Menú principal de Geo Crítica
Scripta Vetera 
EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS  
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES 
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1578-0015

 

LA REFORMA DE LOS ESTUDIOS NÁUTICOS DURANTE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII

Horacio Capel
Universidad de Barcelona

Publicado orginalmente en:
CAPEL, Horacio.: Geografía y matemáticas en la España del siglo XVIII. Barcelona: OKIOS-TAU, 1982, cap. VIII, p. 195-217. [ISBN 84-281-0517-0].

A pesar de las reformas efectuadas en la marina española durante la primera mitad y los decenios centrales del setecientos, no pudo cubrirse el retraso relativo respecto a la gran competidora, la marina británica. La conciencia de dicho retraso y la necesidad de asegurar el control del creciente comercio ultramarino dio lugar a la creación de nuevos centros de estudios náuticos, en los cuales se fueron implantando nuevos progra­mas docentes. En particular las reformas emprendidas a partir de 1780 supusieron la necesidad de modernizar los libros de texto y provocaron la publicación de manuales actualizados, algunos de los cuales seguirían utilizándose durante todo el siglo XIX. Los programas entonces adoptados tuvieron un efecto inesperado sobre la situación de la geogra­fía, cada vez más identificada con la geografía astronómica y cuya pre­sencia fue debilitándose en favor de otras materias más necesarias a las nuevas técnicas de navegación, tales como las matemáticas y la astrono­mía náutica.

LAS NECESIDADES DE LA MARINA MERCANTE Y LA ESCUELA DE NÁUTICA DE BARCELONA

Con la creación de las escuelas de guardias marinas la marina de guerra dispuso de buenas academias para la formación de oficiales, atendidas por excelentes profesores. Pero el desarrollo del comercio exi­gía también la formación de marinos mercantes bien preparados, en par­ticular pilotos, y esto era algo para lo que la actividad del Colegio de San Telmo resultaba insuficiente. Se explica así que en los puertos más activos surgieran iniciativas para cubrir esta deficiencia que amenazaba gra­vemente con estrangular la actividad comercial.

En Cataluña el desarrollo económico hacía patente la necesidad de mejorar la marina. Desde 1715, por ejemplo, el rey había dado permiso para que se formara en Cataluña una compañía náutica facultada para enviar dos navíos al año a las Indias. El geógrafo José Aparicio, que da esta noticia1, aconsejaba colonizar el rio de las Amazonas elaborando un informe sobre sus posibilidades. Se empezó entonces a sentir la nece­sidad de contar con un centro de estudios náuticos. Y las propuestas que se hicieron se inspiraron en el modelo del Colegio de San Telmo de Sevi­lla, concibiéndose en 1718 un centro para la educación de los niños de la Casa de Misericordia2. Pero la idea no llegó a prosperar. La más impor­tante de las iniciativas en este sentido fue la de la Real Junta Particular de Comercio de Barcelona, que desde el momento de su fundación en 1758 se había convertido en una institución muy activa en el fomento de la actividad económica de la ciudad3.

La expansión de la actividad comercial de Barcelona y otros puertos catalanes y la ampliación de sus actividades en América, facilitado des­de 1755 con la creación de la Real Compañía de Comercio de Barcelo­na, hacia imprescindible disponer de un buen número de marinos capa­ces de pilotar el creciente número de barcos que realizaban derrotas a mares lejanos. De ahí la preocupación de la Junta de Comercio por el tema de la navegación y los intentos que realiza desde 1763 para fundar una escuela de pilotos, ya que, como se dice en un informe de dicha insti­tución, «la marinería catalana estaba en una absoluta ignorancia de la ciencia y arte del pilotaje, con grave detrimento del comercio»4. En 1769 los proyectos culminaron con la creación de una Escuela de Náutica para la enseñanza de las Artes de Navegación, cuya dirección fue enco­mendada a Sinibaldo Mas (1736-1806), piloto tarraconense experimen­tado en la navegación mediterránea y conocedor de la derrota america­na, y que se había ofrecido a la Junta para organizar una escuela según los métodos aplicados en Cartagena5.

La escuela se instaló primero en el nuevo barrio marítimo de la Barceloneta y poco después (en 1774) en el edificio de la Lonja. El número de alumnos se fijó en 20, los cuales, con el fin de que las enseñanzas pudieran beneficiar a toda la costa catalana, deberían proceder de todos los puertos, proporcionalmente al número de inscritos en cada matrícula marítima: 4 para la matrícula de Barcelona, 6 para la de Mataró, 4 para Sant Feliu de Guíxols, 4 para Tarragona y 2 para Tortosa. Se dotó al centro de instrumentos náuticos adquiridos en Genova y Marsella y se encargó en Cartagena un modelo de navío con todos sus aparejos para prácticas, un globo celeste y otro terráqueo y algunos libros indispensa­bles. El conocimiento de los métodos de estudios aplicados en Cartagena debió de ser fundamental, ya que Sinibaldo Mas sabia de ellos directa­mente por haber alcanzado mediante exámenes realizados en dicha ciu­dad los títulos de piloto de altura (en 1761) y primer piloto de altura (en 1768).

Con la fundación de la Escuela Náutica, la Junta de Comercio dotó a Barcelona de un instrumento eficaz que colaboró decisivamente en el desarrollo comercial catalán de los tres últimos decenios del siglo, facili­tando los marinos preparados que hicieron posible la multiplicación de los viajes a mares alejados: desde el mar de Barents a los mares america­nos. La escuela alcanzó pronto un elevado nivel, reflejado públicamente en los certámenes matemáticos que realizó6. Con el fin de que realmente mejorara la preparación científica de los marinos, desde el principio se intentó que sus enseñanzas fueran obligatorias para todos los patronos de embarcaciones, y en 1788 habían cursado estudios en la escuela un total de 287 alumnos, cifra que se elevaba a 352 en 1792.7 Pero sus ser­vicios no acabaron aquí. Al mismo tiempo la Escuela se convirtió en un centro de producción cartográfica y de derrotas gracias a la labor perso­nal de Sinibaldo Mas, requerido para estas funciones por la Junta de Comercio. Mas trazó para la Junta un mapa de América septentrional con las características de sus costas (profundidades, entradas de puer­tos, mareas, etc.) y derrotas, un plano con explicación del derrotero de Cádiz a Nueva Veracruz y regreso8 y un plano del puerto-bahía de Bar­celona, «que se le había encargado para mayor seguridad de las escua­dras»9, realizando al mismo tiempo una reedición de la obra de José San Martín10 y participando en el proyecto del Canal de Urgel (1786) pro­movido por la Junta de Comercio". Desde 1772 la escuela tuvo profesor de dibujo (don Francisco Tramuelles y luego su hermano Manuel) y en 1799 se le agregó un segundo profesor, don Manuel Sans, y un auxiliar, don Jaime Tutzó, antiguo alumno de la escuela y participante en el cer­tamen matemático de 1777. A la muerte de Mas le sucedió como direc­tor Fray Agustín Canellas, trinitario calzado12.

LAS NUEVAS REFORMAS DE LA MARINA EN 1780 Y 1790

Las sucesivas reformas que se fueron realizando en la marina espa­ñola, aunque importantes en términos absolutos, fueron sin embargo de resultados limitados en términos relativos, ya que no permitieron salvar la distancia que la separaba de la gran armada rival, la británica.

