U n i v e r s i d a d d e B a r c e l o n a

Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos

Cursos asistidos por ordenador a través de i n t e r n e t
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Técnicas de intervención en los trastornos del comportamiento alimentario
Fuente: Saldaña, Tomás y Bachs (1997): Ansiedad y Estrés 3, 2-3 (pp. 319-337)


 

En los últimos años, diversos modelos explicativos han sido desarrollados para explicar la etiología, desarrollo y mantenimiento de la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa. La anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa son trastornos multidimensionales en los cuales juegan un papel relevante la interacción de factores fisiológicos, evolutivos, psicológicos y socioculturales, aún cuando el peso específico de cada uno de ellos todavía no esté bien determinado (Saldaña y Tomás, en prensa).

Entre los factores causales más importantes recogidos por la literatura sobre el tema para ambos trastornos están: 1) la presión cultural a la mujer para ser delgada; 2) el deseo para alcanzar una imagen idealizada de cuerpo perfecto para compensar la baja autoestima y el miedo a ser rechazada; 3) estados emocionales negativos, con presencia generalmente de ansiedad y depresión; 4) estrés interpersonal con desarrollo de pocas habilidades asertivas y de resolución de problemas; 5) hábitos alimentarios y control del peso pobres, potenciados por el intento de seguir una dieta rígida irreal y drásticamente restrictiva; y 6) pensamientos desadaptados sobre nutrición, peso y apariencia física (Leitenberg, Rosen, Gross, Nudelman y Vara, 1988).

En relación con la anorexia nerviosa, los estudios epidemiológicos realizados señalan que el trastorno completo, es decir, que cumpla todos los criterios diagnósticos señalados por el DSM-IV se da en un 0,5 a 1 por 100 de las chicas entre 14 y 17 años. Más del 90 por 100 de los casos de anorexia nerviosa se observa en mujeres; sin embargo, si nos referimos a varones, se ha producido un aumento de la aparición de casos en la última década, siendo la proporción de un muchacho por cada 10 muchachas. La bulimia nerviosa parece más frecuente que la anorexia. En lo que respecta a las tasas de incidencia y prevalencia en la bulimia nerviosa, el carácter secreto del trastorno hace difícil estimar la magnitud del mismo; sin embargo, las cifras recogidas por distintos autores indican una variabilidad que oscila entre el 1 y el 13 por 100 y entre el 1 y el 20 por 100 respectivamente. La variación de estos porcentajes depende de las muestras de población y de los criterios diagnósticos utilizados. Datos clínicos recogidos de las pacientes bulímicas nos indican que tienen una edad media de 24 años y una edad de inicio promedio de 16 a 18 años; sin embargo, la bulimia puede afectar tanto a niñas mucho más jóvenes, hasta de 11 años (Pyle, Mitchell y Eckert, 1981) como a mujeres de hasta 40 años. Debemos tener en cuenta que la bulimia, por sus características (peso normal, comer correctamente en público) puede pasar mucho más inadvertida que la anorexia y no se detecta tan pronto. Igual que en la anorexia nerviosa, la bulimia afecta a los individuos de países industrializados. La relación varones/mujeres sigue la misma proporción que en el caso de la anorexia.

Tanto las pacientes anoréxicas como bulímicas tienen una importante preocupación por su peso y figura. Esta importante preocupación les lleva a intentar restringir de una forma excesiva la alimentación, tanto a nivel de reducir las cantidades de comida que toman como a nivel de prohibirse comer todos aquellos alimentos que creen que provocarán que engorden irremediablemente. Suelen ser habituales creencias erróneas en relación a la alimentación que facilitan que se lleven a cabo conductas poco saludables. El hecho de auto-imponerse unas "dietas" tan estrictas conducen a que el sujeto tenga una importante sensación de hambre, esté deseando comer a menudo, se fije en los alimentos continuamente (especialmente en aquellos que se autoprohibe). Al ser estas "dietas" autoimpuestas tan sumamente estrictas, difícilmente se podrá cumplir y es muy probable que tarde o temprano el sujeto se "salte" la dieta o bien tomando alguno de los alimentos "prohibidos" o bien dándose un atracón. A su vez, haberse "saltado" la "dieta" suele ser interpretado de una forma catastrófica ("me voy a engordar muchísimo, no me va a entrar la ropa"), aunque la cantidad de alimento consumido haya sido irrisorio. En estos momentos el sujeto intenta poner remedio a los "excesos" que ha hecho llevando a cabo alguna conducta purgativa como puede ser vomitar o tomar laxantes con la falsa creencia de que así eliminará totalmente todas la calorías "extras" que ha ingerido. Asimismo, intentará continuar de nuevo con su dieta autoimpuesta. Los detonantes de un atracón pueden ser diversos. En ocasiones puede ser el simple hecho de haber tomado algún alimento "prohibido", en otras ocasiones puede ser el estar en determinados estados emocionales como estar deprimida, enfadada, ansiosa, aburrida, siendo frecuentemente uno de los detonantes de llevar a cabo un atracón


