Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. XI, núm. 245 (01), 1 de agosto de 2007
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]


Número extraordinario dedicado al IX Coloquio de Geocritica

LAS CIENCIAS SOCIALES EN LA SOLUCIÓN DE LOS PROBLEMAS DEL MUNDO ACTUAL
Discurso inaugural del IX Coloquio Internacional de Geocrítica, 2007

Horacio Capel
Universidad de Barcelona


Los diagnósticos críticos son muy habituales en geografía, al igual que en otras ciencias sociales. Científicos que observan el mundo actual se sienten a veces muy afectados por la gravedad de las situaciones que describen. El impulso moral de aspirar a un mundo mejor en el que no exista la pobreza, la segregación o la injusticia, y en el que los hombres no degrademos de forma irreversible el medio ambiente, lleva a observar de forma crítica la realidad que se examina y que, como científicos, hemos de estudiar. El resultado es un panorama bastante pesimista, con diagnósticos que generalmente desvaloran, a veces de forma somera, cualquier interpretación optimista que pueda realizarse: los problemas serían tan graves que en el mundo actual solo podrían ser optimistas los ingenuos, los mal informados, los egoístas que únicamente piensan en sí mismos o, peor aún, que están vendidos al sistema de explotación.

La experiencia del VII Coloquio Internacional de Geocrítica, celebrado en Santiago de Chile en 2005, fue, en cierta manera, un reflejo de ese ambiente intelectual. Se hicieron en dicho coloquio, como en los anteriores, numerosos y excelentes diagnósticos de la situación actual. A algunos de los asistentes eso nos produjo, como en otros casos, un sentimiento de angustia: el argumento general de una buena parte de las comunicaciones puede resumirse en estas palabras: “todo va mal y, además, todo está empeorando”.

Tuve la impresión de que no podíamos continuar así. Que es preciso seguir haciendo diagnósticos críticos, pero que hemos de pasar a la propuesta explícita de soluciones para resolver los problemas que están planteados. Por ello en la clausura del Coloquio anuncié que debíamos convertir esa búsqueda de respuestas y soluciones en el eje articulador de un futuro encuentro.

Desde entonces la necesidad se ha hecho mayor. En los dos años transcurridos la conciencia de los numerosos problemas del mundo actual y de su gravedad ha ido aumentando. La pobreza, la segregación y la exclusión social, la fragmentación de las ciudades, el aumento de enfermedades infecciosas en algunas regiones, y otros muchos problemas han ido creciendo y se tienen, si es que eran precisos, nuevos datos contundentes sobre todos ellos. Hemos asistido también a la aceptación de la trascendencia del calentamiento global y se admite ya la necesidad de intentar reducir ese proceso. Muchos hablan abiertamente de la crisis global y dan argumentos sobre la urgente necesidad de buscar soluciones globales.

Los problemas del mundo actual son muchos y muy graves. Pero no podemos quedar inactivos ante ellos. Hemos de movilizarnos, y diseñar programas de investigación y de enseñanza que ayuden a tomar conciencia y a enfrentarnos a la misma raíz de los mismos. Pero también hemos de tener fuerza para hacerlo, lo que es imposible sin un mínimo de optimismo, de convicción de que podemos abordarlos, con alguna esperanza de que puedan resolverse.

Algunas disciplinas sociales tienen ya incorporada en sus tradiciones intelectuales la propuesta de soluciones, o en ellas es consustancial el realizar planes de mejora. El economista o el urbanista, por ejemplo, no pueden limitarse a realizar diagnósticos, sino que han de proponer actuaciones concretas para resolver las situaciones que describen. Otras disciplinas, entre las cuales la geografía, tienen menos interiorizada y aceptada esa dimensión.

II

La geografía ha sido durante mucho tiempo una descripción del mundo. Pero es importante, y oportuno, recordar que también en esta ciencia han existido desde hace mucho tiempo propuestas explícitas para que su estudio contribuya a la solución de los problemas sociales.

