Menú principal

Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VI, núm. 119 (1), 1 de agosto de 2002

EL TRABAJO

Número extraordinario dedicado al IV Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)
 

EL TRABAJO,  GRAN OLVIDADO DE NUESTRA TRADICIÓN FILOSÓFICA

Juan Carlos García Borrón


El trabajo, gran olvidado de nuestra tradición filosófica (Resumen)

En coloquios sobre temas tan generales creo necesario partir sin restricciones corporativo-profesionales de un panorama semántico.  Para ello recojo acepciones de "trabajo" y términos afines en léxicos prestigiados en las lenguas de nuestro entorno, sin desatender sus eventuales valoraciones.

A esta revisión léxica sigue el guión de otra históric, semántico-axiológica, de términos-conceptos correspondientes (ergon, poíesis, techne, pónos) en el pensamiento clásico desde Homero y Hesíodo, pasando por el círculo socrático, Platón y Aristóteles, hasta el estoicismo romano.  Y termino con un mero esbozo de  guión del resto de nuestra historia.

Palabras clave: filosofía, léxicos, historia


Work, the great forgetted in our philosophical tradition (Abstract)
 

In general colloquies as the present, I think necessary to start without restrictions corporative-professionals from a semantic panorama. For it I gather meanings of
" work " and compatible terms in lexicons sanctioned in the languages of our surroundings, without neglecting its possible valuations.

This lexical historical revision is followed by a script of another one, semantic-axiological, with corresponding term-concepts (ergon, poíesis, techne, pónos) in
classic thought from Homero and Hesiod, throughout the socratic circle, Plato and Aristotle, to the Roman stoicism.  And I finish with a mere outline of script of the rest of our history.

Key words:  philosophy, lexicons, history


Empleo en este título la palabra trabajo en el sentido que resulta más llano y habitual cuando en la cultura contemporánea (la información, las ciencias sociales) aparece en expresiones tan usadas como "el mundo del trabajo", "trabajo y capital" o "trabajo y evolución"

En ese sentido amplio y a la vez fácilmente identificable pienso usarlo en las líneas que siguen, a menos que otra cosa se indique; ello sin mengua de que en determinados momentos pueda hacer uso o quizás más bien dirigir la atención hacia otras acepciones, acaso no menos o incluso más plausibles.

Al presentar como gran olvidado en nuestra tradición filosófica al trabajo así entendido, busco contraponer tal desestima a la innegable condición que el trabajo disfruta de concepto principalísimo para economistas, sociólogos y antropólogos de los tiempos modernos.

Para enfocar la tarea y esbozar el guión de un eventual desarrollo, puede sernos útil una previa perspectiva léxica. Me valdré para esta del Diccionario de nuestra Academia y de las definiciones de una enciclopedia general y un diccionario filosófico. La variedad de acepciones y usos con que debamos encontrarnos puede iluminar el alcance o puntería de alguno de nuestros comentarios.

Del verbo TRABAJAR la Academia nos ofrece hasta once acepciones, de las cuales elijo (para constatar a la vez su valor genérico y su tangencialidad con nuestro tema) las tres primeras, ("Ocuparse en cualquier ejercicio, obra o ministerio"; "Solicitar, procurar o intentar alguna cosa con efia, actividad o cuidado"; "Aplicarse con desvelo y cuidado a la ejecución de algo"), y una más: "Formar, disponer o ejecutar una cosa arreglándose a método y orden."

La extrema amplitud de la primera puede hacerla servir lo mismo para un roto que para un descosido, por lo cual solo la recojo aquí en tanto que denominador común de las demás.

Unas líneas más arriba el mismo diccionario había reducido a tres las acepciones de "trabajador". Pero mientras la primera --"el que trabaja"-- es al menos tan amplia como la primera de "trabajo" ("acción y efecto de trabajar"), la dos y la tres son sumamente restringidas y excluyentes; una lo es cuantitativamente: "Muy aplicado al trabajo"; la otra, en lo cualitativo-profesional: "Jornalero, obrero".