Tratamiento cognitivo-conductual de los trastornos alimentarios

Entre las primeras cuestiones a decidir en el tratamiento de la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa es la situación terapéutica en la que se deberá desarrollar el tratamiento. Dependiendo de la gravedad con que presenta el trastorno la paciente tendrá que ser ingresada. Diversos autores (Chinchilla, 1994; Halmi, 1983; Toro y Vilardell, 1987) han expuesto los criterios que se deben seguir para decidir la hospitalización de la anoréxica, señalando los siguientes: 1) el trastorno se presenta desde hace más de cuatro meses; 2) la pérdida de peso es del 25 al 30 por 100 y su estado biológico es un riesgo importante para la vida; 3) el subtipo de anorexia nerviosa es compulsivo/purgativo, es decir, presenta episodios bulímicos y emplea conductas purgativas; 4) las relaciones familiares son muy conflictivas; y 5) la psicopatología secundaria al trastorno es evidente y grave, mostrando la paciente elevados niveles de ansiedad, depresión, ideación suicida, desadaptación social grave, etcétera. Por lo general, en la bulimia nerviosa el tratamiento se realiza de forma ambulatoria, aunque en algunos casos es necesario considerar y recurrir a la hospitalización. Ésta es aconsejable cuando: 1) existen alteraciones orgánicas importantes, que incluso hacen peligrar la vida del sujeto, debido fundamentalmente al abuso de conductas purgativas; 2) la depresión que presenta el sujeto puede ser mayor y existe algún riesgo de suicido; y 3) el tratamiento ambulatorio ha fracasado.


1. Intervención sobre el ciclo atracón purga, la alimentación y el peso

Los programas cognitivo-conductuales para el tratamiento de la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa tienen como primer objetivo en pacientes anoréxicas la recuperación del peso a un nivel adecuado y el mantenimiento de dicho peso, mientras que en pacientes bulímicas la interrupción del ciclo dieta restrictiva - violación de la dieta - episodio de voracidad - conducta purgativa, debido a que son los dos tipos de factores que entrañan mayor riesgo para la salud de las pacientes. Para alcanzar este objetivo, la primera fase de las intervenciones cognitivo-conductuales se centran en el empleo de estrategias dirigidas a la normalización de la alimentación de las pacientes en el sentido más amplio. De forma concreta se pretende que las pacientes normalicen: a) la frecuencia de las ingestas, b) la cantidad de alimentos que ingieren en cada ingesta, c) que la alimentación sea equilibrada. Además, en esta fase también se interviene para eliminar los comportamientos desadaptados relacionados con la manipulación de los alimentos, tales como comer con los dedos, desmenuzar los alimentos, escupir los alimentos, comer bien con excesiva lentitud en el caso de las anoréxicas, bien con excesiva velocidad y engullendo en el caso de las bulímicas, así como la introducción dentro de la dieta de aquellos alimentos que previamente habían sido suprimidos.

Los datos que disponemos sobre alteraciones en la conducta alimentaria como las que hemos apuntado no son muy extensos, pero las observaciones clínicas de los profesionales que trabajan en este ámbito coinciden en poner de manifiesto que estas conductas desadaptadas se producen con gran frecuencia. Por ejemplo, Garfinkel y Garner (1982) señalaban que las rarezas en la comida se daban en casi el 92 por 100 de las anoréxicas bulímicas de su estudio, mientras que entre las anoréxicas restrictivas se daba en casi el 70 por 100.

Con respecto a los atracones-conductas purgativas disponemos de mayor información aunque los resultados son frecuentemente dispares. Así, con respecto a los atracones se sabe que el contenido de la alimentación de estos son generalmente aquellos alimentos que las pacientes rechazan de su alimentación normal, como hidratos de carbono, grasas y azúcares, la frecuencia media de 12 a la semana y la duración media de 78 minutos. El contenido calórico durante un episodio bulímico puede ser en promedio de casi 3.500 calorías y en los casos extremos superar las 11.000 calorías (Mitchell, Pyle y Eckert, 1981). No es desdeñable el coste económico que para la paciente y/o su familia puede suponer este comportamiento (una de nuestras pacientes gastaba en promedio alrededor de 120.000 ptas mensuales en sus atracones). Finalmente, hay que recordar que entre el 30 y 50 por 100 de las pacientes anoréxicas presentan episodios bulímicos, aunque como señalan Fairburn (1995) y Garner (1993) éstos podrían ser considerados más como "atracones subjetivos" que como "atracones objetivos", ya que frecuentemente se reducen a un consumo muy pequeño (por ejemplo, cuatro galletas) aun cuando las pacientes consideren que han comido una gran cantidad de alimento y por consiguiente experimenten pérdida de control sobre su conducta alimentaria. Por este motivo, las estrategias destinadas al control de los ciclos de atracón-purga son generalmente también empleadas con las pacientes anoréxicas.

