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Scripta Vetera 
EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
 
MIGUEL CONSTANZÓ Y LA ILUSTRACIÓN NOVOHISPANA
 
Horacio Capel
 
Prólogo al libro de Omar Moncada El ingeniero Miguel Constanzó. Un militar ilustrado en la Nueva España del siglo XVIII, México, UNAM, p. 11-21.
[ISBN: 968-36-4013-3]


La trascendencia del reformismo borbónico en España y América durante el siglo XVIII ha sido recientemente objeto de nuevos exámenes. A ello han contribuido el importante desarrollo de los estudios sobre el siglo XVIII y la celebración de diversas conmemoraciones que han dado lugar a exposiciones de gran impacto popular. La exposición sobre Carlos III, celebrada con motivo del centenario de su muerte en 1987, es quizás la mas importante de una larga serie que ha permitido exhibir importantes documentos y materiales artísticos, técnicos y cartográficos y presentar al gran público un rico panorama de los logros de la Ilustración hispana.

A esa reevaluación del reformismo borbónico ha colaborado de forma importante el desarrollo de las investigaciones en historia de la ciencia, que han permitido renovar profundamente el conocimiento de nuestro pasado científico y han mostrado el importante papel desempeñado por ésta en los programas de fomento borbónico.

La historia de la ciencia ha adquirido en los últimos 20 años un elevado nivel en España y en los países iberoamericanos, entre ellos, y de forma especial, México.

En España, la historia de la medicina -impulsada por el profesor Pedro Laín Entralgo y sus discípulos- y de la ciencia árabe -especialmente en la Universidad de Barcelona, donde el magisterio de Millás Vallicrosa fue continuado de forma admirable por el profesor Juan Vernet- han dado paso desde los años 1960 a un brillante conjunto de historiadores dedicados a diversas ramas de las ciencias naturales y sociales. Centros como el Instituto de Estudios Documentales e Históricos de la Universidad de Valencia y del CSIC, formado en torno al magisterio del profesor José María López Piñero, o el Grupo de Historia de la Ciencia del Centro de Estudios Históricos del C.S.I.C. en Madrid, organizado en torno a figuras como los profesores Manuel Albarracín y José Luis Peset, son hoy instituciones señeras a escala mundial en el campo de esos estudios, y están acompañados de otros diversos grupos de historiadores de la ciencia agrupado en torno a las cátedras de historia de la Medicina en diversas universidades y de historia de distintas ramas del conocimiento científico en las Facultades de Ciencias y de Humanidades.

La constitución de la Sociedad Española de Historia de la Ciencia desde 1974, la fundación de la revista Llull (1977) y la organización de los Congresos de esta especialidad representaron hitos importantes en el proceso de institucionalización de esta disciplina y han contribuido de forma importante a su impulso. El cual ha culminado con la nueva titulación de "Historia de la Ciencia" que hoy existe en las universidades españolas y en las instituciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

En México existe igualmente una rica tradición de historia de la ciencia, en la que la historia de la geografía tuvo desde el siglo XIX un papel importante, como muestran las obras de Manuel Orozco y Berra. Mas recientemente las aportaciones de Eli de Gortari, de Roberto Moreno de los Arcos o de Elías Trabulse son hitos destacados y bien conocidos no solo a escala mexicana sino también a escala internacional. Desde comienzos de la década de 1980 en la Universidad Nacional Autónoma de México el profesor Juan José Saldaña ha estimulado valientemente esta línea de investigación en una dimensión decididamente iberoamericana.

En otros países iberoamericanos se han configurado asimismo tradiciones en el estudio de la historia de la ciencia con grupos prestigiosos y aportaciones reconocidas a escala mundial. La fundación de la Sociedad Latinoamericana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología en 1982, así como de la revista Quipu en 1984 han ayudado a dar un impulso considerable a esta rama de la investigación, que se refleja en el alto nivel alcanzado en los Congresos de la Sociedad que se han ido celebrando (La Habana 1984, Sao Paulo 1988, México 1992) y en las publicaciones que han realizado los diferentes grupos existentes.

