Menú principal

Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVI, núm. 418 (15), 1 de noviembre de 2012
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

EL PAIS DE LAS CUENCAS: FRONTERAS EN MOVIMIENTO E IMAGINARIOS TERRITORIALES EN LA CONSTRUCCION DE LA NACIÓN. CHILE. SIGLOS XVIII-XIX

Andrés Núñez
Instituto de Geografía – Pontificia Universidad Católica de Chile
aanunezg@uc.cl

El país de las cuencas: fronteras en movimiento e imaginarios territoriales en la construcción de la nación. Chile siglos XVIII-XIX (Resumen)

La definición de lugares a partir de imaginarios territoriales construidos de manera hegemónica termina por significarlos en torno a lecturas abstractas y normalizadoras.  Sin embargo, espacios menores subsisten y plantean una racionalidad local cuyo dinamismo los remite en un juego dialéctico a su propia región y a contextos referenciales más amplios. En la construcción de la nación, esta relación se manifestó a partir de la existencia de representaciones territoriales marcadas por la diversidad de regiones fluviales, llamadas acá el país de las cuencas, con otras de escala más amplia, como lo fue la construcción de un país homogéneo, integrado y unificado, el país de la nación. Indagar en ese proceso de territorialización y re-territorialización en torno a la nación en formación, con estudio de un caso puntual asociado a la frontera nor-patagónica chileno-argentina, así como resaltar la existencia de fronteras en movimiento a partir de aquél proceso, es el centro de interés del problema formulado por la investigación

Palabras clave: territorio, nación, región, fronteras.

The country of basins: frontiers in motion and territorial imagery in the construction of the nation. Chile, XVIII-XIX Centuries (Abstract)

The definition of places based on territorial imageries built in a hegemonic way ends in abstract and normalizing readings. Smaller spaces, however, still subsist and put forward a local rationality whose dynamism remits them to a dialectical play between their own region and broader referential contexts. In the construction of the nation, this relationship was expressed on the existence of territorial representations marked by the diversity of river regions, which is here called the country of basins, with others of larger scale, as was the construction of a homogenous, integrated and unified country. This research focuses on the process of territorialization and re-territorialization around the forming nation, with a specific study case associated with the northern border of the Chilean and Argentinian Patagonia, and highlighting the existence of borders in motion starting from that process.

Key words: territory, nation, region, borders.


A través del presente texto interesa exponer y reflexionar en torno al proceso de cambio y re-significación territorial que vivió Chile a partir del control espacial en la construcción de la nación entre los siglos XVIII y XIX. Particularmente, la investigación se concentra en la existencia de racionalidades territoriales marcadas por la diversidad de cuencas en una disposición efectiva oeste-este (y viceversa). Aquél aquí llamado País de las cuencas, muy evidente en el siglo XVIII en el reino de Chile, subsistió, más allá de toda lógica del poder nacional, y al contrario de lo que se cree, muy avanzado el siglo XIX y la imagen del territorio chileno, de escala nacional, solo adquirió otra representación ya con el cambio de siglo. Indagar en ese proceso de territorialización y re-territorialización en torno a la nación en formación, con atención en la frontera nor-patagónica chileno-argentina, así como resaltar la existencia de fronteras en movimiento a partir de aquél proceso es el centro de interés del problema formulado por la investigación
[1].

Ese proceso geohistórico permite trabajar ideas de fondo que resultan de interés y de marcada actualidad. Es decir, observamos el proceso que va del país de las cuencas a la lógica territorial de la nación como un escenario que permite poner a la vista problemáticas que en el presente se manifiestan en Chile, aunque también en otras latitudes, acerca del poder o valor de las regiones y los espacios menores[2]. Nos referimos con ello a una pregunta de fondo y a perspectivas en torno a la problemática regional anunciada. La pregunta es ¿cómo surgen y se imponen al territorio determinados puntos de vista, determinados valores e interpretaciones que actúan de modo monopólico o hegemónico? En este marco, observamos la importancia, por un lado, del concepto de región, a partir de lo cual surge la discusión sobre su relevancia, como espacio menor o menos dominante, en relación a proyecciones centralizadoras. Esta formulación impone un replanteamiento de los procesos de regionalización en Chile que, como en el proceso de construcción de la nación, en el presente subsisten bajo la lógica centro-periferia, siendo las regiones – no necesariamente administrativas – las áreas periféricas.

Por otra parte, la pregunta central nos remite a otros dos conceptos: el de globalización y escala. Frente a ellos, surge la pregunta, ¿en qué medida los lugares o regiones se ven en el presente subsumidos en una práctica discursiva de la mundialización?, donde, de allí la importancia de la noción de escala, todo nos remite nuevamente, como en el siglo XIX en la escala nación, a homogeneidad y uniformidad. A pesar del tiempo, la certeza difundida de una globalización exitosa y dominante, lleva a invisibilizar espacios menores, ocultando, siguiendo el título de esta presentación, territorios del tipo del país de las cuencas.  

Plateado así, el problema que a continuación se desarrolla es un asunto del presente e invita a preguntarse sobre regionalización, descentralización, globalización y la vigencia que presentan imaginarios territoriales basados en escalas monopolizadoras en detrimento de una multi-territorialidad basada en la historicidad particular de regiones periféricas o de menor protagonismo.  

Los objetivos planteados, por tanto, tienen que ver con resaltar la existencia de una racionalidad territorial, el país de las cuencas, que perduró más allá de los lineamientos espaciales de la construcción de la nación. A su vez, con identificar los mecanismos de poder que incidieron en el cambio de perspectiva territorial del nuevo país, llevando al país de las cuencas a un segundo plano. En tercer lugar, con evaluar el concepto de fronteras en movimiento en el marco de procesos de conformación de los Estado-nación y, finalmente, con ponderar la posición de un territorio chileno-argentino en el ámbito de frontera, reconociendo una racionalidad territorial particular, en un sentido similar al del país de las cuencas.  


