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Scripta Vetera

EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES

Universidad de Barcelona
ISSN: 1578-0015

CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO Y CREACIÓN DE CUERPOS PROFESIONALES CIENTÍFICO-TÉCNICOS: LOS INGENIEROS DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVIII.


Horacio Capel
Universidad de Barcelona


Comunicación presentada al Congreso Internacional sobre Fortificación y Frontera Marítima, Ibiza, 24-26 de octubre de 2003.
Publicada en CÁMARA MUÑOZ, Alicia y Fernando COBOS GUERRA (Eds.). Fortificación y Frontera Marítima. Actas del Seminario Internacional celebrado en Ibiza durante los días 24 al 26 de octubre de 2003. Eivissa: Ajuntament d'Eivissa 2005.Disponible en CD.
 


La construcción del Estado en los países europeos ha sido un proceso muy complejo desarrollado durante varios siglos a partir del Renacimiento, el cual ha progresado a través de la constitución de cuerpos especializados que han asegurado el control de la  estructura social y el funcionamiento de una organización política unitaria. Además del ejército y la policía, que son esenciales para el mantenimiento del orden social y la defensa del territorio, se han ido organizando otros cuerpos especializados que tienen un carácter político y administrativo, y que poseen conocimientos técnicos específicos en el campo del derecho y la administración (jueces, corregidores, intendentes, secretarios de ayuntamiento, etc); de carácter más específicamente técnico (por ejemplo, los cuerpos de ingenieros militares y civiles); o relacionados con la educación y la difusión de principios ideológicos que aseguran la coherencia del sistema (por ejemplo, el cuerpo de maestros). Los cuerpos de funcionarios que atienden esas funciones poseen niveles y estatus sociales diferentes, desde los superiores (oficiales del ejército o la marina, ingenieros e intendentes) a los del nivel más inferior, en influencia y emolumentos (como pueden ser los suboficiales, los maestros, los secretarios de ayuntamiento o los funcionarios del cuerpo de correos y telégrafos).

Ese proceso de organización de cuerpos del Estado se inició en el siglo XVI con la creación de cuerpos de pilotos, cosmógrafos o artilleros como funcionarios pagados por la corona, fue progresando en el siguiente y adquirió un gran impulso en el Setecientos. En este siglo se produjo un aumento importante de la centralización política y la puesta en marcha de políticas públicas de fomento que exigieron nuevos cuerpos especializados (intendentes, ingenieros militares, ingenieros navales, ingenieros cosmógrafos...). Finalmente la construcción del Estado adquiriría nuevos desarrollos en el siglo XIX, con la implantación del Estado liberal, lo que supuso la creación de más cuerpos (ingenieros de minas, agrónomos, maestros de escuela, profesores de enseñanza secundaria y universitaria, correos y telégrafos...).

La nueva historiografía está prestando hoy amplia atención a los procesos de creación de esos cuerpos, a las reglas de funcionamiento y a su implantación territorial[1]. También a los problemas que plantea su articulación con las estructuras de poder local y con las especificidades de cada medio local en que actuaban, lo que no siempre se hizo fácilmente[2].

El estudio del cuerpo de ingenieros militares en la España del siglo XVIII adquiere por ello un interés muy grande. Por un lado, nos sitúa ante uno de los cuerpos técnicos esenciales de la Monarquía para la defensa y la organización territorial. Y al mismo tiempo permite acercarse al avance del proceso de institucionalización y profesionalización de la ciencia y la técnica, a través de una corporación que posee un saber específico en esos campos y actúa como una corporación que se va convirtiendo, en cierta manera, en una verdadera comunidad científica y técnica, en el sentido de que comparte objetivos intelectuales específicos, instituciones académicas formativas, reglas de funcionamiento para el intercambio y la evaluación de la información (en este caso, la información relativa al ataque y defensa de plazas, descripciones territoriales y construcción de edificios, carreteras, puertos, canales y otros). Ello permite poner en relación ese análisis con las investigaciones de historia y sociología de la ciencia y de la técnica.

Dentro de esta sección del Seminario dedicada a "El debate técnico y la autoría del proyecto: ciencia, experiencia y jerarquía en la autoría del proyecto", dedicaremos  atención a la historia de los ingenieros militares españoles desde una óptica muy concreta, la de la estructura corporativa que es esencial en la concepción, diseño y  construcción de los edificios. Se abordarán estas dimensiones, empezando por la misma organización y evolución del cuerpo, y se aludirá sucesivamente a la estructura institucional del mismo; la formación de los ingenieros y los planes de estudios de las Academias de Matemáticas de Barcelona, Orán y Ceuta; la dimensión social de la corporación de los ingenieros; la estructura corporativa y el saber técnico; y la influencia de dicha estructura sobre el trabajo individual de los ingenieros.

La estructura institucional de los ingenieros militares

En el ejército de la Monarquía Hispana los ingenieros militares están presentes desde el siglo XVI, unidos normalmente a los artilleros, para la expugnación y la defensa de las plazas[3]. Más de 300 ingenieros citados nominalmente han sido identificados actuando en la monarquía hispana entre 1501 y 1699[4]. Pero la creación definitiva del cuerpo separado de la Artillería puede considerarse que se realizó con el nombramiento de Jorge Próspero de Verboom como Ingeniero General el 13 de enero de 1710 y con la publicación del Plan General de los Ingenieros de los Ejércitos y Plazas de 17 de abril de 1711[5].

En los años transcurridos entre 1711 y 1718 se integraron en el cuerpo un centenar de ingenieros, algunos de los cuales causaron luego baja. Una parte eran ingenieros españoles y flamencos procedentes de Flandes, unos pocos franceses, también se cuentan italianos y españoles que habían trabajado en aquellas provincias, y el resto ingenieros que estaban actuando en la Península ibérica.

La ordenanza de 1718 supuso un paso decisivo en la institucionalización del cuerpo, ya que en ella se le asignaron claramente las funciones militares y civiles y se estableció la formación que habían de tener para dichas tareas. Verboom organizó un cuerpo en el que los progresos en los grados se realizaría por el mérito y no por la antigüedad[6]. El cuerpo estuvo constituido inicialmente por poco más de 100 individuos, con grados facultativos y militares, y ascendió a 150 miembros con las reformas que acometió Silvestre Abarca en 1774. Se constituyó con una estructura fuertemente jerarquizada, con una doble escala facultativa y militar que aseguraba la vinculación al ejército y la posesión de grados con mando.

Aunque en 1756, con el nombramiento del conde de Aranda como Ingeniero General, se produjo una nueva reunificación con la Artillería, de hecho esa experiencia duró poco tiempo y con su dimisión del cargo en 1758 se volvió a la división, ya definitiva, de unos y otros técnicos. La ordenanza de 1768, en el marco de una profunda reorganización del ejército español emprendida por Carlos III, constituyó también un hito importante en la regulación del cuerpo, aunque estaba esencialmente dedicada al servicio del cuerpo de ingenieros en guarnición y campaña, es decir a sus funciones estrictamente militares. De todas maneras desde esos años existía también conciencia de que las tareas que algunos ingenieros militares desempeñaban en la construcción de caminos y canales exigía una mayor especialización, la cual se realizó en 1774 dentro del mismo cuerpo.

Solo a fines del siglo, con la creación del cuerpo de Ingenieros de Caminos y Canales y de su Escuela en 1799, quedarían los ingenieros de los Ejércitos y Plazas estrictamente limitados a sus funciones militares y a las construcciones de este carácter. La ordenanza de 1803 dio un paso decisivo en este sentido, a la vez que se creaba la Academia de Ingenieros de Alcalá de Henares y el Regimiento Real de Zapadores y Minadores.

Para la formación científica de los ingenieros se crearon centros de estudios especializados, que se encuentran entre los primeros establecidos en enseñanza reglada para una corporación técnica.

La formación de los ingenieros

Dejando de lado ahora los precedentes de las Academias de Madrid, Bruselas y Milán[7], hay que destacar que desde 1700 y funcionó en Barcelona una Academia de Matemáticas que sería refundada nuevamente en 1716 y funcionaría efectivamente a partir de 1720.

Los debates sobre la fundación de ese centro y su organización y programas de estudios tuvieron gran interés, ya que estaban en juego cuestiones muy importantes, tales como: las diversas concepciones sobre la enseñanza de los saberes técnicos y el papel relativo de la práctica y la teoría; diferentes concepciones en cuanto a la jerarquización y el organigrama de los centros de estudios militares; y diferentes formas de concebir la posición de los integrantes de los cuerpos facultativos en la estructura social. Además de ello, la creación suponía una apuesta decidida por un centro de estudios específicamente militar, frente a las alternativas posibles de apoyar la enseñanza de las matemáticas en centros civiles.

La dirección de Mateo Calabro proporcionó forma inicial a esas enseñanzas, pero dio lugar asimismo a debates sobre la parte relativas de los contenidos teóricos y prácticos, sobre el contenido de las enseñanzas para artilleros, ingenieros y otros militares (incluyendo eventualmente marinos), y sobre la relación jerárquica de los profesores respecto a las autoridades militares y al director del centro. Pero sería con la dirección de Pedro de Lucuce a partir de 1738 y con las Ordenanzas e Instrucción para la enseñanza de las Mathemáticas en la Real y Militar Academia que se ha establecido en Barcelona y las que adelante se formaren, promulgadas en 22 de julio de 1739, cuando finalmente adquirió la estructura definitiva que se mantendría durante la mayor parte del resto de la centuria. La Academia se convirtió en un centro para el perfeccionamiento de oficiales de todos los cuerpos, pero especialmente para la formación de artilleros e ingenieros, y especialmente de estos últimos. La tendencia hacia una especialización cada vez mayor se confirmaría más tarde con la creación de Escuelas especiales para la formación de artilleros en Barcelona y con el Real Colegio de Artillería de Segovia[8].

Los planes de estudios incluían las diversas ramas de las matemáticas puras y mixtas, lo cual era esencial no solo para las tareas constructivas y de diseño de tipo civil, sino también para la fortificación. Ésta fue considerada a partir del Renacimiento como arte, es decir como fruto de la experiencia, y como ciencia, es decir, como fruto del conocimiento científico. El objetivo de los ingenieros fue convertir cada vez más en una ciencia tanto la fortificación como todo lo referente al ataque y defensa de plazas.

