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EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
 
UNA VISIÓN PROGRESISTA DEL DESARROLLO URBANO: EL INFORME SOBRE VAPORES DE LA ACADEMIA DE CIENCIAS DE BARCELONA
 
Jerónimo Bouza
 
Separata del libro Ciencia e ideología en la ciudad, Generalitat Valenciana, Conselleria d'Obres Públiques, Urbanisme i Transports, 1994.

Quien observe la Barcelona actual, aprisionada entre las montañas y el mar, con tan escasas y complicadas posibilidades de expansión, podría añorar las facilidades que tenían los urbanistas de siglos pasados cuando un enorme espacio virgen rodeaba el antiguo núcleo urbano. Sin embargo, las imposiciones de carácter militar impedían que la expansión urbana sobrepasara el límite de las murallas: no se permitía la construcción de edificios permanentes en el Llano de Barcelona, hasta una distancia de 1.250 metros de las fortificaciones. Con anterioridad al derribo de las murallas, pues, no fue posible hacer un urbanismo de nueva planta.

A mediados del siglo XIX, las cuestiones relativas a la habitabilidad de Barcelona habían llegado a ser el principal de los problemas que la ciudad tenía planteados. El crecimiento demográfico venía siendo constante desde las primeras décadas del siglo anterior. De los 33.000 habitantes con que contaba la ciudad en 1717 se pasa a los 164.000 en 1846; y esto dentro de los mismos límites espaciales. Utilizando un símil mecánico -sin pretender llevar el mecanicismo más allá de su papel comparativo-podría decirse que durante la primera mitad del siglo XIX se produce en Barcelona un proceso de compresión. Y ello es válido no sólo por ese fenómeno ya señalado de incremento de población por unidad de superficie, es decir de la presión demográfica, sino también por la posición relativa de esta fase con respecto a las que le siguen - explosión, expansión -. Durante los últimos años de esta etapa de compresión, es decir, el segundo cuarto del siglo XIX, las condiciones de vida habían alcanzado un estado de precariedad difícilmente sostenible.

Para explicar esta situación se ha buscado, y tradicionalmente se ha encontrado, la explicación en las ya mencionadas estipulaciones de carácter militar que paralizaban el crecimiento urbano. Este obstáculo físico, material, constituiría el principal de los factores externos -en tanto que están fuera del proceso de evolución urbana- que provocaban la degradación de las condiciones de vida. No deben olvidarse, sin embargo, los factores internos, muy especialmente el rápido proceso de industrialización: entre los años 1830 y 1850 el incremento del número y tamaño de las fábricas y talleres atrajo a Barcelona a más de cincuenta mil personas. La aceleración de este proceso, que venía produciéndose desde finales del siglo anterior , arranca de la implantación de las máquinas de vapor, en la década de 1830, hecho considerado por numerosos historiadores como el comienzo de la revolución industrial en Cataluña.

A la influencia que, según sus contemporáneos, tenía la proliferación de vapores en la degradación del medio ambiente, durante esta primera etapa de la revolución industrial, está dedicado este trabajo.

I

En los años 40 de la pasada centuria, ciertos grupos sociales habían tomado plena conciencia del deterioro a que se había llegado en lo que hoy llamaríamos calidad de vida. Podría hablarse de la aparición de una conciencia protoecologista, como ha sido llamada en alguna ocasión(1)

. Barcelona era en aquellos momentos una de las ciudades más densamente pobladas del mundo. La producción industrial descansaba cada vez menos en los pequeños talleres familiares -que eran a la vez unidad de producción y base de la unidad familiar extensa-, mientras las fábricas que empleaban a gran número de asalariados iban siendo más numerosas. Este proceso facilitaba la desarticulación de la familia extensa, reunida en torno al dueño del taller, en favor de la familia nuclerar. Para albergar a este mayor número de familias, cada casa se había ido dividiendo hasta el máximo de sus posibilidades. La altura de los edificios era superior a la de cualquier otra ciudad europea. Comenzaba a hacer su aparición la casa de vecinos.

Las calles eran estrechas y tortuosas, como consecuencia de la imposibilidad de hacer un urbanismo de nueva planta, puesto que el escaso terreno que dejaban libre las fortificaciones obligaba a planificar únicamente sobre lo ya edificado. Además, una parte importante del suelo urbano estaba en manos de la Iglesia o de instituciones religiosas(2).

A finales del siglo XVIII el conde de Cabarrús se quejaba de los problemas que el excesivo número de fundaciones religiosas causaba a la sociedad, substrayendo brazos útiles al estado,contribuyentes al erario, matrimonios a la población(3); treinta años mas tarde, los tres aspectos destacados por el político ilustrado habían pasado a un segundo término en la consideración de los ciudadanos. Cuestión mucho más grave era ahora la ocupación de una parte de la ciudad por los numerosos y amplios edificios religiosos. En 1836, la desamortización vino a remediar en parte este problema, pues la burguesía pudo apropiarse de los edificios religiosos, de los huertos anejos y de numerosas casas diseminadas por la ciudad y que eran propiedad de dichas instituciones(4). Mercados, edificios públicos o nuevas vías fueron construidas también en lugares anteriormente ocupados por conventos. Pero todavía en 1849 Laureano Figuerola se lamentaba con cierta crudeza de que una parte del escaso terreno urbano continuara en manos de instituciones religiosas:

¡Lástima grande que el hacha de la revolucion (...) no se agitara enérgica contra algunos conventos, obra raquítica de menguados arquitectos, y que tienen sobre sí el anatema de haberse construido robando el espacio, escaso de suyo para los moradores útiles y necesarios á la guarda y conservacion de la ciudad,(...)(5)

La animadversión de los barceloneses a militares y clérigos durante este período, aparte de las diferencias políticas que pudieran existir, tiene una clara fundamentación en el muy desequilibrado reparto del espacio urbano. Hemos señalado el alcance de la presencia de la Iglesia; los militares, por su parte, ocupaban una superficie de 156,69 hectáreas (ciudadela, murallas, cuarteles)(6); la superficie total de la ciudad en el interior del recinto amurallado era de 204,14 hectáreas.