La racionalidad territorial del país de las cuencas. Siglos XVIII y XIX

Cuando nos referimos al país de las cuencas, en lo sustancial, buscamos proyectar la existencia histórica de una racionalidad territorial múltiple y diversa, característica de los siglos XVIII y XIX, cuyo sentido espacial se encauzó y canalizó en una posición oeste-este (y viceversa) a partir de cada cuenca o región fluvial del llamado reino de Chile, primero, y luego, de la nación en construcción. Aquella posición oeste-este la denominamos horizontal en contraposición a la que posteriormente se impondrá, y que se mantiene hasta hoy, cuyo eje será vertical, es decir, de norte a sur o viceversa. 

La importancia de los ríos o regiones fluviales se vio inicialmente expuesta en la posición de las pocas ciudades del siglo XVI en torno a la cuenca de cada río, como, por ejemplo, Santiago y Concepción. En pleno siglo XVI y XVII, el español se las ingenió para vadearlos, no sin sufrir los efectos del caudal de cada uno de ellos, como han expresado varios cronistas[3]. No en vano, durante gran parte de la llamada Colonia y posterior inicio de la nación, el medio principal de comunicación fue el mar, lo que colaboró a conformar un amplio territorio, constituido en partes diferentes según fuese su posición frente al río. Las figuras 1 y 2, fechadas prácticamente en los comienzos de la construcción de la nación,  muestran un territorio “cortado” por los ríos, constituyendo áreas separadas entre un lado del río y otro. Ambas, a su vez, se presentan en sentido oeste-este valorizando el ya comentado sentido horizontal del territorio. Ellas representan un territorio múltiple y diverso. En este sentido, aspecto simbólico relevante, las figuran resaltan las cualidades sensibles y representacionales sobre el orden racional y objetivo del orden espacial.

 

Figura 1. Plano de mar y costa que abraza este partido de Colchagua, dividida en quatro diputaciones (1799).
Colección Biblioteca Nacional, Chile.

 

Figura 2. Plano de las doctrinas de Isla Maule y Parral. 1788.
Archivo Nacional. Capitanía General. Vol. 686.

 

Tal dispersión, interesa recalcar, implicó una pauta simbólica hacia el territorio y, en esa medida, hizo surgir valores y costumbres en el modo de accionar hacia él. El espacio rural al adquirir una dimensión distinta a toda otra previamente conocida, llevó a valorizar áreas que antes no poseían importancia alguna y, en cierto modo, levantó íconos territoriales, como ríos, valles, espacios costeros, accesos transversales como, por ejemplo, el río Maule y toda su zona de influencia, que pasaron a ser actores relevantes del, aunque paulatino, nuevo modo de relación del hombre con el espacio.

El territorio chileno en su conjunto en el siglo XVIII mantuvo, por tanto, a pesar de la serie de lineamientos que buscaban racionalizar el espacio, la característica de un lento ritmo productivo, ruralizado, heterogéneo y diverso y, en esa medida, todavía estuvo inserto en el paradigma de la amplitud del paisaje, donde una naturaleza plural presentaba un valor preponderante que en muchos casos era fronterizo con lo desconocido[4].

Una característica que confirma que la racionalidad colonial del territorio se configuraba a partir de una naturaleza que se imponía robustamente todavía, reflejada, desde nuestro punto de vista, en la dispersión espacial, fue la expresión demográfica del territorio: todavía en el primera mitad del siglo XIX, es decir, cuando el discurso de control territorial a escala nacional comenzaba a presentar rasgos de mayor solidez, la dependencia de la economía del sector agrícola se reflejó en el hecho que apenas un 21,9% de la población del país vivía en centros de más de 2.000 habitantes. Sólo en la zona central, la población urbana era el 24% de la población total[5]. En la práctica, el escenario demográfico de la primera mitad del siglo XIX se concentraba entre la provincia de Coquimbo (limitando al norte con el llamado despoblado de Atacama y cuya capital era La Serena) y la región de Concepción y la Araucanía al sur, con el río Bío Bío como protagonista. Es decir, el mismo espacio reconocido y representado para el reino de Chile[6].

El paisaje colonial y postcolonial de Chile, por tanto, se vinculó a un territorio con núcleos urbanos básicos y precarios. La única y verdadera estructura caminera y territorial fue la rural, que buscaba lograr un orden agrario, ocupando paulatinamente y en medida también reducida, los valles que conformaban las cuencas de los ríos y sus espacios costeros[7]. El panorama general estuvo dominado por amplias áreas vacías, donde solamente casas patronales, caseríos y algunas aldeas dieron forma a este inmenso espacio, fijándose una ocupación territorial espontánea, diversa y dispersa. Los pueblos que se formaron durante el siglo XVIII, incidieron en parte en la morfología del paisaje; sin embargo, a pesar de aquella suerte de “política urbana” por parte de las autoridades españolas, aquellos asentamientos, a los ojos de un visitante, “apenas se llamarían villorrios en Europa”[8].

El país de las cuencas, por tanto, perduró muy avanzado el siglo XIX, indistintamente a los dispositivos de control que el novel Estado fue imponiendo en torno al territorio, precisamente, de la nación. Hacia 1850, las regiones fluviales seguían marcando diferencias entre un área y otra, connotando con ello, diversidad y mundos locales ajenos al devenir de la nación. Así lo expresaba por aquella época un agente del Estado, el ingeniero Augusto Charme, al referirse al río Maule: “... alejadas las dos partes como los serían por una distancia infinita, las poblaciones de las orillas no parecen pertenecer a una misma nación, y la diferencia que bajo todos los aspectos existe entre ellas, es tan notable que el lenguaje vulgar la caracteriza por la denominación del otro Chile dada por el habitante del sur a la parte de la República situada al norte del Maule”[9].

Sin embargo, la prueba más evidente de la existencia de una racionalidad territorial diversa y plural, característica principal del país de las cuencas, aún muy avanzado el siglo XIX, son los innumerables proyectos de canalización y solicitudes de navegación en torno a un porcentaje relevante de ríos de la nación en formación, información contenida en numerosos archivos[10]. Entre otros, se da cuenta de forma amplia del uso de las cuencas de los ríos Aconcagua, Cachapoal, Mataquito, Maule, Claro, Ñuble, Itata, Bío Bío, Bueno, Negro y Valdivia[11]. Para cada uno de ellos existieron solicitudes de navegación o de concesión para la administración de los ríos e incluso buena parte produjo amplios informes y propuestas de canalización de cada región fluvial. 

