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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVIII, núm. 498, 20 de diciemnre de 2014
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

EVOLUCIÓN DEL PAISAJE DEL VIÑEDO EN CASTILLA-LA MANCHA Y REVALORIZACIÓN DEL PATRIMONIO AGRARIO EN EL CONTEXTO DE LA MODERNIZACIÓN

María del Carmen Cañizares Ruiz
Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio – Universidad de Castilla-La Mancha
MCarmen.Canizares@uclm.es

Ángel Raúl Ruiz Pulpón
Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio – Universidad de Castilla-La Mancha
Angelraul.ruiz@uclm.es

Recibido: 11 de julio de 2013. Devuelto para correcciones: 7 de febrero de 2014. Aceptado: 12 de octubre de 2014.

Evolución del paisaje del viñedo en Castilla-La Mancha y revalorización del patrimonio agrario en el contexto de la modernización (Resumen)

Los espacios agrarios del mundo occidental se definen actualmente por su complejidad. Dinámicas asociadas al impulso de la modernización agraria en unos mercados cada vez más competitivos y globalizados, conviven, de forma antagónica, con otras vinculadas a la revalorización de los paisajes agrarios y del patrimonio rural dentro del postproductivismo agrario.  El artículo analiza esta clase de relaciones en el sector vitivinícola de Castilla-La Mancha, primera región en extensión de viñedo en España, donde la paulatina adaptación del sector a las disposiciones de mercado está modificando profundamente los paisajes y las formas de producción vitivinícolas, afectando por tanto, a un patrimonio agrario que reúne suficientes valores para que pueda ser considerado paisaje cultural.

Palabras clave: viñedo, Castilla-La Mancha, modernización, patrimonio agrario, paisaje cultural.

Evolution of the vineyard landscape in Castilla-La Mancha and revaluation of the agricultural heritage in the context of modernization (Abstract)

The agricultural areas in the Western world are currently defined by its complexity. Dynamics of the momentum of agricultural modernization in increasingly competitive and globalized markets coexist with others related with the revaluation of the agricultural landscapes and rural heritage.  The article discusses these relations in the winegrowing of Castilla - La Mancha, first region in extension of vineyard in Spain, where the gradual adaptation of the market provisions is deeply changing landscapes and forms of winegrowing. In addition, these changes are affecting an agricultural heritage which is worthy to be considered cultural landscape.

Key words: vineyard, Castilla-La Mancha, modernization, agricultural heritage, cultural landscape.


En los últimos años asistimos a la reconceptualización de algunos términos en el marco de la postmodernidad donde la cultura adquiere un nuevo significado. Es el caso de los conceptos de paisaje y de patrimonio que, desde la perspectiva territorial, se complementan y son enormemente válidos para analizar algunas herencias depositadas a lo largo del tiempo por el hombre en el territorio.

El paisaje, definido como “cualquier parte del territorio tal y como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos”, se presenta como un elemento importante de la calidad de vida, tal y como lo entiende el Convenio Europeo del Paisaje[1] (Florencia, 2000), y constituye, al mismo tiempo, la “síntesis de los valores patrimoniales del territorio, justamente por su capacidad de integrar naturaleza y cultura a través de la percepción social”[2]. Por su parte, el patrimonio hace referencia a la herencia, al legado (heritage) que debemos transmitir a las futuras generaciones, y que ya no se reduce al monumento, sino que se amplía a los paisajes con identidad definida y que son construidos por el hombre a lo largo del tiempo. Hasta tal punto se ha reformulado este concepto que el propio territorio se ha convertido en patrimonio. El territorio entendido bajo un nuevo enfoque cultural (nueva cultura del territorio) como referente de identidad y cultura, “un bien no renovable, esencial y limitado, una realidad compleja y frágil que contiene valores ecológicos, culturales y patrimoniales que no se reducen al precio del suelo, además de constituir un activo económico de primer orden”[3], y que pasó, a comienzos del presente siglo, del “territorio soporte de la actividad económica al territorio recurso y patrimonio cultural”[4].

Paisaje y patrimonio son hoy conceptos complementarios, pues ambos aluden a las identidades territoriales, y en este contexto, “los paisajes de los espacios rurales, caracterizados fisionómica y funcionalmente por las actividades agrosilvopastoriles, a las que se han sumado nuevos usos y demandas, constituyen un excelente ámbito para el pensamiento y para la acción”[5]. En relación con los espacios rurales, ambos términos han sido revalorizados también por la transición postproductivista, enfoque derivado del nuevo marco de relaciones entre las políticas agrarias y ambientales que actúan sobre el medio rural de los países desarrollados a finales del siglo XX, y basadas, entre otras cosas, en la pluriactividad de las explotaciones, en la extensificación de la producción, en el incremento de los consumidores que demandan productos saludables y de calidad, y en la revalorización de los espacios rurales[6]. Estos nuevos planteamientos se alejan de la comprensión del medio rural como una mera superficie de producción, para interpretarlo desde el punto de vista de sus valores ambientales, paisajísticos y culturales[7]. Bajo estas premisas, los usos del suelo actuales son el resultado de una historia cultural y natural específica que configura sentimientos emotivos y estéticos[8] en torno a un determinado tipo de organización territorial, de paisajes y de tradiciones propias[9].

El paisaje del viñedo puede ser especialmente ilustrativo de este tipo de dinámicas, puesto que se trata de un cultivo con un incuestionable trasfondo histórico y cultural en muchas regiones de la Europa Mediterránea. El modelo de explotación vitivinícola de cada región depende de factores específicos vinculados con el medio físico, la tradición histórica, y la orientación socio-económica del mismo, que cimentan la dimensión patrimonial y cultural del aprovechamiento; y, desde un punto de vista más general, de las disposiciones de mercado que instan hacia la modernización, la innovación, la calidad y la readaptación productiva de las explotaciones que son las que han ocasionado mayores transformaciones en el paisaje.

La Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha (España) es la más representativa de esta clase de relaciones en sus espacios rurales y, en concreto, en las zonas dedicadas al cultivo del viñedo. Por un lado, el modelo de explotación vinculado a la producción y a la comercialización de mostos, alcoholes y vinos de mesa poco elaborados, ha determinado a lo largo del siglo XX un patrimonio y una “cultura de vino” singular, que reúne los requisitos necesarios para ser valorado como recurso territorial e, incluso, como producto turístico. Por otra parte, es aquella una de las regiones más afectadas por las disposiciones de mercado a nivel mundial, tal y como se deduce de la influencia de las políticas de regulación del potencial productivo propuestas en las Organizaciones Comunes de Mercado, y entre las que destacan las políticas de arranque de viñedo y las de reconversión y reestructuración. El estudio de las consecuencias de estos dictámenes resulta además de especial interés, ya que Castilla-La Mancha es la primera región productora de vinos y en extensión de viñedo de España.

Este artículo analiza el sector vitivinícola de Castilla-La Mancha en el contexto de las  inercias que se generan actualmente desde el postproductivismo agrario, y en especial, de aquellas propuestas que abogan por la revalorización de los paisajes y del patrimonio rural, y de aquellas otras que, influidas por la competitividad de los mercados internacionales, han posibilitado la modernización del sector. Valoraremos así la forma en que estos procesos de modernización están transformando la fisonomía de los paisajes y las formas de producción, y también, cómo afecta aquellos procesos a la conservación del patrimonio vitivinícola agrario, tanto material como inmaterial.

 

Figura 1. Dinámicas postproductivistas en el sector vitivinícola y su relación con el proceso de modernización.
Fuente: Elaboración propia.

 

La hipótesis de este trabajo es que el postproductivismo encierra dinámicas recíprocas y contradictorias (Figura 1). Entre las primeras, destaca la apuesta por la pluriactividad y por la extensificación agraria, que a partir del enoturismo y de la producción de vino ecológico contribuyen, respectivamente, a la valorización de los recursos patrimoniales y al cumplimiento de ciertos estándares de calidad. Entre las segundas, encontramos relaciones de tipo contradictorio, como las planteadas entre la calidad de los productos agrarios y la revalorización de los espacios rurales. La modernización del sector se entiende actualmente dentro de la globalización de los mercados internacionales[10], donde los productos agrarios han de ser competitivos a partir de la satisfacción de determinados patrones de demanda de los consumidores, entre los que sobresalen los precios y el carácter saludable de los productos. En este sentido, la apuesta por productos de calidad se convierte en una de las características más importantes del postproductivismo agrario, y anuncian un cambio de prioridades en el destino final de la producción agraria, distinto al planteado desde los enfoques productivistas[11].

La calidad es un concepto de difícil definición. Se suele interpretar  como una propiedad que los consumidores, de forma subjetiva, confieren a un producto[12] atendiendo a una serie de parámetros vinculados con las peculiaridades del proceso de elaboración, la certificación por parte de un organismo de control, la atracción generada por su presencia o sabor, o que sea especialmente representativo de los condicionantes territoriales de una zona concreta[13]. En el sector vitivinícola, la búsqueda de la calidad ha llevado implícita una necesaria modernización del sector, abordada a partir de la optimización de los procesos de elaboración de nuevas variedades de uva apoyadas por los mercados y de la mejora en la mecanización. La paulatina generalización del viñedo en espaldera, junto con la sustitución varietal derivada de los programas de reconversión y reestructuración, se convierten en los principales responsables del actual cambio paisajístico del viñedo manchego, afectando significativamente a los valores escénicos y patrimoniales del viñedo tradicional. Estas transformaciones no sólo acarrean consecuencias desde un punto de vista cultural, sino también desde una perspectiva ambiental, ya que los requerimientos agronómicos de la espaldera apuntan hacia una nueva intensificación productiva, mientras que el arranque del viñedo sin derecho a plantación, como medida implementada para la regulación de los mercados, supone un riesgo potencial de desertización, siempre y cuando desencadene el abandono definitivo de la actividad agraria. En suma, dinámicas asociadas a un trasfondo postproductivista generan un nuevo tipo de agricultura con relaciones más antitéticas con la calidad ambiental, fenómeno que viene a refrendar la complejidad de los paisajes agrarios actuales[14].

