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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (80), 1 de agosto de 2006 

LA CONSTRUCCIÓN DE UN PASEO MEXICANO EN EL SIGLO XIX.
CIVILIDAD, ORNATO Y CONTROL SOCIAL*

Eulalia Ribera Carbó
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
Área de Historia Urbana y Regional


La construcción de un paseo mexicano en el siglo XIX. Civilidad, ornato y control social (Resumen)

El 27 de septiembre de 1854 fue colocada la primera piedra de la Alameda de la ciudad de Orizaba, en tierras del llamado barrio de Santa Anita. La historia que siguió en el arreglo de aquel espacio destinado a mostrar la civilidad del nuevo país independiente, a dar hermosura a la ciudad y a asegurar orden en el uso del tiempo de ocio de la población orizabeña, está marcada por los vaivenes políticos del siglo XIX mexicano, por la actuación de diversos agentes sociales, y por los cánones urbanos que regían en México y en el resto del mundo.

Palabras clave: Orizaba, Alameda, jardín público.


The construction of a public park in México in the 19th century. Civility, ornament and social control (Abstract)

On September the 27th 1854 the foundation stone of the Alameda was layed in the city of Orizaba. The park’s history that followed was determined by the fluctuations of the Mexican political life, by the acting of social agents and by the urban canons that ruled Mexico and the World. The lands of the public garden were intended to show civility, to give beauty and to guarantee order in the use of free time in Orizaba.

Key words: Orizaba, Alameda, public park.


La ciudad de Orizaba está situada a los pies de la escarpada sierra volcánica del Citlaltépetl, que desde ahí empieza a suavizarse en lomeríos desaparecidos después en la planicie costera del Golfo de México. Orizaba fue una fundación española, sin serlo en la formalidad de un acta y un plano. Su trazo informal empezó a ensancharse a partir de unas exiguas construcciones sobre el Camino Real, que servían de albergue a los fatigados viajeros que iban del puerto de Veracruz a la ciudad de México. Un poco más tarde llegaron a la región los primeros cultivos tropicales de explotación comercial como la caña de azúcar. Y así, desde el siglo XVI, aquella población primera de arrieros y comerciantes agrícolas creció poco a poco, concentrando en su espacio cuadriculado a un núcleo urbano de origen español y a unos barrios que, a su alrededor, tenían la categoría jurídica de Pueblos o Repúblicas de indios

En el siglo XVIII el tabaco había desplazado considerablemente al cultivo de la caña, y Orizaba vivió sus tiempos de esplendor antes y después de la creación del Estanco Real en 1764. La riqueza que se generó en la ciudad dejó notoriamente su impronta social y urbana. Unas poderosas oligarquías que controlaban el cultivo y la cosecha de la solanácea, y diversificaban sus capitales en múltiples negocios comerciales y productivos, impusieron señorío a la vida en la ciudad. Los contingentes de campesinos jornaleros, de rancheros, de obreros de la grande fábrica de puros y cigarros, los artesanos de múltiples oficios, y todos los otros sectores más o menos minoritarios que conformaban el mosaico de la sociedad orizabeña dieciochesca, quedaron inmersos en los ritmos de una ciudad que ahora presumía de una categoría más suntuosa y aristocratizante. Se construyeron iglesias y conventos de fábrica sólida y ornamentación barroca. Después neoclásica. Se hicieron obras viarias importantes, se levantaron las casas capitulares, y cuando en 1774 a Orizaba le fue concedido por cédula real el título de villa, su prosperidad fastuosa se hizo manifiesta en los días de celebración que siguieron al nombramiento. [1]

El inicio del siglo XIX trastocó el orden establecido. Las guerras de emancipación de España dieron paso a años turbulentos de desequilibrios económicos y sociales, de luchas fraticidas, de invasiones extranjeras que sacudieron todos los rincones del territorio del Estado nacional en formación. En Orizaba se culpaba a la crisis por los desarreglos en la empresa tabacalera, del estancamiento comercial de la ciudad y de la falta de recursos para invertir en obras urbanas de mejoramiento. Y ya fuera por la crisis del tabaco o por las circunstancias de una coyuntura general desfavorable, lo cierto es que hasta doblar la mitad del ochocientos, como sucedió en un número mayoritario de ciudades de todo el ámbito Latinoamericano, pocas modificaciones o innovaciones notables se concretaron en las estructuras urbanas.