Lo anterior supone un proceso que merece atención. El modo de producción capitalista, en el marco de la organización de la nación, asumió el imaginario territorial del país de las cuencas como propio, buscando una individualización y control de cada región. Aquello era requisito para dar salida a productos del interior a través de la desembocadura de cada río, que verdaderas “puertas” los comunicaban con el centro distribuidor o puerto oficial, Valparaíso. 

El país de las cuencas, en definitiva, representó durante el siglo XVIII y prácticamente  todo el XIX y en algunos aspectos al inicio del XX, una escala mutiterritorial, donde cada región fluvial representaba una cosmovisión o sentido espacial particular. Aquella identidad en torno a la cuenca fue sobrellevando una re-territorialización bajo dos intervenciones notables que incidieron directamente en una nueva valorización del espacio de la nación en construcción. El primero, la asimilación de parte de las autoridades de un uso más racional del país de las cuencas, a través de los ya mencionados permisos de navegación y proyectos de canalización de los numerosos ríos de la república[12]. El segundo, y clave finalmente, el arribo del ferrocarril a cada cuenca, lo que hizo que el país de las cuencas se desdibujase en un país de escala territorial más amplio: la nación. Las diversas ciudades y asentamientos ribereños dejaron de orientarse hacia el Pacífico y comenzaron a hacerlo hacia el norte, fundamentalmente con Santiago como órgano principal de centralidad[13].        


Dispositivos de poder de la nación en construcción: homogeneidad territorial y heterotopía

La creación de un paisaje, la fijación de su sentido no es un proceso que surja en forma automática. Su marcada historicidad, es decir, su legitimación discursiva a través del tiempo, refleja renovación y cambio en las interpretaciones territoriales. El paisaje es, por tanto, desde este punto de vista, un testimonio humano[14]. En cierto modo, el paisaje se inventa desde lo humano y lo humano se recrea desde el paisaje, en una co-existencia entre sujeto y objeto[15].

Desde aquél punto de vista, una serie de mecanismos de control territorial permitieron que la disposición e imaginario espacial del país llamado Chile derivara hacia una nueva representación, alejando paulatinamente la idea de “varios Chile” o país de las cuencas. Aquellos dispositivos de racionalización territorial fueron claves para imponer un sentido vertical al territorio (norte-sur y viceversa), unificando y homologando diferencias y particularidades regionales, pero, a su vez, rentabilizando en sentido monopólico, aquellas singularidades[16]. Como veremos a continuación, aquello supuso la existencia de fronteras dinámicas o móviles, persistiendo en tal condición incluso con un Chile territorial afianzado desde la perspectiva de su discurso y sentido unificado. De hecho, hasta 1930 aproximadamente, en ello la norpatagonia chilena-argentina es un ejemplo ilustrativo, mantuvo la lógica espacial del país de las cuencas en tanto funcionó tanto en un sentido horizontal (este-oeste), en una perspectiva que iba más allá de la existencia política de cada nación, como bajo un punto de vista regional similar o comparable con el del país de las cuencas.   

A los dispositivos de control territorial impulsados por los borbones durante el siglo XVIII, el imaginario territorial de la nación en construcción fabricó los propios, aunque muchos de ellos fueron la continuación de aquellos. Entre las estrategias de poder que colaboraron a fijar el sentido de nación en un Chile más unitario, se encuentran: (1) el control de los “espacios vacíos”, es decir, la creación de nuevos asentamientos y espacios urbanizados con el fin de controlar distancias y, a través de ellas, al territorio; (2) la búsqueda y acumulación de información, que en el fondo fue una continuación de los cuestionarios borbónicos, en lo que podría denominarse un verdadero catastro de los bienes existentes en el territorio asociado a la nueva nación; (3) la exploración de nuevos territorios, en tanto la nueva nación necesitaba definir su marco territorial, para lo cual era indispensable explorar como sustento para la incorporación de nuevos espacios; (4) la supremacía simbólica de la ciudad sobre lo rural, lo que, como en otras latitudes, colaboró a fijar en lo urbano el dominio de un discurso hegemónico o, como lo ha llamado Foucault, verdadero[17];  (5) la conformación de una historia nacional que diese sentido a sus habitantes, una perspectiva que generó mitos y héroes comunes, impactando en la memoria de la nación y en su necesidad de mirar un futuro fruto de su propia tradición; (6) la materialización del telégrafo, que colaboró a minimizar distancias; (7) del correo, que hizo que la temporalidad sufriera cambios de valorización y sentido; (8) mejoramientos de caminos y puentes, representantes del, como ha dicho Navarro Floria, paisaje del progreso[18]; y (9) la implementación del ferrocarril, tal vez la más simbólica de los dispositivos de control, por enumerar algunas de aquellas estrategias.

Estas fueron, en definitiva, prácticas que terminaron por gestar un sentido común respecto del espacio, una mentalidad acerca de sus temas, un horizonte espacial colectivo. Ese sentido común finalmente modeló una representación moderna del territorio, que hoy  resulta tan familiar y parece como si hubiese existido desde siempre.

¿Qué sucedió, entonces, a partir de este nuevo escenario, con el país de las cuencas?

La respuesta también supone considerar un proceso paulatino. El ejercicio de poder que significó la construcción de la nación impactó sustancialmente en el sentido local o menor de muchos territorios respecto de un marco de carácter, paradójicamente, global o mayor, a partir de una escala territorial amplia, soberana y unitaria que impuso la nación.

Sin embargo, aquello no anuló las perspectivas fragmentarias de la territorialidad de la nación, uno de cuyos íconos fundamentales lo hemos asimilado a través del paisaje del país de las cuencas. En ello el concepto de heterotopía resulta de gran apoyo y utilidad.

En efecto, originalmente usado desde el campo de la filosofía, específicamente Foucault, y con fines de análisis urbano, pensamos que es un término que puede colaborar a comprender que más allá de los dispositivos ideológicos del poder, subsiste en la nación en construcción, una malla territorial de tipo múltiple y diversa que puede ser entendida desde distintas ópticas[19]. Esto nos lleva a resaltar la existencia de muchos territorios, espacios no protagonistas, que se encuentran presentes en el paisaje-nación, antes y ahora.

