JUAN ANTONIO JIMÉNEZ SANCHEZ Ídolos de la antigüedad tardía: algunos aspectos sobre los aurigas en Occidente (siglos IV-VI). Al igual que ocurre actualmente, también la Antigüedad tenía sus ídolos de masas, ídolos surgidos de los espectáculos públicos: gladiadores, atletas, actores y aurigas. Estos últimos, junto con los actores, monopolizaron la atención del público durante los dos últimos siglos de existencia del Im- perio Romano de Occidente. El presente artículo pretende analizar algunos aspectos relacionados con los aurigas de Occidente entre los siglos IV y VI, tales como su condición de ídolos del pueblo, sus supersticiones y su rela- ción con el cristianismo. Mientras que la primera cuestión está relacionada con la problemática de la propaganda imperial y la política de distracción de masas, las dos siguientes, aparte de estar relacionadas entre ellas, lo es- tán con la historia del cristianismo de los últimos siglos del Imperio de Occidente. Ídolos de la multitud Los aurigas eran los ídolos de la multitud. Con todo, no debemos verlos como elementos aislados. El auriga era, ante los ojos del público, la cara visible de la facción a la cual pertenecía. Había cuatro facciones en Roma, cada una distinguida con un color: rojo, blanco, azul y verde. A las más an- tiguas, la roja y la blanca, se añadieron posteriormente la azul y la verde, facciones que adquirirían todo el protagonismo en la arena desde su crea- ción. A finales del siglo III, los blancos se unieron a los verdes, y los rojos a los azules, aunque no dejaron de existir en la arena. Las facciones fun- cionaban como empresas y suministraban todo el material necesario a los editores de los juegos (salvo en aquellos raros casos, como el de Símaco, en los que el editor decidía organizarlo todo por su cuenta). Restos de épo- ca domiciana (posteriores al incendio del año 80 d.C.) aparecidos bajo el actual palacio Farnesio hacen suponer que tenían allí ubicadas sus cuadras (stabula factionum), en la región IX, cerca del circo Flaminio, y probable- mente al pie del Capitolio1. Como he indicado más arriba, la gente sólo tenía ocasión de ver en la arena al auriga (quien conducía el carro), al iubilator (quien animaba a los corredores, siguiéndolos a pie o a caballo), y al sparsior (encargado de re- frescar con agua los ejes de los carros y los caballos). Sin embargo, el per- sonal de una facción podía llegar a alcanzar hasta los doscientos ciencuenta miembros. La famosa inscripción de Tito Ateyo Capitón nos da una idea de los profesionales empleados en una facción: Familiae quadrigariae T [iti ] At [ei] Capitonis / panni chelidoni, Chresto quaesto- re, / ollae diuisae decurionibus heis q [ui] i [n]/[fra] s [cripti] s [unt]: / M. Vipsanio Migioni, / Docimo uilico, / Chresto conditori, / Epaphrae sellario, / Menandro agitatori, / Apollonio agitatori, / Cerdoni agitatori, / Liccaeo agitato- ri, / Helleti succonditori, / P. Quinctio Primo,/ Hyllo medico, / Anteroti tento- ri, / Antiocho sutori, / Parnaci tentori, / M. Vipsanio Calamo, / M. Vipsanio Dareo, / Eroti tentori, / M. Vipsanio Fausto, / Hilario aurig., / Nicandro aurig., / Epigono aurig., / Alexandro aurig., Nicephoro spartor [i], / Alexioni moratori, / [... ] uiatori2. En esta inscripción, pueden distinguirse veinticuatro o veinticinco profe- sionales (decuriones) bajo las órdenes del dominus factionis o factionarius. Tras los decuriones encontramos un número mayor de esclavos, que esta- rían bajo sus órdenes, y que completarían el número de componentes de la Este trabajo se ha realizado dentro del Proyecto de Investigación PB 97-0891 del MEC y del Grup de Recerca 1997-00357 de la Generalitat de Catalunya, de los cuales es investigador principal el profesor Josep Vilella. 1 BALSDON 1969, p. 315; CARCOPINO 1939, pp. 250 s.; DARDER 1993, vol. I, p. 24; FRIEDLÄNDER 1920, vol. II, pp. 33 s.; THUILLIER 1996, pp. 155-163. Sobre las facciones, en general, véase CAMERON 1976. Sobre la organización de la editio praetoria del hijo de Símaco, véase VILELLA 1996. 2 ILS, 5313 (CIL, VI, 10046). AUGUET 1985, pp. 126 s.; BLANCO 1950, p. 137; FRIEDLÄNDER 1920, vol. II, pp. 33 s.; DE RUGGIERO 1962, pp. 23 s.; SAGLIO 1887, p. 1199; WEEBER 1994, pp. 49-52. En contra, MARICQ 1950, p. 399, nota 3.
