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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (93), 1 de agosto de 2006 


POR UNA GEOGRAFÍA SOCIAL, CRITICA Y COMPROMETIDA *

Robert Hérin
Profesor Emérito
Universidad de Caen (Francia)


 
He recibido con emoción y gratitud la propuesta de concesión del Premio Internacional Geocrítica 2006, notificada por el Dr. Don Horacio Capel en nombre del Jurado internacional. Dicho jurado justifica esta distinción “por mis relevantes contribuciones a la geografía social y agraria y mi decidido compromiso con una geografía crítica y responsable”.

Me situa este premio en el grupo todavía reducido de personas cuyo relevancia intelectual es indiscutible. Espero no desmerecer de tan buena compania. Mi agradecimiento mas sincero por la concesión de este premio, que espero ostentar con la dignidad que merece.   He titulado mi intervención "Por una geografía social, critica y comprometida".

Después de la Tesis Doctoral sobre la región de Murcia, he contribuido, tanto con mis investigaciones, publicaciones, como con mis responsabilidades universitarias a crear, definir y desarrollar la geografía social, que se impuso al final de los años 1970 en el paisaje de la geografía francesa, entonces en profunda renovación.

Esta geografía social se interesa prioritariamente por los hombres, por las sociedades, más que por los espacios, que ella considera que son producto de las sociedades. Inmersa en el mundo que vivimos, pretende ser a la vez científica e implicada en las cuestiones de la sociedad de nuestro tiempo. También es crítica tanto en el terreno científico como en el campo social.

En la primera parte trazaré, brevemente, el recorrido personal del universitario al que ustedes honran hoy. A continuación comentaré lo que es la geografía social francesa, sus fundamentos, sus orientaciones, sus evoluciones desde el principio de los años 80. Por último, insistiré sobre la dimensión necesariamente crítica y responsable que, en mi opinión, debe de tener la geografía social.

Algunos puntos de referencia en un itinerario

La concesión de una distinción como el Premio Internacional de Geocrítica 2006, que este año honra a un universitario geógrafo francés cuya carrera académica toca a su fin, invita al que recibe tal honor a una evocación del camino que ha recorrido. Un camino personal, particular, es cierto. Pero que, no obstante, puede ser instructivo, al menos en dos sentidos. En primer lugar, permite comprender cómo se construye una personalidad, sus referencias filosóficas, su concepción del oficio de profesor e investigador, cuál es la idea que anima su participación en la vida social. En segundo lugar, es interesante conocer en qué medida el itinerario recorrido se inscribe, a la vez que los refleja e incluso ilustra, en los profundos cambios que tuvieron lugar en la sociedad francesa desde la Segunda Guerra Mundial.

No vean ustedes en el relato retrospectivo que presento a grandes trazos la expresión narcisista de la autocomplacencia, sino el intento de comprender mejor y de explicitar las referencias esenciales que inspiran a un hombre en su sociedad. Un hombre que es a la vez producto de esta sociedad y un actor social, alguien que pretende intervenir en esta sociedad.

Yo he nacido en el Oeste de Francia, en un pueblo rural del Valle del Loir, un modesto afluente del Loira. Me da placer sentir y pensar que soy originario de los países del Loira: el Renacimiento, Rabelais y Ronsard, los innumerables y maravillosos castillos, la cuna del francés bien hablado, los viñedos que señalan el paso de la Francia del Norte a la Francia del Sur. Mis raíces son campesinas: todo lo que me he podido remontar en el tiempo, al menos hasta el siglo XVII, y sin duda mucho antes,  se han sucedido, tanto por vía paterna como materna, generaciones de pequeños agricultores. Hasta los años 1950-1960, el patronímico Hérin quedaba centrado, salvo en un núcleo secundario del norte de Francia, en algunos ayuntamientos del Valle del Loir [1] . Es fácil imaginar una sociedad agraria enraizada por la sucesión de generaciones dedicadas a la vida agrícola, sus trabajos, sus calendarios, sus desplazamientos circunscritos solamente a espacios vecinos, para las fiestas religiosas, los mercados y las ferias, para las ceremonias familiares que jalonan las vidas guiadas por la Iglesia católica: los nacimientos y bautismos, las primeras comuniones, los casamientos, los fallecimientos y entierros. Para los hombres, las únicas aventuras lejanas eran las que ofrecía el ejército: el servicio militar, las guerras, cuyas hecatombes se inscriben sobre los monumentos a los muertos. Confinadas cotidianamente a las tareas domésticas y al cuidado de las vacas, los cerdos y las gallinas, las mujeres no tenían otras aventuras que las de los hombres que vivían con ellas.

Yo desciendo pues de esta sociedad agraria: una sociedad estable, geográficamente y socialmente enraizada en sus tierras, sus proximidades, sus costumbres y sus creencias. El viaje, la partida, la aventura, la movilidad, las migraciones no figuraban en su capital social, si se me permite la expresión, en sus genes. Una sociedad más bien cerrada en ella misma, poco inclinada a acoger la diferencia, la novedad, al extranjero, al otro. Sin duda esta herencia es la causa de mi dificultad innata a viajar, a partir…¿No es este enraizamiento el que me incita a poner frente a frente dos grandes tipos de sociedades?. Unas son estables, en sus espacios y su organización social, sociedades en las que prevalece tanto el orden social como el moral e ideológico. Otras son sociedades en movimiento, donde la migración geográfica, la movilidad social y la apertura cultural inspiran sus comportamientos. La movilidad es considerada hoy como una baza, una capacidad que permite la innovación y la ascensión social. Pero no hay que olvidar que gran parte de los movimientos migratorios son provocados por represiones, pobreza y desesperación. Sueño también con  incluir mi linaje, explorar sus raíces y sus rupturas eventuales, en las grandes migraciones que poblaron Europa y posteriormente los Nuevos Mundos.  El patronímico Hérin sería de origen germánico: imaginemos que vinimos de Europa central con las grandes migraciones de la Alta Edad Media. ¿Y que los numerosos Hérin de Michigan  son primos lejanos procedentes de una cuna germánica común?. Remontémonos en el tiempo. Los análisis généticos que se han comenzado a practicar podrían recolocar las generaciones de mis ancestros en las grandes migraciones prehistóricas que desde Africa oriental han poblado Europa, Asia y más tarde las Américas. En efecto, es importante para mi pensar que en un determinado momento de sus vidas, hombres y mujeres de mi linaje, historia familiar, han sido extranjeros, respecto a los habitantes que ya llevaban más o menos tiempo establecidos en el territorio.

Con los jóvenes de mi generación se produjo una ruptura decisiva. En cualquier parte de Francia, en Auvernia y Limousin, en los Pirineos y en los Alpes, en Bretaña, esta ruptura tuvo lugar a partir del siglo XIX. En el lugar del que procedo, la sucesión secular de los campesinos en sus propias tierras se interrumpió a partir de los años 1950. Las causas son múltiples y se combinan entre ellas. En lo que a mi respecta, la escuela primaria y los años de infancia fueron decisivos. Los maestros de escuela, militantes del laicismo, me inculcaron el sentido de Estado, del orden republicano, de su ardiente deseo de independencia respecto a la religión. La vida cotidiana me ha mostrado los privilegios y los atropellos de las categorías sociales más acomodadas: los aristócratas propietarios de castillos y grandes propiedades, el notario, el veterinario y el médico, los comerciantes y tenderos influyentes gracias a créditos que concedían a las familias en los momentos de dificultad. Y el otro extremo de la escala social, los jornaleros, los empleados y las criadas de las granjas….En la época de mi infancia, la Iglesia católica, sus instituciones y sus monumentos reproducían estas diferencias sociales y las relaciones de dominación de los unos y de dependencia de los otros que caracterizaban la sociedad rural de entonces. Sin duda esta ha sido una de las razones de mi distanciamiento precoz de la Iglesia católica.

Al alcanzar los once o doce años, mi destino normal hubiera sido pasar a trabajar en la granja familiar, más tarde, hacia la treintena, suceder a mis padres como agricultor, porque además era el primogénito. Pero no sucedió así. Algunas veces, más tarde, lo he lamentado…

Partí para el colegio de enseñanza secundaria, al instituto a los doce años. A falta de tener dinero, mi madre tenia ambición de un futuro mejor para sus hijos, especialmente para el mayor. Unos buenos estudios favorecían un proyecto de éxito social, sueño compartido por gran número de adolescentes de medios sociales modestos: llegar a ser maestro de escuela. Otros, los que no alcanzaran tanto éxito, lograrían ser al menos empleados (de correos, de los ferrocarriles, del Crédito Agrícola, etc.). Algunos se convertirían en obreros cualificados en las fabricas de una Francia que empezaba a industrializarse. Unos pocos, cada vez menos numerosos, sucederían a sus padres en las explotaciones agropecuarias obligadas a modernizarse o a desaparecer. Los más desfavorecidos encontrarían trabajo de obreros industriales sin cualificar, chicos para todo, u obreros agrícolas. Como respuesta a la proliferación y demanda creciente de trabajos de secretaria, como consecuencia de los cambios económicos y sociales de los años 1950-1960, las jóvenes entrarían en la vida activa y se irían a vivir a la ciudad.