También es cierto que las élites locales, los “cosecheros” del tabaco, nuevos en el negocio o hijos de los de los tiempos coloniales, seguían siendo gente poderosa con inversiones lucrativas en la ciudad, y con una innegable capacidad para incidir en el arreglo de sus espacios. [2] Con capacidad, y con iniciativas.
 

El principio del jardín

De 1849 data el primer documento del Ayuntamiento de Orizaba en que se hablaba de la voluntad del cabildo para llevar a cabo obras de utilidad y ornato que empezaran por la formación de un paseo público. Había que nombrar una “comisión perpetua” que lograra la realización del proyecto, y se anotaban los nombres de algunas personas connotadas por su intervención en múltiples facetas de la vida orizabeña. [3] Después, en una incierta sucesión de fechas, se siguió tratando el asunto, hasta que el 27 de septiembre de 1854, día en que se celebraba el 33 aniversario de la entrada triunfante del Ejército Trigarante a la ciudad de México, se colocó la primera piedra en los cimientos de la puerta principal de la Alameda. Con esto se daba principio de manera oficial a las obras “que deben acreditar a la posteridad el grado de civilización a que nos ha conducido la Independencia que en ese día conquistamos”. [4]

No es fortuito el sentido que encierra la redacción de un párrafo como éste, que pone en la construcción de un paseo público urbano la muestra de civilidad alcanzada por la independencia política del país, unos cuantos lustros atrás. La idea de crear jardines públicos se había gestado en el mundo apenas de la mano de las grandes revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX, siendo que hasta entonces los jardines habían sido ostentosas maravillas que disfrutaban reyes y aristócratas en el ámbito cerrado de sus palacios. [5] En los idearios políticos de los nuevos Estados liberales, estaban plenamente incorporadas las concepciones ilustradas respecto a unos servicios públicos como bienes que debían alcanzar a los ciudadanos en su conjunto. Los parques abiertos al disfrute de los habitantes de una ciudad eran parte de ello, y constituían espacios idóneos para mostrar la nueva educación ciudadana, orientando adecuadamente las formas de entretenimiento del tiempo libre, y fomentando la exhibición del decoro y las buenas costumbres.

Así mismo lo decían los argumentos que justificaban la construcción de la Alameda de Orizaba en otra frase expresada por ese tiempo, durante una sesión extraordinaria del cabildo en la sala capitular, a la que se había citado a “personas notables”: “Un paseo público revela el buen gusto y cultura de los habitantes de una ciudad” [6]

El problema mayor estaba en la adquisición de los terrenos señalados para el jardín. El asunto resultaba dificultoso ya que implicaba complejos procesos de compras e indemnizaciones a los propietarios que eran, la mayoría, los indios del barrio de Santa Anita. El Ayuntamiento orizabeño usó los arbitrios de ciertas contribuciones y el dinero de la venta de algunos sitios de su propiedad, para adquirir los solares y pagar indemnizaciones por casas, cercas y plantaciones. Logró además que se hicieran permutas entre los terrenos de algunos propietarios por otros solares en el mismo barrio, y que habían pasado a manos de la parroquia de la ciudad en 1847, cedidos por los vecinos del que había sido el Pueblo de Santa Ana del Varejonal. La parroquia aceptó un arreglo con las autoridades municipales, que consistía en el pago de un rédito del 5% anual sobre el valor de los terrenos, que el Ayuntamiento haría a la capilla de Santa Anita por el usufructo de sus ocho solares para la nueva Alameda. [7]