En este contexto de transformaciones, desde los años noventa del siglo XX, la UNESCO ha prestado especial atención a los paisajes agrarios en diferentes ámbitos territoriales, al incluir algunos de ellos en la Lista del Patrimonio Mundial por su valor cultural. Esto ha sucedido con los cultivos en terrazas de arroz en Filipinas, los paisajes agrarios del sudoeste de Suecia, o en el caso español, el Palmeral de Elche. Otros se vinculan con el cultivo del viñedo[15].  Por ejemplo, los paisajes italianos de la costa de Amalfi catalogados en 1997 y de Cinque Terre, en Liguria, caracterizados por viñedos escalonados; los franceses de la Jurisdicción de Saint Emilion (1999), en el área vitivinícola de Burdeos y los viñedos del Loira, cuyos vinos tienen reconocimiento internacional; los portugueses del Alto Douro (2001) donde se reconoce la relación entre territorio y viticultura en torno a este eje fluvial, y los de Pico, en el Archipiélago de Las Azores (2004), con la singularidad del cultivo de vides en una zona volcánica; el paisaje agrario alemán de la región de Renania-Palatinado (2002), en el que se ha valorado la transformación del paisaje con el cultivo de la vid en las laderas del Rhin; el paisaje húngaro de la región de Tokaj, área de extraordinaria belleza en la que destaca la arquitectura asociada; y el paisaje suizo de las terrazas de Lavaux (2007), donde el viñedo desciende, también aterrazado, hasta el lago Leman y se puede observar desde el “train de la vigne” (Figura 2). Todos cumplen una serie de requisitos: 1. Ser representativos de los grandes períodos de la Historia de la Tierra; 2. Ser muestra de procesos ecológicos y biológicos de la evolución y desarrollo de los ecosistemas naturales; 3. Constituir áreas de belleza natural o estética excepcional; 4. Contener hábitats representativos para la conservación in situ de la diversidad biológica; 5. Y contar con criterios de protección, administración e integridad. Estos requisitos los podrían cumplir otros territorios asociados al cultivo del viñedo, cuyos valores no han sido aún reconocidos y cuya posible catalogación contribuiría a protegerlos, difundir la cultura del vino y mejorar la oferta turística. Algunos de ellos (los que cuentan con reconocimiento y otros que no) se insertan, desde 2009, en el Itinerario Cultural Europeo “Iter Vitis, los Caminos del Vino”, que integra viñedos de 18 países con el objetivo de convertir el paisaje vitícola en destino de turismo sostenible[16], iniciativa de gran interés si prospera la declaración escrita que un grupo de eurodiputados realizó en mayo de 2013 al Parlamento Europeo para que apoye el reconocimiento de la “Cultura del Vino” como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad (UNESCO)[17].

 

Figura 2. Viñedos aterrazados en Lavaux junto al Lago Leman (Suiza).
Fuente: Los autores.

 

En España aún no existe ningún viñedo que tenga este reconocimiento, aunque recientemente el gobierno vasco y el riojano han presentado conjuntamente la candidatura[18] del “Paisaje del Vino de Rioja Alavesa” en base a la singularidad de este territorio vitivinícola desde el punto de vista histórico, geográfico y cultural. Es cierto, no obstante, que varios territorios se insertan en el Itinerario citado, Iter Vitis, como Cacabelos en el Camino de Santiago, Rías Baixas cuna del Albariño, Rioja Alavesa,  Somontano, Cava del Penedés, aunque todavía con un desarrollo menor. Cabe añadir también que en España, dentro del marco del Plan Nacional de Paisaje Cultural que desarrolla el Instituto del Patrimonio Cultural Español desde el año 2002, se ha realizado un estudio cuyo objetivo es la elaboración de un Atlas del Cultivo Tradicional del Viñedo y sus Paisajes Singulares. También vinculado con el mismo organismo, el Plan Nacional de Patrimonio Industrial (2000) selecciona algunos elementos materiales con valor patrimonial relacionados con la cultura del vino como es el caso de las Bodegas de Almendralejo en Badajoz[19].

Caracterizaremos a continuación el cultivo del viñedo en Castilla-La Mancha con especial atención a su evolución histórica y a las transformaciones recientes, así como a la riqueza patrimonial que de él se deriva planteando si este paisaje dotado de gran singularidad merece ser protegido y catalogado como paisaje cultural, en primer lugar, y por qué no, propuesto como Patrimonio de la Humanidad en un futuro no muy lejano.


Caracterización del viñedo en Castilla-La Mancha

Castilla-La Mancha (2.121.888 hab. en 2012) es la Comunidad Autónoma que más superficie dedica al cultivo del viñedo en España. Según el Anuario de Estadística Agraria de 2010, la región presentaba 467.960 hectáreas dedicadas a este cultivo, lo que suponía el 46,7% de las superficies de viñedo nacional, mientras que la producción rondaba los 17,6 millones de hectólitros, un 54,8% del total español. Según los informes elaborados por el Observatorio Español del Mercado del Vino, las exportaciones de este producto en Castilla-La Mancha alcanzaron en 2011 la cifra récord de los 1.070,7 millones de litros, siendo especialmente relevante la comercialización de vinos a granel sin Denominación de Origen, circunstancia que explica la escasez de existencias de vino en gran parte de las bodegas regionales a principios de 2013, con apenas 5 millones de hectolitros de vino y 0,6 millones en mostos[20], cifras poco frecuentes en un territorio habitualmente distinguido por sus excedentes estructurales. Sin embargo, el sector sigue expuesto a los continuos vaivenes del precio final de la uva campaña tras campaña, derivado, entre otros factores, de la mayor o menor demanda internacional asociada a la cuantía de las cosechas de países vecinos, del volumen total de la producción, del comportamiento del consumo interno, y de la falta de una Interprofesional[21] del sector que proteja y refuerce la comercialización.

La irregularidad actual de los precios se enmarca dentro de una clara tendencia al descenso de las superficies totales, concretada en más de 130.000 hectáreas desde el año 2000, que habría que relacionarla con la retirada de la viña de secano y con los efectos de las políticas de arranque subvencionado. A pesar de ese declive, la producción sigue manteniéndose en los mismos niveles de los últimos años dada la intensificación productiva proveniente tanto de la incorporación del regadío, como por la derivada de las mejoras en la mecanización del cultivo.

 

Figura 3. Superficies de viñedo en Castilla-La Mancha (2010).
Fuente: Consejería de Agricultura. SOCAS 1-T. Elaboración propia.

 

Como podemos observar en la Figura 3, la mayor parte del viñedo se localiza en la comarca geográfica de La Mancha, territorio distinto a otras zonificaciones de tipo agrario o histórico[22], que está compuesto por un total de 96 municipios distribuidos a lo largo de 15.910 km2 y cuatro provincias[23] (Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Toledo), la cuenca sedimentaria o subregión más importante de Castilla-La Mancha[24]. En el mismo se asientan ciudades como Albacete (172.472 hab. en 2012) y otros núcleos de más de 20.000 habitantes que se han afianzado dentro de la red urbana regional, como Alcázar de San Juan, Manzanares, Tomelloso, Valdepeñas y Villarrobledo, directamente vinculados con la industria agroalimentaria, con la generación de servicios comerciales, y con las empresas de construcción[25]. La Mancha acapara el 66% de las superficies regionales de viñedo debido a las óptimas condiciones físicas y químicas del suelo que favorecen la concentración de este cultivo, y concretamente, en el extremo sur oriental de la provincia de Toledo y el nororiental de la de Ciudad Real, donde los municipios pueden dedicarle más del 70% de sus aprovechamientos agrarios. Fuera del ámbito de influencia de este territorio se sitúan otros focos tradicionales que se amparan en Denominaciones de Origen regionales entre las que destaca el caso de la D.O. Méntrida al norte de la provincia de Toledo y la D.O. Jumilla en el extremo meridional de la de Albacete.

En la actualidad, el sector vitivinícola de Castilla-La Mancha se encuentra bajo la influencia de las directrices propuestas por las últimas Organizaciones Comunes de Mercado aprobadas en 1999 y 2008. La regulación del potencial productivo definida en ambos dictámenes inaugura un nuevo escenario en la trayectoria histórica del viñedo regional. Una trayectoria que ha consolidado una forma particular de observar, de entender y de trabajar el territorio por parte de la población local[26], y que podemos dividir, según las dinámicas territoriales observadas, en cuatro etapas que sintetizaremos a continuación:


Primera fase: autoconsumo e incipiente comercio (siglo XII-1882)

Ante la ausencia de estudios concretos que precisen el papel de la civilización romana en la difusión del viñedo en Castilla-La Mancha[27], iniciaremos el análisis de la evolución histórica de este cultivo en los procesos de Reconquista y Repoblación. Desde el siglo XII, el viñedo se extendió de forma lenta y dispersa en la región, con un ritmo de crecimiento supeditado a la acción repobladora de las Órdenes Militares que obligaban a cultivar este aprovechamiento a los particulares que se asentaban en sus dominios. Los motivos eran sobre todo culturales, ya que el vino desempeñaba una labor clave dentro de la liturgia cristiana y servía de contención ante la llegada de repobladores musulmanes; y también económicos, porque las Órdenes se aseguraban una regular fuente de ingresos derivados del cobro de plantar y vender vino fuera de la jurisdicción[28]. En la Edad Moderna, la lucha de intereses entre los pequeños labradores y los miembros de la nobleza local condicionarían el ritmo de propagación de este cultivo. Destaca el caso de Valdepeñas como municipio con una escasa relevancia de las oligarquías locales, lo que favoreció que los pequeños labradores redactaran, a su conveniencia, unas ordenanzas municipales que apostaban por el viñedo y por los cereales frente a los intereses ganaderos[29]. Junto con Valdepeñas, otras localidades de La Mancha fueron ganando protagonismo a lo largo del siglo XVI y XVII, como Manzanares, que aseguraba tener muchas viñas en los cuestionarios de las Relaciones Topográficas de Felipe II (1575), con referencias concretas a su extensión, a su rendimiento y a su venta[30]. Estos núcleos superarán los umbrales de autoconsumo en el siglo XVIII beneficiados por su localización en el Camino Real que unía Andalucía con Madrid, junto a otros lugares situados en la parte más septentrional de La Mancha, como Ocaña y Tembleque, que fueron favorecidos por su cercanía a la capital.

A pesar de esa relativa importancia, la estructura agraria general durante la mayor parte de la Edad Moderna estaba dominada por la ganadería y por los cereales, mientras que el viñedo se localizaba en las tierras marginales con fines de autoconsumo[31]. Este carácter secundario viene refrendado por la información ofrecida por el Catastro del Marqués de la Ensenada (1752) en el que la vid apenas suponía un 3% de la estructura agraria de núcleos tan importantes como Alcázar de San Juan.


