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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVI, núm. 418 (31), 1 de noviembre de 2012
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

Los libros de geografía en el México del siglo XIX. Ayudando a construir una NaciÓn

José Omar Moncada Maya
Instituto de Geografía – Universidad Nacional Autónoma de México
acad@igg.unam.mx

Irma Escamilla Herrera
Instituto de Geografía – Universidad Nacional Autónoma de México
ieh@igg.unam.mx

Los libros de geografía en el México del siglo XIX. Ayudando a construir una nación (Resumen)

Durante el siglo XIX la enseñanza básica estaba a cargo del Estado y complementada con la intervención de la Iglesia. En los primeros años los libros que  constituyeron el principal apoyo para la enseñanza fueron los catecismos como un modelo educativo heredado de la Ilustración; para la segunda mitad del siglo la publicación de libros se incrementó y dedicó al conocimiento de los estados y municipios, además de la Geografía de América o Universal; sobre todo en los últimos veinte años se editaron casi un centenar de libros. Sin embargo al no existir un programa científico mínimo, tuvieron una calidad desigual en  contenido como en las imágenes que utilizaron, pero se incorporaron grabados, fotos, mapas, no todos de buena calidad, que mostraban los elementos naturales o culturales del estado, del municipio o de la ciudad que representaban. Entre los autores destacados pueden citarse Ezequiel A. Chávez (1896), y Antonio García Cubas.

Palabras clave: enseñanza geográfica, libros de texto, representación del territorio.

Geography books of XIX Century Mexico. Helping to build a nation (Abstract)

During the nineteenth century, the Government was in charge of basic education and it was suplemented by the intervention of the Church. In the early years the books that constituted the main support for teaching were the catechism ones, being an educational model inherited from the Enlightenment; by the second half of the century, book publication was increased and was dedicated to the knowledge of the states and municipalities, aswell American or Universal Geography; above all, for the past twenty years almost a hundred books were edited. However, with the absence of a minimun scientific program, they had an uneven quality in the content and images used, but incorporated prints, photos, maps, not all of good quality, that showed the natural or cultural elements from the state, the municipality or the city that they represented. Amongst the prominent authors, may be quoted Ezequiel A. Chávez (1896), and Antonio García Cubas.

Key words: geographical teaching, text books, representation of the territory.


El siglo XIX fue para México el de su consolidación como país independiente, pero para ello debió enfrentar y superar numerosos conflictos. Al poco tiempo de consumar su Independencia, en 1821, México ya se encontraba dividido políticamente; de hecho, puede decirse que el XIX es un siglo que caracterizará a nuestro país por los permanentes conflictos bélicos, tanto a nivel interno, incluidas varias guerras civiles, como con otros países, entre los que sobresalen Francia y Estados Unidos. Con este último, en particular, perderá más de la mitad de su territorio en una injusta guerra a mediados del siglo.

Pese a esta difícil situación política, a la que debe añadirse la económica, la gran mayoría de sus gobernantes, independientemente de su filiación partidista, reconocieron en la educación un factor fundamental para lograr un cierto desarrollo para el país. Particularmente los gobiernos liberales buscaron en la educación la mejor vía para incorporar al “progreso”[1] a las masivas clases populares iletradas. Y fue en varias de estas propuestas educativas donde se consideró que la enseñanza de la geografía debería estar presente, toda vez que, junto con la historia, debería promover toda una serie de valores que llevaran a identificar a la población con su territorio.

Pero si bien existió la intención de que fuera el Estado el responsable de brindar esta educación, su situación en crisis casi permanente dio lugar a que la Iglesia, conservadora por naturaleza, lograra mantener en su poder buena parte de lo que ahora llamamos enseñanza básica, como había sucedido a todo lo largo de la etapa colonial y, por lo menos, hasta la República restaurada, es decir, hasta el año de 1867.