7. Mosaico del auriga Marciano, Mérida (BLANCO 1978b, lam. 104, n. 43 B). 8. Mosaico del auriga Paulo, Mérida (BLANCO 1978b, lam. 104, n. 43 B).
9. Mosaico del auriga Eros, Dougga (DUNBABIN 1978, pl. 34, fig. 88). Aurigas y magia Los aurigas no sólo podían ser perseguidos por incitar en cualquier modo a la revuelta. También podían serlo por envenenamiento y por la práctica de la magia. En efecto, los aurigas poseían, aparte de su pericia como con- ductores de cuádrigas, fama de hechiceros y de expertos envenenadores, cuyos conocimientos usaban en ocasiones para vencer al rival. Las fuentes nos testimonian el frecuente uso de las artes mágicas con este fin. Así, a principios del siglo IV, vemos decir a Arnobio que en su época se utilizaba la magia para «in curriculis equos debilitare, incitare, tardare» (debilitar, incitar, retardar los caballos en las carreras)53. Ya hemos visto como, a principios del siglo VI, el auriga Tomás despertó rumores de hechicería an- te sus continuos éxitos54. En Oriente, encontramos, como paralelos, histo- rias similares. Así, vemos en Gaza a Hilarión, ayudando a su conciudada- no Itálico, también cristiano, a librar a sus caballos del hechizo lanzado por un brujo, que servía bajo las órdenes de un rival55. La maldición dirigida contra el auriga rival o contra sus caballos recibía el nombre de deuotio56. Era una fórmula estereotipada, con una serie de atenuaciones, restricciones y condiciones, escritas en lengua vulgar (mez- clando a veces el griego y el latín, y frecuentemente con errores) que invi- taba a las fuerzas subterráneas a hacer morir, torturar o «atar» (es decir, pa- ralizar física y/o anímicamente) a la persona indicada. Frecuentemente, se añadían al texto dibujos enigmáticos. Esta fórmula se grababa sobre una lá- mina metálica, habitualmente de plomo. La elección de este metal tiene una doble causa. Por un lado, el metal consagrado a Saturno (divinidad hostil a los hombres) aumentaba la eficacia de la maldición. Por otro, la hoja de plomo podía ser fácilmente doblada o enrollada, ocupando menos espacio (como aparece frecuentemente, en forma de pequeño volumen). Tras haber sido escrita, la maldición se entregaba a las divinidades infer- nales mediante su colocación en una tumba, bajo la vigilancia del muerto, siguiendo ciertos ritos destinados a aumentar su efectividad. Se conservan muchas de estas tablillas (tabellae defixionum), aparecidas, principalmen- te, a lo largo de las vías, por ser el lugar donde normalmente se ubicaban las tumbas, siendo de destacar las encontradas en la vía Appia57. Una de las tablillas más conocidas proviene de Hadrumetum (Túnez), y fue encontrada en la tumba de un niño (il. 10). Es de plomo, y mide 11 por 53 ARNOBIUS, Adu. nat., I, 43, 5. 54 CASSIODORUS, Var., III, 51, 2. 55 HIERONYMUS, Vit. Hil., 20. 56 BOUCHÉ-LECLERCQ 1892, p. 114. 57 Sobre estas tablillas, AUDOLLENT 1904; BALSDON 1969, pp. 318 s.; CARCOPINO 1939, p. 253; DARDER 1993, vol. I, p. 22; pp. 29-31; vol. III, pp. 173-215; FRIEDLÄNDER 1920, vol. II, p. 43; LAFAYE 1918, pp. 4 s.; THUILLIER 1996, p. 137; WEEBER 1994, p. 52.
Última actualització: 4 de juny de 2007.