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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (61), 1 de agosto de 2006 

EL EXCURSIONISMO MILITAR EN ESPAÑA Y LA VISIÓN DEL PAISAJE

Manuel Mollá Ruiz-Gómez
Departamento de Geografía
Universidad Autónoma de Madrid


El excursionismo militar en España y la visión del paisaje (Resumen)

El impulso dado al excursionismo por Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza fue seguido, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, por otros muchos grupos, unos de carácter científico (miembros de instituciones como la Real Sociedad Española de Historia Natural o el Museo Nacional de Ciencias Naturales), y otros de carácter meramente deportivo, como los socios de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara o del Club Alpino Español. Sin embargo, no fueron los únicos, ya que por esa época, Constancio Bernaldo de Quirós habla de los miembros de la Sociedad de Excursionistas Militares.

Si el paisaje, en su interpretación, tiene un carácter marcadamente ideológico, parece interesante analizar la visión que del mismo tuvieron estos excursionistas, jefes y oficiales del ejército español y miembros, algunos de ellos de la Real Sociedad Geográfica española.

 
Palabras clave: Excursionismo militar, paisaje, visión del paisaje
 

The Spanish Military Excursions and the Landscape Interpretation (Abstract)

 
The impulse given by Francisco Giner de los Ríos and the Institución Libre de Enseñanza to the practice of excursions, by the end of 19th and the beginning of 20th  Centuries was followed by many other groups.  Some people were interested by scientific questions, (members of institutions as the Real Sociedad Española de Historia Natural or the Museo Nacional de Ciencias Naturales), others were interested by the sportive characteristics of trips, as the partners of the Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara or the affiliated to the Club Alpino Español. However, they were'nt the only people interested; contemporaneously, Constancio Bernaldo de Quirós talked about the partners of the Sociedad de Excursionistas Militares.
If the the landscape interpretation has a strong ideological character, it seems interesting to analyze the point of view of these excursionists, most of them officers from the Spanish army, and some of them, members of the Spanish Real Sociedad Geográfica.

Keywords: Military excursions, landscape, landscape interpretation



 
Introducción
 
A lo largo de la historia, los seres humanos han interpretado el paisaje en la medida de sus conocimientos, de las visiones míticas o religiosas al racionalismo del siglo XVIII, o a la interpretación romántica que tanto ha impregnado incluso el pensamiento contemporáneo. En este sentido, me ha parecido de especial interés comparar la visión que del paisaje se tiene, desde el excursionismo madrileño, en el paso del siglo XIX al XX, entre distintos grupos, con atención a lo que pudieron aportar los excursionistas militares, quienes convivieron en aquellos años con los más destacados estudiosos y deportistas de un espacio próximo a la ciudad de Madrid, la Sierra de Guadarrama.
La investigación se plantea, por tanto, a partir de una noticia dada por Constancio Bernaldo de Quirós, que recuerda cómo empezaron sus andanzas por la sierra madrileña:

“(…) y por los senderos de la Sierra no circulaban sino raros grupos muy poco numerosos, de un carácter muy íntimo y cerrado, tales como el de los alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, dirigidos por D. Francisco Giner y D. Manuel B. Cossío; el de la Sociedad de Excursionistas militares, capitaneados por el entonces comandante D. José Ibáñez Marín; el de los naturalistas del Museo, con D. Ignacio Bolívar a la cabeza, y el de los alemanes, guiados por Carlos Coppel. Desde aquella fecha [1902], inolvidable para nosotros, nuestro grupo de cinco [él, Enrique de Mesa, Enrique García Herreros, Luis Gorostizaga y Enrique de la Vega] fue uno más, el más reducido, sin duda, pero no el menos entusiasta.” (Bernaldo de Quirós, 1929, 236).

Algo que en principio no parecía tener graves problemas, la búsqueda de información bibliográfica de la época, se convirtió en un primer obstáculo. José Ibáñez Marín, militar prestigioso de su época, que participó en la guerra de Cuba y que murió, con el empleo de teniente coronel, en 1909, en el asalto del Atalayón, durante la guerra del Rif,  tenía, en efecto, una obra publicada nada desdeñable y fácil de encontrar en la Biblioteca Nacional o en el Servicio Histórico del Ejército. Sin embargo, no aparecía nada relacionado con sus actividades como excursionista, salvo un monolito abandonado en el puerto del Reventón, levantado en 1910 a su memoria, como primer presidente de la Sociedad Militar de Excursiones (su nombre real y no el dado por Bernaldo de Quirós). El siguiente paso, una vez rectificado el nombre de la sociedad, fue buscar revistas y boletines que recogieran las actividades del grupo de Ibáñez Marín. Pero tampoco fue posible. Ni en el Archivo Histórico Militar, ni en la Biblioteca Nacional o en las dos hemerotecas más importantes de Madrid, la Nacional y la Municipal, han aparecido publicaciones que se refieran a dicha sociedad, salvo la noticia de que en el ya derrumbado refugio del puerto del Reventón hubo una placa de mármol con la siguiente inscripción:

“Bajo el patronato generoso de S. A. la Infanta Dª Isabel de Borbón por iniciativa de la Sociedad Militar de Excursiones y con la ayuda de personas bienhechoras se hicieron estos mojones y casetas -1905-.”