 El Ayuntamiento, con un plano del teniente coronel de ingenieros don Joaquín Colombres, se puso manos a la obra mientras oficios con solicitudes, informes y respuestas iban y venían entre el cabildo orizabeño, la prefectura del distrito y el gobierno del departamento. Las instancias superiores protestaban por irregularidades cometidas en el proceder de la corporación municipal, pero el Ayuntamiento no cejaba y al cabo de pocos meses de la inauguración oficial, el amplio espacio de cuatro manzanas completas ya había sido allanado, construida buena parte de la primera fuente y sembradas 500 estacas de plátano oriental, también conocido como álamo mexicano. El adelanto era posible, sobre todo, gracias a las donaciones de un vecindario cada vez más entusiasta, según la apreciación así asentada en papel por el propio Ayuntamiento. Ese vecindario que pagó “suscripciones voluntarias” para contribuir a la formación de un paseo público para su ciudad, estaba conformado por una lista de cerca de 40 nombres, bien conocidos muchos de ellos. Varios cosecheros de tabaco que también eran hacendados, propietarios de molinos, de fábricas y expendios de aguardiente y, otros, de curtidurías, de panaderías, de pulperías y de tiendas de ropa. Personajes principales de los negocios orizabeños, en ocasiones miembros activos de comisiones y jerarquías del cuerpo concejal, y también, algunos, gente letrada con profesión. [8]

Con el paso del tiempo los dibujos de los primeros proyectos del ingeniero Colombres y otros de José María Naredo y Alonso Manuel Peón se habían ido sustituyendo y ajustando a la realidad de los terrenos que había sido posible destinar a la Alameda, y es manifiesta la preocupación de los involucrados con la obra por la simetría en las proporciones y en la distribución de los elementos de comodidad y ornato en el diseño. Árboles, césped, glorietas, fuentes, bancos, estanque y templete para las ceremonias cívicas estaban presentes en los planos. Su descripción y el interés por lo simétrico hacen pensar que se trataba de jardines de inspiración formal, ajustados a la regularidad geométrica y a la búsqueda de perspectiva, aunque pretendieran paralelamente introducir elementos del paisajismo de la jardinería inglesa, como lo era un lago navegable de 180 varas de “longitud” y de 55 de “latitud”, o la plantación intensiva de árboles para crear el efecto de bosque. Además, parece ser que de una primera emulación de la Alameda de la ciudad de México, se había llegado a un diseño original. [9]
 

Tiempos de destrucción

El 22 de diciembre de 1860 el general juarista Jesús González Ortega derrotó al ejército conservador en Calpulalpan, Tlaxcala, dando así fin a la guerra civil de tres años conocida como Guerra de Reforma, y permitiendo la restauración del orden constitucional en todo el ámbito de la República Mexicana.

En febrero de 1861 la comisión encargada de la obra de la Alameda hizo un informe para el nuevo Ayuntamiento liberal instalado un mes atrás, repasando los antecedentes necesarios para regularizar tan importante obra pública. Además de recordar los procedimientos, las dificultades, así como los trabajos de construcción y los gastos y arbitrios que los hacían posibles, el documento pone énfasis en varios asuntos de lectura interesante. [10]

La comisión se ahorra hacer, por creerlo innecesario, la apología de las ventajas conocidas de establecer un paseo público. No menciona en consecuencia la civilidad, el ornato, la cultura y el buen gusto que se habían esgrimido antes. Pero sí pondera la importancia de un paseo, en el que los habitantes de la ciudad “se consagran en inocentes distracciones en los ratos dedicados al ocio permitido en concurrencias en que la autoridad vigila el empleo del tiempo en que se disfruta”. La Alameda orizabeña ya no solo había de servir para embellecer y mostrar dignidad ciudadana, sino que había de permitir a la autoridad la observancia de los comportamientos, en lo que siempre encerraba de peligroso el ocio colectivo. El paseo público orizabeño se convertía, como en todas partes, en un arma de control social.

