Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (47), 1 de agosto de 2006 

LA INDUSTRIA EN LA CIUDAD. LOS ESFUERZOS DE LA SOCIEDAD ECONÓMICA
BARCELONESA DE AMIGOS DEL PAÍS PARA ARMONIZAR LOS INTERESES
DEL PROGRESO INDUSTRIAL Y EL BIENESTAR CIUDADANO (1820-1880)

 
Jerónimo Bouza
Departamento de Geografía Humana
Universidad de Barcelona
 

La industria en la ciudad.  Los esfuerzos de la Sociedad Económica Barcelonesa de amigos del País para armonizar los intereses del progreso industrial y el bienestar ciudadano (1820-1880) (Resumen)

El desarrollo industrial de Barcelona, que desde finales del siglo XVIII se mostraba ciertamente vigoroso, experimentó un notable empuje con la introducción de las máquinas de vapor, a partir de la cuarta década del siglo XIX. Este impulso industrial no estuvo exento de problemas; aquí analizamos los relativos a la salubridad, seguridad y bienestar de los vecinos ante la proliferación de calderas y chimeneas en el interior de la ciudad. Seguiremos este proceso a través de las opiniones de la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País (SEBAP) y de los debates producidos en su seno.

 
Palabras clave: Industrialización, higiene, Barcelona




The industry in the city.  The efforts of the Sociedad Económica Barcelones de Amigos del País to reconcile the progress interests and the citizens welfare (1820-1880) (Abstract)

The introduction of  steam engine implied the enhancement of the industrial development in Barcelona. The generalization of the industrial processes was associated with sanity, security and comfort problems for the citizens, due to big number of boilers and chimneys located in the city. This article analyzes these processes taking in account the opinions and debates of the Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País.

Key-words: Industrialization, hygiene, Barcelona
 



 

Las ciudades que venían siendo enclaves importantes de localización de oficios artesanales hubieron de adaptarse, con la industrialización, a situaciones de cambio tan rápido como generalizado en todos los órdenes de la vida ciudadana. Quizás el más significativo de todos ellos, por cuanto condicionaba tanto el desarrollo urbanístico como todo tipo de relaciones económicas y sociales, fue el considerable aumento del número de sus habitantes.

En Europa Occidental, desde las décadas finales del siglo XVIII, gran parte de las ciudades industriales experimentaron un crecimiento de población –debido tanto al aumento de la natalidad y descenso de la mortalidad como a la inmigración- más rápido de lo que podían absorber, dando lugar a la creación de barrios obreros marginales y a la intrincada acumulación de viviendas y fábricas en los centros históricos[1].Este problema tuvo caracteres especialmente graves en ciudades que, como Barcelona, estaban fortificadas y no era posible, por motivos de carácter militar, la edificación fuera de las murallas hasta una distancia de 1250 metros. Fábricas y población se multiplicaban, pues, en el interior del recinto amurallado.

En España fue durante el período comprendido entre el Trienio liberal (1821-1823) y la Regencia de Espartero (1841) cuando cristalizaron los cambios que venían gestándose desde el último tercio del siglo XVIII y que marcarían el desarrollo industrial de Barcelona y de toda Cataluña. Este período fue un tiempo de gran inestabilidad en el que se sucedían etapas de absolutismo cerril con otras de esperanza liberal o de guerra civil. Inestabilidad política que respondía a profundos motivos sociales y económicos.

En Barcelona, por esos años, se producía el principio del fin de una época y del comienzo de una nueva etapa. La sociedad estamental del Antiguo Régimen –con sus procesiones de Corpus y sus fiestas gremiales-, aquella sociedad estática –por cuanto no podía esperarse movilidad social, sólo mejora profesional- dejaba paso a un campo abierto en el que los diferentes sectores tratarían de imponer su modelo de ciudad y, por ende, de sociedad. Fueron unos años de intenso debate, de incertidumbres, de tensiones sociales, de una especie de partida de ajedrez en la que las instituciones representativas tomaban posiciones para influir en la estrategia de desarrollo urbano. Estrategia que, lejos de limitarse a una simple evolución urbanística, embebía todas las actuaciones políticas, sociales, económicas y culturales.El pasado comercial, artesano y financiero de Barcelona había perdido gran parte de su vitalidad, aunque la Junta de Comercio bregaba duramente para mantener el peso de estas tradiciones. Las nuevas instituciones, por el contrario, imbuidas de espíritu liberal, daban alas a los grandes proyectos de desarrollo. Tras la muerte de Fernando VII se produjo una movilización de todas las fuerzas sociales. Barcelona, que entre 1830 y 1850 había atraído a más de 50.000 personas para trabajar en sus fábricas, que en cien años había quintuplicado su población sin conseguir forzar el rígido cinturón de sus murallas, pasó a ocupar el centro del debate. Barcelona como realidad urbana y como proyecto de ciudad y de sociedad. Simultáneamente, se discutió sobre las condiciones de vida actuales, sobre higiene y salubridad, sobre seguridad y sobre qué tipo de ciudad habría de ser en el futuro[2].

