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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VI, núm. 119 (58), 1 de agosto de 2002

EL TRABAJO

Número extraordinario dedicado al IV Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)
 

LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO LABORAL EN EL ÁREA INDUSTRIAL
DEL GRAN BILBAO 1958-1977. UNA VISIÓN HISTÓRICA DEL DESARROLLISMO

José Antonio Pérez Pérez
Doctor en Historia Contemporánea. Departamento de Historia Contemporánea. Universidad del País Vasco


La transformación del mundo laboral en el área industrial del Gran Bilbao 1958-1977. Una visión histórica del desarrollismo (Resumen)

A partir de finales de los años cincuenta España emprende uno de los procesos de transformación económica y social más importantes de su historia. Su desarrollo servirá para poner de manifiesto las tremendas dificultades que implicaba un cambio de estas características bajo el impulso de un régimen dictatorial, absolutamente contrario a cualquier apertura de tipo político. En algunas zonas concretas, como en el área industrial del Gran Bilbao los cambios fueron si cabe, mucho más acusados y en ella se desplegaron algunos de los fenómenos más característicos del desarrollismo español (crecimiento industrial, la masiva llegada de inmigrantes, reordenación del espacio urbanístico y social) y un profundo cambio dentro del mundo del trabajo que afectó a todas sus facetas, tanto técnicas, como humanas.

Palabras clave: mundo laboral, trabajadores, Gran Bilbao, desarrollismo, transformación social


Labour condition transformation in Gran Bilbao industrial area (1958-1977). Historical vision of the "desarrollismo" (Abstract)

From end of the Spain Fifties it undertakes one of the more important processes of economic and social transformation of its history. Its development will serve to show the tremendous difficulties that a change of these characteristics under the impulse of a dictatorial regime implied, absolutely in opposition to any opening of political type. In some zones concrete, as in the industrial area of the Great Bilbao the changes if it fits, much more were accused and in her some of the phenomena most characteristic of the Spanish development unfolded (industrial growth, massive arrival of immigrants, rearrangement of the city-planning and social space) and a deep change within the world of the work that affected all its facets, as much technical, as human.

Key-words: work world, workers, Great Bilbao, development, social transformation


La explotación intensiva de las minas de hierro y el desarrollo de la siderurgia hicieron que Bilbao y las localidades más próximas unieran su destino al de la industria desde el último tercio del siglo XIX hasta nuestros días. Santurce, Portugalete, Baracaldo, Sestao, Musquiz, Ortuella, Abanto y Ciérvana, el Valle de Trápaga, Basauri, Erandio, Leioa, Getxo y la propia capital vizcaína formaron la comarca de la ría del Nervión.

Figura 1
  Localidades del área metropolitana del Gran Bilbao

El boom económico del novecientos constituyó uno de los momentos clave de este proceso, arrastrando consigo una serie de transformaciones en el ámbito social y económico sin precedentes en la zona. Decenas de miles de trabajadores llegados del resto del País Vasco y de otras provincias españolas acudieron al reclamo de unas prometedoras condiciones de trabajo que muy pronto pusieron de relieve la cara más oscura de la industrialización (Fusi, 1975; Castells, 1993; González Ugarte, 1988; Castroviejo, 1992, Pérez-Fuentes, 1993). La implantación de Altos Hornos de Vizcaya, La Sociedad Española de Construcción Naval, Babcock Wilcox o Euskalduna, -por citar algunas de las empresas más emblemáticas de la zona- fueron conformando la realidad de una sociedad regida por la omnipotente presencia de las fábricas que prácticamente y sin solución de continuidad fueron poblando el área que se extiende desde Santurce hasta Bilbao, conformando una metrópolis de grandes proporciones. Esta fue creciendo de un modo desordenado sobre un espacio donde las empresas ocuparon los mejores y más accesibles terrenos en detrimento del suelo urbanizable que quedó para siempre atrapado entre la orografía de la zona y el propio tejido industrial (González Portilla, 2001). Todo ello dio lugar a una realidad social determinada por las relaciones establecidas alrededor del mundo laboral. No todas las localidades sufrieron las mismas consecuencias, ya que mientras la Margen Derecha de la ría y sobre todo Guecho se convirtió en la zona residencial por excelencia de las clases acomodadas, la Margen Izquierda y más concretamente algunos de sus pueblos más populosos como Baracaldo y Sestao pasaron a configurar el perfil más emblemático de los suburbios industriales. La urbanización, las formas de integración de los inmigrantes, los servicios sociales, las infraestructuras, la educación, el ocio, la disciplina, las formas de expresión, la movilización e incluso las militancias políticas y sindicales quedaron marcadas por este mundo regido por normas y códigos que los protagonistas asumieron en su propia cultura y que transmitieron a sus descendientes durante generaciones.

