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JA. JIMÉNEZ, «Ídolos de la Antigüedad Tardía: algunos aspectos sobre los aurigas en Occidente (siglos IV-VI)», Ludica 4 (1998), pp. 20-33.

JUAN ANTONIO JIMÉNEZ SANCHEZ
Ídolos de la antigüedad tardía: algunos aspectos sobre
los aurigas en Occidente (siglos IV-VI).


Al igual que ocurre actualmente, también la Antigüedad tenía sus ídolos de
masas, ídolos surgidos de los espectáculos públicos: gladiadores, atletas,
actores y aurigas. Estos últimos, junto con los actores, monopolizaron la
atención del público durante los dos últimos siglos de existencia del Im-
perio Romano de Occidente. El presente artículo pretende analizar algunos
aspectos relacionados con los aurigas de Occidente entre los siglos IV y VI,
tales como su condición de ídolos del pueblo, sus supersticiones y su rela-
ción con el cristianismo. Mientras que la primera cuestión está relacionada
con la problemática de la propaganda imperial y la política de distracción
de masas, las dos siguientes, aparte de estar relacionadas entre ellas, lo es-
tán con la historia del cristianismo de los últimos siglos del Imperio de
Occidente.

Ídolos de la multitud
Los aurigas eran los ídolos de la multitud. Con todo, no debemos verlos
como elementos aislados. El auriga era, ante los ojos del público, la cara
visible de la facción a la cual pertenecía. Había cuatro facciones en Roma,
cada una distinguida con un color: rojo, blanco, azul y verde. A las más an-
tiguas, la roja y la blanca, se añadieron posteriormente la azul y la verde,
facciones que adquirirían todo el protagonismo en la arena desde su crea-
ción. A finales del siglo III, los blancos se unieron a los verdes, y los rojos
a los azules, aunque no dejaron de existir en la arena. Las facciones fun-
cionaban como empresas y suministraban todo el material necesario a los
editores de los juegos (salvo en aquellos raros casos, como el de Símaco,
en los que el editor decidía organizarlo todo por su cuenta). Restos de épo-
ca domiciana (posteriores al incendio del año 80 d.C.) aparecidos bajo el
actual palacio Farnesio hacen suponer que tenían allí ubicadas sus cuadras
(stabula factionum), en la región IX, cerca del circo Flaminio, y probable-
mente al pie del Capitolio1.
    Como he indicado más arriba, la gente sólo tenía ocasión de ver en la
arena al auriga (quien conducía el carro), al iubilator (quien animaba a los
corredores, siguiéndolos a pie o a caballo), y al sparsior (encargado de re-
frescar con agua los ejes de los carros y los caballos). Sin embargo, el per-
sonal de una facción podía llegar a alcanzar hasta los doscientos ciencuenta
miembros. La famosa inscripción de Tito Ateyo Capitón nos da una idea
de los profesionales empleados en una facción:
Familiae quadrigariae T [iti ] At [ei] Capitonis / panni chelidoni, Chresto quaesto-
re, / ollae diuisae decurionibus heis q [ui] i [n]/[fra] s [cripti] s [unt]: / M.
Vipsanio Migioni, / Docimo uilico, / Chresto conditori, / Epaphrae sellario, /
Menandro agitatori, / Apollonio agitatori, / Cerdoni agitatori, / Liccaeo agitato-
ri, / Helleti succonditori, / P. Quinctio Primo,/ Hyllo medico, / Anteroti tento-
ri, / Antiocho sutori, / Parnaci tentori, / M. Vipsanio Calamo, / M. Vipsanio
Dareo, / Eroti tentori, / M. Vipsanio Fausto, / Hilario aurig., / Nicandro aurig.,
/ Epigono aurig., / Alexandro aurig., Nicephoro spartor [i], / Alexioni moratori,
/ [... ] uiatori2.
En esta inscripción, pueden distinguirse veinticuatro o veinticinco profe-
sionales (decuriones) bajo las órdenes del dominus factionis o factionarius.
Tras los decuriones encontramos un número mayor de esclavos, que esta-
rían bajo sus órdenes, y que completarían el número de componentes de la

    Este trabajo se ha realizado dentro del Proyecto de Investigación PB 97-0891 del MEC y del Grup de Recerca 1997-00357 de la Generalitat de Catalunya, de los cuales es investigador principal el profesor Josep Vilella.
    1 BALSDON 1969, p. 315; CARCOPINO 1939, pp. 250 s.; DARDER 1993, vol. I, p. 24; FRIEDLÄNDER 1920, vol. II, pp. 33 s.; THUILLIER 1996, pp. 155-163. Sobre las facciones, en general, véase CAMERON 1976. Sobre la organización de la editio praetoria del hijo de Símaco, véase VILELLA 1996.
    2 ILS, 5313 (CIL, VI, 10046). AUGUET 1985, pp. 126 s.; BLANCO 1950, p. 137; FRIEDLÄNDER 1920, vol. II, pp. 33 s.; DE RUGGIERO 1962, pp. 23 s.; SAGLIO 1887, p. 1199; WEEBER 1994, pp. 49-52. En contra, MARICQ 1950, p. 399, nota 3.