Con relación a las conductas purgativas, Fairburn, Phil y Beglin (1990) realizan una revisión de los estudios epidemiológicos sobre bulimia nerviosa y detectan, en estudios basados en cuestionarios, un porcentaje medio de vómitos autoinducidos del 8 por 100 (con un rango comprendido entre el 2 y el 21 por 100), mientras que el porcentaje medio del abuso de laxantes es algo inferior, siendo de un 5.8 por 100 (con un rango comprendido entre el 2 y el 12 por 100). Esta disparidad de resultados puede estar claramente influida por el método que se ha utilizado para recoger los datos (instrumentos autoinformados, entrevistas semiestructuradas, registros, etc).

Estrategias para recuperar el peso, modificar el comportamiento alimentario, y disminuir y eliminar los vómitos y otras conductas purgativas.

En primer lugar es esencial realizar con el sujeto una buena conceptualización del problema que le permita comprender con claridad el círculo vicioso y por qué motivo ello perpetua el problema. Si el sujeto no consigue entender lo que le sucede muy difícilmente verá sentido al plan de tratamiento que se le propone, con lo cual es muy probable que lo abandone. Para ello, suele ser de gran utilidad utilizar esquemas como el que aquí presentamos, el cual se puede también utilizar para explicar cómo se van a intentar romper los distintos puntos del círculo vicioso con los distintos componentes del tratamiento que se le proponen.

Ya en el marco de la intervención, se valorará la pertinencia de la prescripción de una dieta que variará en función de que la paciente se haya sometido a una restricción alimentaria más o menos severa y, por consiguiente, presente más o menos bajo peso y mayor o menor grado de desnutrición. Además, para iniciar el tratamiento y como primer paso es esencial ofrecer a la paciente información, siendo ésta una de las bases fundamentales de esta primera fase de la intervención. De alguna manera, la información va orientada a incrementar el conocimiento, desmitificar o corregir errores que tiene la paciente respecto a la regulación del peso corporal, el cuerpo y la figura, el concepto de peso ideal, las dietas y errores nutricionales, las causas y las consecuencias adversas de la desnutrición, los atracones y las conductas purgativas (vómitos, abusos de laxantes, diuréticos y ejercicio físico). Autores como Agras (1987), Ayats (1997), Calvo (1992), Cervera (1996), Chinchilla (1994), Fairburn (1995), Fairburn y Cooper (1989), Garner, Garfinkel y Bemis (1982), Grande Covián (1988), Hsu (1990), Raich (1994), Saldaña (1994), Schmidt y Treasure (1993/1996) y Toro y Vilardell (1987) proporcionan de forma bastante precisa información que puede utilizar el clínico para elaborar su propio material y trabajar con las pacientes en esta área.

Con relación a las consecuencias del uso de las conductas purgativas, es interesante proporcionar información a dos niveles: el primero referido a los efectos que dichas conductas tienen sobre el peso y el segundo referido a las consecuencias físicas que pueden provocar. Uno de los motivos que puede facilitar que se lleven a cabo conductas como la autoinducción de vómitos o el uso abusivo de laxantes y diuréticos es el desconocimiento sobre los efectos que éstos tienen sobre el peso. De este modo, por ejemplo, suele ser bastante común la creencia entre pacientes bulímicas y anoréxicas que al vomitar se eliminan todas las calorías que se han ingerido. Sin embargo, los resultados de algunas investigaciones no parecen corroborar esta creencia. Kaye, Weltzin, Hsu y cols. (1993) hicieron un estudio de laboratorio con 17 pacientes bulímicas. Los investigadores controlaban tanto el número de calorías ingeridas en cada atracón (a partir de un panel de control que registraba los alimentos escogidos por las pacientes) como las calorías expulsadas con los vómitos. La media de consumo calórico durante el atracón fue de 2.131 (aunque con una enorme variabildiad: S= 1.154) y la media de calorías vomitadas 979 (S=1.003), obteniéndose, por tanto, una media de 1.152 calorías retenidas (S=538). Pudieron observar como no había diferencias significativas entre el número de calorías retenidas entre aquellas pacientes que se habían dado atracones más abundantes (más de 2.600 calorías) respecto a las que habían hecho atracones menos abundantes (menos de 2.100 calorías, aproximadamente), fenómeno que es explicado por los autores porque el estómago no puede absorber más de una determinda cantidad de calorías.

Por supuesto no sabemos hasta qué punto se pueden generalizar estos resultados al caso de personas no bulímicas que puedan provocarse vómitos después de haber ingerido cantidades de calorías muy inferiores.

La utilización de laxantes y diuréticos tampoco parece ser efectivo a largo plazo (Fairburn y Cooper, 1989) ya que estos únicamente provocan una pérdida de peso puntual causada por la pérdida de líquido.

