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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVII, núm. 455, 1 de noviembre de 2013
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

TEMPORALIDADES E IMAGINARIOS TECNOLÓGICOS EN LA CIUDAD MODERNA. LOS RELOJES PÚBLICOS EN ROSARIO, ARGENTINA*

Paula Vera
CONICET – UNQ
paulavera.arg@gmail.com

Recibido: 9 de octubre de 2012. Devuelto para correcciones: 11 de abril de 2013. Aceptado: 25 de abril de 2013.

Temporalidades e imaginarios tecnológicos en la ciudad moderna. Los relojes públicos en Rosario, Argentina (Resumen)

Los procesos de construcción de la ciudad moderna se desarrollaron estableciendo vinculaciones con diversos imaginarios tecnológicos. Considerando que la presencia de determinados artefactos en las ciudades forma parte de su capital cultural y está vinculada con diversos aspectos de su identidad, se hará hincapié en el análisis de las significaciones que adquiere el tiempo en la modernidad. Para abordar estas relaciones se indagará el proceso de incorporación de los relojes públicos de la ciudad de Rosario, donde el imperativo del progreso, ligado al de velocidad, circulación y puntualidad, cobra fuerza en la segunda mitad del siglo XIX y se extienden a través de gran parte del siglo XX. 

Palabras clave: ciudad moderna, imaginarios tecnológicos, relojes públicos, Rosario.

Temporalities and technological imaginaries in the modern city. The public clocks in Rosario, Argentina (Abstract)

The processes of construction the modern city developed through linkages with various technological imaginaries. Thinking that the presence of certain artifacts in cities is part of their cultural capital and is linked to various aspects of their identity, the focus will be on analyzing the significances acquires the time in the modernity. To approach these relationships will explore the process of incorporation of public clocks of Rosario's city, where the imperative of progress, tied to the speed, movement and punctuality, gathers strength in the second half of the 19th century and they extend across great part of the 20th century.

Key words: modern city, technological imaginaries, public clocks, Rosario.


Interrogar a las ciudades, indagar sus identidades y las formas de constitución de la vida urbana, conduce necesariamente a reflexionar sobre los procesos tecnológicos que se han ido acoplando en ellas, condicionando no sólo las características urbanísticas de cada época, sino también las ideas, los artefactos, la cultura y las formaciones urbanas y tecnológicas. Siguiendo las ideas de Berger y Luckmann (2008), se considera a las tecnologías y a las ciudades como construcciones sociales que, por lo tanto, se implican y se incluyen a partir de las simbolizaciones que repercuten en representaciones, imágenes, discursos y materializaciones. Tomando en consideración la relevancia que adquiere el sentido social en esta perspectiva, se sostiene que el análisis de los imaginarios sociales –conjunto de figuras, formas, imágenes y representaciones– deviene material esencial para comprender la dimensión subjetiva de la ciudad (Hiernaux, 2006). En el caso que nos ocupa, se puede constatar que tanto los imaginarios tecnológicos como los imaginarios urbanos interaccionan en los procesos de construcción simbólica y material de la ciudad.

Al analizar la relación entre tecnología y sociedad, Cabrera[1] afirma que “la presencia del aparato en la sociedad dirá algo sobre lo que la técnica es y significa para esa sociedad”. En este trabajo se sostiene que el significado que adquieren ciertos artefactos se vincula con diversos aspectos de la identidad urbana y, a su vez, son parte de su capital cultural. Por ello, se propone abordar la relación entre ciertos imaginarios tecnológicos y los procesos de construcción de la ciudad moderna tomando como caso la ciudad de Rosario.

El problema de estudio se sitúa en la ciudad moderna ya que fue con la Modernidad que el discurso tecnológico y científico se ligó con fuerza a la idea de progreso. El discurso hegemónico de optimismo tecnológico contuvo el proceso iniciado con la industrialización, el auge de la urbanización y la expansión de las ciudades como los espacios de ese progreso técnico y capitalista. Como sostiene Williams (2011) la experiencia de futuro surge con la experiencia de las ciudades y, en este contexto, los relojes fueron piezas fundamentales en al menos dos aspectos. Por un lado, su mecanismo compuesto por engranajes, escapes y péndulos, significaron un avance tecnológico muy importante que se trasladó a mecanismos de la industria textil, desde la cual se inició la revolución industrial. Por otro lado, la vida industrial y urbana requería un ordenamiento del tiempo de trabajo muy preciso ya que se empieza a pagar por hora de trabajo. De esta manera, los relojes funcionan como artefactos culturales que, a través del tiempo, vincula al orden y al dinero reforzando su preeminencia como símbolo clave de la Modernidad. De estas afirmaciones se desprende una de las hipótesis que guía este ensayo y que se podría formular de la siguiente manera: en Rosario, la instalación de relojes públicos deviene de la necesidad de sentirse y mostrarse como una ciudad moderna.

Al momento de analizar los procesos históricos mediante los cuales se fue instalando la marcación del tiempo urbano, nos encontramos con la dificultad de que el repertorio historiográfico sobre la incorporación de relojes en Latinoamérica y Argentina es prácticamente inexistente. En lo que respecta a la historia urbana de la región solo se aborda el tema tecnológico de manera contextual. Las historias que conocemos están situadas en el mundo occidental europeo y en la sociedad norteamericana, principalmente de los siglos XVIII y XIX. La carencia de bibliografía específica respecto a la historia cultural del tiempo en Argentina se extiende al ámbito de la historia de las tecnologías, razón por la cual se hace dificultoso el trabajo de reconstrucción y puesta en relación de los procesos sociales, económicos y culturales vinculados a las tecnologías modernas. Por tal motivo, y teniendo en cuenta que el objetivo es analizar las significaciones que adquiere el tiempo y que marcan simbólica y materialmente a las ciudades en la carrera hacia el progreso, se ha seleccionado como caso la ciudad argentina de Rosario en la cual el imperativo del progreso, ligado al de velocidad, circulación y puntualidad cobraron fuerza desde la segunda mitad del siglo XIX, extendiéndose en forma intensiva a través de gran parte del siglo XX. Estas relaciones entre ciudad y tecnologías se pondrán en tensión a través del estudio del proceso de incorporación de relojes públicos en Rosario.

¿Qué significan los relojes públicos para Rosario? ¿Cómo se desarrolló la incorporación de esta tecnología al espacio urbano? ¿Qué ideas y discursos acompañaron su aparición? ¿Cómo se relacionan estos artefactos con la identidad de Rosario? Con el objetivo de dar respuesta a estos interrogantes, se emplea una estrategia metodológica cualitativa, ya que es necesaria una perspectiva interpretativa crítica que permita dar cuenta de las diversas significaciones y relaciones socio-técnicas y culturales implicadas. Para ello se combina el análisis discursivo sobre los significantes presentes en el corpus conformado por notas periodísticas –de los diarios locales La Confederación y La Capital– y documentos públicos –ordenanzas y discusiones registradas en el Honorable Concejo Deliberante–, con el análisis de los imaginarios sociales que pueden reconstruirse a partir de ellos. Asimismo, para componer la trama significativa que estos artefactos fueron incorporando al imaginario urbano, se relacionaron las valoraciones, creencias y deseos en torno a los relojes con los emplazamientos de los mismos, concluyendo en la elaboración de un mapa con las locaciones de los relojes públicos históricos más significativos de la ciudad.

En una primera parte del estudio se hace una aproximación al tema de los imaginarios sociales profundizando sobre los imaginarios tecnológicos y los significados que ha adquirido el tiempo en la Modernidad. En cuanto a los imaginarios urbanos, se desarrolla un acercamiento a partir de las representaciones de ciudad moderna, en donde se introduce el detalle de nuestro caso de estudio, la ciudad de Rosario. A partir de allí se va desenvolviendo y, en cierto modo, reconstruyendo el proceso de incorporación de los relojes públicos en la ciudad, diferenciando tres etapas que se vinculan con el contexto histórico, económico, social y cultural de cada caso. Una primera etapa de emergencia de los relojes públicos que se inicia en 1852 con las primeras discusiones y demandas publicadas en el diario local de la época. En esta fase tanto el gobierno local como el sector privado ligado al ferrocarril tuvieron un rol central. La segunda etapa se sitúa en la década de 1920, cuando se instalan nuevos relojes por iniciativa privada, esta vez fundamentalmente ligada al empresariado agrícola de la ciudad. La tercera etapa comprende el último período relevado entre 1941-1943, años en los que el gobierno local emplaza numerosos relojes públicos de columna en distintos sitios de la ciudad.


Imaginarios tecnológicos y significaciones del tiempo

En las ciudades modernas han ido confluyendo, entre otros, dos fenómenos: un creciente desarrollo de la urbanización y un acelerado proceso de tecnificación (Elias, 1998). Ambos procesos se retroalimentaron y generaron una serie de representaciones, deseos y creencias que permite ser estudiada desde la teoría de los imaginarios sociales (Castoriadis, 2003; Durand, 2000; Baczko 1999). Se entiende por imaginario no lo inventado o inexistente, sino aquella capacidad de crear significaciones. Los imaginarios sociales conforman una trama significativa sobre la que se funda la construcción de la realidad, que puede luego materializarse en diversas acciones, representaciones y discursos. Castoriadis denomina magma de significaciones imaginario-sociales a la red de significaciones que constituyen la unidad de la institución de la sociedad. Lo que aparece como real para una sociedad depende de un imaginario social que, a través de la institucionalización de ese magma de significaciones, dota de sentido a las cosas y produce una realidad de la cual se desprende la cohesión social. El estudio de los imaginarios sociales se presenta como un marco conceptual apropiado para complementar el enfoque de los estudios culturales ya que permite comprender cómo, a través de las representaciones (discursos, fotografías, obras de arte, nombres de calles, etc.), significaciones y creencias colectivas, se generan efectos de verdad. No se trata de constatar si determinado discurso es falso o verdadero, sino de comprender cómo se generan creencias y deseos que dan lugar a determinadas prácticas, aparatos, instituciones y subjetividades; así como en qué contexto emergen ciertas definiciones que actúan sobre el imaginario social con un efecto de verdad incuestionable. De esta manera, el conjunto de significaciones imaginarias magmáticas (Castoriadis, 2003) características de cada época histórica, define, avala o condiciona aquello que tiene valor y lo que puede o debería hacerse, como explica Castro Nogueira (1997). En síntesis, siguiendo a Cabrera[2] “las significaciones sociales en un sentido sustantivo y para una sociedad dada, constituyen un conjunto o totalidad coherente (con cierta clausura), de creencias (sentimientos, ideas e imágenes) compartidas; matriz de significados aceptados e incuestionables y auto representación de la sociedad”.