Desde esta lógica, la nación en construcción se esmeró por comprenderse como cultura territorial, en un sentido estructuralista, es decir, “la cultura de la nación”, a partir de lo cual su territorio fue sinónimo de homogeneidad y uniformidad. Las partes, por tanto, se integraban al todo. Aquella racionalidad dominante, propia de la “cultura de la nación”, se ve reflejada en palabras de uno de los representantes más reconocidos del liberalismo decimonónico, Benjamín Vicuña Mackenna, cuando hacia 1875, refiriéndose a los territorios allende el río Bío Bío, afirmaba: “Nuestro deber primero es someter esa parte de la población a la parte central del territorio del Estado y de poner a cubierto las vidas e intereses de la población civilizada que está en su frontera, y como tal deber no puede ponerse en duda, es indispensable tener presente la extensión de esa frontera..”. En la misma línea, fijaba el “mito” o patrón cultural al representar a la capital del siguiente modo: “Santiago ha sido siempre un modelo vivo de progreso para las demás ciudades de la República. ¿Ha progresado Santiago? Todas las capitales de provincia, los departamentos, las aldeas mismas, se han puesto en viaje hacia el adelanto. ¿Se estanca Santiago? Entonces todas las poblaciones se detienen y comienzan a podrirse... los pueblos en virtud de nuestra férrea centralización, están acostumbrados a mirarse como en un espejo en la capital; han copiado sus adoquines, sus avenidas plantadas de árboles, sus espaciosos caminos de cintura. Como patrón y modelo, el progreso de Santiago equivale al progreso universal de la comunidad...”[20]. Sin embargo, él no era el único, en tanto, como se observa en las citas, la cultura de la nación iba asociada a una relación más amplia en tanto la construcción de  nación iba de la mano con la fe en el progreso.

Visto así, el análisis de la investigación llevó a estructurar una temporalidad que iniciándose con el siglo XVIII definió que el proceso de la racionalización espacial culminó hacia fines del XIX, al menos como certeza y discurso (aún se sigue racionalizando el territorio). Es decir, es coincidente con los tiempos de la apertura del racionalismo como horizonte cultural y, por ende, con el perfeccionamiento de las técnicas de la ciencia. Aquel proceso fue una plataforma ideal para la justificación de una burguesía -definida inicialmente en Chile como oligarquía- que en base a esa plataforma racional justificase la apropiación y control de un espacio nacional que diese sentido e identidad a sus ciudadanos. Como fue expresado: integrar, unificar, homogeneizar, todas facetas de una misma historia[21].

Desde el planteamiento de este escrito, aquello, sin embargo, no fue impedimento para que otras racionalidades, de carácter regional y local, persistiesen. Aquello implicó un proceso paralelo en relación a las fronteras en movimiento, es decir, espacios que requerían integrarse a la nación de modo definitivo.  


Fronteras en movimiento e imaginarios territoriales en la construcción de la nación

Lo expuesto en el apartado anterior, es decir, el proceso temporal de invisibilización de las heterotopías territoriales de la nación en construcción a favor de una cultura territorial de carácter global o unificadora, fue un asunto que tuvo estrecha relación con las fronteras. Estas, en pleno siglo XIX, fueron comprendidas como configurativas del espacio político de la nación, para lo cual determinadas zonas requerían ser integradas y otras ser delineadas. Surgió así, una proyección ideológica de las fronteras, anulando o marginando una historicidad asentada en lo social y en lo cultural.

El país de las cuencas, como expresamos, desde la perspectiva de la construcción territorial de la nación reflejaba una fragmentación y diversidad de los lugares – una heterotopía, por tanto – que en sí desarticulaba o descomponía la racionalidad de escala nacional, es decir, periferias que debían integrarse al centro[22]. Aquello ha sido llamado el proceso de institucionalización del espacio[23].

En ese marco, el abordaje de la frontera, su orientación y comprensión, funcionó también como un mecanismo de poder, es decir, en el marco de “ofrecer representaciones del espacio necesarias para argumentar las prácticas territoriales de las instituciones políticas”[24]. Este espacio fronterizo fue monopolizado por un discurso hegemónico cuya centralidad era consustancial a aquella necesidad de confirmar y representar, como ya expresamos, un territorio institucionalizado o, como expresa el mismo Nogué, un Estado-territorio: “Estado-territorio parte de la constatación de que todo Estado posee un territorio sobre el que ejerce la soberanía  - o que todo estado es un territorio -. Este territorio, delimitado por una frontera, contiene a la ciudadanía sometida a dicha soberanía”[25].

La percepción del concepto de frontera, por tanto, adquirió un sentido de línea, representación social que, en definitiva, se forjó directamente asociada con el desarrollo de los imaginarios territoriales modernos, es decir, con aquél proceso que deriva en la conformación de los Estado-nación (siglos XVIII y XIX). Desde este punto de vista, la frontera fue un “borde” consustancial al cuerpo cierto que era el Estado-nación: “La frontera fue el órgano periférico estatal inherentemente unido a la existencia de los Estados nacionales. Desde este punto de vista, la frontera era el resultado de una dialéctica histórica que producía la creación de una franja defensivo-ofensiva que concentraba a las fuerzas enfrentadas de cada Estado. Esta idea fue desplegada e incorporada como un elemento clave en el pensamiento geopolítico argentino en las primeras décadas del siglo XX. Eran, en suma, fronteras para agredir o para resguardar, pero siempre para separar, preparadas, seguramente, para convertirse en futuros campos de disputa. Al considerar la frontera como "órgano periférico" cuya pérdida atentaba a la unidad del "cuerpo" estatal, los ideólogos geopolíticos de este país estaban haciendo uso de analogías para explicar procesos sociales a partir de propuestas provenientes del campo de las ciencias naturales”[26].

Desde este punto de vista, tanto las interpretaciones asociadas a la frontera como, en paralelo, al Estado-nación han actuado bajo la lógica de un discurso territorial dominante, es decir, que por su posición de poder se imponen como identidad social y terminan, por lo mismo, siendo una producción de verdad, es decir, válidos para la comunidad en su conjunto[27].