Este primer impulso sólo fue superado por una segunda fase que coincidió con la prodigiosa década de los años 1960, la que transformó a la España de la cartilla del racionamiento y la lanzó hacia el consumo. El desarrollismo significó para el País Vasco y más concretamente para el Gran Bilbao un momento de crecimiento de enormes proporciones. La demanda de mano de obra fue respondida por una auténtica avalancha de trabajadores que acompañados de sus familias abarrotaron las localidades industriales como Santurce, Portugalete, Sestao, Baracaldo, Erandio, Basauri, o el propio Bilbao.

La industria vizcaína conoce un momento de expansión importantísimo. Las grandes empresas de la zona reajustan sus plantillas, amplían sus instalaciones y por su puesto, su producción. La entrada de capital y tecnología extranjeros posibilitaron la modernización del aparato productivo. El apoyo del régimen se centró en las empresas más representativas, y de forma especial en AHV (Altos Hornos de Vizcaya), que pasó a convertirse en un símbolo de los nuevos tiempos.

Sin embargo, no todos los efectos de la nueva política económica impulsada desde el régimen fueron tan positivos. Por un lado este apoyo no fue capaz de extenderse hacia otros sectores estratégicos o alternativos, como las comunicaciones u otro tipo de industrias alternativas a la siderurgia que hubieran amortiguado el impacto de la crisis de los 70 (García, Velasco y Mendizabal, 1981: 247). . Por otra parte, los Planes de Estabilización y Desarrollo sirvieron para escenificar, tanto en el interior como hacia las instituciones internacionales, la disposición del régimen o al menos de sus sectores más pragmáticos, por la modernización del país, sin embargo las consecuencias a corto plazo no fueron tan espectaculares como anunciaba la propaganda oficial. Durante los primeros años se produjo una fuerte contracción de la actividad económica, que provocó una importante reducción del consumo y la inversión, la congelación de los salarios y la eliminación de las horas extraordinarias. Por tanto, las consecuencias positivas sobre todo para los trabajadores se producirían a medio plazo, y de una forma mucho más moderada que lo manifestado por el régimen.

La adopción de los denominados Planes de Desarrollo Económico y Social significó un replanteamiento de la política impulsada hasta el momento. En cualquier caso, no consiguieron compensar los tremendos desequilibrios socioeconómicos que sacudían a la España en la década de los 50; ni siquiera fueron capaces de reducir el enorme flujo migratorio que despobló el campo en favor de las ciudades más prósperas. Vizcaya, y más en concreto el área del Gran Bilbao, articulada en torno al eje del Nervión -Ibaizabal, fue uno de los destinos elegidos por los inmigrantes (Urrutia, 1985). Las consecuencias de este flujo de enormes proporciones afectaron prácticamente a todo el entramado socioeconómico de la provincia, que se vio rápidamente desbordada. Tan sólo el mercado laboral fue capaz de absorber sin mayores problemas la llegada masiva de mano de obra. El espacio urbano y el tejido social sufrieron una alteración de una dimensión descomunal. Algunas de las poblaciones más importantes de la provincia duplicaron y triplicaron su población en una sola década, como puede constatarse por las cifras del cuadro 1.
 

Cuadro 1
Evolución demográfica de los municipios del "Gran Bilbao"
Municipio
1940
1950
1960
1970
1975
Arrigorriaga
3.989
4.646
8.142
9.820
10.037
Baracaldo
36.165
42.240
77.802
108.757
11.7422
Basauri
10.605
11.637
23.030
41.794
50.881
Bilbao
202.513
236.565
306.886
410.490
431.071
Echévarri
1.364
1529
4.148
4.452
6.159
Ermua*
1.277
1.725
3.029
14.563
17.692
Galdácano
7.101
7.733
10.431
18.770
23.945
Guecho
17.795
19.309
22.951
39.153
56.238
Lejona
5.255
5.765
7.553
10.571
17.845
Portugalete
10.612
12.211
22.584
45.589
54.014
S.S. del Valle
7.446
8.444
9.477
11.331
13.397
Santurce
8.466
10.224
25.570
46.194
52.924
Sestao
18.625
19.969
24.992
37.312
41.399
* Pese a no formar parte del área metropolitana del Gran Bilbao hemos incluido los datos de este municipio dada la importancia de su crecimiento, el mayor de los producidos en el periodo. Fuente: Dirección de Estadística. Araba, Bizkaia y Gipuzkoa: evolución de la población. Periodo 1900-1981 Zarautz, 1982.