Era, pues, muy limitada el área en la cual debían llevarse a cabo las actividades económicas de una ciudad que comenzaba su revolución industrial; fábricas y viviendas debían compartir un espacio que se había transformado en mercancía. La especulación, ya muy presente al menos desde la década de 1770, se había convertido en una importante fuente de beneficios tanto para la burguesía,que invertía una buena parte de sus ganancias en negocios inmobiliarios, como para la aristocracia, que en esta época se deshizo -a muy buen precio- de casi todo su patrimonio.

Por otra parte, los inconvenientes producidos por el elevado número de manufacturas tradicionales, que expelían sustancias insalubres o, cuando menos, muy desagradables y molestas, se habían agravado con la introducción de los vapores(7). La preocupación de los ciudadanos más sensibles a estos problemas iba en aumento, y varias de estas personas expusieron públicamente sus reflexiones sobre ellos. Una de ellas, el Dr. Raymundo Durán, leyó un discurso en la Real Academia de Medicina en el que describe la situación con realismo. Destacamos ahora de dicho discurso -sobre el que volveremos- estas palabras:

En este animado panorama veo en primer lugar a millares de hombres que viven, sí, pero a quienes no es dado envejecer como en los campos y aldeas porque el aire que respiran no es tan favorable como el de aquellos para la longevidad. Veo a más a millares de hombres que también viven, pero cercados de otros millares que con sus artefactos y manipulaciones les abruman, les fastidian y minan sordamente suexistencia.

Con tan sólo dos pinceladas, deja planteadas las dos cuestiones fundamentales del debate, tan actual en aquellos momentos, sobre las ventajas e inconvenientes de la civilización industrial en relación con la vida en el campo, el ya antiguo menosprecio de corte y alabanza de aldea. Debate que extendía sus ramificaciones hasta los aspectos más insospechados de la vida cotidiana; incluso tuvo algo que ver en la formación y estructuración de las nuevas ciencias, como sucedió en la antropología: así se ha interpretado la diversidad de visiones de las que surgieron ramas tan diferentes como la antropología positivista, por una parte, y el folklore, por otra.

Pero debe tenerse en cuenta, asimismo, que Barcelona, a pesar del gran desarrollo de la actividad industrial, era esencialmente una ciudad de comerciantes. Se plantea entonces el debate sobre qué tipo de ciudad ha de ser en el futuro. Y no todos los sectores de la burguesía coinciden en ello. Ya desde los años 20, la burguesía industrial tenía un proyecto industrialista para todo el Estado, en el que Cataluña ostentaría la función de fábrica de España: el diseño de desarrollo industrialista propuesto por la burguesía catalana tenía sus vértices en la industria, las comunicaciones y la agricultura, pero su nudo en la nueva ciudad(8).

Con la introducción de los vapores, la industria, sobre todo la del algodón, estaba adquiriendo un desarrollo y, consecuentemente, una importancia económica extraordinaria ya en los años 40. Al principio de la década se produjo una alianza entre moderados, radicales y clase obrera para la transformación de la ciudad. Es entonces cuando se convoca el concurso para premiar la memoria que mejor responda a la pregunta ¿Qué ventajas reportaría Barcelona y especialmente su industria, de la demolición de las murallas que circuyen la ciudad?. En el texto de la propia convocatoria el Ayuntamiento ya asegura que los establecimientos de vapor requieren vastas localidades(9). P.F. Monlau, ganador del concurso, no era partidario de la permanencia de las fábricas en la ciudad; deberían ser trasladadas a zonas rurales bien comunicadas, dejando para Barcelona las actividadas comerciales financieras y culturales.

La alianza entre las clases sociales urbanas se rompió en 1843, en un período de intensa agitación social y política, entre revueltas e insurrecciones. En vista de ello, a finales de 1844, el Ayuntamiento decidió tomar cartas en el asunto. La guerra civil se había terminado y la presión popular para derrumbar las murallas era cada vez más fuerte. El estado de opinión, ya antiguo y bastante generalizado, opuesto al establecimiento de fábricas en el interior del recinto amurallado(10), había sufrido, como hemos dicho, una inquietante perturbación con la introducción de los vapores. Una primera reglamentación municipal, de 1835, que obligaba a pedir permiso para la instalación de vapores y sometía a las fábricas a inspección, se mostraba ahora insuficiente, puesto que no establecía ni restricciones zonales ni límites en la potencia de las máquinas(11).

Se convocó una reunión para examinar la influencia de los vapores y las fábricas de productos químicos en la degradación del medio ambiente. A esta reunión fueron invitadas las instituciones que en alguna medida podían tener relación con aquellos problemas: Academia de Ciencias, Junta Provincial de Sanidad, Junta de Comercio, Academia de Medicina, Comisión de Fábricas, Sociedad Económica de Amigos del País y Asociación de Propietarios. Cada una de estas asociaciones envió dos delegados(12), que plantearon sus puntos de vista a los representantes del Consistorio. Pero la cuestión era tan sumamente compleja y los intereses implicados tan importantes, que se decidió que cada una de estas sociedades creara una comisión para elevar un informe al Ayuntamiento a fin de que éste pudiera decidir. Para evitar en lo posible divagaciones sin fundamento o generalizaciones inconsecuentes, se decidió que los dictámenes se elaboraran mediante la respuesta a estas dos cuestiones:

1ª. Si de conceder permiso para el establecimiento de las máquinas de vapor y Fábricas de productos químicos puede seguirse perjuicio a la salud pública a la conveniencia pública o a las propiedades.

2ª. En caso afirmativo cuáles son las medidas que convendría adoptar para precaver en lo sucesivo los indicados perjuicios.(13)

Este trabajo se ocupa en especial del dictamen elaborado por la Academia de Ciencias, aunque se tendrán también en consideración los de la Academia de Medicina y la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País, por ser los que, al estar elaborados desde una prerspectiva científica, podrían presentarse como más objetivos, más neutrales; cuando menos, estas instituciones no eran consideradas como parte implicada directamente en los intereses en contienda; serían, en resumen, las encargadas de aportar soluciones técnicas.