Resulta, pues, chocante que del sustantivo trabajo el Diccionario de la Academia dé el mismo número de acepciones (once) que del verbo trabajar; no obstante lo cual las del nombre no guardan paralelismo alguno con las del verbo. Son tan variopintas como "Operación de una máquina" y "Esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza", o "Dificultad, impedimento" y "Estrechez, miseria o desdicha".

Debemos también observar que en general abundan las que como el par últimamente citado reflejan lo negativo o desagradable. Aun cuando no se ajusten a ni se identifiquen con la que aquí me propongo examinar, su coloración afectiva puede hacerlas merecedoras de atención.

Antes de que se intente sacar conclusiones de esta parte de nuestra somera revisión léxica, será en todo caso prudente no omitir la obviedad de que al panorama de la lengua española no son sin más superponibles los propios de otras lenguas. Ni siquiera de aquellas más afines en el espacio, los usos o (y) la tradición.

Por lo que yo sé, es quizás en francés donde una misma palabra cubre (muy aproximadamente) la extensión de la nuestra "trabajo". Si seguimos al Larousse debemos definir en general travail como effort, application pour faire une chose, y también como el objeto (indistintamente material o intelectual) producto de dicha actividad. Y travailleur se dice tánto de qui aime le travail como de toda personne qui travaille. El verbo travailler recoge también todos los del nuestro correspondiente, incluido el sentido figurado, propio de su etimología latina, equivalente a tourmenter: "La fièvre le travaille", ejemplifica el Larousse. La misma que produjo en el campo francés el nombre de travail aplicado a una máquina para herrar caballos que se resistan a dicha operación.

(Ese sentido más duro y peyorativo del trabajo-tormento, derivación tantas veces comentada del tripalium latino, presente también, según acabamos de recordar, en nuestro Diccionario, no es, que yo sepa, igualmente compatible con el del Arbeit alemán --por más que éste pueda también valer por "sudor"-- ni con las otras palabras de su familia. La relación semántica con la acepción española de trabajos "forzados" (o su equivalente francés) la establece por su parte el alemán con el sustantivo Gefängniss, de cuya raiz hay otras muchas palabras que se relacionan más bien con nuestra "cautividad" o la condición de prisionero.)

Por su parte el inglés divide de modo bastante diverso, y con matices propios, el campo semántico de "trabajo" (o "travail").

To work  es trabajar, con múltiples connotaciones diversificadas con preposiciones (to work at, to work on...). Pero cuando nosotros (o los franceses) hablamos de trabajo (o travail) en sentido profesional (mi, o su trabajo), los anglohablantes emplean job o task; y cuando se le da el sentido más propiamente político los ingleses usan labour (Ministry of Labour, Labour Party) , si bien el trabajador, como concepto social, es the worker, y la clase obrera es the working class.

Así, los angloparlantes no extienden la idea de trabajo expresada por work, job o task al sentir "latino" de dificultades o penalidades, para las cuales usan troubles o hardships. En cambio, para negocio, industria o profesión, comercio o tráfico, se valen de trade.

Prescindo de las acepciones de "trabajo" que los diccionarios de la lengua toman del lenguaje científico (por ejemplo, "trabajo mecánico") o de la actividad profesional y la investigación ("trabajo de campo", etc.).

Creo, por el contrario, deber añadir tomadas de la versión castellana de una prestigiosa enciclopedia general de uso multinacional, otras dos definiciones que no se ciñen a las aparecidas en el Diccionario de la Academia:

"TRABAJO" "Ocupación remunerada o retribuida" (en general, se correspondería con el job anglosajón).

"Obra" - "ejemplo: sus trabajos sobre economía tuvieron gran éxito)".