Los inmigrantes se fueron asentando a lo largo de esta área, formando en algunos casos importantes bolsas de población con un origen común. La aventura que supuso para la mayoría de ellos un cambio de esta magnitud trastocó definitivamente sus vidas. El carácter familiar de la migración condicionó determinados factores, como el acceso a la vivienda, la promoción laboral o la necesidad de dotaciones sociales. Este mismo carácter facilitó, sin embargo, el primer contacto con la ciudad, a través de los denominados mediadores sociales - familiares o vecinos ya asentados - que sirvieron para introducir a los recién llegados en la nueva realidad laboral y social de la provincia.

La deficiente política de la vivienda, la especulación inmobiliaria y la supeditación de la urbanización a los intereses de la industria dibujaron el panorama característico del desarrollismo español en la ciudad. Cascos urbanos anárquicos, desordenados y deteriorados, barrios carentes de infraestructuras higiénicas y sociales, hacinamiento, chabolismo... fueron algunos de los rasgos que perfilaron el nuevo paisaje del Gran Bilbao. Barrios como San Juan en Santurce, San Antonio en Echévarri, Ollargan en Arrigorriaga o la Estrada de Masustegui o el Peñascal en Bilbao fueron la muestra más palpable de ello (Urrutia, 1994). Las iniciativas públicas apenas consiguieron responder en una mínima parte a la enorme necesidad de viviendas generada por la inmigración. Organismos como el Instituto Nacional de la Vivienda, la Obra Sindical de la Vivienda o el propio Ministerio de Trabajo pusieron de relieve su incapacidad en todo este proceso mientras los especuladores privados se enriquecían con el lucrativo negocio de la construcción (Tamames, 1988: 353). En muchos casos fueron las propias empresas de la zona las que tuvieron que intervenir proporcionando directamente o a través de patronatos concertados con instituciones locales la construcción de viviendas para los trabajadores; una iniciativa en todo caso que nunca estuvo exenta de una clara intencionalidad de carácter paternalista que había presidido las estrategias de los empresarios locales durante las primeras fases de la industrialización (Ruzafa, 1997).

Toda esta transformación del espacio social dio lugar a la aparición de nuevos ámbitos de relación e intercambio de experiencias. Las casas regionales impulsadas por los trabajadores inmigrantes se convirtieron en uno de los espacios de relación social más activos de la zona. En otros casos, la precariedad de la situación social generada por los excesos del desarrollismo aceleró la formación de nuevos grupos y espacios de sociabilidad. En este sentido, por ejemplo, el desastre urbanístico de las localidades y barrios del Gran Bilbao propició la creación de grupos de vecinos, organizados en forma de asociaciones, al calor de un cierto aperturismo político. La participación de trabajadores inmigrantes y autóctonos en unas asociaciones, constituidas fundamentalmente por capas populares de la sociedad, fue un elemento muy importante. La incorporación de estos grupos a las protestas de los años 60 y 70 contribuyó de forma decisiva a la extensión de la conflictividad social en la provincia y a la consolidación de un importante entramado de redes sociales (Pérez, 2000: 117-147).

El propio puesto de trabajo fue uno de los factores que contribuyó a que la inserción laboral se convirtiera en inserción social. Las desconfianzas mutuas entre trabajadores inmigrantes y autóctonos, propias de la posguerra, dieron lugar a una aceptación mucho más distendida. La situación de pleno empleo facilitó este proceso, al que paradójicamente también contribuyó la política represiva y uniformizadora del régimen, que trató de eliminar cualquier rasgo de diferenciación entre las distintas comunidades.

En cualquier caso, el puesto de trabajo no sólo conformó una realidad de tipo social, sino un espacio de carácter productivo, con unos rasgos muy específicos. La llegada de una gran masa de mano de obra con escasa o nula cualificación laboral hizo necesaria la adopción de una política formativa por parte de las empresas. La introducción de tecnología extranjera y nuevos sistemas productivos afectó directamente a este proceso. Las empresas no precisaban de una plantilla especialmente cualificada. Les bastaba con un grupo importante, aunque minoritario, de trabajadores de oficio con una buena formación y una gran tropa de especialistas, con una cualificación mínima, pero necesaria para el desarrollo rentable de la producción. Las empresas más importantes de la provincia impulsaron una importante actividad formativa enfocada al primero de estos grupos. Las escuelas de aprendices organizadas por las empresas, como en el caso de AHV, La Sociedad Española de Construcción Naval, Echevarría o General Eléctrica Española, por citar algunos de los casos más importantes, se convirtieron en el mejor semillero de profesionales (Aloy, 1987).