Los primeros libros

Ligados al movimiento ilustrado del último tercio del siglo XVIII novohispano, que difunde y populariza la ciencia a través de una serie de publicaciones periódicas, es que aparecen en 1825 los primeros catecismos científicos en nuestro país, como fueron los del inglés Rudolph Ackerman[2] y del abate francés Gaulthier. En el catecismo de geografía publicado por Ackerman, se justifica la utilización del término “catecismo”:

Para vencer todos los escrúpulos que pudiera ocasionar el uso de la palabra CATECISMO, aplicada generalmente a libros de Religión, debemos prevenir a nuestros lectores, que esta palabra no está exclusivamente consagrada a materias religiosas, sino que indistintamente significa todo libro escrito en preguntas y respuestas. En este sentido se usa actualmente en todos los países cultos y católicos de Europa.[3]

Ello es importante, toda vez que debemos considerar a los catecismos como un modelo educativo heredado de la Ilustración, que a lo largo del siglo XIX se irá abandonando por el desarrollo de la moderna pedagogía de la época; sin embargo, en su momento no sólo desempeñó su papel como parte de la educación, o de la “cultura” que debían adquirir los niños, sino que también “se introdujo en el ámbito familiar como parte de las novedades y entretenimientos, a modo de ‘ilustración’, preciosismo y, a veces, como recurso para la memoria”.[4]

Sin embargo, para el caso particular de los catecismos de geografía también recibieron duras críticas al considerar como parte de la enseñanza de la geografía a la cosmografía, cuando los niños carecían de los conocimientos de física y matemáticas adecuados para ello. Y ello se puede constatar con el primer catecismo de geografía de un autor mexicano, el de Juan Nepomuceno Almonte: Catecismo de geografía universal para el uso de los establecimientos de instrucción pública de México, editado por Ignacio Cumplido en 1837, que justifica su publicación de la siguiente manera:

Los tratados de geografía se han multiplicado ya tanto, que sería ciertamente inútil presentar uno nuevo al público. Mas no ha sucedido así con los catecismos de esta ciencia, que deben servir a los establecimientos públicos.[5]

Es decir, nos da a entender que se han publicado diversos libros de geografía, más no dirigidos hacia la enseñanza de niños y jóvenes, lo que justifica la publicación del suyo. Sólo hay que señalar que, por lo que conocemos, los tratados de geografía estaban muy lejos de haberse “multiplicado”, más bien el número de los publicados en México era bastante reducido y se seguía dependiendo de los impresos en España o en Francia.

En la Introducción de su obra, Almonte establece cuál es la estructura del libro, lo que le permite justificar la incorporación de la geografía matemática:

Como no se puede tener un conocimiento cabal del globo que habitamos, sin considerarle primeramente en sus relaciones con los demás planetas, me ha parecido conveniente adoptar el plan de Cortambert, y al efecto he dividido esta geografía en tres partes: la primera trata de la geografía matemática o astronómica: la segunda, de la geografía física o natural; y la tercera, de la geografía propiamente dicha. Esta tercera parte, que comprende también la geografía política, participa de la geografía matemática, en tanto que determina la distancia y las posiciones de los diversos lugares, y es la que exclusivamente parece haber llamado la atención de los geógrafos europeos, que por lo común son los únicos que han escrito los tratados de geografía que circulan entre nosotros. De ahí sin duda ha provenido la poca importancia que se ha dado a la geografía matemática o astronómica, y por lo mismo he querido tratar de ella con alguna extensión en este catecismo.[6]

Concluye haciendo una valoración de la disciplina: “Réstame sólo manifestar mis deseos (de que) se de un lugar preferente a esta ciencia útil y agradable, que nos enseña a conocer el mundo que habitamos”.[7]

¿Cuál es el problema? Que se enseñaba una geografía sin acompañarla de un mapa. En la obra sólo se incluía un pequeño mapa del mundo, que difícilmente les permitiría a los alumnos identificar o localizar lo aprendido, que por cierto, era un conocimiento totalmente memorístico, la figura 1 muestra la burda representación del mundo.

A ello debemos añadir que era una obra muy extensa, que hacía difícil su utilización como libro de texto, toda vez que en su primera edición (1837) apareció en dos tomos, mientras que su segunda edición, fue en un solo volumen de más de 400 páginas.