II

La gestación del informe presentado al Ayuntamiento por la Nacional(14) Academia de Ciencias y Artes de Barcelona no fue tarea sencilla. En la Junta General del día 16 de enero de 1845 se da cuenta del oficio del Ayuntamiento y se elige una comisión formada por Llobet (presidente), los dos delegados a la reunión con el consistorio (Balcells y Vieta) y los socios Yáñez, Oriol y Falguera. La sesión extraordinaria convocada para el día 6 de febrero, con la lectura del dictamen como único punto en el orden del día, registró una asistencia de académicos muy superior a la que venía siendo habitual(15). Es una prueba del interés que esta cuestión había despertado, y también de los intereses que estaban en juego. El secretario de la comisión, Falguera, leyó su informe totalmente contrario a la instalación de nuevas fábricas de vapor en el interior del casco urbano. Se abrió la discusión, con participación de numerosos académicos, y en vista de las observaciones que se hicieron se acordó que volviese el dictamen a la Comisión, agregándosele los socios Roura y Prat, para que con presencia de todo lo refundiese y presentase de nuevo.(16)

En la Junta general del 27 de febrero, uno de los socios agregados a la comisión, Prat, se quejaba de los obstáculos que se ofrecían para reunirse la Comisión. Y es que algunos de los académicos que habían participado en la elaboración del primer informe no parecían muy dispuestos a ningún tipo de refundición. Llobet, presidente de la Academia y de la comisión, se ausentó; Yáñez no participó en la discusión del nuevo dictamen, que sería presentado a la junta sin su firma.

Salvados así los obstáculos, se convocó Junta general extraordinaria para el 27 de marzo, con objeto de presentar a la Academia, para su aprobación, el nuevo dictamen. En esta ocasión, la asistencia de académicos a la asamblea fue sensiblemente menor(17), como consecuencia del consenso alcanzado en la elaboración del informe; se dio lectura a éste y se hicieron por D. José Castells y otros Socios algunas observaciones más bien en adición que en impugnación(18). Estas observaciones hacían referencia a la conveniencia de situar los vapores a sotavento de la ciudad. El informe vuelve a la comisión, a la que se suma Castells, para que sean añadidas estas observaciones, pero ya no será necesario someterlo a la aprobación de la Academia, sino que será cursado directamente por la comisión.

Una vez visto el proceso que condujo a la aprobación del dictamen por la Academia, y antes de entrar en el examen de su contenido, parece pertinente hacer una breve alusión a los académicos que participaron notoriamente en su elaboración y en las discusiones posteriores, a su formación y a su actividad profesional.

La Comisión original de seis miembros estaba compuesta por dos naturalistas, especialistas en geología -Llobet- y meteorología -Yáñez-; un médico -Vieta-; un arquitecto -Oriol-; un químico farmacéutico -Balcells-, y un abogado -Falguera.

Los naturalistas José A. Llobet i Vall-llosera (1779-1861) y Agustín Yáñez i Girona (1789-1857), ya fuera por su inagotable actividad intelectual, ya fuera por el auge que en aquellos momentos experimentaban las ciencias geológicas, o ya por la variedad de materias sobre las que aplicaron sus ímpetus investigadores, gozaban de un prestigio que sobrepasaba con mucho los límites disciplinarios. La trayectoria de ambos tuvo muchos puntos en común. Comprometidos con el liberalismo, habían sufrido la represión del absolutismo fernandino, teniendo que exiliarse Llobet y siendo Yáñez suspendido de sus funciones docentes. Tras la muerte del rey, comenzaron una nueva etapa de intensa actividad, tanto en la investigación, muy ligada al desarrollo económico del momento(19), como en las tareas institucionales(20). Otra característica común a los dos investigadores fue la publicación de manuales: Lecciones de Historia Natural, publicada en 1820 por Yáñez, y Elementos de Geolojia, cuyo primer volumen dio a la prensa Llobet en 1842(21). Ambas fueron las primeras en su género en España. De la obra de Yáñez se hicieron varias ediciones; Llobet, que había estudiado geología y mineralogía en Marsella y París durante su exilio, aportaba los enfoques más modernos, lo que le dio una inneglable notoriedad entre sus compañeros.

Se diferenciaban, no obstante, en la forma de trabajar. Mientras Yáñez era paciente y meticuloso, Llobet publicaba memorias sobre los temas más diversos con una frecuencia fuera de lo común(22), por lo que a veces se le ha reprochado la falta de profundidad en el tratamiento de las cuestiones que abordaba(23). Pero hemos de alegrarnos de esa facilidad para plasmar sus opiniones por escrito, por cuanto sus múltiples apuntes, observaciones, comentarios y glosas nos permiten conocer sus puntos de vista, e incluso, en ocasiones, también los de las personas con las que se relacionaba. Una muestra de ello la tenemos en el Dictamen sobre aguas subterráneas en el llano de la Ciudad de Barcelona; se trata de un escrito que distribuyó entre los comisionados de varias instituciones cuando fue consultado sobre el efecto de los vapores en el agotamiento de las aguas subterráneas(24).

En otro apartado de este trabajo trataremos del papel de estos científicos como puente entre la Ilustración y las generaciones románticas que desarrollarían su actividad investigadora a mediados de siglo. Baste ahora decir que utilizaron todos los medios a su alcance para establecer una estructura, tanto intelectual como institucional, sobre la que habría de basarse todo el desarrollo científico posterior.

El encargado de evaluar las repercusiones que los vapores pudieran tener sobre la salubridad pública -el detalle de las enfermedades a que pudieran dar lugar fue considerado como competencia de la Academia de Medicina- era Pedro Vieta i Gibert (murió en 1856), doctor en Medicina, médico del Hospital Militar. Sus profundos conocimientos de ciencias físicas le llevaron a ser profesor de Física experimental en las Escuelas de la Junta de Comercio, y, posteriormente, catedrático de Física aplicada en la Universidad de Barcelona; cátedra que simultaneaba con la de Cirugía médica en la Facultad de Medicina de la misma Universidad, de la que llegó a ser vicerrector. Publicó diversos trabajos de medicina, física y meteorología.

Los otros tres miembros de la comisión eran Félix Mª de Falguera (murió en 1897), abogado, catedrático de Derecho en la Universidad de Barcelona y decano del Colegio de notarios; José Antonio Balcells i Comas (1777-1857), doctor en farmacia, catedrático de Práctica farmacéutica; y el arquitecto José Oriol i Bernadet (1811- 1860), doctor en ciencias y catedrático de Matemáticas en la Universidad.