La transformación de las plantillas, la introducción de nueva maquinaria y la contratación de trabajadores con escasa cualificación y experiencia, hizo de los accidentes laborales, incluso de los mortales, una realidad habitual en las empresas vizcaínas. El incremento de los ritmos de trabajo, derivados de la adopción de los nuevos métodos de producción, como el Bedaux y el Gomberg o la precariedad de algunos sectores como los de las contratas, terminaron por agravar esta situación. La siderurgia, o la construcción (tanto urbana como naval) fueron los más afectados por la siniestralidad laboral. La formación de Comités de Seguridad e Higiene o la difusión de campañas de sensibilización contribuyeron a extender entre los trabajadores la necesidad de la adopción de medidas de seguridad; sin embargo, la falta de responsabilidad de todos los actores sociales (incluidos los trabajadores) no terminó por romper con esta tendencia. La dificultad para imponer la utilización de algunas protecciones tan elementales como el casco fue un reflejo de ello. En última instancia, y por encima del importante nivel de negligencia y de la falta de interés de los empresarios, esta evidencia dejó patente la grave responsabilidad del Estado. Ni el enorme aparato sindical disponible por el régimen, ni las medidas desarrolladas por éste a través del Ministerio de Trabajo consiguieron impulsar una política eficaz capaz de atajar uno de los más graves problemas del mundo laboral a lo largo del franquismo.

La extensión de las jornadas laborales, más allá de lo establecido por las normativas correspondientes, tampoco ayudó a la reducción de los accidentes. Las horas extraordinarias y el pluriempleo se convirtieron en la forma más habitual de los trabajadores para incrementar sus salarios. El pago de la vivienda y el acceso a todos aquellos productos y servicios que ofrecían las nuevas expectativas sociales –la fiebre consumista de los sesenta- hizo necesaria la búsqueda de complementos salariales. La transacción de tiempo y trabajo por salario fue una constante que afectó directamente al mundo laboral y muy especialmente a los trabajadores y sus familias.

El salario experimentó un crecimiento constante desde mediados de la década de los años 50. Sin embargo, el incesante aumento del coste de la vida rebajó de forma ostensible cualquier avance en este sentido. La realidad salarial de los trabajadores en este periodo se caracterizó por una enorme heterogeneidad y complejidad. Las horas extraordinarias o el pluriempleo fueron los complementos más importantes pero existió un amplio capítulo de conceptos retributivos que configuraron el salario oficial de los trabajadores. Su división en retribuciones económicas (jornales y sueldos de calificación y diversos pluses y primas: méritos personales, producción, distancia, peligrosidad, toxicidad, nocturnidad, etc.) y sociales (becas de estudio, economatos, viviendas, bibliotecas, viajes, etc.) reflejaron gráficamente la duplicidad del propio concepto salarial durante el franquismo. Todo ello provocó que el salario base representase en realidad un escaso porcentaje sobre el total de la retribución, complementada con los diferentes conceptos. La exención de cotización de estos complementos benefició claramente a los empresarios y por el contrario perjudicó notablemente a los trabajadores a medio y largo plazo.

La introducción de nueva tecnología y la reorganización de los sistemas de trabajo constituyeron un elemento muy importante dentro de este ámbito. La racionalización del proceso de producción alteró radicalmente los mecanismos disciplinarios establecidos hasta ese momento (Babiano, 1995: 92-103). Los capataces y los guardas siguieron existiendo pero perdieron progresivamente su carácter policial ganado a pulso a lo largo de la posguerra. La mayor parte de las grandes empresas de la provincia se dotó de oficinas técnicas encargadas de la planificación del trabajo. El peso de esta última recayó fundamentalmente en los Mandos Intermedios y en los cronometradores, encargados de planificar, medir y cuantificar los rendimientos a pie de obra. El cronómetro y la hoja de trabajo se convirtieron en los nuevos elementos que simbolizaron el control sobre la producción y los trabajadores. Pese al carácter científico o técnico de los sistemas, su establecimiento supuso simplemente una racionalización más efectiva de los destajos. En última instancia su imposición topó con no pocos problemas. La creciente organización de los trabajadores hizo cada vez más vulnerable su implantación. Los boicots, la manipulación de las hojas de control o la alteración de los ritmos de trabajo fue buena prueba de ello. En cualquier caso, la negociación de los niveles mínimos de producción sirvió para conseguir un mayor grado de consenso dentro de las empresas.