Aquella producción, en definitiva, ha ocultado dos situaciones que merecen atención en el contexto de este texto: las heterotopías territoriales y las fronteras culturales, sociales o en movimiento. Respecto del primer aspecto, siguiendo a Ortiz, se constata que “la nación desencajó sus particularidades, sus provincianismos, y las integró como parte de una misma sociedad. Los hombres, que vivían la experiencia de sus lugares, inmersos en la dimensión del tiempo y del espacio regionales, fueron así referidos a otra totalidad”[28]. Aquella totalidad y dilatación territorial actúa, en el fondo, como referente para “la construcción de la comunidad imaginada”: “La invención del territorio es entonces no sólo necesaria para los fines económicos sino también a los fines simbólicos (…) la formación del Estado-nación argentino fue un proceso planificado que implicó la 'invención' de un territorio 'legítimo' sobre el cual era posible ejercer el dominio, entendiendo por invención la existencia de un proyecto político 'a priori' al ámbito geográfico que será de dominio del Estado argentino”[29].

De otra parte, la frontera política también minimizó la existencia de fronteras sociales cuya expresión más recurrente se vinculaba a relaciones móviles, cambiantes en el tiempo y en su marco espacial, cuya mayor valorización estaba dada precisamente por la relación y la referencia, más que por la imposición de un “otro ajeno”. Aquellos espacios fronterizos y sus relatos asociados quedaron subsumidos bajo un discurso que las reflejó como naturales. Como expresa Grimson, las fronteras se transformaron en “espacios donde antes no existían límites y donde los Estados y otros actores sociales – a veces hegemónicos, a veces subalternos – intervienen de modos múltiples  para fabricarlos e institucionalizarlos. Estos procesos conducen  a la incorporación -las fronteras hechas cuerpo- y la fetichización -los límites contingentes construidos por personas devienen fronteras naturales-[30]

Lejos ya de aquella naturalización tan difundida entre fines del siglo XIX y buena parte del XX, en la actualidad las fronteras deben remitirnos a, volviendo al término, heterotopías. Es decir, el genérico “frontera” deviene en “fronteras”, cuya textualidad territorial las hace espacios con una historicidad particular. Así, podríamos hablar que muchas fronteras pueden ser objeto de narrativa territorial en una frontera (nacional, por ejemplo). La territorialialización  y la re-territorialización que representa cada una de ellas las hace finalmente, móviles, inestables e independientes.

Tal escenario nos lleva a volver al país de las cuencas, comprendido éste como heterotopías territoriales o, podríamos decir, caleidoscopio espacial de la nación en construcción. La escala regional del país de las cuencas, ya lo hemos formulado, no se plantea únicamente como cerrada e inmóvil; se presenta como un proceso dialéctico que fluctuó entre su condición regional y el comenzar a reconocerse en la nación territorial. Aquello hizo que las regiones fluviales fuesen verdaderas fronteras en movimiento, cuyas sociabilidades se iban re-significando a medida que el sentido nación se imponía.

Un buen ejemplo de tal situación se dio en la frontera norpatagonica chilena-argentina a partir de la imposición de una línea, cuyo sentido fue a la vez limítrofe y político. Así, a los ojos de los habitantes de esta región fronteriza, ésta se fue modificando en una nueva frontera, de escala menos local y más de índole nacional[31].   


Las prácticas territoriales en la frontera norpatagonia chileno-argentina: multiplicidad de las pertenencias

La nación en construcción, como hemos expuesto, produjo un imaginario territorial unificado de fuerte carácter ideológico. Aquello puede también denominarse, parafraseando a Foucault, la normalización (nacional) del territorio[32]. A aquella proyección se le sumaron diversos componentes que colaboraron a delinear el sentido fijo y homogéneo de su territorio. Sin embargo, como hemos visto, las heterotopías o carácter no hegemónico y fragmentario de los territorios, subsistieron y aún persisten, aunque, y esto es relevante, desde su propia historicidad y no desde la producción amplia o universal de la nación. Esta creación, si seguimos a De Certau, “rechaza la pertinencia de lugares que no crea”[33]. Es, formulado así, un asunto de escala.  

Para explicar la idea, pondremos el ejemplo de la norpatagonia chilena-argentina, cuya “colonización” nacional fue tardía y aquello indujo a la mantención de determinadas prácticas valorizadas desde su especificidad o sentido heterogéneo. La zona, históricamente, fue una “región”, es decir, un espacio formulado desde su relación transfronteriza, desde su interacción. 

Numerosos estudios, precisamente de escala regional, han venido mostrando el carácter poroso, social y referencial de la frontera norpatagónica y, en consecuencia, de la cordillera[34]. En general, todos ellos dan cuenta del sentido relacional  del espacio fronterizo. Unos fundan su análisis desde la lógica de las articulaciones económicas, otros desde el ámbito etnohistoriográfico y otros desde una visión antropológica, por nombrar algunas perspectivas de análisis.

Lo que es claro, como muchos coinciden, es que los vínculos transfronterizos de la norpatagonia fueron permanentes en el tiempo, desde el siglo XVII hasta al menos principios del siglo XX. Como indica Pinto, la solidez del mundo fronterizo, cordillera de Los Andes mediante, persistió en la norpatagonia no solo al proceso de racionalización territorial de los borbones durante el siglo XVIII sino también al independentista[35]. Así, una característica relevante de toda esta larga época fue la interrelación y complementariedad de “las redes indígenas con las capitalistas” que alejadas del centro se desenvolvían en una lógica específica, con códigos propios[36]. Entre otras razones, aquello se dio así, por “la marginalidad del territorio con respecto al mercado nacional y al modelo de desarrollo basado en la exportación de bienes primarios con fuerte orientación atlántica, la perdurabilidad de las relaciones comerciales con el sur chileno, la incomunicación con otros mercados regionales del país, la persistencia de aéreas productivas de subsistencia y la escasa generalización de las formas capitalistas de producción, así como la débil presencia del Estado nacional en la región…”[37]. Del lado chileno, la relación con las pampas argentinas perduró hasta la ampliación de las fronteras productivas, impulsadas desde el Estado, es decir, la necesidad de nuevas tierras para explotación de trigo y la necesidad de control y dominio de los territorios indígenas, un proceso que maduró hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX[38]. Si a aquello le sumamos la fijación de la frontera o fronterización de la cordillera de parte de los niveles centrales, sin duda, el panorama modificó las prácticas regionales de larga data.

