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Scripta Vetera

EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES

Universidad de Barcelona
ISSN: 1578-0015

LA ACTIVIDAD DE LOS INGENIEROS MILITARES Y EL PATRIMONIO HISTÓRICO: EL PATRIMONIO CONSTRUIDO Y EL BIBLIOGRÁFICO, CARTOGRÁFICO Y DOCUMENTAL.

Horacio Capel
Universidad de Barcelona


El profesor Bonet ha planteado las bases de este curso en su conferencia inicial sobre "El concepto del patrimonio como legado y memoria". Posteriormente se ha discutido sobre la arquitectura y la monarquía, el coleccionismo, los palacios, las casas reales y las fundaciones religiosas, sobre los símbolos e imágenes de la monarquía, sobre las artes suntuarias, sobre los sitios reales y sobre el papel de la monarquía en la introducción de los estilos artísticos, y en particular el clasicismo y el barroco. Y más tarde se ha hablado también sobre las fiestas y sobre la organización del Patrimonio Nacional, que custodia todo ese rico legado. El curso trata de dar "una visión exhaustiva de la contribución de los reyes españoles al acervo monumental de la Península ibérica"[1].

La alusión a los reyes españoles es una alusión al poder, que en España durante muchos años se revistió de la apariencia formal de la monarquía. Y que, como todos los poderes, tuvo la habilidad de apropiarse de recursos colectivos para su propio bienestar y el de los grupos sociales que más lo apoyaban (construyendo palacios y sitios reales, coleccionando mobiliario y artes suntuarias, organizando fiestas, etc.) a la vez que necesitó utilizar símbolos materiales e inmateriales para asegurar la dominación (signos efigies y blasones, cuadros y esculturas alegóricas y representativas de los reyes y de la monarquía, metáforas del poder, estilos artísticos apropiados a la dignidad real, etc).

Como este curso no trata de comprometerse en una exaltación monárquica, creo que podemos empezar reconociendo que con mucha frecuencia tuvimos mala suerte con nuestra monarquía, es decir, con nuestros reyes y con nuestras familias reales. No hay más que contemplar los retratos hechos por pintores reales a sueldo (y que, por tanto, trataban de favorecer al representado) de monarcas como Carlos II o Carlos IV para estar de acuerdo con esa valoración negativa. El conocimiento histórico de su personalidad y de su actuación política es todavía más negativo en algunos casos. Basta con citar uno especialmente detestable, el de Fernando VII que, con su nefasta actuación y de los grupos sociales que le eran próximos, retrasó de manera grave la transición del Antiguo Régimen al régimen liberal y durante la llamada Década Ominosa mostró hacia los liberales una crueldad que, además de ser execrable, retrasó de forma decisiva el proceso de modernización de este país (sin que pueda servir como paliativo el hecho de que creara el Museo del Prado).

Hablar de la Monarquía es hablar de una figura y de un pequeño grupo social (la familia real) a la que otros grupos sociales más amplios, que poseen verdaderamente el poder, han situado en una posición visible y preeminente para ejercer la dominación. Sin duda en estas conferencias es de ellos de los que también estamos hablando, de todos aquellos que se benefician de esa estructura de poder simbólico o real y lo utilizan para su propio estatus y bienestar, y para desarrollar sus proyectos políticos, sus ideales de organización de la sociedad.

Como el poder, además de represor, puede ser también creativo, como nos enseñó Michel Foucault, podemos centrar la atención en esa dimensión de la Monarquía Hispana y de los grupos que la apoyaban, en sus proyectos políticos, económicos y sociales. Y debemos hacerlo sin realizar valoraciones acerca de la bondad de esos proyectos, de su habilidad para llevarlos adelante, de su capacidad para darse cuenta de la emergencia de otros intereses, de la atención al bienestar de otros grupos sociales, y en particular de los grupos populares.

En esta conferencia se me ha encomendado que preste atención  a una de las corporaciones técnicas que más eficazmente auxiliaron al gobierno en tareas básicas como eran la defensa y la organización territorial. Esa es la función que realizaron los ingenieros militares durante el siglo XVIII, un cuerpo cuya actividad en las obras públicas y en las construcciones financiadas por el gobierno fue muy importante debido a la tardía creación del cuerpo de ingenieros civiles (es decir, el de ingenieros de caminos y canales creado solamente en 1799).

Teniendo en cuenta el objetivo de este curso, aludiré primeramente al patrimonio histórico que contribuyeron a construir como técnicos de las obras públicas al servicio del Estado, y luego al patrimonio bibliográfico, cartográfico y documental relacionado con los ingenieros militares. La conferencia acabará con unas referencias al posible uso didáctico de esta información.

La necesidad de técnicos eficaces para el gobierno y el fomento de la monarquía.

Desde la formación de las primeras estructuras políticas resulta claro que un reino o un país no puede gobernarse sin el apoyo de la ciencia y de la técnica. Por ello, desde la Antigüedad poder y ciencia han estado estrechamente unidos. Lo que con frecuencia en esos tiempos lejanos significaba al mismo tiempo la unión del poder y el templo, ya que los sacerdotes fueron en un primer momento (como muestra el caso de Egipto) los que lograron acumular conocimientos astronómicos y geográficos necesarios para un cierto control de los cursos fluviales. Y también, como es lógico, la unión del poder y las estructuras militares, que eran esenciales para la defensa del territorio y la conquista de nuevos recursos, es decir de nuevas tierras y pueblos.

Ningún poder imperial ha podido ejercerse sin la ciencia. Naturalmente, tampoco escapa a ello el imperio hispano, y los estudios de historia de la ciencia que se han realizado en los últimos decenios han permitido descubrir un desarrollo científico hispano mayor de lo que tradicionalmente se pensaba. La reciente publicación de la Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla, dirigida por Luis García Ballester, José María López Piñero y José Luis Peset, proporciona un buen panorama de dichos desarrollos, que tiene, entre otros, descubrimientos espectaculares como los que ha realizado Nicolás García-Tapia sobre las series de privilegios de invención (es decir, de patentes) desde el siglo XVI y los inventos de Jerónimo de Ayanz a comienzos del XVII.

Sin duda la organización de los Estados modernos se basó en el desarrollo científico y estimuló a su vez a la ciencia. El gobierno de una monarquía centralizada planteaba, en especial, numerosos problemas de organización y control. La iglesia y el ejército contribuyeron de forma importante a ese control.

