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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XIV, núm. 343 (1), 25 de noviembre de 2010
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

PROGRAMAS DE INVESTIGACIÓN, APORTACIONES CIENTÍFICAS Y MAGISTERIO DE JOSÉ MARÍA LÓPEZ PIÑERO. HOMENAJE A UN MAESTRO DE LA HISTORIA DE LA CIENCIA

Horacio Capel
Dpto. de Geografía Humana – Universidad de Barcelona
hcapel@ub.edu

Recibido: 17 de septiembre de 2010. Aceptado: 11 de noviembre de 2010.

Programas de investigación, aportaciones científicas y magisterio de José María López Piñero. Homenaje a un maestro de la historia de la ciencia (Resumen)

En este artículo introductorio se realiza una presentación general de la obra de José María López Piñero, tratando de reconstruir la elaboración y el desarrollo de sus programas de investigación, y se señalan sus aportaciones a la historia de la medicina, a la historia de la ciencia y a otros ámbitos como la bibliometría, la cienciometría y la sociología de la ciencia. Un total de 171 libros escritos como autor único o en colaboración, así como 434 artículos científicos y comunicaciones a congresos, son solo una parte de su inmensa producción científica. El examen global de la cronología de sus obras, y en particular de las que publicó durante los primeros años, permite observar que diseñó desde muy pronto un vasto programa de investigación que se fue enriqueciendo y que se bifurcaría en toda una serie de proyectos intelectuales variados y tremendamente ambiciosos.

Su capacidad de organización se refleja en numerosas iniciativas, desde la Biblioteca y Museo-Histórico Médico de la Universidad de Valencia al Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia (que se convertiría en el Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia José María López Piñero) y a otros centros de información para la salud. Su magisterio se refleja en la dirección de 81 Tesis Doctorales y 70 Tesis de Licenciatura, y en la formación de profesores e investigadores que actúan hoy en universidades de varios países. Fue, además, un científico comprometido con su tiempo, que era muy consciente de las injusticias que debían superarse y de las reformas que era preciso introducir, y que siempre pensó poner a la ciencia al servicio del cambio social.

Palabras clave: historia de la medicina, historia de la ciencia, magisterio del profesor López Piñero.

Programes of research, scientific contributions and magisterial of José María López Piñero. Hommage to a master of history of science (Abstract)

In this introductory paper it is given a general overview of the work of José María López Piñero, trying to reconstruct the design and development of his research programs and noting his contributions to the history of medicine, history of science and other fields such as bibliometrics, scientometrics and sociology of science. A total of 171 books as sole author or in collaboration, as well as 434 scientific articles and conference papers, are only part of his immense scientific output. The overall review of the chronology of his works shows that very early he designed a comprehensive research program that was enriched and that it would branch into a range of diverse intellectual projects and extremely ambitious.

This organizational ability is reflected in numerous initiatives, from the Library and Historico-Medical Museum of the University of Valencia and the Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia (which would become the Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia José María López Piñero) and other information centers for health. His teaching is reflected in the direction of 81 Ph. Thesis and 70 Master' thesis, and the trainig of teachers and researchers working today in universities of several countries. He was also a scientist committed to his time; he was well aware of the reforms that were needed, and he always thought that science should be at service of social change.

EscuLeer fonéticamenteccionario - Ver diccionario detallKey words: history of medicine, history of science, magistery of profesor López Piñero.


El fallecimiento del profesor José María López Piñero el día 8 de agosto de 2010 tuvo un inmediato eco en la prensa española, aunque no el que hubiera debido tener, seguramente por haber ocurrido en plenas vacaciones de verano. Se dedicaron a su figura varias necrológicas en la prensa, todas las cuales señalaban la gran pérdida que suponía para la ciencia, la cultura y la universidad española[1]. Las noticias de urgencia que se publicaron hablaban de su magisterio, de las casi ochenta Tesis doctorales que había dirigido, de la calidad de sus discípulos, de sus funciones como director de un Colegio Mayor Universitario, y de los reconocimientos que había recibido en Valencia o en otros lugares. También recordaban que el  Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia que existe en Valencia fue fundado por él, lleva hoy justamente su nombre y es uno de los más importantes de Europa. Eran artículos muy sentidos, que reflejaban la congoja que produjo la noticia y el cariño general hacia su persona.

Pero si se compara la atención que dedicó la prensa a esta figura ilustre de la ciencia española con las docenas de artículos que se publicaron sobre el fallecimiento, por los mismos días, de un conocido periodista, no tiene uno más remedio que pensar en la importancia de la solidaridad corporativa de este gremio, y en la insuficiente atención de los medios de comunicación a la universidad, a la vida académica y a las disciplinas históricas en general.

José María López Piñero era el maestro de la historia de la ciencia española, y uno de los referentes mundiales de la disciplina. Seguramente las escasas noticias y comentarios que la prensa (y no hablemos de la televisión) dedicó al fallecimiento de López Piñero tiene que ver también con la deficiente y, a veces, sesgada atención que se presta a la enseñanza superior en España. Ahora que tanto se repite que la universidad está muy mal, es hora de afirmar que no es así, que difícilmente se encontrará en España otra institución donde haya tanto saber, tanta dedicación, tanta generosidad y tantos resultados brillantes del trabajo realizado. La experiencia que tengo de cerca de cincuenta años de vida universitaria, y lo que conozco de la participación totalmente desinteresada y generosa de los profesores universitarios españoles en muchas tareas, como por ejemplo en la evaluación de trabajos científicos para la publicación en revistas académicas, lo muestra una y otra vez.

La ciencia, la universidad, y a la enseñanza en general, son pilares esenciales para construir el futuro. La valoración de la universidad, y de la investigación científica española, es frecuentemente negativa, de forma injusta. Pero los que así piensan se equivocan, ya que es mucho mejor de lo que se reconoce. El examen del trabajo que han realizado figuras como el profesor López Piñero ayuda a ponerlo de manifiesto.

La convocatoria para realizar este número de homenaje en Scripta Nova se hizo durante la segunda semana del mes de septiembre, con la previsión de publicarlo a fines de octubre o comienzos de noviembre. A pesar del plazo breve asignado para la redacción, la mayor parte de los convocados respondieron afirmativamente.

En este artículo introductorio haré una presentación general de la obra de José María López Piñero, realizada desde la amistad, el afecto y la admiración que siempre he tenido por él. Trataré de reconstruir la elaboración y el desarrollo de sus programas de investigación y hablaré de sus aportaciones a la historia de la medicina, a la historia de la ciencia y a otros ámbitos académicos.


Una obra vastísima y un magisterio muy eficaz

José María López Piñero fue un gran universitario, un excelente profesor y un ambicioso y gran investigador; un trabajador incansable que dedicó toda su vida a la universidad y a la ciencia. El resultado de ese inmenso esfuerzo puede captarse rápidamente en un documento de valor excepcional que se incluye en este número de homenaje: la relación de sus publicaciones, revisada por él mismo unos meses antes de morir, hacia el mes de abril de 2010. Disponemos de esta copia gracias a la amabilidad de su hija, la profesora Mari Luz López Terrada, a quien quiero expresar mi agradecimiento. Este resumen de su curriculum muestra una vida de trabajo verdaderamente ingente. Por citar ahora solo tres datos relevantes del mismo: en él aparecen reseñados un total de 171 libros escritos como autor único o en colaboración, así como 434 artículos científicos y comunicaciones a congresos, lo cual representa solo una parte de su inmensa producción científica.

Había nacido en 1933 en Mula (Murcia) y estudió medicina en Valencia, donde se licenció en 1957 y obtuvo el doctorado en 1960, realizando también estudios en Alemania (Munich y Bonn) y Suiza (Zurich). Fue profesor de la Universidad de Valencia desde comienzos de los años 1960, y catedrático de Historia de la Medicina desde 1969  hasta su jubilación en 1998. Luego tendría todavía una década de fecunda labor hasta su fallecimiento a los 77 años de edad.

Deslumbrado por la historia de la medicina, a partir del conocimiento, en 1955, de la figura y de la obra de Pedro Laín Entralgo, se dedicó toda su vida a esta especialidad. Inició sus investigaciones con el estudio de la neurosis, tema de su Tesis doctoral, y pasó en seguida a estudiar otros diferentes campos médicos.

