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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XIV, núm. 343 (12), 25 de noviembre de 2010
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

JOSÉ MARÍA LÓPEZ PIÑERO Y LA HISTORIA DE LA SALUD PÚBLICA

Gerard Jori
Universidad de Barcelona
gerardjori@ub.edu

Recibido: 21 de octubre de 2010. Aceptado: 11 de noviembre de 2010.

José María López Piñero y la historia de la salud pública (Resumen)

Se presentan las principales aportaciones de José María López Piñero a la historia de la salud pública, haciendo especial énfasis en sus ideas relativas a los orígenes de los estudios realizados en España sobre este particular. También se pone de manifiesto la originalidad del pensamiento del profesor valenciano y se destacan algunas de sus principales concepciones historiográficas.

Palabras clave: José María López Piñero, historia de la medicina, salud publica.

José María López Piñero and the history of public health (Abstract)

We present the main contributions of José María López Piñero in the field of history of public health, with particular emphasis on his ideas concerning the origins of Spanish public health studies. In addition, we highlight the originality of the Valencian professor’s thought and we stress some of his main historiographical approaches.

Key words: José María López Piñero, history of medicine, public health.


Aunque la historia de la salud pública no constituyó una de las líneas de investigación prioritarias de José María López Piñero, este profesor dio a conocer algunos trabajos específicos sobre la materia, y en otros muchos realizó consideraciones que abren interesantes vías de aproximación a su estudio. Las páginas que siguen tienen como finalidad valorar el alcance de dichas aportaciones, que, como se tratará de mostrar, son de una lucidez indiscutible, tanto por la erudición del autor, como por su brillante interpretación de los hechos, y constituyen, por ello, una referencia obligada para todo aquel que se interese por el origen y el desarrollo de las ideas relativas a las distintas vertientes de la salud pública[1].

Nunca conocimos al profesor López Piñero ni mantuvimos el menor contacto con él, de modo que acometemos con suma prudencia la labor de ponderar el significado de una parte de su obra. Otros artículos incluidos en este mismo número extraordinario, escritos por voces muy autorizadas, efectúan brillantes glosas de su obra o trazan semblanzas de su figura, por lo que remitimos al lector a estos trabajos si lo que desea es comprender la verdadera dimensión y trascendencia de las investigaciones de López Piñero. Por el contrario, esta contribución sólo aspira a mostrar nuestra admiración por alguien que trabajó muy duro y muy bien, y a quien debemos rendir un tributo de gratitud por una producción científica a la que hemos llegado recientemente a raíz de nuestro interés por la historia de la salud pública y su engarce con la gestión y la planificación de la ciudad.

En primer lugar, explicaremos algunas de las ideas de López Piñero acerca de los orígenes de los estudios sobre la salud pública en España, aspecto que, como pretendemos mostrar, constituye un buen ejemplo de la originalidad que caracterizó sus interpretaciones. A continuación, comentaremos otras aportaciones del autor relativas a la evolución de la salud pública, contribuciones que se encuentran dispersas en numerosas publicaciones de las que intentaremos citar las más imprescindibles.


Los primeros estudios sobre la salud pública en España. Un ejemplo de la originalidad del pensamiento de José María López Piñero

Desde nuestro punto de vista, el aspecto más atractivo de las ideas de López Piñero relativas al tema que nos concierne reside en su interpretación de la génesis de los estudios sobre la salud pública en España, asunto que abordó en diversas publicaciones[2]. En ellas, el autor suele seguir la misma estrategia argumental, consistente, en primer lugar, en exponer brevemente los planteamientos de George Rosen acerca de los inicios de los estudios sobre la salud pública, para, a continuación, sugerir su propia aproximación al tema, que presenta como complementaria a la del historiador norteamericano.

Como es sabido, para éste los trabajos sobre la salud pública se iniciaron en el seno de las primeras corrientes de la medicina moderna y a partir de las ideas y las prácticas del mercantilismo europeo del siglo XVII y, sobre todo, del XVIII. Así, por ejemplo, en el artículo sobre “Cameralism and the Concept of Medical Police”, Rosen argumentó que la preocupación por la salud pública durante el setecientos estuvo estrechamente relacionada con la actitud del mercantilismo hacia la sociedad organizada y, particularmente, con su anhelo de mantener una población en constante aumento, lo que se justificaba por motivos políticos, económicos y militares[3]. Para el pensamiento mercantilista el producto total social dependía directamente del volumen de la mano de obra, por lo que, según se pensaba, el aumento de la población conducía a un incremento del producto bruto anual y, por consiguiente, permitía acrecentar el poder del Estado. De ahí la necesidad de crear conscientemente un “capital humano” impulsando planes de instrucción, promoviendo la fecundidad y la inmigración o asegurando la salud de la colectividad.

López Piñero aceptó esta propuesta de insertar los primeros estudios sobre la salud pública en el doble trasfondo de la medicina moderna y el pensamiento mercantilista, lo que explica que decidiera iniciar la colección sobre “Textos clásicos españoles de la salud pública”, dirigida por él mismo y editada por el Ministerio de Sanidad y Consumo, con las aportaciones de los novatores del último tercio del siglo XVII. Éstos no sólo fueron los introductores de la medicina moderna en nuestro país, sino que desarrollaron su actividad en una época en la que se manifestaban los primeros atisbos de un reformismo económico y político que preludia algunos de los rasgos más característicos de la centuria ilustrada.

Con todo, López Piñero fue capaz de ampliar esta perspectiva y, junto a las aportaciones de los novatores, consideró que también correspondían a los orígenes de los estudios sobre la salud pública determinados planteamientos del siglo XVI y de la primera mitad del XVII. Más concretamente, y atendiendo, de algún modo, al doble marco formulado por Rosen, encuadró dichos acercamientos en la oposición entre tradición y renovación característica de la medicina renacentista, así como en la función desempeñada por el Estado en el terreno sanitario, lo que le llevó a considerar temas tan diversos como las actividades del poder real vinculadas con la prevención de las enfermedades, la influencia de las tendencias médicas renovadoras y su enfrentamiento con las corrientes tradicionales, los textos sobre higiene individual e higiene colectiva o las aportaciones referentes a la asistencia médica. Materias que López Piñero supo relacionar con elegancia para construir un discurso coherente y sugestivo sobre la génesis de los estudios relativos a la salud pública.