Al haber sido un buen estudiante en la secundaria y posteriormente en la Escuela Normal de Magisterio, mis maestros de entonces me animaron a proseguir estudios superiores. ¡Que distancia entre mi pueblo natal y uno de los más prestigiosos liceos parisinos! A ellos les doy las gracias encarecidamente y quiero que, donde quiera que estén, sepan que el premio que se me concede es también suyo. Fui admitido en la Escuela Normal Superior de Saint Cloud. A final de los estudios de geografía a Paris conseguí llegar a ser catedrático de instituto y después, al poco tiempo, profesor ayudante en la Universidad de Caen, donde he desarrollado toda mi carrera académica, durante casi cuarenta años.

Al final de los años 1960, en Francia, la carrera universitaria exigía la realización de la tesis doctoral, llave indispensable para quienes pretendían acceder a las responsabilidades de catedrático profesor universitario y al reconocimiento universitario y social que conllevaba dicha función. La tesis doctoral significó, por lo menos, diez años de trabajo, en los que compaginé enseñanzas e investigaciones. Las inclinaciones personales (paradójicamente, mi simpatía por los republicanos españoles y mi hostilidad al franquismo, y mi interés cultural y turístico por España y el mundo hispánico) y las dificultades planteadas en algunos posibles  temas de tesis, hicieron que yo llegara a Murcia en la primavera de 1965, con la esperanza de encontrar un tema de investigación que me permitiera plantear mi tesis doctoral. La clara oposición entre regadíos y secanos, los fuertes contrastes que resultan de la presencia o ausencia de agua, pero también las migraciones por entonces numerosas de murcianos hacia Cataluña o Francia, así como las desigualdades sociales entre una minoría rica y dominante y un numeroso proletariado formado por obreros y jornaleros agrícolas orientaron rápidamente mis investigaciones. Durante el verano de 1965, tuve la gran suerte de encontrar a Horacio Capel, que entonces  acababa de comenzar su carrera académica en la Universidad de Murcia, bajo la dirección del profesor Vilá Valentí. Algunos años más tarde, tuve el placer de establecer lazos permanentes, profesionales y de amistad, con Francisco Calvo, otro de los representantes de la espléndida generación de geógrafos procedentes de la ciudad de Lorca, que irrumpieron en la Geografía española en los años 60. La tesis fue defendida en febrero de 1976. Se titula  La cuenca del Segura (sudeste de España), investigaciones de geografía rural. Fue publicada en 1980, en el libro Les huertas de Murcie, les hommes, la terre et l’eau dans l’Espagne aride, que trataba de difundir lo esencial en unas doscientas páginas. Como otras tesis doctorales de la época y los libros a los que dieron lugar, estos trabajos pueden ser considerados hoy día como prefiguraciones empíricas de la geografía social que se consolidaria años más tarde.

Con el paso de los años, Murcia se ha convertido para mí en un jardín familiar, uno de esos lugares donde yo me siento bien. Siempre he seguido siendo fiel al sudeste de España. Sucesivos estudios sobre la geografía electoral de la región, y de sus ciudades, las divisiones sociales de la aglomeración de Murcia, una revisión progresiva de las cuestiones del agua y del desarrollo regional de la zona son pruebas de esa fidelidad. La exploración del sistema educativo español (Hérin, 1997, 2001), de los comportamientos electorales (Hérin, 1988), la reconstrucción de la ciudad mártir de Guernica (Hérin, 2004) o los conflictos que se ha producido en los nuevos regadíos de El Ejido (Almería) (Hérin, 2003) son testimonios de la transposición de unos de mi nuevos temas de investigación al mundo hispánico.

Una vez terminada la tesis, las obligaciones, los compromisos y las oportunidades universitarias me han orientado hacia nuevas direcciones que superan la división tradicional entre geografía rural y geografía urbana y corresponden mejor a las evoluciones de las sociedades contemporaneas. La vida me condujo a colaborar con sociólogos-una rica experiencia de la pluridisciplinariedad. Abandoné la geografía rural en pos de otras orientaciones. He ejercido responsabilidades de gestión de la investigación así como del gobierno de la Universidad de Caen. De la posición de investigador individual, que es la del doctorando, he pasado a tener bajo mi tutela a  jóvenes investigadores (numerosos), a participar en colectivos de investigación y más tarde asumí la dirección y responsabilidad de algunos de ellos (la red de los équipos de geografía social de las universidades de la Francia del Oeste; mas tarde la creación y la direccion de la Maison de la Recherche en Sciences humaines de Caen, concebida para favorecer la pluridisciplinaridad. El análisis de los cambios sociales en Francia, el vivo interés por los problemas de escolarización y por el papel que juegan las desigualdades escolares en la reproducción de las jerarquías sociales, las cuestiones del trabajo, el empleo y el paro, la participación en investigaciones sobre las desigualdades socio-espaciales urbanas han acompañado y nutrido, a partir de finales de los años 70, la afirmación de mis puntos de vista sobre la geografía y mis contribuciones a la definición y al desarrollo de la geografía social.

En conjunto, este camino personal es paralelo al de otros geógrafos de la misma generación. El contexto de desarrollo económico y de movilidad social de la Treintena Gloriosa (desde inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial hasta la “crisis” que comenzó en los años 70) favoreció la ascensión social de jóvenes valiosos de origen modesto que pudieron disfrutar de becas y créditos para estudio, gracias a un sistema educativo que seleccionaba a los mejores de los medios populares como futuros cuadros de la Nación. La historia familiar, los valores que le han sido transmitidos en herencia, sus dificultades de todo orden, pero también sus ambiciones, han sido determinantes: han alimentado el deseo y el gusto por el éxito, pero también a la vez las tentaciones del conformismo social e ideológico y, al mismo tiempo, las aspiraciones a un orden nuevo, democrático y progresista. Los acontecimientos, algunos personales y otros colectivos, la guerra de Argelia, el golpe de Estado en Argel de los militares en 1958, la intensa agitación de mayo del 68, el éxito de la Unión de la Izquierda en 1981, las desilusiones que le sucedieron, la caída del muro de Berlín, muy recientemente la crisis de los suburbios populares y las manifestaciones contra la precariedad, todos estos acontecimientos y otros, han suscitado una adhesión política clara y permanente, sin diferir, me parece, de los planteamientos que defendía en mi época de estudiante.

La geografía social que he contribuido a hacer emerger, después a definir y finalmente a desarrollar [2] , es pues para mí una aventura personal y una determinada manera, creo que objetiva, de ver el mundo. Esta posición está inspirada de forma indisociable a la experiencia vivida por las sociedades contemporáneas y por la voluntad de conocerlas y comprenderlas, con el fin de contribuir a un cambio hacia una mayor justicia social y sentimiento de ciudadanía.
 

Definir la geografía social

A partir de finales de los años 1960, la geografía francesa ha estado sometida a vigorosos debates que han puesto en tela de juicio  la aparente unidad de la escuela geográfica francesa tal como había sido definida a partir del fin del siglo XIX, impulsada principalmente por Paul Vidal de la Blache. Es en ese contexto de debates donde se manifestó, a partir del final de los años 70, la geografía denominada social.

Ésta se define como la ciencia social que contribuye al conocimiento de las sociedades a través de la construcción de sus saberes sobre el espacio, del mismo modo que desde su propio enfoque lo hacen la sociología, la psicología social, la historia social, la lingüística social o incluso la economía social… Así definida la geografía social coexiste en el campo de la geografía francesa contemporánea con la geografía cultural, la geografía del medio ambiente (ecológica), el análisis espacial.

Las definiciones que han fundado la geografía social francesa contemporánea fueron formuladas por primera vez en Caen al final de los años 1970, por algunos geógrafos de edades e itinerarios intelectuales diferentes, pero que tenían en común el hecho de haber realizado, o de estar realizando investigaciones en geografía sobre las relaciones sociales que subyacen en las sociedades rurales, el haber colaborado, más o menos, al nacimiento de la geografía denominada entonces geografía del espacio vivido, geografía de la percepción, de las prácticas y de las representaciones del espacio y en fin, haber participado en un programa nacional de investigaciones sobre el cambio social en Francia, en el que colaboraron sociólogos, geógrafos, historiadores, lingüistas, etnólogos, etc.