Segunda fase: expansión y excedentes (1882-1986)

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el viñedo de Castilla-La Mancha experimenta una importante expansión que se prolonga hasta la entrada de España en la Comunidad Económica Europea en 1986. Según recoge el Cuadro 1, el crecimiento de la superficie de viñedo entre 1857 y 1987 fue de un 404% en la región, y más de un 800% en la provincia de Ciudad Real. Este espectacular incremento sienta sus bases en el último cuarto del siglo XIX, momento en el que concurren una serie de circunstancias que explican el despegue de la viticultura regional: la crisis de los precios de los cereales, los efectos de la filoxera en Francia, y la consolidación de la red viaria regional[32].  

 

Cuadro 1.
Evolución de las superficies de viñedo en Castilla-La Mancha (1857-1987)

 

18571

18841

19041

19312

19502

19722

19872

Balance (%)

Albacete (ha)

15.711

31.000

68.786

71.725

70.213

115.299

118.695

+655%

Ciudad Real (ha)

29.356

67.000

115.628

158.600

252.910

235.791

264.776

+802%

Cuenca (ha)

28.148

28.000

47.470

79.093

58.648

94.068

123.700

+339%

Guadalajara (ha)

37.417

20.000

24.700

5.633

4.920

5.073

4.240

-89%

Toledo (ha)

31.735

40.000

49.050

85.850

94.496

149.650

205.884

+548%

Castilla-La Mancha (ha)

142.367

186.000

305.634

400.901

481.187

599.881

717.295

+404%

Fuente: Rodríguez Tato (1), Anuarios de Estadística Agraria (2). Elaboración propia.

 

A partir de 1855 se empezaron a introducir cereales provenientes del extranjero en los puertos españoles, cuyos precios supusieron una dura competencia para el cereal regional[33]. La consecuencia más significativa fue la paulatina sustitución de los cereales por el viñedo en las parcelas de peor rendimiento, favorecida por la óptima adaptación edáfica y climática de éste último y las posibilidades económicas que se abrieron para los pequeños agricultores. Estas expectativas se consumaron a partir de 1868, momento en que la plaga de filoxera empezó a afectar al viñedo francés, activando, por consiguiente, la demanda de vino por parte del país vecino. El resultado más importante fue la firma del Tratado comercial hispano francés de 1882 que posibilitó la entrada de los caldos españoles en Francia a través de una rebaja generalizada de aranceles y que propició una “edad de oro” en gran parte de las comarcas vitivinícolas españolas[34], en especial en La Mancha, que se convirtió en los primeros años del siglo XX en la principal región productora de España. El viñedo, que hasta ese momento era un cultivo marginal, se erigió, por su expansión y alta rentabilidad, en el pilar más sólido de la economía regional, singularizando hasta la Autarquía una fase propia en la evolución de los paisajes rurales castellano-manchegos que Félix Pillet[35] denomina “fase vitivinícola”.

La consolidación del viñedo manchego también obedece a otros factores de tipo agronómico y económico. En primer lugar, la influencia de la filoxera en La Mancha no tuvo la misma trascendencia que en otras regiones españolas como Cataluña y la Comunidad Valenciana a principios del siglo XX. En 1909, la provincia de Ciudad Real estaba aún libre de su influjo[36], y en 1930 sólo había afectado a un 25% del viñedo[37]. En concreto, zonas de suelos arenosos de los lugares más centrales de la comarca nunca estuvieron afectadas por la enfermedad, dada su eficacia en la detención de la misma, superior a la ofrecida por los arcillosos[38]. En segundo lugar, la demanda de ciudades del Mediterráneo, del Cantábrico y de la propia capital, Madrid, así como la mejora de la red de comunicaciones, en especial del ferrocarril, fortalecieron las relaciones comerciales de La Mancha. Se inicia, entonces, “la expansión del monocultivo del viñedo”[39] derivada del incremento general de la superficie cultivada, en la que la provincia de Ciudad Real experimentó un aumento de casi 120.000 hectáreas entre 1857 y 1931. La subida de los jornales y los desplazamientos de población hacia zonas productoras fueron las consecuencias más evidentes de este proceso, motivando unos incrementos demográficos en torno al 50% en determinados municipios[40].

Después de la Guerra Civil, el viñedo seguiría afianzándose en la estructura agraria al obtener un crecimiento de más de 300.000 hectáreas desde 1931 hasta 1987, a diferencia de otras regiones españolas que experimentaron un descenso de extensiones totales[41]. La concentración de la producción impulsó la hegemonía de Castilla-La Mancha al frente de la producción de vino nacional. En concreto, se convirtió en líder en una amplia gama de productos, como el alcohol vínico (sólo la provincia de Ciudad Real destiló el 27,5% de la producción nacional en 1953[42]). El aumento de superficie y los altos rendimientos conseguidos favorecieron la aparición de los primeros excedentes estructurales en la década de los cincuenta del siglo XX, desajuste que será la principal seña de identidad de la viticultura regional hasta nuestros días. Las medidas administrativas relativas a la regulación de los mercados no se hicieron esperar. Destacaron las Órdenes Ministeriales que propugnaban “la inmovilización”, concepto que definiría la retirada del vino excedentario de los mercados mediante una oferta de compras, y que condicionó la retirada de medio millón de hectólitros en La Mancha[43]. Este tipo de medidas punitivas continuaron hasta los albores de la entrada de España en la CEE, destacando, entre otras, el Real Decreto 275/1984 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación que pretendía la reestructuración de 8.000 hectáreas de viñedo y la reconversión de cerca de 21.000 con el propósito de ajustar la oferta y mejorar la calidad de la producción vitivinícola. El resultado final fue de 10.278 hectáreas reestructuradas, o superficie dedicada a la sustitución de variedades excedentarias por otras específicas de cada Denominación de Origen, y 4.465 hectáreas acogidas a la reconversión, entendidas como de abandono definitivo del viñedo y cambio a usos más intensivos del suelo[44].


Tercera fase: Medidas de regulación y “la paradoja del regadío” (1987-1999)

A partir del ingreso de España en la CEE el sector seguirá expuesto a otros mecanismos de regulación destinados a paliar el problema de los excedentes estructurales. Entre las iniciativas planteadas destacaron la destilación obligatoria con precios de castigo, consistente en la retirada de los remanentes de producción a unos precios prefijados por la Comunidad Europea para transformarlos en alcohol; y el arranque definitivo del viñedo planteado en el Reglamento (CEE) 1442/88 que, con unos subsidios en torno a los 7.000 ECUS por hectárea, supuso la pérdida de más de 130.000 hectáreas de viñedo en Castilla-La Mancha hasta 1996[45], revirtiendo claramente la tendencia alcista anterior.

A pesar del descenso de superficies totales, tanto una como otra iniciativa no pudieron hacer frente al incremento de la productividad derivada de la incorporación de los regadíos. Según el Cuadro 2, entre 1987 y 1999 el regadío del viñedo aumentó un 5% en Castilla-La Mancha, pasando de las escasas 9.313 hectáreas en 1987, a 37.194 en 1999, frente al descenso en la misma proporción de las superficies de secano, para computar una reducción total de superficies de más 134.000 hectáreas en el periodo. Por comarcas, la tendencia fue más intensa en La Mancha, donde la presencia del acuífero Mancha Occidental[46] determinó un ritmo de transformación más acelerado, como demuestra el hecho de que en 1999, el 10% de las superficies de viñedo ya estaban declaradas como de regadío[47].

 

Cuadro 2.
Superficie ocupada por el viñedo de Castilla-La Mancha en tierras de secano y regadío (1987, 1993 y 1999)

 

SECANO             

REGADÍO

Total (ha.)

Año

Superficie  (ha)

%

Superficie (ha.)

%

1987

707.982

98,7

9.313

1,3

717.295

1993

620.680

98,3

10.489

1,7

631.529

1999

545.397

93,6

37.194

6,4

582.591

Fuente: Anuarios de Estadística Agraria. Elaboración propia.

 

Uno de los factores que explican estos incrementos fue la aprobación de la Ley 8/1996 de 15 de enero sobre Medidas Urgentes para reparar los efectos de la sequía, que entre otras medidas, levantó la prohibición del riego, establecida en el Estatuto de la Viña, el Vino y los Alcoholes de 1970 en su Disposición Transitoria Segunda. La razón se debió al periodo de sequía comprendido entre 1991 y 1995, que planteó el debate sobre la idoneidad de seguir manteniendo la prohibición; de la misma manera, se abogaba porque los viticultores gozaran de una situación más favorable y competitiva en el seno de la Unión Europea, ya que a diferencia de lo que ocurría en España, en Europa sí que estaba permitido el riego del viñedo[48]. La sequía y el fin de la prohibición del riego coincidieron en el tiempo con una buena coyuntura de los precios de la uva, inaugurando una nueva “edad de oro” que mejoró la situación general del pequeño y del mediano productor, y que favoreció la inversión de las grandes firmas comerciales del vino y de otros agentes económicos ajenos al sector[49].

Si bien las medidas punitivas no tuvieron el éxito esperado, las vinculadas a la reorientación de la producción sí que contaron con el beneplácito de los productores, que encontraron en el riego un perfecto aliado a la hora de implementarlas. La Comisión Europea planeaba una adecuación productiva a partir de nuevas variedades de uva más demandadas por los mercados, varietales que requerían unos aportes hídricos complementarios en regiones del sur de Europa para su mantenimiento agronómico. Por tanto, es evidente que el regadío del viñedo en Castilla-La Mancha ha jugado un papel no exento de paradoja: por un lado, se erige en el principal culpable del carácter excedentario del sector durante gran parte de los años ochenta y noventa, pero, por otro, se convierte en una indispensable herramienta del proceso de modernización al cubrir las necesidades agronómicas de las varietales incentivadas por la Administración.

 

Figura 4. Paisaje del viñedo tradicional en las proximidades de Valdepeñas (Ciudad Real).
Fuente: Los autores.

