ganado; ciertamente se trataba del ganado de trabajo, pero no únicamente de trabajo agrícola sino que también era el ganado trajinero por excelencia en este Valle. Ya en las ordenanzas del siglo XVI se alude a la importancia de esta actividad complementaria para los bueyes, que hacían el camino “a Campos” (denominación con la que se referían a Castilla) o iban “a escurrir” (madera). En otros lugares se utilizan más las “vacas duendas” para el trabajo agrícola, perfectamente útiles para un trabajo relativamente reducido, dado lo exiguo del terrazgo y lo minúsculo de las parcelas. Sin embargo, la importancia que adquiría aquí la carretería como actividad complementaria -transportando productos ajenos a su producción (como la sal) o de producción propia (piezas para carros, o aperos de labranza que realizaban durante el invierno y que se llamaba  la “garaúja”)-, los hacían imprescindibles.

La cabaña vacuna se incrementó desde mediados del siglo XVIII y no sólo por el aumento del vecindario, sino también por el de las roturaciones y por el de la demanda de bueyes y novillos para la propia carretería, incentivada ahora por la apertura del camino real a Castilla por Reinosa, la erección del Consulado de Santander y la animación resultante en el tráfico de harinas.

La organización del espacio ganadero

La división cada vez más especializada de la cabaña ganadera fue exigiendo una asignación de espacios también diferenciados y unas normas de comportamiento comunitario para el buen funcionamiento. A la vez, el incremento de los efectivos ganaderos y la competencia de otros valles y territorios vecinos, fue llevando a la necesidad de reservarse una parte sus pastos y bosques para aprovechamiento exclusivo de los vecinos del Valle de Cabuérniga. Inicialmente, al margen de los solares, de los terrazgos y de algunos espacios muy próximos a los núcleos, el resto del espacio era de aprovechamiento común, no sólo para el ganado del conjunto de los pueblos del propio Valle, sino también para el de los núcleos de la Marina, que los recorrían pastando desde la primavera en su ascenso hacia los puertos de Campoo donde pasaban el verano; e igualmente eran utilizados por los ganados de Campoo que bajaban a invernar a la Marina. Ese paso estacional por su territorio de ganados de fuera del Valle -que aún hoy se mantiene en sentido ascendente-, constituye unos de los factores que explica, tanto la singularidad del modelo como la resistencia del mismo. Los cabuérnigos nunca consiguieron impedir dicho paso -que durante algún tiempo fue vital para las comunidades vecinas meridionales y septentrionales-, como tampoco pudieron reservarse exclusivamente para sí los pastos de altura en la vertiente septentrional. Ahora bien, poco a poco fueron restringiendo el espacio de paso, limitando el tiempo en que debían pasar y la duración del tránsito y asignando los lugares en que podían detenerse.

El modelo aparecía, en lo esencial, consolidado ya a mediados del siglo XVI tal y como puede deducirse de las Ordenanzas del Valle de 1570 que sin duda no hacían sino sistematizar y poner por escrito las normas y prácticas que ya venían funcionando desde hacía tiempo. Posiblemente ya desde la Edad Media el territorio del Valle había quedado organizado en función del recorrido trashumante del ganado. Cada pueblo disponía de un terreno privativo en sus proximidades denominado “salidas” porque, entre otras cosas, cumplía la función de salida hacia el espacio de la Dehesa del Valle, que constituía un espacio común para todos los pueblos del mismo menos Bárcena Mayor[17]. Pero las “salidas”, como espacios de monte más próximo a los pueblos, tenían muchas otras funciones, ya que en ellas se establecían toda una serie de espacios especializados comunes, como las boerizas: terreno acotado destinado al pastoreo del ganado de labor durante la primavera, verano y otoño; delimitadas mediante mojones,  presentaban la forma de una pradera de diente bastante limpia de matorrales, ya que las ordenanzas concejiles regulaban su roza cada cierto número de años[18]. Las “salidas” albergaban también espacios privados, como los prados y cabañas “invernales” que algunos vecinos construían para estabular su ganado vacuno “de cabaña” en los meses fríos; eran prados cerrados por seto o muro de piedra seca que debían quedar abiertos al pastoreo común después de recogida y almacenada la hierba; en su interior se construía una cabaña, en aquellos tiempos muy pequeña,  de una o dos plantas y que por lo general servía de cuadra y de pajar donde almacenar el heno, aunque a veces éste quedaba fuera en forma de añiales o hacinas[19].

El escalón inmediatamente superior, la Dehesa del Valle, constituía un espacio más extensivo pero no exento de complejidad. Aunque en principio las ordenanzas de 1570 mencionan la Dehesa como un terreno común del Valle, lo cierto es que a mediados del siglo XVIII se hallaba compartimentada según los lugares más próximos, manteniendo, a veces, partes comuneras con los pueblos inmediatamente vecinos[20] A su indudable función ganadera unía la de reserva forestal; el arbolado aparecía en manchas más o menos extensas y densas (más en el siglo XVI que en el XVIII), de las que obtenían los pueblos la leña para el hogar y durante mucho tiempo también la madera para la fabricación de los carros y aperos. El retroceso de esos bosques próximos llevó a que las ordenanzas del siglo XVI prohibieran en ella “las grandes cortas” de madera de haya para carros.

Más allá de sus límites se encontraban el “común del Valle” en el que disponían de los pastos equinocciales, las primaverizas, organizados en brañas y seles. Apenas ofrecían diferencias de forma con los de los puertos altos. Generalmente los seles se construyeron sobre las lomas redondeadas de los pequeños y abundantes interfluvios[21], siempre que en ellas pudieran disponer de agua. Orlados de forma más o menos completa de seto vivo de arbustos (generalmente espino albar) o arbolado, mantenían en su interior un pasto limpio y bien cuidado, el chozo o cabaña del pastor y a veces pequeños corrales en que poder encerrar los becerros.