La geografía social según las definiciones de ese momento, tiene por objeto las relaciones entre los espacios y las sociedades. En la obra titulada Geographie Sociale publicada en 1984, decíamos esto:

“Ciencia de la organización espacial de las sociedades humanas, la geografía social parte de la constatación de que los hechos sociales tienen por sus localizaciones y sus manifestaciones, dimensiones espaciales y que los hechos geográficos comportan  aspectos sociales que concurren en su comprensión y  su evolución. Geografía de los hechos sociales y sociología de los hechos geográficos, la geografía social consiste fundamentalmente en la exploración de las interrelaciones que existen entre las relaciones sociales y las relaciones espaciales, extensivamente entre las sociedades y los espacio” (Frémont y otros, 1984).

Por relaciones espaciales se entiende las que los hombres, tanto individualmente o como colectivamente, tienen con los paisajes, los lugares, los espacios, los territorios, mientras las relaciones sociales son el conjunto de relaciones que los hombres tienen entre ellos, en un momento dado y en lugares determinados. Del mismo modo que las relaciones espaciales, las relaciones sociales pueden ser contempladas  a través de las actividades que las establecen, según los niveles de sociabilidad, según la naturaleza de las relaciones que presiden su establecimiento, etc.

Desde finales del siglo XIX , voces aisladas ya habían intentado orientar la geografía francesa hacia el estudio de los hechos sociales analizados desde el ángulo de sus dimensiones, de sus características espaciales. Citemos a Elisee Reclus, contemporáneo de Vidal de la Blache, después a Jean Brunhes y Camille Vallaux, más tarde en los años 1940-1950, Abel Catelain y, mucho más conocido y de una excepcional longevidad intelectual, Pierre George, que tuvo una influencia importante y duradera sobre gran número de geógrafos formados en los años 1950-1960. Esta orientación  de la geografía social fue continuada al final de los 50 y durante la década de los 60 por Renée Rochefort, profesora de geografía de Lyon y autora de una tesis de un estilo nuevo Le travail en Sicile. Étude de géographie sociale publicada en 1961 y, entre otros textos, un artículo fundador publicado en el Bulletin de l’Association des Géographes français (BAGF) en 1963, titulado “Géographie sociale et sciences humaines”. Según Renée Rochefort, la geografía debe de ser social, es un deber que el geógrafo debe asumir, a la vez que es su derecho.

"Un deber, como resultado de todos los casos posibles de disociación entre el destino del contenido - el hombre- en relación con el destino del continente -el espacio-. Es en la Cuenca de Oro siciliana donde me he dado cuenta de eso, cuando he comprendido que el agua de regadío, incontestable elemento de progreso técnico, admirable elemento de eficacia de los paisajes geográficos era, por esta misma razón, un medio de chantaje, de miedo y de explotación del hombre por el hombre. No es posible, sin engaño, el renunciar a saber por qué, es decir a introducirse en un complejo entramado de leyes y de redes de fuerzas sociales" (Rochefort, 1963).

Considerando que los hechos sociales tienen una parte cada vez más preponderante en el entresijo de las explicaciones que dan cuenta de los paisajes terrestres y de las organizaciones espaciales, lo que está en cuestión en la geografía social es una inversión radical en el orden de los factores: en primer lugar el grupo humano, el espacio después. Esa inversión radical del orden de los factores cambia el objeto de la geografía, situando la en las ciencias sociales, en las ciencias de las sociedades.

Incluso si no ha tenido mucho eco, este mensaje ha sido esencial, por lo menos en dos aspectos. A partir de los años 1960,  un mayor número de geógrafos franceses que en el pasado, los de las nuevas generaciones, se interesaron por los hechos sociales y los problemas sociales-las referencias marxistas de Pierre George no son ajenas a ello. Por otra parte la aproximación geográfica ya no considera solamente las combinaciones geográficas y sus configuraciones espaciales; también explora ahora la relaciones que los hombres tienen con sus espacios: cómo producen, construyen sus espacios, como los utilizan, los perciben, los representan; y como estas relaciones con el espacio inspiran, motivan, e incluso pueden determinar sus comportamientos y sus intervenciones en el espacio.

Conforme pasan los años, considero cada vez más que “la inversión del orden de los factores” preconizada por Renée Rochefort anunciaba  los cambios profundos que se produjeron en la geografía francesa a partir de los años 1970. Las palabras de Renée Rochefort no llegaron a tener el eco de deberían haber tenido, pero coincidiendo con las evoluciones intelectuales de los geógrafos reclutados en las universidades entre 1955 y 1975, ellas trazan, retrospectivamente, un hilo conductor  que se remonta hasta los momentos de emergencia de la geografía social como movimiento colectivo que pretendía renovar la geografía francesa y abrirla a las realidades sociales de su época.

El afianzamiento de la geografía social a partir del fin de los años 1970 es el resultado de la convergencia de muy diversas causas, que sería demasiado prolijo evocar aquí en detalle: nuevas generaciones de geógrafos llegaron a las universidades, las nuevas geografías ponen en cuestión el legado de la escuela geográfica francesa, considerada por muchos en ese momento conservadora y sin futuro. Los contactos con otras disciplinas de las ciencias humanas y sociales aportaron aires nuevos. La crisis económica y sus consecuencias sociales, el paro, la pobreza, la marginación, interpelan a los geógrafos sobre su función y su misión.

La obra que habíamos publicado conjuntamente, Armand Frémont, Jacques Chevalier, Jean Renard y yo mismo en 1984, es hoy considerada por los jóvenes geógrafos comprometidos con la geografía social como un referente de la geografía social dentro de la geografía francesa. Recuerdo que la revista Geocrítica publicó en 1982, en el número 41, bajo el título “Herencias y perspectivas en la Geografía social francesa” un esbozo ya avanzado de lo que iba a ser mi contribución al manual de 1984. Las definiciones, los conceptos, los temas, los métodos de la geografía social evolucionaron posteriormente: los contextos económicos, sociales, culturales e ideológicos fueron muy diferentes veinte años después y  nuevas generaciones de geógrafos sucedieron a la de los fundadores. No obstante los fundamentos esenciales de la geografía social de los años 1980 permanecen inalterados y vigentes.
 

Las funciones existenciales

Las relaciones de las sociedades con los espacios, las dimensiones geográficas de los hechos sociales de los que son a la vez producto, que constituyen los contextos y que suscitan las diferentes posturas, son resultado del desempeño de las funciones existenciales, básicas o fundamentales, tales como fueron definidas por los geógrafos alemanes en los años 50. Cada una de estas funciones fundamentales engendra, simultáneamente, por una parte grupos sociales y relaciones sociales y por otra espacios y relaciones espaciales.

Las funciones existenciales consideradas varían según los autores y los períodos. Las diferentes propuestas reflejan en efecto las posiciones de los autores sobre los factores que determinan de forma preponderante las relaciones de los hombres con los espacios: para unos, son, por ejemplo los factores económicos; en cambio otros ponen en primer lugar los factores culturales. Por otra parte, las evoluciones económicas, los cambios sociales, las profundas transformaciones tecnológicas hacen que la importancia respectiva de las funciones fundamentales, su contenido y su definición, varíen con el paso del tiempo. Por ello el papel creciente de la difusión de las informaciones y los medios sobre los comportamientos obliga hoy a tener en cuenta lo que algunas han denominado “la tiranía de la comunicación”, algo que no existía hace simplemente veinticinco años.

Figura 1
Las funciones fundamentales



Las funciones existenciales y las dimensiones espaciales de las sociedades correspondientes pueden ser analizadas según un esquema idéntico. Cada función se desarrolla en espacios precisos, como la explotación agrícola, el comercio, la fábrica, que se llamarán lugares de realización o de cumplimiento. Hacia esos lugares convergen o divergen flujos de personas, de abastecimientos, de capitales, de informaciones, que captan los diferentes medios de comunicación, de la carretera a Internet, dibujando así redes y áreas de relaciones, etc. Las relaciones sociales se establecen sobre los lugares de realización de las actividades, pero también por los flujos y los desplazamientos. Este conjunto de lugares de realización, de flujos, de áreas y de relaciones sociales evoluciona en el tiempo, tiene su propia historia. En fin esta actividad suscita problemas, competencias, conflictos y riesgos, que tienen por escenario el lugar de actividad (por ejemplo, un conflicto universitario, el cierre de un centro hospitalario, las ocupaciones de fábricas o fincas agrarias…), el medio ambiente próximo o lejano (una catástrofe nuclear como Chernobil), o los medios de transporte (una huelga de los transportistas) e incluso el papel desempeñado por los medios (las protestas contra los monopolios de la prensa escrita, la televisión…)

Las funciones económicas- producir, transportar, intercambiar, trabajar, invertir- establecen relaciones sociales entre empleadores y empleados, entre el capital y el trabajo. Crean espacios de producción o de intercambio de tipologías muy variadas. Provocan igualmente desplazamientos de productos y de mano de obra, movilidad de capitales, de tecnologías y transferencias de innovaciones. La geografía social se interesa particularmente por las relaciones que se establecen en las actividades económicas entre los hombres y los espacios.