 

Cuarta fase: Modernización y postproductivismo (1999-actualidad)

Durante la década de los noventa del siglo XX, la demanda de vino de variedades tintas, la incorporación de los riegos, y la consolidación del tejido productivo, en especial de las Denominaciones de Origen, constituyeron dinámicas que anunciaban un cambio en el modelo de explotación vitivinícola de Castilla-La Mancha basado en la modernización, en la calidad, y en la diversificación productiva. La reorientación de la producción se constituiría en el principal mecanismo de regulación a partir de 1999, entendida desde una óptica contraria al carácter coercitivo propuesto desde la destilación obligatoria y el arranque del viñedo. Las bases de este cambio se propusieron en el Documento de reflexión sobre la evolución y el futuro de la política vitivinícola de 1993 que, de forma aún incipiente, abogaba por la promoción de una viticultura de calidad. Esta apuesta anunciaba un giro de prioridades en el destino final de la producción a favor de los consumidores, propio de la relevancia del postproductivismo agrario en el mundo rural[50]. Este documento también pasaba revista por los principales problemas del sector: incremento de los excedentes y sus nefastas consecuencias sobre los mercados, descenso exponencial del consumo de vino, y necesidad de reajustar la oferta productiva a la demanda, cuestiones que sirvieron de base al Reglamento que aprobaba la Reforma 1493/1999 de la Organización Común del Mercado vitivinícola (OCM).

La Reforma de la OCM de 1999 tenía como principio la consecución de un equilibrio entre la oferta y la demanda del vino comunitario, y para ello, hizo especial hincapié en la búsqueda de soluciones para la limitada capacidad de adaptación de las regiones excedentarias en los mercados internacionales. En este sentido, se siguió prohibiendo la plantación de nuevas vides, a pesar de que se asignó una cierta cantidad de derechos de plantación para zonas en expansión comercial; se abogó por la necesidad de elaborar inventarios o registros vitícolas para ejercer una mayor control sobre la producción; se apuntó la posibilidad de seguir primando el arranque en regiones con excedentes estructurales persistentes; y se llevaron a cabo otras medidas de regulación como los programas de reconversión y reestructuración varietal que tuvieron importantes repercusiones paisajísticas.

En la Comunicación de la Comisión al Consejo y al Parlamento Europeo —COM (2006)319 final— de 22 de junio de 2006 se siguió insistiendo sobre los problemas derivados de los excedentes y de la falta de competitividad de los vinos europeos, factores que hacían necesaria una profunda Reforma de la Organización Común del Mercado vitivinícola. Entre sus disposiciones, figuraba el establecimiento de medidas relacionadas con la regulación del potencial productivo y de apoyo a los mercados, entre las que sobresalían la fijación de una prima por arranque de viñedo en regiones con problemas de sobreproducción, el cuestionamiento de la prohibición de realizar nuevas plantaciones, la prórroga de los programas de reconversión y de reestructuración, y la supresión de las ayudas de apoyo a los mercados[51] por propiciar, según la Comisión, excedentes invendibles. Este fue el dictamen que mayor rechazo suscitó en Castilla-La Mancha, ya que el tejido productivo había contado tradicionalmente con estas ayudas como fuente de financiación. Otras propuestas, como la necesidad de seguir prorrogando los programas de reconversión y de reestructuración fijados desde la Reforma de 1999 han gozado, en general, del beneplácito de las administraciones y del sector.

Finalmente, el Reglamento (CE) Nº 479/2008 del Consejo, de 29 de abril, establecía una nueva OCM del sector vitivinícola. La modificación más importante fue la sustitución de los mecanismos de mercado por unas medidas de apoyo al sector a ejecutar por los Estados miembros con fondos comunitarios asignados a cada uno, entre los que cuales podía elegir, y aplicadas a través de un Programa de Apoyo Nacional con una duración de cinco años.  Entre las medidas más interesantes figuraban la promoción en terceros países, la continuación de las políticas de reestructuración y reconversión, la implantación del arranque subvencionado, la supresión de las medidas de apoyo al mercado para destinar esos fondos a la mejora de la calidad, y el impulso al desarrollo rural con el fin de facilitar la instalación de jóvenes agricultores.


Dinámicas paisajísticas derivadas de las Organizaciones Comunes de Mercado

La aprobación del Reglamento 1493/1999 de la OCM del vino desencadenó importantes repercusiones en el sector vitivinícola de Castilla-La Mancha. Dentro de su ámbito de competencias, el Gobierno Regional tomó decisiones para adecuar el potencial productivo e impulsar la modernización de la viticultura mediante la mejora agronómica y la apuesta por la calidad. Las medidas renovaron tanto la organización institucional del sector, poniendo en marcha nuevas figuras de gestión como el Fondo de Promoción Vitivinícola, el Registro Vitícola, y el Instituto de la Vid y el Vino; como las estrategias comerciales, al aprobar nuevas figuras de regulación y de promoción de los caldos regionales a partir de una Indicación Geográfica (Vinos de la Tierra de Castilla) y el reconocimiento de Denominaciones de Origen de Calidad producidos en Pagos Vitícolas determinados. Las iniciativas vinculadas con la modernización, con la regulación del potencial productivo, y con la mejora de la calidad son las que mayor impacto paisajístico han tenido. De ellas destacamos los programas de reconversión y de reestructuración varietal y la política de arranque del viñedo.

La reconversión y la reestructuración contemplaban como principales acciones la reconversión varietal, la reimplantación de viñedos, las mejoras en las técnicas de gestión, y la mecanización de las labores de vendimia.  Mediante la Orden de 8 de agosto de 2000 de la Consejería de Agricultura y Medio Ambiente, se normalizó la presentación y la concesión de ayudas a los planes de reconversión y de reestructuración del viñedo en Castilla-La Mancha, estableciendo ayudas a la reconversión varietal, entendidas como aquellas que se dedicaban al cambio de variedad de una parcela de viña mediante sobreinjerto y sin posibilidad de incrementar el número de cepas en la parcela; ayudas a la reestructuración, concebidas como aquellas intervenciones conducentes a la sustitución de una parcela de vid por la plantación de otra, en superficies equivalentes, y que contribuyeran a una mejora varietal o del sistema de cultivo; y por último, ayudas a la transformación en espalderas, que comprendían las operaciones y el material necesario para elevar una viña mediante un sistema de conducción apoyado en espaldera que permitiera una correcta mecanización, principalmente de las labores de poda y de vendimia[52]. Desde el año 2000, la acogida al Programa ha sido un éxito, ya que en las tres primeras campañas se había cubierto el 71,3% de las cerca de 100.000 hectáreas que se estimaron como objetivo de reconversión en un plazo no superior a ocho años[53]. Desde 2003 hasta 2009 se invirtieron una media anual de 65,5 millones de euros, con un montante final de 458,7 millones de euros invertidos y más de 19.000 viticultores acogidos.

En un contexto de cambios recientes en los paisajes vitivinícolas españoles[54], las transformaciones más visibles han sido la generalización de nuevas variedades de vid y la difusión del viñedo en espaldera. La diversificación varietal está relacionada con aquellas que incentivó la Administración en los últimos años. Según los datos ofrecidos por la Consejería de Agricultura, en el periodo comprendido entre el año 2000 y 2007 se comprueba la ganancia de un 3,1% de las variedades tintas, sobresaliendo la cencibel o tempranillo, que ya constituía el 17,5% de las extensiones totales en 2010[55], junto con otras varietales que apenas eran conocidas en Castilla-La Mancha, como la syrah y la cabernet sauvignon. En cambio, se constata el descenso interanual del 2,6% de la variedad blanca airén desde el año 2000, para suponer en 2010 sólo el 48,4% de la superficie vitivinícola regional. La tendencia a la baja es similar a la acontecida en el resto del territorio español, donde esta variedad ha perdido el 15,9% de sus superficies entre los años 2000 y 2008[56].

En segundo lugar, las ayudas concedidas a la mecanización del cultivo explican el surgimiento de una nueva tipología de paisaje vitivinícola: el viñedo en espaldera. De las 467.000 has de viñedo en producción de Castilla-La Mancha en 2010, el 17,2% correspondía a esta categoría. Por provincias (Cuadro 3), Ciudad Real contribuía con más de un tercio de la superficie regional, seguida de Albacete y de Cuenca que albergarían en torno a una cuarta parte de las espalderas de Castilla-La Mancha (26,2% y 22,5% respectivamente). El protagonismo de Ciudad Real es debido a la existencia de una serie de municipios de importante tradición vitivinícola y considerable tamaño, que acaparan las más significativas extensiones regionales.

 

Cuadro 3.
Superficie de viñedo en espaldera en Castilla-La Mancha por provincias (2010)

 

Albacete

Ciudad Real

Cuenca

Guadalajara

Toledo

Castilla-La Mancha

Viñedo en espaldera (ha)*

22.742,77

29.938,20

19.568,23

128,32

14.448,22

86.825,66

% total*

26,2%

34,5%

22,5%

0,1%

16,7%

100%

Superficie  respecto viñedo provincial (%)

25,2%

17,8%

20,6%

6,8%

11,7%

18,1%

Fuente:* Registro Vitícola (2010). Dirección General de Producción Agropecuaria.  Elaboración propia.

 

La expansión del viñedo en espaldera ha generado nuevas dinámicas en el territorio. En general se trata de una tipología de viñedo que implica un uso más intensivo de la tierra al incorporar, casi de forma generalizada, un riego de apoyo que mejora ostensiblemente los rendimientos de la explotación, y que permite hacer frente a los importantes costes de inversión inicial y de producción[57]. El uso del agua ha supuesto un nuevo factor de presión ambiental sobre el acuífero de la Mancha Occidental, hasta el punto de acaparar un tercio de los recursos disponibles del mismo, lo que confirmaría la ausencia de integración de las políticas sectoriales que intervienen sobre este territorio[58]. Desde un punto de vista económico, la incorporación de la espaldera actuó como refugio ante el bajo nivel de los precios de la uva experimentado en los últimos años, sobre todo por la mayor productividad y por el ahorro de los costes de vendimia. Respecto a su modelo de localización, no sólo las zonas de producción habituales se han visto favorecidas, sino también, se han beneficiado otros lugares con apenas tradición vitivinícola. La potencial rentabilidad del viñedo respecto a otros aprovechamientos y el hecho de haber sido subvencionado por la Administración son las principales razones que explican la importante dispersión geográfica de la que goza en la actualidad.