Se considera que las significaciones imaginarias en torno a la tecnología resultan un insumo destacado para comprender los procesos sociales que se han generado en las ciudades, sobre todo desde la época moderna. Este marco conceptual permite vincular los múltiples aspectos que conforman el tejido cultural urbano, entre los cuales, en este trabajo, seleccionamos los aspectos tecnológicos y temporales. Partimos de entender, entonces, que existe un sentido social que habilita ciertas vinculaciones, y no otras, entre determinada sociedad urbana y sus tecnologías. Dichos acoplamientos se manifiestan, por ejemplo, en los procesos de construcción urbana, las políticas públicas, los discursos y las imágenes que circulan.

Las relaciones entre tecnología y sociedad han sido abordadas, entre otros, desde el urbanismo y los estudios culturales. Tales son los casos, por ejemplo, de los trabajos clásicos de Mumford (1945, 1959) y Hall (1996); en el ámbito latinoamericano cabe mencionar la investigación de Castro-Gómez (2009) sobre los imaginarios en torno al progreso y la movilidad en Bogotá tras el advenimiento de la industrialización y el análisis del proceso de electrificación de Buenos Aires de Silvestri y Liernur (1993).

En relación al análisis del imaginario tecnológico moderno podemos mencionar a dos autores que han trabajado sobre las vinculaciones entre tecnología, cultura y sociedad. Por un lado, Mitcham analiza las formas de ser-con la tecnología que adopta la sociedad en distintas etapas. En el caso de la Modernidad ésta se asienta sobre “la bondad inherente de la tecnología y el consecuente carácter accidental de cualquier mal uso de la misma”[3]. Por otra parte, Cabrera[4] explica que “desde el siglo XVII, la sociedad occidental europeo-americana tiene, en el centro de su constelación de representaciones, afectos y deseos colectivos a la técnica y el progreso”. La novedad que trae aparejada la Modernidad no es tanto la idea de progreso que, como explica Nisbet (1981), existe desde la antigüedad, sino la ligazón entre progreso y técnica, derivando así en la creencia indiscutible en el progreso técnico unido a la idea del progreso social. La ciencia y la técnica se consolidan como símbolos de progreso y evolución en el imaginario moderno. El conocimiento adquirido mediante la técnica se considera más verdadero, y por eso el técnico, el científico y el profesional se convierten en los nuevos actores que poseen el saber y, con él, la verdad. Se instaura un fuerte vínculo entre ciencia-saber-verdad-poder, dispositivo analizado por Foucault (1992, 2001, 2005) a lo largo de su obra. Los artefactos forman parte de los procesos de construcción de las representaciones y significaciones aportando la base material. Sin embargo, “lo imaginario es tan constitutivo de la técnica como su propia realidad física”[5]. De esto se deduce que las significaciones imaginarias tecnológicas tampoco surjan de sistemas de sentidos homogéneos o cerrados, sino que implican un conjunto heterogéneo de aparatos, instituciones, discursos, imágenes y actores sociales; a la vez que las revoluciones tecnológicas no se constituyen sólo por la aparición de nuevos artefactos, sino, como explican Buch y Solivérez, “por los cambios que producen en la manera de organizar el espacio, el tiempo, la vida”[6].

Un ejemplo de ello es el proceso de desarrollo del reloj en tanto artefacto tecnológico y las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales que se imbricaron entre sus engranajes[7]. No es casual que cuando Mumford se pregunta acerca de qué factores e instrumentos técnicos influyeron en la conformación de la Modernidad, destaca que la influencia que ha tenido la tecnología del reloj sobre la nueva concepción del tiempo ha sido fundamental para el desarrollo de la vida moderna. En su libro “Técnica y civilización” (1945) relata cómo en la Modernidad, al aplicarse métodos cuantitativos al estudio de la naturaleza, se encuentra la primera manifestación de regularidad temporal. Surge la concepción mecánica del tiempo y se modifica radicalmente el tiempo tal y como se lo percibía hasta ese momento. Si bien el reloj mecánico apareció en el siglo XIII, desde el siglo VII el orden impuesto en la vida de los monasterios a través de las horas canónicas trascendía más allá de sus murallas. Durante varios siglos “las voces del campanario casi definían la existencia urbana”[8] Recién a mediados del siglo XVIII se masifica el uso del reloj gracias a la fabricación de relojes económicos. Sin embargo, la incorporación del tiempo regular en la vida de los hombres ya se había concretado.

Junto al reloj, el ferrocarril y la fábrica también contribuyeron a consolidar la concepción mecánica del tiempo, los espacios y las actividades que se desarrollan sobre todo en las ciudades. Por un lado, con la producción en serie se enseña que el tiempo es dinero, como menciona Attali (2001), pero también es poder. Quien tenía un reloj, en muchos casos tenía el poder de controlar el tiempo de los otros. Como los dueños de las fábricas que impedían a los obreros poder controlar su propio tiempo de trabajo, robándoles de esta manera varios minutos al día que no eran pagos. El tiempo es dinero y el dinero es progreso en el capitalismo. De esta manera se va forjando una alianza de la que el reloj es un símbolo tan fuerte como la moneda. Por último, en el tiempo moderno cobra importancia no sólo el orden y la regularidad, sino también la circulación y la velocidad de movimiento –ligada a la velocidad de producción. La concepción mecánica y lineal del tiempo fue necesaria para alimentar la idea de progreso, y la aceleración del mismo fue indispensable para afianzar el deseo y las esperanzas en el futuro.

En síntesis, entre las significaciones imaginarias que conformaron el entramado de la Modernidad encontramos la mecanización, la linealidad, el orden y la valorización del futuro en términos de progreso –ligado al aspecto económico. Es en este entramado de significaciones donde podemos poner en relación los imaginarios tecnológicos con aquellos que versan sobre el tiempo –y el espacio– de las sociedades, y que se traduce en concepciones sobre los ritmos, las relaciones sociales, las representaciones urbanas y los discursos hegemónicos de cada época, todo lo cual va constituyendo los cimientos simbólicos y materiales de las ciudades.


Representaciones de la temporalidad en la ciudad moderna

Las formas de medir, controlar y comunicar el tiempo expresan una serie de relaciones entre técnicas, rasgos culturales y ciertos valores que la sociedad otorga a la organización de las actividades sociales. Por ello, a medida que las ciudades fueron comunicándose más entre ellas y fueron incrementando sus intercambios –principalmente comerciales–, la medición del tiempo fue demandando cierta universalización. El tiempo se fue consolidando como un código de coordinación, se tornó omnipresente y su sentido se homogenizó.

Las primeras medidas del tiempo que se realizaron en las sociedades más antiguas estaban ligadas al ritmo de la naturaleza y a lo sagrado. Como describe Attali (2001), la temporalidad se instala a través de las actividades y se describe con los relatos míticos que, a la vez que anunciaban la regularidad de las estaciones, inducían a la imitación del tiempo vivido que relataban. De esta forma, la llegada de las lluvias, por ejemplo, promovía determinadas actividades y sacrificios rituales para dar comienzo al nuevo ciclo. A medida que se fueron consolidando los imperios, la medición del tiempo y el poder de control social que se ejercía mediante éste fue in crescendo. Más tarde, a partir del siglo VII, el afianzamiento del poder de la iglesia católica y de las monarquías europeas fueron construyendo, lentamente, un nuevo calendario. Consecuentemente marcaron un nuevo origen[9] y modificaron el nombre y el sentido de las horas. Si en la Antigüedad las actividades y los ciclos naturales seguían representando el pulso del tiempo, desde entonces la segmentación temporal y la pauta de las actividades la delimitarían las horas canónicas ligadas a los momentos de oración. Para el mundo europeo representa una novedad radical de la época la precisión para emplear el tiempo en los monasterios”[10]. Ligado a la precisión, surge un nuevo elemento para comunicar las horas: la campana, y con ella lo sonoro como estímulo sensorial para marcar el tiempo. La regularidad y la exactitud se hacían lugar lentamente en la vida cotidiana.

Hacia el año 1000 las ciudades europeas van adquiriendo poder y autonomía, y ello también se traduce en una nueva administración del tiempo que va distanciándose del tiempo de los monasterios. Las campanas siguen siendo el medio de comunicación de los ritmos sociales pero ahora se colocan en las atalayas. Es decir, al estímulo sonoro se suma el visual. Ya en el siglo XIV la campana se identifica más con el tiempo de trabajo que con el de la oración. Asimismo, el impulso del comercio genera varias modificaciones significativas en la relación espacio-tiempo. Por un lado, las ciudades se consolidan por medio de sus murallas que son, a la vez, mecanismos de protección de los bienes y dispositivos de afianzamiento político y, por otro lado, las actividades comerciales, las ferias y los acuerdos de futuros encuentros para la cancelación de compromisos económicos, siembran la idea de la necesidad de una temporalidad compartida más allá de las murallas. A lo largo de este proceso se fueron perfeccionando las técnicas de medición del tiempo hasta llegar, en el siglo XVII, a las mejoras que permitieron el paso del orden mercantil al industrial[11].

La expansión tecnológica, económica y demográfica que trajo aparejada la industrialización se vincula con uno de los rasgos característicos de la Modernidad: la ruptura con la tradición, la magia y la superstición. Esto, a su vez, contribuye a la abstracción de una temporalidad cada vez más mecanizada y alejada de los ciclos de la naturaleza. Como menciona Elias[12] “la determinación del tiempo se desarrolló hasta su nivel actual, a través de los siglos, en estrecha relación con el crecimiento de exigencias sociales muy concretas”. Así, es en las sociedades más complejas y urbanizadas donde la necesidad de coordinación y sincronización de actividades, la determinación del tiempo y la importancia que se le asigna socialmente, adquieren mayor relevancia. Por su parte, Lewis Mumford explica que el reloj –y la concepción mecánica del tiempo– no sólo se ideó para llevar la cuenta de las horas, sino también para sincronizar la vida de los hombres; por esta razón es la máquina-clave de la época industrial moderna. De hecho, “llegar a ser tan regular como un reloj era el ideal burgués, y ser dueño de un reloj fue durante mucho tiempo un símbolo definido de éxito”[13]. En este sentido, el autor menciona a la regularidad temporal como la primer característica de la civilización moderna, y más aún “bajo el régimen capitalista, la supeditación de todas las formas de la actividad al reloj no sólo significa un medio de coordinar e interrelacionar funciones complicadas: lo mismo que el dinero, el tiempo es un artículo independiente con valor propio”[14]. En la Modernidad la precisión del tiempo se liga a la mecanización del trabajo y a la fragmentación cada vez mayor de los espacios, un ejemplo de esto es el sistema de producción desarrollado por Henry Ford a principios del siglo XX, donde la optimización del tiempo y el espacio se basaba en el encadenamiento cronometrado de acciones. Sus ideas mecanicistas, inspiradas en el sistema de montaje de relojes, hacían de los hombres engranajes de las maquinarias dentro de un espacio-fábrica que no dejaba lugar al tiempo improductivo.