 


El profesor José María López Piñero en su despacho

 

Empezó a publicar muy poco después de acabada su licenciatura. Sus dos primeros artículos son de 1959. El examen global de la cronología de sus obras, y en particular de las que publicó durante los primeros años, permite observar con nitidez que diseñó desde muy pronto un vasto programa de investigación que se fue enriqueciendo y que se bifurcaría en toda una serie de proyectos intelectuales variados y tremendamente ambiciosos.


La enseñanza y la investigación en historia de la medicina

Leyendo sus obras, se comprueba, en efecto, que desde el primer momento estaba definiendo las líneas generales por las que discurriría su investigación, dedicada esencialmente al estudio de la historia de la medicina española desde el siglo XVI hasta la actualidad. Desde el comienzo de su actividad investigadora, a comienzos de 1960, se percibe una atención a las diferentes especializaciones de la medicina, a las disciplinas próximas, a la evolución de la práctica profesional, a las relaciones entre salud y sociedad, Todo ello con referencia al conjunto de España y, de manera especial, a Valencia, por razón del lugar donde ejercía su docencia y por su vinculación vital con esta región.

Desde 1960 está ya publicando trabajos científicos de investigación y libros sobre la medicina renacentista (en aspectos diversos que van desde la escuela anatómica valenciana a la trepanación, el paracelsismo, o la circulación de la sangre), sobre la historia europea de la medicina durante la Edad Moderna, la medicina española del siglo XIX y XX, la teoría y la historia de la medicina, o las relaciones entre salud, enfermedad y condiciones sociales.

López Piñero defendió siempre que la historia de la medicina es esencial para la formación de los médicos, para poder entender la práctica y la investigación médicas y para establecer puentes entre las especialidades médicas y con otras ramas científicas y sociales. Estaba convencido de que para la práctica médica era muy importante una comprensión de los problemas médicos generales, desde una perspectiva epistemológica y social.

El examen de sus trabajos publicados muestra una sostenida y constante atención a la historia de la medicina. La inmensa mayoría de sus trabajos se dedican a esas cuestiones, desde diferentes perspectivas. Hay también numerosos ejemplos de colaboración entre el médico e historiador de la medicina que era López Piñero y otros especialistas de campos concretos de la medicina, por ejemplo en psiquiatría; colaboraciones que se han reconocido como fructíferas y que muestran el interés de situar históricamente los problemas médicos que se tratan.

También aparece tempranamente en su obra la preocupación por la bibliografía, con el catálogo de la biblioteca histórico-médica de la Facultad de Medicina, realizado con Pilar Faus e iniciado precisamente con la anatomía, un área a la que prestó constante atención. Así como el interés por la organización de instituciones de investigación, como los Institutos de Medicina de Munich y Bonn, que había tenido ocasión de conocer.

Su dedicación a la enseñanza de la historia de la medicina en la Facultad de Medicina de Valencia fue intensa y permanente, y le llevó a la elaboración de materiales docentes para los cursos de historia de la medicina, y para los trabajos prácticos Una y otra vez volvió a ello, como se puede comprobar examinando sus publicaciones, con introducciones a la disciplina, estudios sobre terminología médica, esquemas y normas para la historia de la medicina y para la documentación médica, antologías sobre el desarrollo del saber médico. Trabajos de investigación y de edición a los que inmediatamente trató de incorporar a sus colaboradores.

Le interesaron ante todo las figuras individuales, los nombres clásicos de las diferentes áreas de la medicina y de la ciencia, y se preocupó de estudiar y publicar sus obras, a través de libros que se titulan precisamente “Clasicos de...”. En ellos se difundieron (y con frecuencia se descubrieron y se recuperaron) los clásicos de la anestesiología, de la anatomía patológica, de la odontología, del hipnotismo; tratados sobre enfermedades infantiles, sobre cirugía clásica y sobre la cirugía aséptica, y estudios de la medicina experimental, desde la trepanación a la neurocirugía; con especial interés por los clásicos médicos valencianos, que se fue extendiendo a otros ámbitos regionales. Todo ello en estudios exigentes y en ediciones de obras concretas o de selecciones antológicas siempre cuidadosamente editadas y estudiadas.

Pronto extendió su campo de estudio, de forma natural, a la veterinaria, la farmacia, la paleontología y la botánica, áreas todas ellas cercanas a la medicina. Desde sus primeras obras está presente la atención al desarrollo durante los cinco siglos de la Edad Moderna y Contemporánea, y su extensión a todo el ámbito de la salud en sus relaciones con la evolución social.

El interés por la constitución y evolución de la profesión médica le llevó a intensificar su atención a los trabajos sobre salud pública y las relaciones entre medicina y sociedad. En alguna ocasión afirmó que la tarea que tenían los historiadores de la medicina era sobre todo “el estudio de la salud y la enfermedad como estados de la vida humana en todas las épocas”, y que debían reconocer la enfermedad “como una realidad biológica cambiante, como un fenómeno social integrado en toda colectividad humana –es decir, condicionado por unas estructuras socioeconómicas y consecuencia, a su vez, de otros fenómenos colectivos- y como vivencia personal en cada situación histórica”; y consideraba que la medicina era la empresa de las sociedades humanas para la lucha contra las enfermedades[2].

Con esa perspectiva, se entiende que el libro Medicina y sociedad en la España del siglo XIX, que elaboraron José María López Piñero, Luis García Ballester y Pilar Faus (1964), se convirtiera inmediatamente en una referencia obligada no solo para historiadores de la medicina sino también para todos los que se interesaban por la historia social decimonónica. Yo lo conocí y lo utilicé poco después de su publicación, o a finales de los años 1960, y no sería difícil encontrar  referencias a esta obra en diferentes disciplinas sociales, donde causó gran impacto. No hace mucho el antropólogo Josep María Comellas, en una nota necrológica sobre Luis García Ballester, hablaba de la impresión que le causó esta obra, y el estímulo que supuso para sus estudios de antropología,  y hacía al mismo tiempo un reconocimiento del interés que tuvo igualmente el artículo de José María López Piñero sobre "Historia social, antropología cultural e historia de la medicina en la enseñanza médica" que se publicó en la revista Medicina e Historia en 1971[3].

López Piñero reconocía la importancia del papel del Estado. Por eso no tuvo dificultad para valorar las aportaciones que se hicieron en salud pública con la implantación del Estado liberal en el siglo XIX. En muchos trabajos deja constancia de ese hecho, que aparecería igualmente en la colección Clásicos Españoles de la Salud Pública, que dirigió en los años 1980 por encargo de su amigo el historiador de la economía Ernest Lluch, que había sido catedrático de la Universidad de Valencia a partir de 1974 y con el que había tenido buenas relaciones debido al interés que éste tenía por la historia del pensamiento económico del siglo XVIII. Nombrado Ministro de Sanidad y Consumo en 1982, Lluch le encomendó la dirección de esa colección, que se mantendría hasta 1990. Permitió recuperar una serie de autores de gran importancia para la historia de la salud pública española, como la obra de Mateo Seoane, de Francisco Méndez Álvaro y de otros, así como publicar trabajos sobre la atención a los marginados o a enfermedades como la tuberculosis y la fiebre amarilla, o reexaminar con nuevas fuentes los orígenes de los estudios sobre salud pública en España.

De manera más general, sus trabajos muestran la importancia esencial de la acción pública para luchar contra los problemas sanitarios, y especialmente contra las enfermedades infecciosas. Todo lo cual se relacionaba, a su vez, con la difusión de epidemias del siglo XIX y su impacto en la vida social, así como las formas de lucha contra ellas. En el caso español destacó la trascendencia de las políticas que se siguieron, a partir de la organización del Estado moderno, primero con la actuación del poder real, y luego, en el paso en la época contemporánea, con una actuación pública más decidida, que tiene su reflejo en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803), organizada por el gobierno español para luchar contra la viruela en las provincias americanas. La aparición de brotes epidémicos durante el siglo XIX y las actuaciones en relación con la pobreza constituyeron estímulos para la organización del sistema sanitario público liberal, que sería especialmente eficaz a partir del desarrollo de la microbiología.