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facción. En este sentido, podemos recordar a Símaco, quien, tan sólo du-
rante la editio quaestoria de su hijo Memio (394), regaló cinco esclavos a
cada una de las facciones de la ciudad de Roma3.
    Los aurigas eran personas de origen humilde, siendo por lo general es-
clavos o libertos. Algunas veces podían ser liberados como premio al ga-
nar una carrera, aunque estaba prohibida la manumisión forzada por la
aclamación popular4. A pesar de este origen humilde, algunas fuentes in-
sisten en que su profesión no comportaba la infamia: «neque thymelici ne-
que xystici neque agitatores nec qui aquam equis spargunt ceteraque eorum
ministeria, qui certaminibus sacris deseruiunt, ignominiosi habeantur» (ni
los músicos, ni los atletas, ni los aurigas, ni los que arrojan agua a los ca-
ballos, y el resto de sus servidores, que sirven en los certámenes sagrados,
sean tenidos por infames)5.
    Pese a su humilde extracción social, los aurigas eran, como hemos dicho,
los ídolos del pueblo. Éste tenía necesidad de ídolos, alguien a quien ad-
mirar, alguien que lo sacara de las miserias de su vida cotidiana. Nos en-
contramos aquí, sin embargo, con una importante contradicción. El pueblo
los admiraba, pero los despreciaba al mismo tiempo. La fama de los auri-
gas iba acompañada de una pésima reputación, debido a la supuesta vida
disoluta atribuida a las personas que protagonizaban los espectáculos de to-
do tipo6. El pueblo, aunque los admiraba, no quería para sí su popularidad,
prefiriendo ser totalmente desconocido, e incluso odiado, a tener la fama
que tenían ellos7. Tertuliano, observador de este fenómeno ya a principios
del siglo III, lo resumió con estas palabras: «quanta peruersitas! Amant
quos multant, depretiant quos probant, artem magnificant, artificem no-
tant» (¡cuánta perversidad! Aman a quienes castigan, desprecian a quienes
aprueban, glorifican el arte, vituperan al artista)8. Pero, pese a todo, el pue-
blo tenía necesidad de ídolos. El Estado se encargó de proporcionárselos.
    El auriga se convirtió así en una pieza más de la política de distracción
popular, organizada por el Estado, e imprescindible en los momentos de
crisis más aguda. Los nombres de los aurigas eran conocidos por todos y
corrían de boca en boca. Amiano Marcelino, en su descripción de la socie-
dad romana de su época9, nos narra cuál era el grado de esta afición entre
la plebe y la aristocracia. Según este historiador, la diversión favorita de la
plebe era permanecer boquiabierta, desde el amanecer hasta la tarde, con
sol o con lluvia, examinando las virtudes o los defectos de los aurigas y sus
caballos. Este ansia, que los llevaba a vivir pendientes del resultado de las
carreras de carros, impedía, según Amiano, que nada serio o memorable
pudiera ser hecho en Roma10. Más adelante, el historiador antioquense se
sigue quejando de que siempre se pudiera encontrar a la gente reunida en
foros, cruces y calles, discutiendo sobre el circo apasionadamente, mien-
tras que los más viejos y experimentados juraban por sus canas y arrugas
que el Estado no podría seguir existiendo si en la próxima carrera el auri-
ga al que favorecían no era el primero en lanzarse desde las barreras o fra-
casaba al rodear la meta. Este apasionamiento, que no les dejaba ni dormir
los días de carreras, llevará a Amiano a afirmar: «eisque templum et habi-
taculum et contio et cupitorum spes omnis Circus est maximus» (su tem-
plo, su hogar, su asamblea y la esperanza de todos sus deseos es el Circo
Máximo)11. Para Amiano, la aristocracia no era mejor que la plebe en este
sentido: cuando los aristócratas, que presumían de cultivar todas las virtu-

    3 SYMMACHUS, Ep., II, 78.
    4 Dig., XL, 9, 17. DE RUGGIERO 1961, p. 362; SAGLIO 1887, p. 1196; THUILLIER 1996, pp. 128 s.
    5 Dig., III, 2, 4.
    6 Sobre la mala fama de actores y actrices, IOHANNES CHRYSOSTOMUS, In Matth. hom., 6, 7; 7, 6; 37, 6; 68, 4.
    7 AUGUSTINUS, Conf., IV, 14, 22.
    8 TERTULLIANUS, De spect., 22, 3. Véase THUILLIER 1996, p. 130.
    9 AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XIV, 6 y XXVIII, 4. Véase KOHNS 1975.
    10 AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XIV, 6, 25-26.
    11 AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XXVIII, 4, 29-31.

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1. Contorniata con la leyenda Pannoni nika (ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. II, pl. 196, 8).
2. Contorniata con la leyenda
Eustorgius in prasino (ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. II, pl. 3, 7).

des, oían que alguien anunciaba la llegada de caballos y aurigas, lo dejaban
todo para acosar a aquél con preguntas referentes a éstos12.
    Cuando los aurigas no eran conocidos, por venir de fuera de la ciudad de
Roma, una cuidada campaña de propaganda se ponía en marcha antes de
los juegos para ganarse los favores de la plebe, de modo que al comenzar
éstos, los aurigas fueran ya conocidos por todo el mundo. Éste es el caso
de Símaco, quien trajo desde Sicilia a los mejores especialistas para la edi-
tio praetoria
de su hijo Memio (401). Para el buen éxito de la editio nece-
sitaba asegurarse el favor de la plebe, por lo que previamente debía dar sus
aurigas a conocer; así el pueblo se familiarizaría con sus nombres, y parti-
ciparía luego más activamente en el espectáculo. En palabras de Símaco:
«nouitati eorum fauorem plebis adlicere» (por su novedad [debemos] ganar
el favor de la plebe)13. Cuando un auriga conseguía más de mil victorias re-
cibía el nombre de miliarius, y su fama era tal que en ocasiones su nombre
era inscrito en los acta diurna. Algunos, después de conseguir la celebri-
dad en Oriente, se desplazaban hasta Occidente con intención de repetir su
éxito. En este sentido, podemos recordar a Tomás, quien, en época de
Teodorico I, llegó a provocar, por la repetición de sus triunfos, los siguien-
tes rumores: «frequentia palmarum eum faciebat dici maleficum» (la fre-
cuencia de las palmas le hacía ser llamado maléfico)14.
    Conocemos los nombres de algunos aurigas ilustres gracias a la informa-
ción que nos proporcionan las contorniatas, los mosaicos con temática cir-
cense y las fuentes literarias.
    Entre las contorniatas abundan las de temática circense15. La mayor par-
te de las representaciones sobre los reversos hace referencia a los juegos
del circo o del anfiteatro. En el anverso, a veces aparecen, a parte de perso-
najes célebres, aurigas o caballos16. Sin duda, tanto los aurigas como los
caballos representados en estos medallones debían ser harto conocidos por
el público en general. Entre los nombres de aurigas que encontramos en las
contorniatas podemos recordar los siguientes: Olimpio17, Gerontio18, Eu-
timio19, Polistéfano20, Panonio21, Flaviano22, Aureliano23, Domnino24,
Asturio25, Eustorgio26, Eugenio27, Bonifacio28, Juan29, Faustino30, Turrenio31,
Balsamio32, y Eliano33. Algunos de estos nombres los volvemos a encontrar
en otras fuentes, como, por ejemplo, los mosaicos, lo que confirma la idea
de que pertenecían a aurigas célebres de la época. La leyenda uincas (que
aparece a menudo bajo su forma griega nika) la encontramos también fre-
cuentemente junto al nombre de los favoritos: Eutimi uincas; Pannoni nika
(il. 1)34. También encontramos a los aurigas asociados a sus facciones res-
pectivas: Eustorgius in prasino; Domninus in ueneto (il. 2, 3)35. Es normal
también que aparezca el monograma PL (o PE), interpretado como símbolo
de la victoria. Hace alusión a la palma y a la corona de laurel: palma et
laurus
(il. 4)36.