La creación de los departamentos marítimos de Cádiz, Cartagena y El Ferrol y la de dos nuevas compañías de guardias marinas en estas úl­timas capitales en 1777 había supuesto una nueva e importante medida para la reorganización de la marina española y el desarrollo de los estu­dios náuticos. De la primera de dichas compañías fue nombrado capitán José de Mazarredo (1745-1812), el cual realizó una destacada labor en la misma «llevando aquí —dice Fernández Navarrete— su celo por la enseñanza hasta hacer él mismo de maestro»13 y redactando para este fin las Lecciones de navegación para el uso de las Compañías de Guar­dias Marinas14, que fueron adoptadas como libro de texto en todas las Compañías de guardias marinas, y la Colección de Tablas para los usos mas necesarios de la navegación (Madrid, 1779) 15. Mazarredo mandó también desde 1778 el primer navío escuela de la marina española, el San Juan Bautista, destinado a la instrucción práctica de los guardias marinas.

Pero al mismo tiempo que se realizaban estas reformas la impresión de obras como la de Barreda16 como libro de texto para una institución de enseñanza náutica todavía en 1786 permite comprender el retraso de la marina española respecto a la de otros países.

La guerra de independencia de Estados Unidos puso otra vez de manifiesto la debilidad de la armada española frente a la inglesa. La agi­lidad de la armada inglesa impidió conseguir la conquista de Gibraltar, uno de los grandes objetivos que España se había propuesto al entrar en esa guerra, que en todo lo demás se veía tan perjudicial para los intereses imperiales españoles.

Ante esta inoperancia de la armada española, el 12 de julio de 1783, dos meses antes de que se firmara la paz de Versalles, una real orden acometía otra vez el intento de mejora de la marina. Se habían produci­do «varios naufragios sucedidos en la navegación a diferentes buques mercantes, por impericia o ignavia de aquellos que contemplándose a su modo de entender, suficientes, con unas limitadas, superficiales y falibles reglas, se atrevían a dirigirlos»17. La real orden citada trataba preci­samente «de cortar los progresos de estos daños tan destructivos al Estado»18.

La deficiente formación de los pilotos parecía un punto clave en estas desgracias, y por ello se promulgó el 12 de julio de 1783 la Real orden determinando las materias y condiciones que han de probar en examen los que pretenden plaza de pilotos19. En todas estas reformas intervino activamente José de Mazarredo, nombrado en 1783 Jefe de Escuadra y luego capitán de las tres compañías de Guardias Marinas, el cual fue el autor de la reforma del plan de estudios de estas academias, que sentó las bases para la excelente preparación de la gran promoción de oficiales de fin de siglo.

A la vez otras medidas trataban de conseguir un mayor desarrollo y movilidad de la flota mercante y por ello desde 1780 se decidió crear escuelas de náutica en todos los puertos habilitados para el comercio con las Indias20 y se alentaron iniciativas que, como la del Instituto Asturiano promovido por Jovellanos, favorecían el desarrollo de las diversas ciencias y artes que confluyen en la náutica. El Instituto se situó bajo la directa dependencia del Ministerio de Marina «porque la ense­ñanza de la Náutica, que es uno de sus primeros objetos, le pertenece exclusivamente, y la Mineralogía es solo un accesorio de ella», y «aun este accesorio le pertenece también: por que el beneficio de los carbones, primer objeto y fin de esta enseñanza está y debe estar baxo su mano: siendo constante que la Marina es en el día casi el único, y será siempre el mayor consumidor de carbón fósil». De todas formas, y como no era una escuela de pilotos, no se puso bajo la dependencia de la Comandan­cia de Pilotos, sino directamente del Ministerio de Marina21.

De la misma època datan también los intentos para enderezar y mejorar las enseñanzas del Colegio de San Telmo. Las nuevas Ordenan­zas para el Real Colegio de San Telmo de Sevilla promulgadas en 178622 acometían la reforma del centro, que pasaba a depender más directamente del gobierno, mediante la creación de un director de nom­bramiento real que sustituía a la dirección colegiada del mayordomo y los diputados de la Universidad de Mareantes. Se reorganizaron asimis­mo las enseñanzas, con el establecimiento de cuatro cátedras de mate­máticas (reducidas a tres y una de maniobras dos años más tarde), y una de comercio (suprimida luego), más clases de dibujo, francés e inglés23. El número de colegiales se fijó en 200, de ellos 50 «porcionistas» que pagaban 4 reales diarios. Los estudios comenzaban con el aprendizaje de las primeras letras y los idiomas, más el del dibujo, en especial «mili­tar y geográfico», para el levantamiento de planos y el trazado de cartas. Continuaba con un segundo ciclo de cuatro años dedicado a Matemáti­cas y Facultades Náuticas en el que se estudiaba sucesivamente aritméti­ca, geometría y trigonometría plana; álgebra, mecánica, maniobra y arti­llería; trigonometría esférica y teoría de la navegación. Los alumnos menos aventajados no podían alcanzar el grado de piloto, pero se les facilitaba la especialización en maniobra, artillería naval o comercio. Las ordenanzas trataban sin duda de mejorar el nivel de los estudios y fijaban como libros de texto los tratados de álgebra y geometría de Tofiño, Bails y Rosell, el Examen Marítimo y el Tratado de Navegación de Jorge Juan y el tratado de Bezout de trigonometría esférica, entre otras obras de gran calidad científica. Las medidas parece que produjeron algún efecto momentáneo, como lo muestran los ejercicios y demostra­ciones literario-científicas que se realizaron24. A pesar de todo, las mejo­ras no debieron de ser muy grandes, pues la biblioteca del colegio era considerada a principios del XIX como poco adaptada a las necesidades de un centro de estudios navales25.

A imitación del Colegio de Sevilla se creó también el Real Colegio de San Telmo de Málaga en 1787, «para proveer a la instrucción sólida de un competente número de jóvenes en la teoría y práctica de las faculta­des náuticas y de la economía civil»26. El nuevo centro debía dar forma­ción a 150 colegiales de número y otros 50 pensionistas, y de él fue nom­brado director don Josef Ortega y Monroi. Las Ordenanzas de 1787 27 establecían cuatro catedráticos de matemáticas y facultades náuticas, un catedrático de comercio, maestro de primeras letras y ayudantes, maestro de dibujo y maestros de lenguas francesa, inglesa, italiana y alemana28.

De manera semejante se fueron creando por aquellos años otras escuelas de náutica en distintos puertos. En Palma de Mallorca se fundó en 1779 en la Sociedad Económica Mallorquina una Escuela de Mate­máticas por iniciativa de don Antonio Desbrull29, la cual celebró ya exá­menes públicos en julio de ese año30 y de la que fue luego profesor de náutica el piloto de la Real Armada don Francisco Faquineto. Este seria el germen de la Escuela Náutica de Mallorca, cuya creación oficial es de 1800 después de que en 1799 don Juan González Cepeda se ofreciera a la Real Sociedad Económica Mallorquina para enseñar ciencias náuticas, y en la que el mismo González y el citado Faquineto serían las figuras docentes fundamentales31. En 1784 funcionaban también Es­cuelas de Náutica en Mataró y en Arenys de Mar, bajo la supervisión del Departamento de Cartagena y en competencia con la Escuela de Barcelona32.