En este escenario se consolida como institución representativa la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País (SEBAP), que anteriormente había encontrado serias resistencia a su creación. En el último tercio del siglo XVIII, cuando a impulsos del gobierno se crearon Sociedades Económicas por todo el país, no cuajó su establecimiento en Barcelona por dos motivos esenciales, como ha mostrado E. Lluch[3]: porque otras instituciones cumplían ya la misión de fomento de la actividad económica y difusión de innovaciones, que eran el objetivo de las Sociedades Económicas, y,en segundo lugar, porque el modelo económico de Campomanes, su principal impulsor, no respondía a los criterios de los gremios, la Junta de Comercio y el Ayuntamiento barcelonés. El primer intento de fundación, en 1822, fue abortado con el retorno del absolutismo por aparecer exclusivamente ligado a los sectores más liberales. Por fin, en 1834, tras la muerte de Fernando VII, la Sociedad Económica comenzó una nueva andadura que, alternando períodos de enorme influencia y fases de declive y silencio, continúa hoy su intervención en los asuntos de interés ciudadano.

Ya desde el primer momento, la intensidad de los debates y la trascendencia de las discusiones sobrepasaron los límites de la Sociedad. Pero es sobre todo a partir de 1836 cuando la preocupación por la higiene pública –que, junto con las cuestiones económicas y la instrucción pública, constituían los tres pilares básicos de su actuación- ocuparía una buena parte de la actividad de la Sociedad. Fue entonces cuando se desarrollaron los debates sobre la ubicación de los cementerios[4], sobre el ornato y arbolaje[5]para dar mayor ventilación y desahogo a una ciudad que no había modificado su estructura desde la Edad Media, o sobre la industria[6] y el papel que debería representar en el futuro de la ciudad. Puede decirse que en todos estos debates había un punto de acuerdo en torno al derribo de las murallas y el ensanche de la ciudad por el Llano de Barcelona.

Otro rasgo característico de estas discusiones, en las que el tema fundamental es el fomento de la actividad económica, es que ponían de manifiesto una persistente preocupación por las condicionesambientales de Barcelona y sus consecuencias higiénicas, de seguridad y comodidad de los ciudadanos. Para poder conocer cuál era el pensamiento de la Sociedad en este campo, vamos a fijar nuestra atención en tres episodiosde vehemente polémica interna. El primero, en 1846, parcialmente estudiado en otro lugar[7], fue la respuesta de la Sociedad a unas preguntas del Ayuntamiento sobre las consecuencias que pudiera tener para el vecindario la proliferación de máquinas de vapor y de fábricas de productos químicos; el segundo se produjo en 1867 durante el debate de la propuesta municipal de Reglamento sobre establecimientos industriales. Y, finalmente, en 1877, a propósito de la discusión en el Congreso de los Diputados de una proposición de ley sobre establecimientos insalubres, peligrosos e incómodos.

Estas discusiones nos servirán para conocer no sólo cómo se solucionó la contraposición de intereses divergentes ante problemas de interés general en el seno de la Económica, sino también el papel central –y sorprendentemente ignorado por los historiadores- que esta Sociedad representó en Barcelona durante buena parte del siglo XIX.
 

El cuestionario del Ayuntamiento
 

El primero de los tres debates que vamos a analizar tuvo lugar cuando Barcelona era aún una ciudad fortificada. La industria, especialmente la de hilados y tejidos de algodón, había experimentado un gran desarrollo con la introducción de máquinas de vapor. En la década de 1840, la proliferación de calderas y chimeneas en el interior del recinto amurallado provocó preocupación primero y movilización después en torno a la necesidad del derribo de las murallas. El Ayuntamiento convocó un concurso para premiar la memoria que mejor respondiera a la pregunta ¿Qué ventajas reportaría Barcelona y especialmente su industria, de la demolición de las murallas que circuyen la ciudad?.
 
A esta creciente presión popular debe añadirse el estado de opinión, antiguo y bastante generalizado, opuesto al establecimiento de fábricas en el interior del recinto urbano. El higienista Pedro Felipe Monlau, ganador de aquelconcurso, no era partidario de la permanencia, con o sin murallas, de las fábricas en el interior de la ciudad; deberían ser trasladadas a zonas rurales bien comunicadas, dejando para Barcelona las actividades comerciales, financieras y culturales[8]
 