Por otro lado, la comisión del paseo hace notar, como una circunstancia digna de mención especial, la constancia y el empeño con que desde el origen, los Ayuntamientos precedentes y sus capitulares habían atendido la formación de la Alameda, a pesar de las tendencias contradictorias de su color político. Y finalmente, aprovechando la coyuntura favorable de la nueva égida liberal, propone que sea solicitada la mediación del gobernador del Estado de Veracruz para conseguir que le sean otorgados a la municipalidad los solares de la Alameda que, perteneciendo a la Iglesia, habían quedado sujetos a la ley de nacionalización de 1859. [11]

No tenemos la respuesta al ocurso del Ayuntamiento, que seguramente fue favorable a su petición. Lo que sí conocemos por él, es que en ese inicio de 1861 las 36 156 varas cuadradas que formaban la Alameda se encontraban en considerable abandono, sobre todo por la falta de recursos para proseguir las obras y cuidar la vegetación. La yerba y los insectos de proliferación pertinaz en el clima caluroso y húmedo de Orizaba habían malogrado el crecimiento de la mayoría de los árboles plantados seis años atrás, y el terreno se encontraba mayoritariamente escabroso e inculto. Únicamente la primera obra material construida, que comprendía las puertas, la cerca de mampostería, los asientos revestidos de cantería y la amplia calzada que llevaba hasta la fuente principal, se encontraba en pie. [12]

 El hecho de que los comisionados de la Alameda hagan notar al nuevo Ayuntamiento liberal que los cabildos anteriores habían apoyado los trabajos en el paseo sin importar su filiación política, tiene seguramente la intención de comprometer a los recién instalados regidores con la continuidad del proyecto. Pero es evidente que el empeño por adelantar el jardín había decaído, lo cual no es de sorprender cuando el país salía de tres años de guerra civil, en que difícilmente los arbitrios destinados a los gastos públicos se conseguían completos y puntualmente, y cuando las voluntades políticas estaban ocupadas con las turbulencias bélicas. Y aún peor suerte le deparaban a la Alameda los acontecimientos que estaban por venir.

 Desde principios de 1862 se estacionaron en Orizaba las tropas del ejército federal, que se aprestaban a defender el territorio nacional de la inminente intervención extranjera después de que México declaró la moratoria en el pago de la deuda exterior. Los habitantes de la ciudad se vieron forzados a pagar contribuciones extraordinarias y préstamos en apoyo a las fuerzas armadas, y varios de los principales contribuyentes fueron nombrados para formar una Junta Proveedora del Ejército de Oriente. Poco después en ese año, pasaron por Orizaba por primera vez las tropas francesas en su camino a Tehuacán donde fueron acuarteladas, y se estacionaron en ella las tropas españolas al mando del general Prim. En cuanto fue rota la alianza tripartita y las fuerzas de Gran Bretaña y España se retiraron, el ejército francés ocupó la ciudad abandonada de sus autoridades liberales. Era el mes de abril de 1862. [13]

 Orizaba quedó invadida por soldados, monturas, animales de tiro, bagajes, basuras y suciedad. Las tropas del gobierno legítimo de Benito Juárez asediaron los caminos impidiendo la llegada de vituallas, y el ejército de ocupación confiscó la harina, el maíz y las reses disponibles creando una penosa escasez alimenticia. [14] Aquellas zozobras no dejaban demasiado lugar a la preocupación por el adelanto y cuidado del jardín urbano. Pero cuando los ocupantes franceses instalaron en los terrenos de la Alameda el estacionamiento de sus carros y los corrales para sus caballos y mulas, entonces de inmediato los miembros de la Comisión de la Alameda iniciaron gestiones para que cesara “semejante abuso”. A solicitud del Ayuntamiento, el nuevo jefe político Alonso Manuel Peón se dio a la tarea de buscar corrales capaces de servir al objeto, para ponerlos a disposición de la autoridad militar francesa. Sin embargo los intentos por salvar a la Alameda de la destrucción fueron vanos hasta 1864, cuando los franceses salieron definitivamente del incipiente jardín. No había quedado ni un árbol en pie. [15]

En el mes de julio de 1864 hay algunos primeros registros de gastos erogados para iniciar la reconstrucción. Pagas de peones, reposición de atarjeas, bollos y enladrillados y compras de fresnos para replantar. Sin embargo no se progresó gran cosa porque los Fondos de mejoras materiales creados por el gobierno imperial fueron asignados a otros rubros que no eran el de la Alameda, a pesar de las quejas de los vecinos que en 1853 habían hecho las donaciones voluntarias para comenzar el proyecto. [16]

Finalmente los conservadores fueron derrotados y las fuerzas de ocupación con todo y su imperio expulsados del país. El 25 de febrero de 1867 salió de Orizaba el último convoy francés y, como escribe José María Naredo en su prolija historia de la ciudad, ese día “¡Orizaba amaneció imperialista y anocheció republicana!” Dos días después se nombró un nuevo Ayuntamiento. [17]
 

Esplendor en el paseo

Con la restauración definitiva de la República, poco a poco se fue normalizando la vida política y administrativa de México hasta los niveles del poder local. Y de ello puede hacerse lectura incluso en espacios tan pequeños como lo es el de un paseo urbano.