 

Figura 5. Modernización del viñedo: vendimiadora en Pedro Muñoz (Ciudad Real).
Fuente: Los autores

 

Otra medida implantada para la regulación de los mercados fue la del arranque subvencionado de viñedo. Con un carácter complementario, se trató de la iniciativa que mayor controversia generó en Castilla-La Mancha, a pesar de que se rebajase la propuesta inicial de 400.000 hectáreas a las 175.000 finalmente aprobadas, que serían ejecutadas a lo largo de tres campañas vitivinícolas (2008-2009, 2009-2010, y 2010-2011). Los primeros resultados de este Programa revelan que España representa el 58% del total del viñedo arrancado en el Unión Europea, lo que supondría una reducción del potencial productivo en torno a un 43%, porcentaje superior al logrado por otros países de tradición vitivinícola como Francia e Italia[59]. Según los datos facilitados por el Registro Vitícola de Castilla-La Mancha, la región ha arrancado un total de 77.247 hectáreas a lo largo del periodo, lo que supone el 82% de la superficie nacional. Los resultados definitivos del Programa en España[60] ponen de manifiesto que aquellas Comunidades Autónomas con una posición consolidada en el mercado, con explotaciones donde se tiene asegurada la continuidad, o que están inmersas en sistemas productivos de calidad, no se han visto en la necesidad de recurrir al mismo[61].

La Orden de 4 de julio de 2008 regulaba el arranque del viñedo en Castilla-La Mancha. La prima a percibir se calcularía a partir del rendimiento histórico de la explotación en el periodo 2003-2008, dando prioridad a aquellos viticultores que solicitaran el arranque de la totalidad de las superficies de su explotación y tuvieran los 55 años cumplidos. Del total de las 17.211 solicitudes tramitadas durante todo el periodo, el 68,9% corresponden a este tipo de titulares, mientras que un 28,2% son solicitudes de agricultores menores de 55 años. Por tanto, constatamos el abandono de la actividad por parte de un tipo de viticultor envejecido, propietario de explotaciones de pequeñas dimensiones y de bajo rendimiento[62] que no presentan continuidad.

El Cuadro 4 refleja el total de superficies arrancadas en las provincias castellano-manchegas, indicador que se ha relacionado con la superficie total del viñedo existente al principio del periodo (2008) con el objeto de valorar la repercusión paisajística del Programa. Los datos confirman que el arranque ha sido especialmente significativo en la primera campaña, frente al descenso generalizado en la segunda, y la mayor heterogeneidad de comportamientos en la tercera. Los resultados evidencian que Castilla-La Mancha ha perdido el 15,3% de sus extensiones de viñedo en tres años, indicador similar a los experimentados en otras Comunidades Autónomas como Navarra (14,7%) y Murcia (10,2%). Por provincias, Guadalajara ha perdido casi una cuarta parte de sus extensiones, mientras que en aquellas con más clara orientación vitivinícola, como Ciudad Real, la pérdida es del 13,7%. A nivel municipal, el Programa ha tenido una significativa acogida en los municipios de la comarca de La Mancha donde sólo cinco (Corral de Almaguer, Villarrobledo, Alcázar de San Juan, Valdepeñas y Socuéllamos) acapararon el 16% del total de superficie arrancada.

 

Cuadro 4.
Arranque de viñedo sin derecho a plantación en las provincias de Castilla-La Mancha (Campañas 2008-2011)

Provincias

Campaña 2008-2009 (Ha)

Campaña 2009-2010 (Ha)

Campaña 2010-2011 (Ha)

Total 2008/2011(Ha)

% Arranque respecto al total de viñedo 2008

Albacete

7.405,1

3.706,8

3.604,6

14.716,5

-15,2%

Ciudad Real

10.483,3

7.895,7

5.968,2

24.347,2

-13,7%

Cuenca

6.627,1

4.123,5

4.822,8

15.573,4

-16,2%

Guadalajara

196,7

171,0

106,6

474,4

-23,1%

Toledo

10.286,6

5.554,7

6.295,1

22.136,4

-17,0%

Castilla-La Mancha

34.998,8

21.451,7

20.797,3

77.247,9

-15,3%

Fuente: Registro Vitícola y SOCAS 1-T. Elaboración propia.

 

La paulatina desaparición del viñedo tradicional en vaso para destinar la tierra a otros usos no vitivinícolas ocasiona evidentes consecuencias territoriales. Al posible impacto cultural derivado de la pérdida de viñedos de bajo rendimiento, pero que podían producir vinos de buena calidad, se le añaden otros impactos de tipo paisajístico que demuestran el grado de consolidación que está viviendo el proceso de modernización de la viticultura regional.


Revalorización del patrimonio agrario del viñedo en Castilla-La Mancha

Analizada la evolución del paisaje asociado al viñedo en Castilla-La Mancha, profundizaremos a continuación en el patrimonio agrario que se vincula con él, no solo en esta región, sino especialmente en una de sus comarcas más representativas, La Mancha, donde el cultivo de la vid, la diversidad de recursos y la cultura del vino han conformado un paisaje de clara raíz cultural. En este territorio, como en otros, las personas y su “saber hacer” han sido y son fundamentales, pues, como afirmaba Martínez de Pisón,[63] “no hay paisaje sin hombre”.

Partimos de la idea, extraída de un documento[64] (La Carta de Baeza), que analizaremos más adelante, de que el patrimonio relacionado con la actividad agraria debe incorporar todas aquellas contribuciones relevantes que dicha actividad haya hecho a la historia de la humanidad, por lo que no puede ser ajeno ni a los avances científicos y técnicos ni tampoco a aquellas formas históricas de organización del trabajo o de la propiedad que puedan resultar censurables o discutibles en la actualidad. En el caso que ahora analizamos, el paisaje resultante es fruto de todas estas transformaciones, algunas de las cuales, como ya hemos expuesto, no son precisamente favorecedoras del mantenimiento del patrimonio vitivinícola, pero forman parte de la realidad de este territorio, de este cultivo y de sus gentes.


Espacios rurales y patrimonio: la Carta de Baeza sobre Patrimonio Agrario (2012)

Es importante comenzar señalando cómo los Paisajes de la Agricultura pueden y deben valorarse como patrimonio en base a la idea de pertenencia colectiva, el reconocimiento social de los valores materiales y culturales, y la preocupación ciudadana por conservarlos y transmitirlos[65]. Unos paisajes a los que se les ha prestado poca atención, salvo en el aspecto productivo, y sobre los que hoy, se pueden destacar múltiples aspectos que han sido infravalorados por instituciones y por la población local. Nos referimos a los valores culturales y a los recursos patrimoniales derivados de ellos que se “deslegitiman”, en palabras de Rocío Silva[66], principalmente en el periodo desarrollista vinculado con la productividad agraria. El resultado ha sido el deterioro de los inmuebles más significativos, de los elementos de patrimonio industrial, de sus conocimientos, de sus técnicas, de sus manifestaciones culturales y de sus propios paisajes.

Es en este contexto en el que abordamos la totalidad del territorio como patrimonio, el legado relacionado con la herencia histórica de sus explotaciones (áreas de cultivo, dehesas, pastizales, plantaciones forestales), bien sea de carácter material (paisajes, edificios relacionados con la producción y la trasformación de los productos, infraestructuras y equipamientos agrarios, tipos de hábitat rural) o etnográfico (oficios, artesanías, folklore)[67], debe ser protegido y valorado en su justa medida.

Dichos elementos se asocian con una tipología de patrimonio que ha recibido diferentes denominaciones: patrimonio relacionado con la agroindustria[68] o patrimonio industrial agroalimentario[69], patrimonio rural,[70] pues se destaca su ubicación en espacios rurales, y actualmente se consolida el concepto de patrimonio agrario después de la aparición en 2012 de La Carta de Baeza sobre Patrimonio Agrario[71]. Ésta surge en el seno del debate científico ante la minusvaloración de los bienes agrarios y el inadecuado tratamiento que, en muchos casos, le otorgan los instrumentos de ordenación y de planificación urbana y territorial, así como el peligro de deterioro y alteración al que muchos de ellos están sometidos.

En la Carta se afirma que el Patrimonio Agrario “está conformado por el conjunto de bienes naturales y culturales, materiales e inmateriales, generados o aprovechados por la actividad agraria a lo largo de la historia”. Incluye, por tanto, bienes muebles (utensilios, aperos o herramientas utilizados para la labranza, transporte, almacenaje y manufactura de los cultivos y el ganado, documentos y objetos bibliográficos, etc.), bienes inmuebles singulares (elementos constructivos considerados singularmente: cortijos, huertas, centros de transformación agraria, graneros, cercados, eras, etc.), bienes inmuebles de conjunto o lineales (paisajes, asentamientos rurales, sistemas de riego, agroecosistemas singulares, vías pecuarias, caminos, etc.), patrimonio inmaterial (lingüística, creencias, rituales y actos festivos, conocimientos, gastronomía y cultura culinaria, técnicas artesanales, tesoros vivos, etc.) y patrimonio natural y genético (variedades locales de cultivos, razas autóctonas de animales, semillas, suelos, vegetación y animales silvestres asociados, etc.). Un patrimonio que, a pesar de esta diversidad de bienes, tiene un carácter holístico e integrador derivado del elemento constitutivo principal que es la actividad agraria, entendida como una práctica social de indudable importancia para el desarrollo del hombre, por lo que la consideración de esta herencia es sobre todo “cultural”.

Estimamos que la aportación más relevante de este documento es que el Patrimonio Agrario debe asumir como propios aquellos valores y significados más elevados y trascendentes que la agricultura, la ganadería y la silvicultura representan para las personas: su aportación a la alimentación; su relación armónica con el territorio, manifestada en un aprovechamiento sostenible y dinámico de los recursos naturales; su identidad esencial como parte de la relación cultura-naturaleza; y su imprescindible contribución a la diversidad biológica (manifestada en la heterogeneidad genética de las variedades locales y razas autóctonas) y cultural (asociada a las innumerables formas de manejo existentes en el mundo). Se reclama, entonces, el reconocimiento del valor agrario como valor general para la identificación de este tipo de bienes y, de forma específica, los valores agronómico, económico, social, ecológico, histórico, paisajístico y técnico.

Su singularidad se centra en la actividad como elemento constitutivo fundamental en relación con su dimensión territorial y las interrelaciones entre bienes naturales y culturales. La Carta continúa esgrimiendo las razones para el reconocimiento del patrimonio agrario como un nuevo tipo de bien cultural, la necesidad de determinar medidas de protección y ordenación, en relación principalmente con la legislación en el ámbito del patrimonio cultural, la incorporación de un sistema de gestión territorial, así como la potenciación de acciones de transmisión, formación, educación, difusión y concienciación ciudadana, finalizando con la puesta en valor y la musealización. El objetivo final de este documento es propiciar un debate público (científico, social e institucional) a partir del cual puedan consensuarse unos principios y mecanismos que permitan reconocer y preservar el valor de los espacios y bienes agrarios históricos y tradicionales, y que sirvan como reconocimiento y dignificación del sector agrario.