A comienzos del siglo XVIII la tradición renacentista estaba plenamente aceptada. En el Tratado de fortificación de Mateo Calabro (1733) este ingeniero considera que la fortificación o arquitectura militar es a la vez ciencia y arte. Es ciencia "porque sus términos propios y reales, sus principios demostrables y toda su formal perfección tienen sus fundamentos en las Matemáticas, las cuales son ciencias puras y conocidas por sus demostraciones ciertas y verdaderas". Pero al mismo tiempo es arte "porque debe su invención a la experiencia de ofensas rescibidas de enemigos poderosos, sus reglas nacen de la razón y del ejercicio, su único fin es aquel que con pocos hombres bien gobernados puedan defenderse de muchos"[9].

La creación de la Academia de Barcelona y el lema Nunc Minerva, postea Palas, muestra ya el resultado de esa evolución, y supone la afirmación de un principio verdaderamente innovador. La guerra, y no solo la fortificación, se ha de apoyar ahora en un sólido conocimiento científico. De todas maneras, ese principio tardaría todavía más de un siglo en ser aceptado de forma general, y en realidad solo lo ha sido definitivamente con las grandes guerras del siglo XX, y confirmado definitivamente con las del Golfo (1999) e Irak (2003). La idea de que la victoria en las batallas es fruto del valor personal y de la experiencia estaba tan firmemente asumida, y correspondía tanto a los ideales de la nobleza tradicional y al desarrollo de la guerra medieval que no resultaría fácil de modificar.

El debate sobre la formación científica de los ingenieros fue muy intenso, como he dicho. Desde luego era claro que habían de formarse sobre todo en matemáticas. Ello según Calabro significaba:

"1º La aritmética numérica y literal o álgebra.
2º La geometría especulativa en práctica sobre el terreno, que consiste en trigonometría y usaje de los instrumentos geométricos, longimetría, planimetría y estereotomía.
3º Estática, maquinaria e hidrostática,
3º Artillería.
4º Cosmografía
5ª Arquitectura civil que, según Vitrubio, es la ciencia a quien todas las demás tributan"[10]

El estudio de las ciencias matemáticas debía permitir al ingeniero,

"Primeramente, formar o delinear la planta de la fortificación que se quiere edificar; 2ª delinear el perfil de toda obra en general y de cada una de las partes en particular; 3ª mente de formar el tanteo de su coste; 4ª dirigirle hasta la perfección"[11].

A partir del siglo XVI la fortificación se basaba en la geometría, es decir, esencialmente, en Euclides. Por eso se estudiaban atentamente sus textos. Las numerosas ediciones de Euclides que se hicieron a partir del Renacimiento convirtieron a este autor en una autoridad esencial para el estudio de la geometría, y en este sentido fue ampliamente utilizado por los ingenieros militares para sus diseños de fortificaciones regulares. Prueba de ello puede ser la publicación que hizo Sebastián Fernández de Medrano de Los seis primeros libros, onze y doce de los Elementos Geométricos del famoso philosofo Euclides Megarense. Amplificados de nuevas demostraciones (Bruselas 1701). La obra de Euclides siguió siendo enseñada en la Academia de Matemáticas de Barcelona durante el siglo XVIII como punto de partida de la formación de los ingenieros[12]. La ciencia militar, dijo un autor, es simplemente "geometría aplicada a las materias de la guerra"[13].  Así lo defendieron igualmente Fernández de Medrano, Jorge Próspero de Verboom, Mateo Calabro y Pedro de Lucuce, entre otros ilustres ingenieros españoles.

Para el artillero y para el ingeniero que diseñaba una plaza fuerte era esencial el conocimiento de la trayectoria de los proyectiles. Los principios científicos de la artillería habían sido establecidos ya por Nicolo Tartaglia en su Nova Sciencia (1537) y desarrollados por Galileo. Se sabía que la trayectoria del proyectil es curva, y se podía prever el alcance de los disparos conociendo la fuerza aplicada y el peso del proyectil. Como explicaba expresivamente el sargento del conocido chiste militar: "el proyectil asciende primeramente y luego cae por la fuerza de la gravedad; y si esa fuerza no existiera caería por su propio peso".

A comienzos del siglo XIX, después de los grandes cambios militares que supusieron las guerras napoleónicas, Karl von Clausewitz seguiría reafirmando la importancia de las matemáticas para la fortificación y para la ciencia militar en general:

"El arte de la fortificación, donde la geometría dirige casi todas las cosas, grandes o pequeñas, es donde podemos ver en qué medida puede ser usado el elemento o forma geométrica como principio básico para la disposición de las fuerzas militares. También en la táctica (el elemento geométrico) desempeña un gran papel. Es la base de la táctica en el sentido más estrecho de la teoría del movimiento de tropas. En la fortificación de campaña, lo mismo que en la teoría de las posiciones y de su ataque, rigen los ángulos y líneas de ese elemento geométrico como si fueran legisladores que tuvieran que decidir la contienda"[14].

Pero las matemáticas no solo eran indispensables para el diseño de las fortificaciones, (ángulos, líneas de tiro, enfiladas....), para establecer el ángulo de tiro, y para calcular el movimiento y la velocidad de los proyectiles. También lo eran para el cálculo económico de los costes, para el levantamiento de cartas y planos, para el uso de los instrumentos geométricos empleados en ello y en la construcción, para el estudio de la geografía, para los arrastres de las piezas de artillería, para el levantamiento de los bloques pétreos empleados en la edificación, para el uso de la maquinaria, y para toda una amplia serie de actividades militares que se extendían a aspectos muy diversos, entre los cuales las previsiones para el movimiento de las tropas en una superficie.

Por ello el estudio de las matemáticas incluía no solamente las matemáticas puras, sino también las matemáticas mixtas o fisico-matemáticas. El Curso Matemático elaborado por Pedro de Lucuce en 1739 incluía todo el amplio campo de unas y otras tal como se concebía a comienzos del siglo XVIII. El curso impartido en la Academia de Matemáticas de Barcelona constaba de seis tratados: Tratado I. De la Aritmética; II, De la Geometría Elemental; III, De la Trigonometría y Geometría práctica; IV, De la Fortificación; V, De la Artillería; VI, De la Cosmografía; VII, De la Estática; y VIII, De la Arquitectura civil.

Este curso era dictado por los profesores y tomado en apuntes por los alumnos, un sistema de origen medieval que en la Academia tenía que ver, sobre todo, con el deseo de controlar las enseñanzas y con la carencia de buenos libros de texto. A partir de estos apuntes es posible reconstruir con exactitud el contenido de los programas.

Para la elaboración de su Curso Matemático Lucuce había seguido, en lo esencial el Compendio Mathemático, en que se contienen las materias más principales de las Ciencias que tratan de la cantidad del padre Tomás Vicente Tosca, cuya primera edición en nueve volúmenes fue publicada en Valencia en 1707 y 1715, y que luego conoció una nueva reimpresión "corregida y enmendada de muchos yerros de impresión y láminas" en 1721 y otra 1715; una obra que, a su vez, sigue ampliamente el Cursus seu Mundus Mathematicus del jesuita Francisco Millet Deschales (Lyon 1674, y 1690)[15].

Sabemos que el tratado IV del Curso de Lucuce sobre Fortificación, sigue en lo esencial el Compendio de Tosca, en su tratado XVI del tomo V "Arquitectura Militar, y Fortificación moderna, ofensiva y defensiva", así como la obra del director de la Academia Militar de Bruselas Sebastián Fernández de Medrano El Arquitecto Perfecto en el Arte Militar, publicada en Bruselas en 1700[16]. Posteriormente el mismo Lucuce redactó unos Principios de Fortificación, editados en 1772 donde elaboraba su propio pensamiento a partir de esas fuentes y de las ideas de Vauban, difundidas ampliamente a través de diversas publicaciones.

La misma obra de Tosca es también la base para el tratado VIII sobre Arquitectura civil[17]. Por otra parte, un manuscrito que hemos publicado junto con Rafael Alcaide nos ha permitido saber con exactitud las enseñanzas impartidas en el curso de Cosmografía, que corresponde al tratado VI del Curso Matemático de Lucuce, las cuales se apoyan asimismo en el citado Compendio del Padre Tosca[18]. Eran, pues, unas enseñanzas que si a comienzos del siglo XVIII podían considerarse avanzadas en relación con lo que se hacía en la España de ese momento, al mantenerse sin cambios en un momento de rápidos avances de la ciencia, y de las matemáticas en especial, mostraron una grave limitación que acabaría afectando negativamente a la formación de los ingenieros militares españoles.

Porque efectivamente se mantuvieron sin cambio durante las décadas siguientes. Del cotejo de los manuscritos que se conservan de los diferentes tratados se deduce la continuidad de las enseñanzas en relación con los textos redactados por Lucuce, que los profesores se limitaban a repetir. La enseñanza de la fortificación no varió entre 1760 y 1775, y seguía siendo en lo esencial el texto redactado por Lucuce; y la de la Arquitectura civil no se modificó tampoco entre 1754 y 1778[19]. En cuanto a la Cosmografía, el manuscrito al que antes aludíamos está fechado en 1776 y muestra también una larga permanencia de los contenidos de la enseñanza.

La incapacidad para elaborar nuevos manuales, que había sido uno de los objetivos de la Sociedad de Matemáticas Militares fundada por el conde de Aranda durante su fugaz paso por la dirección del cuerpo, afectó a las enseñanzas. En los años siguientes varios profesores jóvenes intentaron superar esta limitación, pero fueron silenciados por la autoridad de mandos envejecidos e incapaces de percibir las nuevas necesidades[20]. Frente a ello, la Ecole du Génie de Mezieres, fundada en 1748 fue puesta bajo la dirección de Gaspard Monge e impartió unas enseñanzas de mucha mayor calidad, en beneficio de los ingenieros franceses. En cuanto a los ingenieros militares británicos, si bien es cierto que establecieron mucho más tarde que los españoles una enseñanza reglada, también lo es que a partir de la fundación de la Escuela militar de Woolwich en 1741 existió un centro de estudios de alto nivel[21]. La necesidad que sintió Miguel Sánchez Taramas, profesor de la Academia de Barcelona, para traducir y editar en 1769 el Tratado de fortificación, o Arte de construir los edificios militares y civiles, a partir de A Treatise de John Muller, profesor de Artillería y Fortificación y primer director de la Academia de Woolwich (1ª edición 1746), puede ser un reflejo de la superioridad que iban adquiriendo ya los ingleses en esos años.

