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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (96), 1 de agosto de 2006 

LA GEOGRAFÍA HISTÓRICA Y LA RESPUESTA A LOS PROBLEMAS DEL MUNDO ACTUAL. CLAUSURA DEL VIII COLOQUIO INTERNACIONAL DE GEOCRÍTICA

Horacio Capel
Universidad de Barcelona


La geografía histórica y la historia del territorio han demostrado ser, sin duda, campos de convergencia interdisciplinaria. Además de numerosos geógrafos de 14 países, los temas del Coloquio de este año han atraído también a historiadores, arquitectos, antropólogos, pedagogos, lingüistas y arqueólogos. El Coloquio Internacional de Geocrítica se consolida como un foro de encuentro interdisciplinario, como ha pretendido ser desde el primero. Por esa razón, al igual que otros años, se ha procurado que no hubiera secciones paralelas, para que todos los asistentes pudieran oír y discutir todas las comunicaciones presentadas.

Prácticamente todos los temas propuestos han recibido comunicaciones, aunque en algún caso ha sido preciso agruparlos. Los temas discutidos en este coloquio abarcan un amplio campo de la geografía histórica.

Las cuestiones que se han abordado en este VIII Coloquio Internacional de Geocrítica nos han permitido reflexionar sobre el pasado, pero con la vista puesta en el presente y en el futuro. Son muchas las transformaciones que se están produciendo en el mundo actual, y en relación con un buen número de ellas el conocimiento del pasado puede ser esencial. Ese conocimiento puede ayudarnos a reflexionar sobre las causas, pero también a pensar en las soluciones para los problemas del mundo contemporáneo.

El torbellino de los cambios actuales y su profundidad llevan a tener dudas sobre el futuro. Calentamiento de la atmósfera y, tal vez, cambio climático, agotamiento de los recursos de hidrocarburos fósiles, sistemas sociales en profunda transformación, avances en la electrónica con redes neuronales, organismos cibernéticos, y tantos otros cambios hacen que tengamos dudas sobre como será el futuro e, incluso a veces, sobre la utilidad de nuestro conocimiento del presente.

En estas circunstancias mirar al pasado puede ser, paradójicamente un camino interesante e incluso muy útil. Permite reflexionar sobre los orígenes, las tendencias, los obstáculos, las fuerzas impulsoras y las retardatarias, sobre las consecuencias de ciertos cambios. Permite incluso tener conocimiento de soluciones que en el pasado se habían dado a ciertos problemas, y de la utilidad de las mismas.

En 1984 tuve ocasión de conocer al profesor Torsten Hägerstrand, durante la celebración del Congreso Internacional de Historia de la Ciencia que tuvo lugar en la ciudad de Edinburgh. El motivo de su presencia no era asistir a las sesiones de la comisión de historia del pensamiento geográfico, que se incluía por primera vez en un congreso internacional de este tipo, sino otro bien distinto. Como miembro de un comité científico-tecnológico del gobierno sueco, estaba interesado en ver qué se decía en el congreso de forma general, y en las secciones más diversas, desde la historia de la física y la astronomía a la biología y las ciencias sociales. Me explicó entonces algo que me impresionó profundamente: que ese grupo del que él formaba parte había sugerido que se estudiaran con atención todas las patentes que se habían inscrito en el siglo XIX y que no habían sido aplicadas, en el convencimiento de que tal vez podrían encontrase algunas que tenían utilidad hoy, porque proponían soluciones ingeniosas a problemas técnicos diversos.

Seguramente podríamos proceder de una forma similar, es decir examinar las soluciones que se dieron en el pasado a problemas planteados, para ver la aplicación de los mismos a la situación actual. La geografía histórica y la historia del territorio pueden permitirnos conocer soluciones que se han dado en el pasado a problemas que todavía pueden estar presentes, aunque se manifiesten de otra forma o con otra intensidad.

Pongamos un ejemplo en relación con el problema de la gestión de los recursos naturales que pertenecen a toda la Humanidad. En 1968 un artículo publicado por Garret Hardin con el título de “La tragedia de los bienes comunes”, contribuyó a un debate mundial sobre la gestión inadecuada de los bienes de propiedad común, y a reforzar los argumentos sobre las ventajas de la privatización de esos bienes. En realidad, era una cuestión que ya se había suscitado en el siglo XIX por parte de algunos técnicos que, por ejemplo en relación con el uso de los bosques, afirmaron que “lo que es del común es de ningún”.

Sin embargo, el examen de las formas de gestión de bienes comunes que han existido en el pasado puede ofrecer ejemplos de buenas prácticas en beneficio colectivo. Lo cual permite debatir la posibilidad de realizar hoy en la sociedad industrial una gestión eficaz de los bienes comunes en beneficio de todos. Tal vez a partir de ello podríamos argumentar más solidamente sobre las posibilidades de explotación colectiva de los recursos, presentando una alternativa a los discursos dominantes que magnifican y sacralizan el principio de la propiedad privada individual.