Todas estas iniciativas muestran que la preocupación por el estado de la marina era grande en la década de los ochenta. En 1786 se había alcanzado la cifra de 68 navíos de línea33. Pero los gobernantes eran conscientes de las deficiencias existentes y de la incapacidad de la mari­na española para surcar todos los mares. En la instrucción reservada de Carlos III a la Junta de Estado, en 1787 se insistía en la necesidad urgente de formar escuelas de náutica y pilotaje, así como en la de reco­nocer «todas las costas de los dominios de España para descubrir los rumbos mas cortos y seguros de navegación a los países remotos», reco­mendándose también que

«asi como de Mi Orden se ha pasado ahora a reconocer todo el estrecho de Maga­llanes, se hagan también progresivos reconocimientos de todas las costas de mis vastos dominios en las cuatro partes del mundo, y las posibles experiencias para descubrir los rumbos mas cortos y mas seguros de navegación a los países mas distantes y menos frecuentados, ejecutándose, a lo menos en cada año, uno de estos proyectos, que propondrá en la Junta el Secretario de Estado de la Marina, después de haber oido sobre él a las personas mas inteligentes y acreditadas en la materia34

Pero los efectos de las reformas de 1783 no debieron de ser muy pro­fundos, y hubo que abordar de nuevo el problema de la organización de los estudios náuticos: «Viendo que en algunos años después —explica Dionisio Macarte— aun los efectos no llenaban sus Soberanas benéficas intenciones [...] [el rey] tuvo a bien aprobar en 26 de febrero de 1790 un nuevo método de estudios que ha parecido conveniente al Comandante en Xefe del Cuerpo de Pilotos de Su Real Armada Don Francisco Wynthuysen»35. El plan fue impuesto a todas las escuelas de Náutica, incluso a las que no dependían del Ministerio de Marina, como la Escue­la de Náutica establecida por la Junta de Comercio de Barcelona36.

Estas reformas se continuaron cuando tras la paz de Basilea (1795) y el tratado de San Ildefonso (agosto de 1796) España ahora aliada de Fran­cia vio asignada una función de apoyo marítimo en el futuro enfrenta-miento con Inglaterra, convertido en ruptura bélica en octubre de ese mismo año.

Por esos años se tomaron también otras iniciativas tendentes a mejo­rar la capacidad de maniobra de la armada. Entre ellas hay que contar la creación de la Dirección de Hidrografía y del Depósito hidrográfico, donde —como explica Antillón— «oficiales diestros combinan, reúnen y analizan los trabajos de los navegantes»37, con el fin de mejorar la carto­grafía náutica y estudiar nuevas derrotas para los navíos. Todo ello exi­gía también nuevos medios de observación astronómica y obligaba, por consiguiente, a una mejora y ampliación de los observatorios.

La necesidad de ampliar el observatorio de Cádiz de había hecho evidente desde los años 1780, proponiendo Mazarredo la construcción de uno nuevo en la Isla de León. En 1798, el mismo Mazarredo, capitán general del Departamento de Cádiz, propuso el traslado de los instru­mentos existentes en el antiguo observatorio de Cádiz al nuevo, «agre­gándole dos obradores de relojes marinos y uno de instrumentos a cargo de artistas que a petición suya habían sido enviados a instruirse con los mejores maestros ingleses y franceses»38. Con ello el observatorio de San Fernando confirmó su papel de centro esencial de la información científica náutica, a la altura de los mejores del extranjero. Al mismo tiempo se fueron creando otros nuevos observatorios en puntos diversos del territorio de la Monarquía: Montevideo, 1789; Madrid, 1890; Bogo­tá, 1803; El Ferrol, 1806,39 aunque las dotaciones presupuestarias no siempre les permitieran desempeñar debidamente las funciones para las que se habían creado40.

Las reformas de 1783 y 1790 dieron lugar a la aparición de una nue­va generación de manuales y obras de texto para enseñanza de la náuti­ca, entre los cuales deben destacarse los de Mendoza, Macarte y Ciscar. El manual más representativo de los años ochenta es el Tratado de nave­gación de José Mendoza y Ríos (1763-1816) publicado en Madrid en 1787, la primera obra de un marino que realizaría después importantes aportaciones al problema de la longitud. Pero fue la reforma de 1790 la que dio lugar a la publicación de diversas obras, algunas de las cuales tendrían una amplia difusión.

La falta de un manual que se acomodara a la reforma de los planes de estudios promovida por Wynthuysen es lo que impulsó a Dionisio Macarte a redactar sus Lecciones de Navegación o Principios necesarios a la ciencia del Piloto (Madrid, 1801), «para que dándolo a la prensa se hiciese universal en las Academias Náuticas de los tres Departamentos y en las Escuelas Particulares del Reyno»41. La guerra con Inglaterra y el desgraciado resultado del combate naval del cabo San Vicente (14 de febrero de 1797), en el que murió el mismo Wynthuysen, paralizó esta y otras publicaciones, por lo que la edición de obras náuticas disminuyó sensiblemente en el quinquenio final del siglo (fig. I)42. Sólo a principios del ochocientos se pudo disponer de las dos obras fundamentales produ­cidas por el plan de 1790: la del mismo Macarte43 y sobre todo la de Ciscar.

 

Figura 1. Obras sobre náutica publicadas en España durante el siglo XVIII.
Fuente: Elaborado a partir de la Biblioteca Marítima Española de Martin Fernández de Navarrete (Madrid. 1851. 2 vols.). Sobre el carácter de la fuente, ver la nota 42, pág. 202. Se han considerado un total de 579 obras, de las cuales 19 son manuscritos (anteriores, generalmente, a 1765) y 24 son reediciones. La figura permite ver claramente el incremento de la producción científica española desde el final de la Guerra de Sucesión, y la incidencia negativa de algunos periódicos bélicos, como la Guerra de la Convención (1793) y la Guerra de la Independencia (1808-1814).

 

Gabriel Ciscar y Ciscar (1760-1829) fue desde 1788 director de la Academia de Guardias Marinas de Cartagena, donde ya al año siguiente dirigió un certamen público en el que pronunció un discurso corrigiendo diversos errores del Examen marítimo de Jorge Juan44. En la última dé­cada del siglo preparó, además de una segunda edición corregida y puesta al día del Examen marítimo45, unos tratados de aritmética, de trigono­metría esférica y de cosmografía46 que reelaboró luego en su importante Curso de estudios elementales de marina (Madrid, 1803, 4 vols.), con­vertido en el texto básico para la enseñanza de la náutica durante buena parte del siglo XIX.

LA GEOGRAFÍA  Y LOS ESTUDIOS DE NÁUTICA

Durante todo el siglo XVIII la geografía fue considerada una de las ciencias que confluían en la náutica, lo que suponía a la vez una perma­nente presencia de la misma en los programas de estos estudios y su tra­tamiento obligado en los tratados de navegación y pilotaje. Inversamen­te, los geógrafos consideraron que las obras de náutica contribuían al desarrollo de su ciencia y que «como la geografía se estudia en gran par­te en los libros de los navegantes» —según afirmaba Isidoro de Anti-llón47—, la atención a los problemas náuticos era obligada en los trata­dos de geografía48. Y ello incluso a fines del siglo, cuando la actitud de los marinos hacia la geografía había experimentado, como veremos, un cambio muy significativo. A través de esta asociación con la náutica se reforzaba la importancia de la geografía astronómica, o «Astronomía geográfica» en expresión de Antillón, la cual era considerada la parte esencial de la geografía49.

La náutica o ciencia de la navegación se dividía tradicionalmente en práctica y teórica, siendo estas también las dos partes que se considera­ban en los estudios. La definición del contenido de una y otra adquiría matices distintos según los autores, aunque a mediados del siglo pocos se atreverían a contradecir la prestigiosa opinión de Jorge Juan que iden­tificaba la teórica con la navegación realizada de acuerdo con reglas matemáticas y observaciones astronómicas.

