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Scripta Vetera

EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES

Universidad de Barcelona
ISSN: 1578-0015

EL PROCESO DE ELECTRIFICACIÓN EN CATALUÑA (1881-2000)

Luis Urteaga
Departament de Geografia Humana. Universitat de Barcelona.
urteaga@ub.edu

[Publicado en Salvador Tarragó (ed): Obras Públicas en Cataluña. Presente, pasado y futuro. Barcelona, Real Academia de Ingeniería, 2003, págs. 355-376] [ISBN: 84-95662-18-3]
 


Las revolucionarias aplicaciones de la energía eléctrica al alumbrado, al transporte y a la industria, desarrolladas en el último tercio del siglo XIX, marcaron el inicio de una nueva era tecnológica: la era de la electricidad. La adopción de la tecnología eléctrica desempeñó un decisivo papel en la modernización de todas las sociedades industriales. Para aquellos países que disponían de una sólida tradición fabril, pero contaban con tan sólo una mediocre dotación de recursos fósiles, la electrificación iba a tener un carácter particularmente liberador. Este es precisamente el caso de Cataluña.

A lo largo de todo el siglo XX la electricidad ha sido uno de los sectores básicos del sistema energético, y un auténtico pilar de la industrialización moderna. La producción de energía eléctrica ha paliado la crónica dependencia energética de la economía catalana al permitir un mejor aprovechamiento de los recursos locales: primero de los recursos hidráulicos y el carbón, y más recientemente, aunque en proporciones todavía modestas, de la biomasa y la fuerza del viento. La progresiva diversificación de los sistemas de generación ha hecho más eficaz el uso de los recursos importados (petróleo y gas natural).

Desde su modesto arranque en la novena década del siglo XIX, con unas pocas centrales productoras cuya potencia raramente superaba los 1.000 CV, la industria de producción y distribución de fluido eléctrico ha tenido un crecimiento espectacular.  A comienzos del siglo XXI la potencia del parque de producción eléctrica instalado en Cataluña ronda los 10.000 MW, de los cuales aproximadamente un tercio corresponde a centrales nucleares, y otro tercio a centrales térmicas alimentadas con fuel o gas. El tercio restante se reparte entre centrales hidroeléctricas, centrales térmicas de carbón, plantas de autogeneración y cogeneración y parques eólicos. La electricidad aportó en el año 2000 casi una tercera parte de la energía primaria consumida en Cataluña.

Las mayores centrales térmicas convencionales se localizan en el litoral de las comarcas del Barcelonés (Badalona y Sant Adrià del Besòs) y del Garraf (Cubelles), siendo la única excepción la central térmica de Cercs, que utiliza como combustible los lignitos del Berguedà. Las centrales hidroeléctricas se emplazan en el Pirineo y el Prepirineo, y en el curso inferior del Ebro donde aprovechan los grandes pantanos de Mequinensa y Riba-roja. Las centrales nucleares de Ascó (I y II) se localizan en la comarca del Baix Ebre. En la vecina comarca del Baix Camp, con un emplazamiento litoral, se encuentra la central termonuclear de Vandellòs.

El desarrollo de la electrificación ha requerido, en cada una de sus etapas, la construcción de grandes infraestructuras: centrales generadoras y transformadoras, presas de regulación y redes de transporte y distribución del fluido. El desarrollo hidroeléctrico, que fue muy vigoroso a partir de la segunda década del siglo pasado, exigió la implantación de costosas obras públicas. Su construcción, que constituyó un reto tecnológico y un gran acicate para la ingeniería civil, ha tenido un impacto territorial y paisajístico duradero. Los embalses inundaron paulatinamente miles de hectáreas en el valle del río Noguera Pallaresa, y después en el Noguera Ribagorzana, el Segre y el Ebro. En la actualidad la superficie ocupada por los pantanos dedicados a la producción de energía eléctrica supera las 21.000 hectáreas: una extensión superior a la de la comarca del Garraf.

Aunque continuamente renovadas y ampliadas, las infraestructuras eléctricas tienen una considerable inercia. Las presas y centrales construidas justo antes de la I Guerra Mundial siguen produciendo electricidad hoy en día. Las aplicaciones de la energía eléctrica, en cambio, ofrecen un extraordinario dinamismo. La electricidad es la base de todos y cada uno de los sistemas de comunicación modernos, desde el telégrafo a Internet. La primera aplicación comercial de la energía eléctrica fue el alumbrado (público y privado), que comenzó a difundirse en las ciudades catalanas en la década de 1880. Poco después, justo en el tránsito del siglo XIX al XX, se inició la electrificación del transporte mediante la implantación de los primeros tranvías de tracción eléctrica, y casi al mismo tiempo se instalaban los primeros electromotores y los primeros hornos de aplicación industrial. Si en los hogares y en el campo del transporte los efectos de la electricidad fueron revolucionarios, otro tanto ocurrió en el ámbito de la producción industrial.