Patrimonio Agrario asociado al Viñedo en Castilla-La Mancha

Si el propio territorio es valorado como patrimonio, también lo son sus paisajes como partes individualizadas del mismo en función de sus características naturales y/o culturales. En este sentido, el paisaje es, en su configuración formal, la huella de la sociedad sobre la naturaleza, la marca o señal que imprime “carácter” a cada territorio, y de aquí, parte el entendimiento del paisaje como patrimonio[72].

Realizaremos, seguidamente, una revisión por los principales elementos con valor patrimonial (algunos de ellos convertidos ya en recursos) que encontramos en el viñedo castellano-manchego, tanto tangibles como intangibles. Todos están relacionados con una “cultura del vino” que cada vez adquiere más interés mediático en relación con actividades no solo productivas (industria vitivinícola), sino también terciarias como el turismo enológico, de importante desarrollo en la última década, convirtiendo los espacios vinculados con el vino en “un espectáculo y en un símbolo de refinada vanguardia”[73]. Para sintetizarlos partimos de la consideración de que todos los territorios tienen un stock de elementos patrimoniales –o capital patrimonializable- que ha surgido durante el proceso de adaptación de los grupos humanos a las fortalezas y debilidades derivadas de las características del espacio con el fin de satisfacer sus necesidades, teniendo en cuenta sus gustos cambiantes y las relaciones de intercambio con otros territorios, a lo que añadimos, en este caso, las transformaciones técnicas en las formas de cultivo. Para que este stock pueda cobrar valor patrimonial y convertir sus bienes en recursos “debe pasar por un proceso de adaptación/transformación que asegure su capacidad para satisfacer una serie de necesidades y demandas contemporáneas”[74], por lo tanto, aunque los elementos patrimonializables existan previamente, los recursos patrimoniales se producen a posteriori y éstos podrán convertir los territorios en lugares turísticos si son aptos para dicho consumo[75].


Principales elementos vinculados al patrimonio agrario en el viñedo de Castilla-La Mancha

En la caracterización del patrimonio agrario del viñedo en Castilla-La Mancha, al que también nos podemos referir como patrimonio vitivinícola, los elementos presentan una cierta diversidad. Para su análisis seguiremos la clasificación realizada en la Carta de Baeza diferenciando bienes inmuebles, muebles, patrimonio inmaterial y patrimonio natural y genético[76]. Elementos o bienes que, como en el caso del patrimonio industrial, se convierten en “recursos del territorio y componentes del paisaje”[77].

Respecto a los elementos tangibles, nos encontramos, en primer lugar, con los bienes muebles referidos a utensilios, aperos o herramientas utilizadas en la labranza de la vid y en el almacenamiento y producción de vinos como las prensas (Figura 6), tinajas, atrojes, pisadoras y estrujadoras; elementos vinculados con el transporte como es el caso de los diferentes tipos de carros y animales de tiro, concretamente galeras[78] y  mulas; documentos y objetos bibliográficos que se concretan en la relación entre el viñedo y la literatura, tanto universal, como ocurre con la obra de Don Quijote de La Mancha, como nacional, por ejemplo en textos de Francisco Nieva, sin olvidar la literatura de viajes de autores españoles como Antonio Ponz y extranjeros como el Barón de Davalier que, junto con otros muchos, se han referido al cultivo del viñedo y sus paisajes. Incluso podríamos incluir en este apartado las obras pictóricas que reflejan el paisaje de la viña con artistas como Gregorio Prieto, originario de Valdepeñas, o Antonio López Torres y Antonio López Villaseñor, ambos de Tomelloso.

 

Figura 6. Maquinaria tradicional utilizada para prensar la uva expuesta en el Museo del Vino de Valdepeñas (Ciudad Real).
Fuente: Los autores.

 

Mucho más relevantes, bajo nuestro punto de vista, son los bienes inmuebles, entre los que distinguimos los singulares y los de conjunto y lineales. Los bienes inmuebles singulares se identifican, principalmente, con elementos constructivos que presentan cierta singularidad y que se relacionan con el cultivo del viñedo, tales como bombos, quinterías, chozos, casas de labranza, corralizas, palomares, norias, majadas, fuentes, pozos y albercas, etc., así como también las construcciones relacionadas con la transformación de la producción, en especial bodegas y alcoholeras, representativas tanto de procesos artesanales en forma de bodegas familiares unidas frecuentemente a las viviendas, como de la producción a gran escala en caso de las bodegas industriales[79]. Entre los bienes inmuebles singulares destacamos los siguientes:

 

Figura 7. Bombo en el viñedo de Tomelloso (Ciudad Real).
Fuente: Rafael Becerra Ramírez.

 

 

Figura 8. Antigua Bodega de Leocadio Morales (1902) convertida en Museo del Vino en Valdepeñas (Ciudad Real).
Fuente: Los autores.

 

Respecto a los bienes muebles de conjunto y lineales diferenciamos:

Un tercer conjunto de elementos con valor patrimonial lo conforman aquellos bienes que integramos en el patrimonio agrario intangible, tal vez más difíciles de identificar, pero igualmente representativos de la identidad local y de la cultura del vino en Castilla-La Mancha en la que, incluso desde un punto de vista etnográfico, “el viñedo lo es todo y modifica el paisaje, establece el calendario, se manifiesta en la alimentación, forma parte de los rituales y es sustento de la economía familiar”[91]:

 

Figura 9. Vendimia de viñedo en vaso en Tomelloso (Ciudad Real).
Fuente: Los autores.

 

Finalmente, añadimos un patrimonio natural y genético concretado a partir de unas características físicas del territorio asociadas a llanuras y planicies, una altitud media por encima de los 650 metros sobre el nivel del mar, una climatología extremada de veranos muy calurosos e inviernos fríos, una pluviometría escasa que no suele superar los 400 mm anuales caracterizada por periódicas sequías, suelos arcillosos óptimos para el cultivo de la vid, un elevado número de horas de sol al año, y un aporte genético varietal que se concreta en la uva cencibel o tempranillo para los tintos, aunque también encontramos bobal, cabernet sauvignon, garnacha tinta, garnacha tintorera, monastrell, moravia dudal, negral, petit verdot y syrah; y en la uva airén para los blancos, que se completan con albillo, chardonnay, macabeo, malvar, persevera, moscatel de grano menudo, pardillo, pedro ximénez, sauvignon blanc y torrontés.


El Viñedo en Castilla-La Mancha como Paisaje Cultural

En el contexto actual de riesgo e incertidumbre a todas las escalas; de globalización y canalización de los lugares; de consumo insostenible y desigual de recursos y territorio, con destrucción y sustitución masiva de huellas, saberes, cultura y memoria, los espacios rurales muestran gran complejidad, según afirma Rafael Mata[96]. Urge un planteamiento integral del valor patrimonial y paisajístico de todas las agriculturas, independientemente de su ubicación territorial y /o su trayectoria histórica, que insista en la necesidad de compatibilizar las rentabilidades productivas y sociales huyendo de la tematización[97]; todo ello desde planteamientos adaptados a cada situación, con propuestas encaminadas a la gestión y/u ordenación así como a la protección de algunos de ellos. De hecho, en el marco de la Unión Europea, el medio rural contribuye de manera significativa a la diversidad cultural, natural y paisajística[98] según lo contempla la Estrategia Territorial Europea (1999).

Hoy los espacios rurales se desprenden del estigma desarrollista, lo que unido a la preocupación ciudadana por la superación de los equilibrios territoriales, además de la degradación ambiental y el paisaje, se traduce en una revalorización de la cultura rural, que pasa a ser considerada como un recurso para el desarrollo, y de las propias áreas de cultivo, que son reconocidas como espacios adecuados para atender a las nuevas demandas[99].

El paisaje asociado al viñedo en Castilla-La Mancha y los recursos patrimoniales que le dan entidad, surge de la transformación, a lo largo del tiempo, de un paisaje natural por un grupo social, en este caso enraizado en un territorio de interior y tradición agraria mediterránea, donde la cultura del vino es el agente, el área natural (las zonas vitivinícolas castellano-manchegas, aunque también puede ser una comarca concreta como La Mancha) es el medio, y el paisaje es el resultado, un paisaje del viñedo que consideramos claramente cultural. Un paisaje humanizado en el que la revalorización de la cultura de los territorios caracteriza un análisis regional postfordista que ha calado de forma importante en todo aquello que se vincula con el patrimonio[100].

El propio Convenio Europeo del Paisaje[101] señala cómo éste desempeña un papel importante de interés general en los campos cultural, ecológico, medioambiental y social, y constituye un recurso favorable para la actividad económica y su protección, gestión y ordenación. Además “contribuye a la formación de las culturas locales (…), al bienestar de los seres humanos y a la consolidación de la identidad europea”, siendo a la vez “un elemento importante de la calidad de vida de las poblaciones en todas partes”. Consideraciones aplicables al paisaje del viñedo en Castilla-La Mancha, que como sucede en otros áreas rurales de larga duración, es ejemplo de paisaje vernacular caracterizado por “la adaptación a los lugares y las circunstancias: es el paisaje de vida de los vecinos y las comunidades, cuya construcción se va haciendo de un modo secuencial”[102].

Por su parte, la UNESCO considera Paisaje Cultural[103] a las obras conjuntas del hombre y la naturaleza, que expresan una larga e íntima relación entre las personas y su entorno. Destacan sus valores sobresalientes desde los puntos de vista histórico, estético, etnológico y/o antropológico ya que “ilustran la evolución de los establecimientos humanos a lo largo del tiempo, sometidos a las constricciones físicas y a las oportunidades presentadas por el ambiente natural y las fuerzas sociales, económicas y culturales, tanto internas como externas”[104]. Dentro de ellos, se distinguen tres tipologías: 1. los paisajes claramente definidos, concebidos y creados intencionalmente por el hombre (por ejemplo, jardines y parques); 2. los paisajes evolutivos, resultado de una evolución social, económica, administrativa y/o religiosa, desarrollados por asociación y en respuesta a su entorno natural. Tales paisajes reflejan este proceso evolutivo en su forma y composición y pueden ser “relictos” o fósiles (cuando el proceso evolutivo se detiene, ya sea bruscamente o durante un período en algún momento en el pasado, aunque sus características esenciales permanecen visibles) y “vivos” (cuando conservan un papel social activo en la sociedad contemporánea, estrechamente vinculado al modo de vida tradicional y en el que el proceso de evolución continua); y 3. los paisajes culturales asociativos, por la fuerza de las asociaciones religiosas, artísticas o culturales del elemento natural más que por huellas culturales tangibles que pueden ser insignificantes o incluso inexistentes. Parece obvio que los paisajes agrarios, en general, y dentro de ellos los relacionados con el viñedo[105] se integran en la segunda tipología de paisajes evolutivos. En concreto, el paisaje del viñedo en Castilla-La Mancha responde claramente a un “paisaje evolutivo vivo” en el que existen claras muestras de su transformación en el tiempo, y en el que “la viña es un elemento esencial en su definición”[106].

