Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (24), 1 de agosto de 2006 

LA REORGANIZACIÓN DE LA GEOGRAFÍA EN MÉXICO EN 1914:
CRISIS INSTITUCIONAL Y RESIGNIFICACIÓN DE LA PRÁCTICA

Luz Fernanda Azuela
Instituto de Geografía, UNAM

Claudia Morales Escobar
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM


La reorganización de la geografía en México en 1914: crisis institucional y resignificación de la práctica (Resumen)

Durante el Porfiriato, el desarrollo de la geografía se encuadró en el entorno institucional del Observatorio Astronómico Nacional(1876), la Comisión Geográfico Exploradora (1877) y el Observatorio Meteorológico (1877), concebidos como organismos complementarios. La Comisión Geográfico Exploradora tuvo el encargo de efectuar el levantamiento cartográfico que precisaba el régimen, aunque con los años se comprometió en otras actividades. Sin embargo, a lo largo de los treinta años que duró el mandato de Porfirio Díaz, la geografía mantuvo los mismos objetivos, de acuerdo con un concepto invariable del territorio nacional.

En este trabajo presentaremos una visión a vuelo de pájaro de la Comisión Geográfico Exploradora (CGE) entre los años de 1878 y 1911, para exponer los designios originales del organismo, así como las modificaciones y adaptaciones que se dieron en la práctica. En segundo lugar, plantearemos los rasgos de la crisis institucional que acusó la CGE con la caída del régimen y la recomposición del sistema científico propuesta por el caudillo revolucionario Venustiano Carranza en 1914. Finalizaremos con la exposición del proyecto de la Dirección General de Estudios Geográficos y Climatológicos, que recogió la estafeta de la CGE modificando el sentido de la geografía institucional, a partir de una conceptuación del patrimonio territorial congruente con el ideario de la Revolución Mexicana.

Palabras clave: Historia de la geografía, Comisión Geográfico Exploradora, Porfiriato, Revolución Mexicana, Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos


Reorganization of geography in Mexico, 1914: institutional crisis and practice new signification (Abstract)

During Porfirio Díaz’ dictatorship (1876-1911), geography was practiced mainly in three institutions: the National Astronomical Observatory (1876), the Geographical Survey (1877) and the Meteorological Observatory (1877). The three of them were conceived as complementary establishments . Production of the whole national cartography was the main task of the Geographical Survey, but in the forthcoming years other projects were pursued. Nevertheless, during Porfirio Diaz’ thirty years government, geography maintained the same scientific objectives, derived by an unwavering concept of territory.

This paper will display a swift view of the Geographical Survey’s activities, showing its original purposes and pointing out changes undergone in the period 1878-1911. A brief characterization of the institutional crisis stemmed from the Mexican Revolution, will be followed by Venustiano Carranza’s proposal for scientific organization (1914). The paper will close by examining the program of a new scientific institution for geographical practice (Geographical and Climatologic Research Department), where activities would be led by a new concept of territorial patrimony and geographical practice, according to revolutionary ideas.

Key Words: History of Geography, Geographical Survey, Porfirio Díaz, Mexican Revolution, Geographical and Climatologic Research Department.


El cultivo de la geografía en las instituciones científicas del Porfiriato

La consolidación institucional de la geografía y su profesionalización en el último cuarto del siglo XIX en México, se inscriben dentro del movimiento de fomento a las ciencias que caracterizó el largo mandato de Porfirio Díaz (1876-1911). Consciente de la eficacia del ensamblaje que conectaba la ciencia y la tecnología con el poder político, Díaz hizo de la primera el instrumento más fiel para apuntalar su autoridad. Sabía que la legitimidad política a la que aspiraba no dependía únicamente de la fuerza de las armas y entendía que no podría mantener las relaciones de autoridad y subordinación que precisaba, confiando el conocimiento del territorio a “los voluntarios y los amateurs” (Lafuente y Valverde, 2002 p.45). De ahí su decisión de profesionalizar la investigación científica y encauzarla a través de nuevos organismos que la articularían con el proyecto modernizador (Azuela, 1996); [1] y también, su convicción de impulsar en primer término el conocimiento científico del territorio que allanaría el control territorial.