Como ya hemos dicho más arriba, una vez elaborado el dictamen, fue leído ante la Junta General y devuelto a la comisión. Para asegurarse de que todos los puntos de vista de la Asamblea tuvieran su reflejo en el informe, fueron impuestos a la Comisión dos nuevos miembros: José Melchor Prat i Solà (1779-1855) y José Roura i Estrada (1787-1860). Era Roura un químico notable, doctor en ciencias por Montpelier, catedrático de Química de la Junta de Comercio(25) y de la Escuela Industrial, de la que fue también director; sus trabajos de laboratorio y sus publicaciones tuvieron gran repercusión. El hecho de haber inventado la pólvora blanca o pólvora Roura, y el de haber sido el primero que en España instaló alumbrado de gas en vías y edificios públicos (Barcelona, 1829; Madrid, 1832) hicieron de él un científico muy popular. Subvencionado -generosa y repetidamente- por la Junta de Comercio, realizó varios viajes al extranjero, especialmente a Francia y Holanda, donde tomaba contacto con los últimos adelantos de la química.

José M. Prat , farmacéutico, doctor en química, había participado activamente en política, siendo redactor del Diario de Sesiones en las Cortes de Cádiz y en las de 1820, y diputado en las de 1822. Fue uno de los firmantes del decreto que suspendía al rey de sus funciones, lo que le valió la condena a muerte cuando el poder absoluto fue restablecido. Logró fugarse y estuvo exiliado en Inglaterra. Tras la muerte de Fernando VII, volvió a España y fue gobernador civil de Barcelona (interino) durante los sucesos de 1835, y de Lérida, Tarragona, Castellón, Córdoba y Oviedo. Era uno de los miembros de la comisión municipal que suministró a Madoz los datos estadísticos de Barcelona. Aunque no consta su aportación concreta en el resultado del dictamen sobre vapores, su dedicación plena a la política durante esta etapa de su vida nos hace suponer que en su participación pesaron más los criterios políticos que los científicos.

Hay que citar, finalmente, por su participación en las discusiones y en la redacción final del dictamen, a José Castells i Comas (1808-1849), doctor en medicina y cirugía, catedrático de Anatomía en la Facultad de ciencias médicas, físico del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Participó activamente en diversos congresos científicos internacionales. En 1839 organizó en la Academia de Ciencias un curso de Anatomía aplicada a las Bellas Artes, en el que colaboraron Damiá Campeny, Vicenç Rodés y José Arrau. Fue el primero en realizar, en Barcelona, con carácter experimental y pleno éxito, una operación con anestesia. Murió a los 41 años de edad.

Estas notas biográficas, aunque breves, nos permiten asegurar que la reputación científica de cada una de las personas que intervinieron en este debate estaba fuera de toda duda; y que los puntos de vista eran diversos no sólo por su formación, sino también por su actividad profesional e incluso política.

III

El informe finalmente presentado por la Academia de Ciencias, en respuesta a las dos cuestiones formuladas por el Consistorio, descompone la primera pregunta en tres partes y contesta separadamente cada una de ellas.

El primer apartado lo dedica a los posibles perjuicios que la instalación de vapores y fábricas de productos químicos pudieran causar a la salud de los ciudadanos.La hipótesis de partida es la siguiente: ni las exhalaciones producidas por los vapores ni las emanadas por cualquier otro tipo de industria son nocivas en sí mismas, sino por los daños que, debido a las condiciones en que se manifiestan, pudieran producir. Quiere esto decir que, a juicio de la Academia, cualquier tipo de industria, instalada en el campo o en un lugar muy ventilado, no sería en absoluto perjudicial. Pero se trata de Barcelona, ciudad antigua y de construcción irregular, ahogada como quien dice por unos muros que no la permiten una extensión proporcional a la población que recibe, con unas calles estrechas que dificultan el paso del aire,

Ciudad, en fin, cuya población ha crecido en tal manera, que no pudiendo extenderse por la circunferencia, se ha visto obligada a levantar las casas a mayor altura de lo que se acostumbra generalmente en otros pueblos, y a subdividir y estrechar las habitaciones cuanto ha sido posible, de modo que puede decirse que existen dos Ciudades en el lugar destinado para una sola.

Ninguna otra ciudad europea de población semejante a la de Barcelona tiene una extensión tan reducida. L. Figuerola comparó poco después(26) la circunferencia de Madrid con la de Barcelona, y resulta que aquélla tiene una superficie cuatro veces mayor. En las ciudades inglesas, francesas o belgas que citaban los defensores de la instalación de fábricas intramuros de Barcelona, no sólo es mucho mayor el área que ocupan, sino que, además, la legislación establece que las fábricas han de instalarse en los extremos de la ciudad.

Es en estas condiciones donde las emanaciones frecuentes de gases suelen ser perjudiciales. Pero, ¿en qué medida?. Las consecuencias de esta contaminación pueden ser consideradas desde dos puntos de vista: médico o científico. La Academia de Ciencias no entra a describir las enfermedades que esta situación puede provocar. Sí se ocupa, sin embargo, de las reacciones y los efectos que suscita en la atmósfera, primer paso para estudiar las enfermedades a que, a la larga, da lugar.

Se describe así el proceso: sólo por el número de personas que viven y, por tanto, respiran en Barcelona, se descompone una gran cantidad de aire; la renovación de este aire viciado es insuficiente debido a la situación topográfica, a las condiciones climáticas y a los rasgos urbanísticos de la ciudad. Todo lo que contribuya a aumentar las impurezas es perjudicial; y todos los gases lo son puesto que con su presencia, en el mejor de los casos, es preciso que desalojen una porción de gas oxígeno. Las alteraciones provocadas en la atmósfera tienen como consecuencias inmediatas irregularidades en la respiración,que

no se ejerce con la regularidad que conviene, y esta imperfección en una función tan trascendental de la vida humana irregulariza todas las demás funciones orgánicas que de ella dependen, que en consecuencia sino experimentan una alteración sensible y del momento, sufren una modificación que obrando paulatinamente en toda la economía, ataca la salud de una manera, que sólo es apreciable después de largo tiempo, y cuando menos puede dar por resultado hacer la vida de más corta duración, y transmitir a las generaciones futuras una constitución endeble y enfermiza.