La industria catalana había vivido el ciclo expansivo del ochocientos atenazada por la carestía del carbón. Los fabricantes debieron especializarse en sectores industriales de bajo consumo energético, como el textil. La limitación energética, y la rigidez de localización de las fabricas que optaron por aprovechar los irregulares recursos hidráulicos del Ter y del Llobregat, lastraron el desarrollo industrial. La difusión de la electricidad tuvo, en este contexto, consecuencias muy profundas. La energía eléctrica flexibilizó las opciones de localización productiva y abrió paso a una creciente diversificación de la actividad industrial. El crecimiento, temprano y muy vigoroso, de los consumos industriales constituye justamente uno de los rasgos peculiares del proceso de electrificación en Cataluña.

Este trabajo describe de modo somero las principales etapas del proceso de electrificación desde su arranque en la década de 1880. Tras una presentación inicial de la formación del mercado eléctrico, se consideran las sucesivas innovaciones introducidas en los sistemas de generación y distribución de la energía eléctrica.

Minifundio eléctrico

La era de la electricidad comercial arrancó en Cataluña en 1881. En ese año se produjo la fundación de la Sociedad Española de Electricidad: una compañía dedicada a la fabricación y montaje de material eléctrico, y al suministro de fluido para alumbrado. Se trata de una iniciativa ciertamente pionera. Según publicó de inmediato la revista L’Electricien de París, la sociedad vendría a ser la sexta empresa del mundo en iniciar la producción y venta de electricidad, tras experiencias precedentes en Londres, Berlín, San Petersburgo, Chicago y Nueva York. La Sociedad Española de Electricidad construyó en Barcelona una central termoeléctrica destinada al servicio público, que llegó a contar con una potencia de 1.100 CV. Se trata de la primera infraestructura de este género que operó en España.

La experiencia del alumbrado eléctrico se extendió con relativa rapidez a otras ciudades catalanas. Entre 1883 y 1886 se construyó la red local de Girona, que pasa por ser la primera ciudad española iluminada exclusivamente con electricidad. Poco a poco, y fruto casi siempre de iniciativas locales, se constituyeron empresas dedicadas al negocio del alumbrado en las principales localidades. Se trataba, en todos los casos, de negocios de pequeña escala. Las centrales térmicas empleaban como generador primario máquinas de vapor o motores de gas. Producían corriente continua distribuida a bajo voltaje. Dado que el sistema de transmisión comportaba grandes pérdidas, las áreas de servicio de las centrales eran muy limitadas. Los problemas de transmisión de la corriente continua configuraron, hasta la primera década del siglo XX, un esquema de distribución característico: pequeñas redes locales articuladas en torno a centrales de producción que operaban aisladamente. La dispersión de los mercados corrió en paralelo con el minifundio empresarial.