Por eso, antes de cumplir seis meses a cargo del Ejecutivo, Porfirio Díaz había fundado las tres instituciones que encuadraron el desarrollo de la geografía y promovieron la profesionalización de las disciplinas científicas relacionadas con su práctica. Nos referimos al Observatorio Astronómico Nacional(1876), la Comisión Geográfico Exploradora (1877) y el Observatorio Meteorológico (1877), establecimientos adscritos al Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, cuyo mero apelativo descubría la orientación de las dependencias científicas del régimen.

Efectivamente, para el último cuarto del siglo XIX no sólo era evidente que el conocimiento geográfico resultaba indispensable para el control político, sino que los esfuerzos personales o la fortuita voluntad de algunas colectividades eran insuficientes para efectuar el estudio sistemático del país. Este último reclamaba que la geografía se situara en el centro de una política científica de largo aliento que vinculara el reconocimiento territorial con la política modernizadora. Fue entonces cuando se encomendó al Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio el establecimiento de los organismos de investigación (Azuela, 1996), modelados bajo el precepto del orden científico y el imperativo de estimular la productividad económica que encauzaría el progreso del país. En consecuencia, las prácticas científicas fraguadas en Fomento tuvieron una tendencia marcadamente práctica, utilitarista y, con suerte, lucrativa.

Para el caso de la geografía, los imperativos ministeriales definieron los elementos para la conceptuación del recurso territorial y el modo de apropiación cognitiva del mismo: Al primero se le asignó la condición de “espacio vacío” y la caracterización de “patrimonio subutilizado”. Y siendo la racionalización agropecuaria la base de la plataforma que promovería la riqueza del país, se diagnosticó la necesidad de brazos para explotar la inmensidad del territorio (Craib, 2000), abriéndose paso a una política de colonización que se mantuvo a lo largo y ancho del país durante treinta años (Mendoza, Sunyer y Ribera, 2002).[2]

En lo que toca a la fórmula epistemológica que se adoptó, las nuevas instituciones se valieron de la expresión cartográfica como vehículo privilegiado para articular los avances del conocimiento geográfico. Aunque hay que reconocer que la investigación territorial también se nutrió de los reconocimientos efectuados en otros proyectos –prospección geológica, ligada a la minería; delimitación de baldíos para la colonización; exploración de regiones con potencial económico; y comisiones de límites– (Azuela, 2005 p.136-161).

El programa cartográfico que se formuló, tenía que elevarse por encima de la larga historia de fracasos que llevaba a cuestas desde la Independencia y competir con ventaja con el rico acervo de cartas particulares y regionales, de distintas escalas y propósitos diversos, que se habían acumulado con los años. Destacaban aquí los empeños de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, en cuyo archivo se custodiaba el viejo encargo de la Carta General de la República que seguía pendiente. Aunque ya se contaba con la de García Cubas, calificada como la mejor representación a la mano –independientemente de su exactitud–, ya que incorporaba los resultados parciales más precisos de su época (1863).

Tan magro panorama permite valorar la escala del proyecto institucional de Porfirio Díaz donde la fundación del par de establecimientos que darían cuerpo al programa cartográfico –el Observatorio Astronómico y la Comisión Geográfico Exploradora-, se completaba con el Observatorio Meteorológico que reuniría los datos atmosféricos que afinarían el conocimiento geográfico del territorio nacional. De esta manera, los tres organismos proporcionarían datos sobre la naturaleza física del país -considerado como un todo coherente-, cuyo valor económico se enfatizó en la primera formulación de sus respectivos programas de trabajo. Sin embargo, a lo largo de los años esta conceptuación sufrió modificaciones, como veremos.
En efecto, la documentación de los primeros años afirma que el Observatorio Astronómico Nacional (OAN) operaría como un observatorio central para la determinación de la posición geográfica de las distintas localidades de la República, con el objeto de coadyuvar a las actividades cartográficas y geodésicas que ejecutaban otras dependencias (Chavero, 1883-1885,p.418). La Comisión Geográfico Exploradora tendría por objeto primordial hacer las cartas generales de la República en fracciones, para construir la Carta General, y también, las cartas particulares de cada estado o territorio. ElObservatorio Meteorológico Central (OMC), por su parte, dirigiría las actividades de la red de estaciones que operaría en todo el país, dictando los cánones para el registro de los datos, que posteriormente serían concentrados y analizados para la eventual ejecución de estudios climatológicos (Riva Palacio, 1877, p.45).