    12 AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XXVIII, 4, 11.
    13 SYMMACHUS, Ep., VI, 42. Véase MARCONE 1983, pp. 120 s.
    14 CASSIODORUS, Var., III, 51, 1-2.
    15 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, pp. 206-212; DESNIER 1990c, pp. 84-90.
    16 LENORMANT 1887, pp. 1485-1488.
    17 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 207, nn. 146, 147; vol. II, pl. 27, 6-7; 48, 6-12; 50, 8-11; 122, 4-5.
    18 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 208, nn. 148, 151; vol. II, pl. 86, 12; 87, 1-2; 117, 8; 175, 11-12; 176, 1-4.
    19 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 208, nn. 149, 154, 176, 181, 189, 198; vol. II, pl. 117, 9; 153, 3; 154, 8-11; 155, 1-6; 159, 7-10; 185, 6.
    20 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 208, n. 150; vol. II, pl. 139, 10-12; 140, 1-12; 141, 1-3.
    21 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 208, n. 153; vol. II, pl. 196, 4-10.
    22 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 208, n. 160; vol. II, pl. 38, 9-10; 69, 8-9; 132, 4-6.
    23 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 208, n. 161; vol. II, pl. 30, 11-12; 31, 1; 42, 4; 66, 10-12; 67, 1-3; 128, 9; 179, 9.
    24 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 209, nn. 164, 167, 172, 174, 175; vol. II, pl. 73, 2-3; 116, 7-10; DESNIER 1990b, pp. 286 s.
    25 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 188, n. 641; vol. II, pl. 205, 2; DESNIER 1990a, p. 281.
    26 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 209, n. 169; vol. II, pl. 3, 7-9; 201, 11-12.
    27 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 210, n. 179; vol. II, pl. 185, 7-9; MAZZARINO 1951, p. 133.
    28 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 211, nn. 186, 187; vol. II, pl. 191, 6-7.
    29 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 211, n. 190; vol. II, pl. 185, 5.
    30 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 211, n. 191; vol. II, pl. 185, 4.
    31 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 211, n. 193; vol. II, pl. 32, 3; 33, 9-10; 121, 4.
    32 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 211, n. 194; vol. II, pl. 5, 2; 32, 4-12; 121, 5-6.
    33 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 208, n. 152, 199; vol. II, pl. 197, 1; 200, 10-12; 201, 1-4.
    34 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 208, n. 153; vol. II, pl. 196, 4-10; vol. I, p. 208, n. 154; vol. II, pl. 145, 5-6; LENORMANT 1887, p. 1486, fig. 1917.
    35 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 209, n. 169; vol. II, pl. 3, 7-9; 201, 11-12; vol. I, p. 209, n. 172; vol. II, pl. 3, 3-6; 135, 9; LENORMANT 1887, p. 1487.
    36 ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. I, p. 210, n. 175; vol. II, pl. 73, 2-3; 116, 7-10; MARROU 1941-1946, pp. 126-131.

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3. Contorniata con la leyenda Domninus in ueneto (ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. II, pl. 3, 3).
4. Contorniata con el monograma
PL (palma et laurus) (ALFÖLDI-ALFÖLDI 1976, vol. II, pl. 196, 10).

    Dentro de los mosaicos con temática circense, encontramos tres grupos
diferentes: carreras del circo; auriga vencedor; caballos aislados o condu-
cidos por aurigas o cuidadores37. En algunos de estos mosaicos se conser-
van los nombres de aurigas victoriosos38. El listado que ofrezco a conti-
nuación no pretende ser exhaustivo. Me limito a recordar algunos de los
mosaicos más conocidos, de las provincias occidentales del Imperio, don-
de aparecen aurigas victoriosos. Los nombres que encontramos en ellos cor-
responden, posiblemente, a nombres de aurigas famosos de la época, in-
dependientemente de si se ha querido representar a dicho auriga en el men-
cionado mosaico. En este sentido, nos encontramos con la problemática
del grado de veracidad de estas representaciones. Se ha discutido mucho
respecto a su significado. Los autores que han estudiado el tema han ofre-
cido dos explicaciones diferentes. Según la primera, se trataría de carreras
reales, en conmemoración, posiblemente, de juegos ofrecidos por el pro-
pietario. Como prueba de esta primera hipótesis se citan las inscripciones
de aurigas y caballos39. La segunda explicación se decanta por el valor
simbólico de la escena: ésta no evocaría una carrera determinada, sino que
aludiría al concepto general de la competición victoriosa, al buen gobierno
y administración, al mismo tiempo que su simbolismo mágico convertiría
al mosaico en un elemento propiciador de la buena suerte40.
    En Hispania, encontramos nombres en el mosaico de Bell-lloch (Gi-
rona): Torax, Filoromo, Limenio y Calimorfo (il. 5, 6)41. En Mérida con-
servamos los nombres de Marciano y Paulo en dos mosaicos, cuyas ins-
cripciones los exhortan a la victoria (Paulus nica, Marcianus nicha) (véa-
se il. 7, 8)42. El de Marciano se repite en un mosaico perdido de Italica,
junto con el de otro auriga, Mascel. Posiblemente se trata del mismo auri-
ga, famoso y celebrado en esa parte de la Hispania del Bajo Imperio43,
aunque tampoco hay que descartar la posibilidad de que se trate de dos au-
rigas diferentes con el mismo nombre. No hay que olvidar que los nombres
que llevaban los aurigas no eran sus nombres auténticos, sino que eran
pseudónimos («nombres de guerra», según Alberto Balil). Al igual que
ocurría con los gladiadores, era normal adoptar el nombre de aurigas céle-
bres del pasado. Así encontramos repeticiones de nombres de aurigas en
contextos diferentes44.
    En Africa, aparece un auriga llamado Eros, acompañado de la inscrip-
ción omnia per te, en un mosaico de mediados del siglo IV, hallado en
Dougga (il. 9)45. En Cartago hay que destacar el mosaico (de principios del
siglo V) de cuatro aurigas en las carceres, vistos de cara, con los emblemas
de la victoria. Los nombres, escritos con letras griegas, son los siguientes:
Eufumo (de la facción azul), Domnino (de la blanca), Eutimio (de la ver-
de) y Cefalon (de la roja)46. El mosaico de Byrsa, también de Cartago (de
finales del siglo V), recuerda los nombres de Benenato, Quiriaco, Cipriano