En la España del siglo XVIII la iglesia seguía siendo un auxiliar esencial del poder. El Patronato Regio y el derecho de presentación era una expresión de esa alianza entre el rey y la iglesia, que iba unida a un constante flujo de dinero desde el gobierno a la Iglesia, es decir a una extracción de recursos que se destinaron al mantenimiento del estamento religioso y a la retórica de la construcción de edificios. El papel de la Iglesia, en general, y en España de la Inquisición, en particular, para el mantenimiento del orden social es suficientemente conocido, incluso en sus funciones represoras de las ideas de cambio social, como para que necesitemos detenernos en ello.

La jerarquía religiosa y el personal del clero regular y secular fueron sin duda auxiliares esenciales de la Monarquía. Su papel en la organización del sistema de enseñanza, desde el nivel superior al básico, en la justificación institucional y en la represión ideológica son bien conocidos. También en las tareas de gobierno, como lo muestran tantos casos de obispos y otras dignidades eclesiásticas que desempeñaron funciones de virreyes y gobernadores. Pero igualmente fue esencial su colaboración en tareas técnicas que eran indispensables para el funcionamiento de la monarquía. Bastará para confirmarlo recordar aquí las funciones atribuidas a los jesuitas del Colegio Imperial en cosmografía y en otras tareas científicas esenciales.

La institución militar fue el otro estamento esencial para el gobierno del país. Además de las funciones propias de control y defensa del territorio, los militares actuaron con mucha frecuencia como gobernantes en los más distintos escalones, desde los superiores de virreyes y gobernadores, que eran ejercidos normalmente por representantes del estamento nobiliario superior, hasta los de intendentes y corregidores.

En la España del siglo XVIII dos grupos cuerpos militares tuvieron funciones fundamentales para el control y el gobierno del territorio, los oficiales de marina y los ingenieros militares. Fueron ellos los que realizaron lo esencial de las tareas técnicas que eran imprescindibles para dicho gobierno y para las tareas de fomento que el Estado se atribuyó.

Continuidad y ruptura en la Monarquía y en las corporaciones técnicas

Es bien conocido que la llegada de la dinastía borbónica posee elementos de continuidad y de ruptura con la dinastía anterior. Fue el último monarca de los Austrias (sin duda con el consejo y apoyo de los políticos más próximos) el que eligió a Felipe de Anjou como su sucesor, por lo que no existe en ese sentido una ruptura de la línea monárquica. Eso permite entender que una parte importante de los que ejercieron el poder en el reinado anterior y habían apoyado la decisión real continuaran teniendo influencia en el reinado posterior. Muchos de ellos eran precisamente los que habían dirigido ya el proceso de recuperación económica y cultural que se deja sentir en España a partir de los años 1680.

Pero, al mismo tiempo, es lógico que la llegada de un nuevo monarca, y todavía más tras un enfrentamiento sangriento y prolongado como el que representó la Guerra de Sucesión, supusiera también la llegada y el acceso al poder de gentes nuevas, y de nuevos proyectos políticos.

Esa situación de continuidad y ruptura se observa también en la organización del Real Cuerpo de Ingenieros de los Ejércitos y Plazas. Cuando en 1711 se funda ese nuevo cuerpo, tanto los elementos de continuidad como los de ruptura están ya bien presentes.

Ante todo la continuidad. El cuerpo de ingenieros militares continúa de alguna manera una larga tradición de ingeniería militar en la Monarquía Hispana, que se remonta al siglo XVI. Existía, en efecto una continuidad en la creación de centros de estudios para la formación de los técnicos que se requerían para la formación de ingenieros y artilleros. La historia de esos centros (la Academia de Matemáticas de Felipe II, la Academia de Matemáticas dirigida por Julián Firrufino, y luego por su hijo Julio César, a las órdenes del capitán general de la Artillería, y que perduró hasta 1697, en que se acordó trasladarla a Barcelona, la Academia de Milán, entre otras) ha sido ya contada repetidas veces y no es necesario repetirla aquí[2].

Uno de esas instituciones, la Academia de Bruselas, se convirtió en un centro de gran importancia, por el papel de su director Sebastián Fernández de Medrano[3].  Cuando en la guerra de Sucesión se necesitaran ingenieros en las campañas militares los ingenieros formados en ese centro y que habían actuado en las campañas de Flandes, se trasladarían a la Península, una vez perdido aquel territorio.

Cuando se creó el cuerpo en 1711 el núcleo inicial de ingenieros estuvo constituido por los procedentes de la Academia de Bruselas. Ante todo Jorge Próspero de Verboom hijo del Ingeniero Mayor Cornelio Verboom y discípulo de Sebastián Fernández de Medrano, con el que había colaborado en la Academia. Y también un grupo de ingenieros que pasarían a tener funciones relevantes en el Cuerpo[4].

También hay continuidad en ciertos aspectos institucionales y docentes. Sin duda el modelo de Bruselas estaba presente en las primeras etapas de la creación de la Academia de Barcelona. Y también la hubo con la incorporación de ingenieros españoles que habían actuado en el periodo anterior.

Pero al mismo tiempo existen elementos de ruptura, claramente vinculados a la nueva dinastía. La primera de ella, la incorporación de ingenieros franceses que habían venido a apoyar a Felipe de Anjou en su lucha por la corona, y más tarde de otros técnicos de esa nacionalidad.

Pero también en otros aspectos. La ingeniería militar francesa era muy poderosa en ese momento. Si en las guerras europeas de finales del XVII se habían enfrentado la tradición de la ingeniería hispana y la tradición francesa, el triunfo de los ejércitos de Luis XIV en los campos de batalla significaba también el triunfo de la ingeniería francesa y, más en concreto, de la figura de Vauban.