En definitiva, la constancia de su existencia, de alguna de sus actividades, pero ninguna noticia de primera mano que permitiera analizar la visión que del paisaje pudieron tener los miembros de este grupo excursionista.

Fue una información poco destacada, en general, de la biografía de Ibáñez Marín, su nombramiento como director de la Revista Técnica de Infantería y Caballería, en 1898, lo que ha hecho posible que se inicie este trabajo, que, en ningún caso se da por concluido.
 

Algunas notas sobre la visión del paisaje en el excursionismo militar español

Si bien el nombre de la revista recién mencionada carece de relación con posibles actividades excursionistas, al ser la única publicación periódica relacionada con Ibáñez Marín, fue objeto de comprobación y así se pudieron encontrar dos monografías sobre actividades de la Sociedad Militar de Excursiones.

En ambos casos, el autor es Leopoldo Saro y Marín, otro notable militar africanista de la época, quien fue nombrado, como general jefe de una de las brigadas de infantería destinadas en Madrid, miembro del primer Directorio militar que siguió al golpe de 1923; aunque abandonó el cargo al poco tiempo.

Pero el interés que tiene Saro en estos momentos es como miembro de la Sociedad Militar de Excursiones, a la que pertenecía, al menos, desde 1903, fecha de su primera excursión de la que se tiene documentación escrita. La memoria de este viaje, realizado al Maestrazgo, se leyó, por el propio autor, en el ciclo de conferencias organizado para los oficiales del batallón Cazadores de las Navas nº 10. Así comienza la memoria:

“Acordado por la «Sociedad de Excursiones», de que me honro en formar parte, realizar una expedición al Maestrazgo con objeto de estudiar el aspecto y condiciones generales del terreno, y sobre éste recordar los hechos de armas más importantes que en nuestras guerras antiguas y modernas han constituido su historia, salió de esta Corte, debidamente autorizada, haciendo el viaje en tren hasta Castellón, punto que se tomó como de partida.” (Saro, 1903, 3).

Esta introducción de Saro (“estudiar el aspecto y condiciones generales del terreno”) hace pensar casi de inmediato en un trabajo propio de ingenieros militares, si bien él era de Infantería. Aunque matizado por el hecho de tener que realizar una reconstrucción histórica de antiguas batallas habidas en la región.

Y esa idea de reconstrucción histórica parece marcar toda la descripción de Saro. Tras una delimitación del Maestrazgo, dice el autor:

“Es el Maestrazgo, repito, una enorme masa de montañas que forma la cordillera septentrional del gran brazo de Gúdar, y en pocos sitios como en él se habrá visto, por modo tan elocuente, demostrado el valor absoluto y relativo de los accidentes del terreno; en él, en las luchas de que ha sido teatro, hemos podido apreciar perfectamente el de los naturales constituidos por montañas, valles, bosque, ríos y el de los artificiales…” (Saro, 1903, 3).

De entre los elementos artificiales a los que se refiere, las vías de comunicación juegan un papel de primer orden.

El paisaje, apenas esbozado, se convierte en una parte esencial de la explicación que sigue sobre las guerras carlistas en el Maestrazgo. Las dificultades de marcha que por todas partes provoca un territorio accidentado como éste, justifican así los fracasos que en determinados momentos de la guerra tuvieron las tropas leales a la Corona frente a la habilidad de los guerrilleros, especialmente de Cabrera, estudiante de teología a los treinta y cuatro años y Comandante General de Aragón a los treinta y cinco, por quien siente una admiración matizada por la “crueldad” con la que actuó en muchas ocasiones. Con una curiosa interpretación sobre el significado del patriotismo:

“(…) a darse a conocer Cabrera como hombre de sobresalientes dotes de guerrillero y de condiciones poco comunes para aquella clase de guerra. Y le consideramos con grandes condiciones de guerrillero, porque si en 1808 habían aparecido otros no menos famosos que humillaron  a las águilas imperiales, no hay que olvidar que en la santa lucha existía un odio común al enemigo que hollaba nuestro suelo, en tanto que en la guerra que nos ocupa, había una sola nacionalidad y dentro de ella el odio sólo era de partidos, necesitando por esto, en mi humilde entender, más condiciones para sobresalir.” (Saro, 1903, 5).