En 1868 hay registro de los trabajos de reconstrucción. Cuadrillas con un número variable de trabajadores, que llegaron a sumar hasta 25, se afanaban en las labores que iban desde la albañilería, hasta el combate de hormigueros y el regadío. A partir de 1869 los gastos se fueron concentrando mayormente en la limpieza y la conservación. [18]

La atención a la plantación se volvió una constante. Argumentaciones estéticas, científicas y de salud pública eran esgrimidas en las resoluciones de la jardinería urbana. Los árboles eran la panacea para muchos males ambientales: mitigaban los rigores del clima, purificaban el aire, atraían las lluvias, abonaban el suelo, y por si todo esto fuera poco, hacían “amenos y deliciosos los lugares”. En 1868 fueron sembrados 120 arbolitos y algunas flores. A la par se formó un vivero con fresnos para ser transplantados más tarde. [19]

Algunos de los mecenas de la Alameda, que lo habían sido desde su creación, los cosecheros de tabaco y hombres ricos de los negocios de Orizaba, hicieron donaciones de árboles por cuenta propia. En vista de la buena disposición, en 1870 fue redactado en el Ayuntamiento un Proyecto para hermosear el paseo de la Alameda, que consistía básicamente en dividir en un plano el terreno destinado al paseo en catorce partes iguales, cada una a cargo de un regidor. Los regidores se encargarían de asignar lotes a las familias con voluntad y posibilidades de cooperar con la plantación de árboles. Además, se obligaría a todos los pueblos del cantón de Orizaba a entregar árboles y plantas de los que crecían en sus variados climas, y entre los árboles plantados “a perpetuidad”, se sembrarían naranjos que embalsamaran el aire y proporcionaran un nuevo arbitrio con la recolección de los frutos. [20]

No sabemos si el proyecto fue puesto en práctica. Lo que sí sabemos es que siguieron plantándose fresnos, se introdujo el eucaliptus, y más tarde el laurel de la India. Y que muchos de estos árboles fueron donados en numerosas decenas por los orizabeños benefactores de la Alameda. [21]

Los presupuestos asignados para mejorar y mantener en buen estado el paseo se fueron regularizando, aunque siempre se buscaban fuentes de nuevos arbitrios para poder alcanzar las cantidades necesarias. Se contrataban indios de Ixhuatlancillo, de Zoquitlán y de Barrio Nuevo, y se aprovechaba el trabajo de los presos de la cárcel para hacer terraplenes, atarjeas y caños nuevos para el riego y el desagüe, para construir un tanque para el reparto del agua, para cavar los hoyos para sembrar árboles, para limpiar y desyerbar. [22]

Avanzada la década de 1870 Orizaba contaba ya con un Reglamento de Paseos Públicos, que estipulaba las reglas para la circulación dentro de los jardines, las prohibiciones para el cuidado de la vegetación y el respeto entre los paseantes. Había un encargado con rifle y dos peones contratados de planta por el Ayuntamiento, además de los trabajadores temporales que aumentaban o disminuían según lo que hubiera por hacer. [23]

Durante esa misma década, después de la muerte de Benito Juárez en 1872, nuevamente se vivieron en México años de turbulencia política que culminaron con la llegada al poder del general Porfirio Díaz. El país se encaminó entonces a lo que había de ser la larga dictadura finisecular de México, que bajo el lema de “orden y progreso”, permitió a los grupos de poder a nivel local vivir su propia Bella Época.