    37 GUARDIA 1992, p. 312.
    38 BLAZQUEZ 1993, pp. 206-209; DUNBABIN 1982, pp. 65-89; LAVAGNE 1990, pp. 109-112.
    39 BLAZQUEZ 1993, pp. 208 s.; DUNBABIN 1982, pp. 82-86.
    40 GUARDIA 1992, pp. 314 s.; pp. 317 s.; p. 323.
    41 CIL, II, 6180. BALIL 1962, pp. 264-269; p. 333; LAVAGNE 1990, p. 34. En contra, PIERNAVIEJA 1977, p. 93, quien opina que son nombres de caballo.
    42 BLANCO 1978b, pp. 45 s.; DUNBABIN 1982, p. 88, n. 12, pl. 8, 15-16; LAVAGNE 1990, p. 34.
    43 BLANCO 1978a, p. 56; BLAZQUEZ 1993, p. 207. En contra, BALIL 1962, p. 346; CANTO 1986, pp. 64 s.; GARCIA y BELLIDO 1955, p. 12, quienes opinan que estos nombres son los de los autores del mosaico.
    44 BALIL 1962, p. 329. Algunos ejemplos de estas repeticiones los encontramos en el mosaico de Bell-lloch: un auriga llamado Torax aparece en Oriente, a mediados del siglo IV, en AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XIV, 11, 12; en la misma época encontramos un Filoromo en Roma, AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XV, 7, 2; también vemos un Calimorfo en el mosaico de Via Imperiale, en Roma.
    45 BLAZQUEZ 1993, p. 207; DUNBABIN 1978, p. 97, pl. 34, 88; DUNBABIN 1982, pp. 87 s., n. 8, pl. 8, 17; ENNAIFER 1983, p. 817; p. 823, fig. 3.
    46 BLAZQUEZ 1993, p. 207; DUNBABIN 1982, p. 87, n. 3, pl. 8, 18; ENNAIFER 1983, pp. 819-822, fig. 4.

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5. Mosaico circense de Bell-lloch, Girona (JOSEP MARIA NOLLA et alii, Els mosaics de Can Pau Birol, Ajuntament de Girona, Girona 1993, desplegable).

y Celerio. El mosaico se conserva, en tres fragmentos (incluído el del auri-
ga Quiriaco), en el museo del Louvre. El resto sólo se conoce por dibu-
jos47.
    En la Gallia, puede destacarse el mosaico de Treveris (de principios del
siglo IV), con aurigas vencedores (cada uno de ellos lleva látigo, corona y
palma de victoria) en las esquinas, mientras que el medallón central queda
reservado a la personificación de la victoria. Sus nombres son: Superste,
Euprepe, Fortunato y Fil[...]s48.
    En Italia, hay que recordar el mosaico de Via Imperiale, en Roma (de
mediados del siglo IV). Los nombres de los aurigas son los siguientes: Ero,
Italo, Polistefano, Eutico, Er[...]o Miro, Calimorfo Ra[...], Ebentio,
Eutato, [...]esilao, Euprope y Anatólico49. Otro mosaico proveniente de
Roma (datado en el siglo IV) nos da los nombres de los siguientes aurigas:
L[...]omano, Liber, Ilarino50.
    Por lo que respecta a la aparición de aurigas célebres en fuentes litera-
rias, baste recordar a Filoromo y Atanasio, citados por Amiano Marcelino,
o a Tomás, citado por Casiodoro, y que veremos más abajo.
    A pesar del interés del Estado en crear ídolos para entretener al pueblo,
el ídolo era también un arma de doble filo. Era un medio de tener distraí-
das a las masas, pero también podía provocar, si llegaba el caso, que éstas
se volviesen contra el Estado. El poder de los aurigas para movilizar a la
plebe quedó bien patente durante los disturbios en Roma del año 355. La
excusa para la revuelta popular fue el arresto del auriga Filoromo, ordena-
do por el prefecto urbano Leoncio. El descontento del pueblo vio en este
arresto la ocasión de desatar su furia contra el prefecto. Según Amiano, fue
toda la plebe la que salió a la calle e incluso cercó a Leoncio con terrible
ímpetu, como si se tratase de defender a sus seres queridos. El prefecto no
cedió, y envió a sus hombres contra ellos. De los detenidos ejecutó a algu-
nos y a otros los castigó con el exilio a las islas, según su rango, tal y co-
mo mandaba la ley51. Un siglo después, los disturbios originados por auri-
gas llevarían al emperador Mayoriano a publicar un edicto para intentar so-
lucionar este problema. El texto del edicto, por desgracia, se ha perdido.
Sólo conservamos el título, bien elocuente: de aurigis et seditiosis52.

    47 BARATTE 1978, pp. 76 s.; BLAZQUEZ 1993, p. 207; CLOVER 1986, pp. 3-5; DUNBABIN 1978, p. 107; DUNBABIN 1982, p. 87, n. 2, pl. 8, 19; LAVAGNE 1990, p. 112.
    48 BLAZQUEZ 1993, p. 207; DUNBABIN 1982, p. 89, n. 26, pl. 6, 9; ENNAIFER 1983, p. 822; LAVAGNE 1990, p. 111.
    49 BLAZQUEZ 1993, p. 207; DUNBABIN 1982, p. 88, n. 18, pl. 7, 13-14; LAVAGNE 1990, p. 110.
    50 LAVAGNE 1990, pp. 109 s.
    51 AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XV, 7, 2; Dig., XLVIII, 19, 38, 2. Sobre el prefecto Leoncio véase MARTINDALE 1980, vol. I, p. 503, Flauius Leontius, 22; CHASTAGNOL 1962, pp. 147 s.
    52 Leg. Nou.( Maior.), 12.

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6. Mosaico de Bell-lloch (detalle): el auriga Calimorfo (NOLLA 1993, p. 18).


7. Mosaico del auriga Marciano, Mérida (BLANCO 1978b, lam. 104, n. 43 B).
8. Mosaico del auriga Paulo, Mérida (BLANCO 1978b, lam. 104, n. 43 B).


9. Mosaico del auriga Eros, Dougga (DUNBABIN 1978, pl. 34, fig. 88).

Aurigas y magia
Los aurigas no sólo podían ser perseguidos por incitar en cualquier modo
a la revuelta. También podían serlo por envenenamiento y por la práctica
de la magia. En efecto, los aurigas poseían, aparte de su pericia como con-
ductores de cuádrigas, fama de hechiceros y de expertos envenenadores,
cuyos conocimientos usaban en ocasiones para vencer al rival. Las fuentes
nos testimonian el frecuente uso de las artes mágicas con este fin. Así, a
principios del siglo IV, vemos decir a Arnobio que en su época se utilizaba
la magia para «in curriculis equos debilitare, incitare, tardare» (debilitar,
incitar, retardar los caballos en las carreras)53. Ya hemos visto como, a
principios del siglo VI, el auriga Tomás despertó rumores de hechicería an-
te sus continuos éxitos54. En Oriente, encontramos, como paralelos, histo-
rias similares. Así, vemos en Gaza a Hilarión, ayudando a su conciudada-
no Itálico, también cristiano, a librar a sus caballos del hechizo lanzado por
un brujo, que servía bajo las órdenes de un rival55.
    La maldición dirigida contra el auriga rival o contra sus caballos recibía
el nombre de deuotio56. Era una fórmula estereotipada, con una serie de
atenuaciones, restricciones y condiciones, escritas en lengua vulgar (mez-
clando a veces el griego y el latín, y frecuentemente con errores) que invi-
taba a las fuerzas subterráneas a hacer morir, torturar o «atar» (es decir, pa-
ralizar física y/o anímicamente) a la persona indicada. Frecuentemente, se
añadían al texto dibujos enigmáticos. Esta fórmula se grababa sobre una lá-
mina metálica, habitualmente de plomo. La elección de este metal tiene
una doble causa. Por un lado, el metal consagrado a Saturno (divinidad
hostil a los hombres) aumentaba la eficacia de la maldición. Por otro, la
hoja de plomo podía ser fácilmente doblada o enrollada, ocupando menos
espacio (como aparece frecuentemente, en forma de pequeño volumen).
Tras haber sido escrita, la maldición se entregaba a las divinidades infer-
nales mediante su colocación en una tumba, bajo la vigilancia del muerto,
siguiendo ciertos ritos destinados a aumentar su efectividad. Se conservan
muchas de estas tablillas (tabellae defixionum), aparecidas, principalmen-
te, a lo largo de las vías, por ser el lugar donde normalmente se ubicaban
las tumbas, siendo de destacar las encontradas en la vía Appia57.
    Una de las tablillas más conocidas proviene de Hadrumetum (Túnez), y
fue encontrada en la tumba de un niño (il. 10). Es de plomo, y mide 11 por