Los mecanismos de control no fueron siempre tan directos. La tradición de una política de corte paternalista entre una gran parte de las empresas de la provincia dejó un poso muy importante. La extensión de las obras sociales trató de conseguir el necesario consenso que evitase o al menos limase los posibles problemas derivados de toda relación laboral. La vivienda, las becas de estudio, o la contratación de los familiares directos de los trabajadores fueron algunos de los elementos más importantes de esta política. Todo ello incidió en la propia percepción de los trabajadores de la zona empleados en las grandes empresas hasta ir perfilando una identidad estrechamente vinculada a ellas y diferenciadas entre sí. La preferencia en la contratación de los hijos de los trabajadores contribuyó decisivamente a estrechar estos márgenes hasta constituir auténticas comunidades donde concurrían factores tanto económicos como afectivos. Sin duda el caso más significativo fue el de AHV, pero no el único. Otras compañías incluso de tamaño medio como Tubos Forjados o Unión Española de Explosivos desplegaron mecanismos muy similares. Ello no quiere decir que las empresas lograsen una identificación de los trabajadores con la dirección, de hecho la reactivación de la conflictividad de los años sesenta quebró en gran parte este modelo, pero sin duda alguna pesó decisivamente en la formación de la identidad de amplios sectores obreros. El trabajador de AHV, como el de Euskalduna o La Naval se identificaba como tal, incluso por encima de determinadas expresiones de clase y vinculaba a sus propia familias a las que hacía partícipes de los beneficios sociales que suponía la pertenencia a una u otra empresa (economatos, instalaciones deportivas, becas de estudio, viviendas, etc.)

En última instancia, la propia dinámica establecida a partir de la década de los 60 fue incorporando estos servicios sociales a la negociación colectiva, lo que contribuyó a desdibujar su carácter paternalista. Sin embargo, todo este tipo de cambios y transformaciones resultaban del todo incompatibles con un modelo de relaciones laborales basado en una concepción jerárquica y dictatorial que había ilegalizado la huelga y a las organizaciones sindicales de clase. La implantación de un sindicato único había servido para controlar y encuadrar a los trabajadores durante los primeros años del franquismo, pero a comienzos de la década de los años 60 su estructura comenzaba a presentar serias fisuras. La propia evolución del mundo laboral y de la sociedad española abocaba al régimen a la flexibilización de un modelo profundamente marcado por una concepción rígida y disciplinada del mundo laboral.

La nueva realidad, condicionada por la existencia de una negociación basada en el aumento de la productividad requería de nuevos instrumentos de intermediación. Los trabajadores impulsaron la creación de nuevos mecanismos de representación, que de una forma cada vez más explícita fueron progresivamente aceptados por los empresarios como interlocutores. Esta situación deterioró la credibilidad de la Organización Sindical Española, creó graves problemas internos y terminó por abrir más aún las grietas del sindicato vertical.

La promulgación de la Ley de Convenios Colectivos en 1958 posibilitó la negociación de las condiciones laborales pero provocó al mismo tiempo un incremento de la conflictividad sin precedentes en las dos décadas anteriores. Las dificultades del primer proceso negociador dieron lugar a las grandes huelgas de la primavera de 1962. La firma del primer acuerdo en AHV impulsó al resto de las plantillas a la apertura de conversaciones. Sin embargo, la realidad sirvió para constatar las graves diferencias que separaban los intereses de los empresarios y los trabajadores.

La reactivación de las huelgas desde comienzos de los años 60 fue la expresión más visual y concreta de la conflictividad laboral -de hecho su ilegalidad se mantuvo prácticamente hasta las postrimerías de la dictadura- pero ésta adoptó otras muchas formas. Paros parciales, boicots, reducciones de rendimiento, asambleas, manipulación de hojas de control, sabotajes, culebras, etc., fueron adoptadas por los trabajadores como forma de protesta. Ahora bien, esta reproducción de los conflictos obreros debe ser analizada y valorada dentro de un proceso de transformación social mucho más complejo y que afectó a los trabajadores de forma especial.

Uno de los elementos que contribuyó decisivamente a la reaparición de las protestas laborales fue la formación de nuevas plataformas reivindicativas. El nacimiento de las Comisiones Obreras (CC OO) marcó un punto de inflexión en la evolución de las actitudes de los trabajadores. Formadas a partir de diversas comisiones de obreros y establecidas al margen de la única representación reconocida por la legalidad, constituyeron el grupo más activo e importante en la lucha por los derechos de los trabajadores en la provincia. La incorporación de los católicos de la Hermandad Obrera de Acción Católica y la Juventud Obrera Católica aportó al recién nacido movimiento un componente novedoso: una sensibilidad ética y social, una disciplina interna y una organización con infraestructura propia; unos rasgos, que a pesar de las tremendas diferencias, también aparecían en los comunistas, y que hicieron posible la colaboración entre ambos en los primeros años. Este contacto permitió el intercambio de experiencias y de culturas tradicionalmente enfrentadas. Las empresas de la Margen Izquierda del Nervión constituyeron el ejemplo más palpable de este proceso. Pero, además, la participación de estos grupos contribuyó a extender la crítica contra la política social del régimen entre ámbitos como los de la iglesia, hasta ese momento identificados con el Nuevo Estado (Ibarra y García, 1993).