 

Figura 1. “Mapa Mundi o mapa general del Globo para la inteligencia del Catecismo de Geografía”.
Fuente: Almonte (1837).

 

Los libros de texto

Toda vez que en las primeras décadas del siglo XIX y en los primeros programas de estudio promovidos por el Estado se consideró a la geografía como complementaria de la historia, no requirió de textos específicos. Por ello es que se utilizaban cartillas elaboradas por los mismos maestros o los catecismos, con los que ejercitaban la memoria los menores. De hecho, el Catecismo de Geografía de Almonte será el único texto escrito por un autor mexicano durante la primera mitad del siglo, con excepción de los Elementos de Geografía para uso de los establecimientos de Instrucción Pública, que se publica en 1845 por “un socio de número de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística”. Los otros textos de estos años no son para la enseñanza básica y fueron textos o traducciones de autores europeos impresos en nuestro país o en Madrid y París, pero también en un muy reducido número, entre los que encontramos el Compendio de geografía universal de A. Balbi (Madrid, 1836), la Fisiografía de E. Cortambert (México, 1853), El universo ilustrado. Geografía animada de A. D. Essart (México, 1852), el Curso completo de geografía universal antigua y moderna… de A. J. Letrone (París, 1837), y la Geografía universal, física, histórica, política, antigua y moderna de C. Malte-Brun (Madrid, 1850).

Sin embargo, ante la falta de textos resulta curioso que un mismo libro, como fue en el caso del catecismo de Almonte, se utilizara tanto para la enseñanza elemental como en la enseñanza media. Y ello se repitió con varios textos posteriores.

Para la segunda mitad del siglo la situación cambia radicalmente. Francisco Ziga[8] recopila 190 textos sobre geografía de México, de sus estados o municipios, publicados entre 1858 y 1910; sin contar los textos sobre Geografía de América o Universal. De ellos, 78 (41 %) corresponden a textos de geografía general y/o de México, 104 (55 %) a textos sobre los estados y 8 (5 %) a geografías de distritos o municipios. Las figuras 2 y 3 muestran la producción de libros de la segunda mitad del siglo XIX y primer decenio del siglo XX, así como las temáticas abordadas, correspondiendo al Distrito Federal, Estado de México, Veracruz y Puebla las entidades con mayor cantidad de libros dedicados a su estudio (13, 12, 9 y 8 respectivamente). Destaca el hecho de que en los últimos veinte años del siglo XIX se publicaron cerca de un centenar de libros, esto es el 55 por ciento de libros utilizados para la enseñanza de la geografía.

 

Figura 2. Producción de libros de texto.
Fuente: Elaboración propia con base en Ziga (1980) y Gómez Rey (2003).

 

Figura 3. Temas abordados en los libros de texto.
Fuente: Elaboración propia con base en Ziga (1980) y Gómez Rey (2003).

 

Sin pretender dar un listado de los textos, sí nos interesa destacar algunos de ellos que fueron bastante utilizados, recordando que, como señalamos líneas arriba, se utilizaron en distintos niveles. En 1861 aparece el Catecismo de geografía universal, con notas más extensas y una carta de la República Mexicana de José María Roa Bárcenas (1861), cuya importancia radica en dedicar más de la tercera parte del volumen a la geografía de México. Como su nombre lo indica, también estaba en la línea memorística.[9] A nivel local destaca el Catecismo elemental de geografía y estadística del estado de Querétaro, de Juan de Dios Domínguez (1873), que mantiene las mismas pautas de los anteriores, pero a nivel del estado. Otra obra que tuvo gran difusión fue la Geografía de los niños, de José María Ariza y Huerta (1869).