Tras la introducción de carácter histórico-militar, Saro pasa a desarrollar su viaje, realizado en ocho jornadas:

1ª jornada: Castellón – Lucena

2ª jornada: Lucena – Vistabella

3ª jornada: Vistabella – Villafranca del Cid

4ª jornada: Villafranca del Cid – Mirambel

5ª jornada: Mirambel – Morella

6ª jornada: Morella – Ares del Maestre

7ª jornada: Ares del Maestre – Cuevas de Vinromá

8ª jornada: Cuevas de Vinromá – Castellón

Dos parecen los objetivos prioritarios de Saro, una vez hecha la explicación sobre lo allí ocurrido durante las guerras carlistas, la descripción de los caminos que recorre y las condiciones de los pueblos que visita. En cierta forma, podría recordar, dentro de una gran simplicidad descriptiva, al diccionario de Madoz o a los relatos que hicieron algunos viajeros ilustrados en sus recorridos por España. Sin embargo, sus fuentes parecen las disposiciones dadas en distintos momentos del siglo XVIII para los ingenieros militares. Recordemos que en las Ordenanzas de 1718 se pedía a dichos ingenieros que, en sus recorridos, hicieran memorias en las que no olvidaran los inventarios de riqueza rústica, industrial y urbana, así como el estado de las defensas y sus necesidades.

Así ve Saro el camino de Castellón a Lucena:

“Saliendo de Castellón por una estrecha carretera que pasa por Alcora, se llega a Lucena. Se comienza la marcha por entre huertas y fincas de recreo situadas en un terreno delicioso que sigue llano hasta llegar a unos siete kilómetros de Castellón, pero a esta distancia, pequeñas ondulaciones que bien pronto aumentan, adquiriendo mayor relieve, hacen pensar  que marchando por él con tropas, había llegado el momento de establecer desde luego los flanqueos de la Infantería.” (Saro, 1903, 8).

Y llama la atención sobre la rambla de la Viuda, muy peligrosa en periodos de lluvias intensas, hasta el punto de haber arrastrado, no mucho tiempo atrás, un puente de sólida construcción. Dice el autor:

“Sus orillas en el cruce con la carretera son de bajada rápida la de la izquierda, y de subida no muy fuerte, pero temible, por tener la izquierda completamente flanqueada por estribaciones de La Pedriza, la de la derecha, y su cauce es de difícil paso para carruajes por tener el fondo muy pedregoso.” (Saro, 1903, 8-9).

El paisaje, a los ojos del militar, puede ser “delicioso” cuando no representa una amenaza, como las huertas y fincas de las afueras de Castellón, pero cuando se pierde la línea del horizonte, se convierte en un elemento hostil. Contrasta, de manera evidente, con la descripción que unos años antes hacía el geólogo Francisco Quiroga, por poner un ejemplo, durante una excursión por Robledo de Chavela, donde el río encajado entre montañas es motivo de asombro y contemplación y no de riesgo:

“Continuando la ascensión, se llega a la vía férrea, y se debe seguir por ella a la estación de Robledo, contemplando el bellísimo paisaje que se desarrolla por la derecha, constituido en el fondo por el río Cofio, que ensancha hacia Robledo, y en ambas laderas por un cúmulo de picos y montes de tonos azulados, envueltos en neblina y con frecuencia en girones de nubes.” (Quiroga, 1893, 42).

Para Saro, la historia misma de los pueblos está condicionada por los hechos que allí se desarrollaron durante las guerras carlistas, de manera que opone a Lucena y Forcall de la forma siguiente:

“Pocos pueblos tienen tan bonita historia como Lucena; en ella se ve a un puñado de nacionales resistir doce sitios con gran valor; en ella se recuerda su heroicidad contra Torner y el Serrador, cuando éstos lograron entrar en el pueblo y apoderarse de algunas casas, obligando a sus defensores a derribar otras para construir parapetos donde resistir denodadamente hasta la llegada del General Buil; en ella, aquellos bravos nacionales humillaron a Cabrera, Forcadell, Torner y tantos otros. Y si todo esto pareciera poco, la liberación del General Aznar encerrado en ella por fuerzas considerables al mando de Cabrera, la hacen inolvidable.” (Saro, 1903, 10).

Sin embargo, Forcall tiene una historia bien distinta, quedando marcada la localidad por acontecimientos pasados:

“El Forcall, pueblo de escasa agricultura y cuyos habitantes se dedican también a la fabricación de alpargatas y fajas, tiene poca, aunque siniestra historia, porque en la plaza de él se verificó el fusilamiento del secretario de su Ayuntamiento, y en sus afueras el de los 96 sargentos prisioneros de Maella, fusilamientos unos y otros ordenados por Cabrera.” (Saro, 1903, 17).