El siglo XVIII ha estado muy presente en los programas de investigación de historia de la ciencia, tanto en España como en América. Los resultados han sido en cierta manera espectaculares.

Todas estas investigaciones han llevado, en efecto, a descubrir una pasado científico mucho mas rico de lo que se suponía, pero sobre todo, y a partir de ese conocimiento, han permitido abandonar los antiguos planteamientos hagiográficos y situarse resueltamente en la línea de la investigación de problemas relevantes, en un diálogo fructífero, y ya sin complejos, con los especialistas de otros países sobre los temas de debate a escala internacional. Entre otros logros, esas investigaciones han hecho posible cuestionar el modelo que contraponía ciencia colonial y ciencia metropolitana, y han mostrado la importancia de los focos de actividad científica en las metrópolis de los reinos americanos de la Monarquía Española desde el siglo XVI.

Se conoce hoy que desde el siglo XVI en la Ciudad de México, como en otras cortes virreinales, se fueron estructurando poco a poco roles científicos profesionales y se constituyeron verdaderos círculos científicos formados por médicos, profesores de la Universidad, arquitectos y maestros de obras, militares, funcionarios, religiosos, farmacéuticos y otros. Un círculo científico que se incrementó y diversificó en el siglo XVIII y que al final de la centuria impresionó fuertemente a Humboldt, al que le suministró una parte importante de los materiales de su obra.

En ese desarrollo hay factores exógenos, procedentes de la metrópoli peninsular, pero también factores endógenos, del medio local, un medio que hubo de resolver muchas veces de forma autónoma numerosos problemas relacionados con la articulación de la base económica y con el funcionamiento de la vida civil y, en especial, de las ciudades. Se conocen las tensiones que en el siglo XVIII, en el momento en que España emprende un proceso de reorganización de los reinos americanos, se generaron entre criollos y peninsulares, tensiones que constituyen episodios sugestivos de la historia científica americana y que han sido estudiados, entre otros, en el bello libro de José Luis Peset Ciencia y libertad.

La historia de la geografía ha contribuido de alguna manera a este espectacular desarrollo reciente de la historia de la ciencia, tanto en España como en los países iberoamericanos. Por citar lo que más conozco, en el Departamento de Geografía de la Universidad de Barcelona se ha desarrollado desde los años 1970 un programa de investigación sobre teoría e historia de la geografía, que se fue convirtiendo cada vez mas en un programa sobre teoría, historia y sociología de la ciencia, y que ha tenido su principal vehículo de difusión a través de la revista Geo Crítica y de la colección Geo Crítica. Textos de Apoyo, editadas por la Universidad de Barcelona, así como a través de otras canales editoriales.

Por razones diversas, el siglo XVIII atrajo igualmente la atención de algunos miembros de este equipo que se interesaron por el programa geográfico y cartográfico de la ilustración hispana, en España y América. A este grupo se integró en 1979 Omar Moncada, que llegó a Barcelona con el ánimo de realizar una Tesis de Geografía agraria, pero que en contacto con el programa antes citado se convirtió decididamente a la historia de la geografía y a la historia de la ciencia. En aquel momento, el programa de investigación se orientaba hacia el problema general de la influencia de los factores sociales en el desarrollo científico, problema que se estaba abordando desde la perspectiva de las estrategias de las comunidades científicas y corporaciones profesionales.

El estudio de algunas de estas comunidades y corporaciones, de sus problemas clave intelectuales, de sus intereses corporativos y de las estrategias que fueron desplegando en su defensa parecía el camino mas adecuado para abordar el análisis del problema general referente al impacto de los factores sociales en el desarrollo del conocimiento científico. En esa línea se había iniciado la realización de investigaciones sobre diversas comunidades: geógrafos, ingenieros militares, ingenieros de montes, agrónomos y otros, así como sobre la configuración y desarrollo de las disciplinas científicas, algunas de las cuales han culminado ya en diferentes publicaciones.