Especialmente lúcidas nos parecen sus apreciaciones acerca de la intervención del poder real durante los siglos XVI y XVII. López Piñero mostró que en el proceso de formación del Estado moderno, maravillosamente estudiado por José Antonio Maravall[4], el gobierno tendió a asumir funciones que, directa o indirectamente, se relacionaban con la salud de la colectividad, entre las cuales figuraban el control de la titulación y el ejercicio de las profesiones y ocupaciones sanitarias, la promoción de hospitales y de albergues para pobres o la prevención de enfermedades a través de disposiciones que, por lo general, se formulaban, únicamente, con motivo de la declaración de brotes epidémicos. Esto último, sin embargo, no significa que no existiera una intervención pública sistemática en materia de salud colectiva, ya que en los siglos XVI y XVII los municipios eran las instituciones encargadas de mantener una organización sanitaria de carácter estable. En Valencia, por ejemplo, dicha organización era bastante compleja, e incluía varios cargos con funciones diversificadas, como los examinadores, el veedor, el “desospitador”, el cirujano encargado de tratar a las prostitutas y el mustassaf, figura de origen islámico que, entre otros desempeños, tenía a su cargo la vigilancia de la higiene pública de la ciudad[5]. Por su parte, Barcelona obtuvo el privilegio real para la defensa sanitaria en el año 1510[6], y cada vez que se declaraba una epidemia el Consejo de Ciento delegaba las funciones relativas a su prevención y control en la Junta del Morbo, órgano que gozaba de amplias atribuciones y que en el siglo XVII participó activamente en la vida pública de la ciudad[7]. En consecuencia, durante esta centuria el montaje de los sistemas de defensa sanitaria no fue tan improvisado como pueda parecer, e incluso se ha sugerido que las juntas de sanidad periféricas que se implantaron en el siglo XVIII no hicieron más que concretar una vieja obligación de las autoridades locales[8].

López Piñero habló, asimismo, de la importancia que adquirió para el Estado la recogida sistemática de datos relativos a la población y a otros aspectos de interés sanitario, examinando con cierto detalle el proceso de creación de las Relaciones de los pueblos de España y de las Relaciones de Indias, el primer gran intento promovido por la Corona para obtener un conocimiento preciso de la geografía física y humana de los territorios metropolitanos y de ultramar. Los cuestionarios que se distribuyeron a las distintas localidades, que el mismo López Piñero se encargó de reproducir en su libro sobre Materiales para la historia de las ciencias en España[9], incluían diferentes preguntas de interés sanitario, lo que muestra que la salud pública ya constituía un importante motivo de preocupación política en el siglo XVI. Si nos ceñimos a las Relaciones de Indias, cuyo contenido médico ha sido estudiado por Raquel Álvarez Peláez[10], las dos preguntas más específicamente relacionadas con la medicina son la 17, que se refiere a las condiciones de salubridad y las enfermedades más comunes de los lugares, y la 26, relativa al tratamiento de estas afecciones. Las respuestas dadas a ambas cuestiones tienen un valor inestimable como fuente de información y, en cierto modo, permiten construir una gran topografía médica de los territorios americanos controlados por la Monarquía Hispana. Como muestra de ello, leamos un extracto de la respuesta dada en 1579 por las autoridades de Ameca, localidad del reino de Nueva Galicia, a la pregunta número 17:

[…] dicho pueblo de Ameca está situado en sitio y puesto malsano, húmedo y enfermo, de muchas neblinas. Entiéndese que la causa de su humedad es por pasar río por muy cerca dél, que algunas de las casas caen al mismo río. Las enfermedades que entre los naturales son más comunes, son tos y romadizo, y, para esta enfermedad, usan de una yerba que laman de tlacopatli, molida y bebida y puesta en la frente. Tienen tercianas y, para esta enfermedad, usan de una yerba que llaman yauhtli y de una que dicen cenpoalxochitl, molidas estas yerbas y desleídas en agua, y con aquella agua se bañan el cuerpo, por ser cosa muy fría para las calenturas. Tienen dolor de costado y tabardete: tienen, por remedio, las pencas de maguey, que hay gran cantidad en esta comarca […].[11]

Un segundo capítulo analizado por López Piñero para explicar los orígenes de los estudios sobre la salud pública se refiere a la oposición entre tradición y renovación que caracterizó a la medicina española de los siglos XVI y XVII. Como es sabido, este tema constituye un constante motivo de preocupación en la obra científica de López Piñero y es abordado en numerosas publicaciones, incluida su fundamental Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII[12]. En estos trabajos, los saberes de la medicina renacentista y barroca suelen ser explicados en función del enfrentamiento entre corrientes tradicionales y corrientes renovadoras, de lo que resulta un esquema interpretativo sumamente clarificador de la evolución del pensamiento médico durante el quinientos y el seiscientos. Desde el punto de vista de la historia de la salud pública, el aspecto más destacado de esa dialéctica lo constituye el surgimiento del llamado galenismo hipocratista, tendencia que, sin cuestionar la validez de las enseñanzas de Galeno, convirtió al Corpus Hipocrático en la principal referencia para la ciencia y la práctica médicas del Renacimiento. Bajo la influencia del tratado Sobre los aires, las aguas y los lugares, así como de las Epidemias, grupo de siete libros que reúne un conjunto de historias clínicas agrupadas por “constituciones”, los médicos adscritos a esa corriente consideraron las enfermedades en estrecha conexión con las condiciones ambientales, abriendo el camino a los estudios sobre higiene colectiva que se generalizarían más tarde[13].