El estudio de la ingeniería militar española ha recibido recientemente variadas contribuciones que proporcionan un conocimiento cada vez mayor de su estructura institucional, de su formación y de su actividad científica y espacial. Son ya relativamente numerosos los estudios que se le han dedicado a partir de perspectivas diversas, desde las primeras historias del cuerpo realizadas ya durante el siglo XIX y  con ocasión del segundo centenario de su fundación, hasta las investigaciones que han tenido como punto de partida el estudio de las fortificaciones y las obras públicas realizadas por los ingenieros, o las que han llegado a esta corporación en el marco de investigaciones sobre los factores sociales en el desarrollo de la ciencia. Algunas de esas referencias acompañan a este artículo, entre las cuales las que se están realizando en Barcelona en relación con un programa de investigación que tiene ya casi veinticinco años de antigüedad[5]. Otros trabajos son más recientes. Por ejemplo, la Tesis doctoral de Martine Galland –Seguela, dirigida por el profesor Bernard Vincent, que se defendió en París en septiembre de 2003 y que realiza un estudio prosopográfico y social de los ingenieros militares durante el siglo XVIII.

El patrimonio y los ingenieros militares

Hablar de los ingenieros militares y el patrimonio histórico conduce a destacar, en primer lugar, su aportación al patrimonio construido como obra pública, ya esos técnicos fueron los responsables en buena parte de su diseño y construcción. Un repaso al inventario que realizamos a comienzos de la década de 1980[6] y los elaborados por Omar Moncada sobre los ingenieros de Nueva España[7] y por Maria Gloria Cano Révora sobre los que pasaron por Cádiz, permite comprobar la variedad de obras militares y civiles que fueron encargadas al cuerpo de ingenieros y que tienen a uno o varios de ellos como autores individuales de los proyectos. Pero a ello hemos de añadir que los ingenieros militares fueron agentes activos en la realización de la política de fomento de la Monarquía.

El concepto de patrimonio cultural y de patrimonio histórico se ha enriquecido en los últimos años y abarca mucho más que las construcciones monumentales. Hoy se incorporan al mismo otras construcciones más modestas que tienen algún significado histórico o paisajístico, el patrimonio histórico industrial, que está siendo estudiado y salvaguardado por el campo de la arqueología industrial, el patrimonio técnico y científico, el patrimonio bibliográfico, el patrimonio mueble y el patrimonio etnográfico, que lleva a valorar y cuidar los productos de la cultura popular y sus mismas tareas de producción.

Por esa razón, debemos dedicar también atención en esta conferencia a esas dimensiones del patrimonio producido por la corporación de los ingenieros militares. Entre el cual debe destacarse el patrimonio bibliográfico y documental, el patrimonio cartográfico y el patrimonio instrumental. Al mismo tiempo podemos dar algunas indicaciones sobre la posibilidad de utilizar todo este patrimonio en la enseñanza secundaria.

Los ingenieros y la política de fomento

El patrimonio construido por los ingenieros es, ante todo el relacionado con el sistema defensivo de la Monarquía Hispana. Lo cual significa, en primer lugar, plazas fuertes, ciudadelas, fortalezas de distinto tipo, cuarteles, polvorines y todas las construcciones esenciales o accesorias que sirven para la defensa. A ello hemos de añadir todas aquellas estructuras que son funcionales para la defensa, tales como puertos, faros, arsenales, fábricas de cañones y de pólvora, así como las vías para la circulación, que servían evidentemente para las necesidades militares.

La relación de una buena parte de esas construcciones con la política de fomento de la actividad económica es clara. Pero en el siglo XVIII lo fue mucho más porque, en ausencia de un cuerpo de ingenieros civiles, el gobierno convirtió a los ingenieros militares en los técnicos para todo lo relacionado con dicha política. Lo cual quedó claramente reconocido la ordenanza de 1718. Durante todo el Setecientos los ingenieros militares fueron los técnicos para la construcción de carreteras, canales, puertos, desarrollo de infraestructuras urbanas, manufacturas reales y otros. A todo lo cual se ha de añadir su papel en la construcción de otras estructuras de carácter civil: palacios, iglesias, etc. Toda esta actividad constructiva es habitualmente considerada en los estudios de historia del arte y de historia urbana y territorial. Pero a eso hemos de añadir el papel que desempeñaron en la organización del territorio[8].

La economía política era en el siglo XVIII la nueva ciencia de los estados y sus principios debían guiar la ordenación del territorio. Los gobernantes ilustrados pretendieron fundamentar sus proyectos de reforma en la aritmética política o en "principios geométricos y, como tales, sólidos e infalibles", en expresión usada por el marqués de Pombal ante el rey de Portugal José I en 1750[9]. Cuando a fines del siglo XVIII  Alejandro Malaspina aborde la realización de su viaje, será la física de la monarquía lo que pretenderá elaborar. Como ha mostrado de forma magistral Juan Pimentel, los Axiomas políticos sobre la América escritos por el marino "no eran otra cosa que los principios matemáticos del movimiento político de la Monarquía, las leyes de esa filosofía natural (física) del Imperio"[10].

Principios fundamentales de la política económica ilustrada eran la población, que debía ser abundante y trabajadora. Para ello también se necesitaban comunicaciones, y desde luego, agricultura y manufacturas. De todo eso habla la ordenanza de 1718 cuando asigna a los ingenieros militares sus funciones como técnicos de la Monarquía.

Las ordenanzas eran en el ejército un instrumento para implantar el orden en la corporación militar, y en sus realizaciones prácticas. De igual manera, para implantar el orden en el Estado, lo cual remitía a las nociones de armonía, claridad y elegancia. También ello se buscará en el territorio, como muestran los debates que existieron acerca del diseño de la red de carreteras[11].

En el siglo XVIII ha cambiado la complejidad de la vida económica, que ahora es mucho mayor y exige una activa regulación.

En la época clásica la necesidad de la relación de la polis con todos los puntos del territorio circundante estaba bien clara para los políticos, tal como aparece en Aristóteles. En la Política, la comunicación, la accesibilidad y el comercio se ven como factores básicos de desarrollo urbano, y la ciudad debe tener también en lo posible condiciones para el autoabastecimiento. De hecho los problemas espaciales consistían primariamente en organizar un área de aprovisionamiento de la ciudad, tanto mayor cuanto mayor era ésta; desde el alfoz o municipio, para la ciudad pequeña o media, al vasto imperio para una gran capital como Roma o Constantinopla.

Pero en la Edad moderna se organiza el Estado. Y éste y la iniciativa privada tienen la oportunidad de intervenir activamente sobre el territorio en todas sus dimensiones. Sobre el papel de la iniciativa privada no hay más que recordar el que ésta tuvo en las capitulaciones para el descubrimiento y conquista de América, y la dimensión económica que dichos documentos poseen.