Durante el año académico 1979-80 Omar Moncada se integró en un curso de doctorado en el que se acometió el estudio de la corporación de ingenieros militares. La metodología que se había diseñado para el estudio de las comunidades implicaba partir del inventario cuidadoso del conjunto de los miembros de la misma, con el fin de realizar un estudio prosopográfico; y debía continuar -como continúa- con el de las estructuras institucionales, los programas de estudios, la sociología del grupo y la forma de abordar los problemas científicos, para ver los sesgos que introduce esa dimensión social y comunitaria.

El estudio estaba entonces en sus comienzos y en él se abordó la elaboración de un inventario de los ingenieros militares que actuaron en España y América durante el siglo XVIII, como primera fase de la investigación. Se trabajó en los archivos de la Corona de Aragón, Simancas y Servicio Geográfico Militar y con otras fuentes publicadas e inéditas. El trabajo culminó en el libro Los ingenieros militares en España, siglo XVIII. Repertorio biográfico e inventario de su labor científica y espacial, publicado por la Universidad de Barcelona en 1983, en el que colaboró Omar Moncada. Posteriormente pudo también colaborar en la segunda fase de esa investigación, con la explotación del material reunido, que condujo a la realización del libro De Palas a Minerva. La estructura institucional y la formación científica de los ingenieros militares (Barcelona, 1988), para el que redactó un capítulo referente a la actuación de los ingenieros militares en Indias.

De aquí surgió el interés de Moncada por la historia de la ciencia y la historia de la ingeniería militar. Un interés que se ha ido acrecentando todavía mas en México, en relación con los diversos historiadores de la ciencia que existen en la UNAM y en otras instituciones, y que ha dado lugar ya a valiosas contribuciones sobre el desarrollo de la ingeniería militar en Iberoamérica, y especialmente en México. Además de varios artículos editados en diferentes libros y revistas, ha publicado un libro de gran interés Ingenieros Militares en Nueva España. Inventario de su labor científica y espacial, siglos XVI a XVIII (México, UNAM, 1993), una obra que completa de forma extraordinaria la información que habíamos reunido en el primer inventario colectivo, y que identifica un centenar de ingenieros que actuaron en esta región durante toda la edad Moderna.

El libro que ahora se publica tiene así una larga génesis. Pero ella no lo explica todo. Sin duda desde aquellos ya lejanos tiempos en que Omar Moncada empezó a interesarse por la historia de la ciencia ha podido definir y completar su proyecto en contacto con los historiadores de la ciencia mexicanos e iberoamericanos, en general, y con los geógrafos del Instituto de Geografía de la UNAM, en donde realiza su trabajo. De ahí procede, sin duda, el afianzamiento del enfoque hacia la dimensión americana de los ingenieros, su interés por la figura de Alzate y su atención hacia la interrelación entre los ingenieros militares que actuaron en Nueva España y los otros grupos de ilustrados, criollos y peninsulares, que tan brillantemente intervinieron en el desarrollo de la actividad intelectual en el virreinato.

En el libro se observa esta diversificación de sus intereses, a la vez que la madurez de su oficio investigador y el rigor de su trabajo.
La figura de Miguel Constanzó, que constituye el objeto de este libro, resulta especialmente interesante, dada su condición de personalidad clave del reformismo borbónico en Nueva España. Hasta ahora desde la perspectiva de la historia de la ciencia se había prestado atención, sobre todo, a determinadas instituciones y grupos que intervinieron en ese brillante momento de finales del siglo XVIII: José Antonio de Alzate; la Universidad y, dentro de ella,la Facultad de Medicina; los periódicos de José Ignacio Bartolache, Diego de Guadalajara y Manuel Antonio Valdez; el Diario Literario de México; los botánicos que trabajaron en torno al jardín botánico; los mineros y el Colegio de Minería; la Real Academia de Nobles Artes de San Carlos. Pero el grupo de científicos y técnicos novohispanos no acaba aquí, como es bien sabido. Faltaba, por ejemplo, valorar el papel desempeñado por los ingenieros militares y por otros miembros del ejército y la marina, así como todavía falta el que desempeñaron los miembros de diferentes corporaciones, entre ellos los juristas, y una gran número de personalidades privadas.