Entre los españoles citados por López Piñero que siguieron los planteamientos del galenismo hipocratista se encuentran Francisco Valles y Luis Collado. El primero, cuya figura suscitó en el profesor valenciano un notable interés dada la gran cantidad de publicaciones que le dedicó[14], realizó en 1577 una edición latina comentada de las Epidemias hipocráticas, obra en la que se interesó, casi con exclusividad, por las historias clínicas, que confrontó con su propia experiencia profesional. Por su parte, Luis Collado escribió diversos trabajos patológicos, clínicos y terapéuticos, entre los que cabe destacar sus Observationes in praxi, un estudio de las enfermedades dominantes en Valencia durante los años 1571 y 1572 basado tanto en historias clínicas representativas como en el influjo de las condiciones climáticas[15].

Mayor interés reviste la obra de Miguel Juan Pascual, que López Piñero presentó en varias ocasiones[16]. Este médico nacido en Castellón, nombrado en 1542 catedrático de cirugía de la Universidad de Valencia, fue progresivamente abandonando los enfoques galénicos tradicionales para convertirse en seguidor del ambientalismo hipocrático, como bien refleja su exitoso tratado de medicina práctica Morborum internorum fere omnium et quorumdam externorum curatio (1555). De acuerdo con la orientación del autor, en el libro se estudian las enfermedades sobre la doble base de las observaciones clínicas y la influencia de las condiciones ambientales, se ofrece información relativa a las afecciones dominantes en Valencia durante años determinados y se consideran las circunstancias sociales en las que se desarrolla el tratamiento de las distintas dolencias. Además, la obra incluye un apéndice final en el que se aborda la polémica sobre la fetidez de las balsas utilizadas para la maceración del cáñamo[17]. En este texto, que López Piñero consideró como uno de los primeros estudios sobre contaminación urbana impresos en Europa, se refuta la opinión de que esa fetidez hubiese sido la causante de unas fiebres declaradas en Valencia durante el otoño anterior, y se alerta sobre la peligrosidad de las aguas estancadas y los vapores malolientes de las cloacas de la ciudad.

La evolución de la medicina preventiva y, particularmente, la del tratamiento de la higiene, fue otro de los asuntos abordados por López Piñero para explicar el origen de los trabajos sobre la salud pública. El autor solía diferenciar dos grandes perspectivas a la hora de comentar los estudios relativos a este particular: la individual y la colectiva. En el siglo XVI, la mayoría de los textos sobre higiene continuaron apegados a un enfoque individualista, consistiendo, las más de las veces, en reglamentaciones de la vida entera del hombre basadas en el adecuado manejo de las sex res non naturales, o grupo de factores externos al ser humano capaces de condicionar su estado de salud: aire y ambiente, comida y bebida, movimiento y descanso, sueño y vigilia, excreciones y secreciones, y disposiciones y estados del ánimo. Lógicamente, los destinatarios de este tipo de literatura médica eran las clases más pudientes de la sociedad, como prueba el expresivo título de uno de los tratados españoles más notables de la centuria, el Banquete de nobles caballeros (1530) de Luis Lobera de Ávila[18]. También se publicaron estudios monográficos sobre alguna de las res non naturales, como el de Cristóbal Méndez acerca del ejercicio físico[19].

Al decir de López Piñero, esta visión meramente individualista de la higiene sólo comenzó a ser superada en relación al estudio de enfermedades infectocontagiosas como la peste, materia a la que se dedicaron algunos de los más destacados galenos españoles del Renacimiento, con independencia de su adscripción científica[20]. López Piñero citó varios trabajos representativos, entre los que se encuentran el de Francisco Franco, representante del galenismo hipocratista que defendió tempranamente la teoría del contagio animado[21], o el de Alonso de Freylas, de mentalidad más moderada, pero que describió medidas profilácticas de gran eficacia y criticó procedimientos como la creación de hospitales especiales para los apestados pobres o la quema de sus pertenencias[22]. Con todo, la obra que suscitó un mayor interés en López Piñero fue la del leonés Luis Mercado, catedrático de la Universidad de Valladolid, protomédico general y médico de cámara de Felipe II y Felipe III[23]. Mercado publicó en 1598 un tratado sobre la peste titulado De natura et conditionibus, praeservatione, et curatione pestis, quae populariter grassatur his temporibus, libro que al año siguiente vertió al castellano por orden de Felipe III. La segunda parte de la obra está consagrada a la prevención colectiva de la peste, y en ella se exponen diversas medidas destinadas a impedir la importación de la enfermedad y a evitar que se difunda[24].

Las implicaciones de la peste para la historia de la salud pública ni mucho menos se agotan aquí, pues además de ser el motivo de que la medicina preventiva comenzara a considerar la perspectiva colectiva, condicionó otros aspectos que también corresponden a los inicios de los estudios sobre la salud pública. López Piñero prestó especial atención a dos de ellos, como son el surgimiento de la indagación necroscópica como clave nosográfica y terapéutica y el desarrollo de la descripción epidemiológica basada en datos estadísticos, mostrando que las aportaciones españolas a ambos asuntos fueron particularmente relevantes. En relación al primer punto se interesó, lógicamente, por la figura y obra de Juan Tomás Porcell, al que dedicó diversas publicaciones[25]. En ellas, López Piñero destacó sus contribuciones al estudio, tratamiento y prevención de la peste, haciendo especial hincapié en su labor anatomopatológica, pues fue el primer médico de la historia que realizó autopsias sistemáticas de apestados con la intención de conocer la naturaleza de la enfermedad y orientar su tratamiento[26]. En cuanto al segundo punto, López Piñero se fijó en el dominico valenciano Francisco Gavaldá, que con motivo de la plaga de peste que asoló Valencia en los años 1647 y 1648 escribió una Memoria (1651) en la que se ofrece un cómputo del número de fallecidos obtenido a partir de indagaciones en los archivos parroquiales. Según López Piñero, esta obra constituye una aportación esencial a los trabajos sobre la salud pública, no sólo porque el autor estudió estadísticamente la epidemia de peste, sino también porque lo hizo desde una perspectiva social, denunciando que el morbo afectaba, sobre todo, a los estratos más desfavorecidos de la sociedad[27].

El último gran apartado abordado por López Piñero se refiere a las aportaciones renacentistas relativas a la asistencia médica formuladas en el marco del llamado “socorro de los pobres” y de la transformación de los valores sociales vinculados a la pobreza y la enfermedad. Frente a la valoración positiva de ambos fenómenos característica del periodo bajomedieval, y conectada, en última instancia, con la concepción cristiana de las relaciones humanas y su exaltación del amor y la ayuda al prójimo como imperativos morales, en el transcurso del siglo XVI la pobreza comenzó a ser percibida de forma negativa, lo que suscitó mutaciones muy profundas en el panorama asistencial europeo. Como bien argumentó López Piñero, este cambio en la valoración de la pobreza se relacionaba con dos factores fundamentales. En primer lugar, el crecimiento demográfico y el traslado del campo a la ciudad de ingentes cantidades de trabajadores sin ninguna cualificación específica comportaron la aparición del pobre urbano, categoría social bastante imprecisa y permeable en cuyo seno encontramos desde los pobres coyunturales, que sólo pasaban a engrosar las filas de la pobreza en los momentos de crisis económica, hasta los indigentes de carácter estructural, incapaces de procurarse el sustento por razones de edad, salud o incapacidad[28]. En este escenario de proliferación de la miseria y la marginación hasta unos límites insostenibles, el pobre se convirtió en una fuente de problemas y fue elevado a la categoría de objeto de estudio, señalándose, entre otras muchas cosas, el peligro sanitario que representaba[29]. El segundo factor que condicionó la concepción de la pobreza en los albores de los tiempos modernos fue la exaltación del trabajo desarrollada por el pensamiento protestante, especialmente el calvinista, asunto ampliamente debatido en la bibliografía internacional desde que Weber diera a conocer sus clásicos estudios sobre el tema.

El profesor López Piñero explicó las nuevas consideraciones acerca de la pobreza a partir de las ideas de Juan Luis Vives y Cristóbal Pérez de Herrera, cuyos trabajos también situó en los orígenes de los estudios sobre la salud pública en España. Del humanista valenciano destacó, como no podía ser de otro modo, el De subventione pauperum (1526), donde el autor criticó la concepción de la pobreza como imitación de Cristo y detectó tres tipos de problemas provocados por las masas de desheredados y haraganes: higiénico-sanitarios, de alteración de la paz social y de desorden público[30]. De ahí que recomendara a las autoridades políticas tomar cartas en el asunto, proponiendo, entre otras cosas, la secularización de la beneficencia, el control de la mendicidad y la represión de los “falsos pobres”.

Con todo, frente a la modernidad de estos planteamientos, las ideas de Vives relativas a los hospitales todavía respondían a la vieja concepción medieval de institución asistencial indiferenciada, destinada tanto al cuidado de los enfermos como a dar cobijo a toda clase de pobres y menesterosos. En el Quattrocento italiano tratadistas como Filarete comenzaron a insistir en la conveniencia de separar a los pobres de los enfermos, e incluso propusieron clasificar a estos últimos entre hombres y mujeres, curables e incurables, útiles e inútiles, contagiosos y no contagiosos, etcétera, con el fin de practicar una segregación de los internos dentro de los recintos hospitalarios. Estas ideas no tardaron en llegar a España, sin duda gracias a las intensas relaciones existentes con Italia. En la esfera arquitectónica se importó, a través de Valencia, la tipología de los hospitales cruciformes, cuyos máximos exponentes son los edificios construidos por los hermanos Egas en Santiago, Toledo y Granada[31]. Y en la esfera asistencial figuras como Pérez de Herrera establecieron una estricta diferenciación entre los hospitales propiamente dichos y las instituciones destinadas al amparo y socorro de los pobres. Este médico salmantino abordó el problema de la asistencia y el control de la pobreza en una serie de ocho textos que en 1598 reunió en un volumen titulado Discursos del amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos[32]. Aparte de su obra teórica, Pérez de Herrera ideó, por orden de Felipe II, una ambiciona reforma del sistema asistencial español que, aunque finalmente fue truncada por la muerte del monarca, dio lugar a algunos resultados parciales, como la construcción del hospitium pauperum de Madrid.

Hasta aquí, hemos presentado los rasgos fundamentales de los planteamientos de López Piñero referentes a los orígenes de los estudios sobre la salud pública. Desde nuestro punto de vista, sus trabajos acerca de este particular revisten un gran interés por diversos motivos, entre los cuales queremos destacar dos. En primer lugar, permiten constatar la existencia de una riquísima tradición de pensamiento hispánico relativo a distintas facetas conectadas con la salud pública, cuya revelación no hace sino sugerir al lector especializado nuevas líneas de aproximación a la materia. En más de una ocasión, López Piñero señaló que una de las principales motivaciones que inspiraban su labor como investigador era combatir el desconocimiento de la historia de la ciencia española. Gracias a sus contribuciones, y a las de otros historiadores con objetivos análogos, en la actualidad disponemos de un adecuado conocimiento de la evolución de la actividad científica en nuestro país, lo que nos permite plantear investigaciones al margen de lo que el mismo López Piñero denominó, en expresión afortunada, el “feroz colonialismo científico y cultural norteamericano que padecemos”[33].

En segundo lugar, pensamos que los estudios de López Piñero poseen el gran mérito de trascender el enfoque clásico sobre la génesis de los trabajos relativos a la salud pública, enfoque al que ya nos hemos referido y que sitúa los orígenes de dichos trabajos en directa relación con las primeras corrientes de la medicina moderna y determinados postulados del pensamiento mercantilista. Sin negar la validez de este marco explicativo, López Piñero atendió a influencias renacentistas y barrocas que también condicionaron el debate en torno a la salud pública, enriqueciendo considerablemente la historiografía sobre el tema. En cierto modo, sus aportaciones constituyen un ejemplo de lo que Braudel denominó l’histoire de la longue durée[34], con todas las dificultades que de ello se derivan.


La evolución de los estudios sobre la salud pública en diversos trabajos de José María López Piñero

Los distintos aspectos abordados en las páginas precedentes fueron conformando un acervo de ideas, prácticas y conocimientos que influiría decisivamente en la evolución de los estudios sobre la salud pública elaborados en España a partir del último tercio del siglo XVII, momento en el que los novatores realizaron sus aportaciones al tema. Como es bien sabido, López Piñero concedió una especial atención a las contribuciones de este movimiento de renovación científica, no sólo porque fue el responsable de la difusión de la nueva medicina en España, sino también porque desarrolló su actividad en un contexto de profundos cambios que abonaron el camino a las reformas ilustradas. En efecto, tal como se suele subrayar en los trabajos de López Piñero sobre los comienzos de la ciencia moderna en nuestro país[35], el último tercio del seiscientos constituye un periodo crucial de la historia española, en el que se produjeron importantes transformaciones demográficas –el predominio de la periferia peninsular deviene indiscutible–, económicas –se ensayan diversas medidas y se insiste en la necesidad del trabajo y el comercio– y políticas –se ponen a prueba reformas como el neoforalismo y surge una nobleza de mentalidad preilustrada que se interesa por el progreso de los saberes científicos y técnicos.

Debemos al profesor López Piñero numerosos trabajos sobre los novatores, que lógicamente no resumiremos aquí. Bastará con recordar que el historiador valenciano situó el inicio de este movimiento en 1687, año en el que se produjeron tres acontecimientos de gran trascendencia: la polémica entre galenistas y renovadores desatada en Zaragoza por el catedrático José Lucas Casalete, que criticó las posiciones tradicionales[36]; el traslado a París de Crisóstomo Martínez, grabador, microscopista y descubridor de nuevas estructuras anatómicas[37]; y la publicación por parte de Juan de Cabriada de la Carta filosófica, médico-chymica, auténtico manifiesto fundacional del movimiento novator en el que se presentan los fundamentos de la nueva medicina y se denuncia el atraso científico español[38].

La primera obra médica plenamente moderna que se publicó en España fue el Discurso político, y physico (1679) de Juan Bautista Juanini, que si bien aún no puede ser encuadrado dentro del movimiento novator por faltarle el elemento de crítica al empobrecido panorama científico español, contiene varios de sus rasgos fundamentales, siendo, además, una aportación de primer orden a los trabajos sobre la salud pública. El libro está consagrado al estudio de la contaminación del aire de Madrid a partir de los supuestos iatroquímicos, y en él se exponen algunos de los efectos sanitarios del deplorable estado higiénico de la villa[39]. López Piñero también se interesó por la obra del novator Francisco de Elcarte, que en 1687 publicó un libro titulado Statera medicinae selectae en el que defendió las doctrinas modernas de su maestro, el ya mencionado José Lucas Casalete. La segunda parte del volumen consiste en una censura de la obra De morbis endemiis Caesar-Augustae (1686), libro de Nicolás Francisco San Juan y Domingo, considerado una de las primeras topografías médicas que se publicaron en España, en el que se refutan las ideas de Casalete. Elcarte criticó el enfoque ambientalista de San Juan y Domingo señalando que sus explicaciones se basaban, casi con exclusividad, en argumentos climáticos, y abogó por un acercamiento más directamente inspirado en el tratado hipocrático Sobre los aires, las aguas y los lugares[40].

Las aportaciones de los novatores marcan el inicio de los estudios sobre la salud pública en España basados en las doctrinas de la medicina moderna. La evolución seguida por dichos estudios a partir de este momento debía quedar perfectamente reflejada en la colección “Textos clásicos españoles de la salud pública”, un ambicioso proyecto editorial dirigido por López Piñero que tenía por finalidad dar a conocer las principales contribuciones españolas al campo de la salud pública hasta los inicios del siglo XX, momento en el que la medicina social deviene una disciplina bien delimitada. La serie debía incluir treinta volúmenes ordinarios en los que se publicarían los principales estudios españoles en torno a la salud pública (Cuadro 1), precedidos por amplias introducciones destinadas a contextualizar las obras y sus autores. Además de los títulos ordinarios, también debían aparecer tres volúmenes de carácter complementario: una antología de los textos, un diccionario biográfico y un repertorio bibliográfico. Por lo que sabemos, sólo llegaron a publicarse siete de los volúmenes ordinarios[41] y uno de los complementarios[42].

 

Cuadro 1.
Títulos de la colección “Textos clásicos españoles de la salud pública”
(el asterisco indica los volúmenes publicados)
  1. Los orígenes en España de los estudios sobre la salud pública (*)
  2. Gaspar Casal
  3. Estudios medicosociales sobre el paludismo en la España de la Ilustración
  4. Estudios sobre higiene industrial en la España de la Ilustración
  5. Estudios sobre expósitos y mortalidad infantil en la España de la Ilustración
  6. Valentín de Foronda y Tomás Valeriola
  7. Ignacio M. Ruiz de Luzuriaga
  8. Juan Manuel de Aréjula (*)
  9. Francisco Salvá, Francisco Javier Balmis y Francisco Piguillem
  10. Los afrancesados y la Salud Pública
  11. Joaquín Villalba
  12. Mateo Seoane (*)
  13. Pedro Felipe Monlau
  14. Francisco Méndez Álvaro (*)
  15. Juan Bautista Peset Vidal
  16. Estudios sociales sobre la asistencia médica en la España del siglo XIX
  17. Estudios medicosociales sobre marginados en la España del siglo XIX (*)
  18. Estudios sobre higiene rural en la España del siglo XIX
  19. Estudios sobre higiene y patología mineras en la España de la Restauración
  20.  
  21. Estudios medicosociales sobre la alimentación, la vivienda y el abastecimiento de aguas en la España de la Restauración
  22. Estudios sobre puericultura, eugenesia y mortalidad infantil en la España de la Restauración
  23. Estudios sobre vacunación antivariólica y seroterapia antidiftérica en la España de la Restauración
  24. Estudios en torno a la vacunación anticolérica de Jaime Ferrán
  25. Estudios medicosociales sobre la tuberculosis en la España de la Restauración (*)
  26. Estudios sobre las bases demográficas, económicas y experimentales en la España de la Restauración
  27. Rafael Rodríguez Méndez y Luis Comenge
  28. Philip Hauser y Gustavo Pitaluga
  29. Carlos María Cortezo y Manuel Martín Salazar
  30. La constitución de la Medicina Social como disciplina en España (*)

Fuente: López Piñero 1989a, solapa.

 

Otro proyecto de López Piñero directamente relacionado con la historia de la salud pública es su libro Clásicos valencianos de la salud pública (2003), en el que se estudian y reproducen diversos textos de interés escritos por autores valencianos. La obra se publicó con motivo del bicentenario de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, dirigida por el alicantino Francisco Javier Balmis para llevar la vacuna contra la viruela a las posesiones españolas de América y el Pacífico. Con todo, en el libro se examinan aproximaciones a otras muchas vertientes, como la polémica en torno a las repercusiones sanitarias del cultivo del arroz, el surgimiento de la medicina social o la investigación epidemiológica en pediatría. De acuerdo con el enfoque presentado en el apartado anterior, López Piñero dedicó una notable atención al periodo renacentista y barroco, del que analizó trabajos como el de Juan Luis Vives sobre la secularización de la beneficencia, el de Miguel Juan Pascual sobre la contaminación urbana y el de Francisco Gavaldá sobre la peste de Valencia. También estudió algunos textos relativos a la vacunación antivariólica y anticolérica, e hizo hincapié en el surgimiento de la epidemiología moderna, que el médico Juan Bautista Peset y Vidal contribuyó a difundir en Valencia.

Cabe, asimismo, mencionar la serie de artículos sobre “Clásicos de la salud pública en España”, de la que López Piñero llegó a publicar tres en la Revista Española de Salud Pública, editada por el Ministerio de Sanidad y Consumo. En los dos primeros, ya citados, se ocupó de las aportaciones de Juanini y Gavaldá, mientras que en el tercero presentó la producción científica de Gaspar Casal, compilada en el libro Historia Natural y Médica del Principado de Asturias (1762)[43]. Esta obra, publicada tras la muerte de Casal, recoge seis trabajos en los que se pone de manifiesto el enfoque hipocratista del facultativo, del que fue uno de sus mayores exponentes en la España del siglo XVIII[44]. Así, la primera parte del libro consiste en un estudio del medio ambiente asturiano acompañado de una noticia de las principales enfermedades de la región, y la tercera reúne los perfiles meteorológicos y clínicos –o sea, las constituciones epidémicas– observados en Asturias en años concretos comprendidos entre 1719 y 1750. La parte del libro que despertó un mayor interés en López Piñero es la cuarta, donde Casal se ocupó de la nosografía de las enfermedades dominante en Asturias. En ella, el médico ilustrado realizó la primera descripción del “mal de la rosa” o pelagra, dando así inicio al estudio clínico de las enfermedades carenciales.

Por otro lado, son del máximo interés las consideraciones efectuadas por López Piñero en sus trabajos de síntesis sobre historia de la medicina, en los que también abordó diversos temas relacionados con la salud pública[45]. El enfoque sinóptico de estos libros determina que el acercamiento a la materia sea mucho más general, de lo que resulta una panorámica “a vista de pájaro” de la evolución de la salud pública hasta nuestros días. Los distintos contenidos se agrupan en torno a cuatro grandes apartados temáticos dedicados, sucesivamente, a “Enfermedad y sociedad”, “La prevención de las enfermedades”, “La asistencia médica” y “La profesión médica”. En el primero se presentan los objetivos de la paleopatología y de la epidemiología histórica, las dos disciplinas que se ocupan de la relación entre las enfermedades y la sociedad a través del tiempo. Asimismo, se explican los grandes hitos epidemiológicos de la historia de la humanidad, con especial énfasis en la división en periodos epidemiológicos basada en las enfermedades sociales dominantes en Europa desde los albores de la Edad Media, y se describen las consecuencias sociales de algunas de las enfermedades más mortíferas de la historia, como la peste, la viruela o el cólera[46].

El segundo apartado es, sin duda alguna, el más relevante desde el punto de vista de la historia de la salud pública, ya que en él se aborda la evolución seguida por la medicina preventiva hasta el siglo XX. Entre otras cosas, López Piñero destacó la influencia del pensamiento mercantilista en el desarrollo de la higiene colectiva a partir del setecientos, proceso que en la centuria siguiente daría lugar a la organización de modelos nacionales de salud pública. Asimismo, el autor prestó atención a los fundamentos científicos de la higiene colectiva durante el siglo XIX, haciendo especial hincapié en la estadística demográfico-sanitaria y en la investigación experimental y microbiológica. En relación al primer punto, es conocido su interés por la figura de Mateo Seoane, principal promotor de la estadística sanitaria en España al que dedicó una monografía específica[47] y dos notas biográficas[48]. Respecto al segundo punto, López Piñero presentó la labor de Max von Pettenkofer, máximo exponente europeo de la higiene experimental, y explicó la revolución que supuso para la higiene pública la teoría microbiana de la infección, especialmente en lo que a la adopción de medidas profilácticas se refiere. Finalmente, el autor se interesó por la sistematización de los contenidos de la medicina social, llevada a cabo por Alfred Grotjahn y Ludwig Teleky.

En el capítulo dedicado a la asistencia médica, López Piñero se ocupó del desigual acceso de la población a los servicios sanitarios, fenómeno que se halla presente en todas las épocas y culturas y que sólo comenzaría a atenuarse con la colectivización de la asistencia, cuyos precedentes inmediatos pueden encontrarse en instituciones decimonónicas como las sociedades de socorros mutuos. Por último, López Piñero habló de la evolución de la profesión médica, haciendo hincapié en los mecanismos de organización y socialización de la misma. Sus páginas dedicadas a la crítica de la enseñanza de la medicina en España nos parecen particularmente lúcidas, pues en ellas, al margen de lamentar la masificación de las aulas, denunció otros factores que también condicionan su atraso, como la tosquedad de los métodos didácticos, la desconexión de los contenidos docentes con la realidad contemporánea y la exigüidad de los recursos públicos destinados a las facultades de medicina.


Palabras finales

De nuestro somero repaso a algunas de las aportaciones de López Piñero relativas a la historia de la salud pública se desprenden varias consideraciones de carácter general. Ante todo, pensamos que las ideas expuestas en las páginas precedentes muestran una de las particularidades de la obra científica del profesor valenciano, cual es la búsqueda permanente de discursos racionales y coherentes que expliquen cómo se articulan a lo largo del tiempo los acontecimientos, los razonamientos, las biografías, etcétera. A pesar de su enorme erudición, López Piñero jamás practicó una histoire événementielle basada en el simple inventario acumulativo de episodios más o menos contextualizados, sino que trató de encontrar una cierta causalidad estructural en el devenir histórico de la ciencia, lo que, desde nuestro punto de vista, constituye una de sus principales aportaciones intelectuales.

En estrecha relación con ello, conviene resaltar la pretensión de López Piñero de construir un discurso en el que los científicos y sus ideas aparezcan enmarcados en sus respectivos contextos históricos. En más de una ocasión, el autor insistió en que la ciencia, la técnica y la medicina se hallan fuertemente condicionadas por las tendencias culturales, políticas y socioeconómicas de su tiempo, y tildó de esquizofrénico al tópico de las llamadas “dos culturas”, que separa ambas esferas disgregando arbitrariamente la unidad de la actividad humana[49]. Tal como se ha destacado, este enfoque le llevó a examinar en profundidad temas tan diversos, novedosos y atractivos para la historiografía española como la posición social de los cultivadores de la ciencia o la organización de la actividad científica, y a abrir sugerentes interrogantes u ofrecer primeras conclusiones en asuntos tan poco estudiados como el mecenazgo científico o la utilización de las lenguas romance en la comunicación científica[50].

El profesor López Piñero también se refirió en diversas ocasiones a la llamada historia total, programa historiográfico elaborado por Pierre Vilar a partir de las contribuciones de la Escuela de los Annales[51], y con el que pudo haber aumentado su familiaridad gracias a las relaciones mantenidas con los historiadores sociales que había en Valencia, como Joan Reglà, Ernest Lluch o Jordi Nadal, que trabajaron en esta ciudad en la década de 1970. Así, por ejemplo, en la introducción de Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII, se señala que la historia externa e interna de la ciencia no son más que dos formas de estudiar una misma realidad histórica, y que deben complementarse para integrar sus resultados en el marco general de la historia total, entendida como el estudio integrado de todas las actividades humanas a través del tiempo[52]. Pensamos que esta concepción, en la que la historia de la ciencia se combina con otros ámbitos del conocimiento para alcanzar un modelo explicativo de la realidad histórica, se hace particularmente patente en los trabajos de López Piñero sobre la evolución de los estudios relativos a la salud pública, en los que el autor no sólo atendió a consideraciones científicas, sino también, como hemos tratado de resaltar, económicas, políticas, sociales, culturales y religiosas.

Se ha insistido en que la historia debe contribuir a encarar los problemas del presente[53]. López Piñero fue un historiador sumamente crítico y comprometido con su tiempo. Sin abandonar el método histórico, siempre permaneció atento a los problemas del presente para contribuir a atacarlos, y prueba de ello son las críticas que, como vimos anteriormente, vertió contra la situación de la enseñanza de la medicina en España. Una concepción de la historia como la suya, que no desoye la utilidad de este campo del saber para encarar los retos que la sociedad contemporánea tiene planteados, no sólo nos parece muy sugestiva, sino también del todo necesaria.

 

Notas

[1] Este artículo se relaciona con la realización de mi tesis doctoral, titulada Higiene, salud pública y control del medio ambiente urbano en la España del siglo XVIII. Las aportaciones de los médicos a la planificación y gestión de las ciudades, que cuenta con fondos del Programa de Formación del Profesorado Universitario del Ministerio de Ciencia e Innovación.

[2] Por lo que sabemos, la mejor síntesis se encuentra en López Piñero 1989a, que en este apartado constituirá nuestro texto de referencia. También nos serviremos de López Piñero 1991a y López Piñero 2006a.

[3] Rosen 1953. Una traducción castellana de este trabajo, y de otros en los que el historiador desarrolló ideas similares, en Rosen 1985.

[4] Maravall 1986.

[5] Un panorama general sobre el control de las profesiones y ocupaciones sanitarias en la Valencia del XVI en Pardo Tomás 1992. En Salavert Fabiani 1987 se estudia la figura del mustassaf, y en Cavazzini 2008-09 la del “desospitador”.

[6] El texto del privilegio real concedido por el rey Fernando durante la celebración de las Cortes de Monzón en Tortosa Durán 1972, p. 257-259.

[7] Carreras Roca 1966; y Bertrán Moya 1990.

[8] Rodríguez Ocaña 1987-88.

[9] López Piñero, Navarro Brotons y Portela Marco 1976, p. 76-82 y 145-150. Asimismo, en López Piñero 1989a, p. 63, se recogen las siete preguntas más directamente relacionadas con la salud pública incluidas en las Relaciones de los pueblos de España.

[10] Álvarez Peláez 1989, p. 282-286 y, sobre todo, Álvarez Peláez 1992.

[11] Hemos tomado el pasaje de la edición de las Relaciones de Indias realizada por Acuña (1988, p. 42). Ejemplos de contestaciones de localidades peninsulares en López Piñero 1989a, p. 63-68.

[12] López Piñero 1979, especialmente las p. 339-370. Véase también López Piñero y Bujosa 1978; López Piñero 1992; y López Piñero 2002a.

[13] Una síntesis de la influencia del ambientalismo hipocrático a lo largo de la historia en Miller 1962. También son del máximo interés las consideraciones de Glacken 1996, sobre todo las efectuadas en las p. 107-112.

[14] López Piñero y García Ballester 1962; López Piñero 1982a; López Piñero et al. 1983, vol. II, p. 391-394; López Piñero y Calero 1988; López Piñero 1988; Artola 1991, p. 859-861 (esta y las restantes referencias a la obra colectiva dirigida por Artola se refieren a notas biográficas escritas por López Piñero); López Piñero 1994a; y López Piñero 2005a.

[15] Sobre este autor, véase López Piñero et al. 1983, vol. I, p. 234-236; López Piñero 1983; y Artola 1991, p. 229.

[16] Por ejemplo, en López Piñero et al. 1983, vol. II, p. 144-145; López Piñero 1989b; López Piñero 2003, p. 16-18; y López Piñero 2005b.

[17] Una traducción de este texto, cuyo título original es Medica disputatio. An cannabis et aqcua i qua mollitur possint aërem inficere, en López Piñero 1989a, p. 69-74 y López Piñero 2003, p. 106-107.

[18] Sobre esta obra, véase López Piñero 1991b.

[19] Nos referimos al Libro del exercicio corporal, y de sus provechos (1553), estudiado en Machline 2004. Un perfil de Cristóbal Méndez en López Piñero et al. 1983, vol. II, p. 51.

[20] Un exhaustivo trabajo sobre los tratados renacentistas españoles relativos a la preservación de la peste en Carreras Panchón 1976.

[21] Franco realizó su defensa de la teoría del contagio propuesta por el italiano Girolamo Fracastoro en el Libro de las enfermedades contagiosas (1569). Sobre la figura de este galeno español, véase López Piñero et al. 1983, vol. I, p. 356-357.

[22] En López Piñero 1989a, p. 91-102 se reproduce la tercera parte del tratado de Freylas, titulado Conocimiento, curación y preservación de la peste (1606).

[23] Sobre este autor, véase López Piñero y García Ballester 1966; López Piñero et al. 1983, vol. II, p. 56-59; y Artola 1991, p. 566.

[24] Una reproducción de esta segunda parte del tratado en López Piñero 1989a, p. 75-90.

[25] López Piñero y Terrada Ferrandis 1965; López Piñero y Terrada Ferrandis 1967; López Piñero 1980a; López Piñero et al. 1983, vol. II, p. 193-195; Artola 1991, p. 695; y López Piñero 2004.

[26] Porcell sintetizó los resultados de su trabajo en un libro titulado Información y curación de la peste de Zaragoza, y preservación contra la peste en general (1565), del que podemos leer los tres primeros capítulos en López Piñero 1989a, p. 103-114.

[27] López Piñero 2003, p. 19-21 y López Piñero 2006b. Extractos del libro de Gavaldá, titulado Memoria de los sucesos particulares de Valencia y su Provincia en los años mil seiscientos cuarenta y siete y cuarenta y ocho, tiempo de peste (1651), en López Piñero 1989a, p. 115-124 y López Piñero 2003, p. 108-110.

[28] De la amplia bibliografía disponible sobre el tema, véase, por ejemplo, Woolf 1989.

[29] Sobre el debate teórico en torno a la pobreza, véase Fraile 2004 y, sobre todo, Fraile 2005.

[30] Véanse los textos recogidos en López Piñero 1989a, p. 125-131 y López Piñero 2003, p. 12-15. Sobre Vives, véase López Piñero 1981; López Piñero et al. 1983, vol. II, p. 431-433; y López Piñero 2000a.

[31] Hablamos de ello en Bonastra y Jori 2009.

[32] El octavo discurso se halla reproducido en López Piñero 1989a, p. 133-141.

[33] López Piñero 1982b, p. 17.

[34] Braudel 1958.

[35] López Piñero 1968 y, sobre todo, López Piñero 1969, libro que versa sobre La introducción de la ciencia moderna en España y en el que se dedica una sección entera –la tercera– a analizar “El marco histórico del movimiento de renovación”.

[36] Sobre este médico, véase López Piñero 1982c y López Piñero et al. 1983, vol. I, p. 185-186.

[37] Sobre este médico, véase López Piñero 1967; López Piñero 1980b; López Piñero et al. 1983, vol. II, p. 30-33; Artola 1991, p.535-536; y López Piñero 2006d. Además, López Piñero dio a conocer en 1964 los grabados de Martínez.

[38] Entre las diversas publicaciones dedicadas a este autor, destacamos López Piñero 1965a; López Piñero 1993; López Piñero 1994b; y López Piñero 2001.

[39] Sobre la figura y obra de Juanini, véase López Piñero 1965b; López Piñero et al. 1983, vol. I, p. 486-489; López Piñero 1989c; Artola 1991, p. 454; y López Piñero 2006c. El texto completo de la primera edición del libro en López Piñero 1989a, p. 143-219.

[40] Esta segunda parte del libro se encuentra reproducida en López Piñero 1989a, p. 221-245. Sobre Elcarte, véase López Piñero et al. 1983, vol. I, p. 295.

[41] López Piñero 1984; Carrillo 1986; Molero Mesa 1987; Rodríguez Ocaña 1987; López Piñero 1989a; Fresquet Febrer 1990; y Rey González 1990.

[42] Lesky y López Piñero 1985.

[43] López Piñero 2006e. Sobre la figura de Casal, véase también López Piñero 1980c; López Piñero et al. 1983, vol. I, p. 182-185; y Artola 1991, p. 194-195.

[44] Sobre las ideas ambientalistas de este médico, véase Urteaga 1980.

[45] Nos basamos, sobre todo, en López Piñero 1989d y López Piñero 1990. También hemos consultado los últimos apartados de López Piñero 2000b y López Piñero 2002b. Asimismo, en López Piñero y Terrada Ferrandis 2000 se abordan algunos de los temas que presentamos.

[46] Sobre estos temas, véase también López Piñero 1991c.

[47] López Piñero 1984.

[48] López Piñero 1982d y López Piñero et al. 1983, vol. II, p. 317-319.

[49] López Piñero 2002b, p. 15. Véase También López Piñero y Terrada Ferrandis 2000, p. 8.

[50] Esteban Piñeiro 1996, p. 41.

[51] La definición más elaborada del concepto en Vilar 1980, p. 43-44.

[52] López Piñero 1979, p. 9-11. Véase también López Piñero 1982b.

[53] Capel 2009.

 

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Ficha bibliográfica:

JORI, Gerard. José María López Piñero y la historia de la salud pública. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de noviembre de 2010, vol. XIV, nº 343 (12). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-343-12.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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