Por último una pequeña digresión. Es posible constatar que las representaciones del tiempo se van ligando, siempre quedan sentidos residuales, entendiendo por ello “lo que ha sido efectivamente formado en el pasado pero todavía se halla en actividad en el proceso cultural”[15]. Así, las nuevas representaciones llevan intrínsecas ciertas significaciones que, al otorgar continuidad de sentido, favorecen los procesos de apropiación social de las nuevas temporalidades y tecnologías. Tal es el caso de la representación circular que siguen teniendo los cuadrantes de los relojes. Lo cíclico está ligado al tiempo de la naturaleza en la Antigüedad que se representaba circularmente. Si bien desde la Modernidad se puede pensar en una significación del tiempo lineal, la figura representativa del mismo sigue siendo circular[16].


La construcción de la ciudad moderna: el caso Rosario

La ciudad moderna es producto de complejos fenómenos que se iniciaron en el mundo occidental europeo a principios del siglo XVII, con el avance de la Revolución Industrial. Nace en el seno de un proceso de expansión del capitalismo que necesitó derribar las murallas medievales para favorecer la circulación y la instalación de nuevos espacios productivos y habitables. Es decir, barrios y fábricas para que los trabajadores poblaran las ciudades a través de las migraciones rurales. Sin embargo, este fenómeno tuvo efectos concretos más allá de las fronteras europeas, ya que en Latinoamérica también modificaron los modos de producción, comercialización, trabajo y de ocupación y usos del suelo, tanto urbano como rural. Asimismo, se puede afirmar que los desarrollos científicos y tecnológicos que hicieron posible la industrialización forjaron una relación cada vez más estrecha entre las ciudades y las tecnologías. Vapores, chimeneas y nuevas máquinas se fueron haciendo lugar en el paisaje urbano moderno.

En Latinoamérica los ecos de este proceso repercutieron de manera caótica pero definitiva, y el paso a la ciudad moderna fue diferente en cada caso. Como afirma Gorelik (2003), en la ciudad latinoamericana la modernidad no fue el resultado de un proceso de modernización, sino el ethos cultural de la época que se aplicó en las ciudades para llegar a la modernización. En este sentido, Romero[17] caracteriza el proceso de modernización de ciertas ciudades latinoamericanas que “estimuladas por la libertad de comercio (...) iniciaron un proceso de acentuado desarrollo en los últimos tiempos de la Colonia. No todas, ciertamente, sino en particular los puertos, las capitales y aquellas que por su posición o su riqueza quedaron incluidas en los principales circuitos comerciales”. 

En el contexto señalado, Rosario es un caso paradigmático del interior de Argentina. Su dinámica de modernización puede constatarse analizando ciertos aspectos sociales, económicos y culturales. A partir de su declaración como ciudad en 1852, mismo año en que su puerto es habilitado para el comercio internacional, esta ciudad sin tradición colonial, afianza su expansión demográfica provocada por la llegada de inmigrantes tanto europeos como de otras provincias argentinas; y, a su vez, el auge de su actividad comercial la fueron consolidando como una ciudad-puerto, burguesa, comercial y con aspiraciones cosmopolitas.

Como explica Megías (2010), el proceso de modernización de Rosario fue rápido y convulsivo, dentro de una sociedad que durante la primera mitad del siglo XIX no contó con estructuras de clases ni jerarquías sociales consolidadas. La mayoría de los habitantes se dedicaban al comercio y de allí su interés por las políticas que garantizasen la liberalización económica y el avance del capitalismo. Hacia 1854 surgen varias instituciones de importancia para el ordenamiento social y comercial de la época como fueron el Tribunal de Comercio y la Jefatura Política. En ese año también se crea la primera publicación periódica La Confederación, a la cual le suceden numerosos diarios y revistas.

Entre los factores que permiten dar cuenta del proceso de modernización de la ciudad, las cifras del vertiginoso crecimiento demográfico son contundentes. Entre 1851 y 1895 la población se multiplicó más de treinta veces, pasando de 3.000 a 90.000 habitantes, como describe Megías (2010) al cruzar los datos de los registros municipales y los censos provinciales y nacionales de la época. Asimismo, se constata que en el período que va de 1858 a 1895 la población extranjera pasó del 22% al 46%; compuesta, principalmente, por inmigrantes italianos y españoles; y un 11% eran argentinos nacidos en otras provincias. Esta composición social y su evolución (ver cuadro 1) contribuyó a construir dentro de la identidad urbana rosarina una mirada orientada hacia el futuro, ligada a una visión de diversidad étnica y a una idea de progreso ligada al esfuerzo de trabajo. Se debe tener en cuenta que quienes abandonaron el viejo mundo a fines del siglo XIX para venir a hacer la América, dejaban atrás su tierra en busca de un porvenir, que se presentaba allá adelante, cuando el barco iba anticipando la llegada a tierra. Ese futuro mejor significaba progreso y con este objetivo se forjó también la cultura del trabajo. La movilidad geográfica se justificaba con las aspiraciones de movilidad social, proceso que según Romero (2010) se vivió en las ciudades y las zonas más ricas de los diversos países de Latinoamérica.

 

Cuadro 1.
Población de Rosario (1858-1926)

Año

Fuente

Total Población

% nativos

% extranjeros

1858

Censo Nacional

9.785

77.6

22.4

1869

Censo Nacional

23.169

74.7

25.3

1887

Censo Provincial

50.914

58.9

41.1

1895

Censo Nacional

91.699

54

46

1900

Censo Municipal

112.461

58.5

41.5

1906

Censo Municipal

150.686

58.7

41.3

1910

Censo Municipal

175.072

55.9

44.1

1914

Censo Municipal

245.199

57.4

42.6

1926

Censo Municipal

407.000

55

45

Fuente: elaboración propia en base a Falcón; Stanley (comp.) (2001).

 

En esa época Rosario representaba una ciudad de oportunidades alentada por el movimiento que el puerto imprimía en su vida cotidiana. Entre 1879 y 1900 las toneladas comercializadas a través del puerto de Rosario prácticamente se sextuplicaron, y sólo en cinco años pasó de 1.500.000 toneladas en 1900 al doble en 1905. La actividad comercial marca rasgos fuertes en la identidad urbana y en la cultura local. En 1869, el 61% de las actividades económicas se desarrollaban en el sector terciario (Falcón; Stanley, 2001). La burguesía, en este caso mercantil, fue la clase social que mayor impulso le dio al proceso de modernización local, lo cual coincide con lo que explica Romero[18] acerca de que “fue en las capitales y en los puertos donde hallaron su escenario propio las nuevas burguesías”.  Esto permite comprender, al menos en parte, que el progreso, el futuro, la optimización del uso del tiempo, la competencia por ser capital –ya sea de la provincia o de la nación– y la convicción de que Rosario es hija de su propio esfuerzo[19], sean significaciones presentes en la identidad local.

Dentro de los rasgos de la cultura urbana cabe hacer una breve mención a las nominaciones de las calles ya que también arrojan información significativa. Rosario tardó algunos años en nombrar a sus calles, quizás esto se relacione con que antes que definir la identidad del lugar, fue necesario construirlo. En 1853 se dispuso la primera nomenclatura oficial. Se pueden organizar estos nombres en cuatro categorías: nombres de provincias –Santa Fe, San Luis, Córdoba, Rioja, Mendoza, Buenos Aires–; de localidades cercanas –San Nicolás, San Lorenzo y Saladillo–; de lugares o actividades estratégicas para la ciudad, como Aduana, Comercio, Mensajerías, Puerto y por último, los significados que simbolizaban el imaginario moderno: Progreso, Buen Orden y Libertad. Estos nombres representaban los valores de la burguesía mercantil y, a su vez, los espacios que eran la base material y simbólica de la ciudad.

En el plano cultural, desde mediados de siglo XIX se crearon numerosas asociaciones de ayuda mutua, generalmente organizadas por las colectividades –Sociedad Española de Socorros Mutuos, 1858; Sociedad Unión y Benevolencia, 1861; Sociedad Francesa de Socorros Mutuos, 1862. Asimismo, en la década de 1870 se fundan numerosos clubes sociales y deportivos. Por otra parte, es oportuno rescatar el auge que tuvieron los teatros, espectáculos, proyecciones cinematográficas, entre otras manifestaciones artísticas a principios del siglo XX. La vida cultural se vivía como reflejo de las capitales y como aspiración de una burguesía mercantil con alto poder adquisitivo y escasa formación cultural. En este contexto, como explica Montini (2010) también surgen los coleccionistas de arte privados y, posteriormente, los museos de arte de la ciudad. Por otra parte, cabe destacar la aparición de los teatros que representaban el lujo y la cultura de la sociedad burguesa mercantil que aspiraba a crear un estilo de vida cosmopolita.

Desde mediados del siglo XIX se inicia en Rosario un acentuado proceso de tecnificación y urbanización que la fortalecen en varios aspectos como una ciudad moderna[20]. En cuanto al proceso de tecnificación, Romero explica que la forma casi instantánea en que Latinoamérica adoptaba las innovaciones tecnológicas de Europa generaba que “la sociedad que se renovaba acogía rápidamente todas las conquistas del progreso y se apresuraba a modernizar sus ciudades proveyéndolas de todos los adelantos”[21]. Al mismo tiempo, describe los signos que, entre 1880 y 1930, definieron el progreso de las ciudades de la región. En este sentido, podemos observar cómo esta sensación o deseo de progreso se reforzaba en torno a determinadas tecnologías, estableciendo un vínculo que se cargaba de sentido excediendo las cuestiones meramente técnicas. Estas vinculaciones se observan en las obras sanitarias que proveyeron agua corriente y desagües cloacales –en Rosario a partir de 1887, luego de la epidemia de cólera–; el empedrado de calles iniciado en 1864; la iluminación pública –en 1855 en Rosario se usaba el aceite, en 1867 se pasa a gas y a partir de 1891 se reemplaza por la electricidad–; el tranvía a caballo y luego el eléctrico –Rosario, 1872 y 1906 respectivamente–; y el teléfono –Rosario 1883. Como se describió anteriormente, en esta época Rosario tenía casi la mitad de la población inmigrante. Este factor no es menor al momento de abordar las incorporaciones de tecnologías urbanas ya que como afirman Buch y Solivérez[22] “muchas de las tecnologías fueron traídas por los inmigrantes, principales portadores de los saberes tecnológicos antiguos y modernos”.