Naturalmente, en la puesta en marcha de un sistema público de salud participaron activamente, además del Estado,  los poderes municipales, a lo que igualmente dedicaron atención, tanto él mismo como diversos discípulos suyos. En relación con esa línea de investigación estudió las instituciones médicas creadas por iniciativas locales a partir del Renacimiento, lo que se mantendría igualmente en los años siguientes: uno de los últimos estudios que publicó está dedicado al Hospital de los Inocentes, Locos y Orates (Ignoscents, Folls e Orats) de Valencia, entre 1409 y 1512.

Se preocupó igualmente por difundir las ideas médicas al gran público, lo que le llevó a organizar o a intervenir en numerosas exposiciones, con sus correspondientes catálogos y guías, y a examinar de manera amplia las relaciones entre ciencia y enfermedad en los siglos XIX y XX.  También se interesó por las medicinas no científicas, la medicina popular, que calificó como folkmedicina, por las prácticas médicas, el uso popular de las plantas,  y las ideas sobre la nutrición.

Examinó la obra de los médicos como testimonio de la sociedad de su época, en especial con referencia al siglo XIX, y extendió su atención a las cuestiones de responsabilidad social de los médicos, los aspectos deontológicos y éticos para la reforma sanitaria en los años 1980, y las cuestiones relacionadas con la inclusión de la sanidad en la Seguridad Social. Finalmente, siguió atentamente el desarrollo de la medicina en otros países, principalmente, Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia, así como los avances terapéuticos en de la medicina del XX.


De la historia de la medicina a la historia de la ciencia

Aunque el programa de investigación que puso en marcha López Piñero se dedicó esencialmente a la historia de la medicina, muy pronto, sin embargo, se vio ampliado a otras ramas científicas y se convirtió en otro más ambicioso sobre historia de la ciencia.

Viendo sus publicaciones se percibe que desde el primer momento fue perfilando, también en ese sentido, un programa bien diseñado, que se iría desarrollando durante los cincuenta años siguientes. Muchos de los temas de investigación que le interesarían durante décadas están ya anunciados en sus primeros trabajos publicados. Algunos se encuentran, lógicamente relacionados con su Tesis doctoral, y con los campos médicos que he citado, pero otros muestran la aparición de nuevas preocupaciones.

Como investigador de ramas concretas de la medicina tenía necesidad de situar la práctica médica y la investigación en un contexto más general. La atención a la enseñanza de la medicina le llevó, como hemos visto, hacia la de otras disciplinas científicas próximas o relacionadas, tales como la botánica, la historia natural o la farmacia, lo que le obligaba a ampliar su campo de investigación. Las innovaciones en la anatomía y la obra de Vesalio, el significado de Paracelso, las demandas de la salud pública y sus impactos en la medicina, o el desarrollo de la botánica médica implicaban estudiar la aceptación de ideas médicas renovadoras. Pero no concebía el estudio de la historia de la medicina hispana desde el Renacimiento (y, más atrás, desde el Medievo, aunque eso lo dejaba para su amigo Luis García Ballester) solo en términos de la recepción de las ideas europeas, sino también en el de las aportaciones hispanas y, de forma más general, en el de las interrelaciones; todo lo cual le llevaba necesariamente hacia la difusión de las ideas científicas y hacia el desarrollo de la ciencia europea en general. La preocupación por la introducción de ideas médicas en España le dirigió así, de forma natural, hacia la introducción de la ciencia moderna en España.

Le condujeron asimismo a ello algunas peticiones de colaboración que le solicitaron para que tratara la contribución de la ciencia española a la ciencia mundial, lo que dio lugar ya en 1961 a un trabajo en colaboración con su maestro Pedro Laín Entralgo (“The Spanish contribution to World Science”); una preocupación europea en la que no es difícil encontrar un eco de la antigua polémica planteada ya en la Ilustración.

En 1965 aparece ya el primer artículo que rebasa su inicial marco disciplinario, y que trata sobre Galileo en España del siglo XVII. Sentía la necesidad de reconstruir de una forma nueva el marco social e intelectual de la historia de la ciencia española, para entender el contexto en el que se realizaba la labor individual de los científicos destacados. Eso le llevó naturalmente hacia el desarrollo de la ciencia moderna y a los obstáculos que se le oponían. Debía mirar antes, o paralelamente, a la historia general para poder edificar sobre bases sólidas la historia de la medicina.

Su dedicación a la historia general de la ciencia se vio, así, intensificada por su íntimo convencimiento de que para entender la historia de la medicina española era preciso situarla en el marco del desarrollo general de la ciencia hispana. No solo por razones de contexto, sino también por las profundas interacciones que él mismo reconocía entre distintas ramas científicas más o menos vinculadas a la medicina (desde la farmacia a la iatroquímica o la botánica, pasando por las dimensiones ambientales y territoriales que influían en las enfermedades) y con otras más lejanas; lo que le llevó a preocuparse directamente por un amplio abanico de ciencias y, finalmente, por todas.

El resultado de esas nuevas líneas de reflexión y de investigación se reflejó pronto en un libro que, pesar de su tamaño reducido, tuvo inmediatamente una gran repercusión: Introducción de la ciencia moderna en España, publicado en 1969 por la editorial Ariel. En  el estudio de la Revolución Científica embarcó (o impulsó a embarcar) también a varios discípulos y amigos. La colaboración con dos de ellos, Víctor Navarro y Eugenio Portela, le permitiría luego publicar una selección de textos que serían de una gran utilidad y amplia difusión, Materiales para la historia de la ciencia en España, una edición de Pre-Textos publicada en 1976. Tres años más tarde aparecerían sus dos grandes obras sobre la Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII y la que dedicó a El arte de navegar en la España del Renacimiento. Éstas no eran ya obras pequeñas: tenían respectivamente más de 500 páginas, en el primer caso, o casi 300, en el otro. Recuerdo que, trabajando ya en historia de la geografía, leí con gran interés esas dos obras, como unos años antes había hecho con la Introducción citada, y las recomendé a los estudiantes de geografía, que las leyeron con gran provecho.

Naturalmente también, su reflexión se extendió al impacto de los descubrimientos geográficos en la medicina y en la ciencia europea, lo que acentuaba su interés para los geógrafos. Para empezar, estudió la obra de Nicolás Monardes y la incorporación de plantas medicinales procedentes de América; y en seguida se ocupó de los estudios de historia natural que se hicieron sobre el Nuevo Continente y las expediciones científicas a Indias, en particular la de Francisco Hernández y su influencia en la constitución de la botánica y la materia médica moderna, en donde contó con la colaboración eficaz de José Pardo Tomás. Formaron parte de su interés las medicinas, drogas y alimentos vegetales del Nuevo Mundo y su impacto en Europa, por ejemplo el uso de la quina para curar fiebres, así como la publicación de obras médicas en América. Como escribiría en el título de uno de sus libros, se trataba de estudiar la medicina “en el encuentro entre dos mundos”, un título muy apropiado para las conmemoraciones del V Centenario del Descubrimiento.


De la historia de la ciencia a la cienciometría y a la sociología de la ciencia

Cuando José María López Piñero empezó sus investigaciones, el panorama general del desarrollo de la historia de la ciencia española era más bien pobre. Más completo en el caso de la historia de la medicina, gracias especialmente a las obras de su maestro Laín y de discípulos suyos (entre los que López Piñero siempre destacaba a Luis S. Granjel y a Vicente Peset Llorca), pero escaso en otras ramas, con algunas excepciones. Dominaban los estudios relacionados con lo que se calificaba la polémica de la ciencia española, en la que había intervenido activamente Don Marcelino  Menéndez Pelayo con sus índices de científicos y de heterodoxos (muchas veces vinculados). Había también algunos precedentes dignos de señalar, entre los cuales el libro que reunía las conferencias que se dieron en 1930 y que editó Francisco Vera en sus Estudios sobre la ciencia española en el siglo XVII (Madrid 1935); o, más tarde, las producidas a partir de los años 1950 como resultado de la línea de estudios abierta por José María Millás Vallicrosa sobre la ciencia árabe, que daría lugar a la Historia de la ciencia española de Juan Vernet (publicada en 1976).

