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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XIV, núm. 343 (5), 25 de noviembre de 2010
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

HISTORIA DE LA MEDICINA VERSUS HISTORIA DE LA CIENCIA EN LA OBRA DE JOSÉ MARÍA LÓPEZ PIÑERO

Emilio Balaguer Perigüell
Universitario de Sant Joan d’Alacant
emilio.balaguer@umh.es

Rosa Ballester Añón
Universitario de Sant Joan d’Alacant
rosa.ballester@umh.es

Recibido: 27 de octubre de 2010. Aceptado: 11 de noviembre de 2010.

Historia de la medicina versus historia de la ciencia en la obra de José María López Piñero (Resumen)

Los puntos de vista de José María López Piñero en torno a las relaciones entre Historia de la Medicina e Historia de la Ciencia, en el contexto más amplio de la polémica clásica que, partiendo de las discusiones entre George Sarton y Henry Sigerist, ha continuado hasta periodos recientes, constituye el núcleo central de este trabajo. El análisis de su obra desde dicha perspectiva permite apuntar matices y acercarnos a lo que ha supuesto en este terreno, tanto desde una visión epistemológica como de metodología práctica, el legado de su autor.

Palabras clave: historia de la medicina, historia de la ciencia, historiografía, siglo XX.

History of medicine vs. History of science in the works of López-Piñero (Abstract)

The main aim of this paper is to analyze, through the study of some of López-Piñero´s works, his points of view on the classical discussions about the relationship between History of Medicine and History of Science. Indeed, the George Sarton- Henry Sigerist controversy, that took place in the 1930s, has continued, in a way, until now. A systematic review of López-Piñero´s contribution allows us to clarify and approach the meaning of his legacy on the subject, both theoretical and practical.

Key words: history of medicine. history of science. historiography. 20th century.


Ya hemos señalado en otro lugar[1], la importancia de la actividad científica de López Piñero en el proceso de institucionalización de la Historia de la Ciencia en España. Sin embargo, para analizar la cuestión sin desenfoques apriorísticos, conviene matizar el lugar que ocupa la Historia de la Medicina y la Historia de la Ciencia, en su productividad científica e intentar desvelar su significado. Sin duda, es este un tema relevante y no exento de interés para los historiadores del siglo XXI. En una reciente reflexión sobre el tema, desde un punto de vista global, Peset[2], analizando un trabajo presentado al III Congreso Internacional de Historia de las Ciencias por el filósofo francés Abel Rey en 1934, se hace eco de los argumentos que este utiliza para aunar medicina y ciencia. La ciencia, habría sido necesaria para la medicina para evitar la magia, la mística o el simple empirismo en un proceso en el cual la fisiología y la biología habrían convertido a la medicina en una auténtica técnica mediante una racionalización desde Aristóteles a la Revolución Científica del Seiscientos. A su vez, la medicina habría evitado a los científicos el apriorismo lógico deductivo falto en apoyo de la observación y la experiencia. En último término, Peset considera que es necesario apuntar hoy en la dirección de un mayor grado de comunicación y conexión entre las diversas disciplinas histórico-científicas, lo que redundaría en un beneficio común, por encima de la necesaria especialización. López Piñero fue uno de los principales protagonistas de esta polémica en España. Había muy pocos con un adecuado bagaje, en nuestro país, para entrar en ella y él lo hizo porque conocía al detalle su gestación y desarrollo, y fue uno de los primeros en denunciar las consecuencias a las que podrían conducir los diversos puntos de vista. Lo hizo, como pretendemos analizar, desde el conocimiento del profundo significado de la polémica, como cultivador de historia de la medicina que le importa vitalmente su trabajo y no desde la ingeniosidad aséptica del observador teorizante. No es nuestro objetivo entrar en un minucioso estudio de esta cuestión, sino simplemente desvelar alguno de los aspectos de la misma que es posible rastrear en la obra de López Piñero, para comprender de forma más adecuada sus puntos de vista

José María fue ante todo un médico vocacional y eso marcará huella en la diligencia con la que se enfrentó al problema que nos ocupa. Como él mismo comentó muchas veces, se hizo historiador de la medicina porque, con ocasión de la asistencia a un curso impartido por el Profesor Pedro Laín Entralgo (1908-2001) en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander sobre la relación médico-enfermo, le convenció de que aquello era importante para ser “buen médico”. De ese modo, inició su tesis de doctorado sobre los Orígenes históricos de concepto de neurosis (1960), dirigida por Laín, y pronto se trasladó a los Institutos de Historia de la Medicina de Bonn encabezado por el Profesor Johannes Steudel (1901-1973) y de Munich, del que era cabeza el Profesor Werner Leibbrand (1896-1974). Éste último, considerado como el máximo exponente del enfoque fenomenológico y existencialista en su Romantische Medizin (1937) fue el responsable de la difusión del programa expuesto por Laín Entralgo en su libro Medicina e historia (1941), al que dedicó, en los Mitteilungen zur Geschichte der Medizin der Naturwissenschaften und der Technik (1941-42), un amplio comentario, considerándolo como una contribución fundamental que abría nuevos horizontes a la disciplina[3]. La vinculación con Alemania se mantuvo constante por medio de la amistad con el Profesor H. Schipperges (1918-2003), colaborador de Steudel en Bonn y posteriormente director del Instituto de Historia de la Medicina de la Universidad de Heidelberg. La primera sorpresa fue el comprobar que, al contrario de lo que solía ocurrir en España, allí era habitual licenciarse en Medicina para especializarse en la historia de la misma y constatar de primera mano, la riqueza y larga tradición historiográfíca de la disciplina. Hay un acontecimiento que José María analizó en detalle y que marcará su posicionamiento en el tema que nos ocupa: la polémica que mantuvieron en 1935 y 1936 George Sarton (1884-1956) y Henry Sigerist (1891-1957)[4]. Mientras el primero defendía que la Historia de la Medicina no era más que un aspecto a considerar en una historia general de la ciencia, Sigerist postulaba que dicha disciplina no era en absoluto una vertiente de la historia general de la ciencia, aunque tuviera amplias intersecciones con ella, ya que los saberes médicos eran solamente uno de los temas del estudio histórico-social de la medicina. Las grandes diferencias en sus planteamientos obedecen a las diversas trayectorias de los dos personajes, que López Piñero subraya: Sarton, en sus planteamientos historiográficos y sin poner en duda su gran erudición, no representaba sino una repercusión tardía y empobrecida del movimiento historicocientífico europeo que, inmerso en el mundo angloamericano pasó a ser, para ellos, una figura fundacional; ignorantes de que solo fue un seguidor más de Paul Tannery ( 1843-1904), principal formulador del programa de “historia general de la ciencia “[5]. Sigerist, por su parte, está inmerso en una corriente que se inicia con Theodor Puschmann (1844-1899), primer profesor de Historia de la Medicina en el área germánica, habilitado en Leipzig y contratado en Viena; y su sucesor en la universidad austriaca, Max Neuburger (1866-1955), apoyados ya parcialmente en el enfoque humanista de la “historia de la cultura” propugnado por Burckhardt (1818-1897), y que acabará en un profundo cambio en la orientación de la disciplina cuando en 1925, Sigerist, sucede a Karl Sudhoff (1853-1938) como director del Instituto de Leipzig. Por una parte, Sigerist asimiló plenamente la perspectiva de Burckhardt, adaptando incluso a la Historia de la Medicina los conceptos básicos de la historia del arte de su discípulo Heinrich Wolffin, así como los presupuestos del historicismo. Por otra, incorporó las bases de la “sociología del conocimiento”, principalmente a través de Max Scheler (1874-1928) y los planteamientos marxistas. Con estos últimos se familiarizó, al principio, por su relación con los socialdemócratas y con el higienista Alfred Grotjahn (1869-1931); aunque más tarde le influyó su discípulo Erwin H. Ackernecht (1906-1988), que entonces era un activo militante comunista, sobre todo por la tesis que realizó sobre la “Medizinalreform” de 1848 en Berlin (1931). En la revista Kyklos (1928-32), fundada y dirigida por Sigerist, se publicaron la mayoría de sus trabajos y los de sus discípulos.

Además, desde el instituto de Leipzig, Sigerist organizó cursos bajo el título de “Bases y objetivos de la medicina actual” que se ocuparon de cuestiones conceptuales, metodológicas y epistemológicas entonces ampliamente debatidas en los ambientes académicos de la medicina alemana. En 1932, Sigerist emigró a los Estados Unidos donde trabajó como director del nuevo Instituto de Baltimore, rodeado de colaboradores que, en su mayoría, procedían del grupo de Kyklos. En 1935 presentó al V Congreso Internacional de Historia de la Medicina celebrado en Madrid, una comunicación titulada “La historia de la medicina y la sociología médica”, que puede considerarse como el resumen clásico de los nuevos planteamientos.

¿Cual fue, a nuestro parecer, la actitud de López Piñero tras el análisis de los argumentos en la polémica Sarton-Sigerist? Sin duda, partiendo de su obra y sus de múltiples reflexiones sobre la metodología historicomédica y el papel que debe cumplir la Historia de la Medicina[6], el Profesor López Piñero, después de contrastar su experiencia personal como historiador de la medicina, con sus supuestos como historiador sin adjetivos, quiso exponer a la crítica de sus maestros ( nos consta que lo hizo con Ackerknecht y Laín Entralgo y también con profesionales de gran prestigio como Schipperges; y en Valencia tuvo especial importancia las relaciones con Joan Reglà y otros); y en su madurez científica, optó por la línea Sigerist, pero matizando algunas cuestiones

El camino que conducirá a López Piñero a interesarse por la historia de la ciencia, es, por un lado, una consecuencia de su actividad investigadora en historia de la medicina y por otro, del sentimiento de la responsabilidad que esta disciplina, perfectamente institucionalizada en España, tenía con la historia de la ciencia y su consolidación en instituciones docentes e investigadoras. Veamos algún ejemplo paradigmático.

Uno de los temas de investigación que más le subyugaban era la enseñanza de la medicina en la Universidad de Valencia. Que esta tuviera sus orígenes en una institución municipal que reflejaba la existencia de una burguesía dinámica y celosa de sus derechos, frente a las tentaciones uniformadoras y controladora de la Corona[7], la escuela de Cirugía (1462), le llenaba de orgullo. Investigando el primer periodo de los estudios médicos en el Estudi General se encontró con hechos singulares como la presencia del catedrático mallorquín Pere d’Olesa i Rovira (1460-1531), autor de una Summa totius philosophiae et medicinae (1536)[8], en la que ofrecía una visión atomista del saber médico, posiblemente de las más radicales aparecidas entonces en Europa, en la que rechaza la doctrina aristotélica de la materia prima y las formas sustanciales y critica agriamente el esquema aristotélico y galénico de las cualidades. La pregunta era ¿por qué en Valencia?; teniendo en cuenta que la dialéctica entre tradición y renovación, que está en la base del nacimiento de la ciencia moderna, comienza a madurar en este periodo; y que las dudas sobre la fidelidad de los textos “bárbaros” a las doctrinas originarias de las “autoridades”, genera una actitud de desprecio por la corriente dominante del Humanismo, hacia planteamientos como los de Olesa[9]. La respuesta a la pregunta requería un doble análisis: en primer lugar, el contexto social y cultural de la Universidad de Valencia y de los valores de la burguesía que la sustentaba; y a su vez, un estudio comparado de la historia de la ciencia en España y, en este caso, también de Europa.

En el último tercio del siglo XVI, la cultura académica española llegó a un callejón sin salida al frustrarse las expectativas que había despertado el programa humanista que, en términos generales, condujo, bajo ciertos condicionamientos socioeconómicos, políticos y religiosos a una posición de enquistamiento que tendrá su expresión en el movimiento neoescolástico contrarreformista. Sin embargo, inicialmente, en el mundo académico valenciano, dicha situación abrió las puertas a diversos elementos procedentes de la cultura extaacadémica, como el movimiento paracelsista; principalmente a partir de los años sesenta en que un grupo de autores alemanes publican las obras manuscritas de Paracelso y su traducción latina. Este movimiento se refleja en la Universidad de Valencia, en un acontecimiento singular incluso a escala europea: la creación de una cátedra de medicamentos químicos. La fugacidad de su funcionamiento no debe impedir valorar su significado histórico. Como titular de la misma fue nombrado Lorenzo Coçar (1540-1592), destacada personalidad médica de la ciudad, que fue catedrático de cirugía y “Protomédico” de la Ciudad y Reino de Valencia nombrado por Felipe II. Superando el concepto tradicional de alquimia, utilizó el término de “arte separatoria” procedente de la elaboración académica del paracelsismo. Su maestro, al que se refiere con gran respeto, fue Juan Plaza (1525-1603), principal figura de la botánica médica en la Valencia del siglo XVI, que al ocupar la cátedra, fundó un jardín botánico, el primero en España de tipo universitario. Plaza mantuvo una estrecha relación con el holandés Clusius (1526-1609) que le cita con elogio y utiliza sus materiales sobre plantas valencianas[10].

Cómo puede colegirse, un panorama demasiado complejo para reducirlo a un estudio iatrocéntrico, que resultaría de una simplicidad impropia de un buen investigador. La conclusión a la que llega López Piñero, importante matización al programa de Sigerist, es que era necesario romper el vacío existente entre historia de la medicina e historia de la ciencia; pero no solo en casos concretos, sino de manera sistemática y programática, principalmente en terreno de la investigación. Pero no una historia cualquiera sino una “historia social”, como quería Sigerist para la Medicina y a la que José María se aferró de manera entusiasta desde sus primeros trabajos.

Junto a su preocupación por acabar con la incomunicación entre historia de la medicina e historia de la ciencia, estaba la necesidad de plasmar en pautas metodológicas el concepto de “historia social de la medicina”. Era una frase muy suya, ante grandes declaraciones programáticas: “Si, pero decid cómo”. Un primer intento de dar respuesta al ¿cómo?, fue el libro Medicina y sociedad en la España del siglo XIX (1964)[11]. Se trata de una monografía en colaboración con otros dos historiadores: Luis García Ballester, historiador de la medicina y el mejor amigo de José María, con quien compartió todas sus inquietudes y objetivos; y Pilar Faus Sevilla, directora de la biblioteca de la Facultad de Medicina y gran conocedora de la literatura española del XIX. La intención era establecer un modelo de historia social de la medicina desde una visión amplia y comprensiva de la medicina, no sólo como ciencia sino también como actividad, es decir lo que llamaríamos un sistema social y cultural. Si analizamos la monografía con detalle, podemos concluir que todos los elementos están ahí, pero la integración entre ellos no es la suficiente.

Todo lo contrario a un librito magnífico que publicaría en 1969, La introducción de la ciencia moderna en España[12], donde vemos hecho realidad el ensamblaje entre historia social de la ciencia y la “historia total”. ¿Qué había ocurrido entre 1964 y 1969?; lo dice el propio López Piñero: “en la Facultad de Filosofía y Letras, Joan Reglà encabezaba el mejor grupo de profesores de historia existente entonces en las universidades españolas; nos enseñó los enfoque y métodos de trabajo de la histoire intégrale de la escuela francesa, indispensable para asimilar debidamente nuestra firme adhesión a la historia social de la medicina”[13]. El año 1969, fue crucial en la maduración de pensamiento historiográfico del maestro; se celebró el III Congreso Nacional de Historia de la Medicina y, por primera vez en España y posiblemente en Europa, participaron en él, por empeño de su presidente, el profesor López Piñero; historiadores de la ciencia, historiadores generales, médicos en ejercicio e historiadores de la medicina.

En una de las últimas ocasiones en que se ocupa de analizar aspectos referentes a la historiografía científica[14], manifiesta su preocupación por la persistencia de las que, según él, son las causas principales de la “grave desorientación…que puede afectar a los profesionales jóvenes de la disciplina en un país, que actualmente forma un grupo que ya ha protagonizado un cambio cualitativo en el nivel y el horizonte de las investigaciones sobre la materia”[15]. Señala tres razones en el origen de esa grave desorientación:(a) los conocimientos superficiales que sobre dichos estudios tienen muchos de los usuarios desde materias vecinas, como la filosofía o la sociología de la ciencia o la didáctica científica; (b) la “tibetización”[16] del mundo angloamericano, que aculturó tardía y defectuosamente las corrientes europeas “continentales” que condujeron a la constitución de los mismos y su posterior institucionalización; (c) la persistencia de la inconexión entre las comunidades de los cultivadores de la historia general de la ciencia y de la historia de la medicina, que han sido las trayectorias fundamentales de tales procesos de constitución e institucionalización”[17].

Como hemos podido analizar, toda su actividad así como el significado de su obra, es una aspiración a superar estas limitaciones integrando de forma muy variada métodos y técnicas de investigación, objetivos y presupuestos historiológicos y epistemológicos. Respecto a estos últimos solía recordar las afirmaciones de Paolo Rosi “Oggi sappiamo tutti che l’epistemiología no genera scienza… Allo stesso modo sappiamo che la filosofía della sciencia non genera storia della sciencia”[18]. Sus puntos de vista los hará explícitos en diversas ocasiones, pero nunca con la rotundidad con que se expresa en 1976, utilizando un estilo que gustamos en llamar “more” José Maria: “[…] la pretensión de Lakatos de que la epistemología desempeñe una función poco menos que normativa” estaría en el polo opuesto de sus supuestos. “He procurado ir corrigiendo mis ignorancias y confusiones, pero mantengo algo que, irritado, dije algo más de tres lustros: ‘Ni Popper, ni sus seguidores ortodoxos o reformados como Lakatos, parecen haber entendido que la cuestión que plantea la historia de la ciencia es precisamente la aclaración comparada, transhistórica y transcultural de las distintas formas de actividad científica. Proponer, como hace Lakatos, que un determinado sistemilla filosófico se convierta en norma y guía de tal tarea, es sencillamente ridículo”[19].

 

Notas

[1] Balaguer y Ballester, 2010.

[2] Peset, 2004, p. 1.095-1.098.

[3] Leibbrand, 1941.

[4] Sarton, 1935; Sigerist, 1936.

[5] A finales del periodo de entreguerras, la historia de la medicina contaba en el mundo germánico con seis institutos, además de cátedras o docentes en la mayor parte de las universidades. Por el contrario, la institucionalización de la historia general de la ciencia daba sus pasos iniciales con Friedrich Dannemann (1886-1914) autor del primer tratado general de historia de la ciencia: Die Naturwissenschaften in ihrer Etnwicklung und in ihrem Zusammemhange, 4 vols., Leipzig, Engelmann (1910-1913). El mismo Dannemann, había hecho público su punto de vista sobre la relaciones entre la historia general de la ciencia y la historia de la medicina, en: Essay on the History of Medicine presented to Karl Sudhoff, London, Oxford University Press, 1924, p. 349-368. Este gran historiador de la ciencia, nacido veinte y cinco años antes que Sarton, es, en opinión de López Piñero uno de los grandes olvidados, según comenta de forma muy contundente, a causa de la inopia de la comunidad historicocientífica angloamericana, que sacralizó el programa de Sarton desconociendo su importantes antecedentes. López Piñero, 2005, p.55-56.

[6] Solo por citar dos ejemplos que indican su constante preocupación por el tema: López Piñero, 1976, p. 143-157 y López Piñero, 1992, p.21-67. Consideramos, que este último artículo, es la culminación de sus planteamientos historiográficos. Posteriormente incidirá en puntos de vista similares, por ejemplo en: López Piñero, 2001, p. 437-446.

[7] José Maria nunca hizo ostentación de su ideología política, pero no ocultaba sus simpatías por la socialdemocracia y los valores de las repúblicas modernas. Así lo manifestaba cuando era oportuno, incluso al propio Jefe del Estado, al recibir el encargo personal de catalogar y estudiar los fondos cartográficos de la Biblioteca del Palacio Real; lo cual no fue obstáculo para que le concediera la “Gran Cruz de Alfonso X El Sabio”.

[8]López Piñero. y García Sevilla, 1969, p.125-129.

[9] López Piñero y García Sevilla, 1971, p. 195-200.

[10] López Piñero, 1977.

[11] López Piñero, García Ballester y Faus Sevilla, 1964. Ya en la nota 1ª de la “Introducción” , hay una intención explicita en este sentido: las citas de Sigerist y sus discípulos Ackerknecht, George Rosen (1910-1977) e historiadores de a medicina de similar orientación como Richard H. Shryock, no dejan lugar a duda.

[12] López Piñero, 1969

[13] López Piñero, 2001.

[14] Ver nota 5: ”Las etapas iniciales de la historiografía…”.

[15] Idem, p. 28.

[16] Utiliza el término “tibetización” en el sentido orteguiano, es decir: aislamiento voluntario y ensimismamiento al considerarse el “ombligo del saber”.

[17] Idem, p. 22.

[18] Rosi, 1986, p.54-94

[19] López Piñero, 1976.

 

Bibliografía

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Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

BALAGUER PERIGÜELL, Emilio y Rosa BALLESTER AÑÓN. Historia de la medicina versus historia de la ciencia en la obra de José María López Piñero. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de noviembre de 2010, vol. XIV, nº 343 (5). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-343-5.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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