La entrada "Trabajo" finaliza en dicha enciclopedia con dos complementos:

"Contrato de trabajo - Contrato por el cual una o varias personas participan en la producción [...etc.] obligándose a [...] ejecutar una obra o prestar un servicio a uno o varios patrones o empresarios mediante una remuneración".

"Trabajos forzados - Aquellos en que se ocupa por obligación el presidiario."

Finalmente, saliendo del marco de la economía de mercado, pondré fin a esta inicial búsqueda léxica en un bien diferente repertorio, el estalinista Diccionario Filosófico dirigido por M. M. Rosental, del cual conozco (y utilizo) solamente la versión castellana de Ediciones Pueblos Unidos (Lima, 1980), correspondiente a su tercera edición soviética (Moscú, 1975). (Aunque dicha versión declara "modificaciones sustanciales", no es verosímil que ninguna afecte significativamente a nuestra intención actual.)

El artículo TRABAJO empieza con una cita literal de las Obras Completas de Marx y Engels:

"El trabajo es ante todo un proceso entre el hombre y la naturaleza durante el cual el hombre, mediante su propia actividad, mediatiza regula y controla el intercambio de sustancias entre él y la naturaleza".

A continuación el mismo artículo enumera lo que llama sus tres "momentos":

1) la actividad del hombre dirigida a un fin, es decir, el trabajo mismo;

2) el objeto del trabajo; y

3) los instrumentos de producción con que el hombre actúa sobre dicho objeto.

Por último proclama:

"El trabajo constituye la condición primera y fundamental de la existencia humana".

Y: "Gracias al trabajo. el hombre se ha separado del mundo animal."

Probablemente huelga añadir que, aunque ignora otras acepciones del término, el Diccionario Soviético culmina su artículo "Trabajo" con una reseña histórica de los diferentes regímenes del mismo (esclavitud, feudalismo, capitalismo), para ofrecer a continuación dos nuevas entradas:

1) TRABAJO COMUNISTA y

2) TRABAJO INTELECTUAL Y TRABAJO FÍSICO.

Expuestos ya los preliminares léxicos que, a propósito de "trabajo" me parecían sugerentes, y posiblemente provechosos, procedería pasar una segunda revista no menos rápida y somera a lo que ha sido el (o los) tratamiento(s) dominante(s) del mismo en el transcurso del pensamiento filosófico occidental. (Este, en el que siempre me he movido, continua siendo el único en que podría atreverme a pretender tener una información aceptable).

Sin demasiada diferenciación, para no caer ya de salida en simplificaciones excesivas ni en pretenciosos apriorismos condicionantes, habría que ocuparse en principio por separado de las que es usual considerar como las dos principales raíces de la "cultura occidental": la clásico-humanista y la judeocristiana.

Como ineludible telón de fondo de dicha revisión, deberemos proyectarla sobre el nivel de atención --ya tantas veces denunciado como escaso-- que los filósofos y los ideólogos de la cultura han venido concediendo en la mencionada tradición al campo y al concepto de trabajo... hasta el momento de la revolución industrial;

quel en que Carlos Marx lo tomara de los pioneros británicos de la economía política para privilegiarlo y trascendentalizar su temática.
 

La raíz grietga (nuevo recurso al léxico)

Para el campo de aplicación (amplio a la vez que fácil de reconocer, según mi anterior calificación) del término trabajo, parece obligado elegir preferentemente el sustantivo griego érgon.

Érgon  llamaron los antiguos griegos a un hecho (real) o "suceso" --érgoi, en dativo, era lo sucedido en la realidad, a diferencia de lo que era lógoi o mythoi--. Pero érgon también significaba obra, trabajo, asunto, ocupación, empresa, actividad. En este último sentido aparece en Homero, el cual lo aplica también en sentido específico a los trabajos del campo, y, por extensión, a la tierra de labor. Érgon se aplicaba también a lo que es propio de, o necesario para algo.