Para realizar una exigente y cuidadosa historia de la ciencia en España se necesitaba elaborar inventarios de la producción científica y disponer de buenos repertorios bibliográficos y documentales. Solo a partir de dichas relaciones sistemáticas, similares a las que existían en otros países, sería posible realizar estudios precisos que tuvieran en cuenta toda la producción existente. Esta es la razón por la que se dedicó también a la bibliografía y a la documentación; lo cual le conduciría bien pronto a la bibliometría y al campo nuevo de la cienciometría. A todo ello dedicó también sus fuerzas y no puede uno dejar de asombrarse ante la ambición de los proyectos que puso en marcha y que logró desarrollar. En estos campos encontró una colaboradora en todos sus proyectos, la profesora María Luz Terrada, su esposa y compañera de todos sus años de plena actividad.

En 1964 puso en marcha el repertorio Índice Médico Español, cuyo primer volumen aparecería al año siguiente y que publicaría 130 volúmenes hasta 1998. De alguna manera era un proyecto continuador del Índice Español de Literatura Médica, que había creado el profesor Juan Bautista Peset Aleixandre en 1928 y se publicó hasta la guerra civil, después de la cual el profesor Peset fue fusilado por haber sido rector de la Universidad de Valencia durante la República.

La creación de ese repertorio es una muestra de la voluntad y de la amplitud del proyecto científico-médico que alentaba la obra de José María López Piñero, a lo que aludió en varias ocasiones, entre otras en el artículo que publicó con ocasión de la aparición del número 100 del Índice Médico. Yo mismo le escuché en varias ocasiones alusiones a las condiciones poco favorables en las que se inició la edición y en las que realizaba su actividad académica en los años 1960. A eso mismo se hace referencia todavía hoy en la página institucional de la Universidad de Valencia dedicada a dicho Índice Médico, en la que puede leerse el siguiente comentario: “en su primera época estuvo basado casi exclusivamente en el voluntarismo, careciendo de una mínima infraestructura profesional, institucional y económica”[4]. Sin embargo, consiguió afianzarlo obteniendo algunas ayudas económicas y, todavía más, con la creación del Centro de Documentación e Informática Biomédica de Valencia y del Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia, vinculado al Consejo Superior de Investigaciones Científicas. A partir de la información publicada en las revistas científicas españolas de medicina y de algunas áreas próximas como la farmacia o la microbiología (hasta un total de 235 revistas en 2003), el IME ha constituido una base de datos que es hoy esencial para la investigación médica a escala internacional (http://ime.uv.es/info/index.htm). Si el impulso inicial que le dio su fundador fue decisivo para toda su evolución posterior, no menos importancia tendría la labor de María Luz Terrada Fernández, que lo dirigiría durante las tres décadas siguientes.

A esta iniciativa de bibliografía médica le seguirían otras, como la  Bibliografía histórica sobre la medicina valenciana (1974); y la Bibliographia Medica Hispanica,  1475-1950 , cuyo volumen I correspondiente a los libros y folletos publicados entre 1475 y 1600 se publicó en 1987, y sería seguido por otros ocho en los años sucesivos hasta cubrir la primera mitad del siglo XX.

En 1968 se inició la edición del primero de los repertorios bibliográficos que puso en marcha sobre la ciencia y la técnica, la Bibliografía histórica sobre la ciencia y la técnica en España, con la colaboración de M. Peset Reig, L. García Ballester, J. R. Zaragoza, y M. L. Terrada; el volumen I se publicaría en 1968 y el II 1973.  Al mismo tiempo, desde los años 1970 el inventario de los impresos científicos españoles de los siglos XV y XVI se convirtió en un objetivo de primera magnitud, en el que comprometió también a excelentes discípulos que le ayudaron a llevar adelante esa vasta empresa. En 1981 esta iniciativa tendría un primer resultado con la publicación del volumen I, al que seguirían el II y el III en 1984.

La necesidad de disponer de métodos cuantitativos para estudiar toda esta vasta documentación bibliográfica y documental y, de manera más general, el desarrollo de la ciencia, le llevó lógicamente a los análisis estadísticos y sociométricos de la literatura científica. Que ese era su objetivo se comprueba –además de por declaraciones suyas- por la realización de toda una serie de Tesis de Licenciatura y de Doctorado que dirigió desde comienzos de los años setenta, y que estudiaron la codificación de la nomenclatura de los diagnósticos o trataban de sistematizar la bibliografía sobre diferentes especialidades. Poco después, la Tesis de Guillermo Olagüe representó un hito de gran significación, pues se dedicó ya explícitamente al análisis estadístico de la bibliografía sobre epilepsia (1972). A ella siguieron otras sobre la codificación de diagnósticos, el análisis estadístico de la bibliografía sobre algunas enfermedades o los patrones de los artículos de medicina publicados en España y a escala mundial. Todas esas aportaciones culminaron en 1973 con dos Tesis doctorales dedicadas al estudio estadístico y sociométrico de la literatura médica española, realizadas por María Luz Terrada y por Jesús Torres Beneyto. Al año siguiente se presentó una de Licenciatura sobre análisis estadístico y bibliométrico de la literatura sobre higienismo en el siglo XIX, a la que seguirían luego otros trabajos.

Se percibe bien que existían un programa claramente formulado, que se reflejó en un hito de gran relieve con la publicación de una obra pionera en España y que tendría una gran repercusión, el libro El análisis estadístico y sociométrico de la literatura científica (1972). Y no cabe duda de que fue ese interés por los estudios bibliométricos y por las medidas cuantitativas del desarrollo científico lo que le hizo darse cuenta de la importancia de la cienciometría y le impulsó a traducir y prologar un libro que tendría igualmente un gran impacto: Hacia una ciencia de la ciencia (1973), traducción del notable libro de Derek De Solla Price Little Science, Big Science (que se había publicado en Nueva York diez años antes).

Los dos libros se convirtieron inmediatamente en obras de referencia obligada en muchos campos. En mis cursos sobre teoría e historia de la geografía recuerdo haberlos recomendado, al menos desde mediados de esa década.

Durante toda su vida académica seguiría dedicando atención a los índices de citas e indicadores bibliométricos. Publicó trabajos de ese carácter sobre revistas españolas de medicina en sus diferentes especialidades (1991) y otros sobre la evaluación de la actividad científica, y sobre las medidas cuantitativas de los avances de la ciencia española, empezando por las revistas de medicina (1992), sobre la distribución de revistas científicas por años de pervivencia y diversos estudios bibliométricos del periodismo médico en España. También se preocupó por mostrar la aportación española a la ciencia europea, en el pasado, y en la actualidad, esforzándose por poner de manifiesto, con estudios cualitativos y cuantitativos, la “creciente aportación española a la ciencia” (1984). En 1993 podía ya presentar la trayectoria de veinte años de investigación bibliométrica del Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia.

El profesor López Piñero reconoció siempre el papel relevante de las grandes figuras científicas. Ante todo, las del siglo XVI y XVII, pero también las figuras relevantes del XIX y XX. Entre ellas Santiago Ramón y Cajal, cuya obra estudió atentamente y al que volvió una y otra vez. Pero asimismo otras grandes personalidades de la medicina y de la ciencia española, como Pio del Rio Ortega.

Pero al mismo tiempo era muy consciente de que no constituían figuras aisladas, y se esforzó en mostrar sus precedentes y de situarlas en su contexto científico y social. Siempre defendió que la obra de un científicos solo puede entenderse en un marco más general. Estaba convencido de que el profesional y el científico no trabajan nunca aislados, sino integrados en comunidades científicas y corporativas, influidos por el ambiente social en que realizan su trabajo. Por eso, desde el primer momento puso énfasis en el contexto, en la comunidad científica en la que se forman las figuras individuales y en las que realizan su obra. Y se esforzó por vincular la historia y con la sociología de la ciencia. El libro que publicó en 1979, junto con P. González Blanco y J. Jiménez Blanco, sobre Historia y sociología de la ciencia en España se convirtió igualmente en una obra de referencia sobre el tema.

Todo ello le hizo ser muy consciente de la importancia de las instituciones científicas para esta actividad; y por eso mismo se dedicó a crearlas y organizarlas, en la medida de sus posibilidades.


López Piñero como creador de instituciones y organizador de equipos de trabajo

Su capacidad de organización se refleja en numerosas creaciones actualizaciones, desde la ya citada biblioteca y Museo-Histórico Médico de Valencia al Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia (que se convertiría en el Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia José María López Piñero) y a otros centros de información para la salud.