Además de los efectos de las conductas purgativas sobre el peso, son diversas las consecuencias físicas que pueden provocar el seguimiento repetido de estas conductas (Sharp y Freeman, 1993). De este modo, los vómitos repetidos son causa de úlceras, erosiones y complicaciones diversas a nivel del esófago provocadas por la exposición repetida a los jugos gástricos, así como problemas dentales. En relación al abuso de diuréticos y laxantes una de las consecuencias son las arritmias, que suelen estar provocadas por las irregularidades electrolíticas. Tanto los vómitos como el abuso de laxantes y diuréticos provocan irregularidades electrolíticas que, entre otras manifiestaciones, se presentan en forma de problemas renales diversos.

Finalmente, en relación a las pastillas supresoras del apetito, que actúan sobre el Sistema Nervioso Central, se señalan distintos efectos secundarios según el compuesto utilizado. Los más habituales suelen ser vómitos, diarrea, dolor abdominal, sedación, mareos, insomnio, etc. Otro aspecto a tener presente es la posible adicción que algunas de estas drogas pueden provocar, el efecto de tolerancia y los efectos provocados por la supresión de la droga.

Con relación a la información nutricional, las pacientes bulímicas y anoréxicas tienen habitualmente creencias erróneas en cuanto a nutrición y es importante poder aclarar muchos de estos conceptos para poder facilitar la regularización de las comidas.

Además, es bastante común que las pacientes anoréxicas y bulímicas tengan el ideal de conseguir llegar a un determinado peso fijo, lo cual comporta que deban hacer toda una serie de conductas para intentar conseguirlo. Por ello es importante dar información sobre el peso y la figura, sobre las variaciones habituales del peso (Fairburn y Wilson, 1993) que se suelen tener (alrededor de 3 kg) y a qué son debidas. Asimismo, también se puede dar información sobre cuáles son los baremos de peso saludable.

Con respecto a las estrategias conductuales, la autoobservación y autorregistro diario de la conducta alimentaria y de las circunstancias y estados emocionales que han favorecido y/o precipitado una comilona o una conducta purgativa, son los que permitirán que la paciente tenga mayor grado de información sobre su alimentación y pueda alcanzar mayor control sobre la misma. Así, a partir de la autoobservación y el autorregistro, se iniciará la modificación del comportamiento alimentario, consiguiendo regularizar las comidas ya que el autoimponerse dietas estrictas y autoprohibirse toda una serie de alimentos favorece la aparición de los atracones. Si no se consigue regularizar la comida difícilmente se podrá reducir la frecuencia de atracones. Además, la autoobservación y el autorregistro permitirá identificar cuáles son los antecedentes de los atracones, es decir que factores favorecen que el individuo empiece un atracón. El hecho de identificar dichos factores posibilita que, por una parte, se intente controlar la aparición de los mismos y, por otra, se pueda intentar prevenir que se desencadene todo el ciclo atracón-vómito una vez que han aparecido dichos factores. Los antecedentes más habituales suelen ser determinadas sensaciones fisiológicas (como, por ejemplo, tener mucha hambre), determinados estados emocionales (estar triste, deprimida, aburrida), determinadas cogniciones (como por ejemplo, pensar que ya se ha saltado la dieta, que está gorda, etcétera).

Las técnicas de control de estímulos permitirán que la paciente modifique sus comportamientos alimentarios inadecuados referidos al qué, cuándo, cómo y durante cuánto tiempo se come, hasta alcanzar horarios regulares en las ingestas (dependiendo del peso, entre cuatro y seis ingestas diarias), lugar de consumo adecuado, sentado en la cocina o comedor, sin realizar otra actividad y con una duración adecuada para que mastique correctamente y no realice las manipulaciones alimentarias a las que aludíamos anteriormente. Además, las pacientes anoréxicas y bulímicas suelen tener especial predilección por comprar y almacenar alimentos que consumen durante los atracones. Es importante enseñar a la paciente a planificar correctamente lo que debe comprar con la finalidad de ayudarle a regularizar las comidas así como evitar la aparición de los atracones. En un principio, es posible que la paciente anoréxica sólo pueda comer de forma aislada con la supervisión de una enfermera si está ingresada o de un familiar si recibe tratamiento ambulatorio; sin embargo, es necesario que en esta fase se alcance el objetivo de que la paciente sea capaz de comer en circunstancias sociales. Con relación a la paciente bulímica puede ser necesario establecer controles temporales de una duración de dos horas, para evitar que la paciente vomite después de las ingestas. Éstos se mantendrán hasta que se haya producido una disminución de los vómitos y de la necesidad irrefrenable de vomitar después de cada ingesta.