En 1861 se funda en la ciudad de Guadalajara, Jal., el Liceo de Jalisco; En esa institución, y en otras más de la ciudad, impartió clases de geografía Longinos Banda (1821-1898), autor de un número importante de manuales escolares de historia, historia natural, economía política, aritmética y geografía. Entre éstos últimos se encuentran: Nociones geográficas sobre Jalisco, destinadas a la juventud de las Escuelas del Estado (1879); Nociones de Geografía general, extractadas de varios autores. Primera parte (1889); y Compendio de geografía universal (1907). También en Jalisco se publica La geografía de los niños, por Faustino González Ceballos (1866) que, tomando como base a García Cubas, incorporó relatos de viajes y descripciones aparecida en los diarios de la época, además de hacer énfasis en las cartas, mapas y esferas terrestres, indispensables para su enseñanza.[10]

Pero aquella crítica que se hacía al Catecismo de Almonte por la incorporación de aspectos de geografía matemática y cosmografía, se mantuvo a lo largo del siglo. Los círculos pedagógicos cuestionaban estos temas. Monroy recoge la crítica en estos términos:

La cátedra de geografía y cosmografía por ejemplo; miremos que aberración: se lleva allí al niño a hacerles formar círculos y triángulos, a explicarles las constelaciones, los grados celestes, las zonas térmicas y hasta las capas geológicas al niño que nada de esto comprende, porque para ello sería necesario que supiese matemáticas, principios de física, etcétera…[11]

Ello llevó a reducir la extensión de estos temas dentro de los textos y al aumento del número de páginas de la geografía descriptiva. En cualquier caso, la calidad de los textos, al no existir un programa científico mínimo en ellos, tuvieron una calidad desigual, tanto en su contenido como en las imágenes que utilizaron. Destaca en particular en este último aspecto la Geografía elemental de Ezequiel A. Chávez (1896), por el uso de figuras y mapas que no sólo ilustraban el texto, sino que también servían a los alumnos para realizar ejercicios.

Y ello nos lleva a considerar una última observación. Si bien en los textos, al paso de los años se fueron incorporando más imágenes –grabados, fotos, mapas-, lo cierto es que de una u otra manera la gran mayoría de los autores recurrieron a las autoridades en el tema. Y para el caso de la representación del territorio, la gran autoridad fue Antonio García Cubas, tanto en los libros de texto para la enseñanza de la geografía de México o del mundo. Este autor es sin duda el más importante geógrafo del siglo XIX, y entre sus obras destacan:

Todas ellas fueron obras que fueron utilizadas de muy diversas maneras por la mayoría de los autores de textos geográficos y por los pocos autores de atlas que se publicaron en nuestro país.

Vale señalar que la gran mayoría de estos libros eran ediciones muy económicas, de formato pequeño, en papel de poca calidad, por lo que la reproducción de los mapas dejaba mucho que desear, y en muchos casos no cumplían con su objetivo de identificar al estudiante con el territorio. Las figuras 4, 5 y 6 muestran las representaciones de distintas entidades del país, a las que los profesores recurrían para ilustrar sus clases, aunque puede apreciarse que las representaciones son burdas, con diferentes normas de edición, carentes de elementos cartográficos precisos.

 

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Figura 4. Carta de Michoacán.
Fuente: A. García Cubas, Atlas metódico para la enseñanza de la geografía de la República Mexicana (1874).

 

 

Figura 5. Formas y límites del Distrito Federal.
Fuente: D. Delgadillo, El Distrito Federal. Geografía elemental (1910).

 

Figura 6. Orografía del estado de Jalisco.
Fuente: J. M. Nájar Herrera, Geografía particular del Estado de Jalisco (1899).

 

Un último aspecto que nos interesa destacar muy brevemente en este apartado es el relacionado a los autores. Sólo señalamos que entre los autores de textos de geografía existieron importantes personajes de la vida pública de México en distintos momentos. Desde el mismo Almonte, que llegó a ser ministro de Guerra y presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; José María Roa Bárcena, literato y político; Ignacio Ramírez, destacado político liberal; Ezequiel A. Chávez, rector de la Universidad Nacional; Alberto Correa, destacado pedagogo; Antonio García Cubas, funcionario público y uno de los más destacados geógrafos decimonónicos o el ingeniero Manuel Rivera Cambas.