En todo caso, durante la edad moderna los supuestos de la organización del Estado son cada vez más claramente económicos, y tienden a promover la riqueza, con una visión integrada de las diversas variables económicas. El debate de los arbitristas, por ejemplo, es un buen reflejo de la complejidad de las medidas económicas que se discuten. Y en el siglo XVIII son también buen reflejo de ello los cuadros o estados generales y particulares que se elaboran, y el desarrollo de la economía política y de la estadística, cuestiones todas a las que dedicaron amplia atención los ingenieros militares

La nueva actitud se refleja claramente en los proyectos de desarrollo regional que se abordaron. Así puede denominarse a la creación de las "Nuevas poblaciones de Andalucía" en las que la implantación de los núcleos de poblamiento se realiza con una clara jerarquización y funciones diversas y va unida a la colonización, reparto de tierras, ordenanza de población y construcción de caminos. Toda una larga experiencia de actuación espacial, desde la repoblación en la edad media hasta la intervención en América va cristalizando ahora en una visión estructurante con atención a los nodos y a los flujos.

La estructura de redes se ha considerado una característica esencial de la organización territorial en la época contemporánea; pero esto pone sus cimientos en el siglo XVIII. Los sistemas urbanos, que hasta entonces era simplemente nodos, se integran en redes. Los flujos se multiplican, y se regularizan: se organizan redes de postas, sistemas de correos, redes de información regular a través de la prensa, movimiento comercial cada vez más intenso con la apertura de nuevos puertos al comercio ultramarino.

La necesidad y la utilidad de los intercambios son percibidas una y otra vez en las descripciones del territorio realizadas por los ingenieros, y en relación con ello insisten en la necesidad de las comunicaciones. Comunicaciones que han de servir, desde luego, para el movimiento de las tropas y para atender a las necesidades militares. Pero que son igualmente útiles para el fomento de la nación. La naturaleza debe transformarse con el arte en beneficio de la felicidad humana.

A mediados del siglo XVIII existían diferentes modelos económicos. En España y Francia había una tradición de intervención gubernamental en la política económica, al igual que en otras esferas de la actividad. En Gran Bretaña empezaba a dominar, en cambio, el liberalismo económico. Los testimonios de los viajeros ingleses en España se hacen eco de esos debates[12]. Sin duda los ingenieros militares estaban influidos por este ambiente intelectual y participaron activamente en la puesta a punto de las políticas de fomento correspondientes, aunque todavía necesitamos más estudios sobre ello.

Tenemos interés en estudiar la producción intelectual de los ingenieros militares del Setecientos para ver qué dicen sobre el comercio, sobre si debe realizarse sin trabas o debe ser protegido. También si hablan de los obstáculos gremiales, de las aduanas, del tráfico, de la riqueza de los reinos y regiones. Podemos formular la hipótesis de que tomaron posición clara o implícita sobre todo ello. Sabemos que lo hicieron con relación a algunas cuestiones; por ejemplo, respecto al tema del regadío, como muestra el Discurso político sobre el regadío que elaboró Fernando de Ulloa, o la participación de algunos ingenieros en los proyectos de trasvase de aguas desde la cuenca del Guadalquivir a la cuenca del Segura[13].

Los ingenieros eran gentes vinculadas a su época. Y con relaciones sociales. Algunos llegaron a virreyes y gobernadores, otros a intendentes y corregidores, y muchos se vinculaban a la sociedad de la región en que servían a través de matrimonios, además de pertenecer a Sociedades Económicas, y de tener relaciones con los contratistas de las obras. Todo ello les hacía muy permeables a las ideas de la época. Y es seguro que podemos encontrar en su pensamiento el reflejo de los debates intelectuales de la Ilustración.

La eficacia de la formación recibida en la academia de Barcelona es innegable. En una frase que se escribe en el programa de Lucuce se dice que el ingeniero aprenderá a "transformar con el arte los defectos de la naturaleza". Pues bien, esa idea de origen aristotélico y difundida luego por otros autores clásicos, entre los cuales Vitrubio, aparece luego repetida por los ingenieros. Es lo que, por ejemplo, reiteró el ingeniero Thomas Pascual de Maupoey en un informe al gobierno escrito en 1806: "nunca es la naturaleza tan pródiga que no deje algunos huecos en que el arte debe socorrerle".

Entre esos huecos a los que el arte del ingeniero podía atender se encuentra todo lo referente a la defensa de las ciudades, a las facilidades para la navegación (desde puertos a faros), al estímulo del movimiento (con la construcción de carreteras y puentes), al abrigo de las personas y de la actividad económica (desde cuarteles y viviendas a fábricas).
 En lo que se refiere a la actividad manufacturera y fabril, aunque lo más característico de la época preindustrial fue la casa artesana -a la vez vivienda del maestro y de los oficiales y aprendices, taller de trabajo, almacén y lugar de venta de los productos- existieron también grandes estructuras manufactureras, en relación con puertos, y con la industria militar. Entre ellas astilleros, fábricas de cañones, de pólvora, de fusiles También estructuras constructivas para otras actividades productivas en las que intervenía la acción gubernamental, como las manufacturas reales y las fábricas de tabacos. En ese contexto se ha de situar la participación de los ingenieros militares en la construcción de grandes edificios industriales de iniciativa gubernamental. Existe ya toda una larga línea de investigaciones sobre estas construcciones, muchas de ellas de carácter monumental, por lo que no es necesario detenerse ahora en ello[14]

También participaron en la transformación del paisaje económico de la minería. Era una actividad económica esencial y tenía una estructura típica, con los pozos de minas, las escombreras, las instalaciones para el tratamiento del mineral. Algunos ingenieros estuvieron directamente involucrados en esta actividad, realizando informes sobre ella y contribuyeron a la construcción de edificios que eran necesarios. Entre los cuales podemos citar a Carlos Beranger, el cual sería gobernador de la mina de Huancavelica durante el gobierno del virrey Amat en Perú, y realizó propuestas divergentes de las que había efectuado Antonio de Ulloa[15].