 
Los primeros convertidores térmicos eran poco eficientes: consumían mucho combustible por cada kWh producido. Por añadidura, dado que el negocio se centraba en el alumbrado, el coeficiente de utilización de las centrales era muy bajo. En consecuencia la electricidad era un producto caro, y para las empresas resultó difícil abrir el mercado. La experiencia de la Sociedad Española de Electricidad puede ser reveladora. La primera central dedicada a la producción de electricidad comercial no logró superar la dura competencia de los fabricantes de gas que dominaban el mercado del alumbrado público en Barcelona. Tampoco logró atraer un número suficiente de clientes privados. En 1894, tras más de una docena de años de actividad, daba servicio a tan sólo 130 abonados, que tenían instalados 199 arcos voltaicos y 7.670 lámparas incandescentes. La empresa debió cerrar sus puertas ese mismo año, vendiendo todos sus activos a una nueva sociedad.
Las centrales termoeléctricas coexistieron con pequeñas centrales hidroeléctricas que empleaban turbinas para aprovechar la energía cinética del agua. Muchas de esas turbinas salieron de los talleres de la firma Planas y Flaquer, una empresa de Girona dedicada a la fabricación de material y maquinaria eléctrica. Entre 1886 y 1910 la citada compañía fabricó e instaló en Cataluña un total de 57 turbinas dedicadas a la generación de electricidad. Las centrales hidroeléctricas, que tenían la ventaja de unos costes de operación bajos ya que no consumían combustible, sufrían, en cambio, la barrera de la distancia. Su forzoso emplazamiento a pié de un salto de agua les impedía suministrar a los centros urbanos, donde podían haber encontrado una mayor demanda. La mayor parte de las numerosas, pero muy pequeñas, centrales hidroeléctricas instaladas durante el siglo XIX pertenecían a autoproductores.
El resultado fue una lenta progresión de la electrificación en los decenios de 1880 y 1890. El economista Carles Sudrià (1989) ha estimado la producción total de energía eléctrica en Cataluña en unos 50 millones de kWh para el año 1901. De esa cifra más del 80% correspondería a la producción de pequeños generadores para suministro privado. Mis propias estimaciones cifran el consumo de electricidad en la ciudad de Barcelona, en ese mismo año, en 9,8 millones de kWh, lo que equivaldría a un consumo por habitante de 18 kWh anuales. Se trata de cantidades muy modestas, seguramente alejadas de las expectativas que el negocio eléctrico había despertado dos décadas atrás. La electricidad seguía siendo un espectáculo, y también un lujo, pero distaba todavía de ser una gran industria.
El despegue de los grandes productores de termoelectricidad
El período que va desde 1897 a 1913 fue decisivo para el despegue de la industria eléctrica. Durante esos años la estructura de la demanda sufrió una completa transformación, al tiempo que se consolidaban los primeros proyectos de producción a gran escala. También hubo cambios en la tecnología eléctrica: el más decisivo fue la difusión de la corriente alterna. Tales transformaciones, sin embargo, aparecen localizadas casi exclusivamente en el área de Barcelona. La ciudad, que por entonces contaba con algo más de medio millón de habitantes, ofrecía un mercado suficientemente atractivo para nuevas aventuras empresariales. El arranque de los grandes productores requirió una buena inyección de capital y tecnología extranjera.
Los principales protagonistas de la electrificación de Barcelona serán dos empresas de nuevo cuño: la Compañía Barcelonesa de Electricidad y la Central Catalana de Electricidad. La primera se había constituido a finales de 1894. Entre sus promotores figuraban la Allgemeine Elektrizitäts-Gesellschaft (AEG), el Deutsche Bank y la Societé Lyonnaise des Eaux et de l’Eclairage. Desde el punto de vista financiero, técnico y de gestión, la contribución de la empresa eléctrica alemana era decisiva. La Compañía Barcelonesa adquirió todas las propiedades y derechos de la Sociedad Española de Electricidad. Su principal activo era un extenso solar situado en la calle Mata, en el que se construirá una central termoeléctrica enteramente nueva. La planta fue equipada con cinco generadores de vapor multitubulares de 750 CV, a los que se acoplaron dínamos de corriente continua suministrados por la AEG. La nueva central entró en actividad en julio de 1897. Con muy pocos meses de diferencia entraba en servicio también la nueva planta de la Central Catalana de Electricidad. La citada sociedad era un producto de la iniciativa local. Se constituyó con el capital aportado a partes iguales por las compañías gasistas barcelonesas: la Catalana de Gas y la Compañía Lebon. El proyecto técnico de la central termoeléctrica de la Catalana fue desarrollado en Nuremberg por la firma Schuckert.
 