Las transformaciones tecnológicas comenzaron a cambiar la fisonomía de las ciudades. Sin embargo, los deseos de la ciudad también se pusieron de manifiesto en el proceso de urbanización. Si bien desde fines del siglo XIX en Rosario se emprenden grandes iniciativas edilicias y de espacios públicos monumentales, el fantasma de la ciudad poco valorada del interior[23], aún se materializaba en las casas bajas y las calles angostas que la elite local no podía terminar de desterrar.

De todos modos, los esfuerzos de las nuevas burguesías mercantiles de la ciudad se materializaron cuando se comenzaron a construir palacetes y casonas en altura sobre Bv. Oroño (1887) que sirvió, además, como paseo para carruajes primero, y para automóviles más tarde (1906). 

 

Figura 1. Bv. Oroño principios de siglo XX.
Fuente: Archivo Escuela Superior de Museología.

 

En 1902 se inaugura el Parque Independencia que abarca 120 hectáreas, diseñado por el Ing. Héctor Thedy, secretario de obras públicas de aquel momento. Sin embargo, se ha popularizado la idea de que el diseñador del mismo fue el paisajista francés Charles Thays, el mismo que diseñara los grandes parques de Buenos Aires, Mendoza, Salta y Tucumán, entre otros. De todas maneras, no se halla documentación específica que certifique que Thays diseñó este parque. Sin dudas, esto pone de manifiesto los deseos de la ciudad de formar parte de la vanguardia estética arquitectónica de la época.

También vale la pena mencionar alguno de los proyectos que, a pesar de no haberse concretado, expresan las aspiraciones capitalinas, los deseos de reflejarse en el espejo de París. Tal es el caso del proyecto de la gran “Avenida Central” del Dr. Infante quien, inspirado en Haussmann, sostiene que la avenida “por construirse, como en las modernas urbes, en dirección diagonal, no sólo contribuirá a embellecer la ciudad y a acortar las distancias, sino que además, dará vida a nuevos barrios, valorizando grandemente la propiedad, y ensanchando el radio central de la población”[24].

 

Figura 2. Boceto del proyecto “Avenida Central”.
Fuente: Álvarez (1998).

 

En síntesis, podemos afirmar que Rosario es una de las ciudades latinoamericanas que, como describe Romero (2009, 2010), atravesaron intensos procesos de modernización debido principalmente a tener un puerto que le dio gran impulso internacional, tanto en el ámbito económico como demográfico.

Así, la ciudad se fue haciendo moderna cumpliendo con las premisas de la época que pautaban los aspectos urbanísticos y los avances tecnológicos. Entre esas características se destacan, como símbolos del progreso urbano, las grandes avenidas, los parques monumentales, los teatros lujosos, la arquitectura moderna inspirada en el estilo francés. Asimismo se puede verificar que el proceso de tecnificación que se ligaba a la noción de progreso en las ciudades de la región a finales del siglo XIX, también fue característico de esta ciudad. Si bien mencionamos ciertas tecnologías urbanas –desagües cloacales, la iluminación pública, el tranvía y el teléfono–, a continuación se profundizará en el análisis de una de las tecnologías que funciona en sí misma como símbolo de la época moderna: el reloj.


Los tiempos de Rosario

En cierta forma, la mundialización de la hora se origina cuando el cronómetro se une a la cuadrícula y el cálculo de las coordenadas de latitud y longitud –espacio-tiempo– permiten incrementar los intercambios transoceánicos y con ello “aumentar el volumen de la producción industrial, bajar sus costos, diversificarla y exportar”[25]. Por eso, en la historia de la unificación horaria los medios de transporte cumplieron un rol central. Primero los barcos dedicados al comercio que tomaban como referencia el observatorio de Greenwich, y luego el ferrocarril que necesitaba la coordinación horaria entre estaciones para poder organizar sus servicios. De esta manera, con los ferrocarriles y el telégrafo se enviaban las horas a las estaciones tomando como referencia la de la ciudad principal con que tenía conexión. Pero esto no bastaba y, como explica Attali, es el ferrocarril el que impulsa la simplificación de las horas tanto en el interior de un país como entre diferentes países. Las empresas norteamericanas fueron las primeras en hacerlo, adoptando el meridiano de Greenwich que, tradicionalmente, empleaban los navegantes. Sin embargo, no es hasta 1885 en la “Conferencia Internacional del Meridiano” celebrada en Norteamérica, que se declara a Greenwich como meridiano de base para calcular el horario mundial, luego de que París y Berlín disputaran ser la referencia horaria. En Argentina recién en 1920 se adopta la hora oficial internacional fijada por el meridiano de Greenwich. Hasta ese momento, y desde 1894, la hora oficial había sido fijada por el meridiano del observatorio de Córdoba.

Rosario[26] está profundamente vinculada a la historia de la fijación oficial de la hora, ya que fue una iniciativa que nació en la ciudad durante la intendencia de Gabriel Carrasco. El 5 de octubre de 1891 Carrasco presenta un proyecto de ordenanza para declarar como hora oficial de la ciudad la del meridiano del Observatorio de Córdoba, proyecto que fue aprobado el 13 de octubre de 1891. Siendo luego Ministro de la provincia de Santa Fe promueve, con el mismo criterio, la adopción horaria en todo el territorio provincial, lo cual queda sancionado como ley en noviembre de 1892. En ese momento Carrasco comienza a defender el proyecto de unificación horaria a nivel nacional y el 1 de noviembre de 1894 toda la Argentina coordina su hora con el Observatorio de Córdoba.

El hecho de que la unificación horaria nacional haya sido producto de un proyecto originado en Rosario, deja entrever la importancia particular que tuvo la comunicación del tiempo para esta ciudad. Asimismo, es posible verificar la fuerza que adquieren los conceptos de puntualidad y precisión, ligados a la idea de progreso de la ciudad en las numerosas notas que los diarios locales han dedicado al tema[27]. Por último, existen dos fenómenos que permiten dar cuenta del estrecho vínculo entre Rosario y los relojes. Por un lado, es la única ciudad de la Argentina –y la tercera en Latinoamérica– que cuenta con un colegio técnico de relojeros; y por el otro, es una de las únicas donde existió una fábrica de relojes monumentales. Es el caso de la actual relojería Sudamericana, antiguamente llamada L. Verstraeten, la cual entre las décadas de 1920 y 1980 fabricó e instaló más de un centenar de relojes en todo el país, siendo sus dueños, los fabricantes de los relojes públicos de columna que se sitúan en distintos puntos de la ciudad.

Otro de los valores que surgen con ímpetu en la Modernidad y se suma a los mencionadas –precisión y puntualidad–, es el movimiento. Pues, como sostiene Castro-Gómez[28], “moverse significa romper con los códigos legados por la tradición, abandonar las seguridades ontológicas (...) Lo que no se mueve hacia el futuro debe ser relegado al olvido de la historia”. En el caso de Rosario, romper los códigos de la tradición no fue un obstáculo, justamente porque se trataba de una ciudad nueva, sin tradición colonial, que consolidó su crecimiento, tanto demográfico como urbano y comercial, de la mano de los inmigrantes. Rosario nace como una ciudad mercantil burguesa y carece de clase aristocrática, por lo tanto, no hay tradición con la cual lidiar. Si bien a lo largo de los años va conformando su elite, ésta sigue reconociéndose a sí misma como parte de la burguesía. Además, tampoco la tradición eclesiástica es fuerte en Rosario como en otras ciudades argentinas más antiguas como Córdoba, Salta, Tucumán o Mendoza, por citar los ejemplos más relevantes. Ciudades todas que, con un pasado colonial y una impronta católica bien marcada, forjaron una identidad más bien conservadora.

Es posible establecer un contrapunto con Castro-Gómez –que analiza con exhaustividad el proceso de conformación de lo que él denomina “dispositivo de movilidad”cuando explica que para desarrollar el proceso industrializador en Bogotá, fue necesaria “una nueva relación de las personas con el movimiento, unas subjetividades cinéticas (...) Había que producir un nuevo tipo de sujeto desligado de su tradicional ‘fijación’ a prácticas o hábitos mentales preindustriales, pues ahora todo debía moverse, circular y desplazarse”[29]. En Rosario, por el contrario, el movimiento formaba parte de la identidad urbana, era una de las virtudes que los viajeros destacaban en sus relatos luego de conocer esa ciudad del interior que nunca estaba quieta. “Se construye por todas partes; hay un ir y venir; una gran actividad. El aspecto de la ciudad debe cambiar cada mes”[30]. Los relatos de otro viajero permiten dar cuenta de la imagen que se construía de Rosario tanto hacia su interior como a la vista de los extraños. Esta publicación de 1854 toca los temas fundamentales para la ciudad: comercio, puerto, futuro y libertad.

...el comercio anima sus calles, su puerto, las pesadas caravanas de carretas que conducen desde las provincias mediterráneas sus valiosos productos, alimentan la actividad de su mercado. (...) llena de la animación que inspira la fe ardiente en el porvenir. La ví nacer llena de vida para verla más tarde desarrollándose y sirviendo d´entrepot al comercio interior. (...) El Rosario, es una joven alegre, coqueta, libre, que juguetea en las aguas del Paraná en los días claros de verano. Es la niña mimada que, segura del porvenir, no piensa sino en las alegrías del presente, es la hija querida de las trece provincias. (Diario La Confederación 10/6/1854)

En síntesis, las ideas de progreso, futuro y por ende de la ciudad moderna que se pretendía para Rosario; se retroalimentaron de la puntualidad, la precisión y la regularidad ligados a los ritmos de trabajo comercial. Al mismo tiempo la necesidad de organizar el movimiento y la circulación, profundizaron la demanda social de relojes públicos.