Navegación práctica es, según este autor, la que «enseña el modo de saber el camino que sigue y debe seguir la nave cuando se navega en las inmediaciones de las costas o mares sondables, de suerte que ya por las configuraciones de las montañas y sus respectivas situaciones, ya por lo profundo del mar y especialmente de su fondo, viene el Piloto a distin­guir unos parages de otros y en conocimiento de aquel donde se halla». En este tipo de navegación el piloto podía guiarse simplemente con la vista o con ayuda de cartas geográficas y utilizando la brújula. La nave­gación teórica, por el contrario, es «la que enseña el modo de saber el camino que sigue y debe seguir la nave por dilatados mares donde por mucho tiempo no se ve más que cielo y agua». La simple práctica era entonces insuficiente, y se necesitaban conocimientos de diversas cien­cias para resolver los problemas que en ella se planteaban: «la Geographía, la Arithmética, la Geometría y Trigonometría, la Mecánica, la Astronomía, y aun la Física, todas contribuyen al logro de los aciertos en el Pilotage». Y más todavía, estas mismas ciencias «necesitan recí­procamente unas de otras para perfeccionar lo que conduce a aquel fin, a que no alcanzan todas»50.

Las ciencias enumeradas por Jorge Juan como auxiliares de la náuti­ca son las que en definitiva integraron los programas de estos estudios durante todo el siglo XVIII. Pero las diversas reformas que se fueron realizando de los estudios de marina dieron creciente importancia a las materias matemáticas, en detrimento de otras tradicionales como eran la cosmografía y la geografía.

Hasta las reformas de fin de siglo las materias esenciales de la parte teórica de la náutica eran la Cosmografía y la Astronomía. El marinero debía, sobre todo, utilizar los llamados cuatro términos de la navegación (latitud, longitud, rumbo y distancia) y para ello era imprescindible «la buena aplicación de los fundamentos de la Cosmografía, que todavía no bastan para el acierto, que únicamente §e asegura con el auxilio de la Astronomía»51. Es por ello por lo que los tratados de navegación presta­ban tanta atención a estas ciencias y adoptaron una estructura que per­duró hasta los años ochenta.

Una obra que responde todavía a la estructura tradicional de los programas es el Tratado de Navegación (1787), de José Mendoza y Ríos. La obra, dedicada al rey y considerada en el prólogo por don Cipriano Vimercati como un tratado de navegación matemática, contie­ne dos partes. La primera trata de «los principios en que se funda más inmediatamente la ciencia del piloto»; e incluye unos elementos de geo­grafía, de astronomía y unos breves principios de cronología. La segun­da trata de la navegación y el pilotaje y comprende la navegación pura o teórica (cartas y planos, uso de la aguja náutica y la corredera, y princi­pios fundamentales de navegación), la navegación astronómica, con el uso de los instrumentos de reflexión y relojes marinos para determinar la posición del buque; y de otros conocimientos necesarios para el pilo­to, como son mareas, corrientes, vientos y levantamiento de planos y cartas52.

En el volumen primero parte Mendoza de la insuficiencia del pilotaje práctico y afirma la necesidad de recurrir a la navegación astronómica, lo cual justifica que un tratado de navegación deba iniciarse con una exposición de conocimientos astronómicos y sobre la figura de la tierra. A ello debe seguir el conocimiento de la navegación que llama experi­mental y que se funda en la geografía, en la física y en la historia natural (vientos, corrientes y en definitiva «toda la Historia Natural del Mar»): «esta parte de la Navegación que podemos llamar experimental es hija —afirma— de la Geografía y de la Física, como la otra lo es de las Mate­máticas, y las dos se auxilian mutuamente para promover los progresos de la práctica del Pilotaje»53.

Mendoza dedica por ello en su obra una gran atención a los «Princi­pios de Geografía»54, donde estudia la magnitud y figura de la tierra, su división natural, su división política (continentes y países, incluyendo cuadros de países y capitales), la situación de los lugares en el globo y círculos que se imaginan en él, y, por último, los mapas y cartas, donde explica la proyección estereográfica según el método de Bezout. En los «Principios de Astronomía» sigue el método de La Caille55 explicando primero los principales fenómenos celestes como vistos desde el sol, para mejor interpretar, después, la apariencia de estos fenómenos vistos desde la tierra. Si en la parte de geografía Mendoza sigue la concepción más tradicional de esta ciencia, en la astronómica, por su más directa aplica­ción a la náutica, muestra una mayor preocupación por dar una presen­tación al día, siguiendo para ello esencialmente al citado Lacaillle y a Lalande, además de a Jorge Juan en lo referente a la figura de la tierra en cuanto dependiente de la teoría de la gravitación y de las observacio­nes geográficas56.

Las reformas promovidas por Wynthuysen en 1790 tendieron a modernizar los estudios de náutica ampliando en ellos las materias mate­máticas. La necesidad de estos conocimientos se deriva del hecho de que el marino al atravesar los mares va —como decía Bouguer— «a buscar con certeza una tierra alejada mediante una continua aplicación de la Geometría y la Astronomía a la Marina»57. En España la nueva estruc­tura se refleja en dos tratados representativos, las Lecciones de Navega­ción de Dionisio Macarte (1801) y el Curso elemental de estudios de Marina de Gabriel Ciscar (1803). En ellos las secciones dedicadas de matemáticas y geometría pasan a primer término y adquieren en el de Ciscar considerable extensión, hasta ocupar la mitad de la obra58, des­plazando de este lugar a la cosmografía, que aparece a continuación.

Las Lecciones de Navegación de Macarte59 son todavía una obra de transición. Aunque en ellas se afirma que fueron formadas «con arreglo sustancial al nuevo Método de Estudios mandado observar por la sobe­rana benevolencia del Rey», el espíritu que las anima es todavía el tradi­cional. La gran extensión que ocupa aún la parte de cosmografía y la repetición de estereotipos geográficos es una clara prueba del uso abun­dante de obras tradicionales. La cosmografía incluye, como siempre, ante todo unos principios de astronomía donde se presentan las divisio­nes de la esfera; una uranografía, o contemplación de los espacios celes­tes para conocer los planetas y estrellas fijas; los círculos principales de la esfera celeste; y unos capítulos dedicados a explicar la construcción de un observatorio astronómico, con sus principales instrumentos. En esta parte de la obra Macarte toma claramente posición por el sistema copernicano —que «es seguido por los Autores Modernos»— y refuta sus posibles objeciones, aunque se siente obligado todavía a exponer los otros sistemas del universo y a dedicar espacio a explicar la compatibili­dad del sistema «newto-copernicano» con la religión.

Tras la astronomía, «esta ciencia admirable, madre de la Geografía y de la Navegación y en que se funda la distribución civil de los tiempos y la Cronología»60, aparecen los «Principios de Geografía», ciencia que es considerada como «una consecuencia natural de la Astronomía». Se da ese nombre de geografía, dice Macarte, «a la descripción del Globo terráqueo: ciencia Físico-Matemática, que no pierde de vista el cielo con quien tiene correspondencia la delineación exacta de la superficie terra­qüea, esto es de la tierra, que es esta masa que nos sostiene, entretiene y alimenta; y de las aguas».

Los temas tratados son, como se puede esperar, los habituales: la figura y magnitud de la tierra, explicando su gravedad y la dirección natural de todas las partes hacia el centro; la división natural y política de la tierra y el mar, con las definiciones de términos básicos y los datos sobre países, religiones y razas61; los círculos principales de la esfera y su correspondencia con los de la celeste, zonas, climas y situación abso­luta y respectiva de los habitantes de la tierra; y localización de los luga­res del globo terráqueo. Los temas son los normales, aunque el orden en que aparecen no deja de llamar la atención.