    53 ARNOBIUS, Adu. nat., I, 43, 5.
    54 CASSIODORUS, Var., III, 51, 2.
    55 HIERONYMUS, Vit. Hil., 20.
    56 BOUCHÉ-LECLERCQ 1892, p. 114.
    57 Sobre estas tablillas, AUDOLLENT 1904; BALSDON 1969, pp. 318 s.; CARCOPINO 1939, p. 253; DARDER 1993, vol. I, p. 22; pp. 29-31; vol. III, pp. 173-215; FRIEDLÄNDER 1920, vol. II, p. 43; LAFAYE 1918, pp. 4 s.; THUILLIER 1996, p. 137; WEEBER 1994, p. 52.

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10. Tabellae defixionum de Hadrumetum, Túnez (WEEBER 1994, fig. 75).

9 cm. Está grabada por ambas caras. Sobre una de ellas encontra-
mos el siguiente texto:
adiuro te demon qui/cunque es et demando ti/bi ex anc ora anc di/e ex oc mo-
mento, ut equos / prasini et albi crucies / ocidas, et agitatore Cla/rum et Felice
et Primu/lum et Romanum ocidas / collida, neque spiritum illis / lerinquas; adiu-
ro te / per eum qui te resoluit / temporibus deum pelagi/cum aerium Iaw Iasdaw / ooriw .. ahia.
(te conjuro, demonio, quienquiera que seas, y te pido que desde esta hora, desde
este día, desde este momento, tortures y mates a los caballos de los Verdes y de los
Blancos, y hagas chocar y mates a los aurigas Claro, Félix, Prímulo y Romano, y
no dejes ni el espíritu para ellos; te conjuro a través de éste que te desligó para
siempre, el dios del mar y del cielo)58.
Sobre la otra cara encontramos grabado un demonio con una cresta de ga-
llina sobre su cabeza. Con su mano derecha sostiene un vaso con asa; con
la izquierda, un largo pie rematado en una lampara, o bien un incensario.
Está de pie sobre un esquife. En su pecho, según Georges Lafaye, puede
leerse su nombre (Baitmo / Arbit/to). Para Audollent y Dessau sólo son pa-
labras mágicas (Antmo / arait / to). Tras él hay grabadas palabras mágicas
de significado desconocido (Cuigeu / censeu / cinbeu / perfleu / diarunco /
deasta / bescu / berebescu / arurara / baxagra
). Sobre el esquife se en-
cuentran los siguientes nombres: Noctiuagus, Tiberis, Oceanus, tal vez per-
tenecientes a caballos59. El sentido de la inscripción es claro: el autor, se-
guramente un auriga perteneciente a la facción roja o la azul, recurre a la
ayuda de un demonio para eliminar a los aurigas y a los caballos de la fac-
ción rival.
    Para protegerse contra estos maleficios, los aurigas recurrían frecuente-
mente a todo tipo de amuletos, como por ejemplo campanillas colgadas del
pecho de sus caballos. Ludwig Friedländer cita, entre otros amuletos, las
contorniatas, especialmente las que contenían escenas referentes al circo o
aparecían decoradas con la cabeza de Alejandro Magno, a quien se atribuía
una virtud de protección contra la magia60. En mi opinión, las contorniatas
no deben ser consideradas como amuletos de los aurigas, pues éstos no se-

    58 ILS, 8753. AUDOLLENT 1904, n. 286; DARDER 1993, vol. III, p. 205; DESSAU 1955, p. 999; LAFAYE 1918, pp. 4 s. Esta fórmula volvemos a encontrarla en otras tablillas; DARDER 1993, vol. III, p. 215, donde vuelve a aparecer un demonio, sobre una barca, que lleva sobre el pecho las palabras Baitmo Arbitto. Quisiera agradecer al doctor Pere Barreda, del departamento de Paleografía, y a la doctora Pilar Gómez, del departamento de Filología Griega, de la Universidad de Barcelona, su colaboración en la lectura e interpretación de esta tablilla.
    59 DARDER 1993, vol. I, pp. 357, 360, 445; vol. II, pp. 790 bis, 791, 870.
    60 FRIEDLÄNDER 1920, vol. II, p. 43.