Los mismos documentos muestran que el Observatorio Meteorológico dependía directamente de la Comisión Geográfico-Exploradora del Territorio Nacional (CGE). Sujeción, que el Ministro Riva Palacio explicó señalando el objetivo común de los organismos de "dar a conocer [el territorio nacional] bajo todos sus aspectos, a fin de promover, entre otros beneficios, el de la inmigración extranjera". Y más aún, el decreto de creación del Observatorio anticipaba el "establecimiento de la Red Meteorológica Nacional" y explicaba que la investigación del territorio tendría por objeto “relacionar los varios fenómenos de la vida vegetal con los cambios atmosféricos [como] base indispensable para el buen éxito de muchas operaciones así agrícolas como fiscales y económicas" (Riva Palacio, 1877, p. 45-46).

Como puede verse, el Ministerio ataba en un mismo párrafo conocimiento y colonización; ciencia y beneficio económico; geografía y política. Y también, la visión de complementariedad entre las actividades de los tres establecimientos científicos OAN, CGE y OMC, que se mencionó arriba.

Sin embargo, esta estrategia junto con las sanas intenciones de Riva Palacio sucumbieron con su ministerio, pues para 1880 el nuevo titular de Fomento halló razones para rescindir la subordinación del Observatorio Meteorológico a la CGE.[3] La decisión tuvo aspectos favorables, ya que significó la autonomía del Observatorio –expresada en la partida especial del presupuesto Federal que se le asignó- y la institucionalización definitiva de la meteorología (Bárcena, 1877-1882:189). Por parte de la Comisión Geográfico Exploradora, la separación de los organismos tuvo mayores beneficios ya que a partir de este momento se observa un crecimiento considerable de la CGE, tanto en términos presupuestarios como en su visibilidad social. Aunque también es cierto que al disociar los objetivos comunes del ejercicio de cada dependencia, se dio al traste con la articulación de las prácticas científicas y se relegaron las intenciones que les dieron vida.

Independientemente de este extravío y sin descargo de sus consecuencias científicas, habría que señalar que cuando el General Carlos Pacheco quedó a cargo de Fomento (mayo de 1881), la CGE recibió tal apoyo que sus presupuestos fueron los más altos de los organismos científicos del Ministerio. Pero había justificación para los gastos, ya que la Comisión había ampliado su campo de actividades más allá de la cartografía, pues desde marzo de 1879 había confiado al ingenieroFernando Ferrari Pérez la colecta de especimenes naturales, que luego se ordenarían y clasificarían. [4] La actividad naturalista se fue intensificando y en julio de 1882 se inauguró formalmente la Sección de Historia Natural de la Comisión, contratándose un "segundo naturalista”, con la encomienda de efectuar la exploración geológica (Aguilera, 1896 p. 12).

Así, mientras la interacción entre las tres entidades originales se atenuaba, la CGE afianzaba su autonomía mediante la redefinición de su práctica científica. Pues además del encargo primigenio de levantar la cartografía del país, ahora la Comisión Geográfico Exploradora se había arrogado el compromiso de levantar el inventario de las riquezas naturales de la nación, con tal éxito que para 1890 el voluminoso acervo alcanzó para formar un museo de Historia Natural en Tacubaya.[5]

La bonanza de la Comisión continuó durante la gestión de Manuel Fernández Leal (1891-1900), quien al asumir el cargo de secretario Fomento quiso puntualizar los objetivos de la CGE, indicando que su misión iba más allá de “la necesidad pura y simple de conocer el país”. El ministro precisó que sus trabajos tenían el propósito de “fomentar la agricultura y la industria, para atraerles capital [y] para sugerir a nacionales y extranjeros la explotación de nuestras riquezas...” (Fernández Leal, 1896, p.30).