Desde el punto de vista editorial fue también importante la creación en 1963 de los Cuadernos Valencianos de Historia de la Medicina y de la Ciencia, que llegaría a cerca de 60 volúmenes. Y de colecciones como Hispaniae Scientiae fundada en 1975, la ya citada sobre “Clásicos Españoles de la Medicina”, o la que tituló “Científicos Valencianos”, fundada en 1994 y que publicaría doce volúmenes en los años siguiente. También realizó ediciones facsímiles de textos clásicos, como el Vanquete de nobles caballeros, de 1530, que da preciosas noticias sobre la comida, el ocio y las costumbres de los nobles del Renacimiento.

Igualmente en relación con la necesidad de repertorios e instrumentos para el estudio de la historia de la ciencia hispana ha de considerarse la elaboración del Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, que López Piñero contribuyó a poner en marcha en 1983. Realizado con la colaboración de Thomas Glick, Víctor Navarro y Eugenio Portela, incluye más de ochocientas biografías correspondientes a unas treinta áreas científicas, y sería redactado por una veintena de investigadores, españoles y extranjeros, que había realizado investigaciones propias sobre la historia de la ciencia hispana. Él mismo redactó para dicha obra un total de 200 biografías (cuya cuidadosa relación se puede ver en el resumen de su curriculum, que se incluye como anexo a este número extraordinario), que muestran el interés y la amplitud de los conocimientos que en aquel momento tenía de la ciencia hispana y americana.

Se trataba de una obra selectiva (como el Dictionary of Scientific Biographies de Charles C. Gillispie, que fue su modelo), dedicada a los historiadores de la ciencia, los estudiosos de la historia de España y los interesados que quisieran conocer la historia de la ciencia española. Supuso la consulta de una cantidad ingente de fuentes. Recuerdo haber oído, con asombro, contar a Thomas Glick que había consultado los 120 tomos de la Enciclopedia Espasa, hoja a hoja, para buscar biografías o noticias que fueran utilizables en el Diccionario. Su publicación tuvo una gran importancia, por su gran utilidad, como casi todos reconocieron en aquel momento, con algunas pocas y sorprendentes excepciones.

En el artículo que se incluye en este homenaje, Javier Puerto Sarmiento alude a otro proyecto de Diccionario de Historia de la Ciencia que pondría en marcha años más tarde la Fundación de Ciencias de la Salud, y en el que también estuvo involucrado López Piñero. Tuve ocasión de participar en aquel proyecto (junto con el mismo Javier Puerto, Luis García Ballester, José Luis Peset y José Manuel Sánchez-Ron), que quedó frustrado por razones poco comprensibles. Desde la Academia de la Historial el director, Gonzalo Anes, tuvo la idea de elaborar un gran Diccionario Biográfico en esa institución. En lugar de unir, el nuevo proyecto dividió y separó, por lo que la valiosa iniciativa de la Fundación se dio por liquidada, al igual que había pasado anteriormente con el proyecto de publicar todos los materiales generados por la expedición de Hipólito Ruiz y José Pavón, proyecto que contaba incluso con el patrocinio del Rey Juan Carlos I, y del que solo se imprimiría el volumen primero en 1995.

A López Piñero no solo le interesaron los manuscritos y los impresos científicos, sino también los atlas anatómicos, las ilustraciones y todas las representaciones morfológicas del cuerpo humano y de sus órganos. Sobre ello emprendió también un vasto programa de trabajo, que se inició con el atlas anatómico del grabador y microscopista Crisóstomo Martínez (publicado en 1964), sobre el que volvería en varias ocasiones publicando nuevas ediciones, y que siguió corrigiendo durante cuarenta años, ya que la última “nuevamente revisada y ampliada” se publicaría en 2001, casi cuarenta años después de la primera.

Su interés por la anatomía comparada se extendía desde el Renacimiento al siglo XX, y daría lugar luego a una valiosa serie de inventarios y publicación de láminas y estudios; como El grabado en la ciencia hispana (1987), los estudios sobre la ilustración anatómica desde el Renacimiento, la  imagen científica del cuerpo humano durante los siglos de la edad moderna y contemporánea, los atlas de historia natural o los de las plantas medicinales desde la antigüedad. En la mente de López Piñero todos esos materiales que iba reuniendo y sistematizando debían permitirle a él y a sus discípulos abordar de una forma nueva y rigurosa la historia de la medicina española desde el Renacimiento al siglo XX.

La valoración que hacía de la difusión del conocimiento científico le llevó a colaborar en diversas publicaciones, realizando versiones adaptadas a los públicos diferentes. El esfuerzo que hizo en ese sentido fue inmenso. Podemos volver ahora a los datos que se incluyen en la relación de sus publicaciones (incluida como anexo). Ya citamos los 171 libros escritos como autor único o en colaboración, y los 434 artículos científicos y comunicaciones a congresos. Pero además de ellos, están inventariados en el mismo un total de 465 capítulos de libros o entradas de diccionarios y enciclopedias, 41 folletos (catálogos de exposiciones, guías didácticas..), 36 prólogos, la traducción de 5 libros y de 23 artículos científicos, y una docena de artículos como ejemplos de su colaboración en revistas y periódicos. Todo lo cual asciende a la cifra de unos 1.200 títulos identificados.

Una parte de esos títulos o temas son repetidos por el interés en difundir sus ideas en medios diversos, reiterando, si era necesario, ciertos temas. Por esta razón, al mismo tiempo que redactaba biografías para el Diccionario histórico, iniciaba también la divulgación de las mismas en la revista Investigación y Ciencia;  más tarde aceptaría colaborar en el mismo sentido en la Enciclopedia de Historia de España que dirigió Miguel Artola, hasta elaborar un total de 70 biografías, de científicos e instituciones.

Pero también realizó un esfuerzo para divulgar la historia de la ciencia en publicaciones para el gran público, escribiendo reseñas para Historia 16, Saber Leer, La Aventura de la Historia, Mente y Cerebro, Valencia Médica. En la revista Investigación y Ciencia, publicó igualmente durante años una sección de efemérides científicas, bajo la rúbrica “Hace [x años]”. Y elaboró numerosos artículos breves en otras muchas revistas y periódicos. A lo que deben añadirse los prólogos que escribió para los libros que publicaban amigos como Thomás Glick, José Luis Barona, Vicente Salavert, Víctor Navarro, José Pardo y otros discípulos suyos y luego colaboradores. Lo que nos conduce a hablar de su magisterio.


Un magisterio muy eficaz

La capacidad de magisterio de José María López Piñero se ha traducido en la formación de profesores e investigadores que actúan hoy en universidades de varios países. Seguramente la más rápida expresión académica de dicho magisterio se tiene examinando la relación de la Tesis Doctorales y Tesinas de Licenciatura dirigidas por él: un total de 151, de las cuales 81 Tesis Doctorales y 70 Tesis de Licenciatura, algunas de las cuales se convirtieron luego en Tesis de doctorado.

Si examinamos la lista de esas Tesis y Tesinas, que se incluye en la relación de sus publicaciones, incorporada al final de este número de Biblio 3W, se comprueba la íntima relación de dichos trabajos con las propias líneas de investigación del maestro y las interrelaciones que pudieron existir con la evolución de ellas. También se observa que son mayoritarias las relacionadas con la historia de la medicina o con diversas áreas de ella, pero que existen asimismo algunas directamente dirigidas a los saberes matemáticos y físico-matemáticos, a la química o a la censura inquisitorial. Así como la búsqueda constante de nuevas fuentes para abordar las investigaciones, en lo que puso gran imaginación.

Entre los autores de estas Tesis y Tesinas, es decir entre sus discípulos, se encuentran hoy muchos maestros reconocidos de la historia de la ciencia, y de otras áreas próximas, en España y en diferentes países. Asombra su capacidad para trabajar con otros colaboradores, amigos y discípulos, firmando con ellos libros y artículos en numerosas ocasiones.


Una fuerte personalidad y un amigo entrañable

Era un maestro muy exigente, rigor que se aplicaba ante todo a sí mismo. Revisaba sus publicaciones con gran severidad. Era muy cuidadoso en el lenguaje y muy incisivo en sus comentarios y observaciones. Todavía recuerdo, entre otras, sus críticas al uso de algunas palabras novedosas, y a veces innecesarias, como “problemática” (en lugar de problema). O sus andanadas contra los científicos que presumían de su paso por universidades o centros de investigación de Estados Unidos y que se empeñaban en aplicar las mismas normas en España, sin tener en cuenta nuestra propia realidad y tradiciones; el sarcasmo con el que calificaba a algunos de ellos, como “cipayos del imperialismo científico norteamericano”, no estaba exento de justificación en algunos casos.