A continuación analizaremos cómo se desenvolvió el proceso de incorporación, distribución y uso de los relojes públicos en la ciudad y se indagará de qué manera su identidad urbana y las significaciones que giran en torno al tiempo moderno se constituyeron como símbolos de la ciudad de Rosario. Es posible distinguir en este proceso tres períodos definidos por las instalaciones de relojes públicos, asimismo se diferencian los tipos de iniciativa ya sean públicas –gobierno local–, o privadas –empresarios del transporte primero y del comercio agrícola después. Al primer momento lo denominaremos emergencia del tiempo público y abarca de 1854 a 1900. Luego en la década de 1920 se genera la segunda etapa caracterizada por el impulso privado y, por último, un período de consolidación pública en la etapa de la década de 1940. Por último, se elaboró un mapa con los relojes públicos más significativos de Rosario.


Emergencia del tiempo público: Iglesia, ferrocarril y Estado

El primer período de emplazamiento de relojes públicos en Rosario, está definido por el gran impulso que experimenta a partir de ser declarada ciudad, en 1852. Esto no se debió únicamente a la pujanza económica que le dio la apertura internacional de su puerto, sino también al entusiasmo social que generó tal declaratoria. Por fin había llegado el reconocimiento que tanto ansiaba esa sociedad del interior del país. Los vecinos participaron activamente de este proceso, como explica Mikielievich (1976). En lo que respecta a la construcción de la ciudad, el auge se verifica en diversas materializaciones urbanas: el hospital, algunas sociedades de beneficencia, el cuerpo de serenos, el Banco Nacional de la Confederación, el mercado de abasto, la plaza de carretas, el club social y el teatro, entre otras instituciones públicas. Por otro lado, considerando que entre 1858 y 1869 la población creció un 135% aproximadamente, la organización y sincronización a través de la fijación horaria se fue haciendo cada vez más necesaria, más aún teniendo en cuenta que la principal actividad de la ciudad era el comercio. Las demandas por parte de los vecinos para tener un reloj público comenzaron a aparecer en los medios locales[31].

Es inmensa la falta que hace un reloj de ciudad colocado en una de las torres de la iglesia. Esperamos que no eche la autoridad en olvido esta observación tan conveniente para el vecindario. (Diario La Confederación, 19/7/1854)

En 1855 debido a que las finanzas municipales no eran suficientes para adquirir un reloj en el exterior, se decide contratar al herrero Barbagelata para             que construya uno, sin embargo, el dinero disponible tampoco alcanzaba. Razón por la cual en 1857 la legislatura provincial genera un impuesto sobre la fanega de arena que se introduce en Rosario, a fin de recaudar fondos para concluir el trabajo iniciado por el herrero. Finalmente, el 5 de enero de 1858 se coloca el reloj en la torre sur de la iglesia parroquial.

Ha sido definitivamente colocado en una de las torres de la iglesia. La esfera es de excelente tamaño, y su numeración muy clara. Volvemos a felicitar muy de veras al hábil mecánico Barbagelata por el éxito de su obra importante. (Diario La Confederación, 5/1/1858)

 

Figura 3. Primer reloj público de Rosario en Iglesia Matriz 1866.
Fuente: Archivo Museo Histórico Provincial J. Marc.

 

Si bien las iglesias tuvieron un rol destacado en la historia de la marcación del tiempo urbano, en Rosario este hecho no recae en una cuestión de fe o poder religioso ya que no se ha caracterizado por ser una ciudad muy devota. La capilla constituía, simbólicamente, un lugar importante de la ciudad porque fue en torno a ella que se armó el aglomerado urbano. No obstante, que el primer reloj público se ubicara en la torre de la iglesia –ref. 1 en el mapa– se debió exclusivamente a una cuestión pragmática: era la construcción más alta de ese momento y, por lo tanto, la más visible. Paradójicamente, el reloj, que pretendía ser no sólo la solución a la demanda de hora pública de los vecinos sino también un símbolo de independencia y progreso –“hecho en la ciudad misma como exponente de su industria local”[32]–, nunca funcionó bien, despertando un sin fin de mitos en torno al mismo. Una de las leyendas que más circuló fue la que sostenía que estaba embrujado y que habitaba en él un espíritu que hacía sonar las campanas a cualquier hora, haciendo enloquecer al relojero Struzzi encargado de su mantenimiento, quien debía salir corriendo a frenar las campanadas que desorientaban al vecindario (García, 1925; Cárcano, 1953). En 1880 se compró en Italia otro reloj para sustituir al del herrero, pero tampoco logró dar la hora con exactitud. Finalmente, en 1884, con la remodelación de la iglesia, se quitó el reloj de manera definitiva. En la actualidad la Iglesia Matriz es una de las pocas de la ciudad que no cuenta con ningún reloj en sus torres.

Como se mencionó, los ferrocarriles tuvieron una gran importancia en el proceso de coordinación horaria de las ciudades, como afirma Cabrera (2006) “la relación entre el ferrocarril y el reloj constituye el símbolo del optimismo, la euforia y el entusiasmo por el avance social del siglo XIX. El tren y la locomotora materializan la realidad de la confianza y de la fe en el progreso”[33]. A esto debe agregársele la estación de tren en sí misma que, conectada mediante el telégrafo, era la institución que estaba en hora. Las torres del reloj de las estaciones de ferrocarril son las nuevas atalayas del siglo XIX y disputan su poder con las torres de las iglesias.

Como ciudad-puerto consolidada, Rosario inicia en 1863 las construcciones de las redes ferroviarias que la convertirían, hacia 1900, en el segundo nudo ferroviario del país. Como menciona Heller[34] “el tren y la estación del ferrocarril comienzan a dominar, de manera consciente o inconsciente, la imaginación histórica”. El tren refuerza el vínculo progreso-futuro con su movimiento hacia delante. Un movimiento continuo, casi infinito, que puede conducir todos los deseos. Instalada esta fantasía, incluso la navegación se desprende de la idea de regreso, como explica Heller, a lo cual cabe agregar que en la realidad argentina, con el auge de las inmigraciones de finales del siglo XIX y principios del XX esta idea de progreso toma aún mayor fuerza. Los inmigrantes vienen a hacer la América, dejando atrás vidas negadas al progreso anhelado. El futuro se viene a hacer al nuevo mundo, en el horizonte no hay imposibles.

En Rosario se combinan los tres factores que hacen que la cultura urbana se forje abrazando la fe en el progreso, ellos son: el puerto, el ferrocarril y la inmigración. En este contexto, en 1871 se inaugura el reloj de la torre de la Estación de Ferrocarril Central Argentino –ref. 4 en el mapa–[35]conocida como la Torre de los Ingleses, ya que la empresa ferroviaria era inglesa, así como la mayoría de las instituciones del barrio donde se situaba. Si bien esto significó para la ciudad volver a tener un reloj que diera la hora oficial, los problemas continuaron, como se puede constatar en las demandas de los vecinos que se publicaban en la prensa local de la época.

 

 

Figura 4. Fondo Estación Ferrocarril Central Argentino, 1885.
Fuente:
relevamiento propio.

 

Figura 5. Fondo antigua Estación FCA, 2011.

Fuente: Archivo Museo Histórico Provincial J. Marc.

 

En el diario La Capital de diciembre de 1871 se suceden varios días donde se expone la problemática de los relojes públicos, aun habiéndose inaugurado el de la Torre de los Ingleses, poniendo la atención en lo que se consideraba la característica principal de la ciudad y que ha sido un símbolo persistente en las representaciones de la identidad local: la ciudad mercantil.

la falta de un reloj público que señale las horas con regularidad, es casi una necesidad vital en una población mercantil activa como la nuestra. Cuántos vencimientos, cuántas transacciones, cuántas citas comerciales u otras, penden en su éxito, de un reloj público que marque una hora que sea reconocida como tiempo público autorizado, que sirva de base legal a las operaciones de la vida. (Diario La Capital, 2/12/ 1871)

Asimismo se puede verificar la coexistencia de técnicas muy diferentes para comunicar el tiempo. Si por un lado se contaba con el moderno reloj en la torre de control del ferrocarril, hasta 1881 también se oían los cantos del sereno, que en esta ciudad marcaba los ritmos urbanos hacia finales del siglo XIX. Lo sonoro fue uno de los recursos privilegiados para la comunicación del tiempo. Por ejemplo, en regiones de Europa medieval, se sonaban cuernos y trompetas (Attali, 2001) para anunciar las horas hasta que con la mecanización del sistema de campanas fueron éstas las que se extendieron, de la mano del reloj, como medio de comunicación del tiempo.

el público no está enteramente privado de horas públicas desde un poco tiempo a esta parte, desde la introducción, o mas bien reintroducción de la novísima y brillante idea del canto de los serenos, que con voz sonora, estentórea, y más o menos afinada, señalan algunas horas. Desgraciadamente (y va en contraposición al afortunadamente), estos ruiseñores gargean precisamente cuando menos se necesita saber la hora, es decir desde las diez de la noche hasta el amanecer, horas en que no hay vencimientos, transacciones mercantiles o citas (salvo aquellas que conoce la juventud que no cuenta el tiempo, ni necesita saberlo): el pueblo duerme salvo cuando le despierta los gritos desacompasados y desapacibles de los guardianes nocturnos: viene el día, comienzan las operaciones ordinarias y diurnas de la vida. ¡Ya no hay tiempo público! La necesidad del tiempo público, legal, autorizado, es urgente, indispensable e imprescindible. (Diario La Capital, 2/12/ 1871. El subrayado es nuestro)

Sin embargo, dado que no había reloj público no  se sabe con exactitud cómo controlaban la hora los serenos. De todos modos en el diario se presenta una hipótesis al respecto.

El cronómetro ambulante ha excogitado una manera curiosa a la vez que fácil, de dar la hora a los serenos. Uno de estos ruiseñores es colocado en la esquina de las calles Córdoba y Puerto, donde hay una famosa relojería, y aplicando el oído a la puerta (probablemente al ojo de la llave), oye dar la hora en el regulador, e instantáneamente, con voz sonora, atenorada y afinada, proclama la hora, anuncio que dentro de los cinco o diez minutos inmediatos, repercute por todos los ámbitos de la ciudad sometidos a la acción serena. (Diario La Capital, 10/12/ 1871)

El inicio de este fragmento evidencia una clara representación del imaginario moderno del hombre-máquina al referirse al sereno como un “cronómetro ambulante”, luego se lo trata como un animal, un “ruiseñor” que “es colocado en la esquina”. La objetivación de los sujetos y la concepción instrumental del hombre es otro de los cambios significativos que se introducen con la era industrial y capitalista en la Modernidad[36].

 Si bien el reloj de la Torre de los Ingleses es el más significativo, todas las estaciones de tren y tranway que se construyeron en Rosario tuvieron relojes públicos.