El terreno mancomunado con el Valle de Campoo  aparecía –y aún aparece- organizado en dos escalones; el primero, entre los 800 y 1.200 metros, mantuvo y mantiene una marcada importancia forestal y alberga una serie de brañas de primavera (Fonfría, Bucierca, Carraceo, Espinas, Rumiel…), mientras el segundo, entre los 1.300 y los 2.000 metros, se corresponde con los puertos estivales (Sejos, Palombera). Su devenir histórico y la consolidación de su forma de organización y aprovechamiento, constituye, como ya se insinuó, una de las claves de la resistencia del sistema ganadero cabuérnigo y, en menor medida, también del campurriano (cuadro 2).

Cuadro 2
Evolución de la cabaña bovina en el Valle de Cabuérniga

Fuente: Arché[37] y Consejería de Ganadería.

Como en muchos otros casos conocidos, la Mancomunidad Campoo-Cabuérniga constituye la herencia del aprovechamiento libre y compartido por distintas comunidades de los pastos de la divisoria, pero su formalización es la consecuencia de la disputa entre las dos comunidades vecinas por la apropiación de dicho terreno y la exclusión de la otra. El primer pleito de que tenemos constancia entre los dos valles se produjo a finales del siglo XV y concluyó en 1497 con una  concordia. Con anterioridad, los escasos documentos que hacen referencia al área siguen revelando un aprovechamiento conjunto de la divisoria. Pero a finales de la Edad Media comienza la disputa, ya no sólo sobre el aprovechamiento de los montes, sino sobre la propiedad de los mismos. Algunos años antes de la mencionada concordia, en 1477, la Hermandad de Campoo de Suso había hecho donación a un vecino de un invernal en el Paulinar de Saja (en la vertiente septentrional), hecho que demuestra que ya para entonces la Hermandad consideraba dichos terrenos de su propiedad. El pleito, por lo que puede deducirse de la concordia de 1497, dio en parte la razón a Campoo, ya que aunque concedía el derecho de los pueblos de Cabuérniga de usar los montes de la divisoria e incluso los que hoy son privativos del municipio de Campoo de Suso, establecía para estos algunas limitaciones que no eran aplicables a los de Campoo, como la de permitir sólo la entrada de vacas de cabaña, la prohibición a introducir cerdos en dicho territorio o la de cortar madera en él para llevarla a vender a Castilla (aunque sí podían hacerlo para sus hogares). Además, el derecho de uso de los pastos campurrianos por parte de los cabuérnigos aparecía, aunque de forma algo ambigua, como compensación por permitir el paso y estancia durante el recorrido del ganado de Campoo hacia los valles bajos de la Marina con los que tenía convenios recíprocos[22]. Convenios que Campoo siguió renovando después de la concordia. Así en 1561  restablece un acuerdo con los lugares del entonces Valle de Cabezón (que hoy forman los municipios de Cabezón de la Sal y Mazcuerras), según el cual dichos pueblos podían enviar sus vacas, con sus crías y novillos de tres y cuatro años (no a los bueyes duendos o de trabajo) a los territorios de la Hermandad de Campoo (incluidos los de la actual Mancomunidad) desde 8 días antes de San Juan hasta San Lucas (18 de octubre), ocupando sus seles y veranizas tal y como ya era costumbre desde muchos tiempo atrás (aunque ahora se incorporan dos nuevos lugares: Ontoria y Bernejo), y en contrapartida, los lugares de la Hermandad de Campoo podían enviar sus vacas con sus crías y novillos de tres y cuatro años (no bueyes duendos) a los montes de estos pueblos bajos durante el invierno y si hubiere nieve podían dormir en los pueblos y portales[23]. Convenios similares firmó Campoo con otros muchos lugares de la Marina, como puede deducirse de los derechos que aún hoy se reconocen a los “gajucos” (denominación que se da a esos ganados) en la Mancomunidad.

Desde mediados del siglo XVI Cabuérniga entabla sucesivos pleitos con Campoo, esgrimiendo un argumento que, a la larga, le resultaría eficaz para conseguir al menos su reconocimiento como copropietaria del terreno que hoy forma la Mancomunidad: el de que los hitos que marcaban el límite iban por la divisoria de aguas de la Cordillera y no por los lugares que podían deducirse de las restricciones impuestas por la concordia de 1497 a los cabuérnigos. En 1596 consiguió sentencia favorable, fijando la divisoria de aguas como el límite privativo de Campoo y quedando el territorio septentrional en propiedad compartida entre ambos valles. En 1599 se comenzó el amojonamiento, que resultó, como era natural, muy controvertido, y Campoo tuvo que pedir – y consiguió- que se mantuviesen los acuerdos que había establecido con los pueblos de los valles de la Marina, ya que de ello dependía su derecho a utilizar los pastos de aquellos en invierno[24]. Pero la divisoria de aguas tampoco resultó definitiva para marcar el límite meridional del territorio declarado ya como compartido. Prendadas y pleitos se sucedieron, discutiéndose tanto los límites como las fechas en que las cabañas de uno y otro lado debían entrar en las primaverizas y veranizas. Finalmente, en 1743, se estableció una nueva concordia por la que se reconocía por ambas partes los límites del territorio compartido (el actual) y el calendario que debían seguir.
 