Si a ello unimos las limitaciones ideológicas, que conducían a que las enseñanzas relativas a la Tierra en el Universo siguieran aceptando la concepción ptoloméica o la de Tycho Brahe[22], y los controles de los libros que leían los ingenieros, se entiende que el panorama no fuera muy alentador. Aunque los profesores de la Academia de Barcelona tenían licencia para leer los libros prohibidos incluidos en el Índice, en situaciones de tensión -como las que se vivieron a comienzos de 1790 con el triunfo de la Revolución en Francia- podía haber una mayor censura. En esa fecha el rey ordenó al Inquisidor General que examinara el catálogo de libros de la biblioteca de la Academia de Matemáticas de Barcelona  y en otras del ejército y la marina en España e Indias  "para precaver de esta suerte todo riesgo de que se esparza entre los militares la doctrina y máximas perniciosas que contienen semejantes libros en perjuicio de las costumbres, sana moral y verdadera religión"[23]. Otra prueba más de las limitaciones del reformismo ilustrado español, a las que diversos historiadores se han referido.

Ciencia, experiencia y jerarquía

Los ingenieros militares desarrollaban carreras profesionales de carácter técnico-científico, las cuales implican un empleo a tiempo completo y remunerado al que se entra después de un periodo de formación, y que posee altos estándares de competencia impuestos por la misma profesión[24]. En el caso de los ingenieros españoles se trata de carreras pagadas por el Estado, que exigen una preparación previa e implican también eventualmente una actividad en el campo de la ciencia, una ciencia aplicada a la defensa y el fomento del país. Institucionalización y profesionalización fueron factores clave para el desarrollo de la ciencia en el siglo XVIII[25].

La mayor parte de los ingenieros militares se formaron en las Academias del cuerpo, aunque también excepcionalmente a través de otras vías[26]. En todo caso, con la creación del cuerpo y de la Academia de Barcelona, se dispuso ya de una enseñanza reglada verdaderamente innovadora respecto a lo que se hacía en otros campos, y especialmente en el de la arquitectura.

En el caso de los arquitectos su formación se realizaba tradicionalmente, en el mejor de los casos con mecanismos gremiales, con la enseñanza práctica en el taller, pero más generalmente con una transmisión individual a pie de obra. En España los títulos de arquitecto eran expedidos por el Consejo de Castilla. La Hermandad de Nuestra Señora de Belén y la Huida a Egipto de Madrid, cofradía que reunía a los profesionales de la arquitectura, actuaba también como corporación y pretendió en 1739 convertirse en colegio de arquitectos de carácter público[27]. Pero no era un cuerpo y no realizaba la enseñanza, actuando más bien como una cofradía de ayuda mutua y en cierta manera como un gremio, aunque sin la estructura jerárquica de éstos.

En España los arquitectos en realidad solo dispondrían de un verdadero centro de enseñanza pública de fundación y financiación real a partir de la creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, desde 1744 (primera orden de Felipe V y establecimiento de una Junta Preparatoria) y luego definitivamente en 1752 (creación por Fernando VI). El papel predominante de esta institución se aseguró con los estatutos de 1757, por los cuales la Academia de San Fernando de Madrid tendría la preeminencia sobre las otras que pudieran crearse en otros lugares, y que le estarían subordinadas. También se estableció que era la única que podía dar el título de arquitecto y prohibía que los miembros de la cofradía de Belén pudieran usar el título de "colegio de arquitectos" que se habían atribuido hasta entonces, debiendo someterse a los exámenes de la Academia[28].

La Academia de San Fernando tenía también la función de mejorar el gusto y evitar el despilfarro a que había llegado el barroco, "hasta el absurdo  de agrupar columnas que nada sostenían"[29]. Sin embargo, todavía durante tres o cuatro décadas, al menos, dominó en ella la vinculación con las otras dos nobles artes (pintura y escultura) y los aspectos estéticos de la arquitectura[30]. De hecho solo bastante más tarde, a mediados de los años 1760, se empezaría a poner énfasis en lo funcional, en la "sabia distribución de las partes de un edificio", frente a los aspectos ornamentales[31].

La comparación del funcionamiento de la Academia  de Bellas Artes de San Fernando con la Academia de Matemáticas de Barcelona muestra la superioridad de ésta durante la mayor parte del siglo XVIII, no solo por las enseñanzas impartidas, sino por la organización y el control del aprendizaje de los alumnos.

En la Academia de San Fernando la enseñanza se organizó con un sistema de talleres o "salas" que se iban superando sucesivamente. El "pase de sala" implicaba que solo después de superar la sala de principios, la sala de cabezas y la sala de figuras se llegaba a la sala de matemáticas y a la sala de arquitectura. Tal como lo ha descrito José Manuel Prieto González, el sistema funcionaba así:

"de copiar partes del cuerpo humano en la sala de principios, el alumno pasaba a copiar partes de edificios y edificios enteros en la sala de arquitectura. Copiar lo ya dibujado por otros era el modo más eficaz de formar al alumno en el marco de un clasicismo excluyente. En este sentido, el carácter modélico de las ruinas romanas hizo que jugaran un papel de primer orden"[32].

Por otro lado, si en la Academia de San Fernando "el cuerpo docente dejó bastante que desear", en la Academia de Barcelona hubo un amplio plantel de profesores, algunos verdaderamente notables y otros con un magisterio que todavía es preciso evaluar pero que podemos considerar aceptable. Al menos la continuidad de las enseñanzas estaba asegurada, así como la disciplina, el sistema de estímulos y de pruebas que habían de ser superadas, frente a la confusión que en este sentido parece haber reinado en la Academia de San Fernando, donde "la organización de la enseñanza dista mucho de haber sido modélica"[33].

El papel de la Academia de San Fernando fue creciente en lo que se refiere a las atribuciones en la formación y titulación de arquitectos, así como en el control de las edificaciones. En 1758 llegó a contar en total con 300 alumnos, aunque a finales del siglo esa cifra era la de los alumnos que se inscribían en primer año en la Academia. En total entre 1752 y 1808 hubo 180 académicos de mérito y 45 supernumerarios; entre los primeros la cifra más elevada correspondía a los arquitectos con 69 (frente a 50 pintores, 37 escultores, y 23 grabadores)[34].

En el caso de la Academia de Matemáticas de Barcelona, el mismo nombre era ya significativo, aunque no novedoso, porque heredaba una antigua tradición que puede remontarse a la Academia de Matemáticas fundada por Felipe II. En todo caso, con ese nombre y esa formación en las distintas ramas de las matemáticas los ingenieros se diferenciaban claramente de los arquitectos, para los cuales las matemáticas tuvieron durante mucho tiempo un simple carácter auxiliar.

Un reflejo de la situación en la Academia de San Fernando es que cuando en 1755 Ventura Rodríguez presentó su Tratado de geometría práctica a la institución ésta declinó juzgarla por carecer de autoridad científica para ello, recurriendo a los ingenieros de la Sociedad Militar de Matemáticas de Madrid[35].

Esa situación provocó ya las críticas en los años 1760[36]. En la formación de los arquitectos durante el Seiscientos la relación con la pintura y el dibujo había sido esencial, además de la práctica en la obra con maestros ya acreditados. Ahora en el siglo XVIII la necesidad previa de los conocimientos matemáticos se va afirmando cada vez más, entre otras cosas por la presencia y la competencia de los ingenieros. Tal vez debido a ello algunos arquitectos fueron adoptando durante el XVIII una actitud favorable a la formación matemática.

Solo con el nombramiento de Benito Bails para la enseñanza de las matemáticas en 1768 y sobre todo con el comienzo de la publicación en 1776 de sus Elementos de matemáticas (Principios de Matemáticas, 1776, 3 vols.), contaron los académicos de San Fernando con un buen tratado de la materia, que superaba el Compendio mathemático del padre Tosca, aunque tampoco el trabajo de Bails fuera muy original, en opinión de los que recientemente lo han analizado[37].

En realidad el problema de los conocimientos matemáticos de los alumnos de la Academia de Bellas Artes de San Fernando seguía planteado en 1792, como muestran los debates que se realizaron para profundizar en los conocimientos físico-matemáticos, para evitar que aumentara la diferencia con los ingenieros[38]

Frente a ello, en la Academia de Matemáticas de Barcelona desde los años 1720 se puso a punto un sistema jerárquico y progresivo muy eficaz para el avance en los conocimientos, controlado a través de los apuntes y exámenes. Iniciaban su formación con el estudio teórico de los cursos de mátemáticas, las prácticas de dibujo y lavado de mapas y planos, la consulta de libros y la realización de certámenes públicos. Se ponían en contacto con la obra más tarde, cuando ingresaba en el cuerpo, después del correspondiente examen. Al flamante ingeniero se le asignaba un destino con el grado de ingeniero ayudante, nombre muy expresivo de las tareas a que se aplicaban, y empezaban a trabajar bajo la supervisión de un superior. El ascenso a grados más elevados se realizaba una vez que se había mostrado destreza y habilidad en el oficio, y con el informe de sus superiores.

En el cuerpo de ingenieros el trabajo estaba estrictamente regulado. Los ingenieros empezaban su carrera, como hemos visto, por los grados de ingeniero delineante o ayudante de ingeniero e ingeniero extraordinario, empleándose en tareas subordinadas, y auxiliando a sus superiores. A partir del grado de ingeniero ordinario, tenían mayores atribuciones en el diseño de los proyectos, cuya dirección y gestión correspondía a los grados superiores de ingeniero en segunda,  ingeniero en jefe e ingeniero director. Este último cargo suponía la dirección de todas las obras de fortificación y el control de cualesquiera otras que se realizaran en la región. La dirección de aquellas regiones en las que se realizaban importantes obras de fortificación, sobre todo en España (Cataluña, Castilla, Valencia, Andalucía), pero también en Indias, era especialmente relevante.

La carrera tipo en el cuerpo era la del ingreso como cadete a los 18 años, para entrar como ayudante a los 21, ascender a extraordinario a los 25, ordinario a los 32, a los 40 ingeniero en segunda, 48 ingeniero en jefe y 58 ingeniero director[39]. Algunos llegaron a tener casi 50 años de servicio, acabando la carrera a una edad bien avanzada, de hasta más de 70 años. En los grados superiores, o tras el retiro, los ingenieros podían ser promocionados a otros empleos o cargos, especialmente a los de regidor, corregidor, intendente, gobernador, e incluso a los de virrey y capitán general (Pedro Martín Cermeño y Joaquín Manuel Pino y Rozas).

En contraste con esta clara definición de la carrera de los ingenieros, la misma titulación de los arquitectos estuvo sometida a contenciosos entre la Hermandad de Nuestra Señora de Belén y el Consejo de Castilla, por un lado, y la Academia de Bellas Artes de San Fernando, por otro. Es cierto que con el apoyo real ésta acabó siendo la que se atribuiría la facultad de examinar y otorgar esos títulos, pero en realidad solo a finales de la década de 1780 el título de arquitecto se convirtió en un documento oficial, aunque la situación siguió siendo todavía confusa durante algún tiempo debido a que corporaciones municipales, obispos y órdenes religiosas podían también conceder títulos y asignar las obras que financiaban a profesionales de su confianza, aunque no tuvieran título[40].