Las funciones de habitar, o funciones residenciales, se refieren a la vez a la localización, a la disposición y a la forma del habitat, urbano o rural, y a la estructura interna de la casa o del apartamento… Con la función habitar se relacionan también la arquitectura de las construcciones o  las formas y estatus de las ocupaciones, la propiedad, el alquiler, la ocupación precaria, e incluso la ocupación ilegal…Tantas relaciones posibles por las que se establecen relaciones sociales: las del alquiler, las de vecindad, de sus actividades o de sus acuerdos, relaciones que pueden ser legales o ilícitas... El habitat y las formas de residir tienen también, evidentemente, su historia. Y existe toda una gama de conflictos posibles, en los que el habitat puede ser lo que está en juego o el marco en el que se encuadran (como sucedió en el la crisis de los suburbios populares de Francia en otoño de 2005).

Las funciones biológicas  reúnen diferentes campos, de la geografía de la familia a la de la salud. Tienen por referencia privilegiada a la familia, sus estructuras y sus prácticas, que son sociales y tienen dimensiones espaciales. Las etapas biológicas del ciclo de vida, del nacimiento a la muerte, tienen igualmente sus dimensiones sociales y sus espacios. La vida y la muerte, los riesgos de la salud y los cuidados médicos para hacerles frente conducen, desde la perspectiva de la geografía social, a interesarse por los espacios y las dimensiones sociales de la enfermedad (e inversamente, del bienestar). Se trata de un nuevo enfoque de la geografía de la salud y de la geografía médica. Se estudian los contextos sociales y espaciales de las epidemias, así como sus consecuencias sociales y geográficas. Una enfermedad como el sida necesita referirse a las sociedades en las que se propaga, (a las desigualdades tanto sociales como espaciales que las caracterizan) y a las consecuencias que la enfermedad tiene en las relaciones sociales y espaciales.

Las funciones de formación y de educación deben concebirse en el sentido más amplio. Éstas se refieren a la vez a la adquisición mediante la escolarización de conocimientos y capacidades que son necesarias para el ejercicio de una profesión, y más generalmente a la educación propiamente dicha y a la formación de la personalidad por la transmisión de culturas, creencias, reglas de comportamiento, referencias religiosas y filosóficas. Eminentemente socializante y social, la función de educación tiene dimensiones espaciales que revelan sus fundamentos, sus procesos, sus evoluciones. La geografía social de la educación se convierte en un foco de cuestiones decisivas: las desigualdades de formación y por tanto de inserción profesional y social, y más generalmente las desigualdades sociales y su reproducción por la formación y la adquisición de un capital de capacidades (habilidades) y de conocimientos son el fundamento de gran parte de las desigualdades en las posiciones sociales (Hérin, 1986ª).

Las funciones de ocio (o de empleo del tiempo libre) se refieren a actividades muy variadas: las vacaciones, el deporte, las actividades culturales, la participación en las fiestas, etc. Las relaciones sociales que ellas suscitan o que ellas manifiestan así como los lugares en los que se desarrollan difieren mucho de una sociedad a otra e incluso en el interior de cada una de estas sociedades, según la edad, el sexo, la posición social y la cultura de los miembros que la componen.

Las funciones de información y de comunicación adquieren cada día una mayor importancia, tanto desde los comportamientos individuales y colectivos como en la construcción de relaciones en el espacio. Los medios de comunicación, periódicos, revistas, radios, cine, televisión, Internet, inspiran y moldean los modelos de vida, sin duda los de consumo, pero también las relaciones con los otros. Nuestras relaciones con los otros y con el mundo son cada vez más catalizadas por las imágenes que se nos ofrecen. También es legítimo, y necesario, que la geografía tome un interés creciente por las imágenes, los discursos y las representaciones construidas y que influyen en los comportamientos, decisiones y acciones (Raoulx, 2004). Una geografía social de los medios, de la información y de la comunicación se hace cada vez más imprescindible.

Por último señalaré que las funciones fundamentales que acabo de presentar brevemente, suscitan todas ellas relaciones sociales que son características de cada sociedad, a la vez que son sus fundamentos, motores, modos de expresión y factores de su organización (Hérin, 1986). Estas relaciones sociales están datadas históricamente, pero siguen influyendo en el curso de la historia hasta el momento actual. Del mismo modo están geográficamente situadas y caracterizadas.  Son cada vez más complejas, a causa, a la vez, de la evolución de las sociedades y de sus espacios, y de la mediatización progresivamente omnipresente de las relaciones que los hombres tienen con los espacios que componen los escenarios y las referencias de sus existencias.
 

Los registros de relaciones de los individuos y de las sociedades en los espacios

Los espacios geográficos pueden ser vistos y analizados según tres tipos de registros, que son complementarios: el de las realidades tangibles o materiales que componen los espacios; el de las relaciones que los individuos y los grupos sociales tienen con el espacio ; y  por último, el de las acciones humanas que transforman los espacios.

Figura 2
Los registros de las relaciones a los espacios

Primer registro, el espacio es definido como un conjunto concreto, objetivo, de localizaciones materiales de naturaleza variada, topográfica, biogeográfica, de servicios, de habitats, de relaciones diversas, etc. Estas localizaciones se estructuran en organizaciones espaciales, de extensión variable desde el nivel local al mundial, que son conectadas y animadas por flujos materiales e inmateriales. Estas estructuras espaciales, que han constituido el objeto privilegiado de la geografía clásica, son desde hace treinta años el campo del análisis espacial y de la geografía de los modelos. Los métodos cuantitativos (constitución de bases de datos cifrados, tratamiento estadístico, SIG y cartografía, por ordenador modelos y modelización) son ampliamente utilizados. Las posibilidades de cálculo de los ordenadores permiten hoy profundizar mucho más que antes  en los análisis. La geografía social se interesa por estos análisis del espacio, no por ellos mismos, sino por las informaciones que éstos aportan sobre las sociedades. El postulado sobre el que se fundamenta la geografía social es en efecto que el espacio no es una entidad autónoma, y aunque influye sobre las relaciones sociales y la organización de las sociedades, es sobre todo una construcción social. La realización de numerosos mapas y atlas sociales confirma el interés que en la geografía social despiertan las configuraciones espaciales, como reveladoras de hechos y cuestiones de la sociedad.

El segundo registro se refiere a las relaciones en el espacio de los individuos y los grupos sociales. Estas relaciones son de naturaleza muy variada. En primer lugar estarían las prácticas del espacio, prácticas ocasionadas principalmente por los desplazamientos. Observando esa diversas prácticas, se puede descubrir los recorridos que componen los espacios vividos, en sus dimensiones concretas. Después se pueden analizar las relaciones sensibles al medio ambiente, por las sensaciones, las percepciones, la mirada, el tacto, el olfato, el oído -algunos investigadores trabajan sobre los espacios sonoros, en relación con el urbanismo, la arquitectura, los desplazamientos urbanos. A partir de estas experiencias sensoriales se entretejen relaciones de familiaridad con tales o tales espacios-que se podrían denominar espacios percibidos.

Se construye ideas de  las distancias, de las proporciones, de las perspectivas, de las organizaciones que estructuran el espacio, de los movimientos que lo animan, de las evoluciones que cambian sus características. El espacio es susceptible de ser descrito, representado en imágenes. Entramos así en el campo de las representaciones, es decir de las relaciones interiorizadas y más o menos distanciadas de los individuos y de los grupos en relación con el espacio.

Estos diferentes registros de relaciones con el espacio, prácticas, percepciones y representaciones, son moduladas por los contextos culturales en los que cada uno ha crecido, se ha formado y transcurre su existencia. Éstos integran, de forma más o menos determinante, los conocimientos adquiridos por la enseñanza y los medios de información.

La encuesta, tanto el cuestionario cerrado como la entrevista abierta, pasando por las cartas mentales, es el instrumento que prefieren los investigadores para conseguir atrapar los contenidos de estas relaciones. Cualitativo, el método de investigación práctica, a partir de encuestas normalmente individuales, los análisis de los contenidos y su comprensión.