El otro aspecto destacado que, pueblo a pueblo, analiza Saro es el de las riquezas que cada uno de ellos tiene. De todos ellos, es también de Lucena del que hace una más detallada descripción:

“Los elementos de vida con que cuentan [los habitantes de Lucena] son una cosecha de 7.000 u 8.000 cahices (un cahíz es igual a 38,140 áreas) de trigo y otros tantos de maíz, que son consumidos en la localidad, los primeros por las personas y los segundos por el ganado de cerda.

En el término hay doce molinos harineros y cuatro hornos grandes, pero, además, muchas casas tienen el suyo, lo que hace que el total de estos sea próximamente de 300, pero escasea la leña.

La riqueza pecuaria es nula en ganado vacuno, más no así en lanar y de cerda, que se reúnen 6.000 y 12.000 cabezas respectivamente. Del mular hay también riqueza, pues pueden reunirse con facilidad 900 bestias de carga y tiro.

El vino es escaso, pero en Alcora abunda mucho, recogiéndose también algunos cereales. Los alojamientos para ganado en el pueblo, son malos y escasos, al extremo de no haber cuadras para más de 50 caballos.” (Saro, 1903, 10).

Un detallado informe que permite saber con qué se cuenta en el caso de tener que desplazar tropas a la zona. ¿Por qué, si no, habría de tener importancia el hecho de que en el pueblo no haya cuadras para más de 50 caballos? ¿O el interés por conocer el número exacto de hornos que hay en la población, con la advertencia de la escasez de leña? Por no hablar de la utilidad que representa conocer el dato de los animales de carga y tiro de que se disponen.

Las ocho jornadas de Leopoldo de Saro por la región se reflejan en su memoria de manera muy similar, por no decir idéntica, es decir, un informe detallado del estado de las vías de comunicación y de la riqueza en cifras de cada pueblo. Se acompaña de un croquis del viaje, de escaso valor cartográfico y que no se reproduce por la mala conservación del texto.

El paisaje del Maestrazgo se presenta, en definitiva, en función de su utilidad desde el punto de vista militar, ya que para el autor, las condiciones que se dan en la región no han variado en los últimos años. Lugares cuya belleza o bondad están en función de su pasada, incluso presente, lealtad a la Corona o por los riesgos que pueden suponer para las tropas.

“(…) se advierte con toda claridad, que a excepción de Lucena, donde se han conservado las tradiciones, el espíritu dominante hoy es el mismo que cuando Cabrera recorría aquello con sus batallones.” (Saro, 1903, 23).

Por otro lado, es interesante destacar que ni en Lucena ni en ninguna otra localidad aparecen elementos ajenos al objetivo militar. Nada podemos saber de sus iglesias, monumentos, o cualesquiera otros edificios o construcciones que carezcan de relevancia militar. Un hecho habitual en las memorias que elaboraban los ingenieros militares, para los que un convento tenía valor en la medida en la que pueda servir de cuartel u hospital, o una torre, por poner otro ejemplo, pudiera tener valor defensivo.

A estas descripciones, más bien secas, carentes casi de emoción, se pueden oponer otras hechas por excursionistas de la Sierra de Guadarrama, para los que, la naturaleza, parece haberse enfrentado en encarnizados combates contra sí misma:

“Son éstas las ideas puestas en circulación por el geólogo español Macpherson. En verdad, ciertos paisajes de la Sierra parecen ilustrar esta historia ciclópea con su muda expresión imponente. Así, del combate del gneis con el granito, diríase que habla la pared vertical de la Peñalara, punto culminante de la Sierra, entre la laguna del mismo nombre y la de los Pájaros, gneísica pared, acribillada toda ella de erupciones graníticas que parecen lanzarse al asalto de la cumbre, bajo la cual largos canchales de granito claro destacándose sobre la negra roca de la montaña, representan los despojos de la agresión, vencida al cabo ante la enorme mole de la Peñalara.” (BERNALDO DE QUIRÓS, 1915, 5-6).

Unos años después, la Revista Técnica de Infantería y Caballería vuelve a publicar una monografía de Leopoldo de Saro, con motivo de una excursión por Granada, Sierra Nevada y las Alpujarras. La publicación no tiene fecha, pero debió realizarse dicho viaje entre 1903 y 1908. Las fechas vienen determinadas por los empleos que en ese momento tienen tanto él, que asciende a capitán en 1903, después de su viaje al Maestrazgo, como Ibáñez Marín, quien dirige este último viaje, y que es todavía comandante (asciende a teniente coronel en 1908). Lo único que se sabe de la fecha es que el viaje se hizo entre los días 3 y 12 de un mes de agosto.