Poco a poco la Alameda de Orizaba se fue convirtiendo en escenario de las innovaciones y las modas en el quehacer urbano y el comportamiento social de un México políticamente estable y de impronta económicamente liberal. Y escenario privilegiado también de los nombres, los monumentos y los eventos cívicos a través de los cuales se expresaba la identidad nacional procurada por el Estado en consolidación.

En 1883 fue aprobada y se inició la construcción de un quiosco para que pudieran solemnizarse anualmente en él “los días gloriosos de la patria”, a la vez que pudiera celebrarse semanalmente una serenata de música militar para recrear a la concurrencia. Hay que tener presente que la costumbre de los conciertos a cargo de bandas militares se había extendido por todo el centro y sur de México, una vez restaurada la República y en plena marea de jacobinismo anticlerical, como un exitoso mecanismo del Estado para romper el control de la Iglesia sobre el ceremonial festivo y musical. [24] Después, cuando la efervescencia revolucionaria del liberalismo se fue apaciguando, las serenatas en los jardines públicos eran ya una feliz costumbre que mostraba urbanidad y contribuía a la preservación del orden en aras del progreso material.

 El 12 de octubre de 1892, los festejos por el cuarto centenario del descubrimiento de América incluyeron un gran desfile con música de banda y carros alegóricos, que fue a terminar a la Alameda en donde se develó una lápida conmemorativa y se rebautizó el jardín, nombrándolo oficialmente Paseo Colón. En 1898, en el centro de la Alameda, se colocó una magnífica estatua de mármol del prócer orizabeño Ignacio de la Llave, ministro de gobernación, gobernador liberal del Estado de Veracruz, y “benemérito de la patria” por haber muerto en los campos de batalla defendiendo la soberanía del país en la resistencia contra la invasión francesa. [25] Con el inicio del siglo XX había llegado al jardín la iluminación eléctrica, se estrenaron fuentes, se colocó una pajarera, se organizaron carreras ciclistas y verbenas populares. Tampoco faltaron propuestas, denegadas muchas de ellas, para instalar juegos gimnásticos, boliche, “tívoli” o “caballitos”, y hasta un ferrocarril portátil de vía mínima y motor eléctrico para la distracción de los paseantes. [26]

La Alameda de Orizaba era ya, sin duda alguna, espacio privilegiado de la civilidad y la modernidad de las costumbres. Era centro de atención y cuidado esmerado de las autoridades municipales, que de la mano de los personajes económicamente poderosos y letrados de la élite orizabeña, lo veían como muestra paradigmática del ornato urbano. Lugar entre los preferidos para el roce de una sociedad ansiosa por mostrar refinamiento y cultura, donde hasta la naturaleza bien domesticada y distribuida, hablaba de un sentido del orden social. Ese pequeño territorio lleno de verde de apenas un poco más de 2.5 hectáreas de la mancha urbana de Orizaba, era uno de los preferidos para rememorar y solemnizar las grandes efemérides nacionales, e inflamar los espíritus orizabeños con discursos patrióticos.

Cuando se acercaba la mayor efeméride de todas, la independencia política de España en su primer centenario, una comisión especial se abocó a la preparación de los festejos que habían de durar cinco días. Del apretado programa de actividades diversas, en la Alameda hubo abanderamientos, concursos de trajes, inauguración de un quiosco nuevo, conciertos corales y de banda, serenatas, “kermesse”, cabalgatas de jinetes vestidos a la usanza mexicana y europea, combates de flores y, por supuesto, un discurso al final de la gran procesión cívica que recorrió las principales calles de la ciudad. [27]

Cincuenta y seis años después de haber sido colocada oficialmente la primera piedra en aquel rincón de solares agrestes al extremo poniente de la ciudad, la oligarquía local había hecho de la nueva Alameda un sitio principal para el adorno y la categoría urbana de Orizaba a la altura de los tiempo que corrían, a la vez que un espacio imprescindible para mostrar la fuerza del Estado, reafirmar las identidades nacionales colectivas y asegurar las normas del comportamiento. Nadie podía imaginar en el boato de aquellas celebraciones seculares, en medio del exuberante y magnífico jardín, que tanto lustre y tanto orden pendían de un hilo. Las fuerzas revolucionarias gestadas a la sombra del régimen dictatorial, muy pronto harían su entrada contundente por todos los rincones de Orizaba. Entonces, la Alameda daría cabida también a las concentraciones y mítines de aquellos que tanto espantaban las conciencias de los que, hasta ese momento, habían puesto el “buen ejemplo” entre álamos, fresnos, eucaliptos y laureles.