Se trataba, sin lugar a dudas, de un regreso a la definición expuesta por Riva Palacio cuando se creó el organismo y también de una advertencia sobre el destino utilitario de la ciencia subvencionada por el gobierno. Aunque Bernardo García interpreta la posición del ministro en virtud del relevo de los hombres de ciencia “por los desarrollistas” (García, 1975, p. 513).

Sin embargo, las actividades de la CGE no habían registrado cambios significativos en cuanto a la preeminencia de la actividad cartográfica, si exceptuamos su vinculación creciente con la recolección naturalista, que cada vez se hacía más atractiva por su visibilidad pública. De hecho, cuando falleció Agustín Díaz, director fundador de la CGE (1893), sus sucesores Julio Alvarado (1891-1901) y Ángel García Peña (1901-1912) parecen haber privilegiado la colecta de ejemplares para su exhibición en exposiciones internacionales y ferias (Cuevas, 2005, p. 55-57), aunque también es cierto que mantuvieron las labores cartográficas (García, 1975, p. 513).

Los grandes cambios se manifestaron a la vuelta del siglo, cuando la arbitraria evaluación de los políticos signó el desigual destino de las instituciones científicas porfirianas. Por un lado se observa la construcción de un edificio especial para el Instituto Geológico de México (Azuela, 2005) y la celebración del X Congreso Internacional de Geología en 1906, que fortalecieron el devenir de la disciplina. La Comisión Geográfico Exploradora, por su parte, sufrió la escisión de su Sección de Historia Natural para volver a sus objetivos cartográficos, dejando la investigación naturalista a la nueva Comisión Exploradora de la Fauna y la Flora Nacionales (1907). Y el mismo año, el nuevo secretario de Fomento, Olegario Molina (1907-1911) se desembarazó de dos dependencias científicas, arguyendo que la investigación científica “pura” que realizaban no producía los rendimientos apropiados a los objetivos del Ministerio.6]

Las drásticas medidas del Ministro obedecieron desde luego, a las prioridades de lucro del acelerado crecimiento capitalista de los albores del siglo XX en México. Prioridades, que desde luego tuvieron su traducción en la orientación de las tareas de la Comisión Geográfico Exploradora, a quien se encargaron crecientemente operaciones catastrales y topográficas, vinculadas con las necesidades de los inversionistas.


La crisis de las instituciones científicas en el estallido revolucionario

Cuando estalló la Revolución Mexicana la CGE acusó el golpe con un recorte súbito de personal, pues como buena parte de los empleados del organismo provenían de la Secretaría de Guerra, en mayo de 1911 se retiraron todos los oficiales que servían en los trabajos de campo.

Los encargados del ejecutivo que sucedieron a Porfirio Díaz no quisieron o no tuvieron tiempo de ocuparse del proyecto de la Comisión, de manera que hasta 1913 el establecimiento mostró signos inequívocos de parálisis institucional, que aminoraron brevemente durante la dictadura del golpista Victoriano Huerta (febrero de 1913-julio de 1914), cuando se publicó “la última hoja de la carta general de la república”. Sin embargo, la suerte de la Comisión estaba echada: cuando cayó Huerta, el edificio de Xalapa fue ocupado por el ejército y todos sus bártulos se trasladaron a Tacubaya “sin miramiento alguno” (García, 1975, p. 520-521). Entretanto, habían comenzado a correr ríos de tinta para justificar su deceso, o más justamente, la masacre que agobió a las instituciones científicas del Porfiriato en nombre del ideario de la Revolución.