En España, el Plan Nacional de Paisajes Culturales[107] los define como la manifestación formal de la acción humana en un territorio concreto que puede ser percibida e interpretada y posee dos dimensiones: temporal y espacial. Es decir, realidades dinámicas, resultado de los procesos que se producen a lo largo del tiempo en un territorio, y compleja porque la integran componentes naturales y culturales. Su objetivo general es la salvaguarda de los paisajes de interés cultural a través de medidas encaminadas a garantizar la viabilidad del paisaje cultural, comprendidas las acciones de identificación y caracterización, documentación, investigación, protección, mejora, revitalización, cubriendo los aspectos necesarios de definición, delimitación, análisis de componentes y gestión; todo ello desde una perspectiva de desarrollo sostenible. Dentro de las categorías de paisajes culturales se integran, junto a otras, aquellos vinculados con las actividades agrícolas, ganaderas y forestales, de forma independiente o asociadas (sistemas agro-silvo-pastoriles históricos), marinas, fluviales y cinegéticas, así como las actividades artesanales en relación con las anteriores. Por lo que respecta a los paisajes de viñedos, ya hemos señalado que se está elaborando un Atlas del Cultivo Tradicional del Viñedo y de sus Paisajes Singulares donde se analizan cómo “las técnicas de cultivo del viñedo a lo largo del tiempo han repercutido en la modificación del territorio, teniendo una fuerte incidencia sobre el paisaje rural”[108].

En definitiva, el viñedo en Castilla-La Mancha constituye un paisaje agrario que como otros, además de verse, se escucha, se huele, se saborea, se palpa, en definitiva, se siente[109]. En él diversos elementos dan sentido a un paisaje con un gran valor cultural en el que, solo como ejemplo, “más de quinientas bodegas con una larga historia, con una presencia significativa en numerosas poblaciones y con un paisaje singular y peculiar, unidas a una realidad económica de primera magnitud, mantienen vivo un patrimonio industrial que requiere lecturas varias para conservar ese legado e integrarlo en el desarrollo actual de forma adecuada”[110].


Viñedos y turismo en Castilla-La Mancha

De todo lo analizado anteriormente se desprende el enorme potencial del paisaje del viñedo castellano-manchego para su aprovechamiento desde las actividades turísticas en sus múltiples tipologías (enoturismo, ecoturismo, turismo cultural). Conscientes de su valor, realizaremos una breve aproximación a las mismas que pretendemos continuar en el futuro.

Desde la óptica de contemplar el paisaje como recurso, en este caso el paisaje del viñedo en un territorio determinado, podemos avanzar hacia su potencialidad como producto turístico capaz de sostener una actividad basada en los múltiples elementos que caracterizan su patrimonio agrario. Nos referimos al cultivo de la vid, a los vinos como acompañantes de una singular gastronomía, a sus elementos constructivos, a las fiestas relacionadas con el vino o a los rituales como la propia vendimia, anteriormente comentados. En este contexto, ha cobrado especial interés el “enoturismo”, modalidad que, en diversas regiones vitivinícolas, integra la gastronomía, la cultura, la arquitectura y el arte, el ocio, el contacto con la naturaleza, la salud y la calidad de vida (como la vinoterapia), y constituye en la actualidad una excelente oportunidad para potenciar y gestionar la riqueza vitivinícola de una determinada zona[111].

En la actualidad, este tipo de actividad[112] se promociona a través de iniciativas privadas como el Club Divinum Vitae que constituye la Asociación de Turismo Enológico de Castilla-La Mancha, organismo que oferta actividades llevadas a cabo por las 31 bodegas inscritas en la misma; y la Asociación Caminos Ruta del Vino de Castilla-La Mancha integrada dentro de la Asociación “Caminos del Vino en España”, que engloba siete municipios (Alcázar de San Juan, Campo de Criptana, Pedro Muñoz, San Clemente, Socuéllamos, Tomelloso y Villarrobledo) con Denominación de Origen Mancha[113]. A ella se unen otras iniciativas como la ofrecida por la Fundación Castilla-La Mancha. Tierra de Viñedos que integra numerosas bodegas (25 de ellas se presentaron en Japón recientemente) con el objetivo de promocionar y comercializar los vinos y mostos de Castilla-La Mancha en el mercado nacional e internacional presentándolos con la denominación “Vinos de la España de Don Quijote”[114]. Especialmente importante, en este caso, es el planteamiento de defensa del patrimonio vitivinícola de Castilla-La Mancha y de los valores de economía social, culturales y medioambientales que éste entraña, al destacar la importancia de la vitivinicultura en la gestión de los recursos naturales que posibilitan la viabilidad del mundo rural, que la caracteriza.

Desde el sector público es importante, también, la promoción turística relacionada con los espacios del vino realizada en los últimos años. Un ejemplo han sido las últimas ediciones de la Feria Internacional de Turismo (FITUR) que se celebra en Madrid periódicamente en el mes de enero y donde Castilla-La Mancha ha mantenido un stand en el que se ha ido consolidando el turismo enológico junto a otras modalidades. La 33ª edición[115] y última de este evento ha conformado un buen ejemplo de ello al ofrecer catas de los mejores vinos de la región así como información sobre alojamientos, visitas a bodegas, etc.  Incluso, algunos municipios de manera individualizada como Campo de Criptana, integraban en su promoción actividades relacionadas con el vino. Este es el caso del programa “Tierra de Gigantes. 12 vientos, 12 aventuras”, haciendo referencia a otro de los recursos más sobresalientes del patrimonio agrario castellano-manchego, los molinos de viento, donde la Aventura 11, identificada con el viento ábrego alto, se centra en el enoturismo, en un municipio caracterizado por un “paisaje cultural dominado por el viñedo”[116].

Por su parte, el Portal de Turismo de Castilla-La Mancha (http://www.turismocastillalamancha.com/restaurantes/bodegas/) incluye información sobre las bodegas más relevantes como las de Córcovo- Bodegas Mejía e Hijos S.L. en Valdepeñas (Ciudad Real), las Bodegas Lahoz en Socuéllamos (Ciudad Real), las Bodegas Ayuso en Villarrobledo (Albacete), las Bodegas Finca Antigua en Los Hinojosos (Cuenca), las Bodegas Finca La Estacada en Tarancón (Cuenca) y las Bodegas Pagos Marqués de Griñón en Malpica de Tajo (Toledo), entre otras. Además, publicita una Ruta del Vino de Valdepeñas, en el entorno de la D.O. del mismo nombre.

Más importante, sin duda, es la celebración de un evento temático como la Feria Nacional del Vino (Fenavin) en Ciudad Real, cuya séptima y última edición bajo el título “Culturas del Vino y Maridaje” (7-9 de mayo de 2013) se promocionó como la Feria vinícola más importante de España. Sus actividades, centradas en la promoción de los vinos españoles, propician relaciones entre productores (bodegueros), escritores, periodistas, especialistas (sociólogos, enólogos, médicos, ingenieros agrónomos, etc.) artistas e incluso actores y personajes relevantes en torno a esta temática. A ella se han unido, recientemente, la I Cumbre Internacional del Vino bajo el título “Castilla-La Mancha. El gran viñedo del mundo” (24-26 de octubre de 2013) y el Día Internacional del Enoturismo en Valdepeñas (8-9 de noviembre de 2014).

En el ámbito científico, la administración regional cuenta también con ya citado Instituto de la Vid y del Vino de Castilla-La Mancha (IVICAM) organismo autónomo adscrito a la Consejería de Agricultura y regulado por la Ley 8/2003 de la Viña y el Vino en Castilla-La Mancha con sede en Tomelloso. Sus objetivos se resumen en: el desarrollo y defensa del sector vitivinícola regional; la formación de expertos en el sector vitivinícola; la investigación; la divulgación del potencial vinícola regional; la mejora, a través del control de calidad de los vinos; y finalmente, el apoyo, la coordinación y la promoción de las Denominaciones de Origen existentes en Castilla-La Mancha[117]. Además Castilla-La Mancha lidera el proyecto ICTEN (European Network of Industrial Culture of Tourism) en el que se diseñarán acciones para potenciar sectores relevantes como el vitivinícola en la zona de La Mancha.


Conclusiones

En Castilla-La Mancha, como en otros espacios europeos, es necesario el mantenimiento de la actividad agraria para salvaguardar el patrimonio, una herencia cultural que es local, antigua, tradicional y sostenible[118], sobre todo en lo que respecta al viñedo tradicional. Consideramos que los elementos que componen este patrimonio en toda su extensión pueden conformar opciones de sostenibilidad al crecimiento económico transformados en recursos al servicio del desarrollo, y se debe aprovechar el momento actual ya que, en España, “existe una mayor demanda social en torno a la cultura del vino y sus manifestaciones, incluyendo el patrimonio vitivinícola”[119]. No obstante, no se puede olvidar la situación de degradación que caracteriza a muchos de estos elementos y la ausencia de protección legal. Como ya han señalado otros autores[120], tanto las disposiciones y normas emanadas de las instituciones del patrimonio, como las promulgadas por las administraciones agrarias, se muestran insuficientes para avanzar en una mayor consideración del legado de la agricultura, una actividad con una doble vertiente natural y cultural cuyo reconocimiento patrimonial exige la superación de las miradas disociadas y fragmentarias heredadas de la modernidad, en aras de un acercamiento integrado y plural que consiga captar su hibridismo y su complejidad. En este sentido, a pesar de que la Ley 4/2013 de 16 de mayo de Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha incluye bienes muebles, inmuebles y manifestaciones inmateriales, con valor histórico, artístico, arqueológico, paleontológico, etnográfico, industrial, científico, técnico, documental o bibliográfico de interés para la región, muy pocos elementos de arquitectura popular relacionadas con el viñedo están catalogados como Bienes de Interés Cultural.