Construcción de la nación a través de los libros

La inestabilidad política no permitió logros educativos en los primeros años de la Independencia. La enseñanza elemental se limitaba a impartir “conocimientos útiles y necesarios”: escribir, leer, contar, moral y urbanidad. Los gobiernos liberales propugnaron porque la educación estuviera en manos del Estado, y esas primeras leyes que decretaron, especialmente las de 1833, establecían la libre enseñanza “pero bajo las premisas del Estado”, el derecho de los ciudadanos a la instrucción sin restricción alguna, su gratuidad, su uniformidad en cuanto a métodos y libros de texto, etc. Sin embargo, y a riesgo de ser reiterativos, no pasó de buenos deseos ante la ya mencionada inestabilidad política y económica. Ante la imposibilidad real de dirigir la educación, se establecieron numerosas escuelas particulares, muchas pero no todas en manos de la iglesia, que ofrecían una alternativa a la población que podía pagarla.

Estas escuelas agregaban una serie de asignaturas que enriquecían sus programas, entre las que se contaban la enseñanza del inglés o francés y, para el tema que nos interesa, los elementos de geografía e historia. En el caso de las escuelas Lancasterianas, en su nivel más avanzado, se enseñaba la geografía junto con el latín, francés, historia, teología, dibujo y matemáticas.[12] En otras escuelas, como las “escuelas francesas de la ciudad de México”, la enseñanza de la geografía se incorporó entre 1830 y 1840, con una gran novedad, los salones de clase contaban con “mapas de las cinco partes del mundo, que colgaban de las paredes”.[13]

Podría decirse que, pese a los muchos decretos emitidos por gobiernos de las más diversas facciones políticas, la enseñanza básica pública y en particular la enseñanza de la geografía, se mantuvo sin cambios hasta la República Restaurada, es decir, al triunfo de Benito Juárez en 1867, cuando se decreta una completa reforma a la instrucción pública. En la que se consideró la enseñanza de “rudimentos de historia y geografía, especialmente de México, para niños y niñas”, aunque la geografía se siguió considerando subsidiaria de la historia en la medida que ubicaba en el espacio los escenarios históricos. Cambios posteriores permitieron la incorporación de un curso de geografía para niñas que comprendía “definiciones elementales de la geografía, matemática y física; topografía de México y sus alrededores”. En nuevas reformas se regresó a la idea de nociones elementales y luego, nuevamente, a la enseñanza unitaria de la geografía.

En cualquier caso, es posterior a la reforma de 1867 que la geografía empieza a desempeñar un rol más ideológico, aunque nunca quedó explícito en el programa de estudios. La enseñanza de la geografía le permitía de alguna manera legitimar su poder sobre el territorio y, con base en la búsqueda de su unidad y su integridad, conservar su organización política interna. La geografía fue uno más de los medios de construcción de una conciencia nacional.

Pero hay otro aspecto previo de gran interés, en 1846 se da un decreto que establece la libertad de los estados para disponer su propia enseñanza, por lo que la legislación que emanaba del gobierno central sólo aplicaba al Distrito Federal y a los Territorios federales, lo que permitió la elaboración y utilización de textos de geografía local que, ya señalamos, fue el mayor porcentaje de los que se editaron en nuestro país. Ello daría lugar a la existencia de numerosos textos de geografía para los estados, para algunos municipios y aun para ciudades.[14]

Ello, según Aguirre, “tendió a fomentar el orgullo y la identificación con la ‘patria chica’, con los paisajes y las costumbres del terruño, donde el desconocimiento de lo nacional y la exacerbación de lo regional que prevalecía en el país hacia las veces de telón de fondo”.[15]

Durante el Porfiriato se intentó corregir esta identificación con lo local, tratando de formar una conciencia nacional a partir del territorio, en la idea de que toda localidad era parte del país: “El lugar en que nosotros vivimos no es un punto aislado: forma parte de un municipio y éste de una gran nación que es nuestro país, México”.[16]

Independientemente de estos valores preconizados por la geografía, ya fuera a nivel local, ya nacional, su enseñanza seguía siendo memorística. Y hacia el cambio de este enfoque dirigieron su esfuerzo un grupo de profesores.