Esta misma impresión de desorden se tiene en el resto de la obra de Macarte. Las partes siguientes tratan, sin duda, todos los temas del nue­vo plan de estudio, pero en una disposición tal que muestra, por sus repeticiones y yuxtaposiciones, una obra poco estructurada, redactada quizás apresuradamente para cubrir la demanda del cambio de progra­mas. En libros sucesivos van apareciendo: las nociones matemáticas, fí­sicas, geográficas y astronómicas aplicadas a los cuatro términos de la navegación (libro IV); las causas que hacen variar las alturas y distancias verdaderas de los astros (libro V); las cartas geográficas, el cálculo diario para llevar la cuenta de la derrota de la nave y modo de averiguar las toneladas de arqueo de un buque, la construcción de las escalas y la navegación loxodrómica (libro VI); la cronología, con el estudio de las lunaciones y mareas, y el de la meteorología62 (libro VII); los cálculos para hallar la latitud y longitud (libro VIII); el análisis de los instrumen­tos geográficos para la proyección de planos de puertos u otros mapas, con el método para levantarlos (libro IX); y una exposición abreviada de las derrotas más comunes desde España a las diferentes partes del globo, indicando los vientos y otras características físicas útiles para la navegación63.

Muy diferente al de Macarte es el Curso Elemental de Estudios de Marina de Gabriel Ciscar, obra que merece justamente la fama de que gozó a lo largo del siglo XIX. Es un texto bien estructurado en el que las nociones matemáticas ocupan los dos primeros volúmenes, mientras que el tercero y cuarto se dedican a Cosmografía y Pilotaje, respectivamen­te. Los instrumentos náuticos (instrumentos de reflexión, agujas náuti­cas, corredera, relojes marinos), la determinación del rumbo y el cálculo de la latitud y longitud son el objeto fundamental de los 12 capítulos del tratado de pilotaje, en el que aparecen ya claramente individualizadas respecto a la cosmografía cuestiones que Varenio había incluido en su Geografía general, como la determinación de las líneas de rumbo en los mapas náuticos.

Desde la perspectiva que aquí nos interesa, lo más destacable de la obra de Ciscar es la diferente posición de la geografía en el tratado de cosmografía. Esta última ciencia sigue considerándose «indispensable para la inteligencia de la Navegación», ya que «los formularios náuticos o colecciones de reglas puramente prácticas son muy insuficientes por sí solos; y el Piloto que no tenga otros conocimientos se hallará muchas veces en circunstancias imprevistas que le harán titubear en la aplicación de los preceptos». Por ello, y porque la cosmografía abunda «en teorías sencillísimas con cuyo conocimiento cualquiera puede deducir un creci­do número de teorías», sigue siendo una ciencia esencial para el marino. Pero la geografía no aparece en ella más que parcialmente, ya que según Ciscar «se da el nombre de Cosmografía a la exposición de los principios fundamentales de la Astronomía y de la Geografía matemática». Hay aquí una restricción significativa que elimina de un golpe toda la geografía física y la política de los estudios náuticos.

Esta restricción va unida también en Ciscar a una nueva enumera­ción de las partes de la geografía. Para los tratadistas anteriores, una de las divisiones indiscutibles de esta ciencia era la que se hacía entre geo­grafía matemática o astronómica, física y política. Es la división que aceptaban Mendoza y Macarte y que este último formulaba definiendo la geografía matemática como la que «enseña a establecer las posiciones y correspondencias de todos los puntos de la Tierra; y como para conse­guirlo se vale de las apariencias de los astros, se llama también geografía astronómica»; la física como la que «corresponde particularmente a la naturaleza del terreno y sus producciones»; y la histórica y política como la que «pertenece a la descripción de países con sus divisiones naturales y políticas»64. Frente a esta división tripartita Ciscar considera que la geografía «se divide en política y matemática o astronómica», teniendo por objeto la primera el «determinar las posiciones relativas de los lugares de la Tierra y explicar los fenómenos que resultan de su movimiento»65. Se consagraba así en los estudios náuticos una tenden­cia, que venía apuntándose desde unos decenios antes, para integrar el estudio de los fenómenos físicos con la historia natural de la tierra y no con la geografía66.

Todo lo anterior explica que la geografía del Curso de Ciscar haya quedado reducida a simple geografía astronómica, en la que tras unas nociones de trigonometría esférica se tratan sucesivamente los sistemas del mundo, el modo de determinar la posición de los cuerpos celestes, la tierra y los fenómenos que resultan de sus movimientos de rotación y traslación, la luna y su efecto sobre las mareas, las correcciones que deben aplicarse a la altura de los astros y la resolución de diversos pro­blemas de aplicación al pilotaje. El último capítulo de esta parte se dedi­ca a la hidrografía, la ciencia que para un marino como Ciscar adquiere una ambiciosa dimensión, ya que «trata de los mares, de las tierras y aun de los vientos, en quanto todo esto puede contribuir a la seguridad de la navegación». El problema de las relaciones entre hidrografía y geografía no deja tampoco de plantearse, y aunque se aceptan superposi­ciones aparece una clara tendencia a la autonomía, puesto que aunque «tiene algo de común con la Geografía», se considera que esta realiza la descripción del globo [y por lo tanto también de los mares] «sin los por­menores que constituyen el objeto principal de la Hidrografía», la cual a su vez en lo que se refiere a los continentes sólo describe «los puntos de la tierra que se descubren desde el mar»67.

La comparación de las tres obras analizadas muestra el esfuerzo rea­lizado para modernizar los programas, ampliando el contenido matemá­tico de los estudios, a la vez que se disminuía la importancia de los cono­cimientos más tradicionales, como los estrictamente geográficos. Falta saber cuál fue el grado de aplicación concreta de estas reformas en los distintos centros. Desde luego, tuvo que ser máximo en las academias militares, que eran las principales afectadas por las reformas aludidas. En cambio puede sospecharse que en las otras escuelas náuticas las reformas tardarían en difundirse, aunque la evolución no dejaría de tener el mismo sentido.

Para comprobar este hecho puede acudirse a los exámenes públicos, con los que los distintos centros trataban de mostrar el grado de prepa­ración de sus alumnos. Los estudiantes debían contestar públicamente a una serie de preguntas sobre las materias cursadas, especificadas previa­mente en un programa del acto con las cuestiones objeto de examen68. El análisis de los certámenes públicos celebrados en las escuelas náuticas debería dar una idea precisa sobre el nivel de los conocimientos concre­tos que se exigían al terminar las enseñanzas y, si la comparación se hace diatónicamente, mostrar la evolución de los programas y el impacto de las reformas referidas.

Un primer estudio de esta cuestión muestra que los efectos de los sucesivos planes no parecen haber sido muy profundos durante el siglo XVIII, ya que si bien se nota una cierta profundización de contenido matemático y una diversificación de las materias, los temas fundamenta­les siguieron sin embargo idénticos en los exámenes de los tres decenios finales del siglo. Sería más bien en el siglo XIX cuando la eficacia de las reformas se dejaría sentir. La comparación entre los certámenes públi­cos realizados en la Escuela Náutica de Barcelona en 1773 y 1797 así parece mostrarlo.

El plan de estudios propuesto en 1769 para la Escuela Náutica de Barcelona por su director Sinibaldo Mas, inspirado en el que regía en las escuelas de guardias marinas, se dividía en dos años y constaba de las siguientes enseñanzas: «Reglas Geométricas y Cosmográficas; Demos­tración y Construcción de elementos esenciales; Tratado de la Esfera; el Globo geométricamente demostrado; el manejo del Globo con las opera­ciones conducentes a la Navegación; la Geometría con uso del Compás; la Geometría plana en general; la resolución de problemas de Astrono­mía aplicados a la Navegación; la observación del Sol con los cuadran­tes de los arcos y octantes; la resolución de las operaciones náuticas con el cuadrante de reducción, escala plana y artificial; Sector o pantómetra, canon matemático de Senos tangentes y secantes naturales, y Carta pla­na o reducida y de grados»69.

