Menú principal

Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XIV, núm. 343 (13), 25 de noviembre de 2010
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

JOSÉ MARÍA, LOS MODELOS Y LAS HISTORIAS

Antonio Ten Ros
Universidad de Valencia
tutoriaten@gmail.com

Recibido: 15 de octubre de 2010. Aceptado: 11 de noviembre de 2010.

José María, los modelos y las historias (Resumen)

Uno de los temas de investigación preferidos de José María López Piñero fue el de los “modelos de investigación histórico-médica”. Con la guía de un artículo suyo, de 1987, este trabajo ejemplifica la influencia seminal que sus ideas tuvieron en su entorno y alguna de las publicaciones que contribuyeron a alumbrar.

Palabras clave: modelos de investigación, métodos, naturaleza de la historia.

José María, models and histories (Abstract)

One of the José María López Piñero’s favorite research topics was the "models of historical-medical research". With the guidance of one of  his publications, dated from 1987, this work exemplifies how some of his ideas were seminal in his environment and in some of the publications he contributed to give birth.

Key words: research models. methods. nature of history.


Una de las primeras lecciones de Historia de la Ciencia que recibí del maestro de historiadores de la ciencia que fue José María López Piñero fue… que no  existía "la Historia de la Ciencia”.

El no me lo decía así, claro. La boutade es mía. Chupando del néctar de su formación germánica, el maestro  repetía, casi como un mantra, aquello de las Geschichte: la  “Historia social” o la “Historia cultural”, trufadas, e indisolubles, de una colección de métodos de aproximación que las construían, las alimentaban, y de un conjunto de exabruptos sobre los historiadores norteamericanos que pretendían hablar de metodología de la historia sin saber idiomas civilizados ni, casi, por dónde paraban Leipzig o Viena.

Su ilusión, tanto teórica como práctica, era hacer realidad lo que él llamaba una “Historia total”[1], aun cuando le  horrorizaba que dicho término se identificase con el término norteamericano Total History[2]. En su personal construcción del término, sin embargo, José María se vio obligado a introducir en el discurso historiográfico, además de la ya tópica distinción entre “Historia interna” e “Historia externa”, lo que él llamó los “modelos de investigación” y las “nuevas técnicas” que constan en el título de uno de sus artículos iniciáticos: “Los modelos de investigación histórico-médica y las nuevas técnicas”, publicado en 1987 como capítulo de un libro coordinado por Antonio Lafuente y Juan J. Saldaña[3].

El tema de los “modelos” era ya por esa época un “clásico” de los estudios metahistóricos[4] y su traza se puede seguir hasta los orígenes decimonónicos de la Historia moderna como disciplina. Pero lo que José María incluía de más en este artículo era algo que los que le rodeaban conocían bien de su boca y que se había ido deslizando en publicaciones anteriores[5]: los métodos de la investigación histórico-científica. Y aquí incluía desde los clásicos, bautizados e individualizados anteriormente o no, hasta lo que él llamaba los “nuevos métodos”, pura “cosecha de la casa” y que procedían de su espléndida formación en el campo de la documentación médica como disciplina, en la que le acompañaba, con similar nivel de excelencia, su esposa y profesora de Documentación Médica en la Universidad de Valencia, María Luz Terrada[6].

Así, el trabajo de 1987, además de reconocer que:

El estudio histórico de la medicina ha experimentado durante las últimas décadas una importante renovación de sus presupuestos teóricos y de sus objetivos que no ha ido acompañado de un profundo cambio de sus técnicas de investigación. Ello ha conducido a un desequilibrio que, en mi opinión, constituye uno de los problemas más graves que afectan hoy a nuestra disciplina…[7]

comenzaba con una síntesis de los que llama “tres grandes modelos tradicionales de la investigación histórico-médica”: el biobibliográfico, el filológico y el institucional. A ellos une, como surgidos en pleno siglo XX, otros dos: el “historicocultural” y el “historicosocial”.

De los tres primeros, López Piñero afirmaba que disponían de técnicas peculiares perfectamente definidas. De los dos últimos reconocía que “carecen de recursos técnicos unívocos, ya que el primero depende de reformulaciones de los métodos filológicos, y el segundo, de los propios del modelo institucional asociados a los procedentes de las diversas ciencias sociales”.

Pasa el profesor López Piñero a continuación a delinear una breve historia de la independización de la Documentación médica y de la Historia de la Medicina como disciplinas, que asocia a la aparición del “proceso de obsolescencia”: la Documentación médica se consolidaría, en el último tercio del siglo XIX, como una disciplina emergente, mientras “la información del pasado o en desuso, objeto de la historia de la medicina, parecía carecer de interés, al menos para el mundo médico”. Entre el motín de los estudiantes de la Facultad de Medicina, de Berlín, exigiendo que la Historia dejara de ser disciplina obligatoria, y los años finales del siglo XIX en que vuelve a hacerse un hueco en el mundo de la cultura académica, la Historia de la Ciencia médica recorre un calvario del que no lograría salir hasta los inicios del siglo XX.

Pero ese medio siglo, en que otras disciplinas históricas logran su progresiva institucionalización mientras la historia de la medicina se debate entre polémicas sobre su objeto y sus métodos y entre académicos y médicos de visiones muy diferentes sobre la utilidad de la misma, no transcurre en vano. Absorbiendo las nuevas ideas surgidas de campos vecinos, la historia de la ciencia médica se encuentra con corpus metodológicos prestos a ser utilizados. López Piñero disecciona cuidadosamente los orígenes de los métodos histórico-social e histórico-cultural, resalta las figuras clave de su proceso de institucionalización entre la comunidad científica y establece sus ámbitos de aplicación y sus límites intelectuales.

Estos límites son, precisamente, los que lo animan a profundizar en el análisis de nuevas herramientas que dieran respuesta a interrogantes provenientes de la propia evolución de las comunidades científicas a las que pretendían servir. Los públicos objetivos de la disciplina a finales del siglo XX no podían ser ya iguales a los de hacía un siglo. Como afirma el maestro:

…los objetivos y supuestos vigentes planteaban exigencias que desbordaban por completo los recursos de la erudición tradicional. De esta forma empezó a tomarse conciencia del desequilibrio que antes hemos anotado como uno de los problemas más graves que hoy afectan a nuestra disciplina. Este desequilibrio solamente podía conducir a vestir con nuevos ropajes los viejos materiales, es decir, a paralizar de hecho la investigación y a que únicamente se produjera una modificación en la palabrería. De hecho se ha producido una auténtica epidemia de falsa renovación puramente verbalística, que ha agudizado la repercusión escolástica que en nuestro campo han tenido los ensayos de Michel Foucault y los planteamientos enfrentados de Thomas S. Kuhn, Karl Popper y sus seguidores.[8]

Puro José María López Piñero: la destrucción creadora. Establecido el campo de batalla, el nuevo ecosistema social y académico, cabe ya disponer las nuevas armas para el combate. Y estas no son otras que esas “nuevas técnicas” que venía anunciando desde, al menos, 1973 en que presenta una ponencia al respecto ante el IV Congreso Español de Historia de la Medicina. Es esta ponencia, levemente modificada la que publica en su obra de 1975 recogida en la bibliografía de este trabajo.

En la pluma de José María, las nuevas técnicas, las nuevas armas a disposición del historiador de la medicina, se agrupaban en tres órdenes: las procedentes de las ciencias sociales, las técnicas de laboratorio y las que provenían de la documentación científica que, junto con su esposa, estaba pugnando por desarrollar y, en su caso, divulgar.

De la evolución de los métodos de las ciencias sociales se tomaba el empleo riguroso de los conceptos, los términos y los recursos explicativos de la demografía, la epidemiología, la economía, la antropología cultural o la sociología. Las técnicas de laboratorio proveerían la “historia experimental” y la paleopatología, disciplina científica que se ponía al servicio de la historia para ayudar a los restos a desvelar las circunstancias de su pasado. Por fin, la documentación científica prestaría a la metodología histórica los métodos que el progreso había puesto a su disposición: el tratamiento automático de la información, la bibliometría y el análisis semántico documental, junto con la unión de prosopografía y estadística.

Tal era el arsenal que el maestro trataba, día tras día, de actualizar y, sobre todo, de poner a disposición del departamento de Historia de la Ciencia de Valencia para su trabajo cotidiano. De su mano, el departamento se fue estructurando en unidades, de derecho o de hecho, en función del bagaje y proyectos del mismo y del Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia, que José María creó de la mano del CSIC y de la Universidad de Valencia y que hoy lleva su nombre como Instituto López Piñero de Historia de la Ciencia. Los Cuadernos Valencianos de Historia de la Medicina y de la Ciencia, la serie “oficial” de textos de producción de los miembros del Instituto, que él fundó y dirigió,  y otros trabajos que firmó solo ó con diversos colaboradores, recogen los frutos de esas “nuevas técnicas”, al tiempo que constituyen un magnífico ejemplo de la aplicación de las mismas a campos tan diversos como la medicina o la astronomía.

Pero José María, en su análisis de los modelos historiográficos, se dejaba algo en el tintero. Máximo culpable de que en España se unificaran bajo una misma área de conocimiento y bajo los mismos paraguas institucionales la Historia de la Medicina y la Historia de la Ciencia, vale decir la Historia de las Ciencias matemático-experimentales,  en sus análisis se reducía única y explícitamente a la primera.

La historia de las ciencias que ahora llamamos “básicas” quedaba así aparentemente descolgada de sus análisis metahistóricos inmediatos. La apariencia era simplemente eso, apariencia. No es que no le interesase entrar de lleno en la aplicación de su estructura de análisis a estos otros campos. Simplemente nos lanzaba la pelota a otros. A diferencia de la medicina, la documentación  y disciplinas asociadas, que ya tenía muy manidas, su insaciable curiosidad intelectual le llevaba, de vez en cuando, a interpelar y a provocar por el pasillo del departamento a los historiadores no médicos para ver cómo se sacaban el tema de encima. ¡Doy fe en mi caso! Y para mí fortuna o mi desgracia, al menos en esto, en sus pausas para el cigarrillo, yo era el que ocupaba el despacho de enfrente del suyo.

Entre finales de 1986 y mediados de 1987, durante la génesis y publicación del trabajo mencionado, me abordó en repetidas ocasiones sobre el tema de la historiografía de la ciencia y las escuelas “francesas” de la época. Según me confesó, nunca estuvo en París, salvo una o dos noches, de paso, y pese a que se carteaba frecuentemente con los historiadores de la medicina, en especial con su amigo Mirko Grmek, no conocía personalmente a personajes como René Taton o Pierre Costabel y solo cruzaba con ellos alguna carta esporádica. Yo estaba recién llegado de mis estancias en el Centre Koyré de París, donde trabajé bajo la dirección de Pierre Costabel gracias a su recomendación, al tiempo que frecuentaba a René Taton y a Guy Beaujouan, y era presa fácil para su curiosidad. El trabajo de 1987 se convirtió de una excusa en una guía. José María López Piñero me implantó la semilla de la historiografía.

Esa semilla, sin embargo, era una semilla transgénica. Los modelos de la historia de las ciencias biomédicas no tenían necesariamente que coincidir con los de las ciencias básicas, mucho más tempranas en su  revolución científica y por tanto previsiblemente mucho más “deshumanizadas”. El método matemático-experimental de Galileo y Newton, por caer en la tentación de citar “grandes figuras”, configuró la nueva física, la nueva astronomía y las nuevas matemáticas surgidas de la revolución Científica del siglo XVII. ¿Cómo, a la luz de los modelos de José María para la historia de la medicina, cabía acercarse a la historiografía de las ciencias básicas y, junto a ella, a la de la tecnología?

Difícilmente cabía imaginar la historia de la medicina sin los médicos, boticarios y cirujanos, sin el dolor humano y el drama de los hospitales o sin las complejidades mágicas de la folkmedicina. Pero buena parte de la Historia de la Ciencia que se practicaba en muchos institutos centroeuropeos o norteamericanos en los años 1970 y 1980 parecía esforzarse por obviar “el factor humano”. Este hecho era vagamente similar al modo en que las facultades de física, y especialmente en la sección de física teórica, mi formación de base,  ocultaban a los físicos y sus problemas terrenales bajo sus teorías. O, al menos esa parte de los físicos que constituía su aparato digestivo, su aparato reproductor o su cartera.

¿Hasta qué punto los tres grandes modelos histórico-médicos tradicionales, y sus frutos, las historias de la medicina clásicas, y los nuevos modelos,  con sus métodos y técnicas de investigación, podían transponerse a las ciencias básicas?

Desde luego, el tema no era precisamente original. Por no ir más atrás, se había planteado ya en toda su crudeza en la década de los años 30 del siglo XX y la comunicación del historiador soviético Boris M Hessen titulada “Las raíces socioeconómicas de la Mecánica de Newton”, presentada ante el II Congreso Internacional de Historia de la Ciencia, celebrado en Londres  entre el 29 de junio y el 4 de julio de 1931[9], ha quedado como un hito historiográfico en el campo de la Historia de la Ciencia. Internalismo y externalismo exacerbaron tras él, o mejor, tras las discusiones entre los asistentes al congreso, para bastantes historiadores, su batalla por el dominio del territorio.

Sin embargo, pese a lo manido del tema, cabía todavía aportar visiones en algo diferentes de las anteriores, siquiera fuese en detalles o reordenaciones. En Historia siempre cabe. Fruto raquítico de la transgénica semilla de José María fue un artículo que publiqué en Arbor, la revista del CSIC, allá por 1988 y que se titulaba, muy germánicamente, “Sobre algunos tipos de acercamiento a la Historia de la Ciencia y la Tecnología”[10]. Ahí fue donde se enriqueció con nuevos matices, en la cuadriculada cabeza de un físico teórico, la idea, seguramente también suya, de que la Historia era simplemente… una profesión, un oficio, y que, como las profesiones no andan solas por ahí,  eran los oficiales de ese oficio los que constituían el cogollo de eso que tan alegremente se rotulaba “Historia”. Había “escuelas” de oficiales y esas escuelas imprimían “estilos” a sus obras. La “Historia”, como tal no era más que el rótulo del armario donde se guardaban esas obras. Se podía encontrar cosas muy diferentes en ese armario.

Lo apasionante era tratar de buscar las diferencias entre “reordenaciones” de historias de la medicina y “reordenaciones” de historias de la física o de historias de la tecnología. Objeto y método, o mejor en plural, objetos y métodos, siguieron siendo las armas clásicas de catalogación, apoyadas por ensayos de establecer correspondencias entre cada obra y los seis métodos de José María, el biobibliográfico, el filológico, el institucional, el “historicocultural”,  el “historicosocial” y los “nuevos métodos”.

 De ahí surgieron, en el mencionado artículo de 1988, las “Historias de la Ciencia 1, 2, 3 y  4”, más o menos coincidentes  con nombres más identificables como la “Historia como memoria” o “factual”, la “Historia conceptual”, la “Historia filosófica” y la “Historia social”. Del mismo modo cabía, sorprendentemente, distinguir unas “Historias de la Tecnología 1, 2, 3 y 4”, que admitían el tratar de clasificar las obras existentes de aquellos oficiales a los que nos referíamos, en esas categorías, más o menos “puras”, más o menos “híbridas”.

Dichas “Historias” no aparecían, además, en un limbo ahistórico. Antes bien cabe hablar de “ecosistemas sociales” y de especies “historiográficas” en conflicto que evolucionan darvinistamente en ellos. Los modelos de investigación, aquellos colectivos humanos que los utilizan, modifican o crean, y los frutos que producen, pueden considerarse como entidades independientes, como una especie de seres vivos que interactúan en un ecosistema cambiante, en el que evolucionan y al que contribuyen a hacer  evolucionar. Cambios de ecosistema pueden producir el retroceso o extinción de algunos modelos en una determinada época  y el triunfo evolutivo de otros. En el mundo académico ello se traduciría, por ejemplo, en quién publica, qué y donde; qué plazas surgen, quién las ocupa y que programas desarrolla, quién y qué congresos organiza, qué premios se otorgan… qué Historia, en definitiva, se hace en cada contexto.

¿Y todo esto para qué? Seguramente la idea base no tendría una gran originalidad pero, al encontrarte con un científico básico profesional “aficionado” a la Historia y en su contexto social y profesional, no dejaba de ser divertido el ejercicio de clasificarlo como “historiador 1, 2, 3 o 4” o establecer los “pesos” que cada modelo, cada tipo de acercamiento identificado, tenía en la estructura intelectual de su mente histórica. Si un científico básico, por ejemplo, entraba en el juego, cabía hasta demostrarle que, con gran probabilidad, lo que él creía “Historia de la Ciencia” era simplemente “Historia de la Ciencia 2”… y que había otros mundos.

A modo de conclusión: además de divertido, el ejercicio podía tener algunas otras virtualidades. Por ejemplo, al tratar de introducir “Historia de la Ciencia” en planes de estudios universitarios específicos, o de enseñanzas medias, o de adecuar programas de Historia de la Ciencia a públicos objetivo específicos, o simplemente contribuir a esa noble tarea del magisterio universitario que es formar oficiales capaces de decidir con conocimiento y claridad las escuelas en que más atractivo, cómodo o placentero les iba a resultar trabajar.

El simple hecho de tratar de romper, de forma sencilla y comprensible, el hermético monolitismo del rótulo “Historia de la Ciencia” y permitir al curioso aficionado entrever que bajo él se esconden discursos muy diferentes tanto por sus objetos explícitos o implícitos como por sus metodologías o modelos de investigación y técnicas historiográficas, aunque modesto, ya era un logro. En más de una ocasión repasé el artículo con José María, a la luz del suyo de 1987, y hasta creí ver, quizá en una o dos ocasiones, un cierto brillo en sus ojos. Seguramente serían imaginaciones mías.

 

Notas

[1] Véase la “Introducción” de su emblemático libro Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII (López Piñero, 1979, p. 9-12).

[2] Sobre la utilización del termino “Total History” véase, por ejemplo Zeldin, 1976, pássim.

[3] El artículo López Piñero, 1987, p. 125-150, forma parte de una espléndida y altamente recomendable recopilación de estudios coordinada por Antonio Lafuente  y Juan J. Saldaña (1987) y su bibliografía constituye, a mi parecer, el mayor esfuerzo del maestro por sistematizar la bibliografía esencial que utilizaba en su, por otra parte repetido, discurso.

[4] Un buen resumen del panorama historiográfico contemporáneo, en el ámbito de la Historia de la Ciencia, se puede encontrar en el trabajo de Mary Hesse  Reasons and Evalution in the History of Science (1973), incluido en un libro de ensayos en honor del gran historiador de la ciencia Joseph Needam (Teich; Young, 1973). Un cuadro de conjunto más actualizado, y contextos válidos, puede obtenerse del libro de H.S. Gordon Historia y filosofía de las ciencias sociales. (1995, esp. Cap. 14, “La metodología de la Historia”, p. 421-442).

[5] Véase especialmente su libro Las nuevas técnicas de la investigación histórico-médica (1975) y su trabajo “Historia de la ciencia e historia” (1976).

[6] Una breve historia de esa disciplina, fundacional en el ámbito de la moderna Historia de la Ciencia, puede encontrarse en el capítulo 1 del libro de la Dra Terrada: La documentación médica como disciplina.  (1983), en que resuenan ideas compartidas por la Dra Terrada y su marido y que los que compartimos su vida escuchamos en muy repetidas ocasiones.

[7] López Piñero, 1987,  p. 125.

[8] López Piñero, 1987, p. 134-135.

[9] Una edición en castellano, entre otras, puede encontrarse en Hessen, 1985. Un estudio amplio es el de Huerga, 1999) que incluye también el texto de Hessen. Véase también Huerga, 2001. La bibliografía internacional sobre el tema es abundantísima. Véase por ejemplo Freudenthal, McLaughlin, 2009.

[10] Ten, 1988.

 

Bibliografía

GORDON, S. Historia y filosofía de las ciencias sociales. Barcelona: Ariel (Ariel Referencia), 1995.

FREUDENTHAL, G. and Peter MCLAUGHLIN (Eds.). The Social and Economic Roots of the Scientific Revolution. Dordrecht: Springer, 2009.

HESSE, M. Reasons and Evalution in the History of Science. In TEICH, M. and R. YOUNG. Changing perspectives in the History of Science. London: Heinemann, 1973, p.126-147.

HESSEN, B. M. Las raíces socioeconómicas de la Mecánica de Newton. La Habana: Academia, 1985.

HUERGA MELCÓN, P. La ciencia en la encrucijada. Análisis crítico de la célebre ponencia de Boris Mihailovich Hessen, "Las raíces socioeconómicas de la mecánica de Newton", desde las coordenadas del materialismo filosófico" Oviedo: Fundación Gustavo Bueno, Pentalfa Ed., 1999.

HUERGA MELCÓN, P. Raíces filosóficas de Boris Mijailovich Hessen: crítica al mito del externalismo de Boris Hessen, Llull, 2001, 24, p. 347-395.

LAFUENTE, A. y J.J. SALDAÑA (Coords.). Historia de las ciencias. Madrid: CSIC, 1987.

LÓPEZ PIÑERO, J. M. Las nuevas técnicas de la investigación histórico-médica. Valencia: Real Academia de Medicina, 1975.

LÓPEZ PIÑERO, J. M. Historia de la ciencia e historia. In Once estudios sobre la historia. Madrid: Rioduero, 1976, p.145-157.

LÓPEZ PIÑERO, J. M. Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII. Barcelona: Labor, 1979.

LÓPEZ PIÑERO, J. M. Los modelos de investigación historicomédica y las nuevas técnicas. In LAFUENTE, A. y J.J. SALDAÑA. Historia de las ciencias. Madrid: CSIC, 1987.

TEICH, M. and R. YOUNG. Changing perspectives in the History of Science. London: Heinemann, 1973.

TEN ROS, A. Sobre  algunos tipos de acercamiento a la Historia de la Ciencia y la Tecnología. Arbor, 1988, vol. CXXX, nº 510, p. 35-54.

TERRADA, M. L. La documentación médica como disciplina. Valencia: Centro de Documentación e Informática Biomédica, Universidad de Valencia, Caja de Ahorros de Valencia (Cuadernos de Documentación e Informática Biomédica, VI), 1983.

ZELDIN, Th.  Social History and Total History. Journal of social History, 1976, vol. 10, nº 2, p. 237-245.

 

© Copyright Antonio Ten Ros, 2010. 
© Copyright Scripta Nova, 2010.

 

Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

TEN ROS, Antonio. José María, los modelos y las historias. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de noviembre de 2010, vol. XIV, nº 343 (13). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-343-13.htm>. [ISSN: 1138-9788].

Volver al índice de Scripta Nova número 343
Índice de Scripta Nova