Palabras de la misma familia son una casi sinónima, ergasía, así como sus muchos derivados. Por ejemplo, ergastérion se llama al taller o lugar de trabajo, ergásima es el campo cultivado e explotable; ergastikós se llama al hombre "hecho al trabajo", ergátes significa laborioso, pero tambiém artífice o autor de algo, así como jornalero (en especial, el labriego).

Todo eso, que vale en general de Homero, caracteriza muy propiamente al segundo gran poeta griego, aquel de quien los historiadores suelen decir que anuncia la transición a los "nuevos tiempos" filosóficos.

Hesiodo fue en efecto, que sepamos, el primero en acusar a Homero de haber "contado mentiras", de haberse distanciado de la verdad, es decir, de lo que es "érgoi". Y, lo que más ha de interesarnos ahora: en cuanto a lo que podemos llamar moral de las costumbres y su relación con el trabajo, Hesiodo es el poeta de Los trabajos y los días, poema dirigido por su autor a un su hermano, el cual se había apropiado fraudulentamente del grueso de la herencia paterna. El poeta intenta demostrar que la fortuna mal adquirida aprovecha poco, y que el trabajo es preferible a la violencia.

Pero si Hesiodo "anunció la transición" a los "tiempos filosóficos", éstos, sin embargo, iban a optar más por lo "lógoi" que por lo "érgoi". Por lo demás, ya el propio Hesiodo interpuso en su poema su versión del mito de "las tres edades" del mundo --oro, plata y bronce--, a las que él añadía la "actual", o del hierro. Como bien observó Jaeger en su Paideía, el poeta prefilosófico combinó su sentido ético, de raíz popular, y su nueva idea de justicia "divina" con la idea mítica, más afín a su simismo propio, de la decadencia moral humana.

Como resumen (para nuestro actual propósito) de esa primera etapa de clasicismo griego, debe quedar, pues, constancia de, 1º, la valoración homérica del trabajo-labor  (érgon), en especial del campo, y, 2º, la insistencia de Hesiodo en la misma línea, con asignación expresa al término de un sentido claramente valorativo como virtud moral, si bien con una innegable connotación de pena o castigo (del hombre "decaído"). En cualquier caso, la valoración que hoy podríamos llamar "laboralista" del érgon, nada fácil de apreciar o rastrear en la tradición filosófica griega, parece además en su originaria presencia prefilosófica poco asimilable no ya a la de Carlos Marx, sino a la de un Adam Smith.

Antes de pasar a comprobar esa no afinidad (y aplazando el concentrar algo más la atención a propósito de la téchne, según nos invitará en seguida a hacer nuestro recorrido histórico griego) vamos a recordar ahora otra línea léxica clásicamente ilustre, la de poieo, que, a través de poíesis, se desvía desde el dominio del "hacer cosas" (con cosas) hacia la producción (o construcción) intelectual, verbal, es decir, al dominio del lógos (palabra o discurso).

El verbo poiéo en sus más antiguas apariciones escritas significa en general hacer o construir, y es ante todo un hacer con, hacer con materiales. Así lo estableció entre nosotros con extensión y detalle Emilio Lledó, en una tesis menos difundida que meritoria. Al hacerlo así se apoyaba, por cierto, en los comienzos de lo que para el propio Aristóteles constituían el origen de la tradición en que él mismo se incluía.

Con el sufijo -sis se produjo el sustantivo poíesis, el cual, en correspondencia con el verbo, tenía, por ejemplo en Herodoto, el significado de construcción (en traducción del mismo Lledó, "fabricación"). Pero ya en tiempo tan temprano aludía más a la estructura de la "fabricación" que al proceso de la construcción. Es decir, más al trabajo-obra que al trabajar. Cuando poíesis se aplique al sentido de lo que luego se llamará poesía esta será más bien la acción creadora, de la cual resulta el "poema".

En ese sentido emplearon poíesis tanto Platón como sus antagonistas históricos, los sofistas, y así lo empleó a continuación Aristóteles, primer "tratadista" de nuestra historia (tras el arreglo sistematizante de sus escritos).