 

 

Figura 6. Estación Ferrocarril Central Córdoba Rosario, 1890 –ref. 5–.
Fuente: Archivo Museo Histórico Provincial J. Marc.

 

Figura 7.  Estación tranway Anglo Argentina 1886.
Fuente: Archivo Museo Histórico Provincial J. Marc
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La fijación del tiempo fue una preocupación municipal que se materializa durante la intendencia de Carrasco (agosto 1890- noviembre 1891), quien además de coordinar la hora oficial con la del Observatorio de Córdoba, coloca la piedra basal del nuevo edificio municipal que tendría en su frontis un gran reloj que brindará hora pública a los vecinos de la zona céntrica más densamente poblada. El 25 de mayo de 1896, en la conmemoración de del primer gobierno patrio, se inaugura el nuevo edificio municipal. Su reloj se iluminaba durante la noche y sus campanas sonaban anunciando el tiempo –ref. 2–.

 

Figura 8. Palacio Municipal 1896.
Fuente: Archivo Museo Histórico Provincial J. Marc.

 

El último reloj colocado en esta etapa es el del edificio de la Administración del Puerto de Rosario (actual Canal 5, ref. 3) en 1902. Sin embargo este reloj no resulta emblemático para la época, ya que se ubicaba en la zona portuaria con lo cual no satisfacía el reclamo constante de los comerciantes ubicados en el centro urbano.

En esta primera etapa de emplazamiento de relojes públicos, el gobierno local ha tenido las mayores iniciativas. Desde el primer reloj colocado en la Iglesia Matriz, hasta el incorporado en el propio edificio municipal –que aún sigue en funcionamiento. Mientras que en la iniciativa privada se destacan los empresarios de transporte que si bien estaban radicados en la ciudad la mayoría eran de origen extranjero, principalmente ingleses.


Impulso privado: el tiempo del trabajo

Así, en Rosario, lentamente fueron apareciendo cada vez más relojes públicos. Después de la primera fase de emergencia de los mismos entre 1854 y 1900, donde convivieron tanto iniciativas públicas como privadas, la instalación de relojes públicos toma un nuevo impulso en la década de 1920 siendo preponderante el rol del empresariado local vinculado al sector agrícola.

Contextualizando este período hay que destacar que, a raíz de la primera guerra mundial, el mercado internacional se contrajo repercutiendo en Rosario en la disminución del tráfico marítimo, las importaciones y las inmigraciones. Las participaciones del puerto local en la escena nacional fueron cayendo y los movimientos se concentraron más aún en el puerto de Buenos Aires.

La economía empieza a recuperarse hacia 1921 a causa de la demanda del mercado mundial y Rosario se hace eco de esta reactivación. El crecimiento de las actividades agrícolas deriva en una serie de nuevos negocios como el crédito comercial y las aseguradoras. Se refuerza la actividad industrial revirtiendo así el nivel de desocupación alcanzado en años de crisis. Este repunte se traduce en un proceso de expansión urbana mediante la mercantilización de tierras en áreas suburbanas y en una serie de transformaciones que modifican el paisaje de la ciudad. En 1923, el gas que hacía funcionar el alumbrado público es reemplazado definitivamente por la electricidad y aparecen los primeros ómnibus. Por otra parte, surgen nuevos medios de comunicación. Ese año se inician las transmisiones radiales, siendo LT3, la primera radioemisora del interior de país.

El primero de los relojes que situamos en esta época es el del Ex Palacio de Justicia –ref. 8–Si bien comienza a construirse en 1888 por encargo del empresario Juan Canals, quien adquiere el reloj de origen francés en 1890, éste pudo ser colocado recién en 1925. El edificio fue ideado para erigir allí una sede de los Tribunales Provinciales con oficinas de renta para abogados y notarios. El fastuoso reloj de cuatro cuadrantes fue colocado en 1925 por Luis Van de Casteele –quien años más tarde construirá, donará y mantendrá los relojes de columna instalados entre 1941-1943–, ya que al tratarse de un reloj muy complejo no había en la ciudad relojero capaz de colocarlo en la época de su adquisición (Mikielievich, 1965). Estaba compuesto por dos paneles donde se marcaba, en uno de ellos, la hora de veintidós capitales del mundo, y en el otro las fases de la luna. Mikielievich (1965) sostiene que es uno de solo cuatro ejemplares que se fabricaron de este reloj en el mundo.

 

 

Figura 9. Ex Palacio de Tribunales  1975.
Fuente: Archivo Museo Histórico Provincial J. Marc.

 

Figura 10. Panel reloj Ex Palacio de Tribunales.
Fuente: Archivo Diario La Capital 10-6-1965.

 

En 1960 los Tribunales de Justicia se trasladan a otro edificio y el reloj queda abandonado. A partir de entonces fueron desapareciendo diversas piezas, entre ellas los paneles. En 2003 se produce un incendio que afecta a gran parte del edificio y los restos del reloj que se hallaban aún en la cúpula. En la actualidad está pendiente un programa de restauración del reloj.

 

Figura 11. Torre en restauración 2010-2011.
Fuente: relevamiento propio.

 

Por otro lado, se halla el Palacio Fuentes –ref. 7– que se empieza a construir en 1922 y se finaliza en 1926, siendo el primer edificio con estructura de hormigón armado de la ciudad. Encargado por Juan Fuentes, inmigrante español propietario de la empresa “S.A. Agrícola Ganadera Juan Fuentes”, el Palacio se conforma por locales, oficinas y departamentos de vivienda familiar. Sobre la ochava se encuentra la entrada principal que es coronada con una cúpula en la terraza, allí se emplaza el reloj de cuatro cuadrantes de origen inglés. Sus campanadas reproducen la misma melodía que el Big Ben de Londres. Este emblemático reloj de la ciudad fue adquirido originalmente para el edificio de la Bolsa de Comercio, pero luego fue comprado por Juan Fuentes en 1923 para ser colocado en su Palacio donde sigue funcionando.

 

Figura 14 . Palacio Fuentes s/f.
Fuente: Archivo Diario La Capital.

 

Este edificio es, junto al actualmente denominado edificio Lavardén, testimonio de la pujanza económica ligada a la actividad agrícola que se vivía en ese momento, lo cual nos conduce a reflexionar sobre el rol del empresariado agrícola en los procesos de desarrollo urbano, de embellecimiento del centro mediante la construcción de obras fastuosas y, también, sobre la importancia que tiene para el sector privado el reloj. Esto queda demostrado al observar que en lo más alto de sus lujosos edificios se ubican relojes monumentales como las joyas de la corona o dioses del orden y símbolos del progreso alcanzado.

Como símbolo de la recuperación del modelo agroexportador, en 1925, comienza a construirse el edificio de la Federación Agraria –actual edificio Lavardén, ref. 9–, con el objetivo de fomentar el cooperativismo rural y difundir la enseñanza de técnicas agrícolas. Este edificio de estilo afrancesado, definido como el alma del campo en la ciudad cosmopolita, es inaugurado en 1927. Contaba con subsuelos, salones para eventos, una sala de teatro que funcionaba también como cine, oficinas y un hotel. En la terraza se emplaza una cúpula y en uno de sus laterales el reloj que se destaca como uno de los atractivos del edificio. La crisis de 1930 imposibilitó liquidar el préstamo obtenido para su construcción y la deuda tuvo que saldarse con el propio edificio que pasó a ocuparse con oficinas del estado nacional hasta que en 1944 fue transferido a la Provincia de Santa Fe. En 1976 recibe su nombre definitivo: Sala Provincial Manuel José de Lavardén. Actualmente, desde 2008 el edificio está siendo recuperado como pieza patrimonial de la ciudad y como espacio cultural donde se desarrollan diversas actividades artísticas. En el marco de este proyecto sólo se reparó el cuadrante del reloj, mientras que tanto el reloj su mecanismo que marcaba las fases de la luna, aún siguen sin funcionar.

 

 

Figura 12. Postal Edificio Federación Agraria s/f.
Fuente: <www.plataformalavarden.com.ar>.

 

Figura 13.  Sala Lavardén  2011.

Fuente: relevamiento propio.

 

Se puede observar que en este período se consolidan los lazos simbólicos entre trabajo-tiempo-progreso que insistentemente aparecen en los discursos de la modernidad. Sin embargo vemos, que a diferencia de la época que sigue, esta tríada está más ligada a emprendimientos privados que públicos, siendo en la época muy escasa la presencia del Estado en cuestiones de hora pública. Tan sólo se pudo encontrar en los registros una discusión llevada adelante por el concejal Garavano en el Honorable Concejo Deliberante en 1922 donde se hace mención a la necesidad de instalar un reloj en el Mercado de Abasto –ref. 10–.

Los obreros de ambos sexos que tienen la necesidad de ir a sus ocupaciones necesitan como consecuencia saber la hora y sus medios pecuniarios no les permiten en la generalidad de los casos la adquisición, ocasionándoles pérdidas de tiempo por llegar demasiado temprano a sus ocupaciones o económicas por llegar tarde y serles descontados parte de sus modestos jornales. (…) De ahí que en todas partes se haya difundido la colección de relojes públicos que subsanan estos inconvenientes. El Rosario carece en absoluto de relojes públicos, pues salvo el de la municipalidad y el de la estación FCCA no existe ninguno que pueda llamarse tal.(…) El mercado de abasto edificio público importante situado en un barrio obrero muy poblado y de imprescindible necesidad dotarlo de un reloj público (ET HCD, mayo 1922)

Por decreto n° 159 se autoriza la compra e instalación del reloj en dicho lugar. El mercado estuvo en funcionamiento hasta la década de 1960 cuando fue demolido y en su lugar, años después, se construyera la Plaza Libertad.

La problemática planteada en torno a la hora pública radica principalmente en la relación entre el tiempo de trabajo y la imposibilidad de los obreros de adquirir un reloj. El argumento esbozado por el concejal Garavano se vincula con un fenómeno similar que Atalli (2001) detecta en Estados Unidos a mediados de 1800. Allí los patrones engañaban a los obreros de sus fábricas “arreglando” los relojes para robarles tiempo de trabajo, lo cual, en el sistema capitalista, se traduce en dinero. Asimismo, en Inglaterra los patrones prohibían a sus obreros usar relojes para poder controlar su tiempo. Por distintos motivos, económicos o laborales, el acceso al tiempo por parte de las clases obreras no fue un proceso sencillo. En el caso de Rosario se verifica la exigencia de dar salida a este conflicto por parte del gobierno local quien asume la responsabilidad colocando un reloj público allí donde el conflicto se localizaba.