Acude al viaje invitado por Ibáñez Marín, al que no presenta en calidad de jefe, sino como presidente de la Sociedad Militar de Excursiones. Completan el grupo los capitanes Berenguer, Mayoral, Saliquet (autor de los croquis) y Avilés (los dos últimos se unen a la expedición al salir de Granada) y los tenientes García Pelayo y Bonilla. Sólo uno de los excursionistas, el doctor Frommel, director del Colegio Alemán de Madrid, es civil.

El tono de la monografía cambia radicalmente. La visita a Granada hace que el capitán Saro le dedique unos párrafos introductorios en una línea mucho más próxima a otros escritores que hablan del paisaje que a sus palabras en la memoria anterior. Dice de la ciudad:

“Paseadas las tortuosas calles y plazas tan esencialmente moriscas del Albaicín, se continuó aquel día el recorrido hasta la altura de San Miguel, desde donde se domina toda la población de Granada y su magnífica vega. ¿Qué puede decir mi pluma que exprese una idea de la realidad de tantas bellezas arquitectónicas, de tantos recuerdos históricos y de encantos naturales tan soberanos?” (Saro, s. a., 8).

 La historia militar sigue siendo parte de la memoria, pero pierde importancia frente a las descripciones de los lugares y la geografía física de la región. Incluso el “informe” sobre recursos desaparece como tal, y su descripción tiene un carácter diferente:

“Dejando esta parte puramente militar, y entrando en otro orden de ideas, como buenos patriotas que éramos, se recreó la vista y admiró por todos, lo que pueden el trabajo y la laboriosidad de un pueblo, al ver desde aquella altura la inmensa riqueza de estos campos siempre verdes, y donde se recogen mil productos, a más de millones de arrobas de remolacha azucarera que, dando ocupación a docenas de fábricas, proporcionan el bienestar a los habitantes de tan preciosa vega.” (Saro, s. a., 10).

El grupo dedica el día 5 de agosto a visitar los principales monumentos de la ciudad. Otra novedad respecto a la excursión anterior. Es cierto que resulta difícil sustraerse al arte en una ciudad como Granada, pero era algo habitual en las viejas memorias de los ingenieros y es interesante comprobar cómo Saro su visión militar del territorio para aproximarse a la del excursionista frente al paisaje contemplado.

Dedica Saro más de dos páginas a describir las bellezas que ve en los monumentos de la ciudad, especialmente la catedral, la Capilla Real y la Alhambra. Respecto a la última, lamenta los destrozos causados en ella por la “incultura” de los soldados napoleónicos, o la desidia de las autoridades, que hasta hacía muy poco tiempo habían consentido que la Alhambra fuera un lugar de residencia para pobres.

Dice en un momento de su visita:

“Causan asombro, por sus esplendideces, con mil puertas distintas y hermosas galerías, el gran arco de entrada al Salón de Embajadores y las archivoltas de los capiteles y delicados adornos, el patio de los Arrayanes, en el que se recordaba al Zagal rodeado de sus mujeres, y lamentando la mala suerte de su reino; la Sala de Embajadores con sus notables inscripciones y arabescos soberbios, que fue construida por los de Comareh, y en ella, excediéndose en grandiosidad los moros, fabricaron la dorada prisión que luego tuvo Boabdil y su madre Aixa…

De ahí se pasó al patio de los Leones, hermosísimo, con sus ligeras arcadas, con sus capiteles y columnas de mármol de Macad…” (Saro, s. a., 13).

Otro aspecto muy interesante de la memoria escrita por Saro es lo que él llama su “pequeña digresión geográfica”. Ello le da pie para describir y valorar el paisaje al que se enfrenta, el de Sierra Nevada.

“Formando parte Sierra Nevada del Sistema Penibético en su desarrollo de 110 kilómetros, presenta huellas tan profundas, precipicios tan grandes y barrancos tan espantosos, que hacen perfectamente verosímil lo que se dice de las conmociones terrestres sufridas por nuestra Península al abrirse el estrecho de Gibraltar;” (Saro, s. a., 15).

Una idea de fuerza activa, de movimiento, que recogía muy bien Bernaldo de Quirós en su descripción de La Pedriza de Manzanares, pero con mayor calidad literaria. O, al menos, sin miedo al uso de los adjetivos.

“Un movimiento todavía en estado de contracción reprimida, contenida, allí donde, bajo la labor de la erosión, la roca, en su composición y estructura íntima, cede, tendiéndoos en corvos lamiares pulidos; pero exaltado en plena descarga impulsiva donde, por el contrario, dominan las altas agujas retorcidas, los riscos verticales aserrados a lo largo profundamente.” (Bernaldo de Quirós, 1923, 86-87).