Estas conclusiones coinciden con las expuestas en su informe por la Real Academia de Medicina y Cirugía, tanto en lo que se refiere a considerar perjudicial la presencia en la atmósfera de impurezas, aunque no puedan ser detectadas por el análisis químico, como en los efectos que ello tiene sobre la duración de la vida. No se aventuran, sin embargo, los médicos a pronosticar una transmisión a las generaciones futuras de los caracteres degenerativos adquiridos.

La conclusión de este apartado es la consideración de que, en las condiciones actuales, la excesiva generalización de los vapores y las fábricas de productos químicos llegaría a ser perjudicial para la salud pública. Y eso sin tomar en consideración otras características como podría ser la modificación del estado eléctrico de la atmósfera debida a la contaminación, materia poco indagada.

El Dr. Durán, por su parte, en el discurso citado más arriba, manifiesta explícitamente el porqué de esta tibieza en la calificación de los efectos de la contaminación, que sólo son considerados como netamente perjudiciales si se generalizasen demasiado. En este conflicto entre los intereses industriales -que son sin duda intereses sociales- y la salud pública, nadie se atreve a ser demasiado tajante, ya

que las fábricas y los vapores (...) son un elemento esencial de la sociedad; que ésta bajo el respecto sanitario correría al mismo tiempo grande riesgo si se multiplicasen indefinidamente dichos establecimientos; y que es preciso armonizar los intereses industriales con la salud pública aconsejando disposiciones que han tenido y aún tienen en otras partes fuerza de ley.

 

IV

Los daños que las máquinas de vapor pudieran ocasionar a la conveniencia pública y a las propiedades no son, a juicio de la Academia de Ciencias, los que requieren mayor atención. Les dedica dos pequeños apartados del informe, que no son más que una enumeración de inconvenientes: incomodidad de los sentidos (ruidos, malos olores); peligro de explosiones y trepidaciones (considerados como los mayores peligros contra la propiedad); presencia de partículas carbonosas en el aire, que afectan tanto a las ropas como a los secaderos de hilados, tejidos y tintes.

Mayor preocupación parece despertar la disminución de las aguas subterráneas, lo que ya había provocado numerosas quejas de propietarios de pozos, y había sido objeto de estudio por parte de algún académico(27). La Academia aprovecha la ocasión para recomendar que se tome en consideración el antiguo proyecto, ya olvidado, de conducir un brazo o ramal del Río Llobregat al llano de Barcelona por Sarriá, proyecto que si se realizase proporcionaría además un considerable manantial de riqueza a esta Ciudad y su llano.

La Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País da a esta cuestión un enfoque completamente distinto. Para esta sociedad, cuyo punto de vista resumimos a continuación, el mayor inconveniente de la acumulación de fábricas y vapores en Barcelona no es que pueda perjudicar a la salud pública, de lo que, aun admitiéndolo, se desentiende; ni que pueda perjudicar de alguna manera a los intereses públicos o privados de los ciudadanos. El mayor peligro es, a su entender, que se produzca una excesiva concentración industrial, lo que tendría como consecuencias más graves

1º. Que la instalación de nuevas industrias absorbería grandes capitales debido al excesivo precio del suelo en el interior de la ciudad, de los materiales, de la mano de obra y de las máquinas de vapor, que serían innecesarias junto a un salto de agua.

2º. Que los gastos de producción son, por lo tanto, mucho mayores.

La desmoralización de la clase jornalera. Con un humanitarismo paternalista que pretende encubrir los deseos de contar con una clase obrera resignada y disciplinada, la Sociedad canta las alabanzas de la vida en el campo, porque allí donde las necesidades ficticias son menos, allí su índole es más dulce y sus exigencias más moderadas. Por el contrario, en Barcelona, en donde las diversiones públicas, los sitios de solaz y de recreo y el lujo y la ostentación compiten si no exceden a los de la misma corte; donde el vínculo sagrado de la familia, base y apoyo de toda sociedad política, desaparece, el jornalero a quien por la índole de su profesión se le condena a la perpetua renuncia de estos goces queda colocado en una posición falsa y resbaladiza, o en estado desesperante.

4º. Que es más fácil combatir, arruinar y destruir la industria concentrada en una sola ciudad que la diseminada en numerosas poblaciones de diversas provincias.

No nos parece metodológicamente conveniente conjeturar, ciento cincuenta años después, sobre la aptitud del modelo económico que defendían los Amigos del País -quizás un poco a contracorriente- para impulsar la industrialización de Cataluña; o, en cualquier caso, no es éste el lugar para hacerlo. Pero sí viene a cuento esta referencia a propósito de lo que más arriba decíamos sobre campo frente a ciudad. Es una aplicación más, sin duda interesada, de las premisas de este debate al desarrollo económico.

V

Se trata ahora, una vez clasificados, descritos y analizados los perjuicios que la contaminación industrial puede causar, de aportar soluciones para evitarlos. Médicos, científicos y economistas estaban de acuerdo en que la única solución radical sería trasladar las industrias fuera de la ciudad, y dar al mismo tiempo a Barcelona más ensanche donde podrían alternar con las casas los jardines y arbolados. Pero como era esto tarea de larga duración, y la situación devenía insostenible, se propusieron otras medidas más inmediatas.

En el informe de la Academia de Ciencias se hace una distinción entre las industrias ya establecidas y las que pretendan instalarse en lo sucesivo. Para éstas es imprescindible estatuir ordenanzas que especifiquen los criterios sobre aislamiento(28), inspección(29) y chimeneas, que habrá que levantar cuanto sea posible.

La dificultad más grave estaba, sin embargo, en el tratamiento que habría de darse a las fábricas ya instaladas. La Academia de Ciencias propone respetar los intereses creados en lo que sea posible; pero como el interés general es preferible al particular, las industrias que constituyesen un perjuicio harto notable al vecindario tendrían que ser trasladadas a parajes más idóneos. Para que las industrias más alejadas no salieran perjudicadas con respecto a las del interior de la ciudad, el Ayuntamiento debería tomar las medidas fiscales adecuadas y, sobre todo, arreglar los caminos de Barcelona a los pueblos vecinos, cuyo estado era en aquellos momentos lamentable.