¿Ruptura o continuidad? La aparición de nuevas organizaciones sindicales y la supervivencia de las tradicionales planteó desde un principio esta cuestión. ¿Que pesó más en la reaparición de la acción colectiva?. La zona constituyó uno de los focos históricos del movimiento obrero español. Algunas huelgas como la de 1890 habían marcado profundamente la herencia cultural de los trabajadores vizcaínos y algunas de las organizaciones de clase más emblemáticas, como la Unión General de Trabajadores (UGT) o el PSOE habían conseguido una presencia que convertía a la zona minera y la Margen Izquierda del Nervión en uno de los feudos tradicionales del socialismo en España.

Sin embargo, una serie de factores incidieron en la pérdida de influencia de las formaciones históricas de clase: la represión, un flujo migratorio de enormes proporciones, la aparición de nuevas formaciones que conectaron de una forma más efectiva con las expectativas de la nueva clase trabajadora, el exilio de la dirección, la adopción de una estrategia contraria a cualquier participación en el sindicalismo vertical, entre otras. Todo ello incidió en este proceso de alejamiento. El relevo generacional y la aparición de nuevos grupos con una presencia más cercana a la realidad diaria de los trabajadores contribuyeron a ahondar en este distanciamiento. En cualquier caso, la evolución de las actitudes reivindicativas de los trabajadores y de las organizaciones no debe plantearse de una forma excluyente en términos de ruptura o continuidad. De haberse producido una ruptura total, hubiera sido impensable la espectacular reaparición de formaciones como UGT a partir de la década de los 70 (Mateos, 1994) . La margen izquierda había simbolizado durante décadas las luchas de los trabajadores vizcaínos. La guerra y la represión terminaron prácticamente con las organizaciones históricas, pero las redes familiares y sociales, las fábricas, la memoria histórica, etc., sobrevivieron, evolucionaron y se adaptaron a la nueva realidad.

La alusión a la memoria histórica debe ser matizada. La transmisión de una cultura, una tradición y una sensibilidad no explica en sí misma la reaparición de algunas formaciones sindicales y partidos políticos. Las CC OO y el Partido Comunista (PCE) fueron quienes llevaron de forma más pública y contundente el peso de la movilización. Ahora bien, eso no quiere decir que el resto de las organizaciones históricas permanecieran inactivas. Los militantes de la UGT y STV desarrollaron una labor significativa -aunque limitada- al margen de las CC OO y de los enlaces y vocales de los jurados. Desde comienzos de la década de los 70 la central socialista se dedicó a fortalecer la organización en la provincia mediante la creación de federaciones. Además, la presencia de las organizaciones históricas en los foros internacionales mantuvo firme la oposición al régimen a lo largo de los años.

Las CC OO, nacidas en la esfera laboral se desenvolvieron como un movimiento de carácter sociopolítico más que como un sindicato clásico. Junto a los católicos, los miembros del Partido Comunista constituyeron la columna vertebral del movimiento de las CC OO tanto en zona del Gran Bilbao como en el resto de España. La estrategia adoptada en favor de la introducción dentro de uno de los instrumentos del régimen como la OSE (Organización Sindical Española), tuvo que ser digerida por unos militantes especialmente comprometidos en favor de las libertades. En última instancia, el propio funcionamiento del PCE y la fuerte disciplina interna contribuyeron a impulsar el éxito de esta estrategia.

La irrupción de las Comisiones Obreras desplazó, sobre todo durante la década de los años sesenta, el protagonismo de las históricas formaciones de clase. La concurrencia de las primeras a las elecciones sindicales –una estrategia que posibilitó la introducción dentro del sindicato vertical- las enfrentó con la CNT, UGT y STV, agrupadas entorno a la denominada Alianza Sindical.

Ello no quiere decir que la UGT y el resto de las organizaciones no tratasen de impulsar acciones conjuntas desde el propio ámbito de trabajo, tal y como habían mantenido las CC OO. De hecho a partir de 1968, el surgimiento de los Comités de Fábrica en el área industrial de la provincia, pese a organizarse como una alternativa a las Comisiones, supuso un intento por establecer una plataforma reivindicativa en las fábricas. La pérdida de influencia de las organizaciones históricas del movimiento obrero hay que buscarla en la propia dinámica impuesta por una situación derivada de la posguerra. Sólo cuando estas formaciones y muy especialmente UGT y STV -con una importante tradición en la zona industrial del Gran Bilbao- decidieron trasladar sus respectivas direcciones del exilio francés al interior lograron articular una actividad reivindicativa mucho más identificada con la nueva situación de los trabajadores.