En el marco de aquél horizonte histórico-cultural, la norpatagonia fue un símbolo de traspaso, de encuentro -no en el sentido romántico-, de acceso más que de barrera. Mantuvo, por tanto, extrañeza al relato de la homogenización territorial de la nación surgida durante el siglo XIX. Como acertadamente expresa Cavieres: “Cuando en nuestras relaciones argentino-chilenas aparece la imagen de la Cordillera de los Andes como una frontera natural separadora de sendas alteridades sociales, culturales, económicas y de esencias nacionales, debe recordarse que esa imagen fue una construcción articulada y generalizada por los mismos Estados nacionales”[39]. En otras palabras, la proyección del país de las cuencas fue una multiplicidad de pertenencias, cada una en base a una región en particular, como la norpatagonia, como la del río Maule, como otras tantas que persistieron - y persisten - en forma paralela.  

Desde esta perspectiva, las fronteras políticas tardías impuestas por los poderes centrales hicieron caso omiso de la historia y procesos que en la escala regional se desarrollaban, procediéndose a escribir una nueva historia – esta vez sí escrita y difundida -  que tuvo como punto de origen el establecimiento de la soberanía en la zona de la norpatagonia en detrimento la trayectoria y memoria de las poblaciones locales, junto con sus intereses y los significados que le daban a su entorno. A esto Bandieri le ha llamado el proceso de desestructuración de la región[40].

Hacia 1930, por tanto, aquella región transfronteriza se sumó a otras cuyo paisaje cultural se asoció más bien a asuntos “litigiosos”, limítrofes, ocultando siglos de vínculos “regionales”. Esta región norpatagónica, debe quedar claro, no era un asunto necesariamente homogéneo, en el sentido que ella forjara una identidad única en relación a su macro espacio norpatagónico, ya que en esa amplia zona también existían diferencias y otredades; en otras palabras, en aquella “región” existieron otras “regiones” cuya racionalidad dialogaba también en otra escala[41]; sin embargo, no olvidemos el foco de este texto. Determinadas prácticas y expresiones territoriales – la cordillera como espacio de encuentro y no de separación, por ejemplo – hicieron que la norpatagonia chilena-argentina manifestara hasta avanzado ya el siglo XX (1930-40) una racionalidad ajena a los procesos de nacionalización y de políticas nacionalistas. Estas fueron, en definitiva, un relato tardío que, como sucedió en general con el país de las cuencas, llevó a que la región se re-territorializara. Es decir, se fijaron nuevos “marcos de significación”, distintos a los precedentes, que colaboraron a que su pertinencia múltiple, diversa y con límites difusos, se volviese mayormente rígida, en tanto, la acción de los Estados modificaron las propias clasificaciones identitarias de los grupos sociales involucrados[42].


Consideraciones finales

En la actualidad los lugares se han vuelto componentes de una corriente más amplia, que Benko la asocia a la globalización[43]. Esta afirmación no siendo un absoluto por la serie de matices que los lugares imponen también al mundo, es ilustrativa para mostrar el tema central de interés de este escrito: las significaciones y re-significaciones de los territorios y el carácter móvil y fragmentario de ellos.  

En este marco, espacios no hegemónicos subsisten en forma paralela a imaginarios territoriales de escala mayor o de sentido universal, global. Estos muchas veces buscan imponerse desde una lógica de poder y dominio, básicamente porque proyectan discursos y prácticas que engloban lo heterogéneo del espacio a partir de visiones paradigmáticas.

Así como en la actualidad la globalización supone una homogeneización del espacio, planteamos acá que la racionalización territorial borbónica en conjunto con el proyecto del Estado-nación fue un proceso que uniformó diversos territorios, minimizando unos e invisibilizando otros. Entre ellos, el país de las cuencas y el área norpatagónica chilena-argentina.     

Estas territorialidades menores, móviles y dinámicas también se proyectan como una posibilidad distinta al proyecto de los agentes hegemónicos, cuya, en palabras de García Canclini[44], abstracción o en palabras de Santos[45], posición normativa, hace de él un discurso fuertemente ideologizado, en tanto se impone como el único modo de comprender o interpretar ciertas territorialidades; este sentido impositivo estuvo presente en la idea de integración en la conformación de los Estados-nación, en los siglos XVIII y XIX, y esto es lo que expone la narrativa mercantil de la globalización.

Pareciera interesante, por tanto,  llamar la atención respecto del valor o significado que un discurso y práctica territorial conlleva, es decir, qué es lo que contextualiza o influye en su interpretación, que muchas veces se posiciona de modo monopólico[46].

En la construcción de la nación, el país de las cuencas fue un espacio múltiple, parte de un territorio fragmentado, cuya racionalidad representaba una historia también fragmentada, parcial, local. En este contexto, cada cuenca, cada sociedad ribereña, se forjó como una frontera en movimiento, cuya interacción con otras cuencas las remitían a un territorio más amplio. De este modo, la existencia de territorios (plural) en un territorio era la metáfora del país de las cuencas. El territorio, uno solo, uniformado, asociado a valores universales. De marcado carácter ideológico (patria, nación, progreso, integración), la metáfora de la nación.      

Desde esta perspectiva, no solo hemos recibido una historia, una historia patria, hemos recibido, a su vez, una geografía inventada, representada a una escala no lugarizada, con un componente relevante de abstracción y normalización. Así, todos los espacios parecen ser uno solo, las diferencias, los países de las cuencas se anulan y se sumergen en una temporalidad invisible o soterrada. Existen, si, pero para quién?

Como ha planteado Braudel[47], “así pues, en resumen, hay varias sociedades que coexisten, que se apoyan, bien o mal, las unas en las otras. No hay un sistema, sino varios sistemas, no hay una jerarquía, sino varias jerarquías; no hay un orden, sino varios. No hay un solo modo de producción ni una sola cultura. Hay tomas de conciencia, lenguas, artes de vivir. Todo hay que ponerlo en plural”.

 

Notas

[1] Proyecto posdoctoral CONICYT N° 3110027 (2011-2013), Estudio de la frontera norpatagónica chilena y argentina: de la línea divisoria a la frontera permeable o intercultural. Siglos XIX y XX.