En esas investigaciones, en efecto, se ha puesto de manifiesto que la negociación y el consenso son posibles cuando hay información suficiente sobre las consecuencias de las decisiones que se toman individualmente, cuando existe una idea clara del beneficio mutuo que se obtiene con la concertación, y si hay unas reglas claras de funcionamiento y una autoridad colectiva capaz de vigilar el cumplimiento de los acuerdos. Frente a las llamadas a la privatización, es posible defender que con información, reglas comunes y autoridad es posible conseguir un consenso en beneficio de todos. En lo que se refiere a los recursos naturales de la Tierra, eso quiere decir en beneficio de una Tierra habitable para nosotros y nuestros descendientes.

Es ese un caso importante en el que las investigaciones de geografía histórica pueden ser de gran interés para examinar con argumentos históricos un problema actual de gran trascendencia. Pero a partir de las comunicaciones presentadas a este Coloquio podríamos añadir otros muchos ejemplos en relación con cuestiones como la forma en se está expansionando la frontera de la agricultura moderna en la Amazonia; la disminución de la biodiversidad en el mundo, que afecta a especies cuyos usos todavía no se conocen y a las plantas agrícolas que ya se utilizan; la gestión de las aguas, un bien precioso que ha sido cuidadosamente administrado, y que a veces es hoy despilfarrado; o las relaciones entre el hombre y el medio, la actuación ante los riesgos, y la historia ambiental, que pueden asimismo beneficiarse del conocimiento del pasado.

De manera similar, el estudio de los mecanismos de control territorial, puede ofrecernos claves para entender los que se aplican hoy, y para adoptar actitudes y medidas respecto a ellos. También han sido muy interesantes las secciones dedicadas a la organización territorial de los reinos de las Indias Occidentales, que nos permite percibir la importancia de las condiciones geográficas, a la organización territorial de los países americanos independientes, a la dimensión cultural, la historia urbana, las utopías o la conservación del patrimonio. En todos esos casos, y en otros más que se han debatido y que no podemos ahora examinar en detalle, el conocimiento histórico puede ayudar a entender el presente y a adoptar estrategias para el futuro.

Ese era, como dijimos en la inauguración, el objetivo general de este Coloquio que acabamos de celebrar. La geografía histórica puede ser útil, en efecto, para  organizar mejor el presente, y para construir el futuro.

La mirada al pasado nos permite también reflexionar sobre avances y retrocesos en el curso de la historia de la humanidad. Historiadores y filósofos importantes, desde Herodoto o Ibn Jaldun a Oswald Spengler y Arnold Toynbee, convirtieron el examen de la evolución histórica, y en especial la constatación del crecimiento y desaparición de los imperios del pasado, en la base de un marco teórico sobre la evolución social. Desde hace unos años esos ambiciosos marcos teóricos no están de moda, pero puede ser útil aludir a ellos para recordar una evidencia: los sistemas sociales son frágiles, y periodos de esplendor han sido seguidos muchas veces por otros de decadencia y miseria.

El mundo actual actúa con olvido total de esas lecciones del pasado. Parece como si aceptáramos que el progreso será constante e indefinido y que no habrá retrocesos, especialmente en los países desarrollados.

 
Sin embargo, muchos datos nos muestran que estamos al borde de un abismo. Capitales inmensos controlados por pocas manos privadas circulan en el sistema financiero a gran velocidad, pensando en el máximo beneficio y sin preocupación por los efectos sociales de las decisiones que se adoptan; existe un consumo desmedido de energía, lo que va unido al agotamiento de las fuentes tradicionales, a la dificultad de utilizar otras, como la hidráulica, por razones ecológicas, y al miedo justificado ante algunas de las nuevas, como la nuclear; hay una manifiesta incapacidad del sistema económico para poner a punto mecanismos fiables para el ahorro, lo cual estimula la aparición de mecanismos especulativos que favorecen el despilfarro y la pillería; el desempleo de los jóvenes y de los mayores es muy grande; hay expectativas desmesuradas de riqueza por parte de las clases medias y altas; puede observarse una desmesura en las ideas sobre la felicidad individual, y una búsqueda egoísta del placer sin tener en cuenta las consecuencias sociales que de ello se derivan; el consumo de drogas por los mayores y, lo que es más grave, por los jóvenes, se justifica por la libertad individual, sin prever las graves consecuencias y el coste, personales y sociales que genera; etc. Parece haberse perdido el sentido de la mesura, de la moderación.

Unas posibilidades inmensas de riqueza van unidas a una injusta distribución de la misma, y al mantenimiento de situaciones de pobreza inaceptables. Son muchos los datos que nos muestran una situación con graves riesgos y amenazas. Hemos de tomar medidas para evitarlos.