Sin duda, en ese contexto los ingenieros tenían ventajas indudables, ya que disponían de un título que les otorgaba una Academia reconocida. Y eso explica que cuando en la década de 1840 se petendiera reformar las enseñanzas de arquitectura algunos propusieran explícitamente el modelo de la ingeniería[41].

La dimensión social de la corporación de los ingenieros

El de Ingenieros militares era un cuerpo de dedicación plena y fidelidad a toda prueba. Habían de tener una disponibilidad absoluta para dirigirse a los destinos y misiones que el gobierno les encomendara. Lo cual en el contexto del siglo XVIII significaba estar disponibles para dirigirse a cualquier lugar del imperio, no solo en los reinos metropolitanos sino también en África, América y Filipinas. Vale la pena recordar que muchos ingenieros estuvieron asignados a las fortificaciones de las plazas del norte de África y de Canarias, y que cerca de 300 ingenieros tuvieron empleos en Indias. Algunos permanecieron durante muchos años en aquellas lejanas tierras, incluso en contra de insistentes peticiones para volver a la Península.

En ocasiones el viaje se había iniciado de forma totalmente inesperada y con solo unos pocos días para hacer las maletas. Es lo que le ocurrió a Félix de Azara, que a la edad de 35 años, y después de haber trabajado en numerosas obras en Cataluña, de haber participado en la expedición a Argel de 1775, donde fue gravemente herido, y de haber tenido varias enfermedades, estaba destinado en San Sebastián encargado del diseño y reparación de las obras de fortificación de esa plaza y su provincia. En cuestión de días se encontró navegando hacia un destino desconocido en el virreinato de la Plata, donde permaneció durante dos décadas. Tal vez sea oportuno escuchar su propia descripción de como se produjo ese inesperado y largo destino, que resultaría tan fructífero para la geografía y la historia natural:

"Encontrándome en 1781 en San Sebastián, ciudad de Guipúzcoa, en calidad de teniente coronel de Ingenieros, recibí por la noche una orden del general para marchar inmediatamente a Lisboa y para presentarme a nuestro embajador. Dejé en la primera ciudad citada mis libros y mi equipaje y partí a la mañana siguiente al romper el día, habiendo tenido la suerte de llegar pronto y por tierra a mi destino. El embajador me dijo únicamente que iba a partir con el capitán de navío don José Varela y Ulloa y otros dos oficiales de Marina; que estábamos todos encargados de una comisión, que el virrey de Buenos Aires nos comunicaría en detalle, y que debíamos marchar inmediatamente a esta ciudad de la América meridional en un buque portugués, porque estábamos en guerra con Inglaterra. Nos embarcamos todos en seguida y llegamos felizmente a Río de Janeiro, que es el puerto principal de los portugueses en Brasil. Por un despacho que se abrió al pasar la Línea, supe que el rey me había nombrado capitán de fragata porque había juzgado conveniente que fuéramos todos oficiales de Marina"[42].

La misión que se le había encomendado era formar parte de la Comisión de Límites con Portugal en Brasil, y para realizarla permaneció en Uruguay y Paraguay durante trece años. Luego recibió orden de pasar a Buenos Aires, y se le dio el mando de toda la frontera sur del virreinato, es decir el territorio de los indios Pampas y se le ordenó reconocer el país y hacer avanzar la frontera hacia la Patagonia. Más tarde tuvo otros encargos y comisiones en el Río de la Plata, y se le dio también el mando de toda la frontera Este del virreinato, es decir la que limita con Brasil. Finalmente se le permitió volver a España en 1801, después de haber pasado veinte años en aquellas tierras. Dos décadas que fueron extraordinariamente provechosas para la ciencia, por la gran cantidad de mapas de levantó, por sus descripciones geográficas y por sus observaciones de zoología e historia natural, que le convirtieron en un claro precedente del darwinismo.

Es un caso sorprendente de disponibilidad absoluta al servicio del gobierno, pero no excepcional. Todos los miembros del cuerpo tenían la misma actitud y disposición. Las carreras individuales de muchos ingenieros sorprenden por su actividad y cambios de destino. Naturalmente, eran muchas las quejas a que ello daba lugar, aunque en general parece que los mandos no las tuvieron en cuenta. En 1779 José García Martínez de Cáceres, que era ingeniero en segunda y estaba destinado en Figueras, se queja de haber recorrido toda España cambiando de destino cada dos o tres años en los 26 que llevaba en el cuerpo; a pesar de eso, en los años siguientes siguió teniendo destinos diferentes y en 1789 fue destinado al Río de la Plata donde desplegó una intensa actividad y donde permanecía todavía en 1802. Los datos que pudimos reunir en el repertorio biográfico de los ingenieros militares del siglo XVIII nos muestran muchos casos similares a éste[43]. Se entiende que la vida privada y las relaciones familiares se vieran profundamente afectadas por ello. Y también que recibieran recompensas al avanzar en el desempeño de sus funciones.

Recientemente la Tesis doctoral de Martine Galland-Seguela ha permitido tener una visión más precisa sobre esa dimensión del cuerpo de ingenieros, con una investigación que, en general, confirma los resultados que nosotros mismos obtuvimos hace ya quince años, pero que en muchos aspectos enriquece considerablemente el conocimiento de la estructura social de esta corporación.

Su investigación permite conocer con detalle, a partir del estudio de los expedientes personales, testamentos, permisos de matrimonio y otras fuentes, el origen social de los ingenieros, sus carreras profesionales, sus matrimonios, sus relaciones sociales y sus formas de vida. La autora ha realizado un estudio prosopográfico, que parte de la reconstrucción sistemática de biografías para realizar estudios de carácter comparativo. Su investigación se relaciona con un proyecto que se está desarrollando sobre el "Personal Administrativo y Político de España" (P.A.P.E. ) dirigido por los profesores Jean-Pierre Dedieu y María Victoria López Cordón, en el marco del cual se ha elaborado ya un fichero de unas 23.000 personas, de unos 3.000 de los cuales se conoce la carrera con gran precisión.

En su Tesis la autora ha partido del inventario que ya habíamos elaborado en el Departamento de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona a comienzos de los años 1980[44], y lo ha completado con una rica documentación procedente de varios archivos (en particular, el Archivo General Militar de Segovia, donde ha utilizado los expedientes personales y los expedientes matrimoniales de los ingenieros, así como los expedientes sobre las peticiones de pensiones en el Monte de Piedad, a partir de 1761, y unos cuarenta testamentos de ingenieros militares.), de otras fuentes poco exploradas y de documentación nueva.

El trabajo ha permitido refinar el censo que elaboramos, y que incluía más de 900 nombres (nombres escritos con grafías diferentes, remisiones en casos dudosos y personas diversas que habían tenido relación con el cuerpo, incluyendo los ingenieros voluntarios que participan en trabajos de ingeniería militar pero no entraron en el cuerpo, de los que se prescinde en esta Tesis francesa. Este trabajo ha establecido un censo que parece bastante seguro de los miembros de esta corporación durante el siglo XVIII, el cual se eleva a 787 individuos. El diccionario correspondiente parece que podrá publicarse pronto y que estará disponible en el fichero P.A.P.E.

Las aportaciones de esta Tesis son muy numerosas y las hemos resumido ya en otro lugar[45], por lo que no debemos extendernos aquí en ello. De todas maneras, vale la pena recordar algunas especialmente importantes.

En lo que se refiere al lugar de nacimiento, las informaciones que ha encontrado Martine Galland-Seguela sobre 438 ingenieros, permiten observar un incremento constante a lo largo del Setecientos del número de ingenieros nacidos en España, desde un 22 por ciento en el momento de la fundación del cuerpo a un 53 en 1950 y a más del 90 por ciento en la última década del siglo.

El origen social de los miembros de este cuerpo está bien definido. Una muestra de 385 ingenieros pone de manifiesto la importancia de la nobleza en el reclutamiento, unido a una fuerte presencia militar. Los porcentajes más elevados de la calificación social de los padres son: noble (23,3 %) militar (22,1 %), ingeniero militar (17,9 %) y "conocida" (17,1 %), aunque están presentes también hidalgos, personal de la administración, órdenes militares  y otros (padre "ilustre", "ciudadano", "distinguido" o "hijo de don"). El estudio de la continuidad familiar y los lazos con otros ingenieros, permite identificar 160 casos de ingenieros que tienen lazos familiares con otros miembros del cuerpo, confirmando en ese sentido las conclusiones que habíamos obtenido ya anteriormente a partir del patronímico (un total de 182 casos)[46].

La regulación que el Estado estableció sobre las carreras y la actividad de los miembros del cuerpo fue muy intensa. Una disponibilidad como la que antes ejemplificábamos con el caso de Felix de Azara exigía de alguna manera un control real sobre la vida privada, al igual que sobre la de los oficiales del ejército en general, con el fin de tener una movilidad plena y estar en condiciones de acudir a cualquier destino. Las obligaciones familiares eran, en ese sentido, un estorbo. En un intento de disminuir las cargas económicas familiares, el Estado procuró controlar asimismo todo lo referente al matrimonio, procurando que éste se retrasara al máximo y se realizara, a ser posible, con mujeres que pudieran aportar recursos en forma de dote y bienes familiares. Para ello se fueron elaborando normativas muy precisas, y se creó en 1761 un Monte de Piedad Militar para atender a viudas y huérfanos, alimentado por recursos estatales y  por las contribuciones de los mismos ingenieros. Los datos aportados por Martine Galland-Seguela muestran que al igual que en el resto de la oficialidad militar la nupcialidad era baja en los grados inferiores y aumentaba en los superiores. También que la edad más frecuente de matrimonio de los ingenieros eran las de 30 a 34 años y, sobre todo, de 35 a 39 (entre las mujeres las de 24 a 29 años), y que el origen social de las esposas era mayoritariamente militar (43 por ciento de los casos identificados), seguido por la nobleza (38 por ciento, generalmente la nobleza local del lugar donde prestaba servicio el ingeniero) y de la administración (17 por ciento).

Los datos que ha podido reunir sobre el origen geográfico de las esposas y de las dotes de algunas de ellas permiten penetrar en el conocimiento de las redes sociales establecidas por los ingenieros, a través de sus propias familias, de las familias de sus esposas y de otras relaciones, lo cual le lleva a concluir que "los ingenieros poseen una movilidad profesional importante y tejen lazos ante todo con su medio profesional: ingenieros militares y maestros de obras; la movilidad permite ampliar a diferentes regiones el tejido relacional"[47].