 
Sin ánimo de rasgarse las vestiduras, habría que reconocer el encono con que se descalificaron algunas de las obras más señaladas de la ciencia porfiriana. Pues sin el menor pudor se les acusó de elitistas, teóricas, o de meros artilugios propagandísticos. Ejemplo de ello es la apreciación de José C. Valadés, quien después de despotricar contra la política sanitaria y educativa del régimen, se refirió al Instituto Geológico en los siguientes términos:
Con viso científico, ha sido fundado en 1891 el Instituto nacional de geología [...] A pesar de la pompa en la inauguración del nuevo establecimiento, [al Director] el gobierno sólo le concede como auxiliares en las investigaciones que ha de llevar a cabo en la república, cuatro geólogos y dos ayudantes. (Valadés, 1967, p. 243)
Con este y otros ejemplos de las instituciones científicas, el historiador hizo escarnio de “la proclama de una vida científica en México” durante el gobierno de Díaz. Para Valadés, “los planes desarrollados por el régimen porfirista sólo condujeron a la fabricación de nuevos parámetros oficiales”. Los trabajos científicos corrieron peor suerte, pues aunque valora los que realizaron unos cuantos, llegó al extremo de afirmar “que ningún interés despertaron en el país ni sirvieron para dar justa nombradía [a sus autores]” (Valadés, 1967, p. 241-243).
El anticientismo que abanderaron los ideólogos la Revolución tuvo distintos matices que no viene a cuento detallar. Baste comentar que algunos hicieron una valoración errada de los propósitos de la práctica científica del antiguo régimen. Entre ellos destacó el pensador José Vasconcelos (1882-1959),[7] quien pregonaba el abandono definitivo de la ciencia teórica e inútil que practicaban los siervos de la dictadura y proclamaba el nacimiento de una “verdadera ciencia”, donde el talento de nuestros científicos se destinaría a desarrollar una ciencia productiva, aplicada al bienestar del país. La “verdadera ciencia” se encararía:
… contra toda esta falsa tradición científica nuestra, contra la ciencia oficial, contra las celebridades confeccionadas en las antesalas, contra nuestros falsos sabios, contra los falsos líderes y eminencias, es contra los que se va a luchar... (Vasconcelos, 1922, p. 320)

Con puede verse, el rector Vasconcelos recurría a la ciencia para legitimar a la Revolución, igual que los porfirianos cuando le apostaron a la ciencia práctica para el progreso de la nación y la felicidad de sus pobladores. Pero la discusión no se detuvo en la diatriba ideológica y se hicieron estudios muy serios sobre la ciencia de la dictadura.

Sobre la Comisión Geográfico Exploradora, en concreto, las críticas habían comenzado a menudear desde la época de Agustín Díaz. Pero se distinguió un trabajo del Ing. Fernando Díaz Rivero, sobrino del Director de la Comisión y ex-integrante del organismo, que abordaba aspectos técnicos de los trabajos ejecutados y presentaba propuestas alternativas (1896) (García, 1975, p. 521-523). Con base en éstas y otras consideraciones de mayor enjundia se dio paso a la transformación de la CGE, en el marco de la reorganización de las instituciones científicas que abanderó Venustiano Carranza.[8]

Para el caso de la geografía y en términos muy generales, el gobierno constitucionalista dictaminó que las dependencias porfirianas –Comisión Geográfico Exploradora, Comisión Geodésica Mexicana, Observatorio Astronómico Nacional y Observatorio Meteorológico- obedecían al imperativo de hacer de México un escenario atractivo para el colonizador y el inversionista. Ya que su inmenso territorio, técnicamente deslindado y perfectamente articulado con los centros de intercambio comercial, estaba constituido por fértiles tierras sin propietario y por consiguiente abiertas a la colonización europea y listas para la inversión extranjera.

Pero las objeciones no pararon ahí y hubo quien puso el dedo en las llagas de la Comisión Geográfico Exploradora, con tal precisión que su reforma se hizo inexcusable. Nos referimos al Ing. Pastor Rouaix (1874-1950), quien encabezaría el Ministerio de Fomento en el organigrama que dispuso Venustiano Carranza en 1914. La visión de Rouaix sobre el papel de la geografía en el México revolucionario es especialmente reveladora, porque fue el autor de la primera ley agraria del país (3 de octubre de 1913), además de que había adquirido cierta experiencia en las ciencias geográficas, a partir de su ejercicio como topógrafo en el estado de Durango, que le habían facultado para formar una carta geográfica del estado y luego escribir su geografía (Tamayo, 1958, p. 68).[9]