Cuando la paciente empieza a conseguir un cierto grado de control y autonomía, el entrenamiento en análisis de cadenas conductuales y cognitivas, del estilo propuesto por Brownell (1993) para el tratamiento de pacientes obesos y búsqueda de conductas alternativas, les ayuda a ejercer acciones para prevenir bien un atracón y el consecuente vómito, bien una reducción de la ingesta y la consecuente probabilidad de perder peso. Después de un atracón suelen ser muy habituales los sentimientos de culpabilidad (por haberse saltado la dieta, por no haber sido capaz de controlarse de nuevo), la ansiedad, la preocupación por poder engordar, el sentimiento de estar llena, hinchada, gorda, lo cual contribuye a que el deseo de vomitar o utilizar algún otro tipo de purga sea muy intenso. En este contexto, se enseña a la paciente cómo sus estados emocionales y/o determinadas situaciones sociales, familiares académicas o laborales pueden favorecer el inicio de una secuencia conductual que conduzca, por ejemplo, a inicar un atracón. Por ejemplo, quedarse solo en casa (eslabón 1) es la situación desencadenante para iniciar la búsqueda de alimentos (eslabón 2) que origina el inicio de un atracón (eslabones 3, 4, 5 y 6) que generan sentimientos de baja autoestima y poco control alimentario (eslabón 7) y que puede finalmente favorecer la ejecución de una conducta compensatoria (p.e. vómito autoinducido), la desmotivación y abandono del tratamiento (eslabón 8).. Además, resulta de mucha utilidad buscar otras conductas alternativas que puede hacer en ese momento de máxima tensión en lugar de atracarse, vomitar o utilizar otro tipo de purga. La detección precoz e interrupción mediante la ejecución concreta de algún tipo de acción (aplicación de las estrategias o conductas alternativas seleccionadas previamente) de esta secuencia favorecerá la no finalización de la misma, lo cual fortalecerá la sensación de control personal e incrementará la motivación para seguir adelante con los logros alcanzados.

Los contratos conductuales serán otro recurso fundamental para comprometer a la paciente en el seguimiento de las prescripciones. Las tareas prescritas deberán ser lo más concretas posible, de forma que la revisión semanal de ellas permita evaluar exactamente el nivel de cumplimiento de las mismas. La administración de reforzamiento positivo y reforzamiento negativo contingente con el cumplimiento de los compromisos adquiridos en el contrato conductual será básica para progresar en esta área. Sin embargo, conviene tener presente que la identificación de reforzadores potentes para pacientes en tratamiento ambulatorio no es una tarea fácil y probablemente se puede convertir en el orígen de muchos abandonos.

Finalmente, la exposición con prevención de respuesta puede ser de gran utilidad para reducir la ansiedad asociada al ciclo atracón-purga. El procedimiento consiste (Faiburn y Cooper, 1989; Kenedy, Katz, Neitzert, Ralevski, y Mendlowitz, 1995; Leitenberg y Rosen, 1988; Wilson, Eldredge, Smith y Niles, 1991) en pedir a la paciente que lleve a las sesiones de tratamiento alimentos que suelen ser el detonante de un atracón. En el momento en que la paciente siente que ha transgredido la dieta y desea vomitar, se intenta que se fije en lo que siente y lo que piensa con la finalidad de poderlo discutir y reestructurar con el terapeuta en la sesión. Se pretende que el sujeto pueda comprobar por él mismo que sí que puede controlarse, como la ansiedad, el sentimiento de culpabilidad, etcétera, pueden ir reduciéndose sin la necesidad de tener que vomitar. Estas exposiciones también pueden utilizarse como pruebas conductuales en las que la paciente puede comprobar si lo que piensa que pasará si no vomita (por ejemplo, aumentar enormemente de peso, acumularse de golpe toda la grasa en una determinada parte del cuerpo) se cumple o no.

La recuperación del peso y/o la disminución de los atracones y conductas purgativas conduce generalmente no solo a la mejoría de la condición física de la paciente, sino también a la mejoría del estado emocional de la misma.

La mayoría de investigaciones que han analizado la efectividad del tratamiento se han centrado en comparar distintos programas de tratamiento con la finalidad de detectar cuáles de ellos muestran una eficacia superior, pero en muy pocas investigaciones se han estudiado qué componentes del tratamiento resultan efectivos y cuáles no. Unicamente hemos encontrado una investigación (Wilson, Eldredge, Smith y Niles, 1991) en la que se analiza si la exposición con prevención de respuesta es un componente que produce una mayor eficacia del tratamiento cognitivo-conductual. En la investigación mencionada, no se detectaron mejoras significativas en cuanto a la eficacia del tratamiento al añadir la exposición con prevención de respuesta. El hecho de que únicamente hayamos encontrado una investigación en esta área no permite llegar a ningún tipo de conclusión definitiva.