Estructura corporativa y saber técnico

Se hace preciso avanzar en el estudio de la dimensión sociológica del funcionamiento del cuerpo de ingenieros militares. Los miembros de este cuerpo técnico-científico compartían valores que ponían énfasis en el mérito, la capacidad y el trabajo intelectual, tenían una formación homogénea que les daba reglas compartidas y facilitaba la comunicación entre ellos, y una estructura jerárquica y normas que imponían una fuerte cohesión interna.

El cuerpo de ingenieros militares poseía una elevada formación técnica, estaba muy jerarquizado, y tenía una fuerte movilidad, como hemos visto, y una lealtad absoluta al servicio del Estado. Según se ascendía en la jerarquía la permanencia en un lugar podía ser más larga, pero incluso en estos casos estaban siempre a disposición del gobierno.

Interesa conocer ante todo, la formación requerida para el acceso al cuerpo, y quien tiene el control de las carreras. En ese sentido es importante investigar la forma como la relación familiar (nobleza o hijo de militar) podía actuar en el proceso de selección, así como en los ascensos, y el peso que tenía en cada caso concreto el mérito y la antigüedad.

El cuerpo de Ingenieros militares estaba formado solamente por oficiales (el ingreso se hacía con el grado de subteniente) y por ello en las condiciones de acceso estaban presentes las exigencias de nobleza, al igual que sucedía en el resto del ejército español del XVIII[48], donde el peso de la nobleza entre la oficialidad es grande y se va haciendo mayor según se asciende en ellos, como han mostrado los estudios de Francisco Andújar Castillo[49]. Pero desde la creación del cuerpo en el caso de los ingenieros se valoró sobre todo el mérito y la capacidad para los ascensos, por lo que el requisito de nobleza interviene de forma menos destacada[50].

Al igual que en grupos similares que se van organizando en el siglo XVIII, los miembros del cuerpo poseen una serie de características compartidas[51]. Comparten valores que, en el caso de los ingenieros, son similares a los de otros cuerpos militares (obediencia, lealtad, fidelidad al rey) y en parte también específicos (valoración del mérito y la capacidad, por encima de la antigüedad). Poseen también una autoimagen, como grupo de técnicos con un saber específico y, a la vez, como militares; hay testimonios que muestran que si eso podía hacerse normalmente sin conflicto, en otras ocasiones sí que los había, y que algunos ingenieros fueron acentuando su autovaloración como miembros de un cuerpo facultativo, más que como pertenecientes a un cuerpo militar; el caso de José Hermosilla, tal vez pueda ser significativo en ese sentido.

El hecho de vivir con sueldos pagados por el rey les daba al mismo tiempo una dependencia y un estilo de vida. Los sueldos y raciones que recibían, los retrasos en la percepción de los mismos y las situaciones de escasez en que podían encontrarse establecían lazos de solidaridad entre ellos. Las estrategias matrimoniales, estimuladas, como hemos visto, por los superiores, permitían en algunos casos disponer de un patrimonio que aumentaba su seguridad. El análisis de los bienes que algunos dejaron en el momento de la muerte permite comprobar la variedad de situaciones que existieron dentro del cuerpo, tanto como resultado de las carreras profesionales que del éxito de las estrategias matrimoniales y las dotes de las esposas.

Las carreras profesionales, a la vez facultativas y militares, fueron muy distintas, lo que sin duda establecía claras diferencias internas. Solamente el 16 por ciento de los miembros del cuerpo llegaron al escalón superior de ingeniero director. Por encima de él, algunos pudieron llegar a brigadier, mariscal de campo, cuartel maestre e incluso, teniente general. Entre ellos y los que no pasaron de los grados inferiores las diferencias internas eran considerables. A pesar de todo, la impresión que se tiene es que era un cuerpo con una alta cohesión social, especialmente hacia el exterior. Las quejas que distintos miembros expresaron a sus superiores sobre "el desconsuelo del cuerpo" al verse preteridos en la asignación de empleos elevados, muestra a la vez una estrategia de autoafirmación y de reivindicación respecto a otros cuerpos[52].

La fuerte cohesión social del cuerpo no debe hacernos olvidar que, al igual que en cualquier otra comunidad, podían existir netas o larvadas oposiciones internas que, debido a la estructura jerárquica, se habían de expresar de forma limitada. En una corporación que llega a incluir unos 800 miembros durante todo el siglo es preciso analizar con cuidado las diversas estrategias que despliegan, y compararlas con las de otras comunidades científicas o corporaciones profesionales[53].

Las estrategias pueden ser distintas, como ya hemos apuntado, hacia el interior y hacia el exterior.

En un análisis fino, el cuerpo no aparece tan homogéneo como se piensa visto desde afuera. La misma división en ramos en 1774 lo indica, y muestra ya unos ingenieros especializados en sus funciones militares, otros en la enseñanza y otros finalmente en trabajos de ingeniería civil. Sin duda las relaciones sociales y los ideales que van desarrollando unos y otros son diferentes. Hacia el interior del cuerpo aparecen los conflictos corporativos entre viejos y jóvenes, entre españoles y extranjeros (que además eran de diversas nacionalidades, franceses, italianos, alemanes..), entre  nobles y no nobles, entre baja y alta nobleza, entre ricos y pobres, entre los que se inclinaban hacia Palas y quienes lo hacían hacia Minerva.

Algunos conflictos internos tienen especial relevancia. Uno es el generado por la incorporación de técnicos civiles o extranjeros, que siempre provocó problemas de ajuste en los escalafones y funciones. Los casos de Carlos Le Maur, o de Francisco Sabatini son seguramente los más significativos en ese sentido. Otro el que oponen a viejos y jóvenes, y que se hizo patente con ocasión del debate sobre los nuevos textos, al que hemos hecho referencia en otro lugar[54].

Pero paralelamente puede haber asimismo numerosos conflictos hacia el exterior, en los que ahora los miembros de la corporación aparecen unidos, formando un frente común. En primer lugar, los enfrentamientos con otros cuerpos militares, tales como la infantería, o los guardias de corps, enfrentamientos que no tienen ningún componente técnico sino que se refieren normalmente a la subordinación y a la preeminencia en los cargos que se conceden en caso de retiro. Junto a éste el conflicto con los artilleros, que es a la vez un conflicto hacia el interior, porque había con ellos unas estrechas relaciones, y hacia el exterior, porque siempre hubo por parte de los ingenieros una decidida estrategia de separación respecto a estos técnicos militares[55]. En algunos casos, el problema del diseño de las fortificaciones podía enfrentar puntos de vista diferentes de unos y otros.

Carácter más agudo todavía tuvo el conflicto con un cuerpo militar con el que a partir de la década de 1770 estuvieron en fuerte competencia, los Ingenieros de Marina, cuerpo creado en 1770 y que pasó a realizar todas las obras de los arsenales, que hasta entonces habían dirigido los Ingenieros Militares[56].

Otros conflictos podían surgir con cuerpos civiles con los que también entraban en competencia. Inexistentes los ingenieros de Caminos y Canales durante todo el siglo, los conflictos se planteaban, sobre todo en relación con las obras civiles, con los arquitectos y maestros de obras, y a partir de mediados del siglo con los alumnos formados en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y en las de Valencia y México[57]. Los conflictos entre ingenieros y arquitectos que se acusarían en el siglo XIX, tienen en realidad su origen en el Setecientos[58].

A ello es preciso unir otros conflictos con la sociedad civil. Los ingenieros militares estaban, en general, muy imbuidos de espíritu militar, y los conflictos con los civiles eran inevitables. Podían surgir con los asentistas, con los maestros de obras y alarifes, con los representantes de la sociedad civil que se veían afectados por la construcción de fortificaciones (propietarios, miembros del concejo municipal...). Aunque la necesidad de realizar los trabajos, y a veces la urgencia o el mandato real obligaba también a acuerdos y alianzas con todos ellos. Lo cual siempre suponía relaciones e influencias en las dos direcciones. Sin duda los ingenieros se ponían en contacto a través de ellos con las limitaciones y posibilidades de la vida real, a la vez que contribuían a difundir formas de organización del trabajo que resultaron muy novedosas y renovadoras.

No sabemos si después del paso por la Academia y la integración en el cuerpo predominaba en ellos más la consideración de militares o la facultativa de ingenieros que les convertía en servidores del Estado con valores y mentalidad de funcionarios. En algunos casos tenemos constancia de ingenieros que deberían "abandonar el cuerpo cuando haya donde emplearlo". Se trata de casos de interés que merecen un seguimiento especial para comprobar la existencia o no de un espíritu corporativo que se mantiene fuera del cuerpo. Como lo tiene el del estudio de carreras individuales que habría que analizar en detalle.

Un caso significativo puede ser el de Andrés Amat de Tortosa, un activo ingeniero militar con una brillante carrera, autor en 1768 de una Disertación sobre la antigüedad del Cuerpo de Ingenieros, y que desde 1775 trabajó en Canarias donde participó en numerosos proyectos militares y civiles y se integró con los grupos más dinámicos de la sociedad tinerfeña. En 1787, y como premio a su carrera, fue nombrado corregidor de Guanajuato. Al darse cuenta de que se le daba de baja en el cuerpo de ingenieros, recurrió al rey pidiendo que se le mantuviera en el mismo con opción a ascensos regulares, como les sucedía a otros que tenían empleos en América[59]. El ministro Valdés accedió a su propuesta, pero en la Dirección de Ingenieros, después de un amplio debate se determinó que "adquirir premios y ascensos en dos carreras militares diferentes sin hacer servicios ni contraer méritos más que en una de ellas no parece regular, y esto es sin embargo lo que sucede con Tortosa", por lo que finalmente se denegó su petición. La resolución llegó poco después al ingeniero y, según interpreta Juan Tous Meliá "no cabe duda de que fue el motivo del estado melancólico en que quedó sumido el eficiente militar y hábil Ingeniero, que veía frustrada su carrera y truncadas las expectativas que se había creado durante su fructífera estancia en la Islas Canarias, y ocurrió lo inevitable, el intento de suicidio del 26 de mayo de 1790, el cese y la muerte".

La carrera profesional exitosa en el cuerpo les permitía a los ingenieros acceder a cargos que requerían capacidades muy diferentes que aquellas para las que habían sido formados. A veces les preparaban para ello las responsabilidades que habían tenido, su capacidad individual y, tal vez, razones sociales o familiares que convendría establecer con claridad[60]. Esa promoción a cargos administrativos no era específica de este cuerpo, sino que era compartida con los miembros de otros cuerpos militares, entre los cuales, especialmente, los de marina y artillería[61].

