Menú principal

Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVI, núm. 395 (13), 15 de marzo de 2012
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

EL DESPLAZAMIENTO INFANTIL: Las implicaciones sociales de la circulaciÓn infantil en los Andes

Jessaca B. Leinaweaver
Depto. de Antropología – Brown University
Jessaca_Leinaweaver@brown.edu

Traducción: Jessica Herrera

Recibido: 15 de septiembre 2010. Aceptado: 21 de julio de 2011.

El desplazamiento infantil: las implicaciones sociales de la circulación infantil en los Andes (Resumen)

En la región andina no es inusual enviar a los hijos/as a casas ajenas como forma de sobrevivencia y estrategia de superación en un contexto social y económico de desigualdad. Esta circulación infantil” crea y fortalece el parentesco, y es una parte importante de los esfuerzos locales para generar familia. Mi investigación etnográfica en Ayacucho, Perú, sobre la circulación infantil provee de bases para una evaluación crítica del globalizado sistema de adopción que se aplica en Perú, el cual implícitamente desnaturaliza la crianza de hijos/as de familias peruanas indígenas y pobres.

Palabras clave: Perú, Andes, adopción, parentesco, familia, acogimiento familiar, niñez.

Moving children: the social implications of Andean children circulation (Abstract)

It is not unusual in the Andes to relocate children between houses, one of many survival and betterment strategies carried out amid stark social and economic inequalities. These “child circulations” both produce and strengthen kinship and are central to local family-making efforts. My ethnographic investigation of child circulations in Ayacucho, Peru grounds a critical assessment of Peru’s globalized adoption system, which implicitly denaturalizes the parenting of poor, indigenous Peruvians.

Key words: Peru, Andes, adoption, kinship, family, fosterage, childhood.


Esta niña está en un Estado de Abandono Material y Peligro Moral” argumenta un documento legal archivado en la corte familiar de Ayacucho en 2001[1]. Según el archivo, la madre de la pequeña Luisa murió cuando la daba a luz, y el padre entregó el bebe a su cuñado[2]. Este hombre, el tío materno de Luisa, era viudo y con varios hijos, aunque solo los dos menores vivían con él. El abogado explica en el documento que, a pesar de que este es un grado legítimo de parentesco para ser protector de la niña, ni el padre de Luisa ni su tío tienen suficientes recursos económicos. Tampoco —como viudos— tienen una familia apropiadamente constituida”. Lo más grave, según el abogado, era que Luisa estaba desnutrida y enferma: no la estaban cuidando apropiadamente y su tío la dejó en un orfanato donde por fin estaba recibiendo el cuidado médico que requería. El abogado, que trabaja para la oficina gubernamental de adopciones, concluye: ¿no sería lo mejor para Luisa que sea adoptada por una familia apropiadamente constituida con los medios para cuidar de sus necesidades?”.

En los archivos de la oficina de adopción de Ayacucho, Perú, encontré muchos documentos parecidos. Declaraciones de abandono como las de Luisa producen niños y niñas aptos para la adopción”, haciendo felices a los cientos de familias que esperan entusiasmadas sus futuros hijos/as. Sin embargo, este argumento en blanco y negro no toma todo en cuenta. Como argumenta Laura Briggs, los adopciones internacionales trasladan a niños y niñas desde sitios tercermundistas de tragedia —de guerra, insurgencia o enfermedad— hacia familias primermundistas en un intercambio desigual[3]. La adopción internacional supone un movimiento global de recursos —niños/as— de países pobres a países ricos. Lo más alarmante de los documentos que revisé en Ayacucho es que los abogados/as que trabajan en el terreno de la adopción concientemente definían como inadecuadas las prácticas de parentesco que son esenciales para la gente pobre y trabajadora que conocí. Si observamos la decisión del padre de Luisa de entregarla a su cuñado, dentro de las prácticas locales fue una forma aceptable de proveerle de los cuidados que ella requería. Pero cuando nos ponemos dentro de los parámetros del Estado, esta misma decisión aparece como inadecuada e incluso fue la base para quitarles oficialmente a la niña. En los trámites y en la práctica, el procedimiento legal de abandono que hace posible las adopciones legales ignora y desprecia la circulación infantil, un medio fundamental andino de crear parentesco en un contexto de pobreza y violencia sistemática.

El concepto de circulación infantil”[4] hace referencia a la práctica de reubicar a un hijo o a una hija en un nuevo hogar. Es una técnica de parentesco que se ha encontrado en muchas culturas[5] y, aunque su ubiquidad en la región andina todavía no ha sido documentada, es probablemente una práctica cultural muy antigua en la zona. Actualmente, no existen estadísticas que indiquen la frecuencia de estas prácticas, pero aparecen en casi todas las etnografías andinas.[6]

Las razones por las que se produce una circulación infantil son variadas. Pueden incluir el hacer compañía a un adulto solitario o la obtención de mejores oportunidades para el menor. El acogimiento familiar es también una técnica importante para crear o fortalecer relaciones entre los adultos involucrados. En la literatura transcultural sobre el mismo, el parentesco se constituye por medio de símbolos claves, especialmente los asociados con residir y comer juntos. La circulación infantil en Ayacucho comparte estas cualidades, pero utilizo el concepto de circulación infantil en vez de acogimiento familiar” para distinguir dos características importantes: la no permanencia y transitoriedad de las relaciones en las que entran y quedan los niños/as, y la centralidad del intercambio entre hogares, en el que cada persona involucrada obtiene algún beneficio, además de pagar un precio[7].

Considero la circulación infantil dentro de la rúbrica de lo que alguna vez fue el emblema de la antropología: los estudios de parentesco. El parentesco ha sido tradicionalmente concebido como una superposición de relaciones sociales, que complicaba —pero no oscurecía— una realidad prediscursiva de la biología, la genealogía y la sangre. La reciente historia de los estudios de parentesco hacen referencia al trabajo de David Schneider[8] como un momento crucial. Schneider demostró que el concepto analítico antropológico de parentesco”, desarrollado por Lewis Henry Morgan y sus contemporáneos, tenía relación con las condiciones culturales de Estados Unidos e Inglaterra en el siglo XIX, y por tanto era una imposición insostenible y —peor aún— etnocéntrica[9]. La antropología después de Schneider abandonaría momentáneamente los estudios de parentesco, pero recientemente ha renacido el interés por medio de estudios del género[10], de la sexualidad[11] y de las nuevas tecnologías de reproducción[12]. En la actualidad, los estudios de parentesco focalizan su atención en los modos en que la gente concibe sus relaciones con otros, las finalidades de las mismas y cómo estas relaciones interactúan con otros dominios de análisis como el género, la clase, la etnicidad y especialmente las esferas económico-políticas nacionales y globales[13]. En este artículo, intento avanzar por esta ruta analítica y argumento que las declaraciones de abandono y adopción —definidas en la ley peruana pero profundamente enraizadas en acuerdos internacionales— en última instancia toman una posición extremadamente crítica e incluso denigran e inhiben las estrategias locales, que no solo funcionan como importantes amortiguadores contra las vicisitudes de la pobreza, sino que en realidad son la esencia del parentesco andino.

La historia de esta investigación está replicada en la estructura de este artículo. Empiezo con una detallada descripción etnográfica de la circulación de una niña representativa, el caso de Milagros, con el trasfondo de violencia por el que se conoce la región de Ayacucho. Después considero las interpretaciones de los involucrados en la reubicación de Milagros para dar paso a continuación a mis propias interpretaciones, analizando el modo en que las fuerzas históricas, las jerarquías socioeconómicas y los sentimientos de pertenencia afectan al niño o niña reubicado/a o desplazado/a. Esta sección documenta la importancia de la circulación infantil en Ayacucho en un contexto de violencia y pobreza, detallando el modo en que genera parentesco mientras reproduce lazos sociales y desigualdad. Luego, vuelvo a considerar el abandono de Luisa, viéndolo ahora a través de mi argumento sobre la circulación infantil ayacuchana y bajo el entendimiento de cómo la gente genera y construye, actúa y forma, remodela o rompe relaciones sociales. El trabajo social” conseguido a través de la circulación de Milagros se acerca a lo que el caso de Luisa pudo haber logrado ser, pero en este segundo caso su circulación fue interrumpida por la intervención del Estado. Para concluir, cuestionaré la eficacia cultural de la respuesta del Estado a la circulación infantil, una práctica que literalmente crea parentesco.


Desplazando a Milagros: Trasladando a niños en un contexto de violencia

En mayo de 1980, unos insurgentes quemaron las urnas en Chuschi, un pueblito del sur del departamento de Ayacucho. Esta fue la primera acción armada de Sendero Luminoso, insurgentes maoístas, cuya meta era derrotar al gobierno peruano. En los siguientes quince años, el conflicto se extendió más allá de Sendero Luminoso y los contrainsurgentes, y terminó con las vidas de mucha gente pobre, particularmente indígenas. En 2003, la Comisión de la Verdad y Reconciliación concluyó que 70.000 personas fueron asesinadas o desaparecidas durante esta guerra. Más de un tercio procedían del departamento de Ayacucho[14]. Estos datos en sí ya son alarmantes, pero hay otros cambios sociales que también son dramáticos, como las migraciones masivas. Más de 150.000 ayacuchanos fueron desplazados, trasladándose del interior a la capital regional o a Lima[15].

Uno de estos desplazamientos originó la circulación de Milagros. A inicios de los años 90, los senderistas amenazaron a Ramón, el capitán de una ronda campesina o grupo de auto-defensa. Ramón desapareció por temor a esta amenaza, dejando una esposa, Dolores, y tres hijos pequeños: Juana, Milagros, y Eduardo. La ausencia de Ramón hizo precaria su situación y, como además temían las posibles represalias de Sendero Luminoso, la familia huyó hacía la ciudad de Ayacucho. (Las hijas recuerdan este viaje como si hubiera durado toda una vida” pero, como los viajes toman menos tiempo gracias a las nuevas carreteras asfaltadas y a los servicios de transporte, cuando yo hice este viaje con ellos en 2002 duró solo dos horas). En Ayacucho vivieron con la hermana de Dolores, Eulalia, quien, junto a su esposo Tomás, eran padres de dos niñas pequeñas y, a nivel local, eran vistos como mejor acomodados” que la familia de Dolores. Eran migrantes urbanos ya establecidos y gestionaban un servicio de bus interprovincial. Después de vivir tres años hacinados en una habitación pequeña en la casa de Eulalia, Dolores participó en una invasión de terrenos —una forma común de obtener propiedad en las afueras de las ciudades peruanas— y construyó su propio hogar. Acompañada de su anciana madre, quien les había ayudado a obtener el lote, Dolores y sus hijos salieron de la casa de Eulalia en enero de 1995[16]. Pero antes de que empezaban las clases, en marzo, Eulalia pidió a Dolores el regreso de su hija Milagros, de 9 años, quien estuvo de acuerdo con su madre Dolores en trasladarse nuevamente a vivir a casa de su tía materna (ver Figura 1).

 

Figura 1. Milagros se traslada a la casa de la tía materna, Eulalia.

 

La historia de por qué Dolores y Milagros estuvieron de acuerdo con este cambio es muy similar a las historias que recogí durante mis dos años de trabajo de campo: singular en sus detalles pero representativa en su modo de reflejar las motivaciones y la circulación infantil. Yo estaba en Perú con el propósito de investigar estos movimientos de niños y niñas fuera de sus hogares de origen, reubicaciones frecuentemente relacionadas con las migraciones internas, las jerarquías socioeconómicas y las redes sociales existentes[17]. Hice casi dos años de trabajo de campo etnográfico en la ciudad de Ayacucho, una capital departamental del sur central de los Andes con una población post-guerra de 125.000 habitantes. También acompañé a quienes viajaban de retorno a sus pueblos o a la capital, Lima, y me encontré con familias y miembros comunales que se quedaron atrás” o que migraron adelante”, metáforas espaciales que representan la distancia entre el pueblo y una tierra llena de mejores oportunidades. Trabajé principalmente con gente rural que migró a las urbes, una población heterogénea compuesta por integrantes originarios de diversas comunidades, edades y niveles socioeconómicos pero que, del mismo modo que Milagros y su familia, se habían visto obligados a salir de sus aldeas para reubicarse en las ciudades de Ayacucho o Lima.

¿Por qué aceptaron que Milagros se trasladase a casa de la tía Eulalia? En ocasiones distintas, Milagros y su madre Dolores me dieron las siguientes razones. La primera, según ambas, era que Eulalia y Tomás tenían solo dos hijas”; la segunda, que Eulalia y sus hijas ya estaban acostumbradas” a estar con Milagros y las tres niñas se llevaban muy bien. Milagros recuerda que, cuando su madre le propuso esta mudanza, ella estuvo inmediatamente de acuerdo. Me contó, Yo también me había acostumbrado, también, como estaba viviendo; me había acostumbrado, y ya, me quedé”. Tres años de vivir en la casa de Eulalia habían tenido su efecto en Milagros, para quien ir a la casa de la madre había sido un cambio abrupto e indeseado. Pero ella agregó otras dos razones: la primera que su abuela materna –que vivía con la familia– maltrataba a los niños emocionalmente e incluso a veces físicamente y Milagros deseaba dejar ese ambiente; la segunda, que ella era muy consciente de que su madre luchaba para mantener a los tres hijos y Milagros sentía que, al quedarse con la tía, le aliviaba esa carga.

La siguiente interpretación da un perfil de las razones locales para la circulación infantil: los beneficios y costos evidentes para cada persona involucrada. Una de las características cruciales de la circulación infantil, como indiqué anteriormente, es que la circulación representa un intercambio entre hogares. Se pueden considerar los varios beneficios e inconveniencias desde los particulares, ligados a los puntos de vista de los padres que envían al hijo o hija, la familia que los recibe y el niño o niña circulado. Los padres que envían al niño lamentan la pérdida de un hijo querido y un contribuidor a la economía del hogar pero pueden sentir una obligación hacia quien pide el hijo, un deseo de fortalecer las relaciones o una creencia de que el niño/a estará mejor en el lugar al que irá. Los adultos que reciben al niño/a pueden temer la soledad, necesitar ayuda en el hogar o confiar en el buen carácter del niño/a. Los niños/as mismos echan de menos a la familia natal pero aceptan la oportunidad para aliviar la carga o las preocupaciones de los padres y reconocen la posibilidad de que ellos se acostumbrarán”.


El contexto social: Violencia y pobreza

Al igual que muchas de las historias de los jóvenes que conocí, la historia de Milagros está marcada por una etapa violenta de la historia peruana. Si no hubiera crecido en un período de guerra, su padre no habría tenido que huir y su historia se habría desarrollado de otro modo. Muy poca investigación se ha hecho sobre la circulación infantil en contextos de violencia en otros lugares de las Américas[18], y yo decidí trabajar en Ayacucho porque estaba convencida de que la guerra durante las décadas de los 80 y 90 habría afectado las estrategias de parentesco, particularmente al aumentar la necesidad de apoyarse en la circulación como un método para reubicar a niños y niñas en riesgo.

La violencia no solo afectó a aquellos cuyos amigos y familias desaparecieron; también acentuó la pobreza en una región que ya era una de las más pobres del país. Uno de los recuerdos comunes sobre la violencia en las comunidades es que tanto Sendero como los militares robaban las pertenencias de los pobladores para alimentarse y vestirse[19]. Y, a pesar de que lo peor de la violencia ya pasó, la pobreza persiste en Ayacucho y en todo el país. Al término de su presidencia, en julio de 2006, Alejandro Toledo mostró datos de decrecimiento de la pobreza en Perú del 55 al 48 por ciento[20]. Pero esas cifras fueron significativas en el titular de la portada de un periódico: Uno de cada dos peruanos es pobre[21].

Estos límites de pobreza y vulnerabilidad afectan a cualquier práctica de parentesco. En este contexto histórico y económico, la circulación infantil puede representar un reclutamiento estratégico para el hogar receptor. Para el hogar que envía a la niña, puede significar el alivio de una carga económica, así como los ingresos potenciales de un joven que trabaja en otro sitio. En el nivel de la comunidad, los niños y niñas circulados contribuyen a crear lazos sociales entre los dos hogares que, como escribe Mary Weismantel respecto al Ecuador rural, ayuda a producir la red social fuerte, importante y necesaria para sobrevivir en la economía periférica”[22]. Y, para la niña, su propia circulación puede ser una oportunidad de superarse”, como dijeron mis interlocutores: una oportunidad de cumplir con un imperativo moral de progreso socioeconómico[23].

Las diferencias socioeconómicas entre Eulalia y Dolores nos recuerdan algo que se puede observar en muchas culturas: que la clase social juega un rol importante en quién da y quién recibe un hijo o hija. En las mejores circunstancias, como se ha documentado en Melanesia, la circulación infantil puede ser un intercambio de niños entre familiares o amigos cercanos, una transacción que continuará por generaciones y que fortalece una relación o alianza previamente existente. Se pueden encontrar ejemplos de ello en el trabajo de Vern Carroll[24] en Oceanía, Esther Goody[25] en África del Oeste y en el trabajo de Weismantel[26] sobre formas de crianza en el Ecuador rural. En las peores circunstancias, las familias pobres dan sus hijos/as a familias de clase acomodada y la relación, a pesar de ser representada como una forma de crianza, es percibida como una forma de explotación en la que los niños/as reciben muy poco; el tipo de alianza que se crea por medio de este intercambio es cualitativamente distinta. En el caso de los restavecs haitianos –palabra que en francés significa quedarse con” y que implica acogimiento familiar además de esclavización[27]–, menos de la mitad de los niños/as son ubicados con parientes o padrinos. En todo caso, estas niñas y niños en extrema pobreza son tratados de un modo distinto al de los hijos/as que nacen de sus padres de acogimiento”: a pesar de que esta estrategia se realiza de modo similar a otros tipos de crianza, tiene trasfondos negativos de explotación y maltrato.

Las circulaciones infantiles que ocurren en Ayacucho presentan una mezcla de estas dos posibilidades. Sin embargo, en la teoría local, el maltrato que se asocia con la diferencia de clases —como en el caso del restavec de Haití— puede ser silenciado y superado por una relación preexistente y mutuamente reconocida entre los adultos involucrados. Tanto Milagros como Luisa fueron reubicadas en hogares de familiares, específicamente de individuos reconocidos por compartir consanguinidad materna[28]. Estas reubicaciones intrafamiliares son comunes y favorecidas porque se cree que, cuanto mayor sea la distancia familiar entre los involucrados, mayores serán las posibilidades de explotación o de que la circulación infantil pueda producir una relación de empleador-empleado. La antropología ha documentado la amplitud del parentesco en la región andina, con tendencia a centrarse más en la familia extensa que en las relaciones entre generaciones[29], lo que significa que el grupo potencial de parientes receptores es bastante amplio. Si no existe parentesco entre el niño/a circulado y los miembros del hogar receptor, este se producirá de algún modo, incluso se incorporará vía el compadrazgo[30] o se enfatizará su pertenencia a un mismo pueblo a través del uso del término paisano/a. Expresar así las relaciones ambiguas que genera la circulación infantil dentro de los términos del parentesco equivale a lo que el antropólogo Greg Urban ha llamado las expectativas discursivas”[31]: una persona que verbalmente hace hincapié en una relación de parentesco está pidiendo a los receptores de su hijo/a que traten al niño/a como si fuera de su propia familia.

En el contexto de pobreza y diferenciación profunda, la circulación infantil constituye una oportunidad para avanzar” en términos socioeconómicos. La petición de Eulalia —que estaba un poco más acomodada que Dolores— de que Milagros se integrara a su hogar fue vista como una gran oportunidad para la niña, quien reconoce que su vida es mejor” de lo que hubiera sido sin dicha oportunidad. Cuando la entrevisté en el 2002, ella se sentía orgullosa de estar estudiando, en vez de estar trabajando arduamente para sobrevivir o, aún peor, de quedarse embarazada, como es el caso de muchas jóvenes pobres. La circulación infantil puede ser vista como una forma de progresar porque, en general, es una reubicación vertical: es decir, la familia que está en la posición económica superior suele ser la que recibe al niño o niña.[32] Las jerarquías socioeconómicas son persistentes y tenaces en todo Perú, y la transferencia de un niño o niña a una clase social superior es vista como una estrategia para salir de la pobreza y un puente para conectar a dos familias de diferentes clases sociales. Así, la circulación infantil les permite transitar entre posiciones socioeconómicas, aunque este movimiento finalmente solidifica la jerarquía social porque las diferenciaciones sociales no se derrumban cuando ciertos jóvenes son los únicos que las traspasan. De este modo, la circulación infantil tiene un rol en la reproducción de clases sociales en Ayacucho.


Poniendo género a la circulación infantil

Por supuesto, ni Milagros ni Dolores me dijeron que la diferencia de clase social entre Dolores y Eulalia fuera la base fundamental para la circulación de Milagros. Esta interpretación es mía, basada en mis observaciones y análisis. Sus palabras señalaron directamente otro tipo de relación de diferenciación reproducido a través de la circulación infantil. Dolores y Milagros recordaron que la razón principal por la que Eulalia pidió que Milagros se integrara en su hogar era porque Eulalia y Tomás tenían sólo dos hijas”. Ambas recordaban que especificaron hijas, enfatizando el género de los niños de los que se hablaba. Esto no es accidental: a pesar de que los niños de ambos géneros son queridos y apreciados por sus aportes sociales y económicos, hay una división de roles de género en los Andes[33]. A los hijos e hijas de la clase migrante con quienes trabajé, se les enseñó a ser relativamente autosuficientes pero, en la vida cotidiana, las niñas cocinan y lavan la ropa, y los niños trabajan esporádicamente, ya sea en el campo (del que ahora están alejados) o en las labores comunales del pueblo, como por ejemplo limpiar la acequia (ver Figura 2). Tradicionalmente, la esfera doméstica andina ha sido femenina y la migración a la ciudad hace que los trabajos de los hombres en el campo sean menos cotidianos de lo que solían ser cuando vivían en sus pueblos de origen. Por eso, en Ayacucho, los niños y niñas circulados usualmente son ubicados en relación al hogar y a la economía doméstica, y la gran mayoría de los casos que encontré eran jovencitas. Cuando la situación en su pueblo de origen no les sirve para que crezcan allí, la ideología sobre género en relación al trabajo determina y limita las formas en que los niños y niñas son reubicados.

 

Figura 2. Mujeres y niños pequeños observan a los hombres y niños preparándose para limpiar los canales de irrigación en el pueblo de Socos, Provincia de Huamanga, Departamento de Ayacucho.
Foto: J. Leinaweaver.

 

Además, las solo dos hijas” de Eulalia se habrían encontrado en una situación incómoda si, en vez de invitar a Milagros a acompañarlas, hubieran invitado a su casa al hermano de Milagros, Eduardo. Un padre responsable ayacuchano tiene como meta prolongar la soltería de la hija, dándole mayores oportunidades para que se eduque y encuentre empleo y, en términos de la política sexual, protegiendo también el parentesco y la reputación de la familia. El género de Milagros no amenazaba a las otras niñas; mas bien apoyó la otra razón importante por la que Eulalia pedía la integración de Milagros a su casa, es decir, la posibilidad de que Milagros proporcionara compañía a las hijas y también a los padres. Este acompañamiento es un tipo de cuidado emocional y material que responde al sentimiento profundo en la región andina de que la soledad es el peor fin posible. El hecho de que se requiera a los niños y niñas para acompañar a los adultos es un hallazgo importante que contrasta con el sistema de guardería norteamericano y europeo.

El enfoque en la búsqueda de compañía nos hace entender aún mejor el razonamiento de Eulalia cuando invitó a Milagros a su hogar: los niños son muy valorados y, como dijeron, solo dos” les parecía muy poco. La presencia de los jóvenes en el hogar es deseable porque acompañan en la economía emocional y ayudan en la economía doméstica. Pero —especialmente en las áreas urbanas como la ciudad de Ayacucho— el deseo de tener más hijos puede colisionar con la posición del estado peruano que quiere disminuir la fertilidad indígena. Durante la dictadura de Fujimori, más de un cuarto de millón de mujeres, principalmente indígenas y pobres, fueron sometidas a cirugías de esterilización[34]. En este contexto, la circulación de menores puede convertirse en una respuesta que contrarresta esta política demográfica: se puede distribuir un gran número de niños y niñas entre parientes, compartiendo la carga de su cuidado además del beneficio de su compañía. Al mismo tiempo, dado el valor que generalmente se atribuye a los niños/as, la circulación infantil es también una táctica para satisfacer el deseo de tener más hijos: es más económico que una intervención médica, y es más íntimo y confiable que la adopción legal.

 
Acostumbrándose y desacostumbrándose

La circulación infantil puede servir como alternativa a tratamientos para la fertilidad y a la adopción legal solo si realmente funciona como un método para formar familia. Y es aquí donde resalta la segunda parte del pedido de Eulalia. La segunda razón por la que Eulalia quería que Milagros se uniera a su hogar era porque, durante los tres años en que Dolores y sus hijos vivieron con ellos, la familia se había acostumbrado” a la compañía de Milagros. Cuando empecé mi trabajo de campo, no imaginé que la idea de acostumbrarse resaltaría tanto, pero todo el mundo usó esta palabra cuando hablamos de la circulación de niños o niñas. Unos la usaron para explicar cómo nunca llegaron a estar bien en el nuevo hogar (pero no me acostumbré”, como una introducción a su crítica). Otros la usaron para mostrar que finalmente se sintieron cómodos en su nuevo ambiente (y se acostumbró”, como una justificación para la mudanza).

Cuando conocí a Milagros en el 2002, ella ya había estado en la casa de sus tíos, Eulalia y Tomás, durante más de ocho años —once, si añadimos el tiempo en que convivieron las dos familias, aunque ella no lo cuenta así—. Su reubicación había ocurrido hacía tanto tiempo que ella describió el haberse acostumbrado al nuevo hogar como un hecho ya pasado. Los ejes del acostumbramiento son temporales: el acostumbrarse es un proceso largo de construcción de una relación, provocada por una reubicación física. Cuando la circulación del niño o niña conlleva una nueva definición de relaciones familiares, los participantes rápidamente empiezan a usar los términos en concordancia con la nueva relación (otro ejemplo de las expectativas discursivas de Greg Urban). Así, por ejemplo, Milagros empezó pronto a llamar mamá” a Eulalia —título que hasta ahora comparte con Dolores—, pero la relación misma se naturaliza solo con el tiempo: no se trata solo de nombrarla y actuarla sino también de internalizarla e incorporarla. El acostumbrarse es una pieza clave en los recuerdos de las y los jóvenes circulados porque la circulación implica cambio: siempre hace referencia a algo distinto a lo que estaban acostumbrados. Poco a poco el niño o niña transferido se acostumbra y, en el proceso —cuando compara calladamente lo de antes con lo de ahora— se constituye el parentesco. Así, el concepto de acostumbrarse” es una forma productiva de entender la transformación en comportamiento, trato, comodidad y sentimiento que finalmente da, como resultado, la familia.

Cuando las jóvenes me describieron sus procesos de acostumbrarse, frecuentemente se referían a cambios lentos en sus relaciones con los otros, basados en el compartir un espacio y cosas materiales: la casa, la ropa, los útiles escolares. En una entrevista, Milagros describió el modo en que su relación con su nueva familia había cambiado a través del tiempo. Me dijo que ella y sus hermanas –es decir, las hijas de Eulalia– compartían equitativamente las tareas de la casa. También me contó que sus papás, Eulalia y Tomás, son responsables de ella en todos los aspectos, desde su educación hasta su vestimenta. Ocho años atrás, cuando ella acababa de llegar a ese hogar, recordó que las otras dos niñas tenían mucha ropa y ella no tenía casi nada. Eulalia y Tomás le consiguieron ropa, poco a poco. Ahora sus padres compran todo de tres en tres, para no provocar envidia entre las hijas.

Sin embargo, es interesante notar que Dolores, en otra entrevista, me contó una historia algo distinta. Me dijo que hasta hacía dos años, ella misma compraba los útiles escolares de Milagros —una simbología importante entre migrantes, cuya meta central es educarse—. En sus palabras: a mi cuñado le dije, ‘sabes que va este, Milagros tiene que trabajar ya, porque ya no puedo ayudarle, ya no puedo ayudarla porque su hermano también [está] en superior, ya está en su estudio, y sus menores también están siguiendo, no puedo ayudar ya porque me falta ya,’ le digo. Entonces mi cuñado se ha decidido a su manera, ‘ya pues ya no, no te metas, si, yo voy a sacar profesión, ya va ser de mí ya, va salir profesional también, va ser mi problema, ya no te metas, déjalo ya,’ me dijo. Entonces dos años ya he dejado, he ayudado hasta ahorita”.

Si consideramos los años que Milagros ha estado en casa de Eulalia, la distancia espacial y emocional entre ella y su familia natal, la transferencia lenta de responsabilidades económicas de Dolores a Eulalia y Tomás, el afecto entre las tres hermanas y la igualdad percibida en la distribución de tareas de la casa, podemos concluir que todas estas señales generaron en Milagros el sentimiento de que ella pertenecía al hogar de Eulalia. Cuando Milagros hablaba de acostumbrarse, estaba describiendo un proceso, provocado por su misma circulación, que produce y refuerza las relaciones de parentesco.

Que uno se haya acostumbrado significa que la circulación del niño o niña ha sido un éxito, y que la joven se ha integrado e incorporado, gracias a la forma en que la recibieron y a sus propios esfuerzos. Pero también, parece que el acostumbrarse necesariamente implica el cambio o la ruptura de otras relaciones. George Foster escribió sobre la noción del bien limitado”, una percepción entre las sociedades campesinas latinoamericanos en las que, por ejemplo, la madre tiene una cantidad limitada de amor para ofrecer a sus hijos y, por tanto, lo divide con cada nuevo hijo[35]. La tensión que los jóvenes sienten al integrarse en un hogar y distanciarse del anterior es parecida. Milagros me contó que las dos hijas de Eulalia eran como sus hermanas porque ya me acostumbré muchos años, ya me siento así. [Mis] otros hermanos…también, pero no tanto”. Juana, su hermana mayor de nacimiento, estuvo de acuerdo al afirmar que Milagros no vive conmigo. Ella es más como una amiga que una hermana”. Para acostumbrarse completamente a una nueva situación, se debe sentir que la vida previa es ajena. De este modo, ni bien Milagros se iba acostumbrando a la nueva familia, a su posición socioeconómica, al barrio más céntrico y a una mejor escuela, también estaba desacostumbrándose a su vida previa, un ambiente caracterizado por el polvo que proviene del viento de las calles no pavimentadas. En una ocasión me dijo, a veces…cuando voy [donde mi mamá] me siento incómoda, no estoy bien porque no estoy acostumbrada allá, es diferente…hay mucho polvo”. Este ejemplo indica la posibilidad de que Milagros podría estar acostumbrada a solo un hogar y familia a la vez.

La casa a la que Milagros se había acostumbrado estaba localizada en un vecindario acomodado de Ayacucho. A pesar de que la acera frente a la casa de Eulalia y Tomás no estaba pavimentada, muchas de las calles lo estaban y por allí pasaba un microbús hacia  la ciudad. En el barrio hay colegios, tiendas y cabinas de internet. La primera vez que visité la casa, los niños del barrio que jugaban en la azotea bajaron a abrir la puerta de la entrada, que estaba rodeada de un jardín de flores y plantas. Al entrar había un patio —la mitad pavimentado y la otra no— y una casa hecha de material noble (así consideran los peruanos al cemento, en contraste con el adobe). Una habitación visible desde el patio estaba llena de muebles, sillas y artefactos electrónicos: radio, televisión y un VHS en que proyectaban la filmación del cumpleaños de Tomás. Al otro lado del patio y bajando unas escaleras, una puerta de metal daba paso a una cocina con el suelo enlucido con cemento en rojo brillante, con una mesa de madera, un estante, un refrigerador cubierto de pegatinas de McDonald’s que fueron traídas de Lima y una repisa con un lavadero amplio y blanco. Nunca vi la casa entera.

La casa de Dolores, en cambio, estaba en un barrio polvoriento alejado de la ciudad de Ayacucho, muy accesible en bus, a 50 centavos el billete (aproximadamente US$0.15, el mismo precio que una llamada local: el trayecto en microbús y las llamadas locales no son de fácil alcance para los jóvenes, por lo que caminan muchas millas al día para visitar a amigos que puede que no estén en casa). El barrio es tranquilo y amigable: se escucha frecuentemente el quechua y el castellano, los caminos no están pavimentados y los vecinos se visitan unos a otros y comparten comidas. Las casas no están ordenadas por número y nombre de calle, sino por número de cuadra y número de lote, una característica de los barrios formados por las famosas invasiones, en las que un grupo de personas ocupa un espacio público de forma coordinada para apropiarse de los terrenos. Cuando visité la casa, separada de la calle y los vecinos por una pared alta de adobe, vi un jardín hermoso y verde, donde un gato y un perro corrían libremente, con un pequeño baño cerca de la entrada. Un pasadizo de tierra llevaba a dos habitaciones de adobe separadas una de la otra: una con un catre para Juana y a veces para la mamá[36], y otra para el hermano menor, Eduardo, quien estuvo trabajando en la selva amazónica durante una gran parte de mi trabajo de campo. En su ausencia, trajeron una estufa de gas a la habitación, convirtiéndola en cocina. Debido a que un tanque de gas cuesta $10, cuando la economía es limitada no es fácil reemplazarlo, por lo que tenían una cocina de leña en la tercera habitación, en la que también vivían los cuyes[37] de Juana. Detrás de las habitaciones, había un pequeño sembrado de maíz y un corral de gallinas y palomas. A pesar de que Milagros vivió allí poco tiempo, visitaba con frecuencia, y reconocía que de cierta forma la casa de Dolores representaba sus propios orígenes. Ambos procesos, el acostumbrarse y el desacostumbrarse, tienen lugar dentro de una red de parentesco: ambos involucran cambios emocionales de relaciones tanto con gente como con lugares.

Lo interesante del acostumbrarse es que, en este proceso, la formación de parentesco se hace casi dolorosamente visible. Las relaciones entre parientes y los sentimientos de afecto que se experimentan como innatos, aquí se ven nacer. A través del proceso de acostumbrarse, el espacio entre familiaridad y familia, que a veces se cruza con tanto dolor, se hace perceptible. El parentesco, como la adquisición de cualquier costumbre, es generalmente difícil de ver en proceso de formación. Pero en el caso específico de la circulación infantil, no solo se ve sino que también se escucha: la gente lo discute, lo crítica y lo describe diariamente. Cuando se empieza a prestar atención a la forma en que la gente habla sobre el acostumbrarse y a cómo se acostumbran, se hace patente lo que realmente significan el parentesco y la familiaridad para ellos, así como la realidad que viven cuando se están acostumbrando. Acostumbrarse está constituido por el proceso y el tiempo: no de lo que son las cosas, sino de lo que llegan a ser. El desplazamiento que define la circulación del niño o la niña hace visible el proceso diario de crecer y del desarrollar de la subjetividad conectada. Es un ejemplo de cómo se constituye el parentesco en el tiempo y el espacio. A través de la metáfora del acostumbrarse, los jóvenes me explicaron cómo su circulación activó un proceso similar a lo que la antropóloga Signe Howell (que estudia las adopciones internacionales) ha llamado “kinning”[38].

 
“No es lo mismo”: Crítica y agencia en la formación del parentesco

Dado que el proceso de acostumbrarse provocado por la transferencia de un niño o niña puede producir parentesco, tiene sentido que muchos vean la circulación de niños y niñas como una estrategia para la extensión y consolidación de la familia. Sin embargo, al mismo tiempo, hay que reconocer que transferencias como la de Milagros no son tan idílicas. La circulación del niño o la niña, como ya he sugerido, muchas veces es algo transitorio. A pesar de que algunas relaciones formadas por esta circulación duran toda la vida, se sienten transitorias para quienes las viven. Esta sensación es producida por el conocimiento de que la condición a la que uno se ha acostumbrado es nueva y, por lo tanto, frágil. Incluso años después de estar acostumbrado, puede haber momentos en los que uno siente que no pertenece. Para los jóvenes que son conscientes en el momento de su mudanza (como Milagros) en comparación con los bebés (como Luisa), este sentimiento está formado también por lo que queda del desacostumbramiento: las visitas y la memoria del polvoriento barrio de origen. Debido a que el acostumbrarse ocurre paulatinamente —con una lentitud que oculta los grandes cambios— solo puede ser observado comparando los recuerdos con la actualidad: una jovencita que ha empezado a sentir que pertenece a un nuevo hogar, recuerda que una vez sentía que no pertenecía. En este trabajo de memoria, está construyendo una base para su propia trayectoria hacia la superación y la validación del parentesco.

Concluida mi entrevista con Milagros en noviembre de 2002, a quien por ese entonces no conocía muy bien, en privado cuestioné su aparente satisfacción. Pensé que quizás ella había modificado un poco su historia —algo que se hace para justificar una decisión difícil— o que tal vez una joven podría sentirse obligada a hacer determinadas cosas para no molestar a los mayores que controlan varios aspectos de su vida. Al día siguiente, me encontré con su hermana de nacimiento, Juana. Milagros, de 16 años, era una chica delgada que vestía a la moda, con unos jeans apretados y un polo nuevo; su hermana bromeaba a veces que el viento se la llevaría. En contraste, Juana, de 23 años, vestía moderadamente, tenía un aspecto casi avergonzado y a veces parecía como si quisiera desaparecer. Comenté a Juana que Milagros parecía feliz viviendo con sus tíos. Juana se rió, diciendo que dos años atrás su hermana era infeliz. (Es significante que dijo esa fecha, porque fue el mismo momento en que se dio la transferencia de responsabilidades económicas de Dolores a Eulalia y Tomás). Juana recordaba que Milagros venía a casa llorando, diciendo que sus tíos no la trataban igual que a las otras niñas, que la hija mayor solía pegarle y que la familia reclamaba, diciendo que después de comprarle ropas y de educarla ¡lo mínimo que ella podía hacer era las tareitas! Juana concluyó, entonces, que su hermana no se podía acostumbrar.

Han pasado más de diez años desde que Milagros se mudó. Eulalia y Tomás sufragan todos los gastos de su educación y su ropa, y ella ha ido creciendo acostumbrándose más y más a esta familia. Sin embargo, durante el 2004 había un sentimiento de tristeza y soledad en los correos electrónicos que me envió de vez en cuando. A pesar de que sostenía que su circulación había sido para mejor, uno de sus mensajes concluía, no es lo mismo como con mis verdaderos padres, es diferente, tengo miedo de todo, no hay confianza total”. Y, de hecho, la mayoría de mis interlocutores también hicieron este comentario, indicando que la circulación de un niño o niña, a pesar de que es una estrategia funcional y beneficiosa, generalmente también es algo triste. Muchas veces me dijeron que no es lo mismo”, con connotaciones claramente negativas, no vivir con sus padres. Si el acostumbrarse fuera imposible, no es lo mismo” sería una crítica lógica: incluso cuando un niño circulado se ha acostumbrado casi por completo, no es lo mismo” es un modo fuerte de expresar las incomodidades o ansiedades que persisten.

No es lo mismo” es una expresión importante para las y los jóvenes que fueron transferidos en el momento de nacer o poco después, pues ellos no pueden usar el concepto de acostumbrarse” para expresar sus experiencias. El caso de Rocío, quien compartió su historia conmigo, es un buen ejemplo. A los ocho años, a Rocío le revelaron que sus padres eran en realidad sus abuelos y que Fernandina, su hermana mayor que trabajaba y vivía en Lima, era en realidad su madre. Su padre biológico fue muerto por un soldado bajo la sospecha de que era un subversivo. Rocío me dijo que, cuando sus tías (a quienes ella conocía como sus hermanas mayores) le dijeron quien era su madre, al principio pensó que era una broma. Después, se sintió sorprendida y rechazada. Llegué a tenerle un poco de odio, tal vez un resentimiento, porque yo lo tomé como si [mi madre] me hubiera abandonado, como, no sé, porque nunca me habían dicho eso…Y le tuve rencor hace un año, dos años…[pero] hasta yo misma teniendo un hijo a esa edad no sabría que hacer. Que tal vez tuvo sus razones”. Rocío siguió viviendo con sus abuelos, a quienes continuó llamando mamá” y “papá”, y me contó que se dirige a su madre biológica como Fernandina. Si bien su mamá y papá le dieron amor y afecto, era Fernandina quien constantemente le mandaba dinero para ropa y útiles escolares.

Rocío me dijo que no se arrepentía de no haber crecido con sus padres biológicos; su padre bebía, por lo que no hubiéramos tenido la vida que tenemos ahora, hubiera sido más fea”. Para ella, la vida con sus abuelos era similar a la vida que debería vivirse con los padres; confianza era uno de los pilares de esta relación. Para Rocío, el único indicador de que no es lo mismo” es que siento un poco de recelo decirles ‘me falta esto,’ o ‘necesito esto,’ tal vez un poco de recelo”. En el momento de nuestra entrevista, Rocío estaba perfectamente acostumbrada porque había crecido con sus abuelos como si fueran sus padres. Al mismo tiempo, el conocimiento de la verdad detrás de esta relación era un aspecto al que no le era posible acostumbrarse. Es importante enfatizar que otros niños/as sienten lo mismo con sus familias natales. Una joven con la que hablé pensaba en abandonar la universidad porque no quería pedir a su padre que comprase los materiales que ella sabía que a él, siendo extremadamente pobre, no le sería posible adquirir. Su incapacidad para pedir algo que ella necesitaba no significaba que no estaba acostumbrada, sino que ella no quería que su padre sufriera, ya sea negándole esas cosas o sacrificando otras necesidades. Lo que es interesante en el caso de Rocío es que ella interpretaba su recelo a pedir algo como una cuestión de pertenencia, no de pobreza o consideración.

El punto central que deseo resaltar sobre la historia de Milagros, así como sobre la de Rocío, es que el mudar a los niños/as es una estrategia común de supervivencia y superación en el Perú contemporáneo. Visto desde el contexto histórico y político de Perú, es evidente que la habilidad de enviar a un hijo o hija a otro hogar es una estrategia importante y necesaria para sobrevivir a las condiciones de pobreza. El discurso del acostumbrarse es un método que, a pesar de ser algo imperfecto, permite a los jóvenes desprenderse de sus hogares natales e incorporarse en nuevas familias. Sin embargo, hay bastante ambivalencia acerca de la circulación infantil. Y aunque los padres de nacimiento ven que sus hijos están mejor, si hubieran tenido los recursos materiales y sociales, probablemente habrían preferido que se quedasen en casa. La circulación infantil es un sistema efectivo pero encontré más tristeza, soledad y conflicto de lo que esperaba. Los padres de los niños y niñas circulados enfatizan discursivamente las relaciones de parentesco para promover el buen trato pero, cuando estos últimos dicen no es lo mismo”, delinean un contraste entre sus familias de circulación y sus hogares natales.

Comentarios como este —y los comentarios de Juana sobre cómo Milagros no podía acostumbrarse— son críticas implícitas a la familia anfitriona, al nuevo ambiente y también al trato cuestionable. Albert Schrauwers[39] ha descrito cómo los niños/as en Sulawesi, Indonesia, interpretan sus circulaciones explotadoras comparándolas a la historia de la esclavitud: no pueden abandonar activamente su situación pero, no obstante, la critican de un modo culturalmente relevante. De igual modo, los niños y niñas ayacuchanos circulados producen una crítica moral a través de su evaluación de las posibilidades de acostumbrarse a la nueva casa. Incluso si la decisión de circular no fue hecha por los propios jóvenes, pueden cuestionar o resistir el proceso de acostumbrarse opinando respecto a su nueva situación. Estos argumentos no son autocríticas a la incapacidad de adaptación de los mismos niños/as, ya que frecuentemente la gente se acostumbra a situaciones incómodas. Son más bien quejas legítimas, aunque muy calladas, que evocan maltrato, comportamientos inapropiados y soledad. Incluso, si un niño circulado se ha acostumbrado casi por completo, este es un modo de articular las incomodidades o ansiedades que quedan. Este es un hallazgo importante para la antropología de la infancia porque es un espacio donde registrar la agencia y la resistencia de los niños, muchas veces difícil de documentar. Las medidas de afecto y trato, el asumir la responsabilidad de las compras y la moderación del tiempo y del mismo proceso de acostumbrarse son los factores claves en la evaluación de los jóvenes sobre sus reubicaciones.

Por todo ello, no quiero romantizar la circulación infantil como una extensión idílica de los límites imaginados por la consanguinidad. En particular, al centrarme en la compañía y el acostumbrarse, no quiero minimizar la importancia de las tareas de casa, una forma de trabajo basado en el género. La circulación del niño o niña tiende un puente entre las esferas de familia y trabajo, que en la región andina tienden a estar divididas y a ser hartamente influenciadas por las percepciones del género[40]. En consecuencia, el acompañar a un pariente mayor, en la mayoría de los casos, implica hacer labores domésticas. Estas pueden ser las mismas tareas que el niño o niña hizo en su familia de nacimiento. Sin embargo, Shellee Colen y Roger Sanjek sugirieron que si no se considera el trabajo doméstico como una relación de empleador-empleado, uno sucumbe a la mistificación del parentesco, las tradiciones y el lenguaje que tanto lo acompaña”[41]. La apariencia de las relaciones de parentesco a veces puede ser explotada dando poca o ninguna remuneración económica al niño o niña por las actividades que realiza, aunque se parezcan a los labores de un empleo, como lo enfatizó Juana respecto a las labores que pedían a Milagros que hiciera.

Hasta ahora, he analizado la historia de Milagros para explorar las implicaciones históricas, socioeconómicas, sentimentales y procesales de la circulación de niños o niñas. La circulación infantil es un método vital para producir relaciones, reproducir conexiones sociales y remarcar relaciones de desigualdad en Ayacucho. Al mismo tiempo, es un modo de lucha —de salir adelante y de ayudar a los parientes en un contexto de pobreza y violencia—. Sin embargo, las y los empleados públicos del estado peruano no tienen tiempo ni interés en analizar cuidadosamente cada caso que pasa por sus oficinas. Cuando circunstancias como las de Milagros y Rocío se entrecruzan con la autoridad del estado y los imperativos legales, los varios asuntos que he comentado —el acostumbrarse poco a poco o las intersecciones del parentesco y trabajo— son interpretados de un modo muy distinto.


Considerando nuevamente el abandono de Luisa

La circulación de Milagros logró fines sociales particulares: le dio mejores oportunidades de ser educada dentro de un contexto de pobreza y desigualdad, y capitalizó su género y habilidad de ayudar en las labores domésticas. Promovió la habilidad de Milagros a acostumbrarse, a pesar de que reconocía que no era lo mismo”. Y, quizás más importante, ayudó a fortalecer las relaciones de parentesco, además de las diferencias de clase social, entre Dolores y Eulalia. Podemos considerar los mismos puntos respecto a la declaración de abandono de la bebé Luisa que comenté al principio y podemos preguntar: ¿qué fines sociales han sido excluidos con la intervención del Estado? La pobreza y la desigualdad hicieron que la transferencia de Luisa fuera aún más urgente que la de Milagros: era necesario que fuera transferida a un adulto que pudiera apoyarla. Su género es menos importante por ser una bebé, pero su potencial como trabajadora puede que haya sido un factor en juego en esta transferencia. Además, como bebé, Luisa tendría pocos problemas para acostumbrarse: el caso de Rocío muestra que la tensión de no es lo mismo” descrita por Milagros podría haberse evitado casi por completo, si no fuera por los conocimientos de la diferencia. La circulación de Luisa fue algo lógico para su familia pero la intervención del Estado produjo resultados muy diferentes.

Luisa nació en un pueblito de la ceja de selva ayacuchana, lejos del apoyo social público o filantrópico. Su madre murió dándola a luz y su padre, un campesino muy pobre de unos sesenta años, se sintió incapaz de atender a su hija recién nacida. Como en el caso de Milagros pero con menos años, Luisa fue reubicada en la casa del hermano de la madre, un paso perfectamente normal y aceptado localmente. A pesar de que el nuevo protector de Luisa también era pobre y campesino viudo, contaba con algunos de sus hijos ya mayores que le ofrecieron apoyo económico. Luisa enfermó dos meses después de nacer y su tío, incapaz de pagar el tratamiento médico, la llevó al orfanato para que recibiera atención médica. El tío de Luisa pensó que la cuidarían por cierto tiempo mientras él trabajaba y ahorraba dinero para educarla. Tras firmar un documento que daba control al orfanato sobre la niña, se fue pensando que allí estaría bien cuidada.


La incorporación de orfanatos en la circulación de niños

Explicar la decisión del tío de Luisa de entregarla al orfanato requiere que observemos el contexto social completo. Antes de la violencia, no habían orfanatos en Ayacucho. En el 2000, Fermín Rivera, un catedrático de antropología de la universidad estatal ayacuchana, interpretó este vacío explicándome que antes de la guerra en Ayacucho no había huérfanos. Su argumento se basaba en un análisis riguroso de la palabra wakcha, que traducido del quechua tiene doble significado: huérfano” y pobre”. Esta coincidencia de significados implica que, en los Andes, una persona sin conexiones familiares esta económica y socialmente despojada —es una palabra que personifica lo que Hans Medick y David Dabean denominaron la relación entre las necesidades emocionales y el interés material”[42]—. Mi colega argumentaba que, incluso cuando los padres mueren, no hay huérfanos en los Andes porque siempre hay algún pariente que cuida del niño o la niña. Sin embargo, esta negación de la posibilidad de la orfandad terminó cuando miles de niños y niñas perdieron a sus madres y padres, y mucha gente, sintiendo profundamente el temor y la necesidad, rehusaron la responsabilidad de recibir y cuidar a un pequeño pariente. Fue en estas circunstancias de guerra —no cuando los padres murieron, sino cuando no había parientes que recibieran a los niños— cuando se crearon los huérfanos –y los orfanatos–. El primer orfanato fue abierto en Ayacucho en 1983 y pronto se abrirían varios otros.

Ahora que esos años comienzan a opacarse en la memoria, puede sorprender que los orfanatos ayacuchanos todavía existan. En realidad, los niños que ahora están allí son huérfanos también, aunque muchos de sus padres estén aún vivos. Los huérfanos de ahora están en el orfanato porque no tienen parientes que tengan la capacidad económica o el deseo de asumir la responsabilidad de cuidarlos. Los resultados de la violencia y los efectos de la globalización han producido una pobreza aplastante en la región. Esa precariedad económica conduce a que las familias dejen temporalmente a sus hijos/as en orfanatos para liberarse de esa responsabilidad por un corto período, prometiendo sacarlos después de un tiempo acordado. De esta manera los orfanatos, creados para acoger a los menores sobrevivientes de la guerra, ahora sirven casi como guarderías. Los patrones de circulación establecidos, como el viaje de Milagros a la casa de la tía y la vida de Rocío con sus abuelos, son frecuentemente usados como una especie de seguro social, y el orfanato ha encontrado su nicho en este sistema de seguro no oficial. Como cualquier opción, utilizar el orfanato de este modo tiene sus propios riesgos y beneficios: los beneficios incluyen el asegurar alimento, techo, servicio médico y educación; los riesgos incluyen la posibilidad de que la reubicación temporal pueda convertirse en permanente, si las y los trabajadores sociales y psicólogos determinan que el niño o niña recibe pocas visitas o que su familia es demasiado pobre como para ser capaz de recuperarlo.

Este fue el contexto del internamiento de la bebé Luisa. Su tío, un campesino pobre incapaz de pagar la atención médica que necesitaba, era consciente de que el orfanato era una opción viable para acoger a la enfermita. Sin embargo, según el punto de vista de los empleados públicos, el viudo anciano, incapaz de cuidar a su hija, simplemente regaló la niña a su cuñado, otro viudo anciano. La bebé no solo estaba enferma sino también desnutrida, y estos factores fueron suficientes para considerar el caso como abandono moral y material”. Lo mejor para Luisa, según el abogado de la oficina de adopciones, era que fuera adoptada. La ley peruana dice que los parientes deben ser entrevistados, y el padre y el tío de Luisa declararon que no querían que Luisa fuera adoptada. La impresión que recogí de estos documentos es que Luisa fue llevada al orfanato por su tío porque este estaba desesperado por la enfermedad de la bebé. Quizás él no imaginó todas las implicaciones de este acto o quizás incluso, si las pensó, decidió que debía arriesgarse porque ella necesitaba atención médica urgente[43]. El resultado, cuando el caso llegó a la Corte de Familia, fue que oficialmente la declararon en abandono; según la Corte los hechos eran evidentes, y la niña huérfana de mamá y regalada a su tío…por su progenitor…de 60 años obviamente había sido abandonada.

Declaraciones de abandono como la descrita en las líneas anteriores tienen sus bases en las leyes nacionales e internacionales. Se llevan a cabo bajo el Código de los Niños y Adolescentes, aprobado en 1992 como Ley 26102[44]. Mucho de este código se deriva de la Convención sobre los Derechos de la Niñez de Naciones Unidas (1989). La Convención asume que cualquier gobierno que la ha firmado vela por sus ciudadanos. Sin embargo, en el Perú neoliberal, las y los trabajadores de la Corte familiar y de las oficinas de adopciones —es decir, los intérpretes de estas leyes y sus precursores internacionales—tienen que elegir a la fuerza entre dos aspectos esenciales de la vida del niño/a: el apoyo de los familiares cercanos o un estándar de vida decente. Una de las ironías de la inserción de Perú en la economía moral internacional es que un sistema tan cuidadosamente dedicado a velar por el interés superior del niño” bajo acuerdos internacionalmente definidos termina por estigmatizar las prácticas locales que generan apoyo, producen relaciones sociales y forjan nuevas oportunidades para los niños y adultos más pobres de Perú.


Conclusiones: La circulación del niño(a) como una estrategia social valiosa

En situaciones como la de Luisa, las estrategias de ayuda social andinas como la circulación de niños o niñas pueden entrar en conflicto con la moralidad internacional y la legalidad global que define el Código de los Niños y Adolescentes de Perú y la Convención sobre los Derechos de la Niñez de Naciones Unidas. Que el padre de Luisa la entregue a su cuñado es una forma tradicional de proveerle el cuidado que requiere. Sin embargo, cuando ella entró en el orfanato y el Estado se enteró del caso, esa misma reubicación se convirtió en inapropiada. Forzadas a elegir entre opciones intolerables, las familias pobres que usan la circulación infantil como forma de darles a sus hijos e hijas el cuidado y la educación que requieren, desde el punto de vista del Estado, aparecen como padres desinteresados y desnaturalizados. Asimismo, la malnutrición de Luisa fue considerada por el Estado como otro factor de su aparente abandono. Sin embargo, si usamos como estándar que los niños desnutridos no están siendo cuidados de forma apropiada”, por lo menos un cuarto de los niños y niñas peruanos podrían ser declarados abandonados[45].

En otras palabras, la justificación del Estado para decir que Luisa estaba en abandono se basa en los mismos factores que caracterizan la pobreza en Perú. Sin embargo, la gran mayoría de los niños y niñas pobres, aunque sean circulados o desnutridos, no son declarados en abandono porque no han tenido contacto con el Estado. En otras palabras, cualquier niña o niño pobre está en peligro de ser definido como abandonado cuando por alguna razón ingresa en el sistema del Estado. Lo que nos debe preocupar es que este proceso legal clasifica a todo niño o niña pobre como abandonado. Según la ley peruana, la pobreza no puede ser una justificación para retirar un hijo o una hija a sus padres. Sin embargo, los archivos de abandono revelan un estado neoliberal que critica ferozmente a las familias pobres pero que provee escaso apoyo social o económico. La economía política de la crianza de los hijos se convierte, en los archivos, en el abandono moral y material”, de tal modo que el acto de quitar y exportar a los hijos e hijas de los pobres se normaliza como algo moralmente apropiado y beneficioso.

En casos como el de Luisa, las y los trabajadores del ámbito de la adopción tienen que determinar el interés superior del niño” eligiendo entre la importancia del parentesco y la mejora de las condiciones económicas[46]. La ley peruana y la Convención sobre los Derechos de la Niñez de la ONU insisten en que los niños y niñas tengan ambas. La historia de Luisa demuestra el modo en que, de acuerdo a la Convención, un nivel de vida adecuado” (Artículo 27) y el derecho a conocer a sus padres y a ser cuidado por ellos” (Artículo 7) pueden llegar a oponerse, obligando a los empleados públicos a dar preferencia a lo económico, en una esfera donde la atención a lo económico puede parecerse, incómodamente, a la venta de bebés. La historia de Milagros muestra también la importancia de lo económico, es decir, los gastos de alimentación y educación. Sin embargo, en el caso de Milagros, el sistema local de parentesco no entró en conflicto con las necesidades económicas sino que la circulación apareció como una tercera posibilidad, ambigua pero efectiva.

Si Milagros no hubiera ido a la casa de su tía, habría sufrido los maltratos de su abuela y quizás habría tenido que trabajar en vez de estudiar. Si Luisa no hubiera sido llevada a su tío y después al orfanato, podría haberse convertido en un número de las estadísticas de mortalidad infantil. La conclusión central que podemos extraer de estas historias es que, ante circunstancias difíciles, si se decide reubicar un hijo o hija, es porque se piensa que las otras alternativas son peores. Ante la sujeción a una pobreza implacable que obliga a intolerables elecciones entre alternativas difíciles, puede parecer mejor que un niño o niña no resida con sus padres.

Esa decisión difícil trata de maximizar oportunidades en tiempos de crisis. La circulación infantil puede crear nuevas posibilidades. El niño o la niña puede recibir beneficios que sus familias no le pueden dar, proporcionar dinero a su hogar de nacimiento o solidificar relaciones de las que los adultos dependen para sobrevivir en el día a día. Los ayacuchanos reconocen que no están bien ubicados dentro de la economía global para ayudar directamente a sus hijos e hijas, pero sí son capaces de transferirlos estratégicamente a otras personas que puedan apoyarlos. Estas circulaciones ni son universalmente alabadas ni son libres de ambivalencia o tristeza. Son modos en que las familias ayacuchanas pobres circulan sus hijos para, creativamente, luchar por un mejor futuro y, al intentarlo, van construyendo múltiples conexiones que les son útiles. Cuando el Estado interviene en estas relaciones, atenta contra estas estrategias de supervivencia.

Los ejemplos de la adolescente Milagros y la bebé Luisa muestran la diversidad de la circulación infantil andina. Mis investigaciones demuestran cómo funcionan estas circulaciones, las razones por las que se han convertido en una necesidad en ciertos contextos sociales precarios y cómo pueden desviarse cuando el Estado interviene en las relaciones locales. La lógica cultural de esta práctica está ligada a y produce dos conexiones que son constitutivas de la vida andina: el parentesco y la desigualdad. Respecto al parentesco, la transferencia de niños y niñas es generalmente intrafamiliar y, cuando no lo es, convierte a los involucrados en parientes lo antes posible. Además, las reubicaciones sostienen e incluso producen el parentesco, a través del proceso de acostumbrarse”. Respecto a la desigualdad, la circulación responde a las jerarquías socioeconómicas que caracterizan una región dibujada por su pasado violento —los jóvenes pueden avanzar” por medio de la circulación pero, al mismo tiempo, reifica las mismas jerarquías, en la medida en que ellos mismos empiezan a despreciar sus orígenes. También refleja la desigualdad a nivel global, como base para determinar qué países darán menores en adopción y qué países los recibirán. La circulación infantil es una reproducción social estrechamente ligada al parentesco y la desigualdad.

Lo que quiero subrayar es que estos desplazamientos son ambiguos y complicados. Aunque sería fácil considerar a Milagros como una joven acogida por sus parientes o como una trabajadora doméstica no pagada, no sería correcto simplificarlo así. En realidad, ella estaba viviendo una situación cualitativamente diferente que acarrea sus propias confusiones y retos. El caso de Luisa es quizás más complicado —es tan pequeña que no puede opinar sobre sus traslados y quizás habría muerto si su tío no la hubiera llevado al médico del orfanato—. Pero su caso también muestra cómo las prácticas que se consideran, localmente, que velan por el interés superior del niño pueden ser vistas por el Estado como perjudiciales. Un claro entendimiento de la circulación de niños podría provocar cambios benéficos en las leyes, pero —tal como me dijo una trabajadora judicial receptiva— a menos que las condiciones de pobreza en Perú sean superadas, las familias peruanas seguirán haciendo circular a sus hijos.

La circulación infantil es una estrategia por la que los peruanos manipulan sus entornos sociales y geográficos para sobrevivir y, algún día, progresar. Un enfoque de la circulación infantil dentro del contexto de la pobreza revela que los niños/as tienen un alto grado de iniciativa. Incluso cuando están obligados por una reticencia a criticar una reubicación llevada a cabo en nombre del auto-progreso y a ampliar su contribución a los esfuerzos socioeconómicos de la familia, las y los jóvenes juegan un rol central en la negociación y, en última instancia, naturalizan su circulación a través de la idea de acostumbrarse”, localmente importante. Al final, por tanto, esta es una historia de pertenecer a una familia a la que uno no pertenecía. Quizás una de las herencias más grandes de David Schneider es el reconocimiento de que cada forma de parentesco es construido. Tomando en cuenta cómo los niños y niñas son incorporados en o desviados hacia nuevas constelaciones de parentescos flexibles en Ayacucho, es posible pensar en términos más generales sobre cómo los padres e hijos/as se constituyen en diferentes culturas, contribuyendo al proyecto antropológico de descentralizar el ideal monolítico de la Familia”[47] que aún tiene peso político en muchos países.

 

Notas

[1] Agradecimientos: Este artículo se basó en una investigación que fue financiada por la beca Fulbright IIE, una beca de la Fundación Wenner-Gren, una National Science Foundation Dissertation Improvement Grant y una beca del Jacob K. Javits, además de la generosidad de varios departamentos de la Universidad de Michigan. Agradezco a mis amigos, parientes, y colegas en Perú por su gran apoyo en mi investigación. También quisiera expresar mi agradecimiento a Nicole Berry, Gillian Feeley-Harnik, Susan Frohlick, Sallie Han, Marcia Inhorn, Sabine MacCormark, Bruce Mannheim, Liz Millward, Joshua Tucker, Virginia Domínguez, Julie Peluso y dos revisores anónimos de American Ethnologist por sus oportunos comentarios sobre las versiones previas. Agradezco a Jessica Herrera su trabajo de traducción, a Diana Marre por sugerir este fórum para mi trabajo y a Beatriz San Román por sus valiosos comentarios. Una versión de este artículo apareció en LEINAWEAVER, Jessaca B. On Moving Children: The Social Implications of Andean Child Circulation. American Ethnologist, 2007, vol. 34(1), p. 163-180. © 2007 American Anthropological Association.

[2] Los nombres han sido cambiados para proteger la privacidad. Con respeto al género de la gramática española he decidido hablar de circulación infantil” para evitar escribir continuamente circulación de los niños y las niñas”.

[3] Briggs, 2006; ver también Kapstein, 2003.

[4] Fonseca, 1986, p. 15; Lallemand, 1993.

[5] Por ejemplo, se lo ha documentado en el Pacífico (Ej. Brady ,1976; Carroll, 1970a; Donner, 1999; Modell, 1998), en África Occidental (Ej. Bledsoe, 1990; Goody, 1982; Renne, 2003; Schildkrout, 1973) y en varios otros sitios (Ej. Carsten, 1991 para Malaysia; Kottak, 1986 para Madagascar; Rousseau, 1970 para los Inuit; Schrauwers, 1999 para Sulawesi; Stack, 1974 para los afroamericanos pobres en los Estados Unidos; Trawick, 1992 para los Tamils de Sri Lanka).

[6] Prácticas similares en otras partes de los Andes se pueden encontrar en los escritos del cronista del siglo XVI Juan Diez de Betanzos (1996, p. 102-103) y del cronista del siglo XVII Guaman Poma de Ayala (1980, p.551[565], citado en Mayer 2009, p.223), además de en las investigación de los historiadores James Lockhart (1968, p. 185), Kathryn Burns (1999, p. 16) y Ann Twinam (1999) durante el período colonial; y Nara Milanich (2004, p. 313; ver también Milanich, 2002) sobre el siglo XIX.

[7] Así mismo, distingo la circulación infantil de la adopción, palabra que se usa mucho en Perú como término legal: el traslado documentado de un niño o niña abandonado o huérfano a nuevos padres (ver Leinaweaver 2001, 2009). En este artículo, uso adopción para referirme a la reubicación legal de menores con el conocimiento del estado. Sería preferible un término nativo en lugar de la circulación infantil pero, en Ayacucho, el momento de mudarse a otro hogar es usualmente descrito de modo directo, generalmente con la frase fui a vivir con”.

[8] Schneider, 1984.

[9] Needham, 1971 da un argumento parecido.

[10] Yanagisako y Collier, 1987.

[11] Weston, 1991.

[12] Edwards, 2000; Inhorn, 2003; Ragoné, 1994. Varios trabajos recientes sobre parentesco registran esta historia; para más detalles ver Bouquet, 1996; Carsten, 2000; Feeley-Harnik, 1999; y Franklin y McKinnon, 2001.

[13] Ver por ejemplo, Ginsburg y Rapp, 1995; Kligman, 1992, 1995.

[14] Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003, anexo 2, p. 19.

[15] Revollar Añaños 2001, p. 18. Para la descripción de la violencia me baso en la reciente publicación del Informe Final de La Comisión de la Verdad (28 de agosto de 2003), producido por una comisión independiente formada en el año 2000. También uso como fuentes los trabajos de los académicos peruanos y extranjeros sobre el conflicto interno (e.g., Degregori, 1991, 1997; del Pino, 1995, 1998; Isbel,l 1992, 1998; Kirk, 1991; Poole y Rénique, 1992; Stern, 1998; Urrutía Ceruti, 1987; Vargas Llosa ,1983). El desplazamiento que ocurrió durante la violencia fue de algún modo una aceleración de la ola de migración rural a las urbes, un fenómeno social característico de Perú y del Tercer Mundo desde hace varias décadas.

[16] Una vez que la familia se reestableció en Ayacucho, Ramón apareció de nuevo y temporalmente los acompaño allí. Después desapareció una vez más, pero esta vez para vivir con otra mujer. Sus hijos no lo han visto desde entonces. Mientras tanto, la abuela, la madre de Dolores, retornó a su pueblo en ese mismo año. Según Milagros, su abuela dice que quería recuperar su casa [el pueblo formaba parte del PAR, el Programa de Apoyo a la Repoblación, que construyó casas para los residentes que retornaron después del conflicto], quería regresar porque se sentía mejor ahí”.

[17] La investigación fue conducida principalmente en castellano (también se usó el quechua, la lengua indígena más importante de Perú) y mis métodos incluyeron la observación participante, entrevistas, y análisis de textos. Las imágenes y comprensiones de la circulación infantil son diferentes dependiendo del método, y mi representación de este concepto surge de la triangulación de las memorias compartidas por los jóvenes sobre sus experiencias (en entrevistas o conversaciones que se extendieron a comunicaciones vía correo electrónico y mensajes instantáneos, que hoy en día son muy accesibles), mis observaciones de las vidas de los niños y niñas transferidos a sus nuevos hogares, y los discursos oficiales sobre la transferencia y la adopción (como la literatura producida por las oficinas estatales de adopción sobre la validez de los diversos tipos de familias).

[18] Excepto, desde luego, por la violencia estructural de la pobreza. Sobre ello, ver particularmente los trabajos de Claudia Fonseca (2002, 2006) en Brasil, y otros proyectos similares sobre niños de la calle conducidos por Lewis Aptekar en Colombia (1998) y Tobias Hecht en Brasil (1998).

[19] También por razones menos obvias se hicieron más pobres aún los ayacuchanos durante la violencia: fueron estigmatizados como indeseables y los podían rechazar en puestos de trabajo, trámites de visas, etc., asumiendo que por ser ayacuchanos eran terroristas.

[20] Estos datos estadísticos han sido fuertemente cuestionados por la oposición.

[21] La Primavera 2006, p. 7.

[22] Weismantel, 1995, p. 689.

[23] Ver Leinaweaver, 2008 para más detalles.

[24] Carroll, 1970b.

[25] Goody, 1982.

[26] Weismantel, 1985.

[27] Cadet, 1998; Collard, 2000.

[28] Ver Goodenough, 1970.

[29] Mayer y Bolton, 1980; ver también Weismantel, 2006.

[30] Ver Ossio, 1984.

[31] Urban 1996, p. 131.

[32] La distinción entre relaciones verticales y horizontales es analizada en el compadrazgo o apadrinamiento por Sidney Mintz y Eric Wolf (1950), y es una comparación útil. No todas las circulaciones de menores son unidireccionalmente verticales; yo también vi a jóvenes criados en el campo por sus abuelos porque los ancianos necesitaban compañía o porque los padres no podían cuidarlos debido a la migración, trabajo o encarcelamiento.

[33] Sobre género y división de trabajo en los Andes, ver Babb, en impresión; Bourque y Warren, 1981; Bunster y Chaney, 1989; de la Cadena, 1996; Harris, 1980; Harvey, 1997; Platt, 1986; Valderrama y Escalante, 1997; Van Vleet, 2008; y Weismantel, 1994.

[34] Ver Leinaweaver, 2005.

[35] Foster, 1965, p. 298-299.

[36] Cuando terminé mi trabajo de campo a fines de 2003, Juana estaba viviendo sola en la casa de la madre. Dolores, que trabajaba cobrando pasajes en el servicio de bus de Eulalia, dormía en el camino o mayormente en la casa de Eulalia. Pero en mi última visita en el 2006, Juana, muy contenta, me contó que su madre había vuelto a casa, así como su hermano y hermana menores.

[37] El cuy es un roedor nativo de América del Sur.

[38] Howell, 2003.

[39] Schrauwers, 1999.

[40] Ver Orlove, 2002, p. 101-107.

[41] Colen y Sanjek, 1990, p. 3-4. Ver también Loza et al., 1990. Sin embargo, Margo Smith ha argumentado convincentemente que los servicios domésticos en Perú, a pesar de que perpetúan la desigualdad (poniendo a los indios en su lugar”), de todos modos, provee[n] una de las pocas oportunidades accesibles para mujeres migrantes de clases bajas para movilizarse socioeconómicamente” (1973, p. 192-193).

[42] Medick y Dabean, 1984, p. 10.

[43] Esta imprecisión sugiere peligrosamente un campesino confundido por el sistema. Otra igualmente peligrosa es que el tío intentaba deshacerse cruelmente de Luisa, entregándola al orfanato y aparentando que volvería a buscarla. No tengo la menor duda de que existe confusión, pero esta puede ser tanto una causa como una justificación para el abandono”. Sospecho que la mayoría de las personas que temporalmente dejan a los niños o niñas tienen en mente recuperarlos. El hecho de que esto no siempre ocurra expresa muchas posibilidades: las complicaciones y malentendidos que se producen cuando los menores entran en el sistema, las dificultades de moverse en situaciones de extremada pobreza, la esperanza de que al crecer el niño o niña en su nueva vida aún se acuerde de ellos o la posibilidad mencionada arriba: quizás, con algún grado de conciencia, tenían la intención de abandonarla.

[44] Congreso de la República del Perú, 2000.

[45] La cuarta causa de mortalidad infantil en Perú es la desnutrición (Vásquez and Medizabal 2002:51), y del 25 al 50 por ciento de los niños de seis años o menores están considerados desnutridos (2002, p. 57, 91).

[46] Ludeña Gonzales, 2000, p. 116.

[47] Ver Collier y otros, 1982.

 

Bibliografía

Aptekar, Lewis. Street Children of Cali. Durham, NC: Duke University Press, 1988.

Babb, Florence E. Entre la chacra y la olla: Economía política y las vendedoras de mercado en el Perú. Lima, Perú: Instituto de Estudios Peruanos, 2008.

Betanzos, Juan Díez de. Narrative of the Incas. Austin: University of Texas Press, 1996 [1551].

Bledsoe, Caroline H. “No Success without Struggle”: Social Mobility and Hardship for Foster Children in Sierra Leone. Man (n.s.), 1990, vol. 25 (1), p. 70-88.

Bouquet, Mary. Family Trees and Their Affinities: The Visual Imperative of the Genealogical Diagram. Journal of the Royal Anthropological Institute, 1996, vol. 2, p. 43-66.

Bourque, Susan C., y WARREN, Kay Barbara. Women of the Andes: Patriarchy and Social Change in Two Peruvian Towns. Ann Arbor: University of Michigan Press, 1981.

Brady, Ivan. Adaptive Engineering: An Overview of Adoption in Oceania. In BRADY, I. (ed.). Transactions in Kinship: Adoption and Fosterage in Oceania. Honolulu: University of Hawaii Press, 1976, p. 271-293.

Briggs, Laura. Adopción transnacional: robo de criaturas, familias homoparentales y neoliberal. Trad. Gloria Elena Bernal. Debate Feminista, 2006, vol. 33 (abril), p. 46-68.

Bunster, Ximena, y Chaney, Elsa M. Sellers and Servants: Working Women in Lima, Peru. Granby, MA: Bergin and Garvey, 1989.

Burns, Kathryn. Colonial Habits: Convents and the Spiritual Economy of Cuzco, Peru. Durham, NC: Duke University Press, 1999.

Cadet, Jean-Robert. Restavec: From Haitian Slave Child to Middle-Class American. Austin: University of Texas Press, 1998.

Carroll, Vern. Adoption on Nukuoro. In CARROLL, V. (ed.). Adoption in Eastern Oceania. Honolulu: University of Hawaii Press, 1970a, p. 121-157.

Carroll, Vern (ed.). Adoption in Eastern Oceania. Honolulu: University of Hawaii Press, 1970b.

Carsten, Janet. Children in Between: Fostering and the Process of Kinship on Pulau Langkawi, Malaysia. Man (n.s.), 1991, nº 26, p.425-443.

Carsten, Janet. Introduction: Cultures of Relatedness. In CARSTEN, J. (ed.). Cultures of Relatedness: New Approaches to the Study of Kinship. Cambridge: Cambridge University Press, 2000, p. 1-36.

Colen, Shellee, y Sanjek, Roger. At Work in Homes, vol. 1: Orientation. In COLEN S. y SANJEK, R. (eds.). At Work in Homes: Household Workers in World Perspective. Washington, DC: American Anthropological Association (American Ethnological Society Monograph Series), 1990, p. 1-13.

Collard, Chantal. Stratified Reproduction: The Politics of Fosterage and International Adoption in Haiti. Ponencia en la reunión anual número 99 de la American Anthropological Association. San Francisco, 2000.

Collier, Jane; Rosaldo, Michelle Z. y Yanagisako, Sylvia. Is There a Family? New Anthropological Views. In THORNE, Barrie y YALOM, Marilyn (eds.). Rethinking the Family: Some Feminist Questions. New York: Longman, 1982, p. 25-39.

Comisión de la Verdad y Reconciliación. Informe Final, 2003. [En línea]. <http://www.cverdad.org.pe>. [6 octubre de 2003].

Congreso de la República del Perú. Ley No. 27337. Ley Que Aprueba el Nuevo Código de los Niños y Adolescentes. Promulgada 2 de agosto, 2000. [En línea]. <http://www.msi.gob.pe/portal/dmdocuments/Ord277MSI/09M-TM/Ley%2027337-Adolescentes-al-19-11-2009>. [5 octubre de 2011].

de la Cadena, Marisol. “Women Are More Indian”: Ethnicity and Gender in a Community Near Cuzco. In LARSON, B.; HARRIS, O. y TANDETER, E. (eds.). Ethnicity, Markets, and Migration in the Andes: At the Crossroads of History and Anthropology. Durham, NC: Duke University Press, 1996, p. 329-348.

Degregori, Carlos Ivan. How Difficult It Is to Be God: Ideology and Political Violence in Sendero Luminoso. Critique of Anthropology, 1991, vol. 11 (3), p. 233-250.

Degregori, Carlos Ivan. The Maturation of a Cosmocrat and the Building of a Discourse Community: The Case of Shining Path. In APTER, D. E. (ed.). The Legitimization of Violence. New York: New York University Press, 1997, p. 33-82.

del Pino H., Ponciano. Peasants at War. In STARN, O.; DEGREGORI, C. I.  y KIRK, R. (eds.). The Peru Reader: History, Culture, Politics. Durham, NC: Duke University Press, 1995, p. 377-384.

del Pino H., Ponciano. Family, Culture, and “Revolution”: Everyday Life with Sendero Luminoso. In STERN, Steve J. (ed.). Shining and Other Paths: War and Society in Peru, 1980-1995. Durham, NC: Duke University Press, 1998, p. 158-192.

Donner, William W. Sharing and Compassion: Fosterage in a Polynesian Society. Journal of Comparative Family Studies, 1999, vol. 30 (4), p. 703-722.

Edwards, Jeanette. Born and Bred: Idioms of Kinship and New Reproductive Technologies in England. Oxford: Oxford University Press, 2000.

Feeley-Harnik, Gillian. “Communities of Blood”: The Natural History of Kinship in Nineteenth-Century America. Comparative Studies in Society and History, 1999, vol. 41 (2), p. 215-262.

Fonseca, Claudia. Orphanages, Foundlings, and Foster Mothers: The System of Child Circulation in a Brazilian Squatter Settlement. Anthropological Quarterly, 1986, vol. 59 (1), p. 15-27.

Fonseca, Claudia. Inequality Near and Far: Adoption as Seen from the Brazilian Favelas. Law and Society Review, 2002, vol. 36 (2), p. 397-431.

Fonseca, Claudia. Transnational Influences in the Social Production of Adoptable Children: The Case of Brazil. International Journal of Sociology and Social Policy, 2006, vol. 26, p. 154-171.

Foster, George M. Peasant Society and the Image of Limited Good. American Anthropologist, 1965, vol. 67 (2), p.293-315.

Franklin, Sarah, y McKinnon, Susan. Introduction: Relative Values; Reconfiguring Kinship Studies. In FRANKLIN, Sarah y MCKINNON, Susan (eds.). Relative Values: Reconfiguring Kinship Studies. Durham, NC: Duke University Press,

2001, p. 1-25.

GINSBURG, Faye, y RAPP, Rayna. Introduction. In GINSBURG, Faye y RAPP, Rayne (eds.). Conceiving the New World Order: The Global Politics of Reproduction. Berkeley: University of California Press, 1995.

Goodenough, Ward H. Epilogue: Transactions in Parenthood. In CARROLL, Vern (ed.). Adoption in Eastern Oceania. Honolulu: University of Hawaii Press, 1970, p. 391-410.

Goody, Esther N. Parenthood and Social Reproduction: Fostering and Occupational Roles in West Africa. Cambridge: Cambridge University Press, 1982.

Guaman Poma DE AYALA, Felipe. El primer nueva corónica y buen gobierno por Felipe Guaman Poma de Ayala. Mexico City: Editorial Siglo XXI, 1980, vol. 31. [En línea]. <http://www.kb.dk/permalink/2006/poma>.

Harris, Olivia. The Power of Signs: Gender, Culture, and the Wild in the Bolivian Andes. In MACCORMACK, C. y STRATHERN, Marilyn (eds.). Nature, Culture, and Gender. Cambridge: Cambridge University Press, 1980, p. 70-94.

Harvey, Penny. Los “hechos naturales” de parentesco y género en un contexto andino. In ARNOLD, D. (ed.). Gente de carne y hueso: las tramas de parentesco en los Andes. La Paz: CIASE/ILCA, 1997, p. 69-82.

Hecht, Tobias. At Home in the Street: Street Children of Northeast Brazil. Cambridge: Cambridge University Press, 1998.

Howell, Signe. Kinning: The Creation of Life Trajectories in Transnational Adoptive Families. Journal of the Royal Anthropological Institute, 2003, vol. 9 (3), p.465-484.

Inhorn, Marcia C. Local Babies, Global Science: Gender, Religion, and In Vitro Fertilization in Egypt. New York: Routledge, 2003.

Isbell, Billie Jean. Shining Path and Peasant Responses in Rural Ayacucho. In PALMER, D. S. (ed.). Shining Path of Peru. New York: St. Martin’s, 1992, p. 59-82.

Isbell, Billie Jean. Violence in Peru: Performances and Dialogues. American Anthropologist, 1998, vol. 100 (2), p. 282-292.

Kapstein, Ethan B. The Baby Trade. Foreign Affairs, 2003, vol. 82 (6), p. 115-125.

Kirk, Robin. The Decade of Chaqwa: Peru’s Internal Refugees. Washington, DC: U.S. Committee for Refugees, 1991.

Kligman, Gail. Abortion and International Adoption in Post-Ceausescu Romania. Feminist Studies, 1992, vol. 18 (2), p. 405-419.

Kligman, Gail. Political Demography: The Banning of Abortion in Ceausescu’s Romania. In GINSBURG, Faye y RAPP, Rayna (eds.). Conceiving the New World Order. Berkeley: University of California Press, 1995, p. 234-255.

Kottak, Conrad Phillip. Kinship Modeling: Adaptation, Fosterage, and Fictive Kinship among the Betsileo. In KOTTAK, C. P. (ed.). Madagascar: Society and History. Durham, NC: Carolina Academic Press, 1986, p. 277-298.

LALLEMAND, Suzanne. La circulation des enfants en société traditionnelle: prêt, don, échange. Paris: Éd. l'Harmattan, 1993.

LA PRIMERA. Uno de cada dos peruanos es pobre. La Primera, 15 de julio de 2006, p. 7.

Leinaweaver, Jessaca. Kinship and Adopting Strategies in Peru. The Oriental Anthropologist, 2001, vol. 1 (2), p. 18-24.

Leinaweaver, Jessaca. Mass Sterilizations and Child Circulations: Two Reproductive Responses to Poverty in Peru. Anthropology News, 2005, vol. 46, p. 13-18.

Leinaweaver, Jessaca. Improving Oneself: Young People Getting Ahead in the Peruvian Andes. Latin American Perspectives, 2008, vol. 35 (4), p. 60-78.

Leinaweaver, Jessaca. Los niños ayacuchanos: una antropología de la adopción y la construcción familiar en el Perú. Trad. Adriana Soldí.  Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2009.

Lockhart, James. Spanish Peru: A Social History. Madison: University of Wisconsin Press, 1968.

Loza, Martha; Mendoza, Rosa; Valverde, Flor y Luza, Paulina. Así, ando, ando como empleada. Lima: IFEC/ Instituto de Publicaciones Educación y Comunicación, 1990.

Ludeña Gonzalez, Gerardo F. Un debido proceso de adopción para nuestros niños y adolescentes. Lima: G & S Editores, 2000.

Mayer, Enrique y BOLTON, Ralph (eds.). Parentesco y Matrimonio en los Andes. Perú: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1980.

MAYER, Enrique. The Circulation of Children: Kinship, Adoption and Morality in Andean Peru by Jessaca B. Leinaweaver. The Journal of Latin American and Caribbean Anthropology, 2009, vol. 14 (1), p. 220-224.

Medick, Hans y Sabean, David Warren. Interest and Emotion in Family and Kinship Studies: A Critique of Social History and Anthropology. In MEDICK, Hans y SABEAN, David W. (eds.). Interest and Emotion: Essays on the Study of Family and Kinship. Cambridge: Cambridge University Press, 1984, p. 9-27.

Milanich, Nara. Historical Perspectives on Illegitimacy and Illegitimates in Latin America. In HECHT, Tobias (ed.). Minor Omissions: Children in Latin American History and Society. Madison: University of Wisconsin Press, 2002, p. 72-101.

Milanich, Nara. The Casa de Huérfanos and Child Circulation in Late-Nineteenth-Century Chile. Journal of Social History, 2004, vol. 38 (2), p. 311-340.

Mintz, Sidney W. y WolF, Eric R. An Analysis of Ritual Co-Parenthood (Compadrazgo). Southwestern Journal of Anthropology, 1950, vol. 6 (4), p. 341-368.

Modell, Judith S. Rights to the Children: Foster Care and Social Reproduction in Hawai’i. In FRANKLIN, Sarah y RAGONÉ, Helena (eds.). Reproducing Reproduction: Kinship, Power, and Technological Innovation. Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1998.

Needham, Rodney. Remarks on the Analysis of Kinship and Marriage. In NEEDHAM, Rodney (ed.). Rethinking Kinship and Marriage. New York: Tavistock, 1971, p. 1-34.

ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS. Convención sobre los Derechos del Niño. Resolución de la Asamblea General 44/25, 20 noviembre 1989. [En línea] <http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm> [1 de junio de 2008].

Orlove, Ben. Lines in the Water: Nature and Culture at Lake Titicaca. Berkeley: University of California Press, 2002.

Ossio, Juan M. Cultural Continuity, Structure, and Context: Some Peculiarities of the Andean Compadrazgo. In SMITH, R. T. (ed.). Kinship Ideology and Practice in Latin America. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1984, p. 118-146.

Platt, Tristan. Mirrors and Maize: The Concept of Yanantin among the Macha of Bolivia. In MURRA, J. V.; WACHTEL, N. y REVEL, J. (eds.). Anthropological History of Andean Polities. Cambridge: Cambridge University Press, 1986, p. 228-259.

Poole, Deborah, y Rénique, Gerardo. Peru: Time of Fear. London: Latin America Bureau, 1992.

Ragone, Helena. Surrogate Motherhood: Conception in the Heart. Boulder, CO: Westview Press, 1994.

Renne, Elisha P. Population and Progress in a Yoruba Town. Ann Arbor: University of Michigan Press, 2003.

Revollar Añaños, Eliana. Los desplazados por violencia política en el Perú. Allpanchis, 2001, vol. 58 (2), p. 9-31.

Rousseau, Jérôme. L’Adoption chez les Esquimaux Tununermiut, Pond Inlet, Territoire du Nord-Oeste. Québec: Centre des Etudes Nordiques/ Université Laval, 1970.

Schildkrout, Enid. The Fostering of Children in Ghana. Urban Anthropology, 1973, vol. 2, p. 48-73.

Schneider, David M. A Critique of the Study of Kinship. Ann Arbor: University of Michigan Press, 1984.

Schrauwers, Albert. Negotiating Parentage: The Political Economy of “Kinship” in Central Sulawesi, Indonesia. American Ethnologist, 1999, vol. 26 (2), p. 310-323.

Smith, Margo L. Domestic Service as a Channel of Upward Mobility for the Lower-Class Woman: The Lima Case. In PESCATELLO, A. (ed.). Female and Male in Latin America: Essays. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1973, p. 191-207.

Stack, Carol B. All our Kin: Strategies of Survival in a Black Community. New York: Harper and Row, 1974.

Stern, Steve J. Beyond Enigma: An Agenda for Interpreting Shining Path and Peru, 1980-1995. In STERN, Steve J. (ed.). Shining and Other Paths: War and Society in Peru, 1980-1995. Durham, NC: Duke University Press, 1998, p. 1-9.

Trawick, Margaret. Notes on Love in a Tamil Family. Berkeley: University of California Press, 1992.

Twinam, Ann. Public Lives, Private Secrets: Gender, Honor, Sexuality, and Illegitimacy in Colonial Spanish America. Stanford: Stanford University Press, 1999.

Urban, Greg. Metaphysical Community: The Interplay of the Senses and the Intellect. Austin: University of Texas Press, 1996.

Urrutia Ceruti, Jaime. La violencia en la región de Ayacucho. In ARGUEDAS, I. J. M. (ed.). Los niños de la guerra. Ayacucho: Instituto de Estudios Regionales José Maria Arguedas, 1987, p. 15-25.

Valderrama, Ricardo y Escalante, Carmen. Ser mujer: warmi kay: la mujer en la cultura andina. In ARNOLD, D. (ed.). Mas allá del silencio: las fronteras de género en los Andes. La Paz: CIASE, 1997, p. 153-170.

Van Vleet, Krista E. Performing Kinship Narrative, Gender, and the Intimacies of Power in the Andes. Austin: University of Texas Press, 2008.

Vargas Llosa, Mario. Inquest in the Andes: A Latin American Writer Explores the Political Lessons of a Peruvian Massacre. New York Times Sunday Magazine, Julio 1983, vol. 31, p. 18-23.

Vásquez, Enrique y Mendizabal O., Enrique. ¿Los niños… primero? El gasto público social focalizado en niños y niñas en el Perú 1990-2000. Lima: Universidad del Pacífico/ Centro de Investigación/ Save the Children Suecia, 2002.

Weismantel, Mary. Alimentación, género y pobreza en los andes ecuatorianos. Quito: Biblioteca Abya-Yala, 1994.

Weismantel, Mary. Making Kin: Kinship Theory and Zumbagua adoptions. American Ethnologist, 1995, vol. 22 (4), p. 685-709.

Weismantel, Mary. Ayllu: Real and Imagined Communities in the Andes. In HYLAND, S. E. (ed.). Community Building in the Twenty-First Century. Santa Fe: School of American Research, 2005. 

Weston, Kath. Families We Choose: Lesbians, Gays, Kinship. New York: Columbia University Press, 1991.

Yanagisako, Sylvia y Collier, Jane. Toward a Unified Analysis of Gender and Kinship. In COLLIER, Jane y YANAGISAKO, Sylvia (eds.). Gender and Kinship: Toward a Unified Analysis. Stanford: Stanford University Press, 1987, p. 14-50.

 

© Copyright Jessaca B. Leinaweaver, 2012.
© Copyright Scripta Nova, 2012.

 

Edición electrónica del texto realizada por Beatriz San Román Sobrino.

 

Ficha bibliográfica:

LEINAWEAVER, Jessaca B. El desplazamiento infantil: las implicaciones sociales de la circulación infantil en los Andes. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de marzo de 2012, vol. XVI, nº 395 (13). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-395/sn-395-13.htm>. [ISSN: 1138-9788].

Índice del nº 395
Índice de Scripta Nova