Uno de los factores resultó decisivo en la reorganización del movimiento obrero y en su expansión por la zona industrial de la provincia fue la estrecha relación existente entre las comunidades locales y las empresas. La inserción de estas últimas dentro de su entorno y su espacio social (en pueblos como Sestao, Baracaldo, Basauri, Galdácano, etc.) y la intensa relación establecida entre ambas contribuyó a estrechar los mecanismos de identificación. Como ya hemos comentado con anterioridad, la intensa actividad minera e industrial fue configurando una determinada cultura donde el sindicalismo de clase estuvo presente desde finales del siglo XIX. Todo ello facilitó la propagación de los conflictos laborales hacia unas localidades donde los vecinos eran al mismo tiempo obreros de estas empresas o estaban estrechamente vinculados a ellas por redes familiares y afectivas.

Esta extensión de la protesta hacia la comunidad vecinal, no fue privativa de la provincia, pero alcanzó en el área del Gran Bilbao niveles muy importantes. A lo largo de los años, esa identificación entre empresa y comunidad, alimentada durante décadas en las tradicionales zonas industriales, como en el caso de la Margen Izquierda, se trasladó a otras áreas, como la Margen Derecha o la zona de Basauri. Incluso en zonas alejadas de estos focos, pero igualmente afectadas por procesos de urbanización mucho más recientes, como Ermua, Guernica o el Duranguesado, esta relación consiguió consolidar una tupida red social imprescindible para el mantenimiento de conflictos duraderos. Babcock Wilcox, Firestone, AHV o Bandas fueron algunos ejemplos de esta identificación, aunque en el caso de esta última resultó mucho más llamativa por la escasa tradición de la empresa en la zona y la enorme trascendencia que supuso su huelga, tanto dentro como fuera de la provincia.

Otro de los factores que facilitó la extensión de la protesta, incluso hacia otros sectores profesionales no directamente obreros, fue el cambio propiciado por la legislación laboral y la representación del sindicalismo vertical. El régimen se vio obligado a abrir el sindicato, o al menos sus escalones más básicos a la representación de los trabajadores. Las elecciones sindicales de 1966 significaron el intento más serio de obtener el consenso obrero. Tras el lema de "votar al mejor", el régimen, a través de figuras como Solís, trató de ampliar la presencia de representantes de los trabajadores con un mayor grado de legitimidad, y eso sólo era posible abriendo el paso a los grupos no identificados con la dictadura, una ampliación que debía llevarse a cabo sin poner en entredicho la función política de la OSE ni perder su control. Sin embargo, la concurrencia de nuevos candidatos apoyados por las nuevas comisiones obreras provocó un importante cambio. La victoria de esos representantes facilitó su incorporación a los organismos encargados de canalizar la negociación de las condiciones de trabajo en las empresas e incluso consiguió su introducción dentro de las estructuras locales, sectoriales y comarcales del sindicato. La victoria en las elecciones de 1966 sirvió para poner de manifiesto la profundidad del cambio que se estaba produciendo no sólo dentro del mundo laboral, sino en la propia sociedad española. En las empresas de la zona los resultados se inclinaron mayoritariamente a favor de los nuevos candidatos, logrando incluso el control de agrupaciones comarcales como las de Sestao y Basauri y sectoriales como las del metal o las industrias químicas. La destitución de una gran parte de los recién elegidos, su dimisión o incluso la detención de los más destacados tan sólo sirvió para poner de relieve la incapacidad de las instituciones y muy especialmente las vinculadas al Sindicato Vertical.

Sin embargo, todos los síntomas apuntaban claramente hacia un cambio de enormes proporciones. La conflictividad laboral, la organización y objetivos del movimiento obrero también se vieron afectadas por este proceso (Molinero e Ysás, 1998, 201). La promulgación de la Ley de Convenios Colectivos abrió como ya hemos visto, la espita de la conflictividad laboral, pero ésta no fue un objetivo impulsado por las fuerzas de carácter antifranquista, sino una consecuencia. Salvo en casos muy concretos y aislados, la intención última de los trabajadores y de sus representantes fue la consecución de acuerdos que supusieran una mejora de las condiciones de trabajo. La aniquilación de la clase dominante que había caracterizado al movimiento obrero de corte revolucionario en las décadas anteriores a la guerra civil, dio paso, no sólo a una nueva estrategia, sino también a unos nuevos objetivos. Evidentemente la realidad de la dictadura con la supresión de las libertades individuales y colectivas condicionó profundamente este proceso, pero no se trató solamente de un cambio provocado por la presencia represiva del régimen, sino de una transformación mucho más profunda. Una transformación de fondo que actuó directamente sobre la vida de los trabajadores y sus expectativas. Una transformación que se sustentaba sobre el acceso a determinadas cotas de consumo, y sobre todo de propiedad -como en el caso de la vivienda- que moderó las actitudes reivindicativas (Juliá, 1988) . En esta evolución, por tanto, intervinieron factores políticos, económicos, sociales y culturales que afectaron a los trabajadores y a sus comportamientos como grupo social.