También tiene interés el estudio de los contactos de los ingenieros militares con sociedades científicas, educativas y de fomento, y las interacciones que se produjeron. Miembros de Academias de Nobles Artes como el citado José Hermosilla (en la de San Fernando) o Miguel Constanzó (en la de San Carlos de México)[62] pudieron tener un papel importante en la difusión de formas de trabajar típicas de los ingeniería a la vez que se veían influidos por el ambiente o los valores que reinaban en esas corporaciones civiles. De manera similar es importante considerar el caso de los ingenieros que se integraron en Sociedades Económicas de Amigos del País (como Luis Rancaño de Cancio en la de Zaragoza), en la Academia de la Historia (como Antonio Gilleman) o que participaron activamente en círculos científicos ilustrados. Todo ellos les llevaba a anudar relaciones con personal no militar, las cuales debían sin duda afectar a su visión respecto a la integración en el cuerpo de ingenieros.

Sería interesante un estudio sistemático y comparativo de las corporaciones técnico-científicas y de otros cuerpos de carácter administrativo o funcionarial existentes en el siglo XVIII. Los ingenieros no eran, como hemos visto, el único cuerpo existente en ese siglo. A los cuerpos militares y técnicos ya señalados podemos añadir otros muchos que seguramente tenían también una estructura y un comportamiento corporativo. Cuerpos civiles como los de corregidores, de finanzas, los que seguían la carrera judicial, los profesores universitarios, los ingenieros cosmógrafos, los cosmógrafos y otros. Además de los miembros de las distintas órdenes religiosas, que en parte se comportaban también de forma corporativa, y con fuertes tensiones internas entre ellos.

Necesitamos estudios comparativos para ver la especificidad y los aspectos diferenciales. Es preciso también pasar a la comparación con otros cuerpos similares europeos. Esta comparación es urgente y en algunos casos es ya posible a partir de los estudios existentes. Como los que ha realizado Anne Blanchard sobre el cuerpo de los Ingenieurs du Roi, de Francia[63]. Hay una Europa de los ingenieros que se va dibujando desde el siglo XVI y XVII y está bien articulada en el setecientos. A pesar de que los ingenieros estaban vinculados a ejércitos nacionales que podían ser enemigos, y por tanto podían tener interés en no difundir sus propios conocimientos, la realidad es que los intercambios fueron muy grandes. Durante los siglos XVI y XVII algunos de ellos (alemanes, suizos, italianos) eran mercenarios o podían poner sus conocimientos sucesivamente a disposición de los gobiernos de diferentes países, incluso enfrentados entre sí. Pero además de ello, los textos impresos e incluso los tratados manuscritos circularon muy ampliamente, lo que permitió la difusión del pensamiento técnico científico. La amplia difusión de los avances en el sistema de fortificación abaluartada puede ser una demostración de lo que decimos. A través de los tratados de ingeniería militar, de los debates a que daban lugar y de los trabajos de los ingenieros es la ciencia europea la que se expresa y se construye de forma amplia durante la edad moderna.

Al mismo tiempo, debemos también incorporar la dimensión temporal. Desde 1770 aproximadamente en el cuerpo español de Ingenieros Militares la amplitud de las tareas militares y civiles que realizaban llevaba a la dispersión de los conocimientos científicos necesarios para cumplirlas adecuadamente. Los ingenieros militares tenían que atender a múltiples funciones, para las que a veces no estaban suficientemente preparados. Por esa razón en 1769 Juan Martín Cermeño realizó una primera propuesta para crear una sección especializada en Puentes, Caminos y Canales, con los 24 ingenieros que trabajaban ya en esas tareas, lo que si de momento no prosperó fue, sin embargo, el germen de la reforma realizada en 1774, por la que se creaban tres ramos o secciones, cada una al mando de un director: el ramo de Plazas y Fortificaciones del Reino, del que se nombró director a Silvestre Abarca, el de Academias Militares, con Pedro de Lucuce como director, y el de Caminos, Puentes, Edificios de Arquitectura Civil y Canales de Riego y Navegación, para el que fue nombrado Director y Comandante Francisco Sabatini.

Sin duda la necesidad de especializar a algunos ingenieros militares en obras civiles tiene que ver en primer lugar, con la decidida política de obras públicas que había emprendido el gobierno de Carlos III, y con dedicación que los ingenieros militares ya venían prestando a esas construcciones por mandato de la Ordenanza de 1718. Pero también con el hecho de que nadie en España podía ocupar esas funciones con un buen conocimiento de las matemáticas. En ausencia de un cuerpo de ingenieros civiles solo los arquitectos formados en la Academia de Bellas Artes de San Fernando podían haber aspirado a ocupar esas funciones constructivas en materia de edificios de arquitectura civil y obras públicas. Aunque, como hemos visto, eran grandes las insuficiencias de su formación matemática, es significativo que poco después de la creación de ese ramo de Caminos y Arquitectura civil en el seno del cuerpo de Ingenieros Militares, el volumen IX de la obra de Benito Bails dedicada a los Elementos de toda la Arquitectura civil (1783) prestara atención a la arquitectura hidráulica, aunque ello no sirviera para que los arquitectos se dedicaran a fondo a esa rama de las matemáticas.

La componente corporativa y el trabajo individual

No se puede interpretar adecuadamente el trabajo individual realizado por los ingenieros militares sin tener en cuenta su formación homogénea en los centros de estudio (las Academias de Matemáticas de Barcelona, Orán y Ceuta), las normas de funcionamiento, las ordenanzas, la estructura institucional y las carreras. La obra de un ingeniero militar concreto (entre los cuales se encuentran figuras tan significadas como Juan Martín Cermeño, José Hermosilla, Félix de Azara y tantos otros que alcanzaron altos niveles en el campo de la construcción y de las ciencias) debe considerarse a partir de lo que les habían enseñado y habían interiorizado durante el periodo de sus estudios así como lo que las normas del cuerpo les obligaban a realizar. Desde los signos convencionales de mapas y planos hasta los colores de éstos y los esquemas para organizar las descripciones, prácticamente todo lo que hacían estaba estrictamente reglamentado.

Por otra parte, conviene tener en cuenta que, a diferencia de lo que ocurría cuando se realizaba el encargo a un arquitecto, en el caso de las obras en que participaban los ingenieros militares no era el individuo el que estaba en primer lugar. Era el cuerpo el que recibía el encargo de proponer un diseño y el que, una vez aprobado, dirigía la construcción. El cuerpo encargaba luego esa obra a individuos concretos, sometidos siempre a las jerarquías facultativas y militares que correspondieran.

La obra podía prolongarse durante años y decenios, y los individuos pasaban y eran sustituidos, siendo siempre el cuerpo el responsable de la realización. Ejemplo de ello pueden ser las grandes estructuras defensivas que se construyen durante décadas (las murallas de Pamplona, San Fernando de Figueras, Cartagena de Indias...). Pero también numerosas obras civiles que se prolongaron durante muchos años, desde canales a nuevas poblaciones, puertos o carreteras.

Los ingenieros concretos utilizaban siempre sus conocimientos en una práctica profesional, jerárquicamente estructurada, y bajo la supervisión de sus superiores, que dirigían el trabajo. La posibilidad de innovar en los grados inferiores era muy limitada. Lo era más cuando tenían grados superiores -a partir de ingeniero ordinario- y mayor autoridad. Y era muy elevada cuando llegaban a ingeniero director o a Ingeniero General.

Sus proyectos, mapas, dictámenes, eran leídos y evaluados por sus superiores, que podían tener diferencias internas, pero en conjunto poseían una fuerte conciencia de grupo, y conocían y aceptaban unas normas de funcionamiento interno, y unos sistemas de valoración. Había también normas muy precisas sobre el diseño y la dirección de los trabajos. La dirección del proyecto, las relaciones con los contratistas o asentistas, todo estaba cuidadosamente regulado.

Todo eso explica la unidad que se encuentra en toda la producción edificatoria de los ingenieros. Unidad que estaba también relacionada con los principios teóricos que habían adquirido en la Academia al estudiar los tratados de Fortificación y de Arquitectura civil.

La alusión a Vitrubio, que hemos visto de forma explícita en el texto de Mateo Calabro de 1733 se repitió en otros casos. Sin duda los ingenieros militares fueron fieles seguidores de los principios del arquitecto romano (firmitas, utilitas, venustas, es decir solidez, funcionalidad y belleza; o como tradujo Calabro: lo fuerte, lo cómodo y lo hermoso[64]). La arquitectura que construían lo era en términos del clasicismo vitrubiano, como ocurrió en otros países, y no solo en Francia (donde Perrault publicó en 1683 un compendio de ese autor), sino también en Gran Bretaña (donde en 1715 Colin Campbell dio a luz su Vitrubius Britannicus). En España también la Academia de Bellas Artes de San Fernando mantuvo los ideales vitrubianos hasta comienzos del siglo XIX[65]. Un Vitrubio reinterpretado en el Renacimiento por  Alberti y Palladio, y que corresponde a los ideales neoclásicos que dominan durante la mayor parte del siglo XVIII, que eran especialmente adecuados para expresar la dignidad y magnificencia de las obras reales.

Los ingenieros militares se preocuparon por la solidez de los edificios (la firmitas), algo que habían interiorizado sobre todo con la construcción de las fortalezas y podían aplicar también a otras construcciones. Las obras que realizaban habían de ser firmes, sólidas, permanentes, como corresponde también a empresas de construcción y financiación real.

Trataban también de la utilidad, servicio, o funcionalidad de las construcciones que proyectaban (la utilitas), adaptándolos a los usos diversos que habían de tener, y procurando la distribución adecuada de los edificios. Cada edificio tenía su propia tipología, algo ensayado desde hacía tiempo -en realidad desde el Renacimiento- en el diseño de fortificaciones, en las que era preciso establecer con precisión los ángulos y los perfiles, y aplicado luego en toda la amplia gama de edificios militares, desde los arsenales y los almacenes de pólvora a prueba de bombas hasta los cuarteles. No es extraño que a partir de ahí se habituaran a reflexionar sobre las tipologías específicas de los edificios civiles que se les encomendaban. Naturalmente, la preocupación por la salubridad y la higiene estaba también necesariamente presente en unos técnicos que habían de diseñar edificios para albergar centenares de soldados y caballos, o que tuvieron que proyectar hospitales, primero de carácter militar (en Cádiz o Cartagena) y luego también civiles, proponiendo nuevas tipologías para estos establecimientos[66].