Estos contactos con los que se construyen las relaciones que los hombres tienen con sus espacios suscitan, desde hace aproximadamente una quincena de años, un gran interés entre un cierto número de geógrafos que realizan geografía social.  Suelen encontrar en este terreno a psicólogos, sociólogos, etnólogos, y también a otros geógrafos que se dedican a la geografía cultural… con los que surgen colaboraciones pluridisciplinarias. Se puede pensar que para los geógrafos, este interés procede de la inversión  radical en el orden de los factores propuesta por Renée Rochefort al principio de los años 1960: en primer lugar interesarse por los hombres, por la forma en que ellos construyen y viven sus relaciones con y en el espacio, más que en el espacio en si mismo. Por otra parte, como consecuencia de la omnipresencia de los medios de información, nuestras relaciones con los espacios son, podría decirse, cada vez menos inmediatas, a la vez que se encuentran cada día más mediatizadas, influenciadas por los medios, especialmente por la televisión, que difunden imágenes y representaciones de la realidad ya construidas, imágenes y representaciones que pueden eximir al telespectador de la experiencia real, efectiva y del análisis personal de la realidad—sin hablar aquí del papel creciente que toman las varias formas de substitución de las realidades virtuales a las realidades concretas. Éstas son razones suficientemente fuertes como para que la geografía conserve los pies en la tierra, para que continúe estudiando las realidades del espacio a las que los hombres se enfrentan. Son también los argumentos para que la enseñanza de la geografía siga difundiendo saberes  sobre los espacios científicamente probados, saberes a partir de los cuales los alumnos dispondrán  de los conocimientos que les ayudarán a comprender su medio próximo y lejano, a construir sus relaciones con el espacio, y a asumir conductas responsables.

Tercer registro el de las acciones y de los actores

Las intervenciones individuales tienen efectos sobre los espacios próximos o lejanos, su creación y sus evoluciones. Ellas se inscriben en el desarrollo de estrategias individuales o familiares, cuya posibilidad de ponerlas en prácticas y realizarlas es muy desigual, dependiendo de las diferentes posiciones sociales que se ocupen. Son muy numerosos aquellos que tienen las posibilidades de estrategia más limitadas. Dominados por las dificultades de sus vidas cotidianas, no poseen ni los medios financieros, ni las relaciones sociales, ni el acceso a las informaciones, ni incluso la idea, que les permitiría desarrollar sus estrategias para salir de su condición actual. Para ellos, las limitaciones de determinismos de todo tipo, en primer término las que resultan de la posición social, intervienen a tope y los limitan al rango de actores menores, en el mejor de los casos. En cambio, los individuos pertenecientes a la posición superior de las clases sociales favorecidas  tienen la capacidad de actuar en todos los dominios y de forma frecuentemente convergente y coherente con las estrategias de conservación, de reproducción, e incluso de fortalecimiento de sus posiciones sociales, en resumen, ellos son los actores efectivos.

Estas estrategias y conductas privadas están en relación con las estrategias públicas. Por ejemplo, las decisiones políticas sobre ordenación del territorio tienen múltiples relaciones con las estrategias privadas. Pensemos en las relaciones que existen en las democracias entre los partidos políticos y las categorías sociales, el papel de los diversos grupos de presión, los sindicatos, las asociaciones, los lobbies, las sociedades secretas, las intervenciones y tráficos de influencia, etc. Las decisiones políticas que afectan a un espacio (renovar un barrio, crear una autopista, proteger y promover un parque natural, limitar o en cambio favorecer un proceso de urbanización litoral, autorizar la construcción de un equipamiento público o privado, etc.), todas estas decisiones de ordenar los espacios (o territorios) están inspiradas y legitimadas, por una parte por el conocimiento de estos espacios en cuestión, y por otra por las prácticas y representaciones que se tienen de estos espacios, sobre lo que estan y lo que deberíar de ser, esto sin hablar de los intereses que están en juego.

Una geografía de las dimensiones geográficas de las relaciones sociales que crean las actividades humanas, relaciones y dimensiones analizadas desde cada uno de sus diferentes registros: de estos posicionamientos de la geografía social surgen las cuestiones que alimentan  y animan los debates en el seno de la geografía social y las controversias, más o menos vivas,  que suscita entre los geógrafos, e incluso en las ciencias sociales.

Cuestiones en geografía social

Desde mi punto de vista, los debates, las confrontaciones científicas deberían tener por objeto los interrogantes vitales que condicionan nuestras vidas en la actualidad y los que puedan afectar a nuestros descendientes, ambos estrechamente ligados.

Una geografía de las desigualdades

La geografía social debería contribuir—un derecho y un deber escribía Renée Rochefort en 1963-a poner en evidencia,  al conocimiento y a la comprensión de las desigualdades sociales: de recursos, de condiciones de existencia, de esperanza de vida, de acceso al saber, a la cultura, al ocio, al ejercicio del poder. La geografía de las desigualdades podría ser (debería ser) el objetivo central de la geografía social, una geografía centrada en las relaciones sociales muy frecuentemente desiguales, de dominantes/dominados en las actividades económicas y de trabajo, sin duda, pero también en la vivienda, en la educación, en la salud, el ocio, el acceso a la información, sin olvidar las desigualdades hombre/mujer (de género) o según las edades de la vida.

Las desigualdades sociales tienen dimensiones espaciales que les caracterizan y que contribuyen a su reproducción e incluso a su agravamiento. Pensemos por ejemplo en la movilidad, elegida libremente y  que favorece a los socialmente más favorecidos, mientras que es sufrida y es fuente de explotación para los más desfavorecidos. En este sentido, la consideración del capital espacial de los unos y de los otros,  con el mismo interés con el que se analiza el capital social, cultural o simbólico, abre perspectivas fecundas de comprensión de las desigualdades sociales. Desde  esta perspectiva, deberemos profundizar en nuestras investigaciones sobre las escalas espaciales, sus ajustes, con la ambición de caracterizar y de comprender las desigualdades sociales y sus evoluciones.

Una geografía social del medio ambiente

Entre los interrogantes vitales que conciernen al presente y al porvenir de las sociedades, se impone el análisis de las relaciones que las sociedades tienen con su medio ambiente. Hasta estos últimos años la geografía social francesa no ha prestado suficiente atención al tema, sin duda por carencias de formación y por el miedo a invadir los terrenos de la geografía física, que a lo largo de los últimos decenios se ha reorientado fuertemente hacia la ecología y el estudio de los factores antrópicos que intervienen, de forma más o menos determinante en las evoluciones de los medios naturales.

Es importante partir de una evidencia fundamental, que la superficie del globo está casi completamente socializada, directa o indirectamente (incluso el Antártico, las extensas tundras siberianas o las zonas montañosas más elevadas). Y, que en consecuencia, los medio ambientes están cada vez más socializados también, bajo las influencias crecientes que sufren, causadas por actividades humanas cada día más omnipresentes. Así los medio ambientes, sus degradaciones, pero también sus protecciones, necesitan ser estudiados teniendo en cuenta las sociedades que los producen, los ocupan y los transforman. Los episodios naturales de gran envergadura, potentes terremotos de tierra, maremotos que producen cataclismos, ciclones devastadores, etc. se convierten en catástrofes y tragedias porque afectan a miles (incluso a centenas de miles) de muertos y por las grandes destrucciones que provocan. La geografía social de estas catástrofes sería testigo de las sociedades afectadas por ellas: de su modo de vida y de su nivel de desarrollo, de las desigualdades que los estructuran. Se sabe bien que no todos sufren igualmente el efecto de las catástrofes. Las poblaciones más desfavorecidas, las más precarias, las más pobres, los más discapacitados son los que salen peor parados. Pensemos en el ciclón que ha asolado Nueva Orleáns o también en el terremoto que se produjo en Cachemira en el otoño de 2005, sin olvidar el tsunami que produjo decenas de miles de muertos en Sumatra, en Malasia, en Sri Lanka y en India. Por otra parte, buen número de catástrofes y de degradaciones permanentes del medio ambiente son unicamente de origen humano: catástrofes industriales, contaminación del aire y de las aguas, empobrecimiento de la biodiversidad, erosión irremediable de los suelos, agotamiento de los recursos naturales… Existe asi una geografía de los riesgos y las catástrofes en la que las dimensiones humanas se imponen con una evidencia incuestionable. Los geógrafos que realizan geografía social tienen la obligación de intervenir en investigaciones sobre este tema y participar activamente en los debates que suscitan las cuestiones de medio ambiente, especialmente en relación con los temas de vulnerabilidad ante los riesgos.

Una geografía social de las movilidades

La inmigración es, especialmente en este momento, un tema de gran actualidad. Hoy es tema de debate en la gran mayoría de los países europeos, en Estados Unidos, en Australia, etc. La inmigración, cuando es muy numerosa, tiene un impacto social de gran repercusión sobre las sociedades receptoras, pues la llegada e instalación de extranjeros a sus territorios remueve hasta sus cimientos más profundos. Los temas económicos (el empleo y el paro), sociales (la vivienda, la escolarización…), culturales (los modos de vida, los valores, las referencias religiosas) suscitan el miedo al extranjero y hasta el racismo. Están a la orden del día las cuestiones como que el respliegue sobre la comunidad ethnica o/y religiosa, la segregación y la exclusión, la “etnitización” de las relaciones sociales, los repliegues hacia las identidades religiosas, el crecimiento inquietante de los fundamentalismos y de los extremismos de derecha, etc.