El sistema de manejo ganadero cabuérnigo

Hasta el día de San Martín (11 de noviembre) el ganado “de cabaña” no podía bajar a los pueblos, donde, a partir de esa fecha, se reunía con el ganado estante. El manejo durante el invierno mantenía cierto orden y diferenciación. Así, por ejemplo, la derrota de mieses quedaba reservada a las vacas “duendas” (de trabajo) y bueyes, al ganado menor (cabras y ovejas) y al ganado que tenían en casa[25]. El exiguo terrazgo, más reducido aún en el siglo XVI, no era suficiente para el conjunto de la cabaña. Hay que tener en cuenta que en aquella época los cultivos predominantes en los terrazgos concejiles del Valle eran el trigo y  la escanda, cultivos que se plantaban a finales de otoño o principios del invierno y se cosechaban a finales de verano, ocupando, por tanto, las mieses entre ocho y nueve meses. Cierto que el sistema de cultivo utilizado era de año y vez, pero ello no significaba que la mitad del terrazgo quedase en barbecho; las Ordenanzas mandaban que la mies de escanda se plantase de nabos y que quien no lo hiciese estuviese obligado a cerrar su “piezón”, con lo cual en invierno sólo quedaban abiertas las mieses de trigo que estaban en vez. Con la incorporación del maíz a principios del siglo XVII, las cosas debieron mejorar algo en cuanto a la superficie agraria pastable, a pesar de que el barbecho se redujo considerablemente. Al principio no debió ser así, ya que el nuevo cereal seguramente ocupó sólo las tierras que se encontraban “en vez”, pero poco a poco fue desplazando a la escanda y a los otros cereales; sólo el trigo se mantuvo por la exigencia de los propietarios de recibir la renta en ese cereal, pero su cultivo también se redujo a lo imprescindible para responder a dicha exigencia. El maíz pasó por tanto a ocupar la mayor parte del terrazgo cerealista y dado que las tierras dedicadas al mismo comenzaban a prepararse en marzo, se plantaban en mayo y se cosechaban entre mediados de octubre y principios de noviembre,  permitían su derrota entre noviembre y marzo, y aunque algunas fueran cerradas para el cultivo de nabos, en conjunto la superficie derrotada aumentó. A lo cual hay que añadir un proceso importante de creación de prados que afectó, sobre todo, al área periférica del terrazgo, a las “salidas”, permitiendo también la derrota entre la siega de septiembre y marzo, en que eran acotados para favorecer crecimiento de la hierba. A pesar de todo, el incremento de la cabaña ganadera hizo que esos nuevos recursos fuesen aún más insuficientes que antes, por lo que la normativa con relación a la exclusión del ganado vacuno “de cabaña” de la derrota de las tierras cerealistas se mantuvo.

Excluido, pues, de este escaso recurso alimenticio, el ganado vacuno “de cabaña” encontraba dificultades para subsistir durante los meses de invierno. Desde su llegada a los pueblos a mediados de noviembre y mientras el tiempo lo permitía pastaban en las “salidas”; algunos ganaderos bajaban a los pastos de los valles de la Marina de Cabezón y Valdáliga (como hacían también los ganados de Campoo), aprovechándose de costumbres ancestrales que les daban ese derecho[26]; pero otros, los más numerosos, no tenían más remedio que entrar en los establos, donde consumían el cebo procedente de los prados de siega, cuya superficie superaba ya la del terrazgo cerealista a mediados del siglo XVIII. Como ya se dijo, algunos vecinos, los más acomodados, disponían de prados y cabañas invernales en las “salidas” e incluso en la Dehesa, pero la práctica no se extendió -como sucedió en el vecino Valle del Nansa-, entre otras cosas porque las propias Ordenanzas lo limitaron[27]. Su propiedad y utilización fue más bien excepcional si consideramos el conjunto de los vecinos del Valle, pero su distribución fue desigual. Así, mientras en Bárcena Mayor –que no tenía derechos en la Mancomunidad ni en la Dehesa del Valle- y Carmona –situado aguas vertientes al Nansa- casi todos los vecinos eran propietarios de una parte de invernal o de uno completo e incluso de más de uno, en el resto de concejos eran muy raros. Por eso la mayor parte se estabulaban en casa; de hecho casi todas las casas de los pueblos y barrios eran aún a mediados del siglo XVIII meros establos con un pequeño recinto de habitación humana, que el Catastro de Ensenada describía como “casa con cocina, caballeriza y pajar”[28]. En dichas condiciones no es de extrañar que los campesinos intentasen vender parte de ese ganado a finales de otoño.

Las penurias del invierno forzaban a los campesinos a adelantar la primavera. Siempre que el tiempo lo permitía, recién inaugurado marzo el ganado vacuno de cabaña volvía a las “salidas” donde permanecían hasta el mes de abril. A partir de entonces la cabaña vacuna se dividía en dos, las vacas paridas y los “rechados” (nombre que se daba a las reses vacunas de entre año y medio y dos años) permanecían aún con sus crías en los terrenos más próximos a los pueblos, mientras las “estiles” –adultas, castradoiros y castradoiras (de dos a tres años)- subían a los puertos de primavera en los terrenos comunes del Valle. Algunas casas, disfrutaban del derecho de utilizar los prados concejiles (privados) enclavados en dichos términos como “primobelicas”, por lo que permanecían abiertos hasta mediados de mayo quisieran o no sus dueños. La mayoría de los prados concejiles, sin embargo, se cerraban a principios de marzo (como las mieses de maíz y los prados del terrazgo inmediato a los pueblos), precisamente para protegerlos del ganado que a partir de entonces recorría esos pastos. Los que disponían de invernales pacían sus prados además de los pastos próximos durante parte o toda la primavera; el resto acudía a sus brañas y seles de primavera, por encima de los terrenos de la Dehesa, a veces en la misma divisoria con los Valles vecinos de Iguña, Cieza o Rionansa con los que tenían acuerdos de “alcance” que permitía traspasar los lindes hasta ciertos límites y generalmente sólo durante el día. Algunos pueblos disponían de primaverizas tardías en la parte más baja del terreno de la Mancomunidad (brañas de La Fresnosa, Espinas, Bucierca, Fonfría, entre otras) donde podían entrar a mediados de mayo, momento en que las vacas de Campoo que habían ocupado dichos seles desde mediados de abril los abandonaban para subir a los puertos altos.

Como en los puertos, en las brañas de primavera cada sel correspondía a una cabaña o rebaño colectivo. Por lo general los pueblos agrupaban su vacada en una sola cabaña, pero algunos más grandes la dividían en dos o tres, a cada una de las cuales se asignaba su pastor y sarruján, cuyo mantenimiento (harina) y salario (soldada) era repartido entre los vecinos en proporción a las vacas entregadas. Por lo general se les contrataba por todo el año (de Navidad a Navidad dicen las ordenanzas de Barcenillas), pudiéndoles encargar otros cuidados durante los meses de invierno. Pero su principal misión era cuidar de las cabañas desde su salida a principios de marzo hasta su retorno a los pueblos a finales del otoño. Por la mañana debía soltar las vacas para que pastasen en las brañas y por la noche debía recogerlas en el sel. Durante el día, por tanto, las vacas recorrían las brañas en los alrededores del sel, alejándose durante la mañana mientras iban pastando y refugiándose a mediodía a descansar y rumiar en áreas arboladas (rodales o límites del bosque) y frescas conocidas aquí como “midiajos”, para volver  lentamente al atardecer hacia el sel.