En conjunto, el balance de la actividad de los miembros del cuerpo de ingenieros militares es verdaderamente impresionante, y pocos ramos de la política de fomento de la monarquía les fueron ajenos. Participaron en el diseño y construcción de la red de carreteras, lo que supone calzadas, puentes y accesos a los puertos más importantes como el de Navacerrada o el del Escudo. En el diseño y puesta en marcha de la política hidráulica, con la dirección de los más importantes canales (Imperial de Aragón, de Castilla, del Castril y Guardal, de Guadarrama), y de las presas que a veces les acompañaban[16], en proyectos de colonización, como el de la ría de Betanzos. Pero también en el diseño y construcción de hospitales, de centros de enseñanza, aduanas, expansiones urbanas, ciudades nuevas en todos los territorios del imperio.

El patrimonio construido y la enseñanza

Valorar los restos de la actuación de los ingenieros militares supone inventario e interpretación de los mismos y de su significado. Tanto desde el punto de vista del turismo cultural como desde el educativo son muchas las posibilidades que aparecen, desde la de elaborar guías didácticas hasta la elaboración de maquetas o a la colaboración en tareas de conservación. El estudio de la producción de los ingenieros puede ser uno de los procedimientos  para mejorar el conocimiento cartográfico y estimular el científico y técnico en general.

En la edad moderna los avances de la artillería y la fortificación están profundamente imbricados con el desarrollo de la ciencia y de la técnica. Se suscitaron problemas matemáticos de las enfiladas que están en el origen del sistema abaluartado, problemas constructivos (cimientos bóvedas...), cuestiones referentes a la organización de los métodos de trabajo. Todos estos problemas pueden ser hoy abordados utilizando la bibliografía producida por los ingenieros y en especial las láminas de libros de fortificación (de Belidor, Fernández de Medrano, Lucuce..). A partir de ellas es posible reconstruir los sistemas de trabajo que se seguían y pasar de la obra a la dimensión técnica y social de la construcción de fortalezas.  Problema de costes, de gestión de la mano de obra, de los constructores, contratos, acuerdos y negociaciones. Se trata de diferentes vías que pueden contribuir a la valoración del patrimonio histórico.

La puesta a punto de sistemas defensivos y la construcción de las obras públicas nos llevan también a los esfuerzos y los sufrimientos de los hombres que estuvieron involucrados en todo ello. Desde los obreros que los construyeron (a veces forzados y reclusos) a los que murieron en las guerras en que las murallas eran un elemento esencial del combate.

Una parte del patrimonio histórico de los ingenieros ha desaparecido. Durante el siglo XIX las murallas que habían dado seguridad a las ciudades pasaron a ser percibidos como dogales que les impedían el crecimiento. Los sistemas defensivos con amplias murallas, fosos, hornabeques, revellines, y zonas polémicas pasaron a estar obsoletos. La destrucción de dichos sistemas, y en particular de las murallas se convirtió en una aspiración general, especialmente de las más dinámicas. A lo que se unían también motivos políticos, ya que la existencia de murallas implica el predominio del poder militar sobre la ciudad; y las ciudadelas, en particular, podían ser percibidas en ocasiones como un símbolo de la opresión.

Todo ello tiene que ver también con este patrimonio. Hay que entender no solo la lógica de su construcción, sino asimismo la de su destrucción total o parcial y, eventualmente, la de su conservación. Los debates sobre la destrucción de las murallas en las ciudades españolas y europeas en general se ven afectados por numerosas dimensiones, desde ideológicas y simbólicas a las estrictamente económicas, así como a consideraciones higiénicas, que conviene valorar.  Todo ello nos lleva al dinamismo de las ciudades en periodos diferentes, y contribuye a llenar de significado las estructuras que se conservan.

Finalmente es necesario hablar de las posibilidades que hoy ofrece el turismo cultural. Cada vez se pone mayor énfasis en las posibilidades económicas que posee. La singularidad y los aspectos específicos de cada ciudad se valoran cada vez más, y se pone precio al uso de los equipamientos turísticos. En ese contexto, el patrimonio de los sistemas defensivos ha de valorarse. Algunos han servido de forma decisiva para convertir a una ciudad patrimonio de la humanidad, como ha sucedido recientemente con el magnífico conjunto amurallado renacentista de Ibiza, siempre presente en el paisaje de esta ciudad, y muy bien valorado hoy por un Plan director dirigido por el arquitecto Fernando Cobos y en el que han participado también historiadores como Alicia Cámara.

El patrimonio bibliográfico y documental

La toma de conciencia del valor del patrimonio bibliográfico y documental y la aparición de medidas legales protectoras está permitiendo salvar todo una parte de nuestro patrimonio que estaba siendo gravemente esquilamado.

La atención a los documentos y a los libros ha aumentado en las últimas décadas con la creación de archivos y bibliotecas; aunque es tal la riqueza existente que siempre quedan fondos sin la suficiente protección.

En lo que se refiere al patrimonio bibliográfico de los ingenieros hemos de considerar, todos los libros y apuntes manuscritos utilizados por la corporación durante la etapa de su formación y en su actividad profesional.

Durante sus estudios en la Academia de Barcelona los cadetes tomaban cuidadosamente los apuntes de clase, según estaba establecido en las ordenanzas. Se trata de un método de origen medieval, que tenía como finalidad el control de las enseñanzas en el doble sentido de evitar la difusión de los conocimientos fuera del grupo y controlar los progresos de los alumnos.

Los apuntes manuscritos que se han conservado constituyen un indicador muy importante del desarrollo de las enseñanzas. A través de ellos podemos tener una idea clara del contenido de los cursos impartidos por los profesores en lo que se refiere a todas las materias del curso matemático, desde la fortificación, a la cosmografía[17]. En general estos cursos eran tomados de forma prácticamente literal, en apuntes controlados por los profesores, lo que permite llevar la atención hacia la forma de transmisión del conocimiento en la época y la formación de técnicos en la época preindustrial.

Para la preparación de sus cursos y para los estudios en la Academia los profesores y alumnos podían utilizar también libros de la biblioteca de dicho centro, al igual que sucedía en los otros, más reducidos, existentes en Orán y Ceuta para la formación de los ingenieros militares. En algunos momentos se realizó un esfuerzo considerable para dotar a los centros militares de obras científicas. Especialmente fue importante el esfuerzo para dotar a la Sociedad Militar de Matemáticas, cuyos fondos tras su disolución pasaron a las Academias de Barcelona y Cádiz. La biblioteca del castillo de Montjuic conserva todavía una buena colección de obras, entre las cuales libros de Newton, Wolf, Bernouilli y otros. Algunos de ellos sabemos que habían sido utilizados por los profesores, como muestra un ejemplar de la Nouvelle Mecanique de Varignon, en cuyo interior se conserva un apunte de Pedro de Lucuce.