Tenía una aguda inteligencia, una fuerte personalidad. Era, además, un amigo entrañable.

Tuve las primeras noticias de él, cuando acababa yo mis estudios en Murcia y residía en el Colegio Mayor de la Universidad, a través de amigos o conocidos que vivían en el Colegio Mayor Universitario Luis Vives, del que López Piñero era director. Se referían a unas maneras muy diferentes de dirigir la institución, a un ambiente mucho más liberal y tolerante que el que vivíamos en Murcia.

Al igual que otros muchos que no eran médicos, yo también conocí primeramente su obra a través del libro sobre Medicina y sociedad en la España del siglo XIX; y, en seguida, por los que dedicó a los novadores y a la ciencia del Siglo de Oro español. Sus trabajos nos permitían tener un panorama de la historia mucho más rico de lo que era habitual, y nos descubrían que la valoración de tradiciones locales existentes permitía entender la aparición de corrientes científicas renovadoras en determinadas universidades, como la valenciana. Más adelante, serían sus estudios y ediciones sobre la bibliometría y la ciencia de la ciencia lo que representaron para mí, como para otros muchos, vías nuevas de reflexión.

Tuvimos relaciones personales desde mediados de los años 1970. Cuando yo inicié una línea de trabajo sobre historia de la geografía, y del contexto científico en el que se había desarrollado esta disciplina, la obra de López Piñero era de consulta indispensable. Eso me llevó a conectar con su grupo, a la vez que lo hacía con otros historiadores de la ciencia española.  

La fundación de la Sociedad Española de Historia de la Ciencia en 1974 por un grupo de profesores universitarios y de enseñanza media tendría una gran trascendencia, ya que representaba un paso decisivo en la promoción de la historia de la ciencia en España. Por razones diversas, tuve una temprana relación con algunos de los que impulsaron esa iniciativa, que se fue profundizando y ampliando más tarde, sobre todo con Santiago Garma, José Luis Peset, Eugenio Portela, Víctor Navarro Joaquín Fernández Pérez o Mariano Hormigón,

También con López Piñero, con el que coincidía en muchas cosas, algunas de las cuales seguramente las aprendí de él y de su grupo. Me unía a él el énfasis en el contexto, en el papel de la comunidad científica, en la que se forman las figuras individuales y en las que realizan su obra, el reconocimiento de la trascendencia de los factores sociales en el desarrollo científico, y la valoración del papel del Estado en el desarrollo de la actividad científica. También coincidíamos en que el estudio histórico de la ciencia era una tarea interdisciplinaria. Con los métodos y los recursos de la investigación histórica, pero en relación con los problemas científicos que se planteaban en cada disciplina científica.

Me gustaba de él su visión amplia e integradora del país, que se extendía en López Piñero hacia todas las tierras que han formado desde hace siglos lo que se denomina todavía España, con una historia común que algunos quieren hoy convertir solamente en compartida.

Teníamos afinidad por el rechazo de las grandes reuniones científicas. No me cabe duda de que los grandes congresos científicos cumplen funciones sociales importantes. Pero, en la situación actual, prefiero, como él, las reuniones más reducidas, sobre temas concretos, coloquios monográficos, sobre cuestiones que interesan a un grupo de investigadores.

Las relaciones personales se estrecharon con ocasión del simposio sobre “La historia de la ciencia y la enseñanza”, organizado por la SEHC, que coordinó, y luego editó, Víctor Navarro en Valencia durante la primavera de 1980. Durante varios días pudimos conocer bien el grupo de historiadores de Valencia, y las instalaciones del centro de investigación que López Piñero había organizado en la Facultad de Medicina.

El seminario fue una de las actividades realizadas para impulsar la historia de la ciencia en España. Era un momento de optimismo en este campo, ya que parecía que empezaba a reconocerse en nuestro país el interés de la historia de la ciencia para la formación de los científicos, y la utilidad de promover su enseñanza, no solo en el nivel universitario sino también en el de la enseñanza secundaria. Se trataba de mostrar que los problemas científicos están históricamente definidos, y de abrir nuevos caminos a la reflexión histórica. Recuerdo con agrado el excelente ambiente intelectual y personal en aquella reunión, y el interés que despertó la conferencia de Thomas Glick sobre la historia del medio ambiente como una nueva disciplina científica. José María López Piñero participó activamente en el seminario y, junto con Francesc Bujosa, hablaría sobre la necesidad de la enseñanza de la medicina en un momento en que los médicos utilizaban esencialmente los avances contemporáneos, y desvaloraban la información procedente del pasado; su punto de vista era que en esas circunstancias la historia de la medicina podía ofrecer un análisis de los problemas médicos generales desde un enfoque social y desde una perspectiva epistemológica.

Durante los años ochenta tuve el privilegio de tratarlo de forma repetida, lo que me permitió conocerlo bien. Aunque era ocho años mayor que yo, se convirtió en un amigo entrañable, con el que me unían vínculos personales, intelectuales y de paisanaje. La vinculación común a Murcia nos llevaba a hablar una y otra vez de Mula y de Lorca, sobre lo que la región murciana y todo el país habían cambiado; y sobre lo que debería cambiar todavía.

Siempre estaba lleno de energía y de proyectos, aunque se quejara de su mala salud. A fines de los 80 me invitó a participar en un proyecto que le había producido gran ilusión: la redacción de un volumen sobre la ciencia para una obra ambiciosa de la editorial Espasa Calpe sobre España, que se publicaría en 1990. Él mismo redactó un interesante capítulo sobre la difusión social de la actividad científica en España y, con María Luz Terrada, otro sobre la producción científica española y su posición en la comunidad internacional; constituyeron la primera parte del volumen, junto con un capítulo sobre las instituciones, de Eugenio Portela, y otro sobre el Estado y la actividad científica, de Juan Rojo, catedrático de Física del Estado Sólido y que era en aquel momento Director General de Universidades.

Eran años de gran ilusión. La existencia de un gobierno progresista, la entrada en la Unión Europea y un intenso desarrollo económico parecían alejar de nosotros muchos de los fantasmas del pasado. En particular, se hacían grandes esfuerzos para el desarrollo de la ciencia, que era reconocida como una dimensión esencial para el país. En la obra citada López Piñero se preocupó de que estuvieran bien representados los avances que se hacían en campos nuevos como la inmunología, la cancerología, las tecnologías agrarias, las energías renovables y la informática. También consiguió la colaboración de su maestro Pedro Laín Entralgo, que presentó un panorama de los avances de la medicina, e invitó a otros a que presentaran el desarrollo de las matemáticas, la física, la física del estado sólido, la química, la bioquímica, la geografía y la botánica. Trataba de dar un panorama dinámico de ciencias en avance, y me alegró mucho que pensara en la geografía y la incluyera como una de las disciplinas renovadoras.

Las relaciones personales e institucionales continuaron en los años noventa, a la vez que se intensificaban con otros grupos de historiadores españoles de la ciencia, como el del CSIC de Madrid. Las afinidades intelectuales nos llevaron a organizar una reunión conjunta de, por un lado, historiadores de la ciencia de Valencia y de Alicante, y, por otro, el grupo de geógrafos de la Universidad de Barcelona que en aquellos momentos nos ocupábamos de historia de la ciencia o del pensamiento. Se dedicó a “Ciencia e ideología en la ciudad”, y lo denominamos I Coloquio Interdepartamental, con la idea de que tuviera continuidad. A él se presentaron unas cuarenta comunicaciones, la mitad del grupo valenciano y otras veinte del grupo barcelonés.

El Coloquio fue especialmente fructífero. El objetivo era discutir la relación entre los problemas urbanos y la ciencia, el papel de ésta en la construcción y funcionamiento de la ciudad, y las relaciones entre ciencia e ideología. El ámbito de análisis se extendió a todos los siglos de la Edad Moderna y Contemporánea, dedicando atención, especialmente, a la ciencia en la ciudad renacentista, y a la ideología y los conflictos sociales en una sociedad urbana en transformación en el siglo XIX y primer tercio del XX.