Consideramos que, acogiéndonos a la Carta de Baeza, el paisaje del viñedo de Castilla-La Mancha asume como propios aquellos valores y significados destacando su aportación a la alimentación de las personas, materializada en su principal producto, el vino, pero también alcoholes, mostos, uvas, etc.; mantiene una relación armónica con el territorio, manifestada en un aprovechamiento sostenible y dinámico de los recursos naturales; es parte esencial de la relación cultura-naturaleza; y contribuye a la diversidad biológica y cultural. Por todas estas razones, es necesario el reconocimiento del valor agrario como valor general para la identificación de este tipo de bienes y, de forma específica como concreción del mismo, en los siguientes valores: agronómico, económico, social, ecológico, histórico, paisajístico y técnico.

 

Notas

[1] Ministerio de Cultura, 2008.

[2] Mata, 2008, p. 169.

[3] VV.AA., 2006.

[4] Troitiño, 1998, p.96.

[5] Mata, 2010, p. 50.

[6] Ilbery y Bowler, 1998; Mather et al., 2006; Armesto, 2005.

[7] Rosenberg y Walsh, 1997, p. 297. Bergstrom, 2001

[8] Lockwood, 1999.

[9] Ruiz Urrestarazu, 2001.

[10] Silva, 2009, p. 328.

[11] Armesto, 2005; Rubio, 2010, p. 216

[12] Moreno y Esparcia, 2002

[13] Arce y Marsden, 1995; Ilbery y Knefasey, 2000

[14] Silva, 2009.

[15] Elías, 2008, p. 151-152; Cleere, 2004.

[16] http://itervitis.eu/.

[17] VV.AA, 2013.

[18] Del Castillo, 2013, p.1.

[19] IPCE, 2011, p. 52.

[20] http:www-oemv.es/esp/-oemv.php.

[21] Tal y como ha ocurrido con otros sectores agroalimentarios, como por ejemplo, en la Organización Interprofesional Agroalimentaria del  melón verde piel de sapo.

[22] Aparte de la comarca geográfica de La Mancha, existe la comarca agraria de La Mancha delimitada por el MAPA a partir de cinco territorios: Mancha de Toledo, Mancha de Ciudad Real, Mancha de Albacete y Mancha Alta y Baja de Cuenca y compuesta por 144 municipios. Otra zonificación, de tipo histórica, era la “provincia de La Mancha” que estuvo en vigor hasta 1833, y que quedaba formada por tres Partidos: Partido de Villanueva de los Infantes, Partido de Alcaraz, y Partido de Almagro, Orden y Campo de Calatrava.

[23] Panadero y Pillet, 1999

[24] Pillet, 2001.

[25] Pardo, 1996, p. 212.

[26] Silva, 2009, p. 313.

[27] Existen referencias arqueológicas que sitúan ánforas, cuencos y toneles de barro asociadas a poblamiento prerromano, por ejemplo en el Cerro de Las Cabezas de Valdepeñas (Ciudad Real), y romano como ocurre en la villa de Carranque (Toledo) donde se conserva un espacio de almacenamiento de vino y aceite, según Peris, 2009, p. 136.

[28] Del Valle, 2003, p. 16.

[29] Díaz Pintado, 2003.

[30] Campos y Fernández de Sevilla, 2003, p. 40.

[31] López Salazar, 1986, p. 299 y Arroyo, 1998, p. 53.

[32] Pillet, 2001, p. 54 y Chaparro, 2008, p. 299.

[33] Esteban, 1991, p. 34 y Rodríguez Tato, 1988, p. 358.

[34] Pan-Montojo, 1994, p.106.

[35] Pillet, 1997, p. 8.

[36] Marín, 2008.

[37] Rodríguez Tato, 1988, p. 359.

[38] Piqueras, 2005, p. 102.

[39] Pillet, 2001, p. 50.

[40] García Marchante, 1998.

[41] Piqueras, 1993, p. 91.

[42] Puig, 1993, p. 100.

[43] Piqueras, 1993, p. 105.

[44] Piqueras, 1993, p. 106 y Ureña, 1997, p. 665.

[45] Montero, 1998, p. 32 y Ureña, 2006, p.11.

[46] Tradicionalmente denominado “Acuífero 23”. Atendiendo a los principios de delimitación administrativa que propugna la Directiva Marco del Agua, este acuífero estaría constituido por tres masas de agua subterránea: Mancha Occidental I, II y Rus-Valdelobos.

[47] Ruiz Pulpón, 2010.

[48] Consejo de Estado, 1996, p.233.

[49] Piqueras, 2008, p.310

[50] Armesto, 2005 y Rubio, 2010.

[51] Ayudas a la destilación, al almacenamiento privado, y a las restituciones a la exportación

[52] Ruiz Pulpón, 2010, p.18.

[53] Olmeda et al., 2003, p.118.

[54] Martínez y Medina, 2010.

[55] Estrategia Regional del Vino y los productos derivados de la uva en Castilla-La Mancha Horizonte 2020, 2011.

[56] Lisarrague y Martínez de Toda, 2008, p. 32

[57] El IVICAM (Instituto de la vid y el vino de Castilla-La Mancha) calcula, para la variedad airén en espaldera,  un gasto medio por hectárea de 2.539 euros, frente a los 1.085 euros de un viñedo en vaso de la misma variedad.

[58] Ruiz Pulpón, 2012, p. 559.

[59] Rannekleiv et al., 2012.

[60] Veánse los resultados publicados por el Observatorio Español del Mercado del Vino disponible en la página web www.oemv.es.

[61] Lisarrague y Martínez de Toda, 2008.

[62] Los datos facilitados por el Registro Vitícola muestran un promedio de 1,10 has arrancadas por parcela en todos los municipios de la región.

[63] Martínez de Pisón, 2007, p. 336.

[64] Carta de Baeza, 2012, p. 4.

[65] Silva, 2009, p. 313.

[66] Silva, 2008, p. 5.

[67] Silva, 2008, p. 2.

[68] Cañizares, 2005, p. 77.

[69] Álvarez, 2009.

[70] Rubio, 2010b.

[71] Documento promovido por el Proyecto Pago en el marco del Seminario: El Patrimonio Agrario. Razones para el reconocimiento cultural de los bienes agrícolas y ganaderos, celebrado los días 26 y 27 de octubre de 2012 en la Universidad Internacional de Andalucía en Baeza (Jaén).

[72] Mata, 2008, p. 158.

[73] Yravedra, 2009, p. 119.

[74] Rubio, 2010b, p. 138.

[75] Almirón, Bertoncello y Troncoso, 2006 citados por Rubio, 2010, p.139.

[76] Esta clasificación es, lógicamente, complementaria de otras como la ofrecida por Leonor de la Puente, 2010, p. 479 y ss., en la que diferencia el patrimonio rural en territorial, compuesto por inmuebles y espacios, mueble, e inmaterial.

[77] Cañizares, 2010.

[78] La galera era una clase de carruaje que llevaba cuatro ruedas, y que normalmente era tirada por dos mulas. Las ruedas delanteras eran sensiblemente de menor tamaño que las traseras.

[79] Cañizares, 2005, p. 81.

[80] Pillet, 2001, p. 52.

[81] Sánchez, 1998, p. 196.

[82] Fisac, 1987, p. 27 y ss.

[83] Jeréz, 2004, p. 202.

[84] Fernández, Peláez y Luna, 2007, p. 224.

[85] Peris, 2009, p. 150-151.

[86] Peris, 2009, p. 154 y ss.

[87] Yavedra, 2009, p. 122.

[88] Elías, 2010, p. 208.

[89] Cereceda, 2010, p. 78.

[90] Cirvini y Manzini, 2012.

[91] Elías, 2010, p. 204.

[92] Ruíz y Sánchez, 1998.

[93] Caldillo de vendimia, zurra y arrope, entre otros.

[94] Especialmente bailes regionales, juegos de naipes, etc.

[95] Entre otras, nos referimos a costumbres como tiznarse la cara con la ceniza quemada de la sartén cuando se terminaba la recolección, o la organización, por parte del patrón, de la comida de fin de vendimia (comilona).

[96] Mata, 2010, p. 39.

[97] Silva, 2009, p. 329-330.

[98] Comisión Europea, 1999, p.72.

[99] Silva, 2008, p. 6.

[100] Pillet, 2008, p. 138-139.

[101] Ministerio de Cultura, 2008.

[102] Gómez, 2013, p.7.

[103] http://whc.unesco.org/fr/PaysagesCulturels/#2.

[104] UNESCO, 1992 citado por Gómez, 2013, p.15.

[105] Sobre los paisajes culturales relacionados con viñedos, la UNESCO realiza unas recomendaciones en la Reunión de Expertos del Patrimonio Mundial del Viñedo celebrada en Tokaj (Hungría) en junio de 2001 <http://whc.unesco.org/archive/2001/whc-01-conf208-inf7e.pdf>.

[106] Peris, 2009, p. 166.

[107] http://ipce.mcu.es/conservacion/planesnacionales/paisajes.html.

[108] IPCE, 2002, p.10.

[109] Silva, 2009, p. 319-320.

[110] Peris, 2001, p. 166.

[111] Martínez, Medina y Ramón, 2010, p. 149.

[112] El portal “Viajeros del Vino” integra en Castilla-La Mancha 38 Bodegas visitables, 11 Hoteles y 12 Restaurantes temáticos (http://www.viajerosdelvino.com/enoturismo/tipo_1/bodegas/ comunidad_11/castilla-la-mancha).

[113] http://www.caminosdelvino.org/.

[114] http://www.tierradevinedos.org.

[115] La última edición de FITUR (2013) presentó, entre sus múltiples actividades, “FITUR. Alojamientos del vino” con 12 expositores.

[116] Mata, 2010, p. 61.

[117] http://pagina.jccm.es/ivicam/instituto/instituto.html.

[118] Daugstad, Ronningen y Skar, 2006, p. 78-79.

[119] Martínez, Medina y Ramón, 2010, p. 149.

[120] Silva, 2008, p. 20.

 

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Ficha bibliográfica:

CAÑIZARES RUIZ, María del Carmen; RUIZ PULPÓN, Ángel Raúl. Evolución del paisaje del viñedo en Castilla-La Mancha y revalorización del patrimonio agrario en el contexto de la modernización. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 20 de diciembre de 2014, vol. XVIII, nº 498. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-498.htm>. ISSN: 1138-9788.

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