Se salvaba así el significado originario; pero a la vez se le desplazaba desde el dominio del "hacer con cosas" hacia el plano del lógos, en su doble sentido platónico-sofístico- aristotélico de palabra y discurso. "El trabajo productivo" (según pasaría a llamarse con un pleonasmo paradójicamente reductor en la economía -y, por extensión, en la cultura e ideología vigentes), se alejaría del panorama filosófico
 

La línea dominante en los clásicos griegos

Recuperando el sentido llano y habitual de "trabajo" que nos pusimos como objeto a considerar al iniciar estas líneas, habrá ahora que confirmar que no se encuentra como tema de estudio en ninguno de los escritos aristotélicos. De los que deberíamos pensar como su posible ubicación más propia, solamente el tercero de los llamados menores de "economía" (de autenticidad, por lo demás, escasamente defendible) se nos ha conservado (en traducción latina).

De "economía" (oikonomía --que en principio debemos entender como "administración doméstica, o "de la casa") tenemos, eso sí, un tratamiento relativamente sistemático en el libro I de la Política, "De la ciudad y sus elementos". El primer capítulo del mismo se dedica a "la casa", como elemento constitutivo de la pólis; otros tres se consagran a la esclavitud y cuatro a la economía (la propiedad y el dinero). Pero ya al comenzar el primero quedó establecida la separación crucial y decisiva de las tareas ciudadanas: "Las partes de la administración doméstica (oikonomías mére) corresponden a aquellas de las que consta la casa (oikía); y la casa perfecta, o acabada y completa (teleíos) consta de esclavos y libres".

El hombre, reza el comienzo de la Política, es por naturaleza un "animal político": pero Aristóteles, por muchas que sean las dificultades en que le ponga (ante su propio sentido común) el difícil e inexcusable intento de razonar la esclavitud, mantiene la prioridad de su no menos famosa definición: el hombre es el animal logikón, es decir, el que habla-razona.

El caso es, sin embargo, que el hombre también podrá ser caracterizado --en cierto modo, hasta cierto punto-- como homo faber, según se hará muchos siglos más tarde: el toolmaking animal o animal constructor de instrumentos, que diría Franklin, o el hombre de Bergson, que "al fabricar cosas se fabrica a sí mismo". Pero para aclararnos en qué sentido podría llegar a ser llamado así, para precisar eventuales "en cierto modo" o "hasta cierto punto" como los que acabamos de utilizar, Aristóteles eligió justamente un análisis no ya del hacer, sino del saber humano.

Consecuentemente, no lo hizo en los escritos sobre economía sino en aquellos que, desde su accidentada y tardía ordenación en la biblioteca helenística de Alejandría, la historia ha venido llamando "metafísicos". Unos escritos que no manifiestan (ni en sus estratos más antiguos y próximos al platonismo juvenil del autor ni en los más avanzados en la dirección peculiarmente "realista" del Aristóteles maduro) interés alguno ni por el "trabajo" ni, en general, por el universo socioeconómico.

En el archiconocido texto de Metafísica consagrado al tema de los "grados" del saber (el primero de dicha "obra", según la ordenación que conocieron los medievales y ha llegado a nosotros) Aristóteles afirma categóricamente que la téchne (de la cual dice que "según la opinión común", ya posee --a diferencia de la mera experiencia-- "el conocimiento y la inteligencia") es sin embargo producida por aquella (la cual, a su vez, "parece casi asimilarse a la ciencia y a la téchne") y que "por aquella progresan éstas". Pero en el mismo párrafo afirma además que "los hombres de téchne pasan justamente por ser más sabios que los de experiencia", porque "conocen la causa" (de lo que hacen), mientras que los de mera experiencia la ignoran.