También se preocupaban de la belleza de las construcciones (la venustas). Ante todo, del equilibrio del conjunto, la adecuada proporción y relación de los elementos constructivos. Pero asimismo de los elementos simbólicos que debían aparecer necesariamente en las construcciones y que habían de expresar el carácter de obra real de las mismas, afirmando al mismo tiempo la presencia del Estado.

Sin duda todos los grupos de personas del mundo civil con los que los ingenieros estuvieron en contacto por razón de su trabajo (contratistas, maestros de obras, transportistas...) tuvieron que adaptarse necesariamente a las normas que el cuerpo le imponía. Se sabe de ingenieros militares que al ser trasladados a América pidieron llevar consigo a los maestros de obras con que trabajaban, y que efectivamente éstos se fueron a Indias y permanecieron allí el resto de su vida[67]. Por esa razón puede decirse que los ingenieros militares, actuando colectivamente y de manera individual, contribuyeron de forma decisiva a difundir en la España del Setecientos unas normas de trabajo, unos comportamientos homogéneos de dirección de las obras, técnicas y sistemas de gestión de la construcción, procedimientos constructivos, y un estilo que en general podemos considerar neoclásico[68].

Un estilo y unos procedimientos que adquirieron no solo con los cursos en la Real Academia Militar de Matemáticas  de Barcelona, cuya biblioteca estuvo bien dotada de libros y en 1790 disponía de 750 obras en 2.030 volúmenes[69], sino también a partir de sus propias bibliotecas personales, que en algunos casos son consistentes y muestran su cultura y su preocupación por mantenerse al día en su profesión[70].

La labor de los ingenieros militares fue esencial para la política de fomento de la monarquía. Individualmente y como cuerpo participaron de forma decisiva en el diseño y construcción de la red de carreteras y de canales en España y América durante el Setecientos, intervinieron en los proyectos para el trasvase a la cuenca del Segura del agua de los ríos Castril y Guardal, afluentes del Guadalquivir, debatieron con informes políticos y económicos la necesidad de las obras hidráulicas para el regadío, y participaron de forma activa en todos los programas de organización del territorio[71]

El gobierno tuvo total confianza en ellos, individualmente y como corporación. Tuvieron sin duda grandes éxitos y reconocimiento, como muestran los casos de Juan Martín Cermeño, de su hijo Pedro (que llegó a ser capitán general de Galicia), de Silvestre Abarca, de Carlos Le Maur y de tantos otros.

Pero también grandes fracasos. No estaban bien preparados para algunas de las tareas que se les encomendaron, a pesar de los intentos de especialización de 1774. Si la Academia de Barcelona estuvo bien dotada y organizada, no ocurrió lo mismo en las otras, por los crónicos problemas de la hacienda pública y por la precariedad y cambios de destino de los profesores[72]. A pesar de su número relativamente elevado, en comparación con otras corporaciones técnicas, en conjunto los ingenieros militares no eran suficientes para todas las obligaciones castrenses que debieron atender, a las que se unían las de carácter civil. En el siglo XVIII las dificultades existentes dieron lugar a graves problemas en el diseño de obras públicas. Podemos citar tres. Uno, los  problemas de la nivelación para la construcción de canales, con el ejemplo de la construcción del canal de Huéscar; otro el de la construcción de la presa de Guadarrama; finalmente el de la construcción de la presa de Puentes[73].

Estudiando la aparición de las carreras científicas en la Francia del siglo XVII Roger Hahn señaló hace ya años que los científicos que pueden reconocerse en ese período estaban comprometidos sobre todo en enseñar los elementos de la ciencia o aplicar el conocimiento a problemas prácticos, y que raramente tenían el tiempo o los medios para extender los límites del conocimiento científico; "en la mayor parte de los casos, los científicos eran empleados para usar el subproducto de su excelencia científica para que fuera útil a la sociedad; pero entre investigación y utilidad podía haber, y hubo, conflictos de tiempo, de interés e incluso de método". Y concluye poniendo énfasis en esta idea:

"el espíritu de investigación para conseguir una comprensión racional de la naturaleza que es mi definición de la actividad científica) no coincidía completamente con las necesidades de la sociedad del Antiguo Régimen, ni fue alentada en la escala requerida para crear una clase socioprofesional de científicos"[74].

Sin duda el científico moderno no había aparecido totalmente de forma socialmente organizada, tal como sucedería en el siglo XIX. Pero no cabe duda de que cuerpos como el de los ingenieros militares se encuentran en el camino que conduce a esa institucionalización y profesionalización plena de la ciencia.

En efecto, los ingenieros militares españoles constituyeron un cuerpo técnico profesional, con una clara imagen pública y un reconocimiento por parte del poder y del público en general, un colectivo que llegó a tener entre uno y dos centenares de miembros activos en algunos momentos del siglo XVIII. Se trataba de un cuerpo ligado a la acción de gobierno en aspectos tan esenciales como la defensa y la construcción de obras públicas. En algún sentido estaban empezando a constituir también una incipiente comunidad científica.

La existencia de una comunidad de este tipo se reconoce por la realización de debates internos acerca de los problemas que abordan[75]. Ente los ingenieros militares estos debates estaban siempre limitados por el carácter estrictamente jerárquico del cuerpo y el mantenimiento del principio de autoridad. De todas maneras, no dejaron de existir, en particular acerca de las características más apropiadas de los sistemas de fortificación, que afectaban a todo el proceso constructivo, pero también sobre las mismas técnicas de construcción. Todo eso se hacía a partir de unos conocimientos recibidos de forma homogénea y perfectamente reglados. Existían también normas claras sobre las tareas que habían de realizar, desde la elaboración de la cartografía a las descripciones territoriales, y sobre los métodos a emplear en cada caso. Su trabajo se realizaba, como hemos dicho, dentro de normas claramente jerárquicas, que podían ir unidas, eventualmente, a una cierta flexibilidad en la distribución de funciones según las necesidades, y a una cooperación y división del trabajo, desde la concepción a la delineación y a la dirección de las obras.

Al mismo tiempo, algunos ingenieros participaron asimismo de otras comunidades científicas incipientes relacionadas con el conocimiento astronómico y cartográfico, natural o histórico e intercambiaron información con otros científicos sobre esos temas. Participaron ocasionalmente en instituciones científicas que se iban organizando en el Setecientos, tales como la Academia de la Historia, la de Bellas Artes, la Real Casa de la Geografía, o el Gabinete de Historia Natural. Como cuerpo eran una comunidad visible y jerárquica preocupada por los saberes prácticos, y al servicio de intereses políticos o de fomento público bien definidos. Pero al mismo tiempo se relacionaban con los miembros exteriores con los que colaboraban, formando con ellos una comunidad o colegio invisible y desinteresado, preocupado solo por el saber y con el que iban compartiendo un código de prácticas considerado correcto y necesario[76]

En el caso español, con sus múltiples tareas en el campo militar, civil y de la administración, el cuerpo alcanzó un elevado nivel general, aunque el contexto social, económico y político de la España del XVIII afectara también negativamente e impidiera el desarrollo pleno de sus potencialidades. En todo caso, con sus luces y con sus sombras, el cuerpo de Ingenieros Militares es una institución fundamental en la España del siglo XVIII. Y contribuyó a la construcción del mismo Estado del Setecientos.
 

Notas
 

[1] Por ejemplo, en lo que se refiere a los secretarios de ayuntamiento Toscas y Ayala 2002 y 2003.
 
[2] Véase Toscas 1996 y los trabajos de Rafaelle Romanelli citados en esa obra.
 
[3] En realidad, la expresión "ingeniero" tuvo que ver al principio esencialmente con la construcción de máquinas para la guerra y con la fortificacion, y solo secundariamente, aunque ya desde fines del siglo XV y durante el XVI, con trabajos de carácter civil, como las conducciones de agua y la construcción (García Tapia 1990 y 2002). El cargo de ingeniero real aparece en España ya en la baja edad media; sabemos que en 1238 se hizo una donación en el barrio de Xarea de Valencia a "Sir Nichola, ingeniarius domini regis" (Roselló, ed. 2002, p. 18)
 
[4] Cit. en Capel, Sánchez y Moncada, 1988, p. 15. Sobre la ingeniería militar y civil en los siglos XVI y XVII son hoy esenciales los trabajos de Nicolás García Tapia (1989, 1990 y 2001).
 
[5] Capel, Sánchez y Moncada 1988, p. 19-29. Todos los datos cuya fuente no se indica proceden de esta obra.
 
[6] Testimonios sobre ello en Capel, Sánchez y Moncada 1988, p. 50 y ss ("El mérito y la antigüedad", y "Preocupación por la calidad", entre otros); véase también Sanchez 1989.
 
[7] El conocimiento de la Academia de Matemáticas de Madrid ha mejorado sensiblemente con los trabajos de Esteban Piñero y Vicente Maroto (2002, y Vicente Maroto y Esteban Piñero 1991), que han mostrado que aunque la orientación primera fue la cosmografía y la náutica, prestó también atención, sobre todo en algunos momentos, a la artillería y fortificación; sobre la de Bruselas véase Capel 1981 y Muñoz Corbalán 1993; a la de Milán hay referencias en Capel 1982.
 
[8] Hemos tratado estas cuestiones en Capel, Sánchez y Moncada 1988, capítulos IV y V. Sobre el Colegio de Segovia véase Pieltain 1964.
 
[9] Calabro 1737, ed. 1991, p. 57.
 
[10] Calabro 1733, ed. 1991, p. 59.
 
[11] Calabro 1733, ed. 1991, p. 59.
 
[12] En el programa de estudios propuesto por Calabro en la segunda clase del primer año se debía estudiar "Geometría especulativa, para entender los seis primeros libros, y el 11 y 12 de Euclides", sin duda con la guía de la obra de Fernández de Medrano. En el curso de Lucuce el tratado II sobre la Geometría se iniciaba también con el estudio de los Elementos de Euclides.
 
[13] Citado por Echarri 2000, p. 25; en pág. 26 varios testimonios renacentistas  y del siglo XVII sobre la fortificación como ciencia y como arte.
 
[14] Clausewitz, libro III, cap. XV "El elemento geométrico", ed. 1972, p. 256 ss.
 
[15] Sobre la obra del padre Tosca y su contenido geográfico, Capel 1982, cap. 1, y la introducción a Lucuce ed. 2000.
 
[16] Rabanal 1994; sobre la producción de Fernández de Medrano, Capel 1981..
 
[17] Como ha mostrado también Rabanal Yus, 1990.
 
[18] Véase la introducción de R. Alcaide y H. Capel al citado Tratado de Cosmografía, Lucuce, ed. 2000.
 