Recuerda Saro que Sierra Nevada es la segunda cordillera en altura de Europa, sólo superada por cinco cumbres de los Alpes, y deja que su pluma exprese las maravillas que esas montañas contienen:

“(…) y al lado de éste [Mulhacén] y de los del Veleta, Lobo, Panderón, la Alcazaya y Caballo, se encuentran quiebras profundas llamadas Corrales, en que acumulada la nieve de los siglos, hallan fácil nacimiento gran número de ríos. Su tonalidad oscura, casi negra, su suelo sin vegetación desde mitad de altura y en que tanto abundan los esquistos pizarrosos, y sobre todo las transformaciones bruscas que en él se observan, hacen creer de esta extraordinaria sierra cuanto de ella se diga, y decimos extraordinaria, porque no puede menos de ser llamada así, cuando a latitudes mayores de 37º que sigue próximamente su cresta, se encuentran las nieves perpetuas, y cuando en su vegetación se presentan tan considerables variantes, que desde la Sablina de Noruega, el liquen de Spitzberg, el quebrantapiedras de Groenlandia y los sauces herbáceos de Laponia, se va descendiendo la escala de resistencia al frío hasta llegar a los roeles, castaños, encinas, cerezos, manzanos, tesos, boj, alisos, salvia, digital, higueras, vides, olivos y naranjos, para terminar finalmente en la higuera chumba, la pita, y hasta la caña de azúcar y el plátano.” (Saro, s. a., 15-16).

Es evidente en los textos que no es el militar sino el excursionista el que describe, y también es interesante señalar que sus conocimientos sobre vegetación no debían de ser muchos, aunque sí sobre la obra de Pedro Antonio de Alarcón, quien escribió en su libro La Alpujarra lo siguiente:

“Allá arriba, donde un perpetuo frío achica los robles, las encinas y los castaños, se crían el liquen del Spitzberg, la sablina de Noruega, el quebrantapiedras de Groenlandia y los sauces herbáceos de Laponia. Más abajo, donde los castaños y las encinas se agrandan, y aparecen ya los cerezos y manzanos silvestres, con los tejos, el boj, los aceres y los alisos, prodúcense la salvia, una manzanilla especial, la mejorana, el ajenjo, y otras plantas aromáticas y alpinas. Luego siguen los morales, los fresnos y las higueras: después los olivos, las vides y los granados: a continuación los naranjos y los limoneros; y, por último, la africana pita, la higuera chumba, el plátano de América y la palmera de los desiertos de Arabia.” (Alarcón, 1874, 123).

En ambos casos, la región aparece como un vergel síntesis de los paisajes del mundo, aunque sea Alarcón más explícito a la hora de unir esas tierras también a África (a pesar de su error sobre la procedencia de los agaves), América y Asia. Todo ello no impide a Saro mantener su condición de militar explorador de un territorio, como lo demuestra la minuciosidad en su descripción de los caminos. Valga un ejemplo:

“Otro camino es el que sigue el carretero que por Cenes y bordeando el Genil, pasa a la vista del Dornajo, Pinos Genil y Canales, para entrar por el ventorro de Lancha en Guejar Sierra, de donde continuando por la orilla del Genil, pasa por su unión con la del río Maitena y por el camino de la Estrella, bordeando la loma de San Juan, y pasada la confluencia del arroyo de este nombre con el Genil, emprende la asperísima subida de la cuesta de los Presidiarios en la loma del Calvario, y por la majada de los Asensios, y debajo de Piedras Bermejas y los pollos de Vacares, pasa el collado de ese nombre y su laguna a 2.970 metros, para caer ya en la vertiente mediterránea.” (Saro, s. a., 18).

Su descripción geográfica se extiende también a las Alpujarras, de manera prolija y con abundancia de topónimos, para concluir, como síntesis de todo lo dicho hasta ese momento sobre las características del territorio, sin olvidar la hidrografía de ambos conjuntos, con una valoración del paisaje que nos devuelve a su condición de oficial:

“Como es natural, y vista la configuración de todo el terreno que hemos descrito, su importancia militar en cuantas contiendas pueda haber dentro de nuestro territorio tiene que ser grande, porque contra un Ejército enemigo sería un punto de preparación o refugio, desde donde cayendo por Guadix a Baza, se cortarían sus comunicaciones, bien desde Almería, bien por el ferrocarril en construcción de Murcia a Granada, y entorpecería siempre la invasión de ésta por Jaén, y cuanto pudiera ser tránsito, desde las cuencas del Guadalquivir al Mediterráneo; por esto, en las guerras irregulares que hemos lamentado, siempre ha tenido historia Sierra Nevada y la Alpujarra.” (Saro, s. a., 23).