La propuesta institucional para la ciencia revolucionaria
El 26 de febrero de 1915, el gobierno carrancista publicó una circular en la que se disponía la reorganización del Ministerio de Fomento a partir de una nueva estructura administrativa. La propuesta del caudillo revolucionario obedecía a una lógica distinta a la de sus predecesores, porque para entonces se habían consolidado nuevas prioridades en las agendas políticas, que conferirían la primacía a la cuestión agraria en el diseño de los objetivos de las dependencias bajo su tutela.
La reorganización se hizo efectiva en agosto de 1915, cuando las treinta y tantas dependencias que antiguamente integraron el Ministerio se agruparon para formar una Oficialía Mayor y 12 Direcciones. De acuerdo con Alfonso L. Herrera, el nuevo esquema obedecía a la analogía de los objetivos y las funciones de los antiguos organismos, que se concentrarían coherentemente “para que diesen resultados prácticos, por las aplicaciones [...] a la industria y a la agricultura” (Herrera, 1921, p. 10). Así, la Dirección de Estudios Biológicos se fundó a partir de la reunión del Museo de Historia Natural, el Instituto Médico Nacional y la Comisión de Exploración Biológica del Territorio Nacional (antigua Sección de Historia Natural de la CGE). Mientras que la Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos (DEGC) fusionaba la antigua Comisión Geográfico Exploradora, el Observatorio Astronómico Nacional y el Observatorio Meteorológico –con todo y red nacional. La novedosa organización, atribuida a Pastor Rouaix, buscaría impulsar las principales fuentes de riqueza de la nación, al tiempo que estimularía el cultivo de las ciencias y el desarrollo productivo. De acuerdo con un documento oficial, aquella riqueza consistía en:

“la minería, la explotación de petróleo, la agricultura, el establecimiento de nuevas industrias, la distribución de tierras y de ejidos para los pueblos, la explotación de bosques, al mismo tiempo la reforestación de ellos, el aprovechamiento de las corrientes de agua para riego y producción de fuerza motriz y en general todo lo que significara mejoramiento social”.

El documento argumentaba, que el Ministerio promovería la salvaguarda del patrimonio nacional de tal manera “que al mismo tiempo estimulara los elementos de capital [...], evitara la creación de monopolios y acabara con el antiguo sistema de privilegios” (Boletín de Fomento..., 1916, p. 4).

Como puede verse, la mera formulación del ideario de Rouaix hace explícita una nueva concepción del recurso territorial, que ahora se piensa en términos de la atención a las necesidades “de los pueblos”, considerando la distribución de la tierra y de las aguas para alcanzar una decorosa justicia social. Con estas aspiraciones en mente, se organizó la Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos, cuyo primer titular fue el ingeniero geógrafo y astrónomo Pedro C. Sánchez (1871-1956) [10]. La dependencia quedó conformada por tres departamentos: la Comisión Geográfica de la Republica, el Departamento deObservatorios Astronómicos y el Departamento de Observatorios Meteorológicos y Seismológicos (Boletín ... de Fomento..., 1917, p. 11). [11]

La importancia que se confirmó a la Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos (DEGC) dentro del Ministerio de Fomento fue considerable, como puede juzgarse en la distribución presupuestaria, donde ocupaba el tercer lugar después de la Dirección de Agricultura y la de Minas y Petróleo con una asignación de $595,159.00 (Presupuesto.. de Fomento..., 1915, p. 32).12]

En el año de 1916 las actividades de la Dirección de Estudios Geográficos ya sumaba algunos logros que no cabe detallar en este momento, aunque vale la pena mencionar la continuidad del trabajo cartográfico, la publicación del Boletín e incluso un concurso científico convocado por el Primer Jefe Constitucionalista, quien justificó la iniciativa aludiendo a “la urgente necesidad”

"de impulsar los estudios científicos que tengan por objeto dar a conocer su geografía, su fauna, su flora, sus riquezas naturales desconocidas y los medios más fáciles y seguros de explotarlas al mismo tiempo que estimular los descubrimientos e inventos en todos los ramos del saber humano, que, al ser útiles a la humanidad hagan conocido el nombre de México en los centros científicos del mundo..."