El rápido crecimiento de la potencia instalada en las centrales eléctricas barcelonesas ofrece un buen indicador del dinamismo del sector. La capacidad total se multiplicó por dos entre 1897 y 1900, pasando de 4.000 kW a 8.340. A partir de entonces la progresión fue casi constante, hasta superar los 50.000 kW en 1913. Como es obvio, el aumento de la potencia de las centrales respondió puntualmente a los tirones de la demanda. En efecto, el consumo de energía eléctrica en la ciudad pasó de poco más de 1 millón de kWh en 1898 a más de 82 millones en 1913. Por entonces el gasto por habitante superaba ya los 130 kWh anuales, una cifra comparable a la que se registraba contemporáneamente en Berlín, y bastante superior a la de ciudades de mucho mayor peso demográfico, como París o Londres.
Esta vigorosa expansión del consumo se dio en un contexto de cambios rápidos en la composición de la demanda. El alumbrado fue el primer negocio de las compañías eléctricas, y hasta 1900 supuso más de la mitad del consumo de energía. Sin embargo, la expansión ulterior del mercado del alumbrado fue un proceso particularmente lento. A comienzos del siglo XX el alumbrado público era garantizado por las compañías gasistas, y la iluminación eléctrica desempeñaba un papel marginal en las calles de Barcelona. La demanda privada de iluminación eléctrica se repartía entre establecimientos de servicios y viviendas. El sector comercial era el más importante. El alumbrado eléctrico constituía un motivo de atracción para hoteles, restaurantes y comercios, y las compañías eléctricas realizaron una agresiva política comercial para promover su uso en tales establecimientos. Para la mayoría de los hogares, sin embargo, la luz eléctrica resultaba demasiado cara (1 peseta el kWh hasta 1906). En consecuencia, el consumo doméstico progresó a paso de tortuga. En torno a 1905 el porcentaje de viviendas electrificadas en la ciudad era inferior al 10%. Deberán pasar treinta años más para que la mitad de las viviendas de Barcelona contasen con servicio de electricidad.
La tracción eléctrica constituyó un mercado más dinámico que el alumbrado. La electrificación del transporte barcelonés fue relativamente tardía. Se inició en 1899 con la puesta en servicio de los primeros tranvías eléctricos por parte de la empresa The Barcelona Tramways. El ciclo quedó cerrado en 1906 con la electrificación del Ferrocarril de Sarriá. En el período citado las compañías de tranvías se convirtieron en los mayores consumidores de energía eléctrica, superando ampliamente la electricidad gastada en iluminación. A partir de 1907 el consumo de electricidad para tracción aumentará pausadamente, al ritmo de expansión del tránsito tranviario.
El factor que caracteriza el proceso de electrificación de Barcelona no fue la extensión del alumbrado (lenta), ni la adopción del transporte electrificado (tardía y de desarrollo cansino). La rápida expansión del consumo de electricidad está directamente asociada a la demanda industrial. Los motores eléctricos multiplicaron las aplicaciones industriales de la energía mecánica, y en pocos años revolucionaron los procesos productivos. En el caso de Barcelona, donde los costes del carbón eran elevados, abrieron paso a un renovado impulso industrializador. La electrificación de la industria dependió de dos tipos de innovaciones paralelas: la producción de corriente alterna en las centrales eléctricas, y la adopción de motores polifásicos en las fábricas. En Barcelona ambas innovaciones se dieron cita en 1906. En ese año la Compañía Barcelonesa de Electricidad acometió una profunda renovación de sus sistemas de generación y transporte de fluido. La potencia de su central térmica fue ampliada, instalándose un grupo de turbodinamos dedicadas a la producción de corriente alterna. Paralelamente, se inició la instalación de una red de distribución trifásica, que permitiría el transporte del fluido eléctrico hasta los principales núcleos industriales próximos a Barcelona: Gràcia, Sants, Sant Andreu y, sobre todo, Sant Martí de Provençals.
La corriente alterna permitió abatir la barrera de la distancia, y mejoró la competitividad de los productores de energía eléctrica al reducir las pérdidas por transmisión. Las tarifas establecidas para alumbrado y tracción se redujeron moderadamente a partir de 1906. El precio de venta de la fuerza motriz, en cambio, experimentó un acusado descenso. Los consumidores industriales reaccionaron con presteza ante los nuevos precios. En 1913 el consumo de fuerza motriz superaba los 57 millones de kWh, lo cual suponía el 70% de la energía eléctrica consumida en el área barcelonesa. La expansión del mercado industrial había sido fulgurante. Los motores industriales habían ofrecido a las empresas eléctricas un mercado profundo, capaz de generar fuertes economías de escala. El dinamismo de este mercado contribuye a explicar el ciclo de inversiones, que arrancando de 1911 va a transformar por completo el sistema eléctrico de Cataluña.
El desarrollo hidroeléctrico y la formación de un sistema regional

La segunda década del siglo XX será la del triunfo de la hidroelectricidad en Cataluña. Un triunfo rápido, rotundo y nada misterioso en un país con poco carbón, pero con una buena dotación de recursos hidráulicos. Producir electricidad a partir de la fuerza hidráulica suponía apoyarse en una energía primaria limpia, renovable y con bajos costes de explotación. El desarrollo de la hidroelectricidad trajo consigo la articulación de un sistema eléctrico regional de base hidráulica.

La opción hidráulica había estado presente desde los inicios del proceso de electrificación. Sin embargo, su desarrollo a gran escala se había visto frenado por dos factores: la dificultad para transportar fluido a grandes distancias, y las elevadas inversiones requeridas para regular el caudal de los ríos pirenaicos. La tecnología de corriente alterna permitió superar los problemas de transmisión en la primera década del siglo XX. La organización de empresas capaces de movilizar grandes sumas de capital en el negocio eléctrico se demoró un poco más. La apuesta decidida por la hidroelectricidad dependió, de nuevo, de la inversión exterior.

En 1911 se pusieron en marcha dos iniciativas empresariales de gran ambición y capacidad: el grupo canadiense Barcelona Traction, Light and Power, constituido en Toronto en septiembre de 1911, y la sociedad Energía Eléctrica de Cataluña, fundada en noviembre del mismo año con capital franco-suizo. El objetivo de estas empresas era idéntico. Trataban de desarrollar en Cataluña el negocio eléctrico a gran escala, aprovechando los recursos hidráulicos del Pirineo. El primer movimiento de la Barcelona Traction, una compañía liderada por el ingeniero norteamericano Fred Stark Pearson, fue la adquisición de la sociedad Tranvías de Barcelona y de la Compañía Barcelonesa de Electricidad. Desde esa sólida posición iniciaron un ambicioso programa de obras hidráulicas en el Prepirineo. Energía Eléctrica de Cataluña arrancó desde cero. En 1911 inició la construcción de una potente central térmica en la desembocadura del Besós, al tiempo que sus ingenieros recorrían la cuenca del Flamicell (Pallars Jussà) en busca de emplazamientos favorables para sus embalses y centrales.