2. Intervención sobre los factores "psicológicos"

Siguiendo con el esquema de multicausalidad de los trastornos de alimentación, en este apartado describiremos brevemente aquellas alteraciones conductuales, emocionales y afectivas que acompañan a la anorexia nerviosa y a la bulimia nerviosa. Las alteraciones presentes en los trastornos de alimentación que se describen con mayor frecuencia son: síntomas depresivos, trastornos de ansiedad (especialmente, ansiedad social y hábitos obsesivo-compulsivos); conductas impulsivas y abuso de sustancias; trastorno de personalidad borderline o características de personalidad específicas (como perfeccionismo, baja autoestima y temor a madurar). Además de estos factores que denominamos "psicológicos", los pacientes con trastorno de alimentación presentan dificultades para expresar las emociones, falta de habilidades de afrontamiento en situaciones estresantes (en especial, situaciones sociales) y, consecuentemente, déficit en la función psicosocial, lo que ocasiona problemas familiares e interpersonales. Algunos de estos factores "psicológicos" parecen actuar como factores predisponentes para la aparición de los trastornos de alimentación, otros se describen como consecuencias o "secuelas" psicológicas y, en algunos casos, no queda claro si estos factores desempeñan un papel etiológico o simplemente de mantenimiento de los trastornos de alimentación. Los sentimientos de disforia y depresión y la presencia de ansiedad acompañan frecuentemente la conducta anoréxica y bulímica. A nivel emocional, se han desarrollado modelos explicativos de los trastornos de alimentación que ponen el énfasis más en el desajuste emocional que en las variables de tipo sociocultural. Entre estos encontramos los de Rosen y Leitenberg (1982, 1985) y de McCarthy (1990) los cuales apuntan la relevancia de la ansiedad y la depresión, respectivamente, como variables fundamentales en el mantenimiento de los trastornos alimentarios. En cuanto a la presencia de síntomas depresivos, numerosos investigadores han encontrado una marcada correlación entre bulimia nerviosa y depresión (Gross y Rosen, 1988; Prather y Williamson, 1988; Williamson, Prather, Upton y cols., 1987). La paciente se siente triste con mayor frecuencia, pierde interés por cosas que antes le agradaban, llora, tiene malhumor y se irrita con facilidad. A mayor gravedad del trastorno existe una mayor probabilidad de que se esté sufriendo una depresión grave. Sin embargo, en la mayoría de los casos la depresión parece ser un trastorno secundario al problema alimentario desapareciendo cuando la paciente obtiene de nuevo el control sobre su alimentación. En una minoría, aproximadamente en el 10 por 100 de los casos, la depresión puede no ser secundaria y, por consiguiente, necesitar tratamiento específico para el trastorno afectivo (Fairburn, 1995).

En relación a la presencia de ansiedad, algunos estudios tienden a considerar, no sin cierta precaución, que los trastornos de ansiedad desempeñan un papel etiológico en la aparición de los trastornos de alimentación. En muestras de pacientes con anorexia o bulimia nerviosa y en sus familiares de primer grado se observa, generalmente, una mayor prevalencia de trastornos de ansiedad en comparación con muestras de población normal (Toner, Garfinkel y Garner, 1988) y comportamientos de evitación de la ansiedad, como déficit de comunicación para evitar conflictos familiares (Crisp, 1988). Los estudios retrospectivos sobre pacientes anoréxicas y bulímicas informan de la presencia de uno o más trastornos de ansiedad. En pacientes anoréxicas, los trastornos de ansiedad predominantes son fobia social y obsesión-compulsión y más de la mitad de los pacientes de las muestras utilizadas informan de la presencia de dichos trastornos durante la infancia (Deep, Nagy, Weltzin, Rao y Kaye, 1995). En pacientes bulímicas, los diagnósticos de trastorno de ansiedad más comúnmente informados son ansiedad generalizada y fobia social. La mayoría de las pacientes evaluadas indican, en investigaciones realizadas al respecto, que la aparición de los síntomas de ansiedad preceden al trastorno de alimentación (Schwalberg, Barlow, Alger y Howard, 1992). Estas investigaciones sugieren que una tendencia hacia el temor a la evaluación social o a la ansiedad generalizada, en combinación con una variedad de factores culturales, psicológicos y biológicos podría contribuir al desarrollo de una preocupación excesiva sobre el cuerpo y el peso, a seguir una dieta restrictiva severa y, por último, desencadenar el comportamiento bulímico. Sin embargo, una segunda tendencia explicativa sugiere que, en los trastornos de alimentación, los síntomas de ansiedad están claramente relacionados con los patrones de alimentación alterados, el miedo a engordar y las preocupaciones relativas al peso y la figura. La ansiedad está presente ante comidas de alto contenido calórico y en aquellas situaciones en las que se muestra públicamente la imagen corporal o en las que se conocerá gente. En estas situaciones sociales, la persona que padece el trastorno, al sentirse gorda, temerá el rechazo por parte de los demás (Cooper y Fairburn, 1986; cfr. Steere, 1990; Steere, Butler y Cooper 1990). Según estos autores, la incapacidad para controlar la comida conduce a ansiedad y depresión y la presencia de dichos estados emocionales negativos incapacita los intentos de control de la comida. Por lo tanto, aunque la ansiedad y la depresión forman parte del círculo vicioso del mantenimiento de los trastornos de alimentación, estos últimos presentan características específicas que los diferencian de los trastornos de ansiedad o la depresión.