La cita de Carranza viene a cuento para subrayar la continuidad que se mantuvo entre porfiristas y revolucionarios en el uso legitimador de la ciencia. Pero para advertir las diferencias conceptuales es preciso referirse al antropólogo Manuel Gamio (1883-1860),[13] quien expresó así la conceptuación de las funciones del Ministerio de Fomento, en el régimen constitucionalista:

Informado en modernos y sensatos conceptos antropológicos, geográficos y biológicos [Pastor Rouaix] ha ampliado e integrado armónicamente la esfera de acción de la Secretaría […], la cual ya no sólo se ocupa del estudio del territorio y del exclusivo aspecto estadístico de la población, sino que considera conjuntamente las diversas características y aspectos de ambas entidades y procura determinar y mejorar su mutuas relaciones orgánicas y funcionales.

De acuerdo con estos lineamientos, continúa Gamio, la Secretaría de Fomento se propuso dos metas “de tendencia nacionalista [y carácter] eminentemente práctico: Estudiar y fomentar las condiciones de posesión, producción y habitabilidad del territorio nacional; [así como] estudiar y fomentar el desarrollo de su población”. Subrayaba que no podía “concebirse aisladamente el territorio sin la población y viceversa, ya que la producción de aquel depende de la eficiente cooperación de esta última”. Mientras que el desarrollo de la población estaba “supeditado a las condiciones de habitabilidad del territorio” (Gamio, 1918, p. 5).

En relación con este último aspecto, Gamio aludía a las amargas experiencias del pasado y señalaba que “la Revolución apenas terminada [había hecho] tangible, que el conocimiento de la tierra, su posesión equitativa y proporcional, su producción normal y el mejoramiento de sus condiciones de habitabilidad, constituían las bases fundamentales sobre las que tendría que sustentarse el bienestar de la población” (Gamio, 1918, p. 6).

A renglón seguido, el antropólogo enumeraba los aspectos físicos que debían registrarse en la exploración territorial, y aclaraba que el “el conocimiento de todo esto que propiamente constituye a la tierra, es indispensable para poder legislar autorizadamente su posesión, fomentar su producción y mejorar su habitabilidad.” Ésta era la tarea “de la Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos, que como su nombre lo indica, estudia la geografía y el clima y prepara el futuro gran levantamiento del área y del relieve del territorio” (Gamio, 1918, p. 6)

La importancia de los estudios geográficos para Gamio, radicaba en su función medular para “la futura legislación agraria”, en donde se materializarían las demandas revolucionarias. Pues “la repartición equitativa y proporcional de la tierra”, tendría que hacerse sobre la base de los datos que proporcionaría sobre la constitución del país, mismos que se integrarían a los “que suministrarían las [otras] Direcciones de Fomento”. Y destacaba entre los objetivos más apremiantes, la investigación de “las condiciones económicas regionales- actuales y pretéritas- en lo relativo a [la] propiedad [de la tierra]; el estado actual de la misma propiedad en lo que toca a las condiciones sociales y étnicas [y] la posibilidad agrícola de las diversas regiones del territorio”. Haciendo eco de una de las demandas más vehementes de los agraristas, acotaba que “la posesión de la tierra tenía que ir acompañada del uso de las aguas […] siendo por lo tanto urgente y trascendental la apreciación de nuestro caudal de aguas pluviales, lacustres y represadas y el fomento de la irrigación artificial”. (Gamio, 1918, p. 7)

Por último y para encadenar las actividades de investigación territorial con el factor humano, Gamio introdujo el tema de la población con las siguientes palabras:

Una vez establecidas las condiciones convenientes de posesión, producción y habitabilidad del territorio, es necesario conocer los antecedentes y las características raciales y culturales de la población actual para poder suministrar los medios autorizados que satisfagan las necesidades y aspiraciones de dicha población, la que sólo así alcanzará un floreciente desarrollo físico e intelectual.