Para concluir, parece interesante hacer referencia a la proposición formulada por uno de los académicos, D. José Castells, que aparece colocada en una página aparte del dictamen que la Comisión sometió a la aprobación de la Academia. Propone el establecimiento de una verdadera comarca industrial. Es bueno que los estímulos industrializadores partan de Barcelona, dice, pero cuanto más se extiendan los radios sin interrupción, haciendo un todo continuo, mayor actividad habrá. Esta propuesta no fue incluida en el dictamen porque la comisión no sabe si se la facultó para añadir las ideas que contiene.

La Sociedad de Amigos del País, que, como ya hemos dicho, rechaza la concentración de industrias en Barcelona, propone dos métodos para evitarla. Uno sería procurar la reforma de la hacienda municipal para convencer a los industriales de que instalar fábricas en Barcelona tiene muchos inconvenientes, incluso fiscales. Otro, menos expeditivo, organizar una especie de campaña de concienciación, para llevar adelante estas reformas con el apoyo de la opinión pública, que sabrá obrar indudablemente la prensa periódica.

VI

Falta por ver, ahora, si todo este debate entre defensores de la instalación de industrias en la ciudad -independientemente de la parte de beneficio que tuvieran en ello y del modelo de industrialización que seguían- y los que luchaban por hacer de Barcelona una ciudad habitable -tanto mediante la reforma interior como propiciando la expansión, el ensanche- tuvo su reflejo en las disposiciones legales posteriores.

No había por entonces en España, y todavía tardaría varios decenios, legislación industrial. Sí algunos reglamentos especiales que hacían referencia a determinados tipos de actividad industrial, pero ninguno de ellos tenía en cuenta la existencia de máquinas de vapor. Como ya hemos dicho más arriba, en 1835, tras el movimiento de inquietud ciudadana provocado por la instalación de las primeras máquinas de vapor en Barcelona, el Ayuntamiento promulgó una reglamentación, que fue la primera en España, para regularizar el establecimiento de los vapores.

Esta reglamentación pasa por alto los dos problemas más graves que presentaban este tipo de máquinas: la potencia máxima que debía permitirse y las zonas en que su instalación no era recomendable; cuestiones que eran, como hemos visto, las que más preocuparon a las intituciones encargadas de elaborar los informes encargados por el Consistorio.

Mientras estos informes se realizaban, el Ayuntamiento prohibió cautelarmente la instalación de nuevas calderas, aunque sí permitía el aumento de potencia de las ya instaladas.

En 1846, evacuados ya los dictámenes solicitados, el Consistorio prohibió la instalación de nuevas fábricas que utilizasen aparatos de vapor en el interior del recinto amurallado. Se endurecieron los controles sobre las que estaban ya en funcionamiento y se limitó la potencia de las calderas en algunas zonas del centro de la ciudad.

Este edicto de 1846 sería recogido -junto con otros reglamentos anteriores y algunas directrices de la reglamentación francesa de 1843- en las Ordenanzas Municipales promulgadas en 1857. Se establecen en éstas diferentes categorías de generadores de vapor(30); se divide la ciudad en diversas zonas en las que se autoriza la presencia de vapores de acuerdo con su categoría; se regulariza el espesor de las planchas de las calderas,la distancia que ha de haber entre éstas y las fincas vecinas o la vía pública, y los casos en que será necesario construir un muro protector.

Estas ordenanzas, que serían modificadas sucesivamente de acuerdo con nuevas circunstancias, sirvieron de base a las promulgadas en otras ciudades (Valladolid, Guadalajara), puesto que eran el único antecedente en todo el Estado. Todavía en 1889, el académico Sintas y Orfila se quejaba de las carencias y contradicciones de la reglamentación industrial española y señalaba la necesidad de llevar por fin a término una legislación industrial válida para todo el Estado, que proporcionara las líneas generales sobre las que elaborar las ordenanzas municipales,

pues esta falta ha producido el que las pocas disposiciones referentes a policía industrial sean algunas contradictorias, pues no tiene poca parte en este desorden el sistema de nuestro país de legislar por incidentes y de revocar hoy lo que ayer se ordenó(31).

VII

Hemos visto, a lo largo de la exposición, algunas de las consecuencias de la polémica sobre los vapores en el terreno de la política, la economía y la legislación, así como las causas que lo produjeron. Desde el punto de vista de la historia de la ciencia, pueden, asimismo, hacerse algunas observaciones, tanto para encuadrar el debate en el marco de la tradición científica, cuanto para extraer algunas conclusiones. Una breve recapitulación de los que podrían considerarse puntos cardinales del debate será, sin duda, útil a este propósito.

1º. Crecimiento demográfico. Durante los siglos XVIII y XIX -con excepción de las primeras décadas de éste- se produjo un aumento generalizado, aunque no homogéneo, de la población en toda la Península, en gran parte debido al descenso de la mortalidad catastrófica y la mejora de las condiciones higiénicas. En las ciudades con mayor actividad industrial o comercial, este incremento se hizo más evidente, ya que al crecimiento vegetativo hay que sumarle una importante inmigración.

La asimilación de esta población por unas ciudades estructuradas conforme a moldes anticuados, alejados de las necesidades que la naciente revolución industrial comenzaba a crear, condicionó el desarrollo urbano. En las ciudades que, como Barcelona, no habían experimentado cambios estructurales desde la Edad Media, las cuestiones referentes a la adaptación a las nuevas circunstancias, como la escasez de suelo -con la consiguiente especulación- y deterioro de las condiciones sanitarias, significaron el principal problema para la administración.

2º. Desarrollo de la medicina, plasmado tanto en los aspectos teóricos como en el reconocimiento de la desnutrición y la miseria como causas de determinadas afecciones. Este hecho se tradujo en una toma de conciencia social fundada en la necesidad de mejorar las condiciones de higiene y nutrición de la población. Máxima expresión de esta nueva situación la constituye la corriente de pensamiento desarrollada entre los médicos, que se conoce con el nombre de higienismo(32).