La geografía sirve ante todo para hacer la guerra, escribió hace años el geógrafo francés Yves Lacoste en un influyente libro. Lo que es cierto en gran medida, siempre que recordemos que no es la única ciencia que ha contribuido a la actividad bélica.

Pero, sin negar esa dimensión de la disciplina geográfica, no hay que olvidar que desde hace siglos los geógrafos han realizado también contribuciones, a veces decisivas, a la paz. Y que han tenido asimismo la ambición de que esta disciplina sirva para buscar la felicidad en el mundo.

Quizás sea oportuno recordar en este momento no solo que la geografía moderna nació aquí en América, tal como he defendido en otra ocasión, sino que puede sostenerse que también surgió aquí la geografía aplicada. Sobre lo primero bastará con recordar que fueron las obras de Gonzalo Fernández de Oviedo Historia natural y general de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano (1535) y de José de Acosta Historia natural y moral de las Indias (1590) las que inauguraron un género historiográfico que unía a la vez el estudio de los hechos naturales y humanos de un territorio, algo que se ha considerado característico de la ciencia geográfica.

Pero además, fue la necesidad de conocer estas tierras y organizar la colonización del Nuevo Mundo lo que dio lugar al diseño del primer programa científico de reconocimiento territorial, plasmado en las Relaciones Geográficas de Indias, y que culmina con el interrogatorio de 1573 puesto a punto por el geógrafo Juan López de Velasco. De manera similar, en la América portuguesa la geografía fue esencial en la organización de la nueva Europa que se constituía aquí, al otro lado del Atlántico.

Desde el primer momento la investigación geográfica acompañó a todas las tareas de gobierno y fomento territorial en la América hispana y portuguesa. Ejemplo de ello pueden ser durante el siglo XVIII las descripciones y estudios territoriales realizados por los ingenieros militares, cuerpo técnico al servicio de la Corona, no solo para la organización del sistema defensivo sino también para las políticas de fomento económico, en las que también intervinieron estos técnicos.

Por otra parte, la tradición liberal y progresista en el mundo hispano, mucho más importante y esencial de lo que se acostumbra a reconocer, incluye geógrafos que se han preocupado directamente por el problema de la felicidad. Entre ellos podemos citar a dos, que es oportuno recordar en esa reunión, Manuel de Aguirre e Isidoro de Antillón.

En la conclusión del libro Indagaciones y reflexiones sobre la Geografía con algunas noticias previas indispensables, publicado en 1782, el coronel de caballería Manuel de Aguirre reflexionaba sobre la necesidad de realizar un estudio geográfico y afirmaba abiertamente que resultaba imposible hacer una descripción de los pueblos de la Tierra sin hacerse preguntas sobre las causas de su felicidad o desgracia:

“¿Cómo era posible contentarse con una narración imperfecta de las circunstancias y situación de las gentes y de las sociedades, sin indicar en sus leyes, establecimientos, opiniones, educación, igualdad, o crecida desigualdad de las fortunas de sus individuos, y en el decoro finalmente, o abatimiento, con que trata a los hombres, el origen de las buenas costumbres, felicidad, grandeza, poder, brío para las acciones heroicas, humanidad y sabiduría en los unos; y de los vicios, esclavitud, mendicidad, ninguna fuerza, olvido del amor a la Patria, crueldad con sus semejantes y torpe ignorancia en los otros? ¿Cómo hablar de los Pueblos, que vemos brillar en el día, sin descubrir las máximas, constituciones y leyes que los han elevado a tanto poder y gloria desde la torpeza y debilidad en que se hallaban a principios de este siglo y del antecedente? ¿Cómo resolverse a dar noticia de muchas Naciones, que ahora se hallan despreciadas, pobres, débiles, despobladas, bárbaras, crueles, ignorantes y llenas de vicios, después de haber sido en otros tiempos el centro de la virtud, saber, felicidad y humano trato con sus semejantes, sin desenvolver en su gobierno y actual constitución el germen destructor, que así las corrompe? ¿Cómo hablar del uso y utilidades, que sacan unas gentes de la Colonias que pueblan y el ningún provecho que resulta de ellas a otras, sin hacer manifiesto el origen de donde dimana esta diferencia, en las leyes y principios de comercio, con que las fomentan aquellas, y en la violencia o desarreglo con que pretenden éstas sacar mucho lucro a costa de la libertad, estableciendo derechos crecidos y aduanas cargadas de ministros, que consumen más de la mitad de su producto? ¿Y como, finalmente, describir nuestro Reino y posesiones omitiendo el manifestar la causa de la decadencia de nuestro comercio, el origen de la causa que acaba con todas nuestras fábricas y población, la funesta semilla que hará (mientras no se arranque) que se reduzcan a discursos de sociedades y Academias nuestros establecimientos económicos, e impulsos que se quieran dar a la actividad de la Nación y su comercio?”