Consolidación pública: el tiempo de la circulación y el esparcimiento

La crisis agrícola internacional de 1929-1930 marca una nueva etapa en la cual la ciudad se ve afectada económica y socialmente debido a los numerosos cierres de fábricas, a la retracción en la actividad comercial y a los altos índices de desempleo. No obstante, los efectos de la crisis comenzaron a revertirse a mediados de la década del 30 cuando Rosario empieza a recuperarse, muy lentamente, en el marco del modelo económico de sustitución de importanciones. A partir de esta política logra reactivar e incrementar la actividad industrial que, previo a 1930, era escasa y concentrada en pocas y grandes empresas. Se produce un giro en la economía local y hacia 1935 la cantidad de establecimientos industriales duplicaba a los censados en 1928 (Fernández, 2000). Las 1558 empresas instaladas ocupaban aproximadamente a 25.000 personas. Hacia 1943 el 50% de la actividad industrial de la provincia de Santa Fe se concentraba en Rosario (Falcón; Stanley, 2001).

En este período (1934-1943) también se experimenta un auge en el ámbito cultural, registrándose gran asistencia a los espectáculos en vivo, óperas, zarzuelas y principalmente al cine –existían más de 40 salas en esa época. Asimismo, se inauguraron nuevos museos y los existentes consolidaron sus actividades y su presencia en la ciudad. En síntesis, las actividades culturales y de esparcimiento profundizaron su presencia en la vida cotidiana de la sociedad rosarina. En cuanto a las transformaciones urbanas, se construyeron importantes rutas a otras localidades y se pavimentaron calles. Además se nacionalizó el puerto y se fue desmantelando, lo que ocasionó una segmentación de la zona portuaria que quedó separada de la ciudad a través de un largo paredón que obturaba el acceso al río. Si bien las obras públicas de la época fueron una estrategia para paliar la desocupación, cabe recalcar que la inversión en caminos y vías de comunicación deja entrever la creciente importancia que la circulación adquiere para una ciudad que seguía teniendo un rol importante en el interior del país. Este fenómeno está relacionado con el incremento del uso del automóvil que requería calles pavimentadas y caminos en buen estado para circular. Al interior de la ciudad también se modifican las vías de circulación integrando diversas zonas y conectando a los barrios que se fueron construyendo en las antiguas zonas suburbanas.

El imaginario urbano de Rosario como ciudad moderna no se abandona y el auge del movimiento que conllevaba la salida de la crisis pareció reavivarlo. En sintonía con este nuevo impulso, entre 1941 y 1943 el gobierno local recurre nuevamente a los relojes públicos como símbolo de pujanza, trabajo y progreso y, en este caso, también como ordenador de la circulación urbana. Como antecedente de los relojes de columna públicos que marcan este período, se encuentra el primer reloj de columna que fue instalado en 1933 en la Plaza Bélgica, donado por esta colectividad. Este reloj construido por el relojero belga Adolfo Van de Casteele –que trabajaba con la marca, e incluso el nombre, Luis Verstraeten[37]–, sirvió de prototipo, para la posterior fabricación de la maquinaria de los relojes de columna que se instalaron en Rosario.

 

Figura 15. Inauguración Plaza Bélgica, 1933.
Fuente: Archivo Museo de la ciudad
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Considerando este reloj como ejemplo, una nota del diario La Capital señala que:

Será conveniente pues colocar relojes en soportes para el alumbrado público, en barrios apartados, donde la afluencia de público es mayor por razones de la convergencia de diversas líneas de tranvías y ómnibus y en general, donde sea conveniente ofrecer al transeúnte una comodidad de la que no debe prescindir una gran ciudad moderna (Diario La Capital, 17/3/ 1937; el subrayado es nuestro)

Aquí se representan una serie de vinculaciones en torno a qué se considera una ciudad moderna. Por una parte se alude a la circulación y el movimiento que conlleva ser una “gran ciudad”, de la mano de múltiples medios de transporte público. En diez años –entre 1933 y 1943– la cantidad de pasajeros que se movilizaban en ómnibus y tranvías prácticamente se duplicó (Fernández, 2011). Esto se relaciona tanto con el repunte económico que vive la ciudad desde mediados de 1930, como con el proceso de transformación urbana a partir del cual se empiezan a consolidar las urbanizaciones en los barrios más alejados al área central. El incremento de la movilidad no sólo era provocado por los desplazamientos a lugares de trabajo y estudio, sino también de esparcimiento, como explica Fernández (2011), quien agrega que el transporte contribuyó a que sobre finales de la década del 30 cada vez más rosarinos pudiesen acceder al consumo de bienes culturales, ya que el transporte público era popular.

En este contexto de incremento de circulación masiva, debido a la recuperación de empleos y al aumento del servicio público de pasajeros, los relojes públicos recuperan el protagonismo en el debate y los reclamos hacia el gobierno local.

Cuánto agradecerá la población de nuestra ciudad que las autoridades municipales (…) instalen más relojes oficiales en los sitios de mucho tránsito, pero con una condición, que den la hora oficial. (Diario La Capital, 4/2/1938)

Y es entre 1941 y 1943, bajo la intendencia de Repetto, que se instalan diez relojes públicos de columna “en los sitios más estratégicos de la ciudad y de suma utilidad pública”[38]. Estos relojes fueron construidos por el relojero belga mencionado, al cual se nombró como encargado de su cuidado en 1942.

En cuanto a las significaciones que rodean a los relojes públicos en ese momento histórico es posible establecer una relación entre el emplazamiento de los mismos con el aspecto moderno con el que se buscaba revitalizar a una Rosario ya prácticamente repuesta de la crisis internacional del 30. Esto se puede observar en dos aspectos. Por un lado, en el tipo de obras que se realizan en la intendencia de Repetto, todas tendientes a reforzar el espacio público y a darle mayor capacidad de circulación a la ciudad. Durante su período se construyeron nuevas avenidas, plazas y veredas, se pavimentaron y ensancharon calles, se incrementó el arbolado y se instalaron nuevos sistemas de alumbrado público. En síntesis, todas obras que se identifican con la concepción de una ciudad moderna, dinámica, luminosa, ordenada y puntual. Además, por otro lado, desde mediados de la década del 30 en Rosario se evidencia un crecimiento industrial favorecido por la política de sustitución de importaciones, como se describió anteriormente. En este contexto se busca reforzar la idea de la recuperación económica y laboral utilizando un elemento clave en la historia de Rosario: el reloj. Construida su maquinaria por una relojería local –Sudamericana de L. Verstraeten– y sus columnas de hormigón por otra empresa de la ciudad –FACAR–, se expone la producción propia como síntoma de independencia. Por último, es importante destacar que esta recuperación laboral y económica fue concomitante al auge de la movilidad urbana individual que trajo otro elemento de alto valor simbólico y funcional para las ciudades modernas: el automóvil. Esta suma de factores, complejos y múltiples, fueron los que conformaron el escenario en el que se incrementó, de forma decisiva, no sólo la cantidad relojes públicos en Rosario, sino también la dedicación hacia ellos.

 

 

Figura 16. Reloj 4 caras Bv. Oroño y Pellegrini.
Fuente: relevamiento propio.

 

Figura 17.  Reloj 2 caras Necochea y Pellegrini.
Fuente: relevamiento propio.

 

Como se puede observar en el mapa, muchos de estos relojes están ubicados en la zona céntrica y macro céntrica y otros se distribuyeron en barrios más alejados del casco central. Sus localizaciones no son casuales, sino que se emplazan en las intersecciones de avenidas y bulevares importantes para la circulación de la ciudad. Sin embargo, algunos de ellos están situados en parques y plazas, lo cual invita a una reflexión especial. Estos espacios, en general, funcionan no sólo como centros recreativos sino también como nodos del transporte público de pasajeros, donde convergen numerosas líneas de colectivos. De esta manera, se le otorga al reloj una utilidad vinculada a la coordinación de la movilidad. Pero en su mayoría, estas plazas y parques tienen los relojes en el interior de los mismos, como es el caso del Parque Urquiza –ref. 14–, donde los colectivos no circulan.

 

Figura 18. Reloj columna 4 caras. Parque Urquiza 2011.
Fuente: relevamiento propio.

 

Para comprender el porqué de la localización de los relojes en la ciudad de Rosario, es imprescindible tener presente el proceso de omnipresencia que fue adquiriendo el tiempo y sus representaciones en la Modernidad. Son muchos los autores (Mumford, 1945; Adorno, 1969; Thompson, 1979; Attali, 2001) que demostraron la necesidad del sistema capitalista de disciplinar el uso del tiempo para renovar las energías del hombre industrial, su fuerza de trabajo. Esta regulación se extendió, también, a los momentos de no-trabajo a los fines de que el obrero no perdiera la conciencia del tiempo y de que esos momentos de ocio estuvieran, aunque ellos no lo supiesen, en función de la producción de su trabajo. De otra forma, sería imposible entender la necesidad de marcar el tiempo en las plazas y los parques, espacios, por antonomasia, donde los hombres viven su tiempo de esparcimiento. La ubicación de los relojes públicos, justo en esos lugares donde el hombre corría el riesgo de olvidarse por unos instantes de que estaba atado a un tiempo rígido, medido y ajeno, materializa, sin dudas, el afán de ubicuidad de las estrategias de disciplinamiento social.

Los relojes, entonces, se erigen como monumentos al tiempo fraccionado, mecánico y coordinado que una ciudad necesita para ser moderna. Y son, al mismo tiempo, monumentos que representan el ideal burgués del utilitarismo. En suma, algo así como un monumento a la burguesía, un símbolo del desarrollo y el progreso que, a la vez, retroalimentan este imaginario al ser ubicados en los centros de circulación claves de la ciudad, promoviendo la sensación de organización y sincronización social.

Por último, es relevante a los fines de este trabajo hacer referencia a un desplazamiento en la significación de estos objetos que se relaciona con la gestión pública de los mismos, lo que aconteció mucho después del marco temporal en el que se sitúa este trabajo. Mientras que por décadas los relojes dependieron de la Secretaría de Alumbrado Público, en julio de 1999 comenzaron a estar a cargo de la Secretaría de Conservación Urbana. De este modo, el valor simbólico que adquieren ya no sólo recae en el aspecto instrumental, o sea, la necesidad de conocer la hora, sino en el valor patrimonial que adquieren los relojes públicos como objetos que representan rasgos de la identidad y la cultura urbana, al tiempo que se van consolidando como atractivos turísticos.