Ante todo ello, la primera reglamentación municipal, de 1835, que, aunque obligaba a pedir permiso para la instalación de vapores y sometía a las fábricas a inspección, no establecía restricciones zonales ni límites en la potencia de las máquinas, resultaba insuficiente. A finales de 1844, el Ayuntamiento convocó una reunión para examinar la influencia de los vapores y las fábricas de productos químicos en la degradación del medio ambiente. A esta reunión fueron invitadas las instituciones que en alguna medida podían tener relación con aquellos problemas: Academia de Ciencias, Junta Provincial de Sanidad, Junta de Comercio, Academia de Medicina, Comisión de Fábricas, Sociedad Económica de Amigos del País y Asociación de Propietarios. Cada una de estas asociaciones envió dos delegados, que plantearon sus puntos de vista a los representantes del Consistorio. Pero la cuestión era tan compleja y los intereses implicados tan importantes, que se decidió que cada una de estas sociedades crearía una comisión para elevar un informe al Ayuntamiento a fin de que éste pudiera decidir. Para facilitar el estudio de las conclusiones, se decidió formular dos preguntas a las que habrían de someterse los dictámenes:

1ª. Si de conceder permiso para el establecimiento de las máquinas de vapor y Fábricas de productos químicos puede seguirse perjuicio a la salud pública a la conveniencia pública o a las propiedades.

2ª. En caso afirmativo cuáles son las medidas que convendría adoptar para precaver en lo sucesivo los indicados perjuicios.”
 
La Económica constituyó una comisión, formada por Pedro Soler y Périch, Gerónimo Merelo y Sayró y Ramón Muns y Seriñà, para elaborar el dictamen[9]. En él se analizaba por separado cada uno de los tres aspectos que integraban la primera cuestión (salud pública, conveniencia e interés de los propietarios). Respecto al aspecto sanitario, aún reconociendo que la instalación de fábricas en el interior de la ciudad no puede menos de ser desfavorable, y contrario a la salud pública, se inhibía a favor de otras instituciones más competentes en esta materia. En cuanto al tercer aspecto – cómo podría influir sobre los intereses privados y la propiedad- lo desgajaba en dos partes, una referente al Derecho civil, del que deberían ocuparse otras corporaciones, y otra sobre los presuntos perjuicios que podrían sufrir los propietarios al no poder utilizar sus terrenos para nuevas fábricas, con la consiguiente reducción de su valor.
En opinión de la Comisión, ese temor era infundado, son recelos injustos que estriban en una mera suposición. No descartaba que alguien pudiera salir perjudicado,
 
pues toda reforma, aun la mejor, la más bien calculada, crea y destruye intereses, destruye y crea abusos. Pero cuando los intereses que lastima son menos que los que crea y cuando los abusos que destruye son más insoportables que los que nacen después de la reforma, nadie duda que la reforma debe realizarse.
 
En este caso, saldría perjudicada la especulación inmobiliaria y los precios de los alquileres, que en muchos puntos de la ciudad son excesivos.
En la sesión del 10 de febrero se produjo un intenso debate en el que participaron, además de los ponentes de la Comisión, el fabricante Valentín Esparó, José Roura, Agustí Ortells y José Antonio Tresserra. Para los dos primeros, los vapores no producían ningún problema en el interior de la ciudad, aunque otra cosa eran las fábricas de productos químicos, que deberían situarse fuera de las murallas. Ortells proponía que se obligase a las fábricas a consumir carbón de Cock, menos contaminante. Tresserras defendió acaloradamente que las fábricas fueran alejadas de la ciudad, como en Inglaterra, añadiendo a los motivos de higiene otros de tipo social, al evitar las concentraciones de obreros que pudieran ayudar a la articulación de movimientos revolucionarios.

Este punto de vista tenía bastantes adeptos y así se vio reflejado en el dictamen. El mayor peligro que podía seguirse de la proliferación de fábricas en el interior de la ciudad radicaba en que se produjera una excesiva concentración industrial, lo que tendría graves repercusiones en tres aspectos diferentes. En primer lugar, que la instalación de nuevas industrias absorbería grandes capitales debido al excesivo precio del suelo en el interior de la ciudad, de los materiales, de la mano de obra y de las máquinas de vapor, que serían innecesarias junto a un salto de agua; los gastos de producción serían, por lo tanto, mucho mayores.En segundo lugar, y como señalaba Tresserra, la desmoralización de la clase jornalera, menos evidente en zonas rurales, porque allí donde las necesidades ficticias son menos, allí su índole es más dulce y sus exigencias más moderadas. Por el contrario, en Barcelona, en donde las diversiones públicas,
 

“los sitios de solaz y de recreo y el lujo y la ostentación compiten si no exceden a los de la misma corte; (...) el operario a quien por la índole de su profesión se le condena a la perpetua renuncia de estos goces queda colocado en una posición falsa y resbaladiza.”
 
En tercer lugar, que es más fácil combatir, arruinar y destruir la industria concentrada en una sola ciudad que la diseminada en numerosas poblaciones de diversas provincias.
 