Carlos A. Carrillo definía a la geografía como “la descripción de la tierra, no la nomenclatura árida de los retazos en que la han dividido los hombres para gobernarla, no la lista de nombres de todos los cabos, montañas… la geografía no es la lista de los nombres de los países, sino el conocimiento de estos países”[17]; Asimismo, resumía como debía enseñarse la geografía, hacia 1888:

El estudio de la geografía debe consistir en el conocimiento real de los diversos países, no en el aprendizaje de sus nombres y el de sus ciudades, ríos, montes, etcétera.- para conocer un país se necesita: a) conocer su tamaño y la forma y situación respectiva de sus diversas partes; b) conocer su situación con relación a los demás países; c) su clima y condiciones meteorológicas, d) sus plantas, animales y minerales; e) su agricultura, industria y comercio; f) el estados y la organización social de los habitantes, y g) su organización política.- …el conocimiento de los países ha de ser intuitivo o adquirido por comparación… En tal virtud, el estudio de la geografía debe comenzar por el conocimiento de la localidad en que vive el niño y que puede conocer por sus propios ojos.- Debe comenzarse por la geografía del municipio y si el municipio es demasiado extenso, de modo que no pueda ser conocido directamente por el niño, debe empezarse por el estudio de una pequeña parte de él.- Para que la enseñanza sea verdaderamente intuitiva, hay necesidad de llevar a los niños a pasear y mostrarles objetivamente lo que es un arroyo, una creciente, un cerro, una ladera, un valle, etcétera.- También en los paseos conocerá el niño los animales y plantas de campos y bosques… La lectura de los mapas debe enseñarse después del estudio de la localidad hecho directamente y antes de estudiar otras localidades o países.- La mejor o la única manera de enseñar a los niños a conocer los mapas es formar delante de ellos y hacer que formen el plano de la escuela, el de la ciudad y el topográfico de los alrededores de ésta aunque resulte imperfecto, y mostrarles en seguida alguno impreso y correcto si se tiene…[18]

Pero, tal vez lo más importante haya sido que “cartas de la República Mexicana con los estados y territorios, atlas, mapamundi y esferas terrestres inundarían los salones de clase. No por casualidad, a fin de siglo, los inventarios e informes de las escuelas de la ciudad de México y de otras ciudades importantes del país, los reportarán entre los utensilios de rigor”.[19]

Sin embargo, la gran reforma de la enseñanza se daría a finales del siglo XIX, con la realización de los Congresos Nacionales de Instrucción, celebrados en 1889-1890 y 1890-1891, y donde se consideraron todos los aspectos de la enseñanza: organización, contenidos, métodos, agentes, espacios, etc.

Para el caso particular de la geografía, fue motivo de importantes debates. Aspectos importantes serían la propuesta de que la enseñanza de la geografía se impartiera junto con el civismo y la historia, que serviría para transmitir la idea de una conciencia nacional, toda vez que se compartía la idea de una historia patria junto con una geografía nacional:

… el niño está en la obligación de conocer ante todo su país. La escuela primaria es, y debe considerase así, el templo en que no hay más diosa, más ser superior, que la patria. Y el hombre honrado. Así que el estudio sobre la patria quedaría incompleto, si no hacemos mención de la geografía del país.[20]

Los resultados más destacables fueron: 1. Destacar la utilidad práctica de los conocimientos que proporciona y la valiosa ayuda que presta para la educación intelectual; 2. Graduar los contenidos empezando por el entorno más inmediato, como la casa y la escuela, para después pasar a la localidad, el municipio, el estado y el país; 3. Evitar la memorización de los nombres geográficos y hacer énfasis en las situaciones geográficas; 4. Incorporar el dibujo de planos de la escuela y de la localidad, como una forma de “aproximarse a la abstracción de los mapas”; 5. Complementar la enseñanza con visitas y excursiones, con el fin de observar el paisaje y la ciudad.

Finalmente, se llegó al acuerdo de denominar “geografía patria” al estudio de la geografía de México, mientras que la de otros países se denominó “geografía general”.