Una vez más nos encontramos con que atisbos empíricos y exigencias lógicas que parecen ligadas a los mismos, no evitan que Aristóteles ajuste en definitiva su pensamiento a las ideas noseológicas y metafísicas en él dominantes. Si bien sus estudios de "historia natural" sobre los animales le llevan a hacer observaciones y a expresarse en términos que en muchos modernos se han visto como cierto preevolucionismo, la teoría del "acto" y la "potencia" y de la "superioridad" (y "anterioridad") de aquel sobre esta no tarda en hacerle reponer las cosas en su punto. Del mismo modo ahora, la posible anterioridad empírica de la téchne ha de quedar sometida a la lógica superioridad del saber (causal) de la ciencia.

Para su redondeo, el texto que comentamos añade esta observación: las téchnai "nacieron primero en aquellos puntos donde los hombres podían gozar de ocio"; y cita el caso de Egipto, donde "las matemáticas fueron inventadas porque en ese país disponía de ocio la casta de los sacerdotes."

En definitiva, el porqué de la atención concedida por Aristóteles a la "técnica" (la téchne griega, tan esquiva, tan dificultosamente adaptable a los modernos conceptos de técnica y tecnología, y más próxima a lo que en nuestro mundo ha solido llamarse artesanía o artes), así como el aspecto en que él la considera tema filosófico, quedan bien de manifiesto en el momento y modo en que nos la presenta no en y por sí misma, sino en tanto que forma (y grado) del saber. Como Platón y en general la filosofía clásica, Aristóteles ve al homosapiens, y lo ve, como es natural, desde y en las estructuras de una sociedad esclavista.

Por lo que a nuestro tema respecta, pocos cambios se producirían, ni siquiera con la heideggeriana "destrucción de la metafísica", ya que ni en el "análisis fenomenológico del Dasein" aparece algo que jusficara una consideración filosófica (ontológica) del trabajo. La tesis doctoral de Manuel Sacristán (Las ideas nosológicas de Heidegger, Barcelona 1959) ya dejó patente que "estar" y hombre no serían sinónimos en la lengua de Sein und Zeit". (Lo cual no impide, por cierto, que el mismo Heidegger reincida en el desvío hacia el lenguaje, por el cual "las cosas llegan a ser y son por vez primera", según la fórmula de Introducción a la Metafísica).

No deberíamos tener, por otra parte, menos presente algo que entre nosotros ha sido recalcado con insistencia (por ejemplo, por Ervin Laszlo): las novedades tecnológicas no han significado ni significan necesariamente un adelanto inmediato. Así, griegos y romanos (ejemplos concretos citados por el mismo Laszlo) conocieron muchas más técnicas de las que de hecho emplearían. La institución de la esclavitud les disuadía de introducir recursos ahorradores de energía y mano de obra
 

La excepción cínica y el retorno estoico

Pese a la escasa lógica que asiste al conocido dicho de que la excepción confirma la regla (siendo así que más bien la limita), hay excepciones que de hecho confirman la formulación general, a saber, aquellas que por la misma se explican. En el caso del pensamiento filosófico de la antigua Grecia uno de los ejemplos más palmarios es el que en esta conexión nos ofrecen los cínicos.

El ateniense (si bien "ciudadano" solamente a medias) Antístenes, inspirador y jefe de fila de la escuela que iba a acabar en secta escandalosa, era, para empezar, hijo de una esclava, hubo de ganarse la vida con su trabajo y fue siempre un hombre "del pueblo". En correspondencia con todo ello fue, como es bien sabido, quien entre los directos discípulos de Sócrates más se distanció, por su mutua oposición y crítica, del aristócrata Platón.

Antístenes, que había estudiado en un gimnasio consagrado a Herakles, puso el nombre de este (el héroe de "los Trabajos", dicho sea de paso) a una de sus obras, y en la misma glorificó lo que iba a ser el genuino ideal "cínico" de vida. Desde el primer momento fue él quien con más constancia y firmeza se opuso a la doctrina platónica de "las Ideas". El primer "cinismo", del que Antístenes fue fundador, consistía, bien lejos del idealismo, en aguante o resistencia, y una actitud individual de confianza en sí, esfuerzo y trabajo (una de las acepciones matizadas de pónos, el "esfuerzo penoso").

Con todo, si ha de dársele el sentido en que aquí la empleamos preferentemente --el que más usan hoy las ciencias económicas y sociales-- la palabra trabajo apenas serviría para sugerir el ideal de Antístenes (por mucho que se acoplara a su vida moral), en tanto que denotaría integración en un sistema de cadenas externas y (o) alienantes. Tal inadecuación iba a hacerse manifiesta en los cínicos posteriores.

En el intermedio -quizá más caricaturizado que caricaturesco- personificado en Diógenes de Sínope, la imagen del "cínico" se acerca en todo caso más al desenfado y el vagabundeo que a la autonomía individual y la philanthropía que Antístenes --con algún precedente en la sofística, pues ?qué idea de posible interés en la polis democrática no fue tratada por algún sofista?-- estableció como doble objetivo del ideal moral.

El cinismo genuino se reequilibró sin embargo en Crates. Valiéndonos de la fórmula de García Gual (La secta del perro), digamos que el carácter y la actitud filantrópica de Crates "colorean afablemente la apatía y el egoísmo de la secta." Ahora bien, cuando, "convertido" a la filosofía, Crates renunció a las riquezas de su familia, ejemplificó, más bien que al "trabajador", al indigente o mendigo: "Mi patria es mi pequeñez y pobreza, a las que ningún cambio de fortuna puede afectar" fue una de sus máximas preferidas.

Lo decisivo en todo caso fue que en los siglos siguientes la escuela estoica --que iba a ser, con mucho, la de más duradera hegemonía en la historia de la filosofía occidental-- se construyó sobre las enseñanzas del maestro Zenón, heredero de las de Antístenes y Crates. Pero, en su conjunto, fue mucho más teorizante y "lógica" que aquellos, más "aristotélica" en su orientación, y siempre mucho más contemplativa: señaladísimamente en el caso de Crisipo ("el hombre sin el cual no habría habido Stoa"), y más aún en la etapa platonizante del "período medio".

Tampoco Séneca --el predicador que más renegó de lo que, como un casi cínico, denunciaba en los maestros estoicos por lo que en ellos le parecían excesos ("pusilla et puerilia") indignos de la atención del filósofo, y más reivindicó como función del filósofo enseñar (o amonestar) "para la vida, no para la escuela" (ya que "la filosofía enseña a hacer, no a hablar")-- tampoco él abandonaría la tendencia general.

Por mucho que en las prédicas de aquel romano de Hispania hubiera de eticismo, vitalismo y voluntarismo, con todo lo que en ellas puede servirnos para argumentar un heraklismo suyo, a saber,"la moral del vir fortis" y un cierto regreso al ideal antisténico del pónos, con todo eso, su total apartamiento del tema del trabajo-labor es tan patente, tan enérgicamente proclamado en él y por él como en o por el que más.

Tanto como las "vanas cavilaciones" de la filosofía teórica, Séneca desprecia expresa y reiteradamente saberes que el "espíritu práctico" de los romanos valoraba mucho; y llegó a declarar su enojo por la "torpeza" de algún estoico (Posidonio, en concreto) que asignó a "sabios" los inventos del "hacer con cosas" que promovían la civilización.

Así pues, lo que no había podido hacerse realidad en la Atenas de Pericles --ni entre los sofistas ni aun siquiera en quien, como Antístenes, supo poner al día el prestigio moral del pónos que el viejo Hesiodo había cantado-- tampoco apareció más tarde en el pensamiento filosófico griego; y logró resistir incluso al "espíritu práctico" del poderoso y triunfal imperio romano, constructor de edificios, vías y acueductos.

En aquella sociedad tan refractaria a la especulación graeca, Séneca se sintió llamado a oponerse con desmesurada energía a maestros que fueron clásicos de la que él tenía por su propia línea de pensamiento moral, y tampoco le fue posible construir un renovado ideal "heracleo" --el ideal de lo que él llamó vir fortis. Al mismo tiempo, el romano de la Bética que se declaraba despectivamente ajeno a la exaltación del "hacer con cosas" y negaba que debieran ser llamados filó-sofos, (más bien que "meros filó-logos"), quienes más bien eran adictos a las palabras y maestros de estas.

En el tránsito del clasicismo occidental a la cultura cristiana que se desarrollaría en la época del imperio romano y en la continuación europeomedieval del mismo, creo que los nuevos posicionamientos respecto del trabajo y las revalorizaciones de éste --ambiguas y a menudo discrepantes-- habrían de buscarse al margen de la ya abundantemente historiada dialéctica fe-razón (o religión-filosofía). Las matizaciones, apropiaciones, enfrentamientos o "superaciones" de la filosofía griega desde el pensamiento cristiano que caracterizaron primero la llamada escuela de Alejandría y luego el agustinismo, tienen, en efecto, poco que ver con nuestro presente tema y poco que ofrecernos para el seguimiento del mismo.

Entiendo (y aquí solo quiero esbozar lo que podría ser objeto de estudio más detenido) que habría que buscar, primero --junto al cinismo antisténico--en la tradición evangélica paleocristiana, en los eremitas y los comienzos del monacato; y, en los últimos tramos de la Edad Media y el arranque de la moderna, en la ética protestante (calvinista en particular) y sus raíces tardomedievales. Por lo demás, fuera de los campos de la religiosidad evangélica o de la metafísica escolástica, visitar el de la Utopía del otro Tomás (More) podría resultar gratificante (y al menos para mí, grato en sí mismo).

En cualquier caso, la ausencia o la por lo menos escasísima correspondencia entre los posicionamientos clásicopaganos y los de la era cristiana no significarían que no interese observar ciertas equivalencias en el sentido del común alejamiento del tema, antes y después del cambio de era.

Otro tanto cabe decir en relación con puntos de vista más modernos. Así, la actitud de los eremitas, en cierto modo "anticultural" o antisocial, reproduce a su manera la adopción diogenista del cinismo griego, mientras que el "ora et labora" veteromonacal se deslizaría a lo que un nietzscheano llamaría transmundanismo, más o menos como lo hizo el estoicismo hacia su propia platonización.

Ya en nuestro tiempo, en paralelo con la curiosa -y paradójica- reducción del sentido del término trabajo al que se le da en el no menos curioso pleonasmo "trabajo productivo", reencontraríamos la confirmación de que la filosofía, al abordar o más bien contornear el tema, ha seguido tratándole como patito feo al relegarle al campo de las ciencias sociales (cosa, por lo demás, ya prefigurada en la Grecia clásica, Aristóteles en particular). Los filósofos más impuestos en su condición de tales han reincidido en su papel de homines theoretici frente a los homines oeconomici, según la distinción para mí injustamente olvidada de las Lebensformen de la psicología fenomenológica de Spranger.

Un no tan olvidado contemporáneo de este, Martin Heidegger, que en su coetáneo análisis fenomenológico de Sein und Zeit se afanó en establecer "lo a mano" como previo a "lo ante los ojos", saltó en seguida de la fenomenología a la ontología ni más ni menos que sus criticados "platónicos".

Válganos por ahora para punto final esta -¡!una más!- huída no poco inconsecuente de nuestros ontólogos magistrales.
 

© Copyright Juan Carlos García-Borrón, 2002
© Copyright Scripta Nova, 2002
 

Ficha bibliográfica

GARCÍA BORRÓN, J.C. El trabajo, gran olvidado de nuestra tradición filosófica.  Scripta Nova, Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, vol. VI, nº 119 (1), 2002. [ISSN: 1138-9788]  http://www.ub.es/geocrit/sn/sn119-1.htm
 


Menú principal