Es decir, en definitiva, ¿cómo describir los problemas de un país, o de una sociedad, sin hablar de sus causas?

Por su parte Isidoro de Antillón en sus trabajos sobre Teruel, a principios del siglo XIX, procuró contribuir “a la felicidad del pueblo” y a la “ilustración y reforma de sus paisanos”. Y en sus Elementos de Geografía astronómica, física y política de España y Portugal, publicados en 1808 fustigó las causas políticas y morales que retardaban el progreso de la nación.

III

En América española y portuguesa los ideales de libertad y progreso fueron también diseminados por la ciencia y por la geografía. Muchos científicos pusieron las bases para la emancipación, para la libertad y para el desarrollo económico, y el papel de la geografía fue decisivo en muchos campos, como el de la ciencia en general. Lo que debería ser recordado para movilizar a los geógrafos y a los científicos sociales de este continente ahora que está a punto de empezar a conmemorarse el segundo centenario de la independencia

Sería interesante realizar una historia de la evolución de una geografía aplicada a la resolución de problemas y a la búsqueda de la felicidad de los pueblos, frente a una geografía aplicada al servicio de la dominación, la guerra y la colonización. Algunos estudios sobre el desarrollo de las dimensiones geográficas del pensamiento filantrópico y liberal, del pensamiento anarquista, y de la tradición marxista podrían ser aportados en esta reflexión, en la que ahora no podemos entrar.

Aunque las funciones de la geografía en el siglo XIX estuvieron vinculadas esencialmente a la enseñanza, a lo largo del siglo XX las aspiraciones para enfrentarse a los problemas existentes y proponer soluciones a los mismos han surgido varias veces de forma explícita. Desde los años 1930 y después de la Segunda Guerra Mundial la búsqueda de nuevos caminos para la geografía institucionalizada conduce a la aplicación de los conocimientos geográficos a campo de planeamiento rural y urbano. En la década de 1960 el impulso hacia la acción y la aplicación se reflejó en las propuestas para una geografía aplicada, para la geografía activa, de una geografía para la acción. Años de experiencia en ese campo introdujeron ese nuevo campo en Gran Bretaña, lo que quedó reflejado en la publicación de obras como la Applied Geography de L. Dudley Stamp (1960). Pero no se trataba de un camino fácil.

¿”La geografía una ciencia aplicada?”, se preguntaba Philippe Phlipponneau al comienzo de su libro Géographie et action, en 1960. “Sí, respondía, la geografía también entre en el dominio de las aplicaciones prácticas”, aunque calificaba esta línea como “una orientación nueva” y aludía a la indiferencia e incluso a la hostilidad de muchos geógrafos a esta nueva tendencia. Estimaba que el geógrafo “no solo puede estudiar el espacio terrestre sino que también puede tener algún papel en su ordenación”. El libro establecía un primer balance y un programa.