Al comenzar la primavera no sólo se movían las vacas “de cabaña”. El inicio de las labores agrarias y el acotamiento de las mieses y los prados, ponía fin a la derrota  y dejaba al ganado de labor y al ganado menor sin el principal recurso alimenticio del invierno, haciendo además peligroso el mantenimiento de dicho ganado en el pueblo por el daño que pudiesen causar en las tierras. Por eso, incluso el ganado vacuno de labor se enviaba afuera al cuidado de un pastor o vecero[29] exclusivo y a un espacio próximo y especializado que cada pueblo construyó en sus “salidas” y que en el Valle –como ya se dijo- recibía el nombre de “boeriza”. Durante el invierno dicho espacio había permanecido abierto al pastoreo del ganado “de cabaña”, pero desde primeros o mediados de abril se acotaba y sólo se permitía la entrada al ganado de labor. Desde entonces y hasta finales noviembre (San Andrés) ese sería su espacio de pasto y desde él tenía que bajar a trabajar al terrazgo cuando se le requería, volviendo allí durante la noche. Sus dimensiones no permitían albergar muchas cabezas y por ello su número estuvo siempre limitado. Las ordenanzas del Valle de 1570 establecían un máximo de dos bueyes o dos vacas duendas por vecino (la pareja), número que parece haberse ampliado algo hacia el siglo XVIII (quizás también su espacio) -ya que en las ordenanzas del concejo de Barcenillas se admiten 4 bueyes por vecino-, pero a la vez en algunos lugares se excluyeron definitivamente de esos espacios a las vacas duendas como sustitutas de los bueyes, obligando a que éstas fueran con las “de cabaña”. En todo caso, como ya se dijo, no todos los bueyes permanecían en sus boerizas durante todo ese periodo, sino que durante parte del mismo viajaban a Castilla o trabajaban sacando madera  o carbón vegetal en montes que podían estar alejados. Para el descanso de los animales a la ida y a la vuelta del viaje las Ordenanzas del Valle mandaron dar dehesa boyal al pueblo de Los Tojos (el más alto y de paso entonces obligado) en terreno común del Valle, en la que pudieran pastar los bueyes de todos los vecinos de Cabuérniga cuando iban y venían de “Campos”.

La documentación de que disponemos no hace referencia en el Valle de Cabuérniga a otro espacio especializado vinculado al ganado vacuno y que, de existir, debió estar también en las “salidas” de los pueblos. Se trata de lo que en otros valles se conoció como el “prado del toro”, pradería común del concejo acotada durante la primavera y verano, cuya hierba se segaba colectivamente y servía para alimentar al semental o sementales de la cabaña o cabañas durante su estabulación invernal[30]. Las ordenanzas del Valle del siglo XVI no hacen ningún tipo de mención a dichos espacios y en cuanto a los sementales se limitan a mandar que cada cabaña tuviera toro y a obligar a los propietarios del mismo a darlo al concejo y al concejo a pagárselo. Las ordenanzas concejiles del siglo XVIII permiten conocer el modo en que se seleccionaban los sementales, las obligaciones de los dueños y de los pueblos para con los dueños, y no sólo no hay referencia a los “prados del toro”, sino que permite intuir que -al menos en Barcenilla y Lamiña- dicho espacio no existía en esa época con esa función, ya que obligaba a los dueños de los dos toros (el padre de la cabaña que tenía de 4 años en adelante y del ayudante del padre que tenía de 3 a 4 años) a darles de comer hierba en abundancia puesta en el pesebre entre el 1 de enero al 1 de marzo, por cuyo servicio y como compensación de no poder venderlo se les eximía del pago al pastor en proporción de una vaca y media para el ayudante y tres vacas para el padre (seis si repetía al año siguiente), y en caso de que no tuviesen dichas vacas el concejo estaba obligado a pagarle en efectivo esa parte proporcional[31]. Pasado el periodo de estabulación invernal –durante el cual los toros no podían salir sino para beber- los dos sementales salían con las vacas de cabaña a los pastos próximos y en abril, al separarse las vacas paridas de las “estiles”, el padre de la cabaña acompañará a éstas últimas a los puertos de primavera, mientras el toro ayudante permanecía con las paridas; para juntarse de nuevo a mediados de mayo y ascender a las primaverizas más altas y próximas a los puertos veraniegos. El resto de los novillos de 2 a 3 años, los llamados “rechados”, no podían salir con la cabaña de vacas si no estaban capados.

El ganado ovino y caprino también tenía que abandonar las mieses a principios de marzo con su correspondiente pastor o vecero. Utilizaban principalmente los pastos comunes de la Dehesa del Valle, a donde las conducía el pastor todas las mañanas desde los establos de sus dueños donde dormían. Recorrían, pues, distancias que podían alcanzar los diez kilómetros entre ida y vuelta. No podían, sin embargo salir hacia los pastos comunes del Valle hasta el día de San Bernabé (11 de junio) para evitar competencia con el ganado vacuno mientras éste los utilizaba antes de su subida a los puertos de verano. Así,  el límite de la Dehesa del Valle actuaba en un doble sentido; por un lado defendía ese espacio de los ganados de fuera del Valle que pasaba por las cañadas altas, por otro reservaba la primera pación después de su apertura para el ganado vacuno, permitiendo graduar altitudinalmente el consumo de los herbajes.La entrada posterior del ganado menudo permitía el mantenimiento de los pastos limpios de matorrales y a pesar de que estos espacios tenía también una función forestal ni las Ordenanzas del Valle de 1570, ni las del siglo XVIII de los concejos de Barcenillas y Lamiña hacen alusión a los posibles problemas que las cabras pudieran producir en el arbolado y su regeneración; alusión que sí aparece el las ordenanzas del Ayuntamiento Constitucional de Valle de Cabuérniga de 1845, en cuyo artículo noveno manda que el alcalde pedáneo haga observar que las cabras no entren donde haya arbolado y pasten en sierras calva, y añade: “respetando la circular del Jefe Político”, lo que lleva a pensar en que se trata de una norma nueva y no consuetudinaria[32].