La importancia de los ingenieros militares fue bien percibida por Alejandro de Humboldt, que, como es sabido, usó ampliamente de sus trabajos, los cuales no deja de citar y valorar. También ha dado lugar a diversos estudios y a una valoración positiva por parte de los historiadores de la arquitectura y del urbanismo. Bastará citar, por lo que se refiere a su actuación en América, las importantes aportaciones del arquitecto e historiador chileno padre Gabriel Guarda O.S.B. autor de dos ambiciosas e importantes obras: su Historia urbana del Reino de Chile (1978) y su reciente y monumental libro Flandes Indiano. Las fortificaciones del Reino de Chile, 1541-1826 (1990). El historiador del arte argentino Ramón Gutiérrez o el venezolano Graciano Gasparini han dedicado asimismo amplia atención al tema, con estudios generales y parciales, así como desde España los profesores José Antonio Calderón Quijano o Antonio Bonet Correa, por citar solo a algunos.

Pero hacía falta un estudio de conjunto como el que Omar Moncada acometió en su inventario novohispano antes citado, y luego profundizar en la figura de alguno de los mas insignes; como lo es Miguel Constanzó, un técnico que sirvió a tres reyes y a diecisiete virreyes entre 1764 y 1814. Ese es el interés del libro que hoy se publica.

Constanzó es, como he dicho al principio, y como se muestra en este libro, una figura clave del reformismo borbónico. Su obra ha merecido recientemente la atención de los historiadores. El año pasado, por ejemplo, se presentó en Barcelona una Tesis doctoral de Tibisay Mañá sobre el significado de este ingeniero, en la que se pone énfasis en las dimensiones políticas del reformismo borbónico y en la actuación de este ingeniero al servicio de dicha política.

La actividad de Constanzó coincide con una renovada atención del gobierno español hacia América, tras el final de la guerra de los Siete Años y la firma de la paz de París. Las reformas emprendidas trataban de racionalizar la actividad económica en las provincias ultramarinas, reformas en la que la ciencia, y en especial la ciencia aplicada, tenía que desempeñar, como es sabido, un papel importante contribuyendo a desarrollar el aparato productivo y apoyando la política de fomento emprendida por los gobiernos borbónicos.

Repasando la obra de Miguel Constanzó son todas las opciones de la política reformista ilustrada lo que nos aparece: la consolidación defensiva del imperio en las costas atlánticas y pacíficas; el conocimiento geográfico y cartográfico del territorio como base para su defensa y explotación económica; la última expansión española en América; la reforma del ejército con la construcción de equipamientos para la tropa (cuarteles, hospitales militares) y de instalaciones fabriles para lograr su autonomía de funcionamiento (fábricas de pólvora y fundiciones de artillería); la mejora de los caminos, especialmente los que unían la capital con los puertos de Veracruz y Acapulco y los que se dirigían a los grandes centros económicos y demográficos del virreinato; las obras hidráulicas y, en el caso de México, el Desage y la atención a un posible canal interoceánico; el urbanismo de la capital y de otras ciudades (saneamiento, abastecimiento de aguas, empedrado, alumbrado público, plazas, mercados, diversiones públicas; el ensanche de poblaciones; la eliminación del contrabando; el fomento de industrias; el estímulo de ferias y mercados; la atención a las instituciones de beneficencia; la construcción de faros y puertos para mejorar la navegación; la organización de instituciones científicas y docentes y la elevación del nivel de las enseñanzas, entre otros temas relevantes.

Impresiona la variedad y riqueza del trabajo realizado por los ingenieros militares en Nueva España, como en el resto de los territorios de la Monarquía Universal Española durante el siglo XVIII. Su participación rebasa las funciones estrictamente militares y se extiende a todo el abanico de las obras de ingeniería civil, arquitectura, urbanismo y reconocimiento territorial.

De todo ello es buen exponente Miguel Constanzó, que participó activamente en todas las iniciativas del reformismo borbónico, incluyendo la docencia en las nuevas instituciones creadas, en este caso la Academia de Nobles Artes de San Carlos.