3º. Implicación social de la ciencia. El desarrollo de los acontecimientos que hemos expuesto a lo largo de este trabajo vino provocado por una consulta del Consistorio a las instituciones científicas. El hecho de que la Administración pública no actuara, ante los graves problemas que tenía planteados, por su cuenta, ni se conformara con las recomendaciones de algún consejero de prestigio, deja entrever hasta qué punto la comunidad científica institucionalizada había alcanzado ya en aquel momento prestigio social.

Durante el reinado de Fernando VII no había podido llegar a consolidarse una tradición científica capaz de continuar la tarea iniciada por los ilustrados. La exacerbada represión de todo aquello que tuviera una apariencia mínimamente liberal, obligó no sólo a los intelectuales aisladamente a exiliarse o callarse, sino que también impidió la articulación, funcionamiento e incluso la propia existencia de los colectivos científicos(33). Ausencia de tradición que fue percibida, ya entonces, por algunos intelectuales románticos: La generación que espira nada nos ha enseñado. Nuestros maestros tienen que ser la contemplación de la naturaleza, la filosofía de las costumbres, y el entusiasmo de nuestro corazón(34).

Entusiasmo no faltó, como hemos podido comprobar, ni entre los que regresaban del exilio con abundante acopio de ideas y métodos actuales, ni entre los que, en una tarea aislada y callada, sobrevivieron con enorme dignidad científica a los peores años del absolutismo. Y este entusiasmo no se aplicó sólo al trabajo puramente científico, a la investigación, sino también, y sobre todo, a la organización de la comunidad científica, a la creación de los marcos institucionales en los que establecer una tradición capaz de sacar al país del marasmo en que se hallaba(35). Fueron una élite con vocación democrática, una minoría que puso la ciencia al servicio de la sociedad. Como ha señalado Fleck(36), a los períodos en que es más fluida la relación entre la comunidad científica y los sectores sociales más activos, corresponde un mayor crecimiento científico.

Comenzaba a manifestarse, durante estos años, lo que A. Koyré, refiriéndose a la historia de la cronometría, llamó pensamiento tecnológico. La sociedad, que había visto la preocupación de los higienistas por aportar soluciones que permitiesen salir de la precaria situación sanitaria a la que se había llegado; que había visto cómo dogmas hasta entonces inamovibles empezaban a ser desplazados por una ciencia fundamentada en la comprobación de sus presupuestos; que estaba viendo cómo, de forma más evidente que nunca, se estaba haciendo una ciencia que no sólo era aplicable, sino que además aportaba soluciones, resultados prácticos, se mostraba eficaz; la sociedad, decíamos, sitúa a la comunidad científica como tal en un lugar de privilegio. Y, recíprocamente, la ciencia institucionalizada tiene una mayor imbricación con la sociedad; una pequeña muestra de ello son los informes que hemos examinado y la toma de posición de los científicos ante los intereses encontrados, buscando soluciones que se atengan al interés general, por encima de las conveniencias particulares o de grupo: no debe olvidarse que, en este caso, se trataba de satisfacer el interés general sin por ello cortar las alas a un desarrollo industrial que entonces iniciaba impetuosamente su vuelo. A esta interrelación, más que a una comunidad de intereses intrínsecamente científicos, hay que atribuir el extraordinario desarrollo de las sociedades científicas durante el siglo XIX.

Resta señalar, finalmente, otro factor básico en esta relación entre ciencia y sociedad. Se trata de la estabilidadque la ciencia ofrece al desarrollo social. En una época políticamente tan turbulenta como fue nuestro siglo XIX, se produjeron numerosas situaciones de retroceso ideológico que ponían dificultades al progreso. Por encima de los vaivenes políticos puede seguirse el rastro de una evolución -rápida en algunos casos, excesivamente lenta en otros, pero evolución al fin- del pensamiento científico. Desde posiciones retrógadas se oponían resistencias a cada una de las nuevas teorías; pero cada batalla ganada por la ciencia repercutía en toda la sociedad y la hacía avanzar un paso más. Esta evolución continuada fue creando la sensación de que nunca el mundo había progresado tán rápidamente. Los avances técnicos -desarrollados a partir de investigaciones científicas- se sucedían con tanta celeridad que cualquier circunstancia parecía oportuna para manifestar el asombro ante tan maravilloso progreso; no había discurso o publicación en que no se manifestara la admiración por esta época de vértigo(37).

Es en esta época, en fin, en la que, a partir de la colaboración cada vez más estrecha entre la ciencia y la industria, se inicia el largo camino que conducirá, ya en el siglo actual, a una nueva figura, la del investigador científico asalariado.

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NOTAS

1. Esta situación no era nueva en Barcelona. Ya durante el siglo XVIII (...) eran constantes las quejas del vecindario por considerarlas [las manufacturas de indianas] insalubres e inseguras, por lo que la Audiencia llegó a aconsejar al Ayuntamiento que no autorizara la instalación en la ciudad de nuevas empresas.", (IZARD, 1970, pág. 17). Y mucho antes, en 1255, el Veguer de Barcelona, a causa de la molestia que ocasionaban al vecindario los gremios de fustaneros, ordenó que ninguna persona pudiera ejercer dicho oficio sino en los extrmos o arrabales de la ciudad.", (Informe sobre vapores de la Soc. Económica Barcelonesa de Amigos del País).

2. 2. Vid. MESTRE CAMPI, (1988).

3. Citado por Nadal, (1976), pág. 98.

4. CAPEL, (1975), pág. 23.

5. FIGUEROLA, (1849), pág. 61.

6. MESTRE CAMPI, (1988), pág. 20.

7. No se había demostrado científicamente la inocuidad o no de las exhalaciones emanadas de las máquinas de vapor, aunque, como casi siempre que se trata de algo nuevo, se le atribuían las peores propiedades.