El certamen de 1773 fue dirigido por el mismo Sinibaldo Mas, profe­sor de dicha Escuela y «primer Piloto de altura de cualquier Navío», y en él se examinaron nueve alumnos70 acerca de las siguientes materias: cosmografía, astronomía y operaciones del globo celeste, geografía y operaciones del globo terrestre, geometría y trigonometría plana y esféri­ca, navegación y maniobra de los navíos71. Un cuarto de siglo más tarde el orden de las materias se había alterado, pasando la geometría a primer término y recibiendo mucha mayor atención72, a la vez que aparecía el «diseño y formación de cartas de planos de puertos y costas marítimas» y una «astronomía náutica» dedicada a la correcta determinación de la posición del navío y determinación de su rumbo73.

Bajo el nombre de cosmografía se incluyen en 1773 una serie de pre­guntas generales sobre el conocimiento de las esferas celeste y terrestre, con sus partes y círculos, polos, signos del zodíaco y eclipses de sol y luna. Las cuestiones de astronomía se refieren sobre todo a operaciones concretas con la esfera celeste, resolviendo problemas sobre el cálculo de la altura meridiana de una estrella, su acimut, declinación, ascenso y descenso74. En 1797 unas y otras cuestiones se incluyen bajo el nombre de cosmografía, respecto a la cual se señala que

«por ser esta ciencia la del Universo, o de toda la máquina del Orbe en que habitamos, junto con los cielos, planetas y astros brillantes, que sorprenden nuestra vista, se divide en Astronomía y Geografía. Por tanto explicarán los Alumnos, y demostrarán en un plano los círculos principales de que se componen las esferas, sus oficios y propiedades, para determinar y medir los términos o datos de los astros. Explicarán los movimientos diurno y natural de todos los astros, dando razón de los diámetros de los planetas, comparados con la tierra, según la opinión mas recibida. Numerarán las constelaciones, que actualmente se consideran en el firmamento, y declararán el nombre de las estrellas mas principales que ellas con tienen; y por último operarán en las esferas materiales quantos problemas se sirvan proponerles, relativos a las medidas de latitud, longitudes, declinaciones, ascensiones, azimuthdes, amplitudes, depresiones, horario de los astros, etc.75»

Frente a esta ampliación del contenido de la cosmografía, la geogra­fía mantiene en uno y otro año la consideración de ciencia descriptiva de la tierra y estudio de las operaciones con la esfera terrestre. La división del globo en climas y continentes, con la descripción de reinos, capitales, mares e islas, constituye el objeto de las preguntas de 1773, a la vez que se formulan problemas referentes a la altitud y hora de salida del sol en diversos puntos de la tierra76. Veinticinco años más tarde el programa especifica que

«siendo la geografía la ciencia que da la descripción universal de toda la tierra, sin perder de vista el Cielo, a cuyas dilatadas esferas se refiere la exacta delineación del orbe terrestre, manifestando la correspondencia que este tiene con los círculos que se consideran en la esfera celeste; manifestarán los Alumnos en un plano y en el globo material, qué cosa sea latitud y longitud de un lugar, posición y distancia entre dos lugares; posiciones que puede tener la esfera, sus zonas, climas y habitadores de la tierra, respecto a los círculos en que están constituidas; satisfaciendo a quantos problemas se les quisieren proponer. Darán también razón de la división general de la superficie del globo, en sus quatro partes principales, señalando sus confines, subdiviéndolas en reynos, e islas principales, explicando el nombre de los mares que rodean la extensión de las tierras, y definiendo lo que son penínsulas, istmos, cabos, golfos, bahías, senos, estrechos, ríos, barras, etc.77»

La parte dedicada a navegación ocupa la mayor extensión en el cer­tamen de 1773,78 e incluía cuestiones sobre las cuatro partes o términos y el uso de los correspondientes instrumentos para su determinación: la latitud y su forma de hallarla con el manejo del astrolabio, anulo astro­nómico, cuadrante de péndula, ballestilla, cuadrante de dos arcos y octante de refracción; la longitud, acerca de la cual «insinuarán el modo con que se debe obrar en el Mar, para hallar la correspondiente al Globo Terráqueo», porque «hasta el presente no se ha inventado Instrumento apto, ni modo exacto para hallarla por observación en el Mar»; el rum­bo y su obtención con la aguja de marear o compás náutico; y por últi­mo la distancia y su forma de averiguarla con la corredera. Al mismo tiempo debían resolver diversos problemas de trigonometría náutica con los instrumentos adecuados: cuadrante de reducción, canon, tablas de logaritmos, canon matemático o natural, pantómetra, escala plana y artificial y sacabuches o escala doble.

Veinticuatro años más tarde esta parte de navegación se había divi­dido entre navegación propiamente dichas, astronomía náutica y forma­ción de cartas de planos. Como el apoyo de la astronomía era imprescin­dible para la correcta determinación de la posición del navío y compro­bación de su rumbo, ello había ido dando lugar al desarrollo de una rama particular, la llamada astronomía náutica, que trataba concreta­mente de estas cuestiones. En el examen de 1797 se especificaba que

«Siendo la Astronomía la que dirige al Piloto para corregir sus datos en la Navegación, y para averiguar con la mayor exactitud el lugar en que existe el Navío; demostrarán y resolverán estos Alumnos los problemas conducentes a hallar las latitudes, longitudes, declinación, ascensiones, amplitudes, azimuthdes, alturas y horarios del Sol o de cualquier astro; sus arcos diurnos y nocturnos; la hora en que empieza o acaba el crepúsculo de cualquier día. Hallarán la latitud del lugar, mediante la observación y declinación del sol, luna o estrellas, ya estén en el meridiano o bien el horizonte, vertical primario, coluro de los equinoccios y en cualquier horario. Explicarán también el modo de hallar la latitud del lugar por dos alturas del sol obserbadas, y el tiempo discurrido entre las dos observaciones, medido con un relox común inventado por Don Cornelio Douvves...79

Las preguntas específicas sobre navegación se referían en este año a la aplicación de los principios teóricos matemáticos y cosmográficos a la práctica de la navegación y uso de las cartas hidrográficas, formación de los diarios náuticos y manejo del calendario gregoriano para poder arre­glar sus operaciones náuticas y el cálculo de las mareas. Por último, se les exigía el manejo de distintos tipos de mapas y rudimentos sobre su formación80.

La comparación de estos dos certámenes públicos de la Escuela Náutica de Barcelona permite comprobar la escasa modificación experi­mentada, aparentemente, en el contenido de los programas durante el úl­timo cuarto de siglo. A pesar de ello, la mayor insistencia en las cuestio­nes de tipo matemático y la colocación de la geometría en 1797 en un lugar preferente, a la vez que adquiría mayor contenido, muestran que también en este centro la evolución se iba produciendo en el mismo sen­tido que los sucesivos cambios de planes trataban de estimular en las academias militares. Al mismo tiempo, la mayor atención a la formación cartográfica que se observa a fines del siglo parece mostrar una tenden­cia a acentuar estos aspectos prácticos en la formación del marino. Y el esfuerzo de la astronomía náutica, con el uso de nuevos instrumentos para determinar la posición de los navíos, daba a los marinos la posibili­dad de resolver definitivamente un problema que parecía irresoluble des­de el Renacimiento: el problema de la longitud.

 

Notas

1. En Llobet. 1946. pág. 651.  

2. Carrera Pujal, 1951. pág. 100.

3. Ruiz y Pablos. 1919.

4. Citado por Ruiz y Pablos. 1919. pág. 154.                    

5. Ruiz y Pablos. 1919. págs. 153-61.

6. Ver más adelante en este mismo capitulo, págs. 215-18,

7. De ellos 11 habían pasado a ser Oficiales de Marina de Guerra. 3 pilotos de la Real Armada. 53 capitanes de comercio, 3 primeros pilotos. 129 segundos Pilotos y 22 pilotines. Ruiz y Pablos. 1919. pág., 283. Fernández Díaz (inédito) obtiene para el periodo 1769-87 la cifra de 287 alumnos matriculados; hasta esa fecha la Escuela había formado 113 pilotos segundos. 81 meritorios. 63 patronos y 14 pilotines.