Los cerdos también debían salir de los pueblos en primavera. Reunidos en piaras o “bandas” al cuidado de un vecero se dirigían a partir del 8 de mayo a los seles y brañas que tenían por costumbre. Abundantes topónimos (porciles) nos permiten reconocer hoy algunos de esos espacios en los que frecuentemente aún pueden verse los restos de las agrupaciones de pequeñas cabañas o porquerizas que servían para su refugio. El ganado de cerda se alimentaba, durante este tiempo de los hayucos y bellotas del monte; “grana” que no se daba todos los años en los mismos lugares ni con la misma abundancia. Se trataba, por tanto, de un recurso limitado que sin embargo era fundamental para sostenimiento de un ganado esencial en la economía familiar campesina. De ahí la estricta regulación que del mismo hacían las ordenanzas, que mandaban que dos personas reconocieran cada año dichos montes y repartieran las bandas de cerdos del Valle en función de la distribución y abundancia de dicho recurso;  además prohibían la recogida de la grana de la Dehesa o el común del Valle de forma individual, y -pera evitar abusos por parte de los más ricos que compraban muchos cerdos los años de mayor abundancia de grana- limitaban dichos aprovechamientos a aquellos lechones que habían sido adquiridos entre noviembre y marzo, mientras que, el año de abundante grana, permitían a los vecinos que carecían de cerdos traer hasta un máximo de cuatro de fuera.

Al aproximarse el verano (a mediados de junio) el ganado vacuno (tanto las vacas estiles como las paridas que habían permanecido hasta entonces en los terrenos más próximos a los pueblos) iniciaba una nueva etapa hacia los pastos altos de la Mancomunidad (Sejos y Palombera), ocupando cada pueblo sus respectivos seles que en esos momentos eran abandonados por los ganados de los pueblos de Campoo. Permanecían en los puertos hasta mediados de septiembre, descendiendo entonces hacia las brañas comunes del Valle pero sin poder entrar en la Dehesa hasta después de San Miguel (29 de septiembre), ni en las boerizas hasta el día de San Andrés (30 de noviembre), aunque ya desde San Martín (11 de noviembre) podían entrar en las “salidas” y en los propios pueblos. Este estricto calendario presentaba tan sólo algunas excepciones que se referían a cierto tipo de ganado o a ciertas circunstancias. Era el caso de las vacas que parían antes del 15 de agosto (que consideraban crías tempranas) o el ganado “quebrado o flaco” o aquellas vacas que se querían vender antes de San Miguel; situaciones en todo caso que –a excepción de la primera- debían darse a conocer públicamente y tenían que ser vistas por el regidor y –para evitar connivencia de éste con determinados vecinos- por otros dos propietarios de la misma cabaña. A mediados de agosto abandonaban también los puertos los castradoiros y castradoiras, que como el ganado al que se permitía bajar por las razones expuestas, iban a reunirse con los “rechados” en los terrenos de las “salidas” y se ponían al cuidado de los pastores de estos.
 

Algunos factores que pueden contribuir a explicar la resistencia del modelo

Todo lo hasta ahora expuesto debería permitir comprender que si bien el sistema ganadero cabuérnigo mantuvo en mayor medida que otros sistemas vecinos unos rasgos que nos remiten a modelos primitivos de trashumancia comunitaria apoyado en brañas y seles, en modo alguno ello significa que el sistema se mantuvo inalterable ni que su nivel de intensificación fuera menor. Ciertamente aquí la difusión de las praderías e invernales en el propio monte fue muy inferior al que se produjo en los valles del Nansa, Lamasón y Peñarrubia, pero la expansión de los prados se produjo igualmente. No necesitaron en este caso ocupar los montes e instalarse en parajes más o menos alejados de los núcleos; al tratarse de un valle más abierto, con mayor disponibilidad de terreno para el terrazgo cerealista, los prados pudieron establecerse en la aureola inmediata a éste, ocupando el arranque de las vertientes y -cuando fue necesario incrementar su superficie- en las lomas próximas a los pueblos.

Pero no fueron sólo las características del relieve las que permiten explicar el mantenimiento aquí de los seles, majadas, midiajos y brañas, espacios que muy frecuentemente fueron transformados en praderías en los valles occidentales vecinos. La razón principal se encuentra en su disponibilidad de los amplios pastos de la Mancomunidad Campoo-Cabuérniga y en su papel de corredor de paso hacia los pastos de la misma y de la Hermandad de Campoo de Suso. El mantenimiento de un amplio espacio común y privativo del valle por encima de “las salidas” de los pueblos (Dehesa del Valle) facilitaba un tránsito libre y lento de las cabañas de los pueblos hacia los puertos de la Mancomunidad; un espacio protegido de la incursión y competencia de los ganados “gajucos” de las tierras bajas a los que sólo se les permitía pasar por la cañada que recorría la culminación de la divisoria de aguas con el Besaya. De ahí que las ordenanzas del Valle del siglo XVI prohibiesen la creación de praderías y de cualquier cierre en la Dehesa del Valle, limitando la creación de invernales únicamente a las salidas, donde por su proximidad a los núcleos las cabañas eran menos necesarias.

La temprana orientación –en este caso en igual medida que sus vecinos occidentales- hacia la recría de ganado vacuno para trabajo, favoreció el desarrollo de una raza especializada de magníficas condiciones, la tudanca. Desde mediados del siglo XVIII el impulso de las roturaciones y de la carretería consolidó definitivamente esa especialización. Vaca tudanca y explotación extensiva presentaban, claro está, una asociación indisoluble dada la excelente calidad de los pastos, la rusticidad y adaptación ancestral de dicha raza y lo adecuado del propio sistema de manejo a esa especialización, que, al contrario que otras como la lechera, no demandaba una atención permanente y apenas exigía estabulación.