8. SAGARRA, (1990), pág. 23.

9. Ibid., pág. 25.

10. Vid. nota nº 3. El citado informe del fiscal de la Audiencia sobre la industria (1784) cita cuatro argumentos contrarios a la instalación de fábricas en la ciudad: 1º, la continuidad entre fábricas y viviendas crea problemas de salud; 2º, las fábricas ocupan mucho espacio y hacen subir los alquileres; 3º, los grandes beneficios de los industriales les permiten comprar los mejores terrenos y casas para dedicarlos a la industria; 4º, las manufacturas provocan la desaparición del trabajo independiente y están en la raíz de los problemas de orden público. (Cfme GRAU, 1988, págs. 76-77). Estos argumentos los veremos de nuevo en el informe de la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País sobre las máquinas de vapor (1845).

11. GRAU, (1988), pág. 129.

12. Por parte de la Academia de Ciencias asistieron los académicos Pedro Vieta y José A. Ballcells.

13. Oficio del Ayuntamiento Constitucional de Barcelona a la Nacional Academia de Ciencias Naturales y Artes, de 23 de Diciembre de 1844. (Archivo de la R. Academia de Ciencias de Barcelona).

14. La Real Academia de Ciencias cambió su nombre por el de Nacional Academia en 1820, cuando sus miembros juraron la Constitución. En 1823 fue clausurada por Fernando VII, y no volvió a abrir sus puertas hasta 1835, tras la muerte del rey. En 1844 todavía no había recuperado su Real título.

15. A esta sesión acudieron 21 académicos. La media de asistencia a las juntas generales durante los años 1844 y 1845 era de 12,3. De hecho, no se había registrado una asistencia tan numerosa desde el 12 de agosto de 1842, cuando se trataba de formar un tribunal para las cátedras de la Junta de Comercio; asistieron en aquella ocasión 26 socios.

16. Acta de la Junta general extraordinaria del día 6 de Febrero de 1845.

17. Asistieron 14 académicos, cifra muy próxima a la media de asistencia a las Juntas generales en esta época.

18. Acta de la Junta general extraordinaria del día 27 de Marzo de 1845.

19. Llobet colaboró intensamente con diversas compañías mineras de Cataluña, Levante, Murcia y Andalucía Oriental, regiones que recorrió durante varias campañas, así como en proyectos para abastecer de agua potable a centros urbanos. Estos trabajos dieron lugar a un gran número de memorias, que se encuentran en el Archivo de la Academia de Ciencias de Barcelona; sólo una pequeña parte de ellas fueron publicadas. Yáñez, por su parte, realizó varias investigaciones sobre química aplicada, especialmente sobre tintes utilizados en la industria textil.

20. 20. Además de su enorme actividad en el seno de la Academia de Ciencias, en la que ambos impartieron cursos y seminarios, ocuparon cargos en secciones y comisiones, y fueron presidentes cinco veces cada uno, eran miembros de la Real Academia de Buenas Letras y de la Socieded Económica de Amigos del País. Yáñez fue también segundo alcalde de Barcelona.

21. El segundo volumen, cuyo manuscrito se encuentra en el Archivo de la Academia de Ciencias, no llegó a ser publicado.

22. En su necrología se citan 110 trabajos de índole diversa presentados en la Academia.

23. De estos trabajos dice Elías de Molins en su Diccionario biográfico que adolecen de precipitación y marcado enciclopedismo.

24. En la introducción de este trabajo, fechado en enero de 1845, dice que he determinado dar solución por escrito a las preguntas que se me han hecho de palabra (...) a fin de que al recordar mi opinión sobre cada una de ellas se tengan presentes las razones que he dado en su apoyo, y para que no puedan mis dichos ser estimados, sino del modo que yo los he emitido.

25. La colaboración entre la Junta de Comercio y la Academia de Ciencias fue muy intensa, Puix com la Junta de Comerç tenia rendes i l'Academia professors, es completaven mútuament, i així s'uniren (...). Demés, la Junta premiava amb pensions, els que n'eren mereixedors, per anar a l'extranger i a la resta d'Espanya, a millorar llurs coneixements (J.Mª Bofill i Pichot: Contribució a la crònica de la Historia Natural a Catalunya, Barcelona, I.E.C., 1938).

26. FIGUEROLA, (1849), pág. 8-9.

27. ROURA, J. y VIETA, P.: Reflexiones físico-geológicas sobre fuentes ascendentes ó artificiales, con motivo del pozo taladrado que mandó abrir la Real Junta de Comercio de este principado. Barcelona. 1835. Herederos de Roca.

28. Las nuevas fábricas deben instalarse lo más alejadas del centro urbano que sea posible -mucho mejor si es fuera de las murallas-, y han de contar con el consentimiento de los vecinos.

29. Arquitectos contratados por el Ayuntamiento deben inspeccionar los edificios destinados a la instalación de fábricas.

30. Las diferentes categorías se basan en los índices obtenidos al multiplicar la presión de la caldera (en atmósferas) por el volumen de agua (en metros cúbicos).

31. SINTAS, (1889).

32. Vid. URTEAGA, (1980).

33. Vid. nota 14.

34. J. Salas y Quiroga, en No me Olvides, nº 12, pág. 8. Madrid, 23 de Julio de 1837.

35. Hay que mencionar aquí la extraordinaria contribución de la Academia de Ciencias de Barcelona al desarrollo de la enseñanza superior, tanto proveyendo de profesores y programas a la Universidad restablecida, como en su colaboración con las Escuelas de la Junta de Comercio.

36. FLECK, (1986), Cap. IV.

37. Los testimonios de admiración son abrumadores. Hemos seleccionado una muestra característica: Nuestro siglo lo es todo, lo abarca todo. El enciende en los corazones bélico ardor y arma los brazos para luchas sangrientas; él da la fuerza de invención aplicada á los adelantos materiales que tienden vuelo asombroso; él comunica febril movimiento á los aparatos de la industria, y al comercio actividad incansable; él inspira sublimes creaciones artísticas; él eleva la imaginación á las mas altas concepciones de lo bello; él arrastra en su marcha á los conocimientos humanos por sendas ignoradas; él es, en una palabra, la fuerza, el génio y la riqueza; grandeza y poderío. ¡Portentosa es nuestra edad y vanagloria de sus hijos su cosmopolitismo!". (C.- "Nuestro siglo. ¿Dónde nos hallamos?" El Siglo Literario. Año II, nº 10. Barcelona, 3 de Enero de 1874).



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