Es importante mencionar en este apartado la relación entre el trastorno obsesivo-compulsivo y los trastornos de alimentación debido a las similitudes existentes entre ambos trastornos. Aún queda por determinar si los rasgos obsesivo-compulsivos predisponen al desarrollo de un trastorno de alimentación o este trastorno de alimentación desencadena rasgos obsesivo-compulsivos. Los trastornos de alimentación, al igual que el trastorno obsesivo-compulsivo, se caracterizan por la incapacidad para desatender los pensamientos intrusivos (en este caso sobre la comida, el peso y la imagen corporal) que conducen a la ideación obsesiva. Con el objetivo de neutralizar las emociones negativas causadas por estos pensamientos se realiza la conducta compulsiva (aspectos de atracón-purga en la bulimia nerviosa y en el subtipo bulímico de anorexia nerviosa y rutinas muy rígidas relacionadas con el control de la alimentación y con la práctica de ejercicio físico en las anoréxicas restrictivas). Los datos de investigaciones realizadas al respecto indican que aproximadamente un 26 por ciento de las pacientes con trastornos de alimentación cumplen criterios diagnósticos de trastorno obsesivo-compulsivo (Formea y Burns, 1995; Halmi, Eckert, Marchi y cols.1991). Estos datos son claramente superiores a los que presenta el grupo control (Rubenstein, Altemus, Pigott y cols., 1995). Los síntomas obsesivo-compulsivos parecen ser más severos en la anorexia restrictiva que en la bulimia (Toner, Garfinkel, Garner y cols., 1988).

En relación al control del impulso, algunas conductas, como abuso de alcohol, drogas y anfetaminas, intentos de suicidio y comportamientos de automutilación, robo y juego patológico, parecen estar directamente relacionadas con los elevados niveles de ansiedad presentes en los trastornos de alimentación. Estas conductas impulsivas son más comunes en la bulimia y en el subtipo bulímico de anorexia que en la anorexia restrictiva (DaCosta y Halmi, 1992; Gleaves y Eberenz, 1993; Strober, Freeman, Bower y Rigali, 1996). Dichos comportamientos se agudizan o incrementan en la medida que las pacientes aumentan la gravedad de sus conductas purgativas (Williamson, Prather, Upton y cols., 1987).

Algunos autores relacionan características de personalidad borderline con historia de abuso sexual y con el abuso de sustancias. En algunas pacientes con trastorno de alimentación está presente una historia de abuso sexual o físico (Gleaves y Eberenz, 1993) y, como respuesta a ello, se puede desarrollar una personalidad borderline (Briere y Runtz, 1991; cfr. Gleaves y Eberenz, 1993). Para al menos algunas mujeres con trastorno de alimentación, el abuso de sustancias puede servir como un mecanismo maladaptativo para enfrentarse con los sentimientos relacionados con la historia de abuso sexual o físico.

La baja autoestima y los sentimientos de inefectividad, han sido identificados como factores de riesgo para el desarrollo de los trastornos de alimentación. Estos sentimientos de inefectividad y baja autoestima se suman al deseo de perfeccionismo, caracterizado por altas aspiraciones y establecimiento de metas elevadas, configurando entre ellos los elementos básicos de las dificultades para hacer elecciones y resolver problemas que presentan y, probablemente, describirían sus déficits de funcionamiento autonómico. El aislamiento social y las dificultades para establecer contactos sociales que presentan las bulímicas son, en parte, producto de la baja autoestima, pero estas dificultades sociales parecen ser también consecuencia de malas relaciones familiares. Algunos autores, por ejemplo Halmi (1987), Manley (1989; cfr. Kerr, Skok y McLaughlin, 1991) y Wilson y Smith (1989), señalan que frecuentemente las familias de las pacientes bulímicas tienen una historia previa de trastornos afectivos y dificultades para resolver conflictos Asimismo, las anoréxicas también presentan miedo a madurar, déficit en autonomía, inhibición social y pobres habilidades de comunicación. Estas pacientes mantienen una apariencia prepuberal y presentan una gran inhibición sexual, puntuando de forma elevada en escalas de conformidad sexual. Los problemas relacionados con el funcionamiento psicosexual en sus relaciones heterosexuales y de pareja persisten incluso en pacientes recuperadas (Herpertz-Dahlmann, Wewetzer, Hennighausen y Remschmidt, 1996; Windauer, Lennerts, Talbot y cols., 1993; cfr. Herpertz-Dahlmann y cols., 1996).