La vida política se ve también afectada por todo ello. Un dato expresa de forma sintética muchas de las cosas que ocurren: el despego de la población, y especialmente de los jóvenes de la cosa pública y la desconfianza de la política; o la descalificación de la administración pública y del Estado, y la proliferación de organizaciones no gubernamentales que canalizan la generosidad de las personas individuales, pero que actúan muchas veces de manera contradictoria, en defensa a veces de intereses no explicitados y gestionados de forma no democrática. Todo ello impide canalizar las inmensas energías sociales en la resolución de los problemas de la humanidad

En el momento actual hay mucha ciencia y mucha razón, pero también muchas creencias irracionales. Las religiones actuales hunden sus raíces en un pasado lejano, y por ello tienen a veces creencias y dogmas que corresponden a situaciones que eran bastante diferentes a las actuales. El desconocimiento de la forma como se realiza la generación humana y la evolución del embarazo, así como la fuerte mortalidad infantil, daban lugar a creencias útiles en aquel momento sobre la generación y el origen de la vida. Al mismo tiempo fenómenos que no podían ser explicados científicamente eran interpretados como un resultado de acciones divinas.

La larga historia de la humanidad y el despliegue de la razón y la ciencia han permitido encontrar explicaciones científicas a muchos de esos fenómenos y nadie hoy se arriesgaría a esgrimir la ira divina para explicar los terremotos o las catástrofes naturales que se producen, y cuyas causas son bien conocidas.

Sin embargo en este mundo secularizado muchas creencias antiguas vuelven a tomar fuerza. Personas cultas y educadas, insertas en un medio profundamente urbanizado vuelven hoy a estar seducidos por creencias irracionales. Creencia en fuerzas telúricas de conocimiento inexpresable, danzantes que pretenden convertirse a través de la danza en vínculos entre la energía creadora y la humanidad, confianza en métodos curativos no científicos, utilización de creencias astrológicas para tomar decisiones… Son algunas muestras, entre las numerosas que podrían darse, de la confusión existente. La lucha del pensamiento racional por la secularización y por la razón, los ideales de la Ilustración, la búsqueda de una ciudadanía universal, parecen diluirse en la preocupación por las identidades, en el renacimiento de creencias religiosas que habían sido felizmente rechazadas, en la fuerza que nuevamente adquieren los fundamentalismos excluyentes, los imanes, los sacerdotes y los rabinos, en la segregación de las personas en relación no solo con su posición social y económica sino también de sus creencias religiosas. La crítica a la escuela pública laica, republicana y educadora de ciudadanos iguales está dejando paso a la exaltación de la escuela privada, clasificadora y segregadora.

La celebración del segundo centenario del nacimiento de Benito Juárez ha dado lugar estos días aquí en México, a algunos interesantes debates sobre la ética y la política. Con referencia a los ideales de aquel político mexicano, se ha hablado de la ética en el servicio público, de la ética del compromiso con el pueblo, en particular con los más desheredados, de la ética laica como dimensión esencial de la república, de la ley como instrumento de gobierno, de lucha y de liberación.

Es mucho lo que podemos aprender de todo ello en un momento de graves problemas en el que el mundo parece estar al borde de una catástrofe de consecuencias imprevisibles, que todos los datos parecen anunciar. Y en que los partidos políticos, y los políticos concretos, parece que muchas veces no están a la altura de las circunstancias.

Asistir a las discusiones de los partidos políticos en estos momentos da la impresión de contemplar las que, según se dice alegóricamente, se realizaban en Bizancio sobre el sexo de los ángeles en las mismas vísperas de la toma de la ciudad por los turcos y la desaparición de aquella civilización. Hoy los partidos de derechas muestran un egoísmo suicida, ya que para cualquier observador es evidente que si no se realizan profundas reformas, el sistema va a sucumbir. Los partidos de izquierdas parecen incapaces de actualizar su discurso, están afectados de luchas fratricidas y no parecen dispuestos a realizar una autocrítica de los errores que han cometido en el pasado.

Pero los análisis críticos, aunque indispensables, no bastan. La solución de los problemas del mundo actual es una necesidad muy urgente. Necesitamos empezar a proponer alternativas y a debatirlas abiertamente. Dar respuestas y soluciones, pensando en su aplicación real, por los políticos democráticamente elegidos. Y con una participación que ha de ser cada vez mayor por parte de los ciudadanos.

 
No es ésta una tradición de las ciencias sociales. Pero debemos estimular esos debates, y a ello pretende contribuir el Coloquio de Geocrítica que se celebrará en 2007, y que debe servir para explorar vías en esa dirección. Hasta el año que viene en Porto Alegre.


 

© Copyright Horacio Capel, 2006

© Copyright Scripta Nova, 2006
 
 
Ficha bibliográfica:

CAPEL, H. La geografía histórica y la respuesta a los problemas del mundo actual.  Clausura del VIII Coloquio Internacional de GeocríticaScripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (96). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-96.htm> [ISSN: 1138-9788]