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rían los destinatarios de estas pseudo-monetae. La finalidad de éstas aún no
está clara. Es posible que fueran amuletos arrojados al público al principio
de los juegos (con lo que estarían relacionadas con el ceremonial de la
pompa circensis), existiendo tal vez la creencia de que su posesión favore-
cería la victoria de la facción a la que se apoyaba. De este modo, su fun-
ción seguiría siendo la de amuletos, aunque cambiaría su poseedor: ya no
sería el auriga, sino el público que contemplaba la carrera. Por otro lado,
las contorniatas eran un importante medio propagandístico del Senado
(pues eran acuñadas por la prefectura urbana, magistratura ligada al
Senado), mediante las cuales la aristocracia intentaba ganarse los favores
de la plebe61.
    Este alto grado de superstición es normal entre profesionales cuyo oficio
comportaba grandes riesgos de perder la vida en cada carrera. También lo en-
contramos en otros profesionales, tales como los gladiadores o los uenatores.
    En ocasiones, los aurigas no se limitaban a esperar pacientemente a que
las divinidades infernales cumpliesen lo que con tanto interés les habían
pedido en las tablillas. No debían de ser raros los casos en los que el auri-
ga intentaba perjudicar al rival o a sus caballos mediante el uso de venenos.
También podían acudir a expertos envenenadores en busca de ayuda, o pa-
ra aprender su oficio. Esta fama de envenenadores nos viene confirmada
por el testimonio de Amiano, quien afirma que cuando un individuo era
acosado por un acreedor, recurría a un auriga que le proporcionaba un en-
venenador que le solucionaba el problema62. Amiano también nos informa
sobre algunos procesos contra aurigas y sus discípulos, por aprender el ar-
te de usar venenos. Durante la prefectura de Aproniano en Roma, en el año
364, un auriga llamado Hilarino fue condenado por su propia confesión de
haber confiado a su hijo a un envenenador para que le instruyese en su ofi-
cio, y así poder practicarlo en su casa sin ningún testigo. El auriga fue con-
denado a muerte, pero escapó en un descuido del verdugo y se refugió en
una iglesia. Sin embargo, fue sacado de ella a la fuerza y decapitado63.
Cuatro años más tarde se abría un proceso contra Tarracio Baso, su herma-
no Carmenio, Marciano y Eusafio, todos pertenecientes al rango senatorial
(Tarracio Baso llegó a ser prefecto urbano en el año 390). Se les acusaba
de ser discípulos y cómplices del auriga Auquenio en el uso de venenos.
Finalmente fueron absueltos gracias a la falta de pruebas y a la influencia
de Victorino, el amigo más íntimo de Maximino, prefecto del pretorio de
Italia64. En el año 372, Atanasio, uno de los aurigas favoritos del momen-
to, fue condenado por Valentiniano I a ser quemado vivo, bajo la acusación
de usar artes mágicas (ueneficiis usus)65.
    El problema de la relación de los aurigas con el uso de la magia lo en-
contramos también reflejado en el Codex Theodosianus, lo que nos indica
la gravedad de este problema durante la segunda mitad del siglo IV. Un
edicto de los emperadores Valentiniano II, Teodosio I y Arcadio, dirigido
al prefecto urbano Albino, y fechado el 16 de agosto del año 389, conde-
naba a la pena máxima a los aurigas que fuesen sorprendidos en la prácti-
ca de la magia con intención de dañar a otras personas:
quicumque maleficiorum labe pollutum audierit deprehenderit occupauerit, ilico
ad publicum protrahat et iudiciorum oculis communis hostem salutis ostendat.
Quod si quisquam ex agitatoribus seu ex quolibet alio genere hominum contra hoc
interdictum uenire temptauerit aut clandestinis suppliciis etiam manifestum reum

    61 ALFÖLDI 1943; DARDER 1993, vol. I, pp. 22, 33; MAZZARINO 1951; TOYNBEE 1945.
    62 AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XXVIII, 4, 25.
    63 AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XXVI, 3, 3. Sobre el prefecto Aproniano véase MARTINDALE 1980, vol. I, pp. 88 s., L. Turcius Apronianus Asterius, 10; CHASTAGNOL 1962, pp. 156-159.
    64 AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XXVIII, 1, 27. Sobre estos personajes véase MARTINDALE 1980, vol. I, p. 177, Camenius, 1; MARTINDALE 1980, vol. I, p. 300, Eusafius; MARTINDALE 1980, vol. I, p. 555, Marcianus, 10; MARTINDALE 1980, vol. I, pp. 577 s., Maximinus, 7; MARTINDALE 1980, vol. I, p. 158, Tarracius Bassus, 21; MARTINDALE 1980, vol. I, p. 963, Victorinus, 5; CHASTAGNOL 1962, pp. 195 s.
    65 AMMIANUS MARCELLINUS, Res gest. lib., XXIX, 3, 5.

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maleficae artis suppresserit, ultimum supplicium non euadat geminae suspicionis
obnoxius, quod aut publicum reum, ne facinoris socios publicaret, seueritati legum
et debitae subtraxerit quaestioni aut proprium fortassis inimicum sub huius uindic-
tae nomine consilio atrociore confecerit.
(cualquiera que hubiese oído, sorprendido o capturado a uno contaminado con la
polución de los maleficios, allí mismo sea descubierto al público y sea presentado
el enemigo de la salud común a los ojos de los jueces. Pero si algún auriga o cual-
quier otro tipo de hombre intentara ir contra esta prohibición o si hubiese maltra-
tado con castigos clandestinos al reo, aunque manifiesto del arte maléfico, no es-
cape de la última pena, como culpable de doble sospecha, porque o bien habrá sus-
traído al reo público, para que no expusiese a los socios del crimen, de la severi-
dad de las leyes y de la debida investigación, o acaso habrá exterminado al propio
enemigo bajo el nombre de esta venganza a través del plan más atroz)66.
Tal vez fue éste el primer edicto que condenaba la práctica de la magia y
el uso de venenos entre los aurigas. Sin embargo, los procesos menciona-
dos de los años 364, 368 y 372 establecen una relación directa entre la pro-
fesión de auriga y estos peligrosos cargos. Por otro lado no hay que olvi-
dar que todo el capítulo 16 del libro IX del Codex Theodosianus está dedi-
cado a condenar la práctica de la magia.

Aurigas y cristianismo
A causa de su supuesta vida disoluta, su relación con la magia y el uso de
venenos, y, especialmente, por ser los protagonistas de un espectáculo pa-
gano (una de las principales expresiones de la idolatría según los predica-
dores), los aurigas no podían ser bautizados en la fe cristiana a menos que
previamente hubiesen renunciado a su oficio. Si tras ser bautizados vol-
vían a ejercerlo serían excomulgados.
    Encontramos disposiciones relativas a este tema en algunos cánones de
los concilios eclesiásticos de la Gallia e Hispania. El primer concilio de
Arlés, celebrado a principios de agosto del año 314, recuerda esta prohibi-
ción en su canon 4: «de circissariis agitatoribus qui fideles sunt, placuit
eos, quamdiu agitant, a communione separari» (sobre los aurigas del circo
que son fieles, se decide que, mientras conduzcan, sean separados de la co-
munión)67. El canon se inserta en medio de otras medidas similares toma-
das contra gladiadores y actores. A ninguno de éstos le está permitido re-
gresar a su oficio tras ser bautizados68.
    A mediados del siglo V, el segundo concilio de Arlés repite la prohibi-
ción mencionada. En esta ocasión, tanto aurigas como actores aparecen re-
cogidos en el mismo canon: «de agitatoribus siue theatricis qui fideles
sunt, placuit eos, quamdiu agunt, a communione separari» (sobre los auri-
gas o los actores que son fieles, se decide que, mientras actúen, sean sepa-
rados de la comunión)69.
    En Hispania, la situación no es diferente. La única mención a aurigas en
los concilios hispánicos la encontramos en el concilio de Elvira, celebrado
probablemente a principios del siglo IV. Al igual que en el segundo conci-
lio de Arlés, aurigas y actores quedan recogidos en el mismo canon: «si au-
riga aut pantomimus credere uoluerint, placuit ut prius artibus suis renun-
tient et tunc demum suscipiantur, ita ut ulterius ad ea non reuertantur; qui
si facere contra interdictum temtauerint, proiciantur ab ecclesia» (si un au-
riga o un pantomimo quisieran creer, se decide que primero renuncien a
sus artes y sólo entonces sean admitidos, de tal modo que no vuelvan a
aquéllas más tarde; por lo que si intentaran obrar contra la prohibición, se-
an expulsados de la Iglesia)70.