Tanto desde el punto de vista de los capitales comprometidos, como de las soluciones técnicas adoptadas, el ciclo de desarrollo hidroeléctrico abierto en Cataluña en 1911 no tiene parangón en Europa. Las potentes centrales hidroeléctricas de Seròs (del grupo Barcelona Traction) y de Cabdella (perteneciente a Energía Eléctrica de Cataluña) entraron en servicio en 1914. Por entonces, considerando la potencia instalada, la Barcelona Traction, conocida popularmente como “La Canadiense”, era la séptima empresa de producción eléctrica del mundo, y la mayor de Europa. Energía Eléctrica de Cataluña figuraba entre las veinte primeras empresas a escala mundial. En vísperas de la I Guerra Mundial ambas compañías habían conseguido hacer operativos sistemas regionales de producción y transmisión de fluido que combinaban la generación térmica con la hidroeléctrica. Sus redes de transporte de alta tensión, y por tanto su área de mercado, comenzaban a extenderse ya por toda Cataluña.

La estrategia productiva de las citadas compañías dependió de las concesiones hidráulicas obtenidas. Energía Eléctrica de Cataluña se centró en la construcción de centrales de salto, que aprovechaban los grandes desniveles de la cuenca del Flamicell. La cabecera del Flamicell está formada por un complejo sistema lacustre de origen glaciar, formado por 26 lagos, que se sitúan entre los 2.000 y los 2.500 metros de altitud. El sistema ideado por los ingenieros de la empresa consistió en comunicar los mayores lagos del circo mediante un sistema de túneles y galerías, de modo que la cuenca lacustre entera pudiera actuar como un gran embalse natural. Los caudales eran derivados desde los lagos situados a mayor altitud hasta el Estany Gento, situado en el nivel inferior. A partir del Estany Gento un canal de conducción, y una tubería forzada, llevaban el agua hasta la central de Cabdella, aprovechando un gran salto de 836 metros. La central de Capdella, con una potencia instalada de 26.000 CV, entró en servicio en 1914. Cinco años después lo hacía la central de Molinos, emplazada asimismo en la Vall Fosca, que reutilizaba el caudal derivado de Cabdella.

El grupo Barcelona Traction, que contaba con concesiones en los ríos Noguera Pallaresa y Segre, optó por una solución distinta. Su estrategia consistió en la construcción de una serie de embalses escalonados en el curso del Noguera Pallaresa, con una capacidad de almacenamiento de cientos de millones de metros cúbicos. En lugar de saltos de mucho desnivel, grandes presas capaces de garantizar un caudal abundante y regular. El primer gran embalse de regulación fue la presa de Talarn, cuyas obras se iniciaron en 1913. La presa, que tiene una altura de 82 metros y una capacidad de almacenamiento de 225 millones de metros cúbicos, era por entonces la mayor de Europa. Entre 1917 y 1920 se procedió a la construcción de la gran presa de Camarasa, también sobre el Noguera Pallaresa, muy cerca de su confluencia con el Segre. Con la finalización de la presa de Camarasa, el agua embalsada en Talarn podía ser aprovechada tres veces para producir energía eléctrica. Primero en la central de Tremp (45.000 CV de potencia instalada), luego en la de Camarasa (66.000 CV), y finalmente en la de Seròs, situada ya en el curso del Segre, que había entrado en funcionamiento en 1914. Estamos ante el primer sistema integrado de grandes embalses y centrales que existió en España.

Dada la magnitud de las obras públicas emprendidas, los problemas técnicos y logísticos que debieron enfrentar las empresas eléctricas fueron enormes. Cuando los ingenieros llegaron al Pirineo se carecía de mapas topográficos de la zona. En la Vall Fosca no existían carreteras para comunicar la Pobla de Segur con Cabdella. Tampoco había carretera que conectase la comarca del Pallars Jussà con la Noguera por el paso de Terradets. La construcción de estas vías de comunicación, vitales para el desarrollo de la zona, corrió a cargo de Energía Eléctrica de Cataluña y del grupo Barcelona Traction. Los levantamientos topográficos, y la construcción de carreteras de acceso fueron sólo la primera tarea. Acto seguido debieron resolver el reto de producir y transportar los miles de toneladas de cemento imprescindibles para las presas y centrales: tan sólo en la presa de Camarasa llegaron a emplearse 218.000 metros cúbicos de hormigón. Por último, fue preciso acometer el tendido de cientos de kilómetros de redes de alta tensión, y transportar e instalar el equipo de las centrales. Que tales obras pudieran llevarse a término en plena Guerra Mundial, en medio de graves dificultades financieras y de suministro de materiales, constituye un logro cuya importancia es difícil exagerar.