Esa especialización y las buenas expectativas que aún presentaba durante el siglo XIX contribuyeron, sin duda, a que el sistema resistiera a las reformas liberales. La división municipal de Javier de Burgos que pudo poner en peligro la organización del espacio ganadero del Valle, se realizó, sin embargo, teniendo muy en cuenta dicha organización. El Valle histórico quedó dividido en tres municipios (Ruente, Cabuérniga y Los Tojos) y la Mancomunidad Campoo-Cabuérniga, gran finca de 7000 Ha amojonada desde mediados del siglo XVIII y cuya propiedad compartían ahora los tres municipios del antiguo Valle y el nuevo municipio de Hermandad de Campoo de Suso en la otra vertiente (formado por la antigua Hermandad y el Marquesado de Argüeso). Los tres municipios cabuérnigos -a pesar de que se disponían sucesivamente en el sentido ascendente del Valle- compartieron límites comunes, confluyendo precisamente en la cañada que recorría la divisoria de aguas con el Besaya, que siguió manteniendo su significado de cañada común con derecho de paso también para los ganados “gajucos”. Incluso algunos montes que habían pertenecido al común del Valle y que habían tenido función de antesala a los pastos de la Mancomunidad -en la que el ganado permanecía algunos días antes de pasar a la misma-, quedaron inicialmente sin deslindar, manteniendo su condición de común. Fue el caso, por ejemplo, del monte Serradores, que se extendía hacia el oeste desde allí donde los tres municipios confluían. Inicialmente quedó como un espacio cuya propiedad no se asignó a ninguno de ellos, manteniendo los tres su derecho de aprovechamiento en común, que además debían compartir con los valles de la Marina. Así, cuando en 1854 algunos pueblos de la Marina (La Busta, Caranceja, Cerrazo, Mercadal y Oreña de la Abadía de Santillana, Cigüenza, Novales y Rudagüera de Alfoz de Lloredo, Casar de Periedo del valle de Cabezón y Barcenaciones, Helguera, Quijas, Reocín y Valles del Valle de Reocín) recurrieron al gobernador civil protestando por el mal trato que recibían por parte de los vecinos de alguno de los pueblos del nuevo ayuntamiento de Los Tojos y esgrimieron sus derechos históricos a recorrer y pastar en las brañas de la Sierra de Serradores, los de Los Tojos, que rechazaban las acusaciones, no se atrevieron negar dichos derechos[33], los mismos que les asistían para aprovechar durante el verano los pastos de Palombera y Ozcaba en territorio de la Mancomunidad.

Por supuesto, la nueva realidad empujaba hacia una clarificación y privatización del espacio, pero la fuerza de los derechos ancestrales y la continuidad del sistema ganadero siguieron imponiéndose. Se buscaron fórmulas para adaptarse a la nueva legislación, registrando, por ejemplo, en 1865 la finca de la Mancomunidad en el Registro de la Propiedad de Reinosa a nombre de los cuatro Ayuntamientos constitucionales o creando en 1894 una asociación -al amparo del artículo 8 de la ley municipal- , para la gestión de la misma: la Asociación Municipal Campoo-Cabuérniga. Fórmulas de adaptación al  marco legislativo que también se aprovecharon para introducir algunos cambios, sobre todo en lo que hacía a los “gajucos”. No se pusieron en entredicho sus derechos, pero se les recordó que estos procedían de un sistema de reciprocidad que ya no funcionaba, dado que los pueblos de la Marina habían privatizado y transformado en prados buena parte de sus comunales y no disponían, por tanto, de pastos para acoger al ganado de Campoo y Cabuérniga. Por ello se les instaba a cumplir estrictamente el nuevo reglamento de la Asociación y se les exigía el pago de 75 céntimos por cabeza mayor de un año para tener derecho a asistencia sanitaria y policía rural, algo que no fue bien aceptado por todos[34]. Los conflictos con los “gajucos” no fueron, sin embargo, más intensos que en el pasado y el sistema, en lo esencial, siguió funcionando de modo muy similar a como lo había hecho desde hacía cientos de años.

Los conflictos entre los cuatro socios sí experimentaron novedades, aunque no estrictamente en el terreno ganadero. La apertura de la carretera de Cabezón a Reinosa en 1889 facilitó la entrada hasta el corazón del bosque del Saja –dentro de la finca de la Mancomunidad-, cuyas reservas forestales se habían visto hasta entonces protegidas de la creciente demanda por las dificultades de su acceso. Los importantes ingresos que comenzaron a generar los aprovechamientos forestales y el reparto de los mismos, acabó dando lugar confrontaciones[35] . Para los Ayuntamientos y sus arcas municipales dichos aprovechamientos acabaron siendo más importantes que los ganaderos, que apenas generaban ingresos. Por eso, el conflicto también se produjo entre los nuevos municipios del antiguo Valle de Cabuérniga, en este caso no sólo por los aprovechamientos forestales, sino por la propiedad misma de los montes que, como Serradores, no habían quedado bien delimitados. Así, cuando en 1934 el Ayuntamiento de Los Tojos inscribió en el registro de la propiedad el monte de Serradores, los Ayuntamientos de Ruente y Cabuérniga le salieron al paso iniciando un largo pleito en el que en ningún momento se pusieron en cuestión los aprovechamientos ganaderos –que se mantuvieron iguales-, sino tan sólo la propiedad del mismo.