    66 C. Th., IX, 16, 11 (C. Iust., IX, 18, 9).
    67 Conc. Arel., 4. Véase GAUDEMET 1958, p. 704; GAUDEMET 1977, p. 49, notas 3-5.
    68 Conc. Arel., 3, referido a gladiadores o uenatores, según DEVOE 1987, pp. 171 s. En contra, VILLE 1960, p. 313, nota 3, quien interpreta que «qui arma proiciunt in pace» haría referencia a los desertores en tiempos de paz. Por lo que respecta a Conc. Arel., 5, referido a actores, este canon se encuentra reforzado legalmente por los siguientes edictos: C. Th., XV, 7, 1; 7, 4; 8; 9. Véase DEVOE 1987, pp. 184-185; DE GIOVANNI 1991, p. 50.
    69 Conc. Arel. sec., 20.
    70 Conc. Elib., 62. Véase ORLANDIS-RAMOS 1986, p. 35.

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11. Inscripción funereria del auriga Sabiniano, Mérida (CABALLERO-ULBERT 1976, fig. 56).
Quisiera agradecer a Jordina Sales, del Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Barcelona, su valiosa ayuda en la elaboración del aparato ilustrativo.


    Sin embargo, el problema, tanto en las prohibiciones encontradas en la
Gallia como en Hispania, estriba en el verdadero alcance de estos inter-
dicta
. ¿Hasta qué punto eran respetados? La existencia de aurigas cristia-
nos pone en entredicho la efectividad de tales resoluciones.
    Uno de tales aurigas cristianos sería el controvertido Sabiniano que en-
contramos en una lápida hallada en la basílica paleocristiana de Casa
Herrera (Badajoz) (il. 11)71. Esta inscripción apareció durante la campaña
de excavaciones de 1972, en la sepultura número 53 de la mencionada ba-
sílica. La lauda había sido reaprovechada como parte de la cubierta de la
sepultura. Aunque no es seguro que pertenezca a la tumba donde se halló,
es probable que sea de este modo, al haberse destruido la tumba anterior
para efectuar el nuevo enterramiento y haberse reaprovechado sus materia-
les con este fin. Tan sólo se conserva la parte superior de la lápida. Sobre
la inscripción se encuentra un motivo típicamente cristiano: un cáliz semi-
circular flanqueado por palomas con ramas delante de ellas. Sólo se con-
serva parte de las tres primeras líneas de la inscripción: «Sabinianus auri-
ga / requieuit in pace et ui/[xit an]nis XLVI di» (Sabiniano, auriga, descan-
só en paz y vivió 46 años). La última palabra de la inscripción, «di», está
incompleta. Luis Caballero y Thilo Ulbert opinan que puede tratarse del
verbo dicare tras el que seguiría el nombre de la persona que realizó la lá-
pida, aunque creen más probable que sea el comienzo de la palabra diae o
die que introduciría la fecha de defunción, aunque extraña su separación de
la fórmula requieuit in pace. También extraña la ausencia de un adjetivo
cristiano, del tipo famulus Dei, frecuente en las inscripciones de Mérida
desde mediados del siglo V72. La fecha de la lauda es incierta, aunque pue-
de situarse, por su fórmula, entre mediados del siglo IV y mediados del V73.
    Por otro lado, es indudable la relación de Sabiniano con el circo romano
de Mérida, donde el auriga ejercería su profesión, tras la reconstrucción
efectuada en tiempos de Constantino II, entre 337 y 340, y conocida por
una inscripción encontrada junto a las carceres. La inscripción recuerda
que la reconstrucción fue ordenada por Tiberio Flavio Leto, conde perte-
neciente al rango senatorial, y Julio Saturnino, praeses de la Lusitania;
consistió en nuevas columnas y ornamentos, a la vez que se le dotó de con-
ducciones de agua, referidas al euripo, o canal, que rodeaba la arena (del
que no quedan restos). También se restauró la fachada. La reconstrucción
del circo a mediados del siglo IV indica que este tipo de edificios seguía
siendo imprescindible en el marco de la vida social74.
    Volviendo a la lauda de Sabiniano, la palabra auriga sólo puede inter-
pretarse como cochero, pues no se documenta en ninguna inscripción co-
mo nombre propio. De este modo, nos encontramos con la lápida sepulcral
de un auriga cristiano que no sólo no renunció a su oficio, sino que inclu-
so decidió inmortalizarlo junto a su propio nombre.
    Por la inscripción, por tanto, queda fuera de toda duda su profesión de
auriga; por su decoración, su religión cristiana; y por su fórmula, su poste-
rioridad, por lo menos en cincuenta años, al concilio de Elvira. ¿Cómo in-
terpretar esta aparente contradicción? Aunque es posible que la prohibición
fuese ignorada desde el principio, es más seguro que el paso del tiempo la
hiciera caer en el olvido.
    En Roma, encontramos otro auriga cristiano, esta vez con una fecha bien
determinada. Se trata de una lauda hallada en el pavimento de la basílica

    71 CABALLERO-ULBERT 1976, pp. 178-180; VILELLA 1997, p. 443.
    72 CABALLERO-ULBERT 1976, p. 180.
    73 CABALLERO-ULBERT 1976, p. 218.
    74 CABALLERO-ULBERT 1976, pp. 215 y 220; CHASTAGNOL 1976; PIERNAVIEJA 1977, pp. 131 s.