Como puede verse, la ideología revolucionaría había abierto la puerta hacia una novedosa propuesta para la práctica de la geografía, que ahora partiría de la base de la conceptuación del territorio en términos de su “habitabilidad”. Porque desde que los desposeídos se hicieron oír, el territorio baldío que los porfiristas quisieron colonizar se pobló de rebeldes que reclaman “Tierra y Libertad”. La Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos se forjó entonces como un instrumento de nuevo cuño que miraría el territorio del México revolucionario como un bien para realizar la justicia social.

Notas
 

[1]Porfirio Díaz estableció alrededor de una veintena de instituciones científicas durante su administración (1876-1911).
[2]Cabe aclarar que la política de colonización se inició prácticamente con la Independencia y aunque su éxito fue francamente exiguo, durante el Porfiriato se manifestó un leve despunte relacionado con las compañías extranjeras que invirtieron capitales en minas, ferrocarriles y otras empresas, incluyendo las deslindadoras y urbanizadoras.
[3] En 1880 subió a la Presidencia Manuel González y Porfirio Díaz quedó como titular de Fomento (del 1º de diciembre de 1880 al 23 de mayo de 1881). El gobierno de González sirvió para legitimar la reelección de Díaz en 1884, siendo ésta una de las razones para incluir el cuatrienio dentro del período histórico denominado Porfiriato.
[4] Ferrari Pérez era egresado de la Escuela de Ingeniería. De 1879 a 1882, la práctica naturalista se efectuaba con Ferrari, un colector, un ayudante y un mozo.
[5] Para el ordenamiento de sus colecciones recurrió al Instituto Smithsoniano, al Museo Británico y al Jardín de Plantas de París.
[6] El Instituto Médico Nacional (1888) –que tenía una Sección de Geografía Médica-, se trasladó a Instrucción Pública y la Comisión de Parasitología Agrícola (1900) desapareció definitivamente.
[7] José Vasconcelos (1881-1959) Abogado y político mexicano. Tomó parte activa en la Revolución de 1910; fue rector de la Universidad Nacional y de 1921 a 1924 desarrolló una extraordinaria labor como Secretario de Educación Pública. Perteneció a incontables agrupaciones culturales del país y del extranjero.
[8] Venustiano Carranza (1859-1920), caudillo revolucionario que representó la facción moderada del movimiento. Encabezó las fuerzas constitucionalistas que derrocaron la dictadura de Huerta y gobernó el país entre 1914 y 1920, período de grandes rupturas, en el que se redactó y aprobó la Constitución de 1917.
[9] Originario de Tehuacan, Puebla, ejerció su profesión en Durango del que fue gobernador del 2 de julio de 1913 al 7 de agosto de 1914. En el Congreso Constituyente de Querétaro fue el aglutinador de las fuerzas progresistas que propusieron el texto de los artículos 27 y 123 de la Constitución vigente.
[10] Pedro C. Sánchez (1871-1956), estudió las carreras de Ingeniero Geógrafo e Ingeniero de Minas. Trabajó en el Instituto Geológico, en el Catastro y en la Comisión Geodésica, en donde llegó a ocupar los cargos de subdirector y director.
[11] La Comisión Geográfica de la Republica estaba constituida por cinco secciones: Geodesia, Topografía e Hidrografía en el continente, Cálculos y Dibujo, Trabajos en las Costas y en el Mar, y Cartografía.
[12] La Dirección de Agricultura ocupaba el primer lugar con un total de $ 1.012,150 00 y la Dirección de Minas y Petróleo recibía $901,635 00, a la DEGC se le destinó.
[13] Manuel Gamio Antropólogo mexicano e impulsor del moderno indigenismo en América Latina organizó la Dirección de Estudios Arqueológicos y Etnográficos en 1918, de la Secretaria de Fomento.
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© Copyright Luz Fernanda Azuela, Claudia Morales Escobar 2006

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Ficha bibliográfica:

AZUELA Luz Fernanda, ESCOBAR Claudia Morales.  La reorganización de la geografía en México en 1914: crisis institucional y resignificación de la práctica. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (24). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-24.htm> [ISSN: 1138-9788]


 

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