Por tanto, ni estos nuevos intereses ni la legislación liberal alteraron excesivamente el sistema ganadero. Por otro lado, y a pesar de que la construcción del ferrocarril de Alar del Rey a Santander restringió la demanda que había ejercido la carretería, la procedente de la agricultura se mantuvo incluso durante la primera mitad del siglo XX. La temprana especialización lechera que se extendió rápidamente durante el primer tercio del Novecientos por los valles orientales y toda la Marina de la región, transformando de forma decisiva el paisaje rural de esas áreas, alcanzó muy débilmente al Valle de Cabuérniga (y lo mismo sucedió en los otros valles occidentales), que sólo muy tardíamente acogió algunas explotaciones lecheras en su parte más baja. Cuando la mecanización agraria se fue imponiendo y fue haciendo caer el interés por el ganado de labor, la raza tudanca -muy poco productora de leche y mal construida también para la producción de carne (ya que como animal de trabajo tenía desarrollados los cuartos delanteros y no los traseros)- entró en crisis. Las nuevas demandas de leche y carne condujeron a una tímida reforma de la cabaña por la vía del cruzamiento, casi exclusivamente con toros suizos. La vaca mixta resultante, llamada “ratina” por el color de su capa, permitía mejores rendimientos en leche y carne y conservaba aún buenas condiciones para el sistema extensivo de montaña (sobriedad y rusticidad). Así, en 1991 todavía subían en verano a los puertos de la Mancomunidad 2.927 cabezas de ganado vacuno (según registraba la Asociación de la Comunidad Campoo-Cabuérniga) procedentes de los tres municipios cabuérnigos, aproximadamente el 45 % del censo (cuadro 2). La aplicación de las cuotas de leche comunitarias y la inclusión de la vaca tudanca entre las razas en peligro de extinción de los programas agroambientales de la UE ha contribuido incluso a reforzar la estructura de la cabaña y a incrementar el número de animales que viene subiendo a los puertos. Sin embargo, quizás estemos asistiendo al canto del cisne del sistema, ya que si bien la cabaña se ha mantenido hasta ahora, el número de explotaciones ganaderas disminuye sin cesar y las perspectivas de recambio generacional son muy escasas. Por otra parte, y desde hace más de un tercio de siglo, el propio sistema de aprovechamiento presenta los síntomas del abandono: el sistema de pastoreo colectivo ha dejado de existir y el ganado vaga libremente sin respetar los seles propios, sin más vigilancia que las visitas esporádicas de sus propietarios. Como consecuencia se viene produciendo un sobrepastoreo en ciertas áreas a la vez que el abandono de otras y la invasión cada vez mayor de plantas que el ganado rechaza como la lecherina (Euphorbia polygalifolia) y el eléboro[36].

 

Notas
 

[1] .  SAUER. 1974, p.  360.
 
[2] .  Boletín de la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, septiembre, 1931, p. 3.
 
[3] . CORBERA. 2006, 1.
 
[4] . CORBERA. 2006, 2.
 
[5] . Como en otras muchas regiones de montaña, la denominación histórica de “valle” no se corresponde propiamente con el concepto geográfico; se refiere más bien a un territorio que generalmente coincide con una parte del valle geográfico.
 
[6] . El callejo consistía en una trampa para los lobos construida en el monte, en lugares de paso habitual de las alimañas. Además de que el radio de acción de los lobos era amplio, la obra era demasiado costosa para ser abordada por una sola comunidad, ya que consistía en dos largos muros de piedra con  altura suficiente para impedir que el lobo la saltase, que dispuestos en forma de uve desembocaban en un profundo pozo también de piedra. La batida iba acorralando  a la fiera en el callejo, que en su huida pendiente abajo acababa precipitándose en el pozo donde era matado.
 
[7] . RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, 1979, p. 79. LANZA, 2001, p. 117.
 
[8] . Ordenanzas del Valle de Cabuérniga de 1570. Archivo Histórico Provincial de Cantabria (a partir de ahora AHPC), Sección Centro de Estudios Montañeses, leg. 1, doc. 15. Una trascripción  de los epígrafes y un comentario de dichas ordenanzas puede verse en REDONET. 1933.
 
[9] . En Cantabria –al contrario, por ejemplo, que en Asturias- el concejo constituyó la unidad administrativa más pequeña desde la Edad Media, pero no siempre correspondía a una sola aldea o barrio.
 
[10] . Así ocurre en las Ordenanzas concejiles de Lamiña fechadas en 1758, pero cuyo contenido es claramente mucho más antiguo. Biblioteca Municipal de Santander. Sección Manuscritos, leg. 432.
 
[11] . REDONET, p. 47-48.
 
[12] . Tanto por su más fácil ocultación -que podían eludir los recuentos de los agentes desplazando el ganado- como por la falta de homogeneidad de criterios a la hora de considerar que ganado debía tenerse en cuenta para la contribución. Por eso mientras en unos concejos se tienen en cuenta los bueyes en otros no, ya que no los consideran animales de renta, y lo mismo sucede con los rocines –que casi nunca son incluidos- o con las crías, ya que algunos agentes consideraron que quedaban incluidas en la valoración de las madres. Sobre la fiabilidad de la fuente en general véase CAMARERO, p. 493-531.
 
[13] . CENSO. 1985  y LANZA. 1991.
 
[14] . Sin embargo en Campoo la cría de mulas destinadas al mercado castellano constituía a medidos del siglo XVIII una  de las principales orientaciones pecuarias, comercializadas a través de la feria de San Mateo en Reinosa. Véase DOMÍNGUEZ, 1988, p. 121.
 
[15] . En las respuestas de los pueblos del Valle a la pregunta 20 del Interrogatorio del Catastro de Ensenada se contestaba que el producto que dejaba un novillo de más de un año era en torno a los 30-33 reales, mientras a una novilla antes de parir se le calculaba 20-22 reales. MAZA, 1965-72, p. 693-753.
 
[16] . AHPC, sección Catastro de Ensenada, Libros Raíz de los concejos de Bárcena Mayor (legs. 85, 88, 89), Los Tojos (legs.  943, 945), Correpoco (legs. 262, 263), Viaña (legs. 1006, 1007), Renedo (legs. 693, 694), Selores (leg. 875), Terán (legs. 933, 936, 935), Valle (legs. 992), Carmona (legs. 186, 187, 190), Lamiña (leg. 503), Barcenillas (leg. 93), Ruente (legs. 743, 745, 746), Ucieda (legs. 981, 980, 979, 977).
 