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de San Pablo. Su inscripción reza lo siguiente: «[hic requies]cit Eutymius
auriga qui uixit / [annos] ... m. I d. VII, dep. V idus octb. / [conss. Theo]do-
sio Aug. XVII et Festo u.c» (aquí descansa el auriga Eutimio, que vivió [?]
años, un mes y siete días, muerto el cinco de los idus de octubre [11 de oc-
tubre], en el decimoséptimo consulado de Teodosio Augusto y [el primero
de] Festo, varón de rango senatorial [a. 439])75. Según esta inscripción, el
auriga Eutimio murió, seguramente en Roma, a una edad que desconoce-
mos, en el año 439, en una época en que el cristianismo había arraigado ya
con gran fuerza en el Imperio.
    Debemos recordar otros ejemplos, como el vidrio del auriga Liber, con
una cruz al frente, o la inscripción funeraria del auriga Cándido, donde
aparece representado, con un caballo detrás, y la leyenda in pace76.
    No debemos pensar que existiera una auténtica contradicción entre el ofi-
cio y la fe de los aurigas cristianos, por lo menos desde finales del siglo III.
Es a partir de esta fecha cuando, a juzgar por la prohibición del concilio de
Elvira, aparecieron estos primeros aurigas cristianos, aunque no se puede
descartar una fecha aún más temprana para tal aparición. Como hemos di-
cho, esta profesión era muy arriesgada. El auriga se jugaba la vida en cada
carrera, pudiendo morir en cualquiera de los accidentes que, con cierta fre-
cuencia, se producían en la arena del circo. Es natural, por tanto, que fue-
ran gentes supersticiosas y que incluso fueran devotos creyentes de creen-
cias que les asegurasen, no sólo la salvación del cuerpo, sino, además, en
el caso de un desastre irreparable, la salvación del alma. Entre este con-
junto de religiones mistéricas, venidas en su mayoría de Oriente, no debe-
mos descartar, en ningún momento, el cristianismo.
    No debemos ver esto como un fenómeno aislado. Forma parte de la com-
pleja relación que poco a poco fue estableciendo el cristianismo con los es-
pectáculos romanos de la tradición pagana. A pesar de la incondicional
condena de los Padres de la Iglesia, la única forma que tuvo el cristianis-
mo de vencer a los juegos fue haciéndolos suyos. Primero fue el pueblo
cristiano el que, desde finales del siglo II, acudió como público a contem-
plar los juegos. Las críticas de los predicadores a este respecto no dejan lu-
gar a dudas sobre este tema. Se trata, con todo, de un aspecto más de la
progresiva romanización del cristianismo. Sin embargo, para los Padres de
la Iglesia, la asistencia a los juegos constituía uno de los mayores pecados:
la idolatría. Los espectáculos eran idolatría porque se ofrecían en honor de
los dioses paganos. Algunos cristianos acudían a verlos sin saber que pe-
caban. Otros ponían como excusa una fingida ignorancia. A todos ellos di-
rigieron los predicadores sus obras77. Cuando el Imperio se volvió cristia-
no, estas acusaciones no desaparecieron, sino que se incrementaron, pues
el público cristiano era aún más numeroso. Incluso cuando los juegos ad-
quirieron un carácter totalmente laico en el siglo V, continuaron las acusa-
ciones de idolatría, como vemos en Salviano78.
    Desde mediados del siglo III, fueron algunos de los protagonistas de estos
espectáculos los que se acercaron al cristianismo, aunque sin abandonar su
profesión. Por su parte, los predicadores siempre imponían como condi-
ción el abandono de la profesión para ser admitido en la Iglesia. Uno de los
primeros ejemplos lo tenemos en una epístola de Cipriano79. Éste afirma-
ba, en una carta dirigida a Eucracio, obispo de Tina desde el 256, que sólo
se podía admitir a un actor en la Iglesia si, además de renunciar a su ofi-

    75 ILS, 5303 (CIL, VI, 10066). Véase CABALLERO-ULBERT 1976, p. 221.
    76 DARDER 1993, vol. I, p. 483.
    77 Entre estos primeros autores debemos recordar a TERTULLIANUS y NOVATIANUS con sus sendos De spectaculis (principio y mediados del siglo III, respectivamente).
    78 SALVIANUS MASSILIENSIS, De gub. Dei, VI, 2-7.
    79 CYPRIANUS, Ep., 2.

30


cio, renunciaba a enseñárselo a otros. Es decir, no sólo debía renunciar al
origen de su mayor pecado (servir a la idolatría) como pedirían medio si-
glo más tarde los concilios eclesiásticos, sino que además debía renunciar
a transmitirlo. La excusa de que no tenía otro medio de ganarse la vida no
justificaba el magisterium inpudicae artis. Es muy probable que algo simi-
lar ocurriese con los aurigas.
    Finalmente, cuando el cristianismo dejó de estar perseguido y sus adep-
tos lograron alcanzar todos los puestos de la administración, fueron tam-
bién cristianos muchos de los que en los municipios ofrecieron juegos en
honor del emperador del momento, algo que también condenaron incansa-
blemente los concilios eclesiásticos. Así, en Hispania, el tercer canon del
Concilio de Elvira prohibía a los flámines convertidos al cristianismo ofre-
cer espectáculos de gladiadores (munus) después de haber sido bautizados,
bajo pena de excomunión (aunque serían admitidos de nuevo en la Iglesia
al final de su vida tras haber realizado penitencia)80. No debemos olvidar
que, en los municipios, eran los flámines (sacerdotes del culto imperial) y
los magistrados municipales los que ofrecían los debidos espectáculos. En
Africa, las prohibiciones de los concilios eclesiásticos van dirigidas princi-
palmente a los hijos de los obispos y de los clérigos, a los que se prohibe
tanto el exhibir como el contemplar los juegos81. Sin duda, fue algo que no
supieron comprender los Padres de la Iglesia: la completa integración del
cristianismo en el Imperio Romano exigía también una completa acepta-
ción de todas sus formas de vida, incluídos los espectáculos. De un modo
recíproco, las formas de vida tradicionales romanas se cristianizaron. Los
espectáculos no fueron una excepción: a finales del siglo IV se convirtieron
en un fenómeno totalmente laico82; a mediados del siglo V, algunos de es-
tos juegos se ofrecían ya en nombre de Cristo. Horrorizado, Salviano lle-
gará a exclamar: «Christo ergo -o amentia monstruosa!- Christo circen-
ses offerimus et mimus. Christo pro beneficiis suis theatrorum obscena
reddimus, Christo ludicrorum turpissimorum hostias immolamus!» (así
pues, a Cristo -demencia monstruosa- a Cristo ofrecemos circenses y
mimos. Damos a Cristo por sus beneficios la obscenidad de los teatros; a
Cristo inmolamos las víctimas de los indecentísimos espectáculos)83. En
medio de unos juegos prácticamente aceptados por un gran sector del cris-
tianismo, la existencia de aurigas cristianos no debió de ser un hecho ex
cepcional.

    80 Conc. Elib., 3 : «de eis[dem] si idolis munus tantum dederunt». Véase DEVOE 1987, p. 171; en contra VIVES 1963, p. 2, quien traduce este munus como «ofrenda».
    81 Breu. Hipp., 11 (año 397); Conc. Carth., 15 (año 419); FERRANDUS, Breu. can., 39; 113 (años 523-546). Véase DEVOE 1987, p. 167.
    82 Entre las leyes que secularizan los juegos podemos citar C. Th., XVI, 10, 17, edicto del año 399, por el que se deniega la supresión de los juegos. Éstos deberían seguir suministrándose al pueblo, aunque sin ningún tipo de sacrificios. Véase DE GIOVANNI 1991, pp. 136 s. Sobre la secularización de los juegos, FRENCH 1985.
    83 SALVIANVS MASSILIENSIS, De gub. Dei, VI, 5, 26.

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