El recorrido se hizo en siete jornadas, que son las siguientes:

1ª jornada: Granada – Laguna de las Yeguas.

2ª jornada: Subida al picacho del Veleta. Se hace un detallado estudio del terreno y se enumera todo lo que se ve en el horizonte.

“Emprendida la marcha al rayar el día, se toma por un mal llamado camino que, dejando Joyo Alto, el cerro del Fraile de Capileira y las fuetéense del Dílar a la derecha, llega a unas minas abandonadas, y pasadas éstas, al Salón del Veleta, desde éste, ¡que espectáculo más hermoso se divisa.” (Saro, s. a., 31).

3ª jornada: Laguna de las Yeguas – [risueño] valle de Paquita.

4ª jornada: Aproximación al Mulhacén (laguna de Majano).

Como ya demostrara en su viaje al Maestrazgo, los caminos de montaña no son los favoritos de Saro, porque de nuevo, aquí, hace un comentario muy parecido al que en alguna ocasión hizo en el anterior viaje, poniendo de manifiesto, a pesar de sus descripciones y su admiración por las vistas que desde las cumbres se tienen, su mayor gusto por paisajes abiertos, llanos, donde dominan los prados.

“(…) se salva la acequia de Pitres para entrar a su vez a gozar e mejor piso y suelo, de aspecto más agradable en los ya citados de la Pradera de Moure, y los Prados de Varela, del Perro y de Portuque (…); y después de atravesar el barranco de Messina, en un sitio que comienza a hacer el camino otra vez áspero y desagradable.” (Saro, s. a., 36).

5ª jornada: subida al Mulhacén y descenso a Trevélez. La cumbre se alcanza con vivas a España y al Rey, e incluso se le escribe una postal desde ahí. A continuación se hace un reconocimiento de la zona, en la que encuentran los restos de la expedición del General Ibáñez, apoyado por ingenieros franceses, para hacer la triangulación geodésica del lugar. Se impone un descanso marcado por el mal de altura que sufren algunos de los excursionistas, y se procede a descender hasta Trevélez.

Al capitán Saro le llama la atención el parecido entre Trevélez y Capileira, pero, sobre todo, la mayor pobreza del primero, a pesar, como él dice, de la “fama de sus célebres jamones”.

6ª jornada: Trevélez – Ugíjar. Una vez más, lo notable de un lugar lo marca su pasada historia militar. Por ello se detiene en Cádiar

“que es importantísimo, pues ya en su campo se nota bienestar y riqueza, y además por marcar el punto de unión de Sierra Nevada con la Contraviesa, y porque bajando desde Ugíjar a Órgiva, al pasar por él se atraviesa el Portal, sitio célebre, donde se han puesto miles de emboscadas en la accidentada historia de la Alpujarra.” (Saro, s. a., 41).

La séptima y última jornada se emplea en viajar hasta Almería.

El libro se completa con un buen número de fotografías, algunas de los paisajes visitados, pero las más, del grupo; también con los croquis que hizo el capitán Saliquet, que como en la memoria anterior, por la calidad de su conservación son difíciles de reproducir. Básicamente, se limitan a los recorridos hechos por el grupo, sin que se pueda hablar en realidad de un trabajo cartográfico.

Conclusión

Quizá resulta aventurado hablar de conclusiones ante la obra de uno solo de los miembros de la Sociedad Militar de Excursiones. Pero algunas cosas se pueden decir.

En primer lugar, Leopoldo de Saro mantiene la tradición iniciada por los ingenieros militares en el siglo XVIII, con la elaboración de memorias detalladas del terreno en las que sólo unos pocos elementos son los destacables, como son los caminos, ríos, arroyos, etc., o todo lo que sea objeto de atención desde el punto de vista del militar en campaña (conventos, cuadras, almacenes), sin olvidar la riqueza de cada lugar visitado.

Sin embargo, Saro es miembro de una sociedad excursionista que, por lo que sabemos, estuvo en contacto con los grupos más importantes del guadarramismo madrileño, de manera que, si bien hasta ahora no se han encontrado textos de las excursiones de éstos por la Sierra, cabe pensar que dicho contacto tuvo que ejercer algún tipo de influencia.