8. Ruiz y Pablo. 1919. pág. 157.

9. 1775 y 1778. En 1785 el-alférez de fragata de la Real Armada Sinibaldo Mas. realizó otro-Plano del puerto con los proyectos de las obras que debrian |sic| hacerse para abrigarle de todos los temporales c impedir el  ingreso de la arena». Ms. A. H. N. Sección Estado. Madrid, leg. 3.208. 5*. 567 (León Tello, 1969).

10. San Martin Suárez, 1784.

11. Ver Fuentes Cartográficas Españolas, vol. II.

12.En contra de los deseos de Mas que deseaba dejar el cargo a su hijo, piloto de la armada. Carrera Pujal, 1951. pág. 110.

13 Fernández Navarrete, 1851. vol. II, pág. 83.

14. La obra, según Fernández de Navarrete se utilizaba manuscrita en Cartagena con el título de Resumen del Compendio de navegación del Excmo. Sr. D. Jorge Juan; las seis primeras secciones del libro son. en efecto, un resumen y puesta al día de la obra de Jorge Juan, y la séptima añade los nuevos métodos para observar la longitud en el mar por las distancias lunares y por los relojes marinos. A pesar de la amplia refor­ma realizada, Mazarredo no hizo aparecer su nombre en la edición, atribuida a Jorge Juan. En el prólogo anónimo explica que las lecciones habían sido escritas por Jorge Juan en 1757, «pero todavía en aquel tiem­po no estaba resuelto el problema de las Observaciones de longitud en el Mar», pero «habiéndose hecho este el objeto que corona con el acierto todas las fatigas del Piloto, al instituirse las otras dos Compañías en 177,. pareció oportuno en la de Cartagena extractar las seis primeras secciones de la Obra citada por su mismo orden, tomando de cada una lo principal, y añadiendo algunas cosas que la experiencia había enseñado nece­sarias para la facilidad y seguridad de la práctica del mar, y ampliar la sección sétima como merecen las materias astronómicas-nauticas que describe, para terminar con las Longitudes, que son el sello de los ade­lantamientos de la Navegación en el presente siglo. Ordenáronse asi las Lecciones, que sucesivamente se adoptaron en las otras Compañías de Guardias Marinas, dictando ahora el constante buen fruto que han causado el que se hagan imprimir para mayor facilidad de la enseñanza.; (Mazarredo, 1798. Prólogo).  

15.Comprende las tablas de declinaciones, las amplitudes, variaciones de altura y acimut de los astros cerca del horizonte, arregladas todas al meridiano de Cartagena.

 16. Ver el cap. IV.

17. Macarte. 1801, pág. 3.

18. Macarte, 1801. pág. 3.

19.  Publicada en la Gacela de Madrid en 1." de agosto de 1783.

20. Noticia del Real Instituto. 1795. pág. 139.

 21. Según la Noticia del Real Instituto Asturiano (Noticia, 1795, págs. 147-50).

 22. Y publicadas en Madrid por la Viuda de Ibarra. Ordenanzas, 1786.

23. Herrero García. 1958; Aguilar Piñal. 1966; Mena García. 1978.

24. Ramos. 1796. Ver Demostración, 1783, que demuestra que ya antes de la ordenanza de 1786 debió de existir una adaptación de las normas sobre modificación de las enseñanzas de matemáticas.

25. Citado por Aguilar Piñal. 1966. págs. 190-91.

26. Cédula fundacional en Barras de Aragón. 1935. págs. 318-20.

27. Publicadas en Madrid, en la Imprenta de la Viuda de Ibarra. 1787. Palau afirma —no sabemos con qué fundamento— que el autor de estas ordenanzas fue Juan Bautista Muñoz.

28. Reducidos luego con las Ordenanzas de 1789, promulgadas por don Antonio Valdés, a la vez que se creaba la plaza de maestro de maniobras. Ver Ordenanzas, 1789 y Ordenanza, 1794.

29. Desbrull. 1779.

30. Desbrull. 1779. pág. 6.

31. Pou Muntaner, 1970.

32. Carrera Pujal. 1951, pág. 105. La Escuela de Arenys fue fundada en 1779.

33. Capmany, 1786, pág. 237.

34. En Muriel, 1801. Instrucción 186, págs. 351 y sigs.

35. Macarte. 1801. Prólogo.

36. Lo que motivó algunas protestas de este centro (Ruiz y Pablo. 1919, pág. 283; Carrera Pujal. 1951, pág. 106).

37. Antillón, 1804, pág. 35.

38. Fernández de Navarrete, 1851, II, pág. 87.

39. Fechas y bibliografía en Vernet, 1976, pág. 163.

40. A titulo de demostración puede citarse que una Real Orden de 4 de octubre de 1795 establecía que «la formación del Kalendario general de estos

reynos corriese a cargo del Real observatorio Astronómico de Madrid desde el año de 1797 para dotar con su producto a los individuos que se han de emplear en él» (La Ley II, Tit. XVII, Libro VIII de la Novísima Recopilación dada por Carlos IV en 18 de noviembre de 1796 confirma ello).

41. Macarte. 1801. Prólogo.

42. El plan de la Biblioteca Marítima Española fue concebido por Fernández de Navarrete en 1789, «ideando el Excmo. Sr. Bailio Valdés, Ministro entonces de Marina, formar un museo de este ramo en la nue­va población de San Carlos, y queriendo que en ¿1 hubiese una biblioteca que no solo abrazase cuantas obras facultativas publicasen las academias científicas de Europa, y modelos de cuantas maquinas se inventasen de nuevo para perfeccionar la navegación, sino, además, todos los libros y documentos que se pudiesen haber a mano concernientes a la Marina española»; para ello eligió a don Martin Fernández de Navarrete para que recorriera los archivos del reino y recolectara en ellos noticias sobre la Marina española, el cual, «deseando el mejor desempeño de su cometido, fue formando para su uso un extenso catálogo de cuantas obras y escri­tos de Marina llegaban a su conocimiento» con el fin de describir posteriormente una historia de la Marina española. Debido a otras ocupaciones en el ministerio, y a la invasión francesa, la obra quedó incompleta, publicándose póstumamente por la Academia de la Historia, a partir de la ordenación hecha por el secretario de Fernández de Navarrete.

Para la elaboración de los datos hemos tenido en cuenta los siguientes criterios:

Las Obras editadas se clasifican por el año de publicación. A veces no se conoce la 1." edición, sino sólo la 2.* o 3*. Si contienen varios vols. sólo se cita el año del vol. I. También se incluyen las reimpresiones (en total el 4% de las obras incluidas en la figura).

Las obras manuscritas se clasifican por el año de su realización. El total de obras manuscritas incluidas es de 19, anteriores casi todas a 176S.

Se prescinde de las obras de autores portugueses, pero se incluyen las editadas en los Países Bajos duran­te los dos primeros quinquenios, y las de españoles editadas en el extranjero (sobre todo de jesuitas expulsos).

Se incluyen las obras editadas por Martin Fernández de Navarrete, pero no las inéditas.