Los tratados de ingeniería militar son muy valiosos por la cantidad de informaciones que facilitan sobre aspectos constructivos de gran interés. Algunos trabajos recientes lo han puesto de manifiesto de forma convincente[18]. Abordan el problema de las cimentaciones, para lo que se proponen diferentes soluciones en relación con los tipos de terreno, la construcción de arcos y bóvedas, que suponen problemas matemáticos complejos, la maquinaria y las herramientas a utilizar según los tipos de trabajos, las obras hidráulicas complementarias, la organización del conjunto de los trabajos, el coste de los sistemas defensivos propuestos, y el tiempo necesario para la construcción; en ocasiones se propone una especie de "programa de obras". Todos estas cuestiones son planteadas en tratados españoles como los de Fernández de Medrano, y en otros extranjeros que circularon ampliamente en España, como el de Belidor[19].

A ello hemos de añadir los libros utilizados por los ingenieros en el ejercicio de su profesión. El estudio de las bibliotecas de los ingenieros tiene un gran interés, y los inventarios que se poseen muestran una presencia amplia de obras científicas y técnicas, pero también de literatura y otras materias[20]. Toda esta información nos permite plantear el problema de la difusión de la ciencia en la España del XVIII, un aspecto al que se presta hoy creciente atención[21].

Permite también comprobar las limitaciones del desarrollo científico español. El mantenimiento del sistema de apuntes significa un atraso considerable. El contenido de las enseñanzas que se impartían todavía en la década de 1770 era impropio de los avances de la ciencia europea de la época. Aunque se publicaron algunos tratados elaborados por autores españoles, como por ejemplo Lucuce, fueron insuficientes. La incapacidad del cuerpo de ingenieros militares españoles para elaborar y publicar textos propios, a pesar de las demandas de los ingenieros más jóvenes, es también una grave síntoma. Y a finales del siglo XVIII todavía había dificultades para leer con entera libertad debido a la vigilancia de la inquisición, y solo los profesores estaban autorizados a hacerlo. Todo lo cual nos puede hacer reflexionar sobre las limitaciones a la práctica de la ciencia y del libre pensamiento en la España del siglo XVIII, en la época de la Ilustración.

El patrimonio cartográfico

Una faceta importante de la actividad de los ingenieros militares fue la realización de mapas y de planos. Esa tarea aparece asignada explícitamente en las ordenanzas de 1718 y constituía un aspecto esencial de su trabajo. Lo cual es importante en cualquier caso, pero lo es todavía más en el panorama de la cartografía española del siglo XVIII, con numerosas limitaciones.

El trabajo cartográfico del ingeniero se realiza a diferentes escalas, desde los reconocimientos territoriales con vistas a la realización de canales o carreteras a la ciudad y su entorno y los edificios concretos que construía. Con el lenguaje de la época podemos decir que realizaba mapas geográficos, corográficos y topográficos.

La escala regional o corográfica era la más utilizada para una visión general del territorio, indispensable para situar luego las infraestructuras militares o civiles que había de diseñar. De esa escala son, por ejemplo, los mapas que se realizaban para el trazado de canales, como los que levantó Verboom en sus reconocimientos para el canal del Castril y el Guardal, los que se dibujaron para el canal de Castilla o los del canal de Guadarrama dibujados por los Lemaur. Algunos en funciones específicas podían llegar a convertirse en buenos geógrafos y cartógrafos. Es el caso de Félix de Azara, ingeniero militar convertido en capitán de navío para formar parte de la Comisión de Límites entre España y Portugal en América.

A través del mapa el ingeniero –y el poder del que es agente- tienen una visión de conjunto del territorio, a partir de la cual diseña los equipamientos a realizar (carreteras, puentes, canales, ciudades...)

La escala topográfica era la más detallada, correspondiente al mapa de una ciudad y sus alrededores para el trazado de una muralla y el control de la zona polémica. El ingeniero reconoce el terreno y trabaja con mapas. Levanta la carta del territorio ateniéndose a las instrucciones precisas que se dan en las ordenanzas. Sus estudios en la Academia de Matemáticas le permitían dominar el arte de construir cartas, así como el dibujo y lavado de planos. Su pericia podía llegar a ser muy grande como muestran los millares de mapas y planos que dibujaron, y que se conservan en numerosos archivos[22]. Su trabajo era duro y prolongado; primero realizaban los levantamientos sobre el terreno, luego el dibujo y posteriormente las copias necesarias para las diversas fases de la construcción. Se trata de fases diferenciadas en las que podían intervenir distintos ingenieros.

El mapa ha de reflejar bien el territorio, con lo que existe en él. Lo hace de forma abstracta, pero también mediante una representación fiel a la manera de una fotografía, que es a la vez selectiva. El terreno físico domina. Durante el siglo XVIII se va experimentando con métodos diversos para la representación del relieve, y a fines del siglo aparecen ya las curvas de nivel. La red fluvial también es indispensable, y a veces domina. Otras son en cambio las estructuras construidas las que resaltan en la representación. En todo caso, los mapas y planos de los ingenieros impresionan por su sobriedad y pertinencia. No hay en ellos nada gratuito. Las informaciones que se incluyen tienen un sentido y utilidad muy precisos. Las líneas son nítidas, los colores limpios y distintos, la simbología precisa y claramente establecida por las ordenanzas. Ninguna concesión a la emoción, a lo pintoresco. Solo en algunos casos, las cartelas ornamentadas y simbólicas aluden a la grandeza de la Monarquía. A veces puede distinguirse la personalidad del autor, aunque en general es el cuerpo quien realiza la obra. Estamos en el reino de la razón. Los colores están muy sabiamente utilizados y reglados por estrictas convenciones. Antoine Picón ha escrito que "la cartografía del Siglo de las Luces vacila constantemente entre la necesidad de las convenciones y el deseo de imitar la naturaleza", a la vez que constituye el instrumento privilegiado para expresar la diversidad territorial[23].