La Sociedad Económica, pues, rechazaba por motivos diversos la concentración de industrias en Barcelona y proponía dos métodos para evitarla. Uno sería procurar la reforma de la hacienda municipal para convencer a los industriales de que instalar fábricas en Barcelona tenía muchos inconvenientes, incluso fiscales. Otro, menos expeditivo, sería organizar una especie de campaña de con­cienciación, para llevar adelante estas reformas con el apoyo de la opinión pública, que sabrá obrar indudablemente la prensa periódica.
 
En vista de todo ello, y como respuesta a la segunda cuestión, la SEBAP proponía que, sin prohibir terminantemente la erección de nuevas fábricas en Barcelona –la autorización dependería del tipo de fábrica-, ello no resultaba conveniente ni para el desarrollo de la industria ni para la prosperidad de Barcelona. No obstante, sí que juzgaba necesario un debate público para la modificación de las contribuciones y la elaboración de una normativa municipal sobre la industria que conciliase las necesidades del bien público y los intereses de los industriales.


El proyecto de reglamento de 1867

 
Sobre los inconvenientes políticos y morales que la concentración industrial pudiera tener hubo otro gran debate en 1850-51 en el que se discutieron intensamente las consecuencias del aumento de la clase obrera en Barcelona.
 
El derribo de las murallas constituyó un alivio y un desahogo para la ciudad. Durante unos años dejó de plantearse la presencia de las fábricas como un problema urgente, pero la tendencia a la concentración no disminuyó; permanecieron en la ciudad las antiguas fábricas, continuó la apertura de otras nuevas y la instalación de vapores[10], y aumentó el número de trabajadores que llegaban a Barcelona atraídos por los altos salarios de la industria. Fue necesario reglamentar las condiciones de funcionamiento de las ya establecidas y de apertura para otras nuevas fábricas.
 
En octubre de 1866, la Económica fue requerida por el gobernador civil para que dictaminase sobre un proyecto de reglamento de establecimientos industriales elaborado por el Ayuntamiento. El 15 de enero siguiente, una comisión formada por los arquitectos José O. Mestres y Francisco de P. Del Villar y el químico y farmacéutico Francisco Doménech presentó a discusión un breve texto en el que consideraba el proyecto bajo dos puntos de vista: desde el propio objeto de las disposiciones municipales, es decir, las condiciones a las cuales se ha de sujetar la edificación y establecimiento de construcciones destinadas a la industria, por una parte, y sobre el punto concreto de las atribuciones de ingenieros y arquitectos como segundo punto.
 
El primer aspecto lo despachaba rápidamente la comisión en este primer dictamen: el proyecto municipal es absolutamente incompleto y, por lo tanto, inútil. Requeriría un trabajo mucho más minucioso y complejo, elaborado por una comisión de expertos en la que la higiene, la policía urbana, la ley, la industria y la ciencia del ingeniero tuviesen sus representantes.
 
Preocupaba mucho a la comisión el hecho de que el proyecto municipal, en lo que respecta a las competencias de ingenieros y arquitectos para construir edificios industriales, concediera indistintamente atribuciones a ambos. Regular esas competencias, dice el informe, no corresponde al Ayuntamiento, sino al Gobierno, que debería cuanto antes fijar las atribuciones de los ingenieros industriales respetando las ya adquiridas por los arquitectos. Concluía el dictamen recomendando al Ayuntamiento que elaborase un nuevo proyecto completo y al gobernador civil que trasladara al Gobierno esta necesidad de regulación de competencias facultativas.
 
La Asamblea de socios, en sesión de 8 de febrero de 1867, discutió el dictamen, interviniendo, en contra del mismo, los socios Pascual y Vergés y a favor, el propio Villar. Se acordó devolverlo a la comisión ampliando ésta con los socios Vergés, Carbó, Miró y Echevarría.
 
El nuevo dictamen fue presentado a la Sociedad el 25 de febrero, firmado solamente por tres de sus componente: Doménech y Oriol, que ya habían firmado el primero, y Felipe Vergés, que era a la sazón presidente de la Sociedad. En esta ocasión, como en la primera, se rechazaba el proyecto, pero explicando ahora cuáles eran las insuficiencias, en lugar de calificarlo sin más precisiones como incompleto e inútil, como se había hecho en el primer dictamen.
 
La primera de esas insuficiencias era la falta de una clasificación de las industrias y de una clara definición de lo que debe entenderse por establecimiento industrial. Clasificación y definición que deberían constituir la base sobre la cual fundamentar las reglas y las condiciones objetivas requeridas a todo establecimiento industrial. El empresario tiene que conocer a priori cuáles son las normas que debe seguir para levantar su fábrica, sin someterla a la aprobación contingente del Ayuntamiento: no pueden los fabricantes, se dice en el dictamen,depender del capricho, el favor o el espíritu dominante del Consistorio.
 