            Pero esa es ya otra historia.

 

Notas

* Este trabajo es el esbozo de un proyecto de investigación apenas iniciado sobre las tierras que conformaron la Alameda de Orizaba en el siglo XIX.

[1] Ribera, 2002 (b).

[2] Ribera, 2002 (a).

[3] Archivo Histórico Municipal de Orizaba (en adelante AHMO), caja (en adelante c.) 2, expediente (en adelante e.) 19, folio (en adelante f.) 184b, ramo Cantón, 22 de mayo de 1849.

[4] AHMO, c.2, e. 19, f. 184b, ramo Cantón, 27 de septiembre de 1854.

[5] Capel, 2002.

[6] AHMO, c.2, e.19, f. 184b, ramo Cantón, documento sin fecha.

[7] Los documentos del AHMO consignan un rédito del 5% anual y José María Naredo habla de un 6%. AHMO, c.2, e.19, f.184b, ramo Cantón, 22 de diciembre de 1858; Naredo, 1898.

[8] AHMO, c.2, e.19, f. 184b, ramo Cantón, 14 de enero de 1855; AHMO, c.2, e.19, f.184b, ramo Cantón, 23 de julio de 1854; Ribera, 2002 (b).

[9] AHMO, c.2, e.19, f. 184b, ramo Cantón, 24 de febrero de 1855; AHMO, c.2, e.19, f.184b, ramo Cantón, 15 de enero de 1861.

[10] AHMO, c.2, e.19, f.184b, 4 de febrero de 1861.

[11] AHMO, c.2, e.19, f.184b, 4 de febrero de 1861.

[12] AHMO, c.2, e.19, f.184b, febrero-marzo de 1861.

[13] Naredo, 1898.

[14] Naredo, 1898.

[15] AHMO, c.2, e.19, f.184b, 1863; Naredo, 1898.

[16] AHMO, c.2, e.19, f.184b, julio a diciembre de 1864; AHMO, c.2, e.19, f.184b, julio a octubre de 1865.

[17] Naredo, 1898.

[18] AHMO, c.97, e.63, f.13b, ramo Paseos, diciembre de 1869; AHMO, c.97, e.63, f.13b, ramo Paseos, 8 de junio de 1868; AHMO, c.98, e.30, f.13m, ramo Paseos, septiembre 1868; AHMO, c.102, e.11, f.103b, ramo Paseos, diciembre de 1869.

[19] AHMO, c.2, e.19, f.184b, 4 de febrero de 1861; AHMO, c.97, e.63, f.13b, ramo Paseos, 2 de mayo de 1868; AHMO, c.98, e.30, f.13m, septiembre de 1868.

[20] AHMO, c.104, e.5, f.2r, ramo Paseos, 19 de abril de 1870.

[21] AHMO, c.111, e.43, f.8b, ramo Ejidos y Paseos, 26 de agosto de 1872; AHMO, ramo Paseos públicos, 10 de agosto de 1910.

[22] AHMO, c.104, ramo Paseos, 1870; AHMO, c.105, ramo Paseos, 1870.

[23] AHMO, c.120, e.22, f.11r, ramo Ejidos y Paseos, 30 de junio de 1874; AHMO, c.139, e.18, f.40b, diciembre de 1877; AHMO, c.138, e.16, f.39r, ramo Paseos públicos, 1878.

[24] AHMO, c.154, f.3b, ramo Ejidos y Paseos, 1 de septiembre de 1883; Thomson, 1990.

[25] AHMO, c.187, f.13, ramo Festividades, 6 de octubre de 1862; Naredo, 1898.

[26] AHMO, c.207, ramo Paseos, 1901; AHMO, ramo Paseos, 25 de mayo de 1903; AHMO, ramo Paseos Públicos, 24 de abril de 1906; AHMO, ramo Paseos, 28 de noviembre de 1906.