Phlipponneau estimaba que leyendo su obra muchos geógrafos podrían considerar que “la tarea de describir y explicar los aspectos cambiantes es suficientemente pesada, que se abandona una actitud científica cuando se hace uno preguntas sobre el futuro, que la formación científica actualmente dispensada en la universidad no responde a esos objetivos”. Solo esta última afirmación le parecía justa, y pensaba que era preciso resolver ese gran problema de la formación de los geógrafos. Y concluía su obra: “la geografía puesta al servicio de la acción tiene un papel muy noble en esta gran obra de organización del mundo de mañana”.

Desde entonces la ciencia geográfica ha cambiado mucho. El trabajo profesional del geógrafo se ha volcado hacia la aplicación. Han ido apareciendo Institutos de Geografía Aplicada, comisiones especializadas en las asociaciones nacionales, revistas específicamente dedicadas a ese tema (como, por ejemplo, Applied Geography, desde 1982). Nadie cuestionaría hoy la importancia del trabajo profesional de los geógrafos en el campo de la ordenación del territorio, del urbanismo, del paisajismo, del medio ambiente. Como se dice en el número 1 de la revista antes citada, se acepta que es posible usar “la teoría y metodología geográfica para resolver problemas físicos y humanos que tienen una dimensión geográfica, y más concretamente todos los relacionados con la evaluación, gestión y asignación espacial de recursos en el medio físico y humano”. Al igual que otros especialistas también los geógrafos han hecho de la aplicación una actividad normal de su disciplina. Y muchas obras como la reciente de de Armand Fremont. Géographie de l'action. L’aménagement du territoire (2005) reconocen ese hecho y afirman que desde hace medio siglo la ordenación del territorio ha pasado a ser una de las posibles salidas profesionales de los geógrafos.

Son pocos los que dudan o se niegan a dar ese paso o directamente lo rechazan. Quienes lo hacen son continuadores de una línea sostenida por algunos prestigiosos geógrafos que a mediados del siglo XX levantaron sus voces contra la geografía aplicada, por el miedo de que ponerse al servicio de las empresas significara ponerse al servicio del capitalismo. Frente a ello defendieron una formación geográfica para los expertos, una geografía activa o una geografía aplicada crítica. No al servicio de los intereses de las empresas, de los promotores inmobiliarios, sino al servicio del cambio social, de la presentación de alternativas para mejorar el mundo. Años más tarde, y con referencia a la sociología, Pierre Bourdieu lo expresaría con una fórmula expresiva, que podemos parafrasear: cuando se pide a los científicos sociales y a los geógrafos que sirvan para algo es para servir al poder.

Conviene, sin embargo, hacer algunas matizaciones a este punto de vista. Ante todo, no siempre servir al poder es negativo. El poder puede ser democrático y estar orientado hacia la defensa del bien público. Trabajar para los municipios, regiones, ministerios y organismos públicos de planificación puede representar una contribución al bien público. Una ciencia social aplicada al servicio de las empresas puede estar asimismo plenamente justificada. Pero es evidente que la ciencia puede ponerse también al servicio de ciudadanos, de los pobres, de los movimientos vecinales, de las cooperativas, de los que no tienen voz. A quién se sirve, al servicio de quién se está es una responsabilidad que el profesional tiene que resolver personalmente.

La cuestión de los problemas que se tratan, de las actitudes del investigador y de los valores de esa geografía al servicio de la resolución de problemas conducen a introducir en el debate la responsabilidad social del científico y del profesional, la dimensión deontológico, la ética.

Una geografía puesta al servicio de la acción representa una afirmación de esperanza en la posibilidad de transformar aquellas situaciones que no nos satisfacen. Debemos orientar a nuestros estudiantes hacia la acción. Acostumbrarlos a resolver problemas científicos puede ayudarles también a resolver aquellos que el mundo tiene planteado.