Todavía en 1908 se expide una nueva ley de educación, donde se establece que en la enseñanza básica se impartirán los “rasgos más importantes de la geografía de México” para la primaria elemental mientras que en la primaria superior se imparte la enseñanza de “elementos de geografía”, privilegiando de nuevo la geografía general y descriptiva a costa del conocimiento de lo local.


A manera de conclusión

El siglo XIX fue de conflictos casi permanentes en nuestro país. La estabilidad política que se alcanzó en las últimas tres décadas del siglo XIX permitió el desarrollo de una política educativa por parte del Estado, que incrementó el número de escuelas en todos los niveles y con ello el de los profesores. Para cubrir esta demanda se abrieron las escuelas normales.

Aun cuando es común la referencia a que la geografía y la historia son disciplinas que contribuyen a formar un sentimiento de pertenencia, de identidad con el territorio, por ahora puede decirse que tal vez en el discurso se logró, aunque en la mayoría de los casos el contenido de los libros de texto no vaya en ese sentido sino hasta la última parte de siglo, cuando se identifica a la asignatura con la “geografía patria”. Tal vez la identificación se dio con la “patria chica”, como señala Carrillo, porque lo tenía más presente, más cercano. Porque podía reconocer en el mapa del estado o del municipio o de la ciudad, los elementos naturales o culturales ahí representados.

Difícilmente se pudo dar una identificación de un niño o de un joven con su país, con base en la cartografía que presentaban los libros de texto utilizados. La calidad de la representación dejaba mucho que desear, dadas las técnicas de impresión de la época.

Además, no debe olvidarse que estos libros eran, en general muy baratos, por lo que no podía exigirse mucha calidad en la impresión. Finalmente, también debemos reconocer que la gran mayoría de población mexicana del siglo XIX era analfabeta. La educación sólo estaba presente en las ciudades importantes, y en localidades menores sólo se impartía la enseñanza básica (leer, escribir, operaciones básicas de la aritmética y urbanidad). Por tanto, las grandes masas de población no entendían algo tan abstracto, y tan ajeno, como el mapa del país.

 

Notas

[1] Castañeda, 2006, p. 20.

[2] Entre los diversos catecismos publicados por Ackerman, Arredondo (2001, p. 49) señala que se conocieron y  utilizaron en México los de: Economía Política, Geografía, Química, Agricultura, Industria Rural, Gramática Latina y Gramática Castellana, entre otros.

[3] Citado en Aguirre, 2004, p. 7.

[4] Ibíd., p. 4.

[5] Almonte, 1837, p. V.

[6] Ibíd., p. VI-VII.

[7] Ibíd., p. VII.

[8] Ziga, 1980.

[9] Gómez, 2003, p. 73.

[10] Ibíd., p. 74.

[11] Monroy, 1974, p. 678-679, Citado en Gómez, 2003, p. 81.

[12] De manera general, los programas de estas escuelas estaban orientados de saberes útiles para la vida cotidiana: leer, escribir, contar. Se caracterizaban por  la nueva técnica pedagógica: los alumnos más avanzados enseñaban a sus compañeros; un solo maestro podía enseñar de 200 hasta 10000 alumnos, con lo que bajaba el costo de la educación. Los alumnos eran divididos en pequeños grupos de 10; cada grupo recibía la instrucción de un monitor o instructor, que era un niño de más edad, y más capacidad, previamente preparado por el director de la escuela.

[13] García Cubas, 1986, p. 408.

[14] Véase Ziga, 1980.

[15] Aguirre, 2004

[16] Correa, 1885.

[17] Carrillo, 1964, p. 739-743.

[18] Carrillo (1888), 1997, p. 52

[19] Aguirre, op. cit., p. 9.

[20] Cit. en Castañeda, 2006, p. 36.

 

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© Copyright José Omar Moncada Maya e Irma Escamilla Herrera, 2012.
© Copyright Scripta Nova, 2012.

 

Ficha bibliográfica:

OMAR MONCADA MAYA, José e Irma ESCAMILLA HERRERA. Los libros de geografía en el México del siglo XIX. Ayudando a construir una nación. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de noviembre de 2012, vol. XVI, nº 418 (31). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-418/sn-418-31.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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