[2] Una serie de demandas regionales se ha hecho sentir en los últimos años en Chile, la mayor parte de las veces lideradas por movimientos y temáticas sociales transversales. Entre los que han adquirido mayor protagonismo, por el gran apoyo ciudadano que han presentado, es posible mencionar los de Magallanes, Aysén y Calama. Sobre una problemática de la cuestión ver el artículo de Sabatini, Arenas y Núñez en http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-379.htm.

[3] Entre otros, González de Nájera, 1889.

[4] La tendencia decimonónica de la “uniformidad” o integración del territorio sólo adquirirá, para expresarlos en términos freudianos, perspectiva de sí misma hacia fines del siglo XIX, cuando la serie de elementos del paisaje se hayan conjugado en una sola traza espacial, delimitando una nueva representación territorial. Al respecto, Sigmund Freud. El malestar de la cultura. Alianza. 1999.

[5] Geisse, 1983, p. 88.

[6] Salas, 1910, p. 152.

[7] Trebbi, 1980, p. 6.

[8] Caldcleugh, 1955, p. 163.

[9] Informe del Ingeniero Augusto Charme, 1858.

[10] Nos parece importante resaltar que bajo este panorama lo local se vincula a una suerte de espacio  global, en una dialéctica entre aquellas regiones fluviales y el mundo. Los ríos eran medios de comunicación de la producción interior que conectaban a las cuencas con el puerto de Valparaíso, cuya categoría de puerto principal lo proyectaba a otras latitudes. De esta suerte, cuando cada cuenca, a través de sus puertos de cabotaje, recibía algún tipo de mercadería proveniente del puerto principal, ésta hacía referencia a un “otro” ajeno, más allá de sus particularidades territoriales y culturales. Aquello fue especialmente evidente en la década de 1850 cuando los niveles de demanda triguera aumentaron notoriamente. Bauer, 1994, p.53.

[11] Núñez, 2009.

[12] La cantidad de solicitudes de permisos y presentación de proyectos de navegación y canalización es notoriamente llamativa. Solo en el río Maule, entre 1835 y 1875, fecha de la llegada del ferrocarril  al valle, existieron más de 40 requerimientos, sin considerar otros permisos menores. 

[13] Si consideramos las salidas de cada puerto de cabotaje, observaremos que sus niveles históricos descienden bruscamente y de manera automática a medida que el ferrocarril arriba a cada ciudad cabecera. Lo mismo sucede con el nivel de embarcaciones. Solo en el río Maule se pasa de 576 embarcaciones en 1874 a 121 en 1875, año de la llegada del ferrocarril a Talca, ciudad cabecera unida al río. Núñez, 2009, p. 292 y 338.

[14] Besse, 2010, p. 125.

[15] Desde este punto de vista, el espacio geográfico no sería objetividad pura aunque tampoco solo creación del sujeto. Aquél influye a éste y viceversa, precisamente en un proceso temporal. La construcción moderna del territorio en Chile no surgió solamente del hombre hacia él. Aquella imagen también se fue objetivando en la materialidad (correo, puentes, ferrocarril, caminos, etc), en el lenguaje y la conversación, en un proceso temporal (en “el texto de la vida”, como diría el filósofo alemán Gadamer), la que hizo al hombre sentirse moderno en su relación con un territorio que se estaba moldeando con la intervención del hombre racional.

[16] Respecto del interesante concepto de Rentas del Monopolio, ver Harvey, 2007.

[17] Foucault, 1991 y 1999. Uno de los pilares de la construcción de la obra de este filósofo francés es la identificación de saberes-poderes o saberes-verdades en base a la pregunta ¿cómo han aparecido tales o cuales objetos posibles de conocimiento y poder?

[18] Navarro Floria, 2007.

[19] Foucault, 1967.

[20] Vicuña Mackenna, 1939.

[21] Sobre la materia, son indispensables Capel, 1994 y Zusman 2000.

[22] Grimson, 2000. 

[23] Nogué, 2001.

[24] Nogué 2001, p. 25.

[25] Nogué, 2001, p. 69.    

[26] Hevilla, 2001, p. 44.

[27] Núñez, 2011, p. 1.

[28] Ortiz, 2002, p. 82.

[29] Zusman y Minvielle, 1995, p. 2.

[30] Grimson, 2011.

[31] Acerca de las Territorialidades en movimiento, ver el interesante texto de Hevilla y Molina, 2007.

[32] Foucault reconoce la existencia en el siglo XVIII de un proceso general de normalización política, social y técnica que tiene efectos tanto en la educación (escuelas normales), la medicina (hospitales) como en la producción industrial. Los anormales. México: Fondo de Cultura Económica, 2000.

[33] De Certau, 2000, p. 221.

[34] Entre otros, es posible mencionar a Bandieri (1993, 2005), Navarro Floria (2007 y 2011), Pinto (1996, 1998, 2003), Tozzini (2004, 2011), Bondel (2008), Valverde, et al (2011).

[35] Pinto, 1996.

[36] Pinto, 1996. 

[37] Bandieri, 2005, p.70.

[38] Carmagnani, 1984.

[39] Cavieres, 2005, p. 21.

[40] Bandieri, 2005, p. 348.

[41] Ver el reciente libro de Valverde, et al, 2011.

[42] En ello estamos en línea con Grimson, 2011, sobre la relatividad de la “cultura fronteriza”, p. 124.

[43] Benko, 1998.

[44] García Canclini, 1999, p.12-13.

[45] Santos, 1996, p. 155.

[46] En paralelo a la construcción de centrales hidroeléctricas en Aysén, proyecto en curso de marcada polémica, se ha puesto énfasis a la necesidad de integrar a través de una red vial aquella región con el resto del país. Sin embargo, ha surgido  un manto de duda sobre la pertenencia del discurso de integración nacional en tanto sus mentores han pertenecido o han pasado a formar parte de la empresa (Endesa-España) que es dueña del proyecto. Desde esa perspectiva, el fomento de la integración -en base al camino que se requiere para evitar los transbordos marítimos- se ha transformado en un verdadero “subsidio” para la multinacional. 

 

Bibliografía

BANDIERI, Susana, O. FAVARO y M. MORINELLI. Historia de Neuquén. Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1993.

BANDIERI, Susana (Coord.). Cruzando la cordillera. La frontera argentino-chilena como espacio social. Neuquén: CEHIR, Universidad Nacional de Comahue, 2005.