IV

En la convocatoria de este Coloquio se señalaban algunos temas relevantes a los que deben dedicarse atención. Al proponer este encuentro nos fijamos un objetivo muy claro: hemos de incorporar al trabajo geográfico y de otras ciencias sociales el hábito de pensar en las propuestas de solución.

Conviene añadir que hemos de hacer propuestas, pero sin caer en el arbitrismo, una arraigada tradición española. Un arbitrio era, como dice el Diccionario de la Academia, “un medio extraordinario que se propone para el logro de algún fin”. Pero esas propuestas eran a veces peregrinas. El arbitrista es, según el mismo Diccionario, la “persona que inventa planes o proyectos disparatados o empíricos, para aliviar la hacienda pública o remediar males políticos”.

Naturalmente, no se trata de eso. Hemos de imaginar propuestas realistas, que incorporen el coste de la aplicación, incluyendo, eventualmente el coste social. No tener miedo ante propuestas que pueden afectar a nuestras mismas formas de vida, con el fin de reducir el consumo excesivo y el despilfarro. En los países ricos, incluyendo Brasil, estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Naturalmente me refiero a las clases altas y media, de las que formamos parte la mayor parte de los profesores e investigadores.

Tal vez debamos también advertir sobre los peligros de los ideales de la ingeniería social, sobre todo cuando se quieren imponer por la fuerza. Los mundos descritos por algunos utópicos, empezando por el que imaginó Platón en Las Leyes, aunque intelectualmente son muy estimulantes, vistos en perspectiva y considerados como modelos de organización social pueden resultar muy poco atractivos o ser incluso terroríficos. Y la realización práctica y forzada de algunos ideales ha podido conducir a catástrofes increíbles –y que a veces durante mucho tiempo nos resistimos a creer-, como las del Gulag y la Revolución Cultural china. Hay que ser prudente, ser capaces de imaginar en todo caso el coste social de las medidas que se intentan aplicar.

En algunos casos es posible que no deba darse una solución sino varias, que hayan de presentarse varias alternativas. El técnico puede estar equivocado, o no tener una idea clara de si tiene razón. Se deben comparar diferentes estrategias y señalar las consecuencias de las diversas soluciones para que elijan los responsables políticos y ciudadanos autorizados para ello.

Es preciso aprender de los problemas existentes, de la gente, de los otros. Hay que tener convicción y coraje para rectificar. No ser doctrinario ni dogmático. Aplicar la crítica y el escepticismo sistemático y educado a todo, incluso a los propios presupuestos intelectuales y políticos. La solución de los problemas sociales solo puede venir del acuerdo, del consenso, del diálogo, de la negociación.

Los académicos, los técnicos, los profesionales no somos depositarios de la ciencia o la verdad. Sabemos lo que sabemos y, sin duda, es limitado; los mejores especialistas conocen solo una pequeña parte de la realidad. Necesitamos por tanto colaborar con otros profesionales y especialistas, dialogar con ellos tener voluntad de escucharlos y de entenderlos, y no solo de defender nuestro propio campo disciplinario. Hemos de hacer propuestas con modestia y sin desmesura, con sentido común.

Y necesitamos, sobre todo, contar con los usuarios o destinatarios. Sin duda tenemos que cambiar la forma como hoy se realiza el planeamiento. Hemos de impulsar el diálogo y la participación. Sean cuales sean los contratantes, parece clara la necesidad de hacer participes a los poblaciones afectadas por los problemas estudiados. El planeamiento, la resolución de problemas sociales ha de hacerse necesariamente desde el diálogo y la participación.

Esperemos que este IX Coloquio Internacional de Geocrítica nos ayude a avanzar en esa dirección.


© Copyright Horacio Capel, 2007
© Copyright Scripta Nova , 2007

Ficha bibliográfica:

CAPEL, H. El IX Coloquio Internacional de Geocrítica.  Las Ciencias Sociales en la solución de los problemas del mundo actual.  Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.   Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2007, vol. XI, núm. 245 (01). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-24501.htm> [ISSN: 1138-9788]

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