[27] AHMO, ramo Festividades Nacionales, 17 de mayo de 1910.


Bibliografía

CAPEL, Horacio. La morfología de las ciudades. I. Sociedad, cultura y paisaje urbano. Barcelona: Ediciones del Serbal, 2002. 544 pp.

NAREDO, José María. Estudio geográfico, histórico y estadístico del cantón de la ciudad de Orizaba. Orizaba: Imprenta del Hospicio, 1898.

RIBERA CARBÓ, Eulalia. Elites cosecheras y ciudad. El tabaco y Orizaba en el siglo XIX. Scripta Nova. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2002 (a), vol. VI, n° 119 (51). (http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-119-51.htm). ISSN: 1138-9788.

RIBERA CARBÓ, Eulalia. Herencia colonial y modernidad burguesa en un espacio urbano. El caso de Orizaba en el siglo XIX. México: Instituto Mora, 2002 (b). 342 pp.

THOMSON, G.P.C. Bulwarks of patriotic liberalism: the Nacional Guard, Philarmonic Corps and Patriotic Juntas in Mexico, 1847-1888. Journal of Latin American Studies, 1990, vol.22, pp. 31-68.


Documentos

Archivo Histórico Municipal de Orizaba (AHMO), caja (c.) 2, expediente (e.) 19, folio (f.) 184b, ramo Cantón, 22 de mayo de 1849.

AHMO, c.2, e. 19, f. 184b, ramo Cantón, 27 de septiembre de 1854.

AHMO, c.2, e.19, f. 184b, ramo Cantón, documento sin fecha.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, ramo Cantón, 22 de diciembre de 1858.

AHMO, c.2, e.19, f. 184b, ramo Cantón, 14 de enero de 1855.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, ramo Cantón, 23 de julio de 1854.

AHMO, c.2, e.19, f. 184b, ramo Cantón, 24 de febrero de 1855.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, ramo Cantón, 15 de enero de 1861.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, 4 de febrero de 1861.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, 4 de febrero de 1861.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, febrero-marzo de 1861.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, 1863.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, julio a diciembre de 1864.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, julio a octubre de 1865.

AHMO, c.97, e.63, f.13b, ramo Paseos, diciembre de 1869.

AHMO, c.97, e.63, f.13b, ramo Paseos, 8 de junio de 1868.

AHMO, c.98, e.30, f.13m, ramo Paseos, septiembre 1868.

AHMO, c.102, e.11, f.103b, ramo Paseos, diciembre de 1869.

AHMO, c.2, e.19, f.184b, 4 de febrero de 1861.

AHMO, c.97, e.63, f.13b, ramo Paseos, 2 de mayo de 1868.

AHMO, c.98, e.30, f.13m, septiembre de 1868.

AHMO, c.104, e.5, f.2r, ramo Paseos, 19 de abril de 1870.

AHMO, c.111, e.43, f.8b, ramo Ejidos y Paseos, 26 de agosto de 1872.

AHMO, ramo Paseos Públicos, 10 de agosto de 1910.

AHMO, c.104, ramo Paseos, 1870; AHMO, c.105, ramo Paseos, 1870.

AHMO, c.120, e.22, f.11r, ramo Ejidos y Paseos, 30 de junio de 1874.

AHMO, c.139, e.18, f.40b, diciembre de 1877.

AHMO, c.138, e.16, f.39r, ramo Paseos Públicos, 1878.

AHMO, c.154, f.3b, ramo Ejidos y Paseos, 1 de septiembre de 1883.

AHMO, c.187, f.13, ramo Festividades, 6 de octubre de 1862.

AHMO, c.207, ramo Paseos, 1901.

AHMO, ramo Paseos, 25 de mayo de 1903.

AHMO, ramo Paseos Públicos, 24 de abril de 1906.

AHMO, ramo Paseos, 28 de noviembre de 1906.

AHMO, ramo Festividades Nacionales, 17 de mayo de 1910.
 
 

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Ficha bibliográfica:

RIBERA CARBÓ, E. La construcción de un paseo mexicano en el siglo XIX. Civilidad, ornato y control social. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (80). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-80.htm> [ISSN: 1138-9788]

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