También se impone a los geógrafos que hacen geografía social, en mayor medida que a las restantes ciencias sociales, reconsiderar el conjunto de las movilidades, en sus diferentes características, geográficas, sociales y culturales, y a todas sus escalas, desde los desplazamientos cotidianos (por motivo de trabajo, escolarización…) hasta las migraciones internacionales, tanto sean voluntarias como provocadas por las catástrofes medioambientales, por la pobreza, las represiones políticas, las guerras…Hay que tener en cuenta las diferencias en nivel de desarrollo, en todas sus dimensiones, las desigualdades entre los individuos y los grupos, tanto de las zonas de salida como en los lugares de llegada de la inmigración, sin olvidar las condiciones dispares de los emigrantes en sus recorridos migratorios (salidas organizadas de especialistas seleccionados que van desde Francia a Canadá, por ejemplo; itinerarios inciertos y arriesgados de Africanos del África sub-sahariana hacia Europa, vía España, Italia, Grecia…).

La geografía debe así contribuir al conocimiento del otro (y de las relaciones de alteridad) y a la reflexión sobre las movilidades, centrándose particularmente en las dimensiones geográficas de éstas, que en principio son hechos sociales, pero que caracterizan y clarifican las diferentes relaciones en el espacio que le son consubstanciales.

Algunas orientaciones para una geografía social del poder

Poco presente en la geografía social de los años 80, la cuestión del poder mantiene hoy la atención de un número creciente de investigadores en geografía social.

Seamos conscientes de que el conocimiento y la comprensión de los espacios de las sociedades conduce a entender las relaciones sociales, que son los fundamentos y los motores de las sociedades y que las relaciones entre los hombres y entre los grupos sociales son, lo más frecuentamente, relaciones de desigualdad,  de desigualdad de poder. La capacidad de gobernar su vida, de tener proyectos y de realizarlos está, en cualquiera de las sociedades, muy desigualmente repartida según las posiciones sociales, como está ya visto; lo mismo con la posibilidad de disempeñar un papel social en la sociedad en la que se vive.

Partiendo de estas premisas, la geografía social del poder abarcaría y consideraría el conjunto de la geografía social.

Como ya se ha sugerido, se interesaría por las relaciones con el espacio de las clases sociales según las posiciones que éstas ocupan dentro de las sociedades. Los trabajos tanto de geógrafos como de sociólogos sobre la Jet Society, sobre las grandes fortunas, los dueños de castillos, la gran burguesía (Pinçon M., Pinçon-Charlot M., 1989, 2005), sobre los profesores de enseñanza primaria y secundaria, sobre los obreros, los campesinos (Frémont, 1981), las poblaciones marginadas (los sin domicilio fijo, los inmigrantes clandestinos…)…ponen en evidencia las desigualdades, tanto individuales como colectivas, en  cuanto a las posibilidades de participar en las decisiones y acciones que conciernen a la colectividad.

Los lugares donde se concentran los medios con los que se ejerce el poder  componen una geografía que nos lleva a la propia historia del poder, a las evoluciones de su naturaleza, y a su organización y a funcionamiento actuales. Pensemos en la Casa Blanca, en el Kremlin, en el nº 10 de Downing Street, en el Palacio de los Campos Elíseos, o más modestamente, en todos aquellos lugares, a menudo monumentales y cargados de historia (o bien al contrario de una arquitectura de última tendencia), que son las sedes de los poderes políticos más modestos, los que gobiernan las regiones o los ayuntamientos. Evoquemos también los lugares de los poderes religiosos (Roma, las sedes episcopales, las iglesias, templos, mezquitas…), o los de los poderes económicos, militares, judiciales, etc. Se dibuja así, a grandes trazos, una geografía de los espacios del poder, que nos adentran en su historia, en las consideraciones arquitectónicas, en las funciones simbólicas de estos lugares y de sus decorados. Considerar los espacios de estos poderes nos lleva indirectamente a estudiar los territorios, en el sentido político y administrativo, su organización y funcionamiento, sus fronteras.

Por otra parte, evocar el poder es también interesarse por las tensiones y conflictos que tienen por objeto o por escenario los espacios. Los conflictos laborales, que oponen a patronos y obreros, asalariados y empleados, bien de una firma multinacional o de una empresa agrícola, pueden estar causados por temas relacionados con la organización del espacio (pensemos en las estrategias de deslocalización de sociedades multinacionales. Estas temáticas están aún sólo esbozadas y la geografía de los movimientos sociales está todavía por desarrollar, en todas sus dimensiones.

Estas consideraciones de presiones y conflictos, el descifrado de las bases  espaciales, sociales y políticas de los grupos de interés, abren pues el vasto capítulo de una geografía social del poder, de sus fundamentos y de sus manifestaciones. Se dibujan a la vez las perspectivas de una geografía de los conflictos, de sus intereses y de sus actores. Se establecen así las conexiones entre la geografía social y la geografía política. Las investigaciones y reflexiones sobre el territorio son unas de estas pasarelas.

La cuestión del territorio

El territorio es otro tema fundamental. El término ha acabado teniendo un uso múltiple y como consecuencia de ello es de una ambigüedad perjudicial. Se clarificarían los intereses que ocultan los usos inapropiados del término territorio limitándose a dos acepciones de la palabra (sin evocar la definición etológica, que designa los espacios circunscritos por los animales).

En primer lugar, la palabra territorio designa un espacio gobernado por una autoridad, que puede ser política (el territorio nacional, por ejemplo), religiosa (el obispo), militar (la región militar), etc. Así definido, el territorio tiene sus limites, sus fronteras, representadas en los mapas, sus centros de gobierno, sus administraciones que los gobiernan, etc. En este concreto sentido, el territorio está en estrecha relación con el poder.

La segunda definición  considera que el territorio designa el espacio de vida de una colectividad, un espacio en el que ésta se proyecta, que ella modela, a veces desde tiempos muy lejanos, con el que vive en simbiosis, un espacio más o menos homogéneo desde el punto de vista de sus condiciones naturales, de su historia y de su poblamiento, de sus actividades, de los comportamientos de sus habitantes, un espacio que confiere al grupo humano que lo ocupa rasgos originales que le diferencian de los otros colectivos. El territorio es así soporte e ilustración de la identidad compartida de esa colectividad. Así definido, el territorio se aplica pues a humanos enraizados en este o aquel espacio, que ellos delimitan con más o menos intensidad y visibilidad. Serían por ejemplo, en la vieja Europa, los “países” y las comarcas de antaño, que sobreviven con mayor o menor dinamismo; o incluso tal o cual región, como el País Vasco, Bretaña, Québec, pero también puede ser el caso de un país (en el sentido moderno del término) como territorio de una nación unida por valores fuertes y una historia compartida (pensemos en Israel y los conflictos israelo-palestinos).

Esta segunda definición, que designa espacios cuyas características y delimitaciones han podido generar territorios del autoridad del primer tipo, me ha parecido siempre un poco anticuada y conservadora. Las sociedades contemporáneas están animadas por movilidades múltiples. Sus relaciones con los espacios, los individuos y los grupos (con una geometría variable) que ellos forman,  se definen hoy mucho más por sus desplazamientos y la diversidad de lugares que ellos practican a lo largo de su vida, en suma por sus redes, que por los territorios delimitados en el seno de los cuales se desarrollarían esencialmente sus existencias. Estas redes evidencian que hoy, como en muchos otros campos de la vida social, se  refieren más a los individuos que a los grupos sociales. Además, es usual utilizar el término territorio para caracterizar la geometría y la consistencia de las relaciones de los individuos con el espacio. ¿Sería entonces legítimo desde el punto de vista de la geografía que yo hable de “mi territorio personal” para designar mis espacios de vida?. Para el psicólogo o el novelista, sin ningún género de duda.  ¿Un territorio que estaría formado por puntos y líneas más o menos intensas y que no tendría, a lo mejor, más que un valor de ilustración de las movilidades y del modo de vida de algunos franceses de mi generación?. Partiendo de aquí, nada impide definir como territorio tanto a aquel valle de montaña cuya identidad ha surgido de una prolongada simbiosis entre el medio natural y una sociedad rural estable desde hace siglos, como al conjunto de espacios dispersos por la superficie del globo de cualquier diáspora con fuerte identidad social o cultural, una territorialización que se concreta, por ejemplo, en distritos urbanos fuertemente identificados por el origen y el modo de vida que comparten sus habitantes: las chinatowas por ejemplo. Estas dos ilustraciones de territorio como espacios de vida remiten a relaciones sociales inspiradas bien en la identidad o en la alteridad, lo que abriría un gran debate de la más reciente actualidad.

El espacio: ¿una de las dimensiones de los hechos sociales?, ¿un capital?, ¿una relación existencial en el mundo?