[19] Como ha mostrado, tanto para el tratado de fortificación como para el de arquitectura civil Rabanal Yus 1990 y 1994.; las lecciones del Tratado de Fortificación fueron dictadas en 1775 por el profesor de Matemáticas Antonio de Zara.
 
[20] Véase sobre ello Capel, Sánchez y Moncada 1988, caps. VII y X, y Capel 1987.
 
[21] Vilardell Santacana, que cita A short history of the Royal Engineers publicada por The Institution of Royal Engineers, 1993.
 
[22] Capel y Alcaide, en la introducción al Tratado de Cosmografía de Pedro de Lucuce (ed.2000)
 
[23] Cit. en Capel 1987, p. 190.
 
[24] Sobre las carreras profesionales de carácter científico en el siglo XVIII Crosland 1975.
 
[25] Hahn 1975
 
[26] Martine Galland-Seguela ha conseguido establecer con precisión dicha formación inicial para un total de 318 ingenieros militares españoles. De ellos un 87 por ciento proceden de instituciones militares, y especialmente de la Academia de Barcelona (191) y las de Orán (32) y Ceuta (21), pero también de otras (Cádiz, Guardias de Corps, Zamora..). Un total de 16 se formaron en instituciones civiles (Seminario de Nobles, Academia de San Fernando, Universidades), 19 con otras personas, y especialmente un familiar ingeniero, y 6 adquirieron su formación en instituciones extranjeras.
 
[27] Bedat 1989, p. 335 y ss.
 
[28] Bedat 1989, p. 62.
 
[29] Como criticó José Caveda y Nava en su historia de la Real Academia en 1867, cit. por Prieto González 2002, p. 685.
 
[30] Quintana Martínez 1983.
 
[31] Así lo defendió en 1766 Diego de Villanueva, cit. por Prieto González, 2002, p. 695.
 
[32] Prieto González 2002, p. 698 y 702, donde proporciona diversos testimonios sobre el sistema de enseñanza de la Academia de San Fernando.
 
[33] Las apreciaciones sobre la Academia de San Fernando en Prieto González 2002, p. 699 y 702. Más adelante vuelve a reiterar ese juicio negativo: "la Academia fracasó estrepitosamente como centro educativo" (p. 722)
 
[34] Bedat 1989, p. 102-103; los datos fueron obtenidos a partir del análisis de los libros de Matrícula de la Academia de 1752 a 1815 de Enrique Pardo Canalís, 1967.
 
[35] Prieto González 2002, p. 710.
 
[36] Como las que realizó Diego de Villanueva en 1766, a las que ha aludido Prieto González 2002.
 
[37] Pedro Navascués, en el Estudio crítico de la edición de la Arquitectura civil de Bails, ed. 1983.
 
[38] A lo que ha aludido Prieto González 2002, p. 711.
 
[39] Capel, Sánchez y Moncada 1988, p. 287. Los datos que ha establecido Martine Galland-Seguela a partir de la muestra estudiada no son muy diferentes: la edad media de entrada en cada grado era la de 23 años para ingeniero ayudante, 36 para ingeniero ordinario, 43 para ingeniero en segunda, 50 para ingeniero en jefe y 57 para ingeniero director; a este último grado solo llegaron los 130 individuos, es decir un 16 por ciento del total.
 
[40] Prieto González 2002, p. 718.
 
[41] Como se hace, según Prieto González (2002, p. 722), en la Instrucciones sobre la educación de los ingenieros y arquitectos de José Jesús de Lavalle, publicada en 1841.
 
[42] Azara, ed. 1969, p. 43.
 
[43] Capel y otros 1983.
 
[44] Capel y otros 1983; no tuvo en cuenta, sin embargo, otros inventarios realizados posteriormente con la misma metodología, acerca de los ingenieros de la Nueva España (Moncada Maya 1993) y sobre los que pasaron por Cádiz (Cano Révora 1994); sobre dichos inventarios Capel 1998.
 
[45] Capel 2003.
 
[46] Capel, Sánchez y Moncada 1988, p. 305 y ss ("La continuidad familiar de los ingenieros"),
 
[47] Galland-Seguela 2003, pág. 332.
 
[48] Como han mostrado, en particular, los estudios de F. Andujar Castillo 1991.
 
[49] Andújar Castillo 1991, entre otros trabajos de este autor.
 
[50] Como pudimos comprobar en nuestro estudio y ha reafirmado Martine Galland Seguela 2003, capítulo..
 
[51] Al igual que observó ya Hahn 1975 para los cuerpos profesionales técnico-científicos.
 
[52] Capel, Sanchez y Moncada, p. 66 ("El desconsuelo del cuerpo").
 
[53] Capel 1994.
 
[54] Capel 1987.
 
[55] Véase sobre ello Capel, Sánchez y Moncada 1989, en especial capítulo VI ("Ingenieros y artilleros").
 
[56] Capel, Sánchez y Moncada 1989, cap. IX ("Tiempo de cambios") y diferentes trabajos de Manuel Sellés (1995 y siguientes).
 
[57] Existieron asimismo Academias de Bellas Artes de otras ciudades (en Sevilla la Escuela de Tres Nobles Artes; o Zaragoza,  la Real Academia de Nobles Artes), pero no tuvieron la facultad de otorgar el título de arquitecto. En Cataluña además de los caballeros particulares que estudiaron en la Academia de Matemáticas, hay que destacar el papel del gremi de Mestres de Cases y Molers, porque la Real Junta Particular de Comercio no extendió sus enseñanzas a la arquitectura.
 
[58] Bonet Correa, dir, 1985.
 
[59] Sigo en esto la narración que ha realizado Juan Tous Meliá, 2000.
 
[60] Martine Galland-Seguela (2003) ha identificado algunas promociones de ingenieros a cargos superiores y concluye que "los ingenieros militares aparecen, especialmente en América, como hombres de competencias múltiples y dignos de confianza, un vivero para reclutar administradores en esas tierras lejanas El poder no vacila en elegirlos para los puestos que necesitan conocimiento del terreno, capacidad de administar presupuestos y de dirigir hombres. La polivalencia del ingeniero hace de estos técnicos súbditos ideales" ("Comme terminer sa carriére?", p. 230-241)
 
[61] Sobre la formación de los oficiales de marina, véanse en particular los estudios de Manuel Sellés (por ejemplo, 1995 y 2003, entre otros), y Antonio Lafuente; también Capel 1982, caps. 4 ("Náutica y Geografía en la primera mitad del siglo XVIII") y 8 ("La reforma de los estudios náuticos durante la segunda mitad del siglo XVIII").
 
[62] Moncada Maya 2003.
 
[63] Blanchard 1979 y 1981, y hace ya tiempo Berthaut 1902.
 
[64] La traducción que hizo Mateo Calabro de estos términos en el programa del curso propuesto en 1724 debía estudiarse fue (en un orden distinto) ésta: en la 6ª clase debía estudiarse un breve tratado de Arquitectura civil, "dividido en tres partes: 1ª lo hermoso, la 2ª el cómodo y 3ª lo fuerte militar".
 
[65] La Academia de San Fernando publicó en 1761 la obra Vitrubio del académico Castañeda, la cual es una adaptación del compendio que de dicho autor había hecho en Francia Perrault en 1683, y todavía era difundido en las Instituciones de Arquitectura Civil de Ortiz y Sanz 1814, sobre ello, Bonet 1993 y 2002.
 
[66] Muñoz Corbalán 1990.
 
[67] Es el caso de Cabrer, cuando fue enviado al virreinato de Nueva Granada y pidió llevar con él a los dos maestros de obras con los que
trabajaba en la fortaleza de San Fernando de Figueras, según Galindo, 2000.
 
[68] Aunque a principios del Setecientos pudo también ser un estilo en el que se incluyeron modelos flamencos, por la procedencia de muchos de los ingenieros que se incorporaron al Cuerpo (Muñoz Corbalán 1990 y 1993).
 
[69] Capel 1990, p. 273; a título de comparación puede señalarse que la biblioteca de la Real Academia de San Fernando llegó a tener 1045 volúmenes en 1793, aunque solo estuvo abierta para los alumnos en 1794 (Bedat 1968-69).
 
[70] Muñoz Corbalán 1995; Galland-Seguela (2003) ha podido reconstruir un cierto número de catálogos de esas bibliotecas a partir de inventarios post-mortem; véase también Capel 1990.
 
[71] Por aludir a cuestiones a las que me he referido en otros lugares, Capel 1989 y años sucesivos; Capel y Casals 2001; Casals y Capel 2002. Y también los trabajos de Moncada, y años sucesivos, León García 2002, Muñoz Corbalán 1991 y años sucesivos; en lo que se refiere a su actuación durante el siglo XIX Muro Morales 1990 y siguientes.En la revista Biblio 3W, de la Universidad de Barcelona se están publicando toda una serie de descripciones territoriales e informes sobre fortificación , y obras públicas; señalamos entre ellas las editadas por Mercedes Arroyo (2002 y 2003), Elisenda Cartañá (2003), Mª Cristina Hevilla 2001 y 2002) y O. Moncada (2002 y 2003); la revista se encuentra en el sitio web de Geocrítica:  <http://www.ub.es/geocrit/menu.htm>
 
[72] En el caso de la Academia de Orán, los profesores eran escasos, y cambiaron frecuentemente, y las instalaciones pésimas, con solo unos bancos y mesas y problemas para pagar el alquiler de los locales, Ruiz Oliva 2003, p. 380-391.
 
[73] A ello me he referido en otras ocasiones, Capel 1991.
 
[74] Hahn 1975, p. 135.
 
[75] Sobre el papel de las comunidades científicas en el desarrollo de la ciencia, Capel 1991.
 
[76] Eventualmente participaron en observaciones astronómicas, como hizo Antonio Gilleman, en estudios arqueológicos, como Carlos Le Maur, en investigaciones naturalistas, como Felix de Azara y en otras tareas científicas que es preciso valorar cuidadosamente; sobre la participación de Antonio Gilleman en observaciones astronómicas, véase Valverde 2003, cap. 4.

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Ficha bibliográfica

CAPEL, H.  Construcción del Estado y creación de cuerpos profesionales científico-tecnicos: Los ingenieros de la Monarquía española en el siglo XVIII. Publicada en CÁMARA MUÑOZ, Alicia y Fernando COBOS GUERRA (Eds.). Fortificación y Frontera Marítima. Actas del Seminario Internacional celebrado en Ibiza durante los días 24 al 26 de octubre de 2003. Eivissa: Ajuntament d'Eivissa 2005.Disponible en CD.
Reproducido en Scripta Vetera, Revista electrónica de trabajos publicados sobre Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona <http://www.ub.es/geocrit/sv-85.htm> [ISSN: 1578-0015]



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