Lo que sí parece más claro es que el paisaje, aunque sea una palabra apenas utilizada por Saro, tiene un valor ideológico importante. Saro lo interpreta en clave militar, y los elementos que lo componen toman su valor en función de las facilidades o dificultades que imponen a las tropas o, como en el caso del Maestrazgo, llevan a determinar unas formas de vida que facilitan incluso la posible deslealtad a la Corona. Sin embargo, no puede hablarse de un determinismo físico implacable, ya que en ambos viajes se visitan lugares complejos por su orografía y, mientras en el Maestrazgo, años después de acabadas las guerras carlistas, aún se respira el espíritu de Cabrera; en las Alpujarras no se menciona nada parecido. Ha habido luchas, pero, desde la conquista de Granada por los Reyes Católicos (en ningún momento se refiere Saro sólo a la reina Isabel como monarca de Castilla, es la idea de España la que está presente), y la posterior expulsión de los moriscos de tierras alpujarreñas, no ha habido movimientos de secesión o deslealtad, y sí batallas aquí y allá contra los invasores franceses.

Tampoco se puede pensar, en sentido contrario, que Saro no vea esas relaciones, puesto que toda su explicación histórica, tanto en una región como en la otra, está vinculada al paisaje, a sus formas difíciles, que facilitan el aislamiento y determinados tipos de lucha que juegan en contra de ejércitos organizados. En el Maestrazgo, los guerrilleros de Cabrera tienen en jaque a las tropas “nacionales”; en la provincia de Granada, los guerrilleros “patriotas” que se enfrentan al gran y bien organizado ejército francés.

Por otro lado, no destaca Saro como geógrafo. Al margen de lo ya dicho sobre su cita casi literal de Alarcón, entiende el autor la geografía como una descripción de elementos, carentes de relación y, como se ha visto, en los que apenas se profundiza. Cabe recordar ahora que sólo una vez, al hablar de los esquistos pizarrosos de Sierra Nevada, menciona el nombre de las rocas. Mucho menos, el análisis de la orografía. Eso sí, incluye en la última memoria las alturas de 14 picos y pasos de Sierra Nevada. Es curiosa esa visión del militar en el reconocimiento del territorio, pues casi se podría decir que apenas levanta la vista para contemplar las montañas. La misma idea que producen las memorias del siglo XVIII, como la de Luis de Bacigalupi, quien cartografío los Pirineos aragoneses en 1789 y nunca hizo ningún comentario de aquellos picos, pero dejó una detalladísima información de los caminos, arroyos, pasos y puertos de la región.

Pero no se puede acabar esta comunicación sin poner de manifiesto, una vez más, el posible sesgo que las ideas de Leopoldo de Saro como excursionista introducen en la visión del paisaje, y habrá que esperar a tener una visión más amplia de lo que significó el excursionismo de los militares en los primeros decenios del siglo XX.
 
 

Bibliografía
ALARCÓN, P. A. de. La Alpujarra. Sesenta leguas a caballo, precedidas de seis en diligencia, Madrid: Imprenta y Librería de Miguel Guijarro, Editor, 1874,. 559 p.

BERNALDO DE QUIRÓS, C. Guadarrama.  Trabajos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, 11, Madrid, 1915. 46 p.

BERNALDO DE QUIRÓS, C.  La Pedriza del Real de Manzanares, Madrid, Comisaría Regia del Turismo y Cultura Artística (2ª ed.), 1923. 174 p.

BERNALDO DE QUIRÓS, C. La colonización del Guadarrama.  Peñalara, nº 190 / 191 / 192, págs. 231-240 / 255-263 / 279-290, 1929.

MOLLÁ RUIZ-GÓMEZ, M.  El conocimiento naturalista de la Sierra de Guadarrama. Ciencia, educación y recreo.  In GÓMEZ MENDOZA, J. y ORTEGA CANTERO, N. (dir.) Naturalismo y Geografía en España.  Madrid: Fundación Banco Exterior, 1992,  p. 275-346.

QUIROGA, F. Excursión geológica a Robledo de Chavela.  Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, XVII, 384, 1893, p. 39-43.

SARO Y MARÍN, L. de. Una excursión al Maestrazgo.  Revista Técnica de Infantería y Caballería (monografía).  Madrid: Estudio Tipográfico “El Trabajo”,  1903. 24 p.

SARO Y MARÍN, L. de. Excursiones militares. Granada, Sierra Nevada y la Alpujarra. Revista Técnica de Infantería y Caballería (monografía). Madrid: Estudio Tipográfico “El Trabajo”,  s.a. 41 p.

VV. AA.  Estudio histórico del Cuerpo de Ingenieros del Ejército.  Madrid: Sucesores de Rivadeneyra, 2 tomos (edición facsímil de 1987), 1911. 554 y 678 p.
 
 

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Ficha bibliográfica:
 

MOLLA RUIZ-GÓMEZ, M. El excursionismo militar en España y la visión del paisaje. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (61). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-61.htm> [ISSN: 1138-9788]

 

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