Evoquemos todavía los debates, más teóricos, concernientes al estatus del espacio (Fournier, 2003, Ripoll y Veschambre, 2005, Veschambre, 2006). Para algunos, el espacio es un capital, desigualmente distribuido entre los individuos y los grupos sociales, al mismo nivel que el capital económico, el capital social, el capital cultural o incluso el capital simbólico. Para otros, no es más que un atributo, una de las dimensiones de estos capitales tal como los sociólogos los definieron. Yo, como geógrafo, defiendo el primer punto de vista. Pero tengo  tendencia a superar la controversia, considerando en una última reflexión que la vida de las sociedades (y de los individuos que forman parte de ellas) se desarrolla dependiendo de tres dimensiones existenciales: las relaciones con los otros (sociabilidad y socialización), las relaciones con el tiempo, con la historia (historicidad e historicización), y con el espacio (espacilidad/territorialidad y espacialización/territorialización).  Partiendo de esto, las ciencias sociales se organizan en tres grandes grupos disciplinarios, respectivamente en torno a la sociología, la historia y la geografía. Esto nos conduciría a su vez a redefinir los campos disciplinarios respectivos y las colaboraciones transdisciplinares que permitirán avanzar en el conocimiento de las sociedades y en la enseñanza de los saberes sobre las sociedades.

Sería conveniente evocar algunas otras cuestiones, con la voluntad de sacar a la luz las referencias esenciales. Por ejemplo, la cuestión del patrimonio, que apasiona hoy a varios geógrafos. Las sociedades contemporáneas se enraízan en historias más o menos antiguas, cuya memoria atestiguan monumentos, viejos textos, idiomas y hablas locales, tradiciones, etc. Elevadas al nivel de patrimonio, estos legados del pasado ayudan a los individuos y a los grupos a inscribirse en el tiempo, el tiempo pasado, el presente, el futuro. ¿ Pero esta revalorización del patrimonio no pudiera ser un signo de que, a falta de otros proyectos de futuro, las sociedades ya ancianas y envejecidas, como son las europeas, se repliegan sobre su pasado, hasta el punto de hacer de ello comercio por medio del turismo?. Sea como fuere, el interés compartido por el patrimonio favorece el reencuentro entre la geografía social y la geografía cultural, en rivalidad desde los años 1990.

Estas reflexiones reavivan otros debates, que aquí no hago más que señalar. Es evidente que respecto al territorio, o incluso en relación con el peso creciente que tiene  la geografía de las representaciones dentro de la geografía social, o la trascendencia de la acción y los actores, la geografía social oscila entre dos posturas. O bien considerar que tiene por objeto el estudio de las dimensiones espaciales de los grupos sociales o bien interesarse prioritariamente por los individuos y las dimensiones individuales de sus relaciones en el espacio (en este caso la psicología sería la disciplina de referencia). Pero se puede también defender que solamente las experiencias individuales, experiencias reflejadas en las encuestas, permiten comprender las relaciones sociales (colectivas) con el espacio. Esto no impide que el debate exista y que debamos profundizar en él, planteando de paso la cuestión de la pertinencia de la distinción entre ciencias del Hombre (entre ellas la psicología) y las ciencias sociales (en este caso la geografía social).

Concretamente, el esquema de la geografía social que acabo de presentar ofrece, dentro de una visión general de las relaciones entre sociedades y espacios, numerosas perspectivas de investigaciones :

_ a partir de cualquier función (la función económica, por ejemplo, estudiando las delocalizaciones industriales desde el centro de Barcelona;

_ de tal registro : una geografía de los actores, por ejemplo de manifestaciones de contra-poder;

_ de tal cuestión o tema : los migrantes de Africa sub-sahariana hacia Europa, via España o Italia

Se puede también considerar un ámbito espacial – en Mexico, El Zocalo, por ejemplo (figuras 3 y 4); o un hecho social – la frecuentación de las basilicas de Guadalupe  (figuras 5 y 6); o un acontecimiento histórico - lo que sucedió el 15 de Agosto de 1521 y, 447 años más tarde, el 20 Octubre de 1968 en la Plaza de las tres Culturas (figuras 7 y 8). El 15 de Agosto 1521, Tlatelolco cayó en poder de Hernan Cortes. El 20 de Octube 1968, el Ejercito mató de 100 a 200 estudiantes…(M. Hérin, 2006)

Figura 3
Mexico. La Plaza de la Constitución – El Zócalo. La catedral, El Palacio Nacional

(M. Hérin, 2006).

Figura 4
Mexico. El Zócalo.
La plaza, conciertos, danzas de los concheros, manifestaciones politicas, comercios…

(M. Hérin, 2006).

Figura 5
Mexico. Las basílicas de Guadalupe. La primera basílica (principios del siglo XVIII)

(M. Hérin, 2006)

Figura 6
Mexico. Las basílicas de Guadalupe. La nueva basílica (1976)

(M. Hérin 2006)

Figura 7
Mexico. Plaza de las Tres Culturas. Ruinas de Tlatelolco. Edificios modernos

(M. Hérin, 2006)

Figura 8
Mexico. Plaza de las Tres Culturas

(M. Hérin, 2006)


Por una geografía social crítica

La geografía social debe pues reivindicar que se le conceda un lugar importante en las ciencias sociales, tanto en la enseñanza como en la investigación. En efecto, la aproximación a los hechos sociales sin considerar sus dimensiones geográficas sólo conduce a un conocimiento de las sociedades mutilado, y muchas veces falseado, y por consiguiente inoperante, por ejemplo, desde la perspectiva de las políticas sociales que tengan por objetivo intervenir en las cuestiones sociales.

Vivimos en un mundo de mutaciones aceleradas, que tienden a provocar una crisis social global y duradera, que es a la vez económica, sociopolítica, cultural e ideológica. Esta es al menos la visión que yo tengo, desde Europa. Es en este contexto donde se construye, se difunde y se enseña la geografía social francesa. En un contexto como así el investigador y profesor en ciencias sociales debe de hacerse cargo de sus responsabilidades, que son a la vez científicas y sociales. Esto quiere decir que tiene que adoptar una posición crítica (Hérin, 1998).

Un itinerario científico crítico

El postulado fundamental es que el conocimiento de las sociedades es posible (y necesario), con la condición de que sea científico. Los geógrafos, tanto los que se dedican a la geografía social como otros, tienen la voluntad de construir un corpus de conocimientos correspondiente a la realidad de las sociedades y de las formas que ellas crean y mediante las que se manifiestan. Cuando describo, encuestas, estadísticas, planos, mapas, fotografías, la pauperización en sus diversas dimensiones de tales o cuales barrios de vivienda social, la descripción que hago y los procesos que trazo pretenden corresponder a la realidad. Cuando analizo la huerta de Murcia, la organización del regadío, la propiedad de la tierra y su historia, el poblamiento y sus vicisitudes, las actividades económicas y sus mutaciones, las relaciones con el espacio y las presiones materiales y los sistemas de referencia de todo tipo que las motivan, yo doy a leer una construcción intelectual que pretende dar cuenta de la realidad de la Huerta y de la sociedad que habita esos espacios.

Ciertamente esos conocimientos son sólo aproximados, o más bien aproximantes. Todos conocemos las incertidumbres que caracterizarr a las fuentes de información, las limitaciones de su análisis, las presuposiciones de la cartografía, las diversas aproximaciones y los diferentes puntos de vista y de planteamientos. Pero no es por la incompatibilidad entre la realidad de las cosas y el proceso intelectual por lo que el conocimiento es sólo aproximado. Es a causa de la insuficiencia de nuestras herramientas, no solamente de las herramientas técnicas, sino también intelectuales.

Defender la validez del discurso científico, de la investigación en las ciencias de la sociedad, implica:

. En primer lugar, que sin la crítica severa de las fuentes y de las técnicas de análisis y la justificación sin complacencia de las metodologías empleadas, no se asegura la validez de los resultados de la investigación.

. En segundo lugar, que la toma de distancia entre el investigador y las sociedades y sus espacios sociales estudiados por él, es decir la objetivación, es a la vez necesaria y posible. Para ello será necesario explicitar el contexto filosófico e ideológico, pero también el histórico y sociológico en el que se encuadra el investigador.

. En tercer lugar, que un conocimiento racional de las realidades sociales es posible y legítimo. Es decir que los hechos sociales son susceptibles, en lo esencial, de explicarse y de comprenderse mediante redes de interrelaciones causales, redes que constituyen sistemas evolutivos y cada vez mas complejos cuyos análisis pueden sacar a la luz los componentes, las desiguales determinaciones, las retroacciones –bien entendido que la realidad social no se reduce, en el último análisis, a determinaciones elementales que se enuncian según lógicas binarias (Hérin et allí, 2005).