Conviene tener en cuenta que la Biblioteca Marítima incluye obras de náutica, astronomía y matemáti­cas esencialmente, pero también de historia natural, arte militar, economía, navegación interior, arquitectura civil, historia, derecho marítimo y obras literarias sobre el mar. Para el siglo XVI Navarrete utilizó ampliamente la edición aumentada de la Biblioteca Occidental de León Pinelo realizada por González Barcia (1737). La profesión de los autores de las obras incluidas en la figura es la siguiente: marinos. 86; militares de tierra, 36; religiosos. 48; funcionarios, 18; profesores de matemáticas, 13; médicos. 6; arquitectos, 4; juristas, 4; varios, 18; sin especificar, 55.

43. En el prólogo a la obra. Macarte señala que aunque Wynthuysen elogió el texto escrito por él, la publi­cación no llegó a realizarse «a causa de su muerte en el combate naval de 1797, y otros particulares» pero que «subsistiendo actualmente la misma necesidad de un manual que miro con sumo dolor, he formado de  nuevo este volumen para que |...] se consiga en el segundo año del Curso Bienal en las referidas Academias y Escuelas Náuticas dar a los jóvenes estos rudimentos científicos, especialmente los de primera clase de letra, por los quales siendo examinados, ceda su instrucción en utilidad del servicio del Rey, del Estado, de la Patria y de ellos mismos» (Macarte. 1801, pág. 4).

44. Ciscar. 1789. Una valoración italiana contemporánea de este discurso en Fernández de Navarrete. 1851. vol. II. págs. 528-31.

45. Ver Juan, 1794. En esta edición corrigió diversos errores que no habían sido observados en las traduc­ciones francesas de 1783 y 1792.

46. Ciscar, 1795. 1796 y 1796.

47. AntiIlón, 1804. pág. 160.

48. Así lo hace Antillón, que expresa la anterior idea al discutir el problema de las medidas usadas por los navegantes.

49. El mismo Antillón. por citar el geógrafo más destacado del periodo que estudiamos, después de las crí­ticas que se habían hecho al volumen I de sus Lecciones de Geografía en el sentido de que daba «noticias muy difusas de la Astronomía», afirma: «Pero estoy tan lejos de arrepentirme, que antes bien creo debiera haberme extendido mas en esta parte, que es la verdaderamente científica de la Geografía, y cuyas aplicacio­nes son las que únicamente pueden contribuir a mejorar y adelantar nuestras ideas de este ramo importante de las ciencias exactas» (Antillón, 1804. vol. II (1806), pág. 193). Ver también en pág. 246, nota, su afirma­ción de que una de las actividades del «geógrafo» es observar las alturas meridianas de los astros.

50. Juan, ed. Mazarredo, Lecciones, 1798, págs. 2-3.

51. Juan, ed. Mazarredo, Lecciones, 1798, pág. 6.

52. Las dos partes son tratadas en la obra, según Vimercati, «no tanto para exercer esta profesión con un desempeño común, quanto para promoverla, y poner al Piloto en estado de adelantar los limites de la Geografía y de la Navegación y servir con reputación a su patria y a la humanidad» (en Mendoza, 1787. Prólogo).

53. Mendoza, 1787, vol. 1, pág. 28.

54. Comprende las págs. 31 a 104 del vol. I.

55. La Caille, Lecciones de Astronomía, 1746, 4ª ed. aumentada por Lalande, Paris, 1780.

56. Mendoza se declara abiertamente copernicano desde el principio afirmando que «un tratado de Astro­nomía es una demostración continua del sistema copernicano. Por cuya razón y siendo actualmente esta hipótesis una verdad fundamental de la Astronomía principiaremos dándola por establecida» (Mendoza. 1787, vol. I. pág. 110). Sigue también las ideas newtonianas sobre la atracción de los planetas y muestra una amplia información bibliográfica en el vol. II citando a Halley, Colín Mac Laurin. Blondeau. Bernouilli. Fleurieux. Canton, Euler y Dutour.

57. Bouguer, 1781.

58. Tomo I. Que contiene el Tratado de Aritmética, 116 págs., y Tomo II. Que contiene el Tratado de Geometría, 136 págs.

59. Están dedicadas a don Juan de Langera, Secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina.

60. Macarte, 1801, pág. 107.

61. No faltan los habituales juicios que repiten las imágenes estereotipadas sobre los diferentes pueblos (por ejemplo, los habitantes de África son «de buena estatura, pero crueles y malos soldados, a excepción de los egipcios, que sirven en las tropas del Gran Señor»). Hay sin embargo una afirmación expresa de la uni­dad profunda del género humano, cuyas diferencias se deben simplemente a la acción del clima: «El hombre blanco en Europa, negro en África, azafranado en Asia y tostado en América, siempre es el mismo hombre, teñido del color del clima [...]. Se hace probable que el color de los hombres provenga de los climas», especu­lando Macarte a continuación sobre las causas que pueden provocar los distintos tintes de la piel (pág. 141).

62. Se estudian en esta sección las causas físicas de los vientos y sus cualidades, así como el modo de conocer la mudanza del tiempo, tanto por el barómetro y termómetro como por las señales.

63. En relación con ellas se presenta una serie de láminas con perspectivas de las costas de diversos continentes.

64. Macarte, 1801, pág. 109.

65. Ciscar, 1803, vol. III, cap. I, pág. 6.

66. Esta tendencia aparece claramente en el prólogo realizado por Vimercati al Tratado de Navegación de Mendoza (1787), en el que sólo habla de «Historia natural de la Tierra», en lugar de usar la expresión «Geo­grafía física» que empleó en el texto Mendoza (pág. 31).

67. Ciscar. 1803. vol. III. pág. 122.

68. Hemos estudiado estos actos y la presencia de la geografía en ellos, en Capel, 1981.

69. Citado por Ruiz y Pablo. 1919, págs. 154-55.

70. He aquí sus nombres: Josef Antonio Cot, de Mataró; Pablo Carbonell, de Sitges; Josef Ollé, de Arenys; Juan Clausell, de Canet; Josef Vila, de Tarrasa; Juan Barals, de Malgrat; Francisco Escardó, de Barcelona; Pedro Vila, de Arenys: y Josef Nunell, de Barcelona. Ver Certamen, 1773.

71. Según Ruiz y Pablos (1919, pág. 157) en 1777 se realizó un segundo certamen, del que existiría un programa, que no hemos podido localizar.

72.  Examen, 1797. La materia única titulada geometría en 1773 se había convertido en el examen de 1797 en cuatro materias: geometría pura: trigonometría plana: geometría esférica, práctica y especualtiva; trigo­nometría esférica.

73. Examen, 1797. Los alumnos examinados en esta ocasión fueron siete: Pedro Calvet, de Ripollet. Francisco Moreu, de Calella; Josef Rabasa, de Torredembarra; Francisco María Copieters, de Calella; Juan Tramujas, de Calella; Antonio Banús, de Reus y Josef Devesa, de Manresa.

74. Certamen, 1773, págs. 1-3.

75. Examen, 1797.

76. Certamen, 1773, págs. 3-4.

77. Examen, 1797.

78. Certamen, 1773, págs. 5-11.

79. Examen, 1797.

80. Ver más adelante, cap. X.

 

Copyright: Horacio Capel, 1982.
Copyright: Oikos-tau.Ediciones, 1982

 

Ficha bibliográfica:

CAPEL, Horacio. La reforma de los estudios náuticos durante la segunda mitad del siglo XVIII. In CAPEL, Horacio.: Geografía y matemáticas en la España del siglo XVIII. Barcelona: OKIOS-TAU, 1982, cap. VIII, p. 195-217. Reproducido en Scripta Vetera. Edición Electrónica de Trabajos Publicados sobre Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, nº 115. <http://www.ub.es/geocrit/sv-115.htm>. [ISSN: 1578-0015].

Índice de Scripta Vetera
Menú principal de Geo Crítica