La capacidad hidráulica dio un vuelco al sistema de generación. Desde 1914 las centrales térmicas quedaron como centrales de reserva, dispuestas para atender los picos de demanda, o para ser conectadas en períodos de estiaje. El menor coste de operación de las centrales hidroeléctricas permitió reducir los precios y ensanchar el mercado. El número de abonados y el consumo de electricidad creció casi sin pausa hasta 1935. En el citado año las compañías eléctricas daban servicio a medio millón de abonados, que consumieron más de 800.000 MWh. Por entonces la potencia instalada en las centrales eléctricas catalanas rondaba ya los 300.000 kW. Durante la segunda y la tercera década del siglo XX la electricidad contribuyó de modo decisivo al crecimiento industrial de Cataluña: a los consumos de fuerza de la industria textil, se fue agregando una creciente demanda procedente de los fabricantes de cemento, de fibras sintéticas, de la industria papelera y la industria química. En conjunto, la demanda industrial suponía  alrededor de un setenta por ciento de la energía eléctrica consumida.

El desarrollo hidroeléctrico, con su requisito de inversiones millonarias en presas, centrales y redes de alta tensión, provocó también una fuerte concentración empresarial. En una primera fase, tanto Energía Eléctrica de Cataluña como Barcelona Traction procedieron a adquirir un heterogéneo conjunto de pequeñas empresas locales, que hasta entonces había dado servicio fuera de la aglomeración barcelonesa. Posteriormente, la competencia abierta entre estas dos grandes sociedades acabó saldándose a favor del grupo canadiense. En 1923 la Barcelona Traction tomó el control de Energía Eléctrica, adquiriendo de este modo una posición casi monopolista en la producción y distribución de electricidad. El sistema de producción y transporte de ambas compañías quedó integrado a través de Unión Eléctrica de Cataluña. Fuera del control de la Barcelona Traction quedaron tan sólo dos compañías de entidad mucho menor: Catalana de Gas y Electricidad, heredera de los activos de la Central Catalana de Electricidad, y la Cooperativa de Fluido Eléctrico, una sociedad fundada en 1921, que obtuvo diversas concesiones hidráulicas en el Cardener y el Segre.

El segundo ciclo de expansión hidráulica y el nuevo papel de la termoelectricidad

El brillante ciclo de desarrollo hidroeléctrico abierto en 1914 quedó cortado en seco por la Guerra Civil de 1936-1939. Durante el curso de la guerra se registró un continuado descenso del consumo de electricidad, que afectó, sobre todo, al consumo industrial. La energía facturada por el grupo Barcelona Traction cayó desde 638.000 MWh en 1935 hasta menos de 300.000 en 1938. El efecto devastador de la guerra se hizo sentir en las infraestructuras eléctricas. Debido a los combates, o por efecto de sabotajes, la red de alta tensión sufrió graves desperfectos, y la central hidroeléctrica de Seròs quedó parcialmente dañada. Las centrales térmicas se llevaron la peor parte. En diciembre de 1939 la potencia instalada en las centrales termoeléctricas de “La Canadiense” se había reducido a 15.000 kW, un 20% de la capacidad disponible tres años atrás.

La recuperación de la industria eléctrica fue lenta. Mucho más lenta de lo que cabría esperar dadas las necesidades de energía eléctrica en la posguerra. A partir de 1940 los abastecimientos de carbón y gas quedaron severamente racionados. La falta de estos suministros empujó a muchos consumidores hacia la electricidad. Sin embargo, la oferta no estuvo a la altura de la demanda. La congelación de tarifas eléctricas, ordenada desde primera hora por el régimen franquista, provocó una fuerte atonía de las inversiones. Paralelamente, debido al aislamiento internacional del nuevo régimen, se registraron dificultades para importar material y maquinaria eléctrica. La potencia instalada en Cataluña apenas creció durante la década de 1940, al tiempo que los consumidores estaban ávidos de electricidad. Los años de autarquía transcurrieron así en medio de casi constantes restricciones en el suministro eléctrico, que se extendieron hasta 1954.

El segundo ciclo de expansión hidráulica despegó a comienzos de la década de 1950, y se extendió hasta 1970. Se diferencia del anterior en un aspecto importante: el protagonismo del capital público en las inversiones hidráulicas. En efecto, una sociedad dependiente del Instituto Nacional de Industria, la Empresa Nacional Hidroeléctrica de la Ribagorzana (ENHER), que había sido creada en 1946, será la encargada de suplir la parálisis inversora del sector privado. A esta compañía se deben las más ambiciosas construcciones hidráulicas acometidas durante los años cincuenta y sesenta. Su ámbito de actuación se ceñirá, en primer término, a la cuenca del río Noguera Ribagorçana, sobre la que construirá las grandes presas de Escales (1955) y Canelles (1960). En la década de 1960 llegará el turno de las obras más costosas y comprometidas, emplazadas ya en el curso inferior del Ebro. Se trata de los enormes embalses de Mequinensa (1966) y Riba-roja (1969), cuya capacidad de almacenamiento conjunto supera los 1700 hectómetros cúbicos. Las centrales de Mequinenza (312.000 kW) y Riba-roja (265.000 kW) pasaron a ser las más potentes de Cataluña, ampliando notablemente la capacidad de suministro hidroeléctrico.