En la introducción al Coloquio López Piñero valoró la procedencia heterogénea que tenían los historiadores de la ciencia en España en aquellos momentos, y reiteró que el estudio histórico de la ciencia es esencialmente interdisciplinario, “por lo que pierde su vigor y su sentido –escribió- cuando se pretende encerrarlo entre tabiques institucionales o gremiales”. Defendió con gran fuerza la necesidad de romper esos tabiques y tender puentes entre las distintas disciplinas, algo que todos los barceloneses compartíamos también.

Él mismo presentó una interesante comunicación en la que habló de la actividad médica científica en el Renacimiento, con el ejemplo de la Valencia del siglo XVI, y aludió a la renovación de la anatomía y la obra de Vesalio, el ambientalismo hipocrático, la salud pública, la tradición y la modernidad en el saber médico, el atomismo español del Renacimiento, las condiciones ambientales, las epidemias y el significado del paracelsismo en la ruptura del saber médico tradicional; también insistió, como siempre hacía, en la necesidad de hacer inventarios cuidadosos de la producción científica para tener un  panorama completo de su práctica y de la investigación.

Las comunicaciones fueron publicadas por la Generalitat Valenciana, en un libro que editamos José María López Piñero, José Pardo y yo mismo, y que pudo ver la luz gracias a los buenos oficios del geógrafo Eugenio Burriel, que era en aquel momento titular de la Consejería de Obras Públicas y Urbanismo de dicha institución.

Después de ese Coloquio, yo tendría ocasión de realizar numerosas visitas a Valencia, principalmente con ocasión de Tesis doctorales dirigidas por algunos de sus discípulos, en particular las vinculadas con el gran programa de investigación que impulsó y dirigió Antonio Ten en los años 1990 (las de Joaquín Castro Soler, Antonio García Belmar, José Aznar García y Salvador Peláez); de todas ellas hice luego amplias recensiones que se publicaron en la revista Biblio 3W.

De esas visitas recuerdo las largas, cordiales y fructíferas conversaciones con los diferentes miembros del Instituto, las comidas en un ambiente verdaderamente cordial, y el inevitable recorrido por la Biblioteca y el Museo del Instituto en la Universidad. En este último era apasionante escuchar sus explicaciones sobre las representaciones neuronales de Santiago Ramón y Cajal, su comentarios sobre los incunables y libros renacentistas de medicina que se conservaban, y que él utilizaba para sus investigaciones, o las explicaciones sobre los instrumentos médicos que se reunían en el museo, entre los cuales el cráneo con marcas que mostraban que un hombre de la prehistoria había podido sobrevivir a una trepanación.


Ambición intelectual sin límites

A pesar de que quienes no éramos médicos lo considerábamos un historiador de la ciencia, creo que José María López Piñero se sintió siempre, ante todo, como un historiador de la medicina, a la que estuvo institucionalmente vinculado, aunque se convirtiera también, por las razones que he mencionado, en  un historiador general de la ciencia. Publicó mucho sobre historia de la medicina, y además tenía proyectos ambiciosos, que siempre aplazaba por esa necesidad que sentía de asentar el estudio sobre bases muy sólidas, y situarlo en relación con el desarrollo de otras ramas de la ciencia.

La gigantesca dimensión de su proyecto intelectual tenía que ver con una ambición científica inmensa, a veces casi desmedida. Una desmesura que es típica de personas que no se quedan satisfechas con lo que hacen, porque se proponen siempre metas más grandes y lejanas. Tuve clara conciencia de ello en abril de 1989 cuando José María López Piñero vino a Barcelona para presidir el tribunal de la Tesis doctoral de Jaume Josa, que yo había dirigido. Sentados en mi despacho, antes del acto, y comentando sus últimas publicaciones, explicó lo que había hecho desde los años 1960; aludió a sus investigaciones sobre historia de la medicina en el Renacimiento y repasó, en particular, algunas conclusiones de sus trabajos sobre el médico Francisco Valles y las "Controversias" de 1556.

Había empezado a estudiar a este autor en 1962, y en 1988 le dedicó todo un libro, realizado con F. Calero, que contaba con 457 páginas. Si uno mira en la relación de sus publicaciones, que acompaña a este número de homenaje, se comprueba que son decenas las publicaciones que López Piñero ha dedicado a la medicina renacentista y a la del siglo XVII, y repetidas las que tratan de Valles,  algo para dejar satisfecho a cualquier investigador. Sin embargo él no lo estaba, y todo lo hecho le parecía insuficiente En un momento dado dijo algo así como esto: “en realidad todo lo que he hecho es la introducción a un proyecto más amplio, en el que lo que me interesa es…”, y pasó a exponer un programa de trabajo para el que toda esa vasta producción científica, que incluía varios libros, y numerosos artículos era solamente una preparación para un trabajo de mayor ambición.

No soy capaz de reconstruir todos los detalles de aquella conversación, que me impresionó profundamente, pero recuerdo bien que habló de la necesidad de situar sobre nuevas bases el estudio de la difusión de Hipócrates en España y en Europa, para entender la evolución de las teorías ambientalistas (creo que la conversación empezó precisamente por ahí, ante un comentario mío); de que era preciso estudiar el nivel de conocimiento de la lengua griega en España y su uso por los médicos; de las relaciones entre la teoría y la práctica en la medicina renacentista, y el papel de los estudios anatómicos; de la dificultad que tenían los médicos para conocer el funcionamiento de los órganos internos del cuerpo, y de la insuficiencia de las disecciones en cadáveres, porque cuando se realizan el órgano ya no funciona; de la confrontación entre las observaciones que hacían los médicos y las ideas clásicas de Galeno o Hipócrates; y de la  difusión de la ciencia española en Europa, con el ejemplo de la misma obra de Valles. De todo ello hablaba con entusiasmo y como un proyecto personal y colectivo para el futuro, y daba a entender que los estudios que había hecho sobre este médico eran una minucia en comparación con lo que pensaba que había de realizarse.

Era ambición intelectual era, a la vez, sentido del deber, conciencia de todo lo que era urgente realizar. No podía abarcar todo lo que quería hacer, lo que estimaba que era necesario realizar para recuperar el tiempo perdido en nuestro país. Todo lo que había hecho le parecía insuficiente. lo que no dejaba de producirle a veces cierto desánimo, que siempre lograba superar con intensa dedicación.


Mirar atrás para avanzar

Fue muy profunda la impresión que me causó esa conversación con José María López Piñero en 1989. Pero releyendo estos días la autobiografía que redactó en 1982 para la revista Anthropos, he podido comprobar que, con ser mucho lo que decía que le faltaba por realizar en el estudio de la medicina renacentista, eso era, a su vez, solo una parte de proyectos todavía más gigantescos. Él gustaba de recordar la frase newtoniana de que quienes están a hombros de gigantes ven más que ellos, aunque sean enanos. Pero sin duda, situado sobre esos hombros elevados, López Piñero era también un gigante, y tenía conciencia de ello. Por eso imaginaba vastas empresas, y lamentaba no tener para ello toda la formación que necesitaba y el vasto tiempo que necesitaba.  Quería utilizar técnicas que desbordaban “los recursos de la erudición tradicional”, para llevar a término los objetivos que se había marcado en historia de la medicina y de la ciencia; superar lo que llamó su “indefensión matemática” para realizar diestramente la bibliometría y la cienciometría; sobreponerse a lo que consideraba una de sus “ineptitudes más paralizantes (como la relativa a las ciencias del lenguaje)”, intentando “integrar las piezas del rompecabezas, viejas y nuevas, en un tipo de acercamiento analítico mínimamente coherente a la actividad científica”. Además, no renunciaba a enfrentarse “con el proceso de construcción del saber patológico moderno”, cuestión sobre lo que –escribía- “he efectuado bastantes estudios parciales, pero que nunca he considerado de modo sistemático”. Debía también estimular la realización de estudios monográficos que permitieran “ofrecer un estudio de conjunto sobre la materia [las relaciones entre ciencia médica y sociedad] seriamente fundamentado”. Y finalmente, tal como percibía a la altura de 1982, debía desarrollar “una historia social de la ciencia en la España moderna y contemporánea”, uno de los temas en que se había ocupado durante más de una década y que era aquel “en torno al cual tengo más planes para el futuro”.