El discurso racional no abarca totalmente la realidad del objeto, porque los hechos sociales son complejos y cambiantes, y se precisa tiempo para llegar a profundizar en ellos, pues a veces faltan las informaciones adecuadas; y también porque el razonamiento puede ser más o menos apto para captar lo particular, lo imprevisto, lo irracional. Hace falta para ello adaptarse y enriquecerse con nuevas categorías y nuevos modos de pensamiento racional, - historicidad del pensamiento, de sus límites y de sus construcciones, a los que llega en su proceso dialéctico con  la realidad social, que está en evolución permanente.

Como en las otras ciencias, la investigación en geografía social necesita pues una postura crítica en todo momento,  teniendo en cuenta tanto la racionalidad, cuyos principios son universales, con esta dificultad específica de las ciencias humanas (del Hombre y sociales) como que la investigación concierne a individuos y grupos sociales cuyas relaciones con el mundo están inspiradas por referencias morales, políticas o religiosas más o menos irracionales. De ello se desprende que la investigación sobre el terreno, empírica podría decirse, no puede evitar una reflexión filosófica y epistemológica sobre la producción de saberes científicos sobre las sociedades, ni el investigador (en este caso el geógrafo en geografía) dispensarse de objetivar (al menos a si mismo) el fundamento de su posición (su postura) de investigador.

Me parece cada dia mas importante de intentar organizar, a titulo personal o colectivo, los conocimientos, las experiencias e investigaciones cientificas en una construcción global y coherente, que puede contribuir a una vision del Mundo, sino a una teoria. A diferencia del físico o matemático, las investigaciones en ciencias sociales implican el investigador, lo quiera él o no, en la sociedad que él estudia, en particular porque los resultados de sus investigaciones tienen repercusiones sociales (a no ser que sus trabajos queden como estudios puramente académicos, adornos de las estanterías de las bibliotecas universitarias y argumentos de promoción en las carreras universitarias).

Una actitud social crítica

Animada por los principios universales de la racionalidad de la investigación científica, la investigación en geografía social (como en otras ciencias sociales) se funda igualmente en un conjunto de valores que podrían calificarse de morales, que son también universales y que deberían de regular las relaciones sociales: el respeto al ser humano; la igualdad de derechos, de deberes y de oportunidades, de donde proceden los principios de justicia y equidad; el respeto a las libertades individuales y colectivas (como los de información, de expresión, en resumen los de libre ejercicio de los derechos democráticos…); los principios de solidaridad, etc.

La referencia a estos valores sitúa a los científicos de las ciencias sociales en posición de observadores vigilantes y críticos de las sociedades que ellos estudian. Es legítimo, indiscutiblemente, desarrollar investigaciones sobre las desigualdades, sus orígenes y sus consecuencias; igualmente sobre el no respeto a los derechos fundamentales, como el derecho a manifestar libremente las opiniones, o sobre otros asuntos, como los derechos al empleo, a la vivienda, a la educación o a la salud. Estos son los derechos sobre los que existe (o debería existir un acuerdo) amplio, si no unánime.

Los saberes de la geografía social son pues críticos, implícitamente o explícitamente. También la responsabilidad científica del investigador está comprometida. Estos saberes que él construye sobre las sociedades tienen, en efecto, un alcance social por las informaciones que aportan a esas sociedades sobre ellas mismas y sus actores. También es importante que los conocimientos sean científicamente probados y que se indiquen claramente los límites de su fiabilidad, de ahí la imperiosa exigencia de no transigir con el  rigor científico.

Difundir los saberes de la geografía social

También  las ciencias sociales, la geografía social en particular, se enfrentan más que otras actividades científicas, con la excepción quizás de la medicina, a la cuestión de la difusión social de sus resultados.

La publicación de artículos y de obras de carácter académico se impone, a la vez como un testimonio científico de la validez de las investigaciones y para dar a conocer las problemáticas y los temas de la geografía social.  Absorbidos por las tareas universitarias, a menudo ocupados en las demandas de investigaciones aplicadas de sus entornos próximos, los geógrafos franceses comprometidos en la geografía social, en su mayoria publican poco en revistas internacionales;  y aquellas de sus obras que podrían tener una amplia audiencia se quedan como algo confidencial, no llegan a publicarse e incluso están por escribir aún. Todo esto hace que la influencia de la geografía social francesa casi no rebase el territorio nacional, e incluso en Francia no es tan reconocida como la geografía cuantitativa o la geopolítica, sin hablar de la geografía clásica.

En razón de sus implicaciones sociales, la geografía social debería publicar libros, artículos, documentos fotográficos o cinematográficos, destinados a amplios sectores de públicos, con el fin de acrecentar y mejorar su capital crítico de informaciones, para que sus actitudes y las decisiones que tomen concilien lo mejor posible sus intereses personales y los de las colectividades donde ellos viven y actúan. La geografía social puede y debe así contribuir con la formación y la información de los ciudadanos al ejercicio de la democracia. Para alcanzar estos objetivos, sería necesario que las publicaciones destinadas al gran público fueran accesibles al mayor número de personas posible, y en particular a aquellos más afectados por las dificultades de la vida –que, en el caso de muchos de ellos, son los menos capacitados para acceder a informaciones que les conciernen directamente, y a los que raramente los medios de comunicación dedican su atención, o lo hacen  de forma cuando menos discutible. ¡La formación para el buen uso de los medios de comunicación (un uso crítico) se hace más necesaria que nunca¡. Los geógrafos sociales deberían estar más presentes en la prensa diaria, en las revistas, en la radio y la televisión, con un lenguaje y documentos que permitan que lo que digan consiga tener un gran eco.

Particularmente sensible para los geógrafos, la cuestión de la difusión social de los conocimientos científicos sobre las sociedades es un problema que afecta al conjunto de las ciencias sociales, en diferentes grados: filósofos, historiadores, sociólogos, se han hecho ya un nombre entre el gran público, algunos de ellos incluso se han convertido en figuras ineludibles (si no discutibles) en las presentaciones que los medios hacen de las cuestiones sociales.

Enseñar la geografía social

La trascendencia social de los saberes de la geografía social, el papel esencial que tienen las relaciones con el espacio y su contribución a la vida de los individuos y de los grupos sociales que ellos forman, deberían conducirnos a retomar (y renovar) nuestra reflexiones y nuestras propuestas relacionadas con la enseñanza de la geografía. Vayamos a lo esencial. La enseñanza de las ciencias sociales debería figurar en los programas como contenido de primer orden: se trata, en efecto, de que la educación a lo largo de todos los niveles escolares permita a los alumnos de los niveles primario y secundario y a los estudiantes universitarios formarse de la manera más rica y  lúcida posible y definir sus relaciones con el mundo, es decir con los otros, con su historia y con su geografía (en el sentido de conjunto de espacios sociales o territorios). La pluridisciplinariedad  se impone pues, tanto en las enseñanzas como en las investigaciones, en un conjunto disciplinar consagrado a las ciencias sociales. La pretensión es, a la vez, contribuir a la educación de los ciudadanos, ayudando a desarrollar al mismo tiempo sus aspiraciones a lossaberes y su  espíritu crítico. Siendo crítica científicamente y socialmente, la geografía social puede responder a este doble objetivo renovando así las enseñanzas de la geografía en los niveles de educación primaria y secundaria. Desde hace una veintena de años estas enseñanzas han privilegiado los contenidos económicos y han retomado los temas y modelos del análisis espacial. Estos temas y estos modelos son seductores; su transmisión pedagógica llama la atención de los alumnos… Pero las configuraciones espaciales que se enseñan no son más que representaciones aproximativas, como mucho, de la realidad. Priorizando el espacio en si mismo y sus pretendidas leyes, olvidan lo principal, las sociedades, los hombres y mujeres que las componen, en los espacios que ellos y ellas construyen, practican, padecen y ordenan, con capacidades muy desiguales de intervención según sus posiciones sociales.

Es necesaria una geografía preocupada por los hombres, que tenga como objetivo principal conocerles  y comprenderles mediante el estudio de sus espacios. Hay que conseguir una pluridisciplinariedad que enriquezce y dinamice las disciplinas dedicadas al conocimiento de las sociedades, para poder comprender sociedades cada vez más complejas. En definitiva, el desarrollo de la geografía social debería conducir a una recomposición del conjunto de la geografía, en el marco de intercambios pluridisciplinares múltiples y profundos.
 
 

Notas
 

* Traducción : Profesora Ana Olivera Poll, Universidad Autonóma de Madrid.
 
[1] www.geopatronyme.com
 
[2] El libro R. Hérin:Geografía Social, que próximamente aparecerá en las publicaciones de la Universidad de Maracaibo (Venezuela) incluye doce textos escritos entre 1980 y 2005. Estos textos desarrollan posiciones concernientes a la geografía social e ilustran algunos temas y sus evoluciones.
 
 

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Ficha bibliográfica:

HÉRIN, R. Por una geografía social, critica y comprometidaScripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (93). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-93.htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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