Estrategias para abordar los factores psicológicos

Las técnicas utilizadas para intervenir sobre los factores psicológicos conforman un paquete de intervención que permite detectar y manejar las manifestaciones a nivel fisiológico (aspectos relacionados con la tensión y las manifestaciones fisiológicas), cognitivo (interpretaciones irracionales y negativas que la persona realiza de si misma, de su problema y de su entorno) y comportamental (evitación y afrontamiento incorrecto de situaciones). Además de las técnicas que inciden directamente sobre estos aspectos, en el proceso de intervención se entrena a la paciente en el manejo de técnicas cuyo objetivo es potenciar las habilidades de la persona con el fin de controlar la ansiedad adicional que aparece en situaciones sociales o en situaciones donde la persona se siente incapaz de tomar decisiones. Además, dichas habilidades son fundamentales en la prevención de recaídas.

La ansiedad puede manifestarse a través de una activación fisiológica excesiva. Los procedimientos utilizados para reducir dicha activación se agrupan bajo el nombre de técnicas de relajación. Entre ellas, dos de las técnicas más utilizadas son la relajación progresiva de Jacobson, en una versión adaptada de Bernstein y Borkovec (1973), y la técnica de respiración controlada. La técnica de relajación progresiva persigue como objetivo que, al final del entrenamiento, la persona sea capaz de identificar tensión en zonas específicas de su cuerpo y poner en marcha los recursos aprendidos para relajar dichas zonas. Además, la relajación progresiva es la respuesta incompatible más frecuentemente utilizada en la aplicación de la desensibilización sistemática. La respiración controlada es una respiración pausada y rítmica que, además de mejorar la oxigenación del organismo, ha demostrado ser útil en la reducción de la ansiedad, la irritabilidad, la tensión muscular y la fatiga. Ambas técnicas se centran en el aspecto somático de la ansiedad y permiten manejar, después de su entrenamiento, los aumentos de activación fisiológica producidos en situaciones estresantes.

La reestructuración cognitiva es la técnica más utilizada para modificar las distorsiones cognitivas relacionadas con la baja autoestima, el perfeccionismo y los síntomas depresivos. La reestructuración cognitiva (Beck, 1976) permite detectar, analizar y modificar creencias irracionales, distorsiones cognitivas y diálogos internos inapropiados en relación a cómo la persona percibe y procesa la información, modula la expectativa sobre su capacidad de responder y determina la respuesta conductual que da. En primer lugar se detectarán, examinarán y definirán los procesos cognitivos de la paciente y posteriormente se le entrenará en la identificación y análisis de los pensamientos erróneos o poco realistas, discutiéndolos y contrastándolos con parámetros objetivos para facilitar el cambio de los criterios con que se autoevalúa y haciendo que éstos sean más adaptativos y ajustados a sus posibilidades y propia realidad.

La técnica de resolución de problemas (D'Zurilla y Goldfried, 1971) permite reducir las cogniciones inefectivas, circulares y ansiógenas ante los problemas y dotar a la persona de habilidades de toma de decisiones que potencian el funcionamiento autonómico. En los pacientes con trastorno de alimentación la aplicación de la técnica permite frenar el aumento de preocupación y ansiedad, disminuir los sentimientos de inefectividad y aumentar la autoeficacia y autoestima percibidas. En las pacientes anoréxicas restrictivas, además de potenciar las habilidades para resolver los problemas diarios, la aplicación de la técnica permite aumentar la capacidad de autocontrol autopercibida con procedimientos que van más allá del simple control de la comida. En las pacientes que presentan episodios bulímicos, la precipitación del atracón está relacionada con acontecimientos estresantes y se utiliza como una respuesta de afrontamiento que, a corto plazo, alivia la ansiedad. Sin embargo, es una respuesta de afrontamiento desadaptativa que no permite la resolución de la situación percibida como estresante. Por lo tanto, la aplicación de habilidades de resolución de problemas permite detectar las fuentes de conflicto, definirlas correctamente y afrontar los problemas mediante conductas adaptativas.

La técnica de entrenamiento en habilidades sociales tiene como objetivo que la persona adquiera las habilidades necesarias para actuar en situaciones sociales y responder asertivamente. La adquisición y posterios aplicación de dichas habilidades facilitan el establecimiento de conductas sociales para vencer el aislamiento social. Ello repercute en la disminución del nivel de ansiedad en dichas situaciones. En los pacientes con trastorno de alimentación, una vez evaluado el nivel de deterioro de las relaciones sociales y las dificultades que experimenta en estas situaciones, se procede a enseñar y practicar dichas habilidades a través de ensayos de conducta con aplicación de modelado, retroalimentación e instrucciones que favorezcan conductas adaptadas en situaciones sociales y faciliten el restablecimiento de sus relaciones. Asimismo, y teniendo en cuenta que el déficit en la función psicosexual contribuye al mantenimiento de los trastornos de alimentación, es aconsejable introducir algún tipo de programa educacional sobre sexualidad con el objetivo de disminuir la ansiedad ante relaciones heterosexuales.


Datos sobre eficacia

Los estudios de seguimiento en pacientes con trastorno de alimentación muestran que los factores "psicológicos" están relacionados con los resultados del tratamiento, sobre todo aquellos que persisten tras cierta recuperación del peso (Eckert, Halmi, Callies y cols., 1991; cