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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVI, núm. 395 (25), 15 de marzo de 2012
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

UN NUEVO GIRO EN LA TEORÍA DEL PARENTESCO: UNA MIRADA CONJUNTA A LA ADOPCIÓN Y LAS TÉCNICAS DE REPRODUCCIÓN ASISTIDA (TRA)

Judith Schachter
Depto. de Historia – Carnegie Mellon University

Traducción: Miguel Gaggiotti

Recibido: 20 de noviembre de 2011. Aceptado: 15 de diciembre de 2011.

Un nuevo giro en la teoría del parentesco: una mirada conjunta a la adopción y las técnicas de reproducción asistida (TRA) (Resumen)

Este artículo analiza el rol de los estudios sobre adopción en la larga historia de la teoría del parentesco del siglo XX. Presenta brevemente la prehistoria de la «transferencia de niños y niñas» antes de la obra de Schneider de 1984, A Critique of the Study of Kinship. A continuación, se centra en la atención reciente sobre el tema, desde la perspectiva de las «contextualizaciones múltiples» de George Stocking, que alteran el «diálogo interno» de la antropología. Posteriormente, analiza los modos en que los estudios sobre adopción y reproducción asistida han divergido, derivando en diferentes perspectivas sobre la naturaleza, la cultura, la elección y la inevitabilidad. Para concluir, sugiero que una mirada conjunta a las técnicas de reproducción asistida no solo enriquece el diálogo interno de la antropología sobre el parentesco, sino que también ofrece un marco para un análisis más riguroso de los cambios en la reproducción en un contexto global.

Palabras clave: historia de la antropología, teoría del parentesco, adopción, circulación de niños y niñas.

Bringing Adoption and ARTs Together: A new turn in kinship theory (Abstract)

This article analyzes the role of adoption studies in the long 20th century history of kinship theory.  I summarize a pre-history of this “transfer of children” before Schneider’s 1984 A Critique of the Study of Kinship.  Then I focus on recent attention to the subject, drawing on George Stocking’s framework of “multiple contextualizations” that alter the “internal dialogue” of anthropology. In the next section, I discuss the ways in which studies of adoption and technologically assisted reproduction have diverged, issuing in differing perspectives on nature, culture, choice, and inevitability.  In conclusion, I suggest how bringing adoption an ARTs together not only expands an internal disciplinary dialogue on kinship but also offers a framework for more rigorous analyses of rapidly changing modes of reproduction in a global context.

Key words: history of anthropology, kinship theory, adoption, child circulation.


El domingo 28 de agosto de 2011, el New York Times Magazine publicó un conjunto de cartas y mensajes de correo electrónico que respondían a un artículo sobre la decisión a la que a menudo se enfrentan las mujeres que utilizan técnicas de reproducción asistida: la reducción de trillizos o mellizos a un solo feto. Ya fuera de manera empática, simpática o enfadada, quienes escribían profundizaban en la cuestión de la elección que implica convertirse en padres y/o madres. El artículo de Ruth Padawer del 14 de agosto, «El embarazo de dos-menos-uno», no es el único que ha provocado un debate público acerca de la forma más adecuada y correcta de reproducción. Similares textos se han publicado impresos o en Internet, todos ellos con el mundo de las Técnicas de Reproducción Asistida (TRA) en primer plano y el de la adopción de fondo. ¿Por qué, preguntaba una persona adoptada en respuesta al artículo de Padawer, pasan las personas por estos «dilemas morales creados por ellas mismas en lugar de considerar la adopción»?

A lo largo de las discusiones, la posibilidad de elección es lo que provocaba los comentarios más encendidos. Al final, la reafirmación de la biología parece ofrecer una salida a la discusión. Es como si la referencia a la biología liberara a las personas de las consecuencias inquietantes de la elección –una especie de red de seguridad–. Y la biología se transforma en «naturaleza»: la reproducción natural frente a la elección  domina el debate cuando el tema son las técnicas de reproducción asistida altamente desarrolladas. Lo mismo ocurre cuando el tema es la adopción.

Un debate actual que obliga a reconsiderar la forma en que la antropología conceptualiza el parentesco. Si bien examinar el parentesco en la disciplina puede hacerse desde diversas perspectivas, es el ángulo de la adopción el que mejor revela las controversias en torno de las tecnologías reproductivas. La adopción ha planteado un desafío a la teoría del parentesco durante muchas décadas, y las lagunas en la historia que reviso a continuación apuntan a las posibles fugas de un discurso atrapado en los términos dicotómicos de la biología y la reproducción natural frente a la elección individual y la parentalidad socialmente construida «como-si».

Un destacado historiador de la antropología, George Stocking, invita a considerar la «contextualización múltiple» o los factores externos que alteran el  «diálogo» interno de la antropología[1]. La importancia actual de estos factores requiere de la revisión histórica incluida en la primera parte de mi trabajo. Analizo la «persona desaparecida» de la adopción y llevo mi historia hasta el presente, con una consideración acerca de cómo la teoría del parentesco puede avanzar en el futuro.

El siglo XXI de la disciplina centra su preocupación en dilemas prácticos y académicos: el reconocimiento de la diversidad cultural al mismo tiempo que se defienden los derechos humanos, estableciendo una interpretación equitativa de derechos, sin privilegiar la defensa de uno sobre otro (Occidente y el resto), y examinando el significado (y las consecuencias) de elegir en una época de rápida y extendida innovación tecnológica.


Antecedentes: la adopción en antropología

La adopción se ha convertido en un tema de análisis antropológico muy recientemente, lo cual es sorprendente si se tiene en cuenta cuán ligada está a los temas dominantes de la disciplina. Una cercanía que puede muy bien haber sido la razón de su desgracia, o, al menos, la razón de su traslado desde el centro hacia la periferia.

Durante la mayor parte del siglo XX, cuando se la mencionó, la adopción fue de un dominio a otro: un modo de parentesco, una forma de intercambio, un ejemplo de la costumbre versus la ley y una línea de los estudios del colonialismo/postcolonialismo. Excepto en un capítulo aquí o una sección allí, los teóricos del parentesco evitaron el tema. La antropología se concentró en el análisis de la construcción formal del parentesco, y la adopción quedó en un segundo plano, en tanto que excepción a las reglas. Gráficos y diagramas mostraron un sistema normativo de relaciones de parentesco en el que no hubo lugar para lo marginal o para las acciones individuales y las emociones que desestabilizaban las normas. Para los formalistas, la delegación de la ma/paternidad no importaba, ya que la construcción social del parentesco seguía y confirmaba el modelo biológico de relaciones entre madres/padres e hijos/hijas.

Cuando, a principios del siglo XX, W.H. R. Rivers construyó su modelo genealógico utilitario y potente, creó símbolos para lo femenino y lo masculino, indicando sus conexiones. «Me ha parecido conveniente registrar los nombres de los varones en letras mayúsculas y los de las mujeres en letras normales, y siempre pongo el nombre del marido a la izquierda del de la esposa»[2]. En tipografía más pequeña, los niños/niñas se incluían bajo la pareja casada, sin importar cómo habían llegado a la familia. Incluso hoy los diagramas de parentesco muestran relaciones típicas o normativas: el niño o niña adoptada y el padre o madre adoptivo; el padre o madre que renuncia a un hijo o hija desaparecen perdidos en el mundo ficticio de «como-si» o «igual que» las familias reales.

Los teóricos del intercambio social pusieron la adopción en un marco centrado en la interacción directa entre los individuos involucrados, un enfoque que excluyó la atención al niño/a como niño/a. En esta perspectiva individualista occidental sobre la reciprocidad directa, el niño/a es un puro objeto de transacciones sociales y económicas. En referencia al todo, el niño/a fue representado como un proto-adulto –valorado por sus contribuciones futuras a la sociedad– y su  intercambio se desdibujaba entre las políticas de posición y propiedad, opacando las interpretaciones del niño/a como un bien, como una mercancía. Los análisis sobre la función del intercambio restaron importancia a los relacionados con el cálculo del valor de un niño o niña en particular.

Al mismo tiempo, los niños y niñas impregnan la historia de la disciplina. Hay una multiplicidad de estudios sobre su crianza, sobre «cómo piensan los niños y niñas primitivas» (como dijo M. Mead), así como sobre las tareas asignadas a los niños y niñas en diversos contextos. Estos textos significativos en la historia de la antropología raramente –o nunca– examinan el impacto que los diversos modos de paternidad y maternidad tienen en esos niños y niñas. La importancia para ellos de las transacciones en la paternidad y maternidad cayó bajo el dominio de psicólogos/as o profesionales y técnicos/as, al tiempo que la comunicación a través de las disciplinas era muy limitada.

Un capítulo aquí, una sección allí –las transacciones en la ma/paternidad, la circulación de un niño/a, la creación del parentesco social para sustituir el parentesco biológico–; estos eventos o bien ilustraron la resiliencia de un modelo dominante, o bien constituyeron una (breve) historia de interés humano en términos de intercambio y alianza o de herencia y derechos territoriales.

En 1970, sin embargo, apareció un libro sobre adopción en particular titulado Adoption in Eastern Oceania, integrado por una colección de ensayos sobre transacciones en la parentalidad en un conjunto de sociedades insulares del Pacífico. El editor, Vern Carroll, señaló en su introducción: «...hay un gran riesgo al usar el término “adopción” en etnografía descriptiva sin indicar claramente qué es (si es algo) lo que está siendo traducido por dicho término»[3]. Cada ensayo incluyó la palabra adopción en el título al tiempo que problematizaba el concepto, incorporando la transacción parental en los detalles etnográficos. De hecho, como Carroll anticipaba, no había demasiada similitud entre lo que ocurría en un lugar y otro.

Seis años más tarde apareció una segunda colección, esta vez titulada más cautelosamente, Transactions in Kinship. El editor, Ivan Brady, también señaló las dificultades de definición, al tiempo que sustituyó la palabra adopción por la noción de «transacciones en la parentalidad», en tanto permitía la inclusión de un mayor número de casos de los que permitía el término adopción. Y, mientras el volumen presentaba varios casos de movimiento de niños/as de una persona adulta a otra, así como la reorganización consiguiente de las relaciones sociales y económicas, la transacción se reducía a una elección estratégica. Al renunciar a la connotación eurocéntrica del término adopción, estos antropólogos/as, al igual que sus predecesores, renunciaron a la comparación y, en su lugar, «solo» ofrecieron descriptivos relatos etnográficos.

Ninguno de los dos volúmenes transformaron los enfoques disciplinares, a pesar de la importancia de las sociedades insulares del Pacífico en la historia de la antropología. Asimismo, un artículo seminal sobre adopción de finales de la década de 1960, también se perdió de vista poco después de su publicación. Me refiero al texto de Jack Goody de 1969, «Adoption in Cross-Cultural Perspective», en el que comparaba ejemplos de este fenómeno a través del tiempo y el espacio.

Con pocas excepciones, la adopción parecía obstaculizar la investigación comparada incluso aún más que el parentesco mismo. «Si “parentesco” no significaba lo mismo en diferentes culturas, entonces el esfuerzo comparativo de la antropología falló, simplemente porque no se estaban comparando cosas similares»[4].


Los cambios en el terreno

Más tarde, en 1984, David Schneider cambió la teoría del parentesco por completo. A Critique of the Study of Kinship ha sido considerado un «hito» en la historia de la antropología, y no es una exageración. Schneider se vengó de las premisas teóricas centrales de la disciplina, transformando el diálogo existente. Su libro señaló la existencia de un estrecho etnocentrismo que atravesaba esas premisas teóricas, en tanto los y las antropólogas analizaban el parentesco en el mundo en términos de la dicotomía específica de la cultura euroamericana entre lo «biológico» y lo «social». Schneider se ocupó escasamente de los estudios sobre adopción, más allá de exponer los errores de sus predecesores: esos antropólogos/as, dijo, que sostienen que la sangre es más espesa que el agua[5] (sus cursivas) en todo el mundo.

La referencia de Schneider a la adopción no es concluyente y es ligeramente confusa. De hecho, él se inclina en la dirección de una declaración que había hecho doce años antes, en 1972 según la cual la adopción es «una especie de relación de ‘parentesco’ precisamente por el hecho de que su modelo es la relación biológica»[6]. Luego, en su famoso libro de 1984, se refirió a la importancia de los lazos biológicos de la siguiente manera: «Si el vínculo entre el padre/madre y el hijo/a natural y el niño adoptado fueran igualmente fuertes, ... entonces cuál es la razón por la que la distinción entre relación adoptiva, putativa, ficticia y ‘verdadera’ o ‘real’ debería ser constantemente señalada, como se ha hecho durante los últimos cien años o más»[7]. Quizás debido a la confusión –no está claro quién ha hecho el «señalamiento»–, pasa rápidamente a la cuestión del ajuste de cuentas genealógico.

No hay duda de que el libro de Schneider de 1984 transformó el diálogo interno de la antropología cultural en América del Norte. Si bien el texto de Schneider inicialmente las paralizó, casi de inmediato provocó nuevas reflexiones teóricas sobre el parentesco en antropología. En Estados Unidos, los antropólogos/as recobraron el aliento y fueron al descubrimiento de nuevos paradigmas de análisis, potentes y sólidos. En respuesta al reto de Schneider, los estudiosos/as del parentesco se basaron en la teoría feminista y en «una nueva conceptualización de las bases de conocimiento», en palabras de Janet Carsten, para fortalecer y ampliar la teoría[8]. Nada de esto sucedió en un vacío, y aquí la insistencia de G. Stocking en la contextualización múltiple vuelve a jugar en mi argumento.

En las décadas posteriores al libro de Schneider de 1984, los contextos para un diálogo cambiante incluyeron cambios radicales en las posibilidades de hacer familia y construir relación de parentesco. Las vías para tener hijos/as fueron profundamente agitadas. Los estudios sobre los modos de reproducción produjeron nuevas ideas sobre antiguos dogmas: naturaleza y cultura, personalidad e identidad, y lo (problemáticamente) «humano» en el centro de la historia de la antropología.

Reduciré las complicadas contextualizaciones de tres décadas en tres grandes categorías, tomando como principal referencia a Estados Unidos.

En primer lugar, el avance rápido y dramático de las tecnologías de reproducción asistida convocó a interpretaciones de parentesco occidental no solo a través de las pantallas de los medios de comunicación, sino también en el dominio de la elección individual. La capacidad individual para controlar la herencia genética, el sexo y la génesis de un niño/a cuestionaron de diversas formas los significados de biología, afinidad y naturaleza.

En segundo lugar, las transacciones en la parentalidad se visibilizaron, alterando la convención de «igual que» o «como-si-engendrado» que en las sociedades euroamericanas daban legitimidad a la relación no biológica entre padres/madres e hijos/as. La mayor presencia de madres y padres blancos con hijos e hijas negros relajaron las interpretaciones aceptadas del «emparejamiento» entre familias y niños/as. La raza, la etnicidad y (en menor medida) la religión jugaron nuevos roles en la forma en que las familias construyeron la identidad de los hijos/as. Los padres y madres, los niños/as, los expertos/as y los y las periodistas se apropiaron de conceptos que los antropólogos y antropólogas habían preservado durante largo tiempo en su ámbito disciplinar.

Y eso lleva a mi tercer contexto. El público en general comenzó a hablar del modo adecuado de reproducción, del impacto en los niños/as de la ruptura del vínculo biológico y de la violación de los derechos individuales causada por la negación de los orígenes. Conversaciones cotidianas, así como debates académicos y políticos, produjeron un conjunto de sinónimos –raíces, herencia genética, biología y ADN– que incrementó la afirmación de la naturaleza.

Estas contextualizaciones impactaron en el discurso antropológico de diversas formas. Aún a riesgo de simplificar, me gustaría describir la diferencia de esta manera: por un lado los antropólogos/as han mirado y descrito las diferentes formas de reproducción no-biológica como problemas vinculados al análisis del parentesco. Por otro lado, diferenciaron la adopción como una práctica social de las tecnologías de reproducción asistida que operan sobre el curso de la naturaleza. Sin lugar a dudas, sin embargo, cualquiera sea la aproximación que dominó el debate, la dicotomía entre lo biológico y lo social, la naturaleza y la cultura, continuó manejando el motor de la teorización. David Schneider podría salir de la tumba y señalar que la sombra de la concepción etnocéntrica sigue pesando en cualquier análisis sobre parentesco.

A pesar de la entrada en vigor de un cambio sorprendente desde la relación biológica a social, la adopción ha tendido a permanecer al margen mientras que la atención hacia los modos innovadores de reproducción ocuparon la teoría del parentesco.

Propongo varias explicaciones para ello. La primera recuerda la advertencia de Vern Carroll de 1970: la dificultad de utilizar la palabra adopción para analizar y comparar múltiples prácticas. La segunda se centra en la dramática innovación tecnológica producida en el ámbito de la reproducción. La tercera remite al propio Schneider. Aunque critica el etnocentrismo, él mismo no escapa totalmente a su trampa cuando se refiere a la adopción. Subraya el carácter de «como-si-engendrado» de la construcción de la relación entre padres/madres e hijos/as en la adopción, a partir de la interpretación del fenómeno en la cultura americana. Por otra parte, no deconstruye los elementos que fortalecen el concepto de cómo-si: el secreto y la confidencialidad, la importancia de un contrato legal y escrito, así como el aura positiva en torno a la transacción.

Mientras que Schneider «daba vuelta» el estudio del parentesco, otros antropólogos incursionaban en el terreno de la representación –de la escritura– en la disciplina. Estos enfoques, creo, cambiaron el estudio del parentesco de una manera tan crucial como lo había hecho el libro de Schneider.. Dos años después de su propuesta, George Marcus y Michael Fischer ofrecieron otro camino al proclamar el papel de la antropología como «crítica cultural» y de la etnografía como la base de la teoría social. Gran parte de Anthropology as Cultural Critique se centró en la representación y la ineficacia de una postura (supuestamente) neutral o desconectada. En el mismo año, Marcus y James Clifford publicaron un volumen en el que quienes participaron examinaban las diversas formas de la interpretación y la descripción, enfatizando nuevamente los modos de escribir la cultura. James Clifford insistió en que la etnografía «cultiva una claridad comprometida» y su ensayo legitimó el valor de la auto-reflexividad en las investigaciones antropológicas[9]. Si Schneider desafió la teoría del parentesco, Marcus, Clifford y otros socavaron las nociones heredadas acerca de la objetividad, del sujeto canónico, y la «distancia».

Una perspectiva revisionista sobre el carácter del trabajo de campo, la importancia del compromiso personal y el deber de la antropología de abordar los problemas contemporáneos llevó el análisis de la adopción al centro de la disciplina. El surgimiento de estos estudios sobre adopción dio cuenta del dualismo persistente de la disciplina: la etnografía densamente descriptiva frente a la tarea comparativa. Treinta años después de que Carroll hiciera su advertencia, la misma seguía siendo válida. En 2004, por ejemplo, Fiona Bowie editó el volumen Cross-Cultural Approaches to Adoption. En la Introducción, reconocía la dificultad de utilizar un solo término para referir a múltiples prácticas: «Cuando aplicamos estos términos transculturalmente nos encontramos con más dificultades»[10]. Al igual que los ensayos que integraban los dos volúmenes sobre el Pacífico mencionados anteriormente, los ensayos de la colección de Bowie soslayaron la dificultad, concentrándose en las distintas prácticas. Las diversas narrativas revelaron las múltiples formas en que las personas «mueven» niños y niñas, el uso de dicha transferencia para diversos fines, así como las bases ideológicas sobre la personalidad y la identidad vigentes en la transacción. Estas excelentes contribuciones permanecen del lado de lo particular, rechazando la generalización.

Cuatro años más tarde, en 2008, Susan McKinnon abordó el dilema de nuevo. Al igual que otros académicos/as antes que ella, McKinnon comenzó con una advertencia. «Al principio, entonces, nosotros tratamos de analizar la naturaleza y el impacto de la adopción dentro de una sociedad en particular o hacer comparaciones entre sociedades, para lo cual fue fundamental no combinar diferentes formas de transferir de niños»[11]. Sin embargo, continúa, se puede establecer un método que permita la comparación a través de fronteras culturales y nacionales, sin ignorar las distintas prácticas culturales. Un primer paso es aislar los factores que determinan el carácter y el resultado de la transacción donde quiera que ocurra, la edad del niño/a, por ejemplo, o el papel del secreto en el contexto más amplio. Este es un primer paso. El segundo plantea un análisis comparativo en otro plano. «Si bien muchas de estas preguntas son significativas a un nivel puramente psicológico, también se articulan de manera significativa con la economía cultural y política de sociedades específicas y su relación con las hegemonías de los órdenes postcolonial y global»[12]. Su esfuerzo se centraba en considerar la adopción como un hecho social, pero sin desvincularlo de las relaciones cambiantes de poder en el escenario político y económico mundial.

Su ensayo es el «Epílogo» en una colección de estudios etnográficos en un número especial de Pacific Studies. El mismo no incluyó a la adopción internacional, la práctica que más obviamente vincula las transferencias de niños y niñas a determinadas evoluciones en un contexto externo.


Nuevas direcciones

En 2009, Diana Marre y Laura Briggs editaron un volumen con el título de International Adoption. El subtítulo, «Global Inequalities and the Circulation of Children», cuenta otra historia. En su mayor parte, quienes colaboraron en este volumen analizaron la circulación en términos de disparidades –de recursos y de status entre estados-nación y entre individuos. Desde esta perspectiva, el término adopción representa no solo una particular transacción legal, sino también un concepto hegemónico: la aplicación del concepto expone la forma en que las disparidades limitan las elecciones sobre el destino de los niños y niñas al tiempo que destaca el juego de poder existente en la colocación de un niño o niña. En casi todos los convenios internacionales destinados a proteger a la niñez, la adopción sirve como el lugar ideal –el siguiente mejor a permanecer con la familia biológica–.

La Convención de los Derechos de la Niñez de Naciones Unidas de 1989 y la Convención de La Haya sobre la Protección de los Niños en Adopción Internacional de 1993 consideran los vínculos biológicos entre padres/madres e hijos/as como primordiales, como elementos clave para la seguridad del niño/a y su capacidad de tener una personalidad plena. Cuando la relación se rompe por cualquier razón, los documentos citan la adopción como la garantía de seguridad y de «futuro» para el niño/a. Y el término tiene un significado singular: una transacción legal, sellada por un contrato escrito. Las implicaciones son euroamericanas también, incluyendo la ruptura de los lazos entre la familia de nacimiento y el niño, el establecimiento de una familia «como-si», y la restricción de la elección. Aunque las convenciones son cuidadosas en el reconocimiento del derecho del padre/madre para designar el destino de un hijo, su propio propósito refleja las desigualdades que limitan el poder de un individuo –o de una nación-estado– para determinar ese destino.

El énfasis en la adopción excluye las prácticas consuetudinarias que igualmente sirven para «proteger» al niño/a. Como Ouellette escribe en International Adoption, las convenciones internacionales fallan al reconocer que la adopción plena «no tiene por qué ser la única opción» que provea la seguridad y el interés superior de un niño o niña[13]. En un informe descriptivo de las prácticas canadienses, examina las implicaciones de la adopción plena en las interpretaciones del parentesco y de la persona. Su ajustado análisis empírico revela el grado en que el tribunal encargado de las transferencias perpetúa una determinada visión normativa de las relaciones entre padres/madres e hijos/as como permanente, exclusiva y absoluta. Este es el caso, a pesar de la desaparición de tales acuerdos propiciada desde los países cuya lengua domina los pactos internacionales. Además, para reproducir el vínculo genético, una doctrina de la parentalidad exclusiva define a la persona como algo «dado» o como una entidad natural. Desde esta perspectiva, las «identidades plurales y las afiliaciones» ponen a una persona en situación de riesgo, sin anclaje[14].

La larga sombra de la crítica de Schneider se extiende sobre la vinculación de la seguridad a la permanencia, y del interés superior a una relación diádica. Estos vínculos provienen de las ideologías euroamericanas, y presumiblemente se realizarán por excelencia (quizás de forma exclusiva) a través de la adopción. En consecuencia, los pactos internacionales pueden ser interpretados como una marginación de la adopción, como hizo la teoría del parentesco en las primeras décadas del siglo XX. En el caso de la Convención Internacional de los Derechos de la Niñez de 1989 y de la Convención de La Haya de 1993, dicha marginación ha resultado en que la adopción queda reducida a un instrumento para responder a una relación disuelta.

Supervisadas por expertos/as y elaboradas por autoridades legales, la Convención Internacional de los Derechos de la Niñez de 1989 y la Convención de La Haya de 1993 reflejan los marcos culturales de los estados-nación dominantes –Occidente o el «Norte»–. Como resultado, la adopción plena tiene prioridad en estos documentos y la disyuntiva con las diversas prácticas culturales se oscurece. La construcción social de una relación padre/madre-hijo/a presupone una interpretación de la persona que da lugar, en EE.UU. y en los países europeos, a las reivindicaciones del derecho a saber. Esta expresión implica no solo la necesidad de la sangre, sino también que el «ser persona» tiene su base en orígenes que son «inmutables» y «sustanciales»[15]. Las convenciones, presumiblemente aplicables de forma universal, revelan no solo desigualdades estructurales que prevalecen sobre las diferencias culturales, sino también la convicción persistente de que «la sangre es más espesa que el agua» en todas partes.

Con su como-si como una pátina, la adopción representa el significado de los caminos presumiblemente naturales de tener hijos/as. Interrumpida por una crisis personal o social, la relación normativa entre una persona adulta y un niño/a es reafirmada a través de la adopción legal. Ocupando un espacio cultural clave, la adopción aparece en el extremo opuesto de un continuo desde la reproducción tecnológicamente asistida. Esto es cierto en la conversación diaria y, en general, en el «diálogo interno de la disciplina» a la que Stocking se refería. La contextualización múltiple y la disciplina convergen.


Conclusión

¿Qué está pasando? A juzgar por las cartas y correos electrónicos del mes de agosto del New York Times, las intervenciones tecnológicas en la reproducción dramatizan lo no-natural de unas técnicas que amplían el potencial de los procesos biológicos. En este contexto, mientras que la adopción imita a, la reproducción tecnológicamente asistida interviene en la naturaleza. Sin embargo, claramente, tanto las técnicas de reproducción asistida como la adopción se relacionan con el mismo modelo prescriptivo de base biológica de la reproducción. Y ambos modos de reproducción plantean una perspectiva sobre la elección –sobre la capacidad individual de elegir la forma de tener un hijo/a.

Sin embargo, hay una profunda diferencia en la interpretación dada a la elección en cada caso. En la adopción, la elección se percibe como una forma de mantener el dictamen de la «sangre es más espesa que el agua», donde el emparejamiento de un niño o niña con sus padres se suplementa con búsquedas, visitas al origen y la suposición de que «la herencia genética» satisface el interés superior. El padre o la madre que elige a un niño/a en adopción es una cosa. La persona que escoge controlar a través de la tecnología el género, la salud, y la singularidad de su hijo/a es otra. (Evito aquí entrar en la cuestión del aborto). Desde esta perspectiva, las técnicas de reproducción asistida violan lo natural, no lo biológico, y exponen el discutido significado de la elección en las ideologías occidentales del parentesco.

Para los antropólogos/as, el debate en múltiples contextos debería dejar al descubierto la estrecha relación entre la adopción y las técnicas de reproducción asistida. Una insistencia en la diferencia no hace sino reforzar la «naturalización» de un modelo biológico para las relaciones entre padres/madres e hijos/as, y mantiene el análisis de parentesco en la trampa etnocéntrica en contra de la cual advirtió Schneider. A fin de revisar el diálogo disciplinario, tanto la adopción como las técnicas de reproducción asistida deben ser consideradas como «costumbres peculiares», prácticas histórica y culturalmente construidas –que tienen su carga ideológica, como cualquier otra costumbre–.

Una revisión de la Convención de Derechos de la Niñez y el Convenio de La Haya que tenga en cuenta todos los aspectos de las prácticas tradicionales puede ser considerada evasiva en un mundo marcado por fuertes desigualdades entre ricos y pobres, blancos y negros, norte y sur. El problema va más allá de estos documentos de las Naciones Unidas. Recientemente, los colaboradores de la Anthropology Newsletter –un foro de diálogo interdisciplinario– han descrito las dificultades de mantener una postura relativista, respetando al mismo tiempo las normas universales de los derechos humanos y la dignidad. La adopción no ha estado presente en esas páginas. En cambio, los casos más dramáticos de opresión, discriminación y explotación constituyen el contenido de la conversación. La transferencia de un niño/a, incluso a través de fronteras nacionales, genera grandes debates cuando se conecta a otro tema, como, por ejemplo, el de las personas refugiadas o el trabajo infantil. Si bien estos son sin duda temas críticos, ahora como en el pasado, la transferencia de un niño/a que construye una parentalidad permanente y exclusiva parece lo suficientemente benigna como para ser ignorada.

Una perspectiva internacional sobre tecnologías de reproducción asistida proporciona un panorama radicalmente diferente. Los límites en el uso de las tecnologías de reproducción asistida parecen ser principalmente los inherentes a las propias tecnologías. Lo que se descarta o es ilegal en un contexto puede ser un procedimiento viable en otro. En este terreno, los abogados/as internacionales asumen un amplio abanico de pluralismo cultural y aceptan una postura relativista, como lo han hecho durante mucho tiempo en el caso del aborto. A lo largo de la historia antropológica, las tecnologías de reproducción asistida se han convertido en uno de los muchos campos en que los antropólogos/as exploran el uso de la tecnología en las diversas culturas, a menudo descubriendo las profundas diferencias en la forma en que la gente conceptualiza la naturaleza, piensa el cuerpo, y adapta las innovaciones tecnológicas a las preferencias privadas.

Sin embargo, si volvemos al discurso antropológico sobre el parentesco, y encontramos una salida –el impacto del diálogo disciplinario sobre la «contextualización múltiple» que Stocking mencionaba–, es posible que tengamos una plantilla para las futuras teorías de parentesco. Hay una especie de movimiento circular entre los factores externos y el diálogo interno, lo que Stocking demuestra en sus relatos históricos de la evolución de la antropología como disciplina. El concepto de circulación ahora aparece tan a menudo como lo hace adopción en los análisis de las transferencias de niños/as.

Durante los últimos treinta años, la adopción se trasladó desde la periferia de la disciplina a un respetable centro. Sin embargo, el movimiento es peligroso, en la medida en que el término tiende a reproducir supuestos etnocéntricos sobre la transferencia de un niño/a. La sustitución de circulación en la literatura abre una nueva dirección para la teoría del parentesco en la historia de la antropología. Pero, ¿puede el término, que abarca diversas prácticas y reconoce las diferencias culturales, incorporar el fenómeno de las tecnologías de reproducción asistida? En el mejor de los casos, la circulación sugiere las muchas maneras y los múltiples propósitos que están detrás del movimiento de un niño/a; si el término en última instancia pone a la adopción en el papel que le corresponde como un modo de reproducción entre muchos, entonces las técnicas de reproducción asistida entran, simplemente, como otro modo: el campo de juego se iguala. Como una entre muchas, la adopción cae desde el lugar privilegiado que ha tenido recientemente y, de forma positiva, se mantiene en nuestro discurso interno. La adopción se desvanece en la disciplina y puede también cambiar con el tiempo su papel en las convenciones internacionales, las políticas de los estados-nación y las conversaciones que las personas llevan a cabo en privado y en los medios de comunicación públicos. La ruta entre «múltiples contextos» y «diálogo disciplinario» no es, como bien sabía Stocking, una calle de sentido único, sino un proceso de circulación continua.

 

Notas

[1] Stocking 1987, p. xii.

[2] Rivers 1910, p. 98-99.

[3] Carroll 1970, p. 11.

[4] Carsten 2000, p. 8.

[5] N. del T.: “Blood is thicker than water” en el original en inglés. Se trata de una expresión que enfatiza la importancia de los lazos de sangre.

[6] Schneider, 1972, p. 36.

[7] Schneider, 1984, p. 172.

[8] Carsten 2000, p. 9.

[9] Clifford 1986, p. 2.

[10] Bowie 2004, p. 6.

[11] McKinnon 2008, p. 242.

[12] McKinnon 2008, p. 243.

[13] Ouellette 2010, p. 69.

[14] Oullette 2010, p. 86.

[15] Ver Carsten 2011.

 

Bibliografía

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© Copyright Anna Paula Uziel, 2012.
© Copyright Scripta Nova, 2012.

 

Edición electrónica del texto realizada por Beatriz San Román Sobrino.

 

Ficha bibliográfica:

SCHACHTER, Judith. Un nuevo giro en la teoría del parentesco: una mirada conjunta a la adopción y las técnicas de reproducción asistida (TRA). Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de marzo de 2012, vol. XVI, nº 395 (25). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-395/sn-395-25.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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