 

Figura 19. Mapa de los relojes más significativos de Rosario.
Fuente: elaboración propia.

 

Cuadro 2.
Referencias mapa

1- Etapa: Emergencia 1854-1900

2-Etapa: Impulso privado década 1920

3-Etapa: Consolidación pública 1940

Iniciativa pública-Gobierno local

1- 1858 Reloj de Iglesia Matriz –Buenos Aires y Córdoba
2- 1896 Reloj Municipalidad – Buenos Aires y Santa Fe
3- 1902 Reloj Administración del Puerto de Rosario(actual edificio canal 5)- Av. Belgrano al 1000

Iniciativa privada-empresas de transporte

4- 1871- Reloj Torre de los Ingleses –Corrientes y Wheelwright
5- Estación Central Córdoba - 27 de Febrero y Buenos Aires
6- Estación Rosario Norte – Callao y Av. del Valle

Iniciativa privada-empresarios locales

7- 1926 Reloj Palacio Fuentes- Sarmiento y Santa Fe
8- 1925 Reloj Ex Palacio de Justicia – Moreno entre Santa Fe y Córdoba
9- 1927 Reloj Sala Lavardén- Sarmiento y Mendoza

Iniciativa pública-Gobierno local

10- 1922 Reloj Mercado de Abasto –Mitre e Ituzaingo

Iniciativa pública-Gobierno local

1941-1943- Relojes de columna
11- Plaza Alberdi - Bv. Rondeau y Av. Puccio
12- Parque Alem - Av. Colombres
13- Las Cuatro Plazas -Av. Provincias Unidas y Mendoza
14- Parque Urquiza
15- Cementerio La Piedad - Pcias. Unidas y Av. 27 de Febrero
16- Sargento Cabral y Av. Belgrano
17- Bv. Oroño y Av. Pellegrini
18- Bv. Oroño y Bv. 27 de Febrero
19- Bv. Avellaneda y Mendoza
20- Av. Pellegrini y Necochea

 

Reflexiones finales

La Modernidad se trata, entre otras cosas, de un conjunto de discursos, prácticas, tecnologías e instituciones que colmaron de sentido las significaciones y representaciones del imaginario social, habilitando determinadas formas de construir las ciudades, las tecnologías y las actividades humanas. Ser moderno devino en un valor y en un deseo colectivo. Pero en determinadas ciudades, esta ilusión caló con más fuerza. Los rasgos comunes más sobresalientes que se pueden apreciar en estas ciudades son el puerto y la consecuente actividad comercial, la vitalidad otorgada por la movilidad constante de gente, la presencia de inmigrantes y el aire cosmopolita que estos factores imprimen en las culturas urbanas.

Uno de los desafíos que se asumió en este trabajo fue el de complejizar el análisis de la tecnología-reloj incluyéndola en el contexto de la ciudad moderna. Para ello se rastrearon las relaciones existentes entre las percepciones del tiempo y el espacio, los procesos de transformación y la consolidación de la cultura urbana de Rosario. Como sostiene Choay (1994) en la morfogénesis del espacio urbano, de las subjetividades y los comportamientos urbanos están implicadas las tecnologías que son parte de ese proceso de co-construcción tanto simbólica como material de la ciudad. En definitiva, se trató de rescatar las vinculaciones entre artefactos, ideas y significaciones que constituyen la matriz cultural en un momento dado. Las nociones de tiempo y espacio se han construido como categorías distintas, pero indisociables, que los hombres emplean para situarse en el mundo. Por esta razón, los cambios en las percepciones del tiempo impactan sobre la configuración espacial de manera tangible. De este modo, por ejemplo, al acelerarse la concepción del tiempo y desarrollarse tecnologías apropiadas para dar respuesta a las nuevas temporalidades de la sociedad, crecieron en las ciudades las vías de circulación y comunicación. Así, el ideario de incorporar tecnologías no sólo colmó los discursos del progreso, sino que ello también se vio reflejado en el espacio urbano.

Analizar la incorporación de los relojes en las ciudades latinoamericanas, sobre todo aquellas que se han construido bajo las consignas de la Modernidad, permite constatar el rasgo caótico con el que se han desarrollado estos procesos. El caso de Rosario ha permitido estudiar, desde una perspectiva cultural, la incorporación de los relojes como artefactos del deseo de progreso y de orden pautado por el tiempo mercantil. Entre los lugares de emplazamiento, podemos observar distintas etapas. En un primer momento se ubican en la iglesia, la construcción más elevada en Rosario de 1858. Pero luego son las torres de las estaciones de ferrocarril las que concentran el control del tiempo. En una segunda etapa, los emprendimientos privados se caracterizan por coronar sus edificios con suntuosos relojes monumentales traídos de Inglaterra o Francia, dando cuenta no sólo del despunte económico vivenciado en la época, sino también la idolatría al reloj como símbolo de progreso. Por último, aparecen las construcciones públicas desde las que se comunica el tiempo en distintos sitios de la ciudad, encolumnados monumentos al triunfo del tiempo moderno y burgués.

De los discursos analizados en torno a Rosario se puede corroborar la constancia con que, desde 1854, aparece la idea de ser modernos relacionada a los conceptos de progreso y futuro; a los que se llegaría de la mano del trabajo, el orden y la puntualidad. A medida que la ciudad fue creciendo, de manera vertiginosa por cierto, el incremento de la movilidad interna repercutió en la necesidad de ordenamiento y de circulación que profundizaron la demanda social de relojes públicos. En el mapa presentado se puede observar que en la primera y segunda etapa de emplazamiento de relojes públicos se privilegió exclusivamente el casco céntrico, siendo éste el espacio de concentración de las actividades comerciales. Recién en la tercera etapa, entre 1941 y 1943, los relojes públicos llegan a algunos barrios y zonas de circulación alejadas del área central por iniciativa del gobierno local. Esta última etapa se ve acompañada por el espíritu modernista plasmado en numerosas obras, principalmente en espacios públicos y vías de circulación.

No se puede aseverar si Rosario es o no una ciudad moderna, pero sí se puede afirmar con certeza que el sueño de ser moderna ha formado parte de su identidad urbana. Este anhelo estuvo siempre presente, a veces de manera explícita, a veces no tanto, en cada una de las diversas obras y proyectos que se realizaron desde sus inicios. El caso de los relojes, símbolo indiscutido del capitalismo, de la industrialización y el progreso es, sin dudas, un ejemplo altamente significativo. Se analizaron aquí todos los aspectos vinculados con la adopción de los relojes públicos, desde su fabricación, hasta su instalación, desde los lugares elegidos para emplazarlos hasta los discursos y las justificaciones que la rodearon. Los mismos estuvieron sujetos a ese deseo constante de la sociedad rosarina, no sólo de ser, sino también de mostrar a la ciudad como enteramente moderna.

 

Notas

* Esta investigación está financiada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) a través de una beca de posgrado.

[1] Cabrera, 2006, p. 94.

[2] Cabrera, 2011, p. 177.

[3] Mitcham, 1989, p. 17.

[4] Cabrera, 2006, p.89.

[5] Cabrera, 2011, p. 64.

[6] Buch; Solivérez 2011, p. 31.

[7] Para un estudio sobre la fase del capitalismo industrial Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial de Thompson (1979).

[8] Mumford, 1945, p. 49.

[9] En el año 532 se definió el nacimiento de Cristo como año 0

[10] Attali, 2001, p. 65.

[11] Un estudio detallado de los avances técnicos se puede encontrar en Attali (2001).

[12] Elias, 2010, p. 139.

[13] Mumford, tomo II, 1945, p.53.

[14] Mumford, tomo II, 1945, p.14.

[15] Williams, 2009, p. 167.

[16] Los velocímetros de los automóviles también son circulares, de hecho, tienen una similitud con el formato de los relojes. Tiempo y velocidad se representan circularmente, aún cuando nuestras culturas los conciben de manera lineal.

[17] Romero, 2009, p. 230.

[18] Romero, 2010, p. 284.

[19] Esta frase forma parte de lo que Glück denomina como el elemento central en las representaciones del mito de origen de Rosario. Esta frase se encuentra en varios discursos e incluso en el libro de Juan Álvarez (1998) Historia de Rosario (1689-1939) y se relaciona con el período de fines de siglo XIX y principios del XX cuando la ciudad se consolidaba como enlace portuario y buscaba consolidar su imagen de ciudad independiente del poder estatal.

[20] Álvarez, 1998; Bonaudo et.al., 2005; Megías et.al., 2010.

[21] Romero, 2010, p. 281.

[22] Buch; Solivérez, 2011, p. 24.

[23] Rosario arrastra una gran frustración por no haber logrado nunca ser capital ni de la provincia ni de la Nación. Entre los años 1867-1873, siendo puerto de la Confederación, intentó disputarle politicamente a Buenos Aires ser la capital del país. De estos hechos se desprende que no sea casual que su diario principal, “el decano de la prensa argentina”, se llame La Capital y fuera fundado, precisamente en 1867, con la influencia de Urquiza.

[24] Diario La Capital del 5 de noviembre de 1910.

[25] Attali, 2001, p. 151.

[26] Agradezco los generosos aportes técnicos e históricos del relojero monumental Carlos Ducler.

[27] Hasta la fecha se han relevado 60 artículos en la prensa local desde 1854. Los primeros temas giraban en torno a la falta que hacía un reloj público en la ciudad, en una segunda etapa se destaca el problema de mantenimiento que padecen los relojes públicos de la ciudad y, en la época actual, se observa cierta preocupación por considerarlos bienes patrimoniales..

[28] Castro-Gómez, 2009, p. 13.

[29] Castro-Gómez, 2009, p. 61.

[30] Palliere, L. (1858), en Videla (1999).

[31] A los fines de facilitar la legibilidad se han convertido las expresiones de los textos antiguos a las formas gramaticales y ortográficas actuales.

[32] Álvarez, 1998, p. 292.

[33] Cabrera, 2006, p. 97.

[34] Heller, 1999, p. 286.

[35] Luego de haber sufrido décadas de abandono y deterioro, en 1991 se inicia la restauración de la Torre de los Ingleses y en la actualidad el reloj sigue marcando la hora.

[36] Películas como Metrópolis de Fritz Lang (1927) y Tiempos Modernos de Charles Chaplin (1936) representan esta idea.

[37] Adolfo Van de Casteele compra la relojería L. Verstraeten que ya era conocida en la ciudad y siguió usando la marca.

[38] Memorias de Intendentes 1942.

 

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© Copyright  Paula Vera, 2013. 
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Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

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