En los planos son los detalles los que dominan. Las escalas son también diversas, desde los planos de ciudades, a los edificios concretos y los informes sobre el avance de su construcción, elaborados para que las autoridades superiores estén al corriente de la marcha de los trabajos. La precisión de los planos seriados nos ofrece la posibilidad de escanearlos y hacer modelos de ordenador sobre la realización de la obra pública en el siglo XVIII.

A partir de sus levantamientos cartográficos los ingenieros construían a veces maquetas. La función de éstas era múltiple

El príncipe quería tener una representación gráfica y material de sus dominios. Felipe II apoyó la publicación del Theatrum Orbis Terrarum de Ortelius, hizo dibujar las ciudades de sus dominios a Anton van Wingaerde, encargó a Tuburcio Spanocchi el dibujo de las costas del imperio, al igual que más tarde haría Felipe III con un encargo similar a Juan Bautista Labanha. También se preocuparon de tener maquetas de sus fortalezas y ciudades en el Escorial. Durante el siglo XVII fueron muchos los monarcas que hicieron algo similar y las maquetas se convirtieron en un elemento apreciado para la representación física del territorio y de las obras construidas. Con ellas también los militares podían ejercitar sus reflexiones de táctica y estrategia. Todas esos usos representativos y funcionales tenía, por ejemplo, la colección de plans reliefs reunida por los reyes franceses y conservada en los Inválidos de París.

De manera similar en la España del siglo XVIII la construcción de maquetas de ciudades y plazas fuertes fue también una actividad de los ingenieros militares[24]. Las maquetas de Cádiz y de Madrid, entre otras, son estructuras de una gran calidad y que permiten hoy reconstrucciones virtuales de gran interés, como ya se empiezan a hacer.

Los ingenieros utilizaron un instrumental técnico que era indispensable para los levantamientos cartográficos y mediciones en las obras. Su utilización era objeto de enseñanza en la Academia de Matemáticas, y exigía de conocimientos precisos y un manejo diestro, ya que los resultados habían de ser compartidos. El uso de instrumentos científicos para la observación y la realización de experimentos va unido en el siglo XVIII al establecimiento de redes y programas de trabajo con participantes que han de acordar los procedimientos para tener seguridad en los resultados. Lo cual llevó a la necesidad de codificar las prácticas y los procedimientos de utilización. También al conocimiento de las posibilidades reales que ofrecían los instrumentos, de las deformaciones que podían introducir, y de la misma capacidad de observador para emplearlos diestramente. Como se ha destacado en un trabajo reciente[25], con todo ello se introdujo en la práctica científica del siglo XVIII  el problema de los valores, es decir de la economía moral.

El patrimonio documental e instrumental

El ingeniero realizó también multitud de informes y descripciones territoriales, como parte de su trabajo. Todo ello constituye igualmente de un patrimonio documental de gran valor, que vale la pena conocer.

Lo interesante es ver como se combina en esos informes la cartografía, la estadística y el análisis descriptivo geográfico e histórico. Son muy numerosas las producciones de los ingenieros militares que podrían aducirse como ejemplo de una nueva forma de mirar y analizar el territorio. Desde la elaboración de cuidadosos cuadros estadísticos, a la descripción especializada (histórica, militar, etnográfica) y a la descripción sintética de toda una región. Con mucha frecuencia mapas, cuadros y descripciones están íntimamente relacionados, pero otras son autónomos, según el objetivo del informe. Unas veces es la descripción la que exige un cuadro numérico [26]y otras es, al contrario, el cuadro estadístico el que exige la explicación detallada.

Los ingenieros militares realizaron descripciones territoriales que son ejemplos admirables de estudio corográfico y que por las propuestas económicas que incluyen se han podido considerar como precedentes claros de la geografía aplicada. Así lo hizo M. Phlipponneau con referencia a la obra de Vauban, al que consideró el primero en poner las investigaciones geográficas al servicio de la acción de forma sistemática, elaborando programas de investigación territorial e interrogatorios al servicio del desarrollo económico de diversos territorios franceses[27]. En España, donde la tradición de los interrogatorios geográficos tenía ya dos siglos de existencia y donde la ordenanza de 1718 atribuía a los ingenieros funciones claras en la política de fomento, podemos encontrar centenares de informes que tienen un elevado valor en ese sentido.

Las descripciones territoriales eran imprescindibles para su trabajo militar, ya que como escribía Tomás Pascual de Maupoey siempre se necesitaba "conocimiento y noticias de la provincia que se ha de defender"[28]. Pero también elaboraron informes sobre la red de carreteras, sobre la política de regadíos, sobre las manufacturas, sobre la población y los recursos productivos en general así como sobre aspectos muy variados del desarrollo económico. El valor de ese patrimonio documental es enorme. No solo porque presentan el estado de un territorio o ciudad en un momento dado del siglo XVIII, sino también por su interés para la historia del pensamiento, ya que muestran los conocimientos que se tenían, los sesgos en la selección de los datos, en las interpretaciones que se realizaban[29].

Conclusión

El patrimonio construido procedente de la actividad de los ingenieros militares del siglo XVIII posee un gran interés y debe ser conocido y valorado. Los restos materiales de la ingeniería son valiosos para la memoria histórica. A través de ellos podemos obtener conocimientos sobre las estrategias espaciales de la monarquía y sobre la difusión de las técnicas constructivas.

Debe prestarse atención, igualmente, al patrimonio mueble. En esta conferencia se ha puesto énfasis en el patrimonio bibliográfico, cartográfico, documental e instrumental. El énfasis en esta dimensión del patrimonio tiene gran interés en sí mismo, ya que contribuye a dar mayor riqueza y diversidad a este concepto. Si hasta hace poco el valor artístico de los edificios había sido esencial para la defensa del patrimonio histórico, más recientemente se ha extendido una sensibilidad hacia otras dimensiones del mismo, extendiéndose al patrimonio cultural, económico y etnográfico. Pero hace falta insistir también en la importancia de ese patrimonio bibliográfico, documental e instrumental, que a veces no se valora suficientemente y que puede perderse.

Debe insistirse en el interés de esos materiales para la enseñanza secundaria y en las posibilidades que ofrecen para una enseñanza activa basada en ellos. El énfasis en este patrimonio permite pensar en utilizarlo para una enseñanza integrada interdisciplinaria. Matemáticas, física, historia social, historia de la ciencia y de la técnica, historia del arte, geografía, urbanismo, sociología, economía pueden fácilmente integrarse con la utilización de los materiales a los que me he ido refiriendo.