En última instancia, la transformación protagonizada por las diferentes fuerzas sindicales tuvo un calado de gran profundidad que no sólo afectó al desarrollo de la transición democrática, sino que se extendió incluso al ámbito sociocultural de los propios trabajadores. Tanto las organizaciones históricas como las de más reciente creación asumieron e impulsaron entre amplias capas de la sociedad una cultura democrática que resultó fundamental en el éxito de la transición. La utilización de mecanismos legales de resolución de conflictos y la participación en diferentes organismos de representación, impulsada por las CC OO, pese a las dificultades y carencias democráticas, propició la extensión de una cultura participativa entre los trabajadores. Por su parte, la deslegitimación de esta participación, promovida por la UGT y el resto de las organizaciones históricas tuvo un menor eco durante la década de los 60, pero se incrementó en los últimos años de la dictadura. El impulso de diversas formas de participación, a través de Comités, grupos representativos, asambleas de trabajadores, resultaron a la postre eficaces mecanismos en la defensa de los derechos de los trabajadores.

La muerte de Franco y la crisis económica de mediados de los setenta provocarán un cambio de enormes proporciones en esta situación. La propia dinámica de la transición otorgará un importante papel a las organizaciones sindicales. Una vez legalizadas se convertirán en uno de los protagonistas de este convulso periodo. Sin embargo, la inestabilidad política y la llegada de la crisis económica de mediados de los setenta moderará ostensiblemente sus reivindicaciones. La defensa del empleo se convertirá por primera vez en muchas décadas en uno de los argumentos fundamentales (Soto, 1998) . En el área del Gran Bilbao las consecuencias de la crisis serán demoledoras. La siderurgia, verdadero motor del desarrollo del País Vasco será prácticamente arrasada. Los astilleros verán reducida su presencia a la mínima expresión. La Margen Izquierda del Nervión, un auténtico hervidero de actividad industrial durante más de un siglo se convertirá en un inmenso desguace de hornos, pabellones y chimeneas inútiles. El paro se cebará con especial virulencia en esta zona. Una gran parte de los trabajadores de las empresas más importantes serán prejubilados con apenas 52 años. Muchos de ellos regresarán a sus lugares de origen. Los más desfavorecidos, los empleados de las pequeñas factorías, talleres y servicios dependientes de aquellas engrosarán las filas del paro. Para los más mayores, la situación tendrá unas consecuencias irreversibles. La falta de ofertas de empleo y el cese de cotizaciones en la seguridad social les sumirá, a ellos y a sus familias prácticamente en el umbral la pobreza y la economía sumergida. Todo ello incidirá directamente en la propia conciencia colectiva de los trabajadores, extendiendo una generalizada sensación de agravio y abandono, que persiste hasta hoy en día.

Las consecuencias sobre la vida social y económica serán decisivas para el futuro inmediato de todas las localidades de la zona. La situación tocará prácticamente fondo a mediados de los años ochenta, para comenzar a mejorar sensiblemente a partir de la década siguiente.

Sin embargo, el nuevo Bilbao de finales del siglo XX, a pesar de la espectacularidad de sus realizaciones arquitectónicas presenta aún importantes focos de deterioro urbanístico y evidentes bolsas de marginación, algunas de las cuales –como en el caso de Sestao- giran en torno a los antiguos pueblos industriales.

En definitiva, el boom económico que se produjo en España entre principios de la década de los sesenta y mediados de los setenta dio lugar a un proceso de transformación social desconocido hasta entonces. El mundo laboral, entendido de una forma amplia, experimentó de un modo directo sus consecuencias: Los procesos productivos, la tecnología, los sistemas de trabajo, la demanda de mano de obra, la evolución demográfica, las condiciones de vida, las relaciones interpersonales, el modelo de relaciones laborales, las formas de protesta, la propia identidad colectiva de sus protagonistas se vio determinada por este proceso. El área industrial del Gran Bilbao constituyo uno de los focos donde todos estos cambios fueron más espectaculares. Su despegue y su crisis fueron el fiel reflejo de una época llena de contrastes y de excesos que marcaron decisivamente el modelo de crecimiento del desarrollismo español.
 

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© Copyright José Antonio Pérez Pérez, 2002
© Copyright Scripta Nova, 2002
 

Ficha bibliográfica

PÉREZ PÉREA, J.A. La transformación del mundo laboral en el área industrial del Gran Bilbao 1958-1977. Una visión histórica del desarrollismo.   Scripta Nova, Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, vol. VI, nº 119 (58), 2002. [ISSN: 1138-9788]  http://www.ub.es/geocrit/sn/sn119-58.htm


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