BAUER, Arnold. La sociedad rural chilena. Chile: Andrés Bello, 1994.

BENKO, Georges. El impacto de los tecnopolos en el desarrollo regional: una revisión crítica. EURE, 1998, Vol. 24, N° 73, p. 55-80.

BESSE, Jean-Marc. La sombra de las cosas. Sobre paisaje y geografía. Madrid: Biblioteca Nueva, 2010.

BARUDEL, Fernand. La identidad de Francia I. El espacio y la historia. Barcelona: Gedisa, 1993. 

CAPEL, Horacio. La invención del territorio. Los ingenieros y arquitectos de la Ilustración en España y América. SUPLEMENTOS, 1994, N° 43, p. 98-115.

CARMAGNANI, Marcelo. Estado y sociedad en América Latina. Barcelona: Crítica, 1984.

CAVIERES, Eduardo. Espacios fronterizos, identificaciones nacionales y vida local. Reflexiones en tomo a estudios de casos en la frontera argentino chilena. La revalorización de la historia. Prólogo a  BANDIERI, Susana (Coord.). Cruzando la cordillera. La frontera argentino-chilena como espacio social. Neuquén: Universidad Nacional del Comahue, 2005, p. 15 30.

ESCOLAR, Diego. Identidades emergentes en la frontera chileno-argentina. Subjetividad y crisis de soberanía en la población andina de la provincia de San Juan. In GRIMSON, Alejandro (Comp.).  Fronteras, naciones e identidades. La periferia como centro. Buenos Aires: Ediciones Cicuus, 2000, p. 256-278.

DE CERTAU, Michel. La invención de lo cotidiano. México: Universidad Iberoamericana, 2000.

FOUCAULT, Michel. Espacios otros. Conferencia pronunciada en el Centre d’Études architecturales el 14 de marzo de 1967 y publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n° 5, octubre 1984, p. 46-49.

FOUCAULT, Michel. Saber y Verdad. Madrid: Ediciones de la Piqueta, 1991.

FOUCAULT, Michel. Obras Esenciales. Estrategias de poder. Barcelona: Paídos, 1999.

GARCÍA CANCLINI, Néstor. La globalización imaginada. Buenos Aires: Paidós, 1999.

GEISSE, Guillermo. Economía y política de la concentración urbana. México: El Colegio de México, 1983.

GRIMSON, Alejandro (Comp.). Fronteras, naciones e identidades. La periferia como centro. Buenos Aires: Ediciones Cicuus, 2000.

GRIMSON, Alejandro. Los límites de la cultura. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2011.

HARVEY, David. Espacios del capital: hacia una geografía crítica. Madrid: Akal, 2007.

HEVILLA, Cristina. La configuración de la frontera centro oeste en el proceso de constitución del Estado argentino (1850-1902). Tesis doctoral. Barcelona: Universidad de Barcelona, 2001.

HEVILLA, Cristina y Matías MOLINA. Territorialidades en movimiento: desplazamientos y reconfiguraciones territoriales ante las inversiones extranjeras en ámbitos de frontera. In ZUSMAN, Perla, Carla LOIS y Hortencia Castro (Comp.). Viajes y geografías. Buenos Aires: Prometeo, 2007, p. 203-224.

NAVARRO FLORIA, Pedro (Coord.). Paisajes del progreso. La resignificación de la Patagonia Norte, 1880 – 1916. Neuquén: Universidad Nacional de Comahue,  2007.

NAVARRO FLORIA, Pedro y Walter DEL RIO (Comp.). Espacio y Cultura. Araucanía – Norpatagonia. Bariloche: Universidad de Río Negro, 2011.

NOGUE, Joan y Joan Vicente RUFI. Geopolítica, identidad y globalización. Barcelona: Ariel, 2001.

NUÑEZ, Andrés. Discursos territoriales fuertes y débiles. ¿Tensión o co-existencia? In NAVARRO FLORIA, Pedro y Walter, DEL RIO (Comp.). Espacio y Cultura. Araucanía – Norpatagonia. Bariloche: Universidad de Río Negro, 2011, p. 26-41.

NÚÑEZ, Andrés. La Formación y consolidación de la representación moderna del territorio en Chile: 1700- 1900. Tesis para optar al grado de Doctor en Historia. Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política. Universidad Católica de Chile, 2009.

ORTIZ, Renato. Otro territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo. Argentina: Universidad Nacional de Quilmes Ediciones. 2002.

PINTO, Jorge (Editor). Araucanía y Pampas. Un mundo fronterizo en América del sur. Chile: Universidad de la Frontera, 1996.

SALAS, Juan. Escritos de Don Manuel de Salas. Chile: Cervantes, 1910.

TREBBI DEL TREVIGIANO, Rómolo. Desarrollo y tipología de los conjuntos rurales en la zona central de Chile. Siglos XVI – XIX. Chile: Nueva Universidad, 1980.

VALVERDE, Sebastián, Graciela MARAGLIANO, Marcelo IMPEMBA y Florencia TRENTINI (Coords.). Procesos históricos, transformaciones sociales y construcciones de fronteras. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, 2011.

VICUÑA MACKENNA, Benjamín. Discursos parlamentarios II. Chile: Universidad de Chile. VOL. XIII, 1939.

ZUSMAN, Perla. Tierras para el Rey. Tres fronteras y la construcción del territorio del Río de la Plata (1750 – 1790). Barcelona: Tesis doctoral Universidad Autónoma de Barcelona, 2000.

ZUSMAN, Perla y Sandra MINVIELLE. Sociedades geográficas y delimitación del territorio en la construcción el Estado-Nación argentino. Trabajo presentado en V Encuentro de Geógrafos de América Latina, La Habana, Cuba, 1995. <www.educar.ar>.

 

© Copyright Andrés Núñez, 2012.
© Copyright Scripta Nova, 2012.

 

Ficha bibliográfica:

NÚÑEZ, Andrés. El país de las cuencas: fronteras en movimiento e imaginarios territoriales en la construcción de la nación. Chile siglos XVIII-XIX. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de noviembre de 2012, vol. XVI, nº 418 (15). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-418/sn-418-15.htm>. [ISSN: 1138-9788].

Índice del nº 418
Índice de Scripta Nova