Su actividad fue esencial en la introducción de nuevos modelos constructivos, en la puesta a punto de procesos de racionalización del trabajo y en la construcción de infraestructuras territoriales. Resulta admirable, sin duda, la versatilidad de estos técnicos, su capacidad para atender con rigor y prontitud a requerimientos tan diversos como se les encomendaban, en un trabajo colectivo en el que las grandes personalidades tenían, a pesar de todo, una función importante.

El estudio de Moncada sobre Constanzó nos sitúa ante un México en profunda renovación urbanística, con actuaciones de ingeniería y arquitectura que tratan de resolver los problemas de una sociedad en vías de transformación hacia el siglo XIX.

Pero la obra de Moncada aporta otras dimensiones. Sobre todo, pone énfasis en la dimensión geográfica y cartográfica. A partir de una rica documentación reunida en archivos mexicanos y españoles ha podido rescatar la personalidad y la obra de un técnico militar que por exigencias de su actividad se convirtió también en un geógrafo.

En efecto, así cabe calificar a Miguel Constanzó. Por su labor cartográfica y por las descripciones que realiza, por su reflexión sobre cuestiones espaciales, por sus intervenciones estructurantes del territorio este ingeniero militar es, sin duda, también un geógrafo. Una figura que, además, no está sola y que muestra el importante papel que desempeñó la geografía en los programas del reformismo ilustrado y la atención con que la cultivaron los miembros del estamento militar. Hay que recordar que otros ingenieros militares tuvieron una obra científica equiparable. El mas conocido, sin duda Félix de Azara, formado en la Academia de Matemáticas de Barcelona, Pero a él pueden añadirse los de Pedro de Lucuce, el director de la Academia de Barcelona y autor de los tratados del Curso Matemático que estudiaron los ingenieros y que incluye un tratado de Cosmografía y Geografía; o Francisco Requena, el autor de la Relación de Guayaquil; o, para ser breve, los de la mayor parte de los ingenieros militares, dedicados diligentemente a la realización de mapas y de descripciones territoriales para usos de la defensa y la política de fomento.

Una dedicación a la geografía que no es excepcional, ni mucho menos, dentro de la institución militar. Como es lógico, el ejército, tanto de tierra como la marina estaba especialmente interesada en los temas geográficos y cartográficos y procuraba que los oficiales tuvieran una buena formación en ese sentido. Y además sus miembros tenían frecuentemente un grado de preparación elevado y se convirtieron, en algunos casos, en figuras importantes de la intelectualidad y de la ilustración hispana. Como el coronel de caballería Manuel de Aguirre, autor de unas Indagaciones y reflexiones sobre la Geografía, con algunas noticias previas indispensables (1782), amigo y compañero del también oficial José Cadalso, y que como él mantuvo una actitud política claramente progresista, difundida a través de las crónicas que con el pseudónimo de "El Militar Ingenuo" publicó en el Correo de Madrid -y que, significativamente acabaron tras el estallido de la Revolución Francesa.

A través de la figura de Miguel Constanzó vemos también algunas características de la ciencia ilustrada en España y las limitaciones del programa científico del reformismo borbónico. Su biografía nos presenta una vida de trabajo intensivo y continuado dedicada a cumplir las distintas comisiones que se le encargan por las autoridades virreinales, obedeciendo al instante las órdenes, desplazándose a los lugars donde se le enviaba, por lejanos que fueran, dictaminando sobre las tareas realizadas por otros, copiando incansablemente mapas para las obligaciones burocráticas que exigían disponer de diferentes ejemplares para los organismos de la administración, discutiendo ásperamente con viejos ilustrados criollos en defensa de su honor, atendiendo a las necesidades de la docencia y de los dictámenes en la Academia de San Carlos.