Al tiempo que ENHER iniciaba su actividad, se estaba produciendo una nueva reordenación en el sector eléctrico. En 1946 Catalana de Gas, tras tomar el control de la Cooperativa de Fluido Eléctrico, constituyó Hidroeléctrica de Cataluña, una sociedad encargada de canalizar sus actividades en el ámbito eléctrico. En 1948 la mayor empresa privada del sector, el grupo Barcelona Traction, fue declarada en quiebra. Tres años más tarde todos sus bienes fueron adjudicados a una nueva sociedad: Fuerzas Eléctricas de Cataluña (FECSA). Una modificación de las tarifas eléctricas, acordada en 1951, sirvió de estímulo para que las compañías privadas asumieran un nuevo programa de inversiones hidráulicas. Los proyectos de FECSA se concretaron en el valle de Aran durante los años cincuenta. Allí procedió a la construcción de un conjunto de centrales de salto, con una potencia sumada de 126.000 kW. Posteriormente, la misma compañía inició el aprovechamiento del río Cardós (Pallars Sobirà) construyendo dos grandes centrales en Llavorsí (1966) y Tavascan (1970). La misma comarca del Pallars Sobirà será el principal foco de actividad de Hidroeléctrica de Cataluña, con la edificación de un conjunto de centrales hidráulicas entre las que destacan las de Espot (1953), Sant Maurici (1954), La Torrassa (1955) y Esterri (1958).

Esta notable ampliación de la capacidad de generación hidráulica fue insuficiente, en cualquier caso, para atender a la expansión del consumo. El crecimiento económico de los años sesenta trajo consigo un renovado impulso de la demanda de energía eléctrica para fines productivos. Paralelamente, a medida que aumentó la renta de las familias, fue creciendo el consumo de los hogares. Dado que la posibilidad de construir grandes embalses estaba prácticamente agotada, las empresas eléctricas retornaron a la termoelectricidad. En 1957 FECSA había iniciado la construcción de una nueva central termoeléctrica en Badalona, que sería inaugurada dos años más tarde. La central de Badalona (103.000 kW) fue concebida todavía como una central de reserva. Sin embargo, esta perspectiva quedaría modificada casi de inmediato. En 1960 la propia FECSA acometió la renovación total de la vieja central térmica de Mata y, casi de inmediato, procedería a instalar un segundo grupo termoeléctrico en Badalona con una potencia de 320.000 kW. ENHER e Hidroeléctrica de Cataluña, por su parte, construyeron en Sant Adrià una potente central térmica de 450.000 kW. A diferencia de las térmicas de primera generación, las nuevas centrales estaban equipadas para ser alimentadas con fuel o gas. El bajo precio de los hidrocarburos, estimuló, en aquellos años, el progreso de la termoelectricidad. Durante el decenio de 1960 la generación térmica asumió un nuevo papel: de procedimiento de reserva pasó a convertirse en uno de los sostenes del sistema eléctrico. Hacia 1970 la producción termoeléctrica igualaba en Cataluña a la producción de origen hidráulico. Este nuevo papel se vería aún más reforzado en el decenio siguiente, con la decidida apuesta de las empresas eléctricas por la energía termonuclear.

La introducción de la energía termonuclear y la progresiva diversificación de fuentes primarias

La principal innovación en los sistemas de generación durante los años setenta fue la introducción de las centrales de fisión nuclear. La opción por la tecnología nuclear formó parte de las estrategias de diversificación de las compañías eléctricas. La primera central de fisión nuclear (Vandellós I) entró en servicio en 1972. Su construcción fue promovida por un consorcio de empresas en el que participaba Electricité de France y las grandes empresas eléctricas catalanas (FECSA, ENHER y HEC). La central de Vandellós I, actualmente fuera de servicio, era del tipo uranio-grafito-gas, y contaba con una potencia de 500.000 kW.

La alternativa termonuclear cobró mayor importancia durante la década de 1970, cuando se produjo una severa crisis energética provocada por el encarecimiento del petróleo. En aquél contexto las compañías eléctricas renovaron su apuesta por la tecnología nuclear. FECSA promovió en solitario la construcción de la central nuclear de Ascó (I), que iba a contar con una potencia instalada próxima al millón de kW. El suministro de los equipos, y su instalación, corrieron a cargo de la compañía norteamericana Westinghouse. La puesta en marcha del grupo nuclear de Ascó (I), que se produjo en 1983, fue seguida por la pronta entrada en servicio de dos nuevas centrales termonucleares: Ascó (II) y Vandellós (II). Las tres son centrales de agua ligera, que emplean uranio enriquecido como combustible. La potencia conjunta de estas tres centrales, que supera los 3.000 MW, significó un fuerte incremento de la capacidad instalada en Cataluña.