Se puede hacer ejercicios de matemáticas a partir de los tratados de fortificación, a partir de los planos y a partir de las construcciones. Se puede también estudiar el Curso Matemático impartido a los ingenieros y debatir el estado de las matemáticas de la época. Incluso filósofos y profesores de ciencias naturales podrían aprovechar el patrimonio documental generado por los ingenieros militares si tenemos en cuenta que algunos de ellos se convirtieron en filósofos de la naturaleza y en naturalistas, y que algunos de los debates en que intervinieron los ingenieros militares son debates de gran significación en el pensamiento de la Ilustración.

El ingeniero utilizaba gran número de instrumentos matemáticos para los levantamientos y para el diseño de mapas y planos. Estos instrumentos están descritos en las obras de matemáticas y se publicaron también obras específicas dedicadas a ellos. Nos sitúan directamente ante el trabajo científico y técnico que se realizaba en el pasado. En estos momentos en que ya no se usa ni siquiera la regla de cálculo, hasta hace poco un instrumento indispensable a cualquier arquitecto o ingeniero, y en que los ordenadores de tamaño diversos nos permiten realizar en segundos operaciones que antes requerían a miles de calculistas, el conocimiento y uso de los antiguos instrumentos matemáticos puede ser de gran interés desde el punto de vista pedagógico y para que los estudiantes se den cuenta de las condiciones del trabajo científico en el pasado y en la actualidad.

Finalmente, el conocimiento de la historia del cuerpo y su significado histórico en la España del siglo XVIII es importante para interpretar correctamente el trabajo de sus componentes. No es posible comprender dicho trabajo teniendo en cuenta solamente a los individuos aislados, sino que es necesario partir siempre de la formación que recibieron y de las normas que interiorizaron durante su periodo de estudios y con la incorporación al cuerpo. La estructura corporativa afectó profundamente al trabajo individual que efectuaron. Cuestiones sobre las posibilidades de producir innovación en una estructura social de ese tipo y sobre la aportación de cada individuo pueden también discutirse con referencia a este cuerpo.
 

Notas

[1]Este texto fue redactado para el curso sobre "El Patrimonio Nacional: una fuente de conocimiento para la Historia de España", organizado en Santander por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y celebrado durante los días 8 a 12 de septiembre de 2003. El texto fue entregado a los organizadores en esas fechas, y se encuentra desde entonces, según parece, en curso de edición por la Dirección General de Bellas Artes, Madrid. Ante la inseguridad de dicha publicación, se pone a disposición de los lectores de Scripta Vetera (Nota de fecha 20 de septiembre de 2005).
 
[2] Puede verse un resumen en Capel, Sánchez y Moncada, p. 96 y ss.
 
[3] Sobre él Capel 1981.
 
[4] Muñoz Corbalán (1993) ha logrado reconstruir muy bien la continuidad entre la Academia de Bruselas y su sucesora en Barcelona.
 
[5] Nos referimos a trabajos como Capel y otros 1983, Capel, Sánchez y Moncada 1988, Sánchez Pérez 1987 y 1989; y otros que se citan parcialmente en la bibliografía. Una información y comentario de algunos otros trabajos de las dos últimas décadas en Capel 1997.
 
[6] Capel y otros 1983.
 
[7] Moncada 1993 y Cano Révora 1994.
 
[8] Algunos estudios sobre estos temas pueden ser los de Sambricio 1991, Capel 1991, Casals y Capel 2002, León García 2002, Muñoz Corbalán 1990, 1992, y 1994.
 
[9] Citada y estudiada por Lía Osorio en su Tesis doctoral, 1989, p. 76.
 
[10] Pimentel 1998, p. 16, cursivas en el original.
 
[11] Sobre ello Capel y Casals 2002, y Casals y Capel 2002.
 
[12] Como ha mostrado la Tesis de Consol Freixa, 1993.
 
[13] Capel 2001 y 2002.
 
[14] Podemos citar, entre otros, los trabajos de Aurora Rabanal Yus 1990, y los de Antonio Bonet Correa, entre los cuales Bonet 2003
 
[15] Navarro 1996 y 1997
 
[16] Una bibliografía sobre ello en Capel 1997.
 
[17] El manuscrito del tratado de fortificación del curso de Mateo Calabro ha sido publicado por Fernando R. de la Flor. Por nuestra parte, hemos realizado la edición electrónica y el estudio del tratado VI correspondiente a la Cosmografía del Curso Matemático de Pedro de Lucuce.
 
[18] Entre ellos, el de Jorge Galindo 2000.
 
[19] En este último aparecen excelentes ilustraciones de construcciones en tierra firme y en agua con instrumentos diversos, al igual que en el de Claude Masse Place que l'on bati avec desseins de fours a chaux, Paris, hacia 1730, reproducido en Capel, Sánchez y Moncada 1988, p. 78.
 
[20] Véase sobre ello Capel 1990 y Muñoz Corbalán 1995.
 
[21] Por ejemplo, en Lafuente y Valverde 2003, y en Valverde, 2003.
 
[22] Esencialmente en el Servicio Histórico Militar, Madrid, en el Servicio Geográfico del Ejército, Madrid, en los archivos de Simancas e Indias, pero también en las Comandancias de Ingenieros de las diferentes Capitanías Generales y Gobiernos Militares, y en los archivos nacionales de los países hispanoamericanos; sobre los planos de ingenieros militares conservados en los archivos franceses, Bonet 1991.
 
[23] Picon 1988, p. 202.
 
[24] Muñoz Corbalán 1995 y 1998.
 
[25] Valverde 2003.
 
[26] Como ocurre en el informe de Maupoey sobre Asturias, en 1806, editado por E. Cartañá 2003.
 
[27] Phlipponneau 1960, p. 20-22.
 
[28] Informe de Maupoey, en Cartañá, Biblio 3W, 2003
 
[29] En la revista electrónica Biblio 3W, de la Universidad de Barcelona, se están publicando una selección de estos informes y descripciones realizados por ingenieros militares españoles durante el Setecientos; a título de ejemplo pueden citarse los que han editado Mercedes Arroyo, Elisenda Cartañá, Cristina Hevilla, Marc Lloret y Omar Moncada, citados en la bibliografía de este artículo.

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