En cincuenta años de servicio pueden hacerse, desde luego, muchas cosas; y Constanzó las hizo. Pero a veces tememos que en exceso. Podemos sospechar que tanto ajetreo y comisiones difícilmente le dejarían tiempo suficiente para estudiar, para reflexionar, para avanzar en el perfeccionamiento de su profesión mas allá de lo que la práctica cotidiana le permitía. Esa fue, sin duda, una de las limitaciones de la opción del desarrollo científico adoptada por la Monarquía borbónica. La militarización de la ciencia constituyó una de las líneas maestras de la acción de un gobierno que era consciente de las insuficiencias del desarrollo científico del país y que deseaba apoyarse en un cuerpo disciplinado de técnicos, a los que les encargó las tareas mas diversas. Pero las instituciones que creó, agobiadas por el cumplimiento de las tareas encomendadas y preocupadas por desarrollar una ciencia útil, al servicio de las necesidades del gobierno, no pudieron prestar suficiente atención a las bases teóricas del conocimiento científico, lo que acabaría limitando de forma seria las mismas posibilidades de desarrollo.

El libro de Omar Moncada nos permite penetrar en todos estos problemas a través de una figura significada de la ilustración novohispana. Tras leerlo sabemos muchas cosas nuevas, pero también nos surgen numerosas preguntas y nos quedamos con ganas de conocer muchas cosas mas, tanto del protagonista como de la actuación del cuerpo a que pertenece. Conocemos muy poco de la dimensión privada del protagonista y de las relaciones internas entre los miembros del grupo. Queda mucho por saber del hombre, ese español peninsular llegado a la Nueva España a la edad de 25 años, que entronca con una acaudalada familia criolla, que se integra seguramente en los círculos intelectuales y sociales mexicanos pero que, a la vez, discute como Alzate y, probablemente tendría conflictos con otros miembros de la intelectualidad y de la élite social novohispana. Nos gustaría conocer cómo veía los cambios que se iban produciendo en torno suyo, sus redes de relaciones sociales e intelectuales, su actitud ante el desarrollo del movimiento emancipador, su propia valoración de la obra que realizaba y de las decisiones adoptadas por sus superiores.

Se trata, ante todo, de la curiosidad y la simpatía que despierta siempre la personalidad de un biografiado. Pero también del convencimiento de que esos aspectos de la biografía de un científico facilitan muchas claves importantes de la sociedad de la epoca y de la actividad científica. Hace ya sesenta años que George Sarton señaló la importancia de las investigaciones biográficas para la historia de la ciencia: "No podemos entender completamente los triunfos de la ciencia -escribió en 1936-, o por lo menos apreciar sus puntos mas sutiles, su aspecto humano, sin conocer a los hombres que fueron sus autores y sin estar familiarizados hasta cierto grado con sus cualidades". Es una carencia que se deja sentir fuertemente en las investigaciones hispanas e iberoamericanas de historia de la ciencia.

Desde la obra de Nicolás Antonio en el siglo XVII disponemos de excelentes repertorios biobibliográficos en una línea de admirable erudición prolongada por Sempre y Guarinos en el XVIII y luego por tantos otros estudiosos decimonónicos y novecentistas, y que ha culminado no hace muchos años en el valioso y útil Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, dirigido por el profesor López Piñero. Pero necesitamos estimular la realización de este tipo de repertorios y, sobre todo, utilizar los medios informáticos disponibles para elaborar bancos de datos que permitan situar en otro nivel las investigaciones sobre este aspecto de la historia científica.

Necesitamos, además, elaborar biografias sociales de los científicos -que en muchos casos debería intentar también penetrar en la dimensión psicoanalítica de los mas destacados, como hizo Albert Mitzman en La jaula de hierro- biografías que reconstruyan toda la complejidad del trabajo científico individual y el proceso de creación, que tengan al mismo tiempo la dimemsión social de esta actividad y que formulen preguntas que se relacionen explícitamente de teorías sociales y de sociología de la ciencia. Esperemos que libros como el que ahora se publica sobre Miguel Constanzó puedan estimular otras biografías de científicos novohispanos de la Ilustración haciendonos profundizar en el conocimiento de ese apasionante periodo de la historia iberoamericana.
 

Información y pedidos:

Instituto de Geografía, UNAM
Ciudad Universitaria
04510 México, D.F. México



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