[17] . El artículo 142 de las Ordenanzas de 1570 mandaba que la cabaña de cada pueblo entrase en la Dehesa del Valle por su “salida”. Hasta esa fecha la misma situación de Bárcena Mayor debía tener el concejo de Los Tojos, porque en el artículo 61 de dichas Ordenanzas se plantea la ampliación de la Dehesa hacia Fonfría, permitiendo así la entrada del ganado concejil por la salida del pueblo de Saja que formaba parte de dicho concejo.
 
[18] . En el concejo de Lamiña, por ejemplo, el artículo 23 de sus ordenanzas de 1758 mandaban que los regidores hiciesen que se rozase la boeriza cada 3 años, prohibiendo que se quemase.
 
[19] . El añial es el amontonamiento de la hierba una vez segada y seca en hacinas altas. Era una forma de almacenamiento del heno en los casos en que el pajar era insuficiente y hasta los años setenta de nuestro siglo formaba parte del paisaje rural. Dadas las dimensiones de las cabañas invernales de aquellos siglos, esta forma de almacenamiento debía ser habitual, aunque para el siglo XVIII el Catastro de Ensenada suele ya describir dichas cabañas como formadas de “caballeriza y pajar”, pero en muchos casos en “planta baja”.
 
[20] .  En la respuesta 3ª del Interrogatorio General del Catastro del Marqués de la Ensenada el lugar de Barcenillas señala que comparte pastos, montes y aprovechamientos comuneros con los lugares de Ucieda, Ruente y Lamiña. Por su parte –y a la misma pregunta- Sopeña (y los otros lugares que menciona igualmente) responde que no tiene término privativo, sino comunero con el de Valle de Terán y sus barrios de Llendemozó, Fresneda, Selores y Renedo. Véase MAZA, 1965-72, p. 693-753.
 
[21] . Muy frecuentemente cada uno de esos interfluvios individualizados  recibían la denominación de braña, aunque dicha denominación no tiene siempre que ir unida a dicha unidad del relieve. Cuando era así, sobre la cumbre redondeada podían asentarse más de un sel y, en cualquier caso, cada braña podía siempre albergar varios seles.
 
[22] . El límite septentrional que se deduce de la concordia es el que hoy corresponde al territorio de la Mancomunidad. Véase RIOS, 1878.
 
[23] . RÍOS, 1878, p. 61-63.
 
[24] . RÍOS, 1878,  p. 25 y ss.
 
[25] . Art. 83 de las Ordenanzas del Valle.
 
[26] . Así se dice en el artículo 38 de las Ordenanzas de 1570. Dado que en dicho artículo se hace referencia a algunos vecinos y concejos, sugiere que dichos derechos habían sido adquiridos de forma familiar (gentilicia).
 
[27] . Las Ordenanzas los mencionan y sitúan en las “salidas” de los pueblos; también se hace referencia a ellos en los sucesivos pleitos con Campoo. Sin embargo, su número debía ser reducido y en algunos casos coincidir con las ventas que existían junto al Camino Real. Las Ordenanzas prohibieron su establecimiento, así como cualquier cierre y rotura, en la Dehesa del Valle.
 
[28] . No debían haber cambiado mucho desde que Laurent Vital -ayuda de Cámara de Carlos I y acompañante del mismo en el primer viaje del rey a España en 1517- pasase por el Valle; refiriéndose a los Tojos señalaba en su crónica del viaje: “… en este lugar no había casa alguna que ni fuese hedionda e infecta, por el estiércol del ganado, que está acostumbrado a dormir dentro…”. CASADO. 2000, p. 43.
 
[29] . Vecino que por vez y en función del ganado que tuviese actuaba de pastor por turno.
 
[30] . Existe, sin embargo, algún topónimo como la “casa del toro roza” (en Ruente) y alguna referencia oral que aseguran haber oído a personas mayores que en este o aquel pueblo había un prado del toro.
 
[31] . En Barcenillas el proceso de selección del semental y ayudante era el siguiente: para el día de San Miguel (29 de septiembre) los regidores elegían los cuatro “bellos” (entre 1 y 2 años) que considerasen mejores (desde entonces los dueños no podían venderlos, a no ser que lo fuesen juntamente con su madre, en cuyo caso tenían que elegir otro), al año siguiente por la misma fecha de los cuatro elegirían los dos mejores  (“rechados” de 2 a 3 años)  y al siguiente al mejor de los dos, que tendría ya 3 años y que sería el ayudante de padre durante ese año. Al final de ese año el ayudante podía sustituir al padre, pero el concejo podía decidir que el toro padre se mantuviese otro año más (de 5 a 6 años), en cuyo caso el dueño del ayudante podría venderlo (ya habría un nuevo ayudante). Art. 40 de las Ordenanzas de Barnecillas de 1755.
 
[32] . En efecto, la demonización de la cabra como animal enormemente dañino para el arbolado procede de planteamientos modernos aparecidos en la primera escuela de Ingenieros de Bosques (creada el 1 de mayo de 1835), primitivo origen del cuerpo de Ingenieros Forestales. Con anterioridad, aunque la ley de Montes de 1748 ya limitaba el pastoreo en las áreas plantadas de bellota, no hubo exclusión absoluta en la totalidad de los espacios arbolados y cuando se restringió el pastoreo no se hizo sólo con las cabras. Aún en tiempos recientes algunos vecinos cabuérnigos negaban que las cabras pudiesen perjudicar la regeneración del hayedo. Véase  RODRÍGUEZ y ZAVALA. 2000, p. 269 y ss.
 
[33] . AHPC. Sección Juntas Territoriales Antiguas (JTA), leg. 3-1.
 
[34] .  Archivo de La Mancomunidad Campoo-Cabuérniga.
 
[35] . González y Corbera. 2000, p. 289.
 
[36] . GÓMEZ. 1995, p. 61
 
[37]. ARCHE. 1945.
 
 

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Ficha bibliográfica:
 
CORBERA MILLAN, M. La resistencia de un sistema milenario de trashumancia ganadera de corto recorrido en el Valle de Cabuérniga (Cantabria). Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (01). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-01.htm> [ISSN: 1138-9788]