Al escribir eso, no sabía cuanto tiempo tenía por delante para realizar todos sus planes, y se preguntaba: “¿qué parte de ellos y de los antes citados llegaré a realizar?”. Le quedaban tres décadas de vida llena de actividades y de realizaciones, y pudo ir cumpliendo muchos de esos proyectos. 

Por ejemplo los que había concebido sobre historia de la medicina, que cultivó hasta el final de su vida, y que se extendían desde la historia de la botánica médica en el Renacimiento (estudiada todavía en el libro que ha dejado acabado e inédito sobre La escuela botánica valenciana del Renacimiento: Pedro Jaime Esteve, Juan Plaza y Jaime Honorato Pomar)  hasta la Edad Contemporánea, así como el desarrollo de otras ciencias conexas como la biología. Todos esos amplios campos de investigación, y otros muchos, estuvieron siempre en su programa. Entre ellos el darwinismo, cuestión en la que siguió trabajando hasta prácticamente sus últimos días, como muestra el libro El darwinismo valenciano del siglo XIX y su fundamento histórico, publicado en 2008. Proyectos científicos de una ambición desbordante para una labor personal, pero que han estimulado la actividad intelectual de un brillante grupo de discípulos y de numerosos científicos en España y en América.

Pero no tengo duda de que toda esa inmensa tarea científica formaba parte de un objetivo todavía más vasto, que se dirigía a poner todo el conocimiento científico al servicio de la mejora de la sociedad, de la construcción de un futuro mejor. Ese es, me parece el sentido que hay que dar a la frase con la que acababa en 1982 su autobiografía, unas palabras escritas por su paisano Diego de Saavedra Fajardo en el siglo XVII: “los pasados enseñan a remediar los presentes y a prevenir los futuros”. Una explícita declaración, me parece, de los ideales de un científico comprometido con su tiempo, que era muy consciente de las injusticias que debían superarse y de las reformas que era preciso introducir, y que siempre pensó poner a la ciencia al servicio del cambio social. Miraba alto, lejos y para atrás, porque estaba convencido de que era necesario para poder avanzar; pero nunca se olvidó del suelo sobre el que transitaba.


La comunidad de la historia de la ciencia española

A López Piñero le interesó mucho la institucionalización de la historia de la ciencia en España. En los años 1980 llamaba la atención sobre el retroceso que experimentaba la enseñanza de la historia de la ciencia en todo el mundo, y los riesgos que eso suponía también para la investigación.

Todavía en 1992 ponía en duda la existencia en España de una comunidad de historiadores de la ciencia plenamente institucionalizada. En la introducción al Coloquio Interdepartamental antes citado consideraba que ese “momento dorado de la institucionalización no ha llegado todavía a la historia de la ciencia, ni hay indicios de que llegue en fecha cercana”. En eso creo que era excesivamente pesimista, o tal vez percibía una situación que se empezaba a complicar por momentos.

La década que siguió a la creación de la Sociedad Española de Historia de la Ciencia en 1974 fueron años en que los trabajos en historia de la ciencia resultaban especialmente fructíferos. El contacto de especialistas que cultivaban disciplinas diferentes era especialmente enriquecedor, ya que siempre se aprendía de los otros. El intercambio, además, era de gran generosidad, ya que no había conflictos. Cada uno realizaba su actuación corporativa en la propia Facultad y disciplina, lo que eliminaba las tensiones institucionales, y dejaba mucho espacio para la relación personal, que era siempre de gran cordialidad.

Algunas cosas cambiaron cuando la Ley de Reforma Universitaria de 1983 organizó la universidad en Áreas de Conocimiento y creó una dedicada a Historia de la Ciencia. Sin duda, ello suponía un avance para la consolidación de este campo, especialmente en un momento en que en otros países la historia de la ciencia estaba amenazada. Fue un logro muy importante en la institucionalización de este campo de investigación. Pero tuvo una consecuencia inesperada y negativa. Todos los que hasta entonces tenían relaciones únicamente intelectuales y científicas pasaron a tenerlas también institucionales. Empezaron a competir por las mismas plazas. Y, a veces, ahí se rompieron relaciones y amistades.

Algunos colaboradores de este número aluden a los problemas y conflictos de la vida académica, y la pugna de intereses, que, probablemente, tienen que ver muchas veces con la provisión de plazas de profesores o investigadores, más que con diferencias intelectuales, aunque éstas también pueden existir. Todo un campo de investigación para el futuro, que debería empezar por la publicación de textos elaborados por los protagonistas. Creo que los artículos que se publican en este número pueden contribuir a reconstruir con más matices el desarrollo de la historia de la ciencia en España durante el último medio siglo.


La preparación de este número

La invitación para participar en este número a una serie de posibles colaboradores se envió durante la segunda semana del mes de septiembre de 2010. Prácticamente todos los amigos con los que he conectado para preparar este número aceptaron rápidamente y sin reservas. Solo unos pocos no pudieron hacerlo por razones plenamente justificadas (principalmente problemas personales o de salud)

Entre los participantes están un número muy significativo de las principales figuras de la historia de la ciencia en España. Algunos fueron discípulos y colaboradores, otros colegas, pero casi todos amigos de José María López Piñero. Se encuentran entre ellos historiadores de la medicina y de ramas próximas como psiquiatría, farmacia o biología. También especialistas en historia de la astronomía, de la filosofía, de las matemáticas y la economía, o de la geografía. Hay asimismo testimonios de personas que no lo conocieron pero que han utilizado y valorado sus trabajos. La mayor parte han escrito los textos también con el corazón, como corresponde a tantos amigos como aquí participan; y todos, sin duda, desde la admiración por su obra.

Hay valoraciones de sus obras científicas e institucionales, de su magisterio, de sus aportaciones a la historia de la medicina y de la ciencia, y recuerdos de su personalidad o de rasgos de su carácter. Además de los testimonios que aportan sobre el homenajeado también proporcionan datos que pueden ser de interés para conocer distintos aspectos sobre la evolución de la historia de la ciencia en España.

He dudado sobre cómo debería ordenarse el número. En algún momento me pareció que lo mejor sería ordenarlo alfabéticamente por los nombres de pila, tal como se ordenaban los diccionarios y repertorios bibliográficos en los siglos a los que dedicó su atención López Piñero. Así estaban los autores que se incluyeron en la Biblioteca Hispana Nova y tantas otras obras que se publicaron del siglo XVI al XVIII. Y así se podría haber hecho también aquí, porque es por el nombre como él gustaba de llamar a todos sus amigos, y como, seguramente, hubiera preferido ordenarlos, si es que hubiera sentido la necesidad de hacerlo.

Pero finalmente ha predominado el deseo de dar alguna estructura que facilitara la lectura, y el resultado final. El número se inicia con algunas valoraciones del conjunto de la obra. A continuación se agrupan varios artículos que aluden a rasgos concretos de su personalidad, o recogen recuerdos personales. Otras dos partes están dedicadas a las aportaciones concretas de López Piñero a temas específicos de la medicina y de la historia de otras ciencias. Una última parte está constituidas por artículos que realizan aportaciones específicas y personales a la historia de la ciencia, escritas en homenaje a López Piñero.

El número se completa con un resumen del curriculum vitae de José María López Piñero, corregido por él en abril de 2010, y facilitado amablemente por su hija Maria Luz López Terrada, un documento de un gran valor para conocer con detalle la amplitud del inmenso trabajo que realizó durante toda su vida. Confiamos que este número contribuirá a la valoración del gigantesco esfuerzo realizado por una personalidad eminente de la investigación y de la docencia universitaria en España.

 

Notas

[1] Entre las que se publicaron se encuentran las siguientes:

[2] José María López Pîñero, Notas para una biografía intelectual (Anthropos Revista de Información y Documentación, 1982, nº 20, p. 16-25).

[3] Josep María Comellas. Luis García Ballester antropólogo (Dynamis, 2002, vol.22, p. 487-492).

[4] <http://ime.uv.es/info/historia.htm>.

 

© Copyright Horacio Capel, 2010. 
© Copyright Scripta Nova, 2010.

 

Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

CAPEL, Horacio. Programas de investigación, aportaciones científicas y magisterio de José María López Piñero. Homenaje a un maestro de la historia de la ciencia. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de noviembre de 2010, vol. XIV, nº 343 (1). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-343-1.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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