La opción por la energía eléctrica termonuclear entrañaba un riesgo tecnológico y financiero cierto, que queda ejemplificado por la forzada clausura del grupo Vandellós (I) en 1990. El recurso a la energía nuclear, dados los riesgos ambientales que implica, suscitó un abierto rechazo en algunos sectores sociales. Sin embargo, es dudoso que un país fuertemente industrializado y con una gran dependencia del petróleo, como es el caso de Cataluña, pudiese descartar tal opción sin pagar un elevado precio. La adopción de la tecnología nuclear supuso la introducción de una nueva fuente de energía primaria en el momento que más se necesitaba. Justo cuando el coste de los derivados del petróleo era más elevado.

Desde mediados de la década de 1980 las centrales de generación termonuclear han constituido la rótula del sistema eléctrico en Cataluña. Su producción media ronda los 22.000 GWh anuales, lo que supone alrededor de dos tercios de la electricidad consumida. Se trata, por otra parte, de las infraestructuras productivas que registran un factor de carga más elevado. Dicho con sencillez, el funcionamiento del sistema eléctrico en los últimos años ha reposado en el trabajo a pleno rendimiento de las centrales nucleares.

La puesta en marcha de la producción termonuclear trajo consigo una nueva innovación en los procesos de generación hidroeléctrica: las centrales de bombeo o de recuperación. La finalidad de tales centrales es mejorar la utilización de los recursos, actuando como complemento de las instalaciones térmicas y, en particular, de las centrales termonucleares. La primera central de bombeo se inauguró en 1974. Se trata de la central de Montamara, construida por FECSA, que tenía  una potencia de 88.000 kW. En la década de los ochenta entraron en servicio las centrales recuperadoras de Sallente, Tavascan y Moralets. La central de Sallente (451 MW), emplazada junto al Estany Gento (Pallars Jussà), es en la actualidad la central hidroeléctrica de mayor potencia entre las existentes en Cataluña.

Las grandes inversiones comprometidas en el desarrollo termonuclear provocaron un elevado endeudamiento de las empresas eléctricas catalanas, en unos años de baja rentabilidad del sector. Durante la pasada década FECSA y ENHER pasaron a integrarse en ENDESA, una empresa pública en origen, que fue privatizada en 1998. Esta extraordinaria concentración de las empresas distribuidoras ha coincidido con una multiplicación de los autoproductores, que colocan sus excedentes en la red.

Durante el tramo final del siglo XX se ha producido un marcado repunte en la demanda de electricidad, a la vez que se registra un patente esfuerzo de diversificación de las fuentes primarias. Entre 1990 y el año 2000 la producción anual de energía eléctrica se ha incrementado en casi 9.000 GWh, lo que supone un crecimiento superior al 30%. Esta expansión en la producción se ha apoyado, sobre todo, en un recurso creciente al gas natural. El gas natural se viene utilizando como combustible en las centrales térmicas convencionales desde los años ochenta. Pero a finales de esa década entraron en servicio las primeras infraestructuras de cogeneración, que permiten obtener electricidad y vapor a partir de la combustión del gas natural. El parque de cogeneración, que tenía una potencia instalada de tan solo 200 MW en 1992, ha tenido un crecimiento impetuoso en los últimos años, agregando casi 1.000 MW hasta finales del siglo XX.

El peso de la producción termonuclear, y el rápido desarrollo de la cogeneración, han definido una estructura de producción marcadamente distinta a la vigente en el resto de España. En el año 2000, la producción de energía eléctrica en Cataluña alcanzó la cifra de 36.720 GWh. Las tres centrales nucleares que están en activo aportaron un 62,1% de esa cantidad. Le siguieron en importancia las instalaciones de cogeneración, que contribuyeron con un 17,8%, y las centrales hidroeléctricas que suministraron un 12,2%. Las centrales térmicas convencionales aportaron tan sólo un 6,2% de la energía eléctrica. El resto, un resto ciertamente pequeño, viene dado por nuevos sistemas de generación: las centrales de residuos y biomasa (1,3%) y el parque eólico (0,4%).

El comportamiento futuro de la demanda de energía eléctrica se parecerá bastante al actual: seguirá empujado por los ciclos de expansión económica y por los mayores niveles de renta de la población. Dada la moratoria nuclear decretada en los años ochenta, y dado que los aprovechamientos hidráulicos están próximos a su techo potencial, no es previsible, a corto plazo, una fuerte expansión de estas fuentes primarias. Si se pretende mantener el grado actual de autoabastecimiento, el suministro futuro se apoyará cada vez más en la capacidad de cogeneración, y en el incremento de las fuentes renovables. A más largo plazo, dependerá también del desarrollo de nuevas tecnologías, como la fusión nuclear. Una cosa parece segura. La electricidad continuará siendo un sector estratégico de la economía catalana, y un vehículo privilegiado para la innovación tecnológica.
 
 

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