Por otra parte, el proyecto municipal se ocupaba acertadamente de los aspectos relativos a la higiene, la seguridad de las personas y la comodidad de los vecinos. Pero debería, además, reglamentar sobre las zonas en las que se pueden levantar edificios industriales, sobre sus medidas, aspecto e integración en el contexto urbano, tal como estaba reglamentado para los edificios comunes.
 
Del examen del proyecto, la Comisión infiere una especie de lucha entre dos clases de facultativos, o mejor entre las atribuciones que puedan corresponder a los arquitectos y a los ingenieros industriales. La Comisión ni condena la lucha de los profesionales por tener las máximas atribuciones que permitan su formación y las leyes, ni defiende los arreglos y transacciones a que, por evitar conflictos personales, pudiera llegarse entre profesionales. Tratándose del interés público, debe ser el Gobierno el que fije sin lugar a dudas las competencias de cada uno.
 
La conclusión del segundo dictamen coincidía con la del primero: reclamar mayor reflexión y participación para elaborar un reglamento más completo, y pedir al Gobierno que reglamente el deslinde de atribuciones de arquitectos e ingenieros industriales.[11]
 
El 8 de marzo se sometió a discusión el nuevo dictamen, previa lectura de un oficio de Magín Lladós, socio que había participado en la elaboración del proyecto de reglamento, y que lamentaba que hubiera sido tomado como reglamento lo que no eran más que unas propuestas para mejorar las ordenanzas municipales. Se procedió a una nueva lectura del dictamen, apoyado por el presidente de la Sociedad, que lo era también de la comisión, y fue aprobado en su totalidad y por partes, al mismo tiempo que una enmienda de varios socios, relativa a que mientras no se apruebara un reglamento definitivo, siguiera en vigor la propuesta del Ayuntamiento de que pudieran firmar los planos de los establecimientos industriales indistintamente arquitectos e ingenieros.


Proposición de ley de Danvila

 
El tercer elemento de este estudio es la discusión del proyecto de ley presentado al Congreso en abril de 1877 por un grupo de siete diputados encabezados por Manuel Danvila[12] y entre los que figuraba Pedro Bosch y Labrús, notorio proteccionista y fundador del Fomento de la Producción Nacional.
 
En el preámbulo de la proposición de ley se señala la urgente necesidad de una legislación para conciliar intereses ciudadanos e industriales. Se dice que en España, hecha la honrosa excepción de las ordenanzas municipales de Barcelona de 1856, no hay legislación sobre el asunto, a pesar de que el Real Decreto de 11 de noviembre de 1863 había previsto la creación de una comisión encargada de redactar los reglamentos indispensables para el ejercicio de las industrias que pueden influir de una manera perniciosa en la salud y seguridad públicas.
 
Francia es el modelo en el que se inspira este grupo de diputados, aunque tienen también en consideración las legislaciones inglesa, alemana, italiana, sueca, austrohúngara, suiza y belga.
 
El proyecto de ley comienza delimitando su ámbito de aplicación[13]. Define a continuaciónlo que debe entenderse por establecimientos insalubres, peligrosos e incómodos. Se determina la forma de concesión de la licencia para cada tipo y el procedimiento para recurrir, en su caso, la denegación. Se establecen mecanismos de control y penales, y se especifica el carácter no retroactivo de la ley. En total, la proposición de ley consta de 4 títulos que abarcan 44 artículos más una exhaustiva clasificación, tomada de la francesa de 1872, de las fábricas en las tres clases citadas: insalubres, peligrosas e incómodas.

Discusión en la SEBAP

 
En la sesión del 11 de mayo de 1877 se nombró una comisión para el estudio del proyecto de ley. La formaban tres médicos, los doctores Carlos Ronquillo, Juan Giné i Partagàs y José Montero, todos ellos con experiencia en temas de higiene pública; el 30 de mayo evacuaron su dictamen que no sería leído públicamente hasta la sesión del 10 de agosto; pero sí fue conocido antes de esa fecha, ya que, a petición del arquitecto Fossas Pi, se dejó sobre la mesa en la sesión del 11 de junio. El texto causó disgusto entre algunos ingenieros, que parece que no eran muy bien tratados en el informe. Así puede deducirse de una nota de Vila y Lletjós[14], y de un comentario que Modesto Fossas Pi, que no podía asistir a la asamblea, remitió (10 de agosto) al presidente para su lectura en la sesión; en él se ocupaba tanto de la proposición de ley, que le parecía insuficiente porque contenía varios artículos vagos, imprecisos e incluso injustos, cuanto del dictamen. Sobre éste aseguraba que, aunque en general le parecía bien, encontraba varios reparos graves, como que pidiese eliminar el artículo que privaba de carácter retroactivo a la ley, y
 
que en las comisiones de cuyo nombramiento se trata se da demasiada intervención a los facultativos médicos y poca a los ingenieros industriales, olvidando quizás que si bien hay establecimientos insalubres, los hay también incómodos y peligrosos.”
 
No hemos podido hallar el texto completo de este dictamen, pero ya fuera porque no satisfizo a la asamblea[15], ya por la razón oficial que ésta consignó en las actas –no hallarse presente en la sesión ninguno de los miembros de la comisión-, el caso es que en la asamblea del 30 de noviembre el dictamen fue devuelto y la comisión ampliada con los socios José Mª Faquineto, Francisco Vila y Lletjós, Ramón de Manjares y José Mª de Paz; esta vez sí, con tres ingenieros entre sus miembros.
 
El dictamen de la nueva comisión fue concluido el 9 de enero de 1878 y rubricado por todos los miembros de la comisión. Se mostraba muy favorable a la admisión a trámite de la proposición de ley, que creía que debería servir para iniciar un estudio profundo, a cargo de comisiones expertas, que concluyeran en una reglamentación más completa que la proposición.

Rechazaba los artículos referentes a los derechos adquiridos y la clasificación de los establecimientos industriales, que deberían, a su juicio, reducirse a dos grupos: los que de ninguna manera pueden instalarse en poblaciones y los que, bajo ciertas condiciones de funcionamiento y control, pueden establecerse en núcleos urbanos. Pero veamos algo más en detalle los fundamentos de su razonamiento y las opiniones contrapuestas que se manifestaron, lo que nos dará interesantes pistas acerca del pensamiento de la SEBAP y del papel social que desempeñaba o aspiraba a desempeñar.

 
Eran varios los puntos de la propuesta de la comisión que provocaron discusión. Vamos a aludir a algunos de ellos en el orden en que aparecen reflejados en el dictamen y que, siguiendo el libro de actas y las notas del expediente[16], sabemos que hubieron de ser incorporados al dictamen definitivo, del que no ha quedado copia.
 
El primero de ellos se refiere a los antecedentes de la proposición de ley; se lamenta la comisión de que no haya ninguna ley para ordenar los criterios de la actividad industrial ni siquiera en una capital y provincia eminentemente industriales y en carencia absoluta por desdoro de nuestra patria de toda clase de legislación sobre asunto de tanta trascendencia. La Sociedad modificó el texto señalando la satisfacción por el hecho de que, en ausencia de una ley superior, tanto Barcelona como algunos pueblos industriales de su provincia disponían de ordenanzas que, aunque insuficientes, se enfrentaban a dichos problemas. Por otra parte, el Ayuntamiento de Barcelona había instituido una comisión -compuesta por letrados, médicos, industriales, ingenieros y arquitectos- que en esos momentos trabajaba en la reforma de las ordenanzas de 1857. Ese papel pionero de Barcelona se recogía incluso en el preámbulo de la ley.
 
El orden de prioridades a la hora de reglamentar la actividad industrial fue también objeto de modificación. Es un pequeño detalle formal, pero indicativo del pensamiento de la Económica. La comisión decía que la ley en ciernes la reclaman la salud y el bienestar de los vecinos, lo exige la vida de los obreros y el porvenir de sus familias; y tal vez también convenga al progreso de la industria (...). A partir de una de las enmiendas de José de Manjares se cambió ese tal vez convenga por es de todo punto necesario a la industria, pues el objeto de ésta es procurar el bienestar, la comodidad y el lujo de la humanidad, nunca causarle molestias ni perjudicar su salud.
 
La clasificación de las industria fue objeto también de discusión, contraponiendo a la rígida y exhaustiva división francesa reflejada en la proposición de ley, la vigente en la villa de Gràcia, sin pretensiones de científica y mucho más práctica. Se establecían allí tres categorías: 1ª, las industrias que de ninguna manera pueden establecerse en interior de la población ni inmediatas a vivienda alguna; 2ª, las que pueden establecerse bajo garantía de que las causas de insalubridad, peligro o incomodidad que presentan han sido salvadas totalmente; 3ª, las que sin ningún inconveniente pueden establecerse en cualquier parte. Esta clasificación implicaría dar el control de las autorizaciones e inspecciones a los municipios, cuyas corporaciones son las que mejor pueden asesorarse, conocer y atajar las causas de peligro; y, en cualquier caso, la opinión pública bastaría para hacer corregir los yerros que aquellas cometieran.
 
El artículo referente al carácter no retroactivo de la proposición de ley era uno de los más polémicos. Lo reproducimos íntegro:
 

“Art. 7.º Esta ley no tendrá efecto retroactivo. Los establecimientos existentes continuarán explotándose libremente, salvas las reclamaciones de perjuicios que procedan.”

 

Era éste el aspecto de la proposición que más airadamente criticaba la comisión, que proponía directamente su eliminación: Absurdo es este artículo (...); si la ciencia, el buen sentido y la ley piden a voz en grito la traslación de ciertos establecimientos (...), ¿a qué concederles los honores de derechos adquiridos? La Sociedad se opuso a la eliminación del artículo, proponiendo que los ayuntamientos abrieran expediente de traslación sólo en caso de reclamación de los vecinos. La merma en la exigencia, es de suponer que ante presiones de los industriales, fue muy considerable en este caso.

Otro punto muy discutido, en fin, fue el de las atribuciones de los facultativos. Según el artículo 40 de la proposición de ley, el nombramiento de peritos recaerá forzosamente en ingenieros en aquellas localidades en que los hubiera. La comisión proponía, por el contrario, que en cada ciudad industrial se formase una comisión, formada en su mayoría de médicos, que estudiara los efectos de la industria en el vecindario y en los obreros oyendo sobre todo a los representantes de la clase obrera para conocer con exactitud la influencia del trabajo en la salud y cómo se pueden evitar ciertas lesiones (...).

Tras la discusión en la asamblea, en la que se recordó que otro artículo de la proposición de ley (el art. 22) decía que la autoridad municipal hará constar el dictamen de las personas peritas que tenga a bien elegir, la sociedad optó por dar protagonismo a unos y otros. La razón esgrimida es que los médicos higienistas conocen las causas de insalubridad de una industria a posteriori, y pueden facilitar los medios y las reglas para que los operarios se pongan a cubierto de sus efectos.

Los ingenieros conocen a priori dichas causas y la forma de buscar los medios para hacerlas desaparecer. Las funciones de estos facultativos son, pues, complementarias.

 
Tras un nuevo debate en la sesión del 19 de enero de 1878, el dictamen fue aprobado sin discusión en la del 15 de marzo, con la incorporación de esas modificaciones.

 

El papel de la SEBAP en la vida barcelonesa

 
De lo que hemos dicho hasta ahora, más allá de lo que pueda aportar para el conocimiento de las posiciones de los diversos sectores en conflicto, pueden extraerse algunas conclusiones de carácter historiográfico que conviene señalar.

El período de la revolución industrial en Barcelona ha sido intensamente estudiado desde varios puntos de vista[17], pero en contadísimas ocasiones (Ernest Lluch y Jaume Carrera Pujal son dos notables excepciones) se ha tenido en cuenta ni tan siquiera la existencia de la SEBAP.

Pues a pesar del silencio de los historiadores, creemos que la Sociedad Económica tuvo una presencia importante en la vida civil barcelonesa. Esta creencia tiene dos firmes puntos de apoyo:la composición sociológica de la institución, por una parte, y el examen de las actividades realizadas y los resultados obtenidos, por otra.

 
Por lo que se refiere al primer punto, una aproximación al estudio de su estructura social de la SEBAP muestra la diversidad de procedencias –sociales y profesionales- y de intereses –materiales e ideológicos- que confluían en la SEBAP: Comerciantes y eclesiásticos, artesanos y militares, fabricantes y funcionarios, aristócratas y científicos, ingenieros y artistas, propietarios y arquitectos, liberales y conservadores. Todos tenían ilustres representantes en la Económica. Sobre tres pilares fundamentales descansaba la actividad toda de la Societat Econòmica Barcelonesa d’Amics del País; tres pilares que constituían una sola base, pues eran absolutamente interdependientes, haciendo inútil la ausencia de uno de ellos los esfuerzos de los otros dos. Era el primero el fomento de la actividad económica. La instrucción pública, la educación en sus diversas ramas y la universalización del conocimiento entre todas las clases y sectores sociales, eran el segundo fundamento.

Y en tercer lugar, la higiene pública, la salud y el bienestar de los ciudadanos.

 
Los trabajos realizados, de los que aquí hemos expuesto una muestra relativa a la higiene pública, pero que abarcaban muchos otros aspectos de la vida económica, social y cultural, tenían como objetivo elaborar opiniones de consenso entre todas las fuerzas sociales representadas. La idea más repetida en discursos y dictámenes durante todo el siglo XIX era la de armonizar intereses, la de someter los intereses particulares o de grupo a los de la ciudadanía. Ninguna otra asociación con objetivos tan homogéneos tenía una composición tan heterogénea. Asumió muy pronto la complejidad de la sociedad urbana industrial y la necesidad de establecer criterios comunes para conseguir un desarrollo armónico. La SEBAP siempre pensó que la industria y la economía en general funcionarían mejor cuanto mejor funcionara todo el sistema urbano, reduciendo al máximo los riesgos; por ejemplo, señalando la conveniencia de alejar las fábricas del centro urbano para evitar grandes movilizaciones obreras.
 
Situándonos en este punto de vista, deja de ser contradictorio el hecho de que, por ejemplo, en los dictámenes sobre cuestiones de higiene pública que hemos analizado, se sometieran los intereses del poderoso grupo de los fabricantes al bienestar de los ciudadanos; o que, en ocasiones diversas, se reclamasen al gobierno leyes que prohibieran el trabajo infantil, protegieran los derechos de los obreros o sancionaran las condiciones insalubres en las fábricas. Las comisiones encargadas de elaborar los dictámenes respondían a la pluralidad de la Sociedad, y no eran raros los casos en que la Asamblea general obligaba a recomponer una comisión añadiendo nuevos miembros –nuevos puntos de vista- para elaborar un dictamen más acorde con la opinión general.
 
Otra muestra, en fin, quizás no muy relevante pero sí harto significativa e indicativa de la influencia de la SEBAP en el devenir de la ciudad, era la pugna por controlar las comisiones de trabajo, o, cuando menos, por participar en ellas, de los diferentes cuerpos facultativos. En este trabajo hemos expuesto un pequeño testimonio de ello al comentar las fricciones entre arquitectos e ingenieros industriales en el dictamen de 1867, y entre los mismos ingenieros y los médicos en el de 1877.
 
 
 
Notas
 
[1] Capel, 2005, p. 539 y ss.
 
[2] Cada grupo soñaba con el tipo de ciudad que mejor cuadrara con sus intereses. Como dice Romero Marín (2005, p. 36) querían hacer de Barcelona los industriales su Manchester, los comerciantes su Amberes, los liberales (militares y profesiones liberales) su Paris, los menestrales su Comuna Toscana.
 
[3] Lluch, 1973.
 
[4] Arxiu de la Societat Económica Barcelonesa d’Amics del País (ASEBAP): Expediente Mejoras en el cementerio general, 1838, C 16-4
 
[5]ASEBAP: Expediente Ornato y arbolaje de algunas plazas de la ciudad, 1835. C.10
 
[6] ASEBAP: Informe sobre la industria catalana, 1836;Dictamen sobre la industria, 1837, C1-10
 
[7] Bouza, 1992
 
[8] Monlau, 1841; GRAU, 1983; Mestre Campí, 1988
 
[9]ASEBAP. Dictamen de la Comisión compuesta por los Señores Soler Perich, Merelo, Muns. Bar­celona, 27 de Enero de 1845
 
[10] Según los datos que poseía la SEBAP (C-29-1-C) en el año 1851 había 99 máquinas de vapor de más de 2.000 H.P. en el interior de la ciudad y 25 fuera de Barcelona.
 
[11] Medio año más tarde, en la Real Orden de 10 de noviembre de 1867 se dice que los ingenieros industriales, químicos o mecánicos pueden trazar y construir edificios destinados a la industria, con sujeción a las ordenanzas municipales de cada localidad, y sólo en el caso de que los edificios de que se trate hayan de tener parte artística se encargará la dirección de la obra un arquitecto. (Bonet, 1985, P. 40)
 
[12] Diario de las Sesiones de Cortes. Congreso de los Diputados. Apéndice vigésimotercero al núm. 3, Proposición de ley del Sr. Danvila sobre establecimientos insalubres, peligrosos e incómodos. 26 de abril de 1877
 
[13]Son objeto de esta ley todos los establecimientos, almacenes, talleres o manufacturas que de alguna manera afecten a la salubridad pública, a la seguridad de las personas, a la propiedad o a la comodidad delvecindario. (Art. 1)
 
[14] En dicha nota (8 de agosto de 1877), acerca de los trabajos de otra comisión sobre accidentes laborales, Francisco Vila y Lletjós se quejaba al presidente de la Sociedad, Agustín Urgellés de Tovar, de la ausencia de los miembros Ronquillo y Montero, médicos ambos, que, de fijo, podían haber ilustrado, si no a la comisión en general, a lo menos al infrascrito ingeniero industrial a quien dichos señores en su dictamen sobre la “Clasificación de industrias” emitido en 30 de mayo ppdo., reconocen la ineptitud para no entender en dicho asunto.
 
[15] El debate, en el que intervinieron intensamente once socios –Manjarrés, Artigas, Corbella, Somoza, Romero, Vila y Lletjós, Faquineto, Paz, Florensa, Viñals y Monleón; en el caso de Manjares, aportando unas extensas notas críticas por escrito- quedó pospuesto para una nueva sesión.
 
[16] ASEBAB, C 61 – 7.
 
[17] Vid. un magnífico resumen crítico de estos estudios en Solà, 2004, cap. 8

 

Bibliografía

 
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Ficha bibliográfica:

BOUZA, J. La industria en la ciudad.  Los esfuerzos de la Sociedad Económica Barcelonesa de amigos del País para armonizar los intereses del progreso industrial y el bienestar ciudadano (1820-1880). Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (47). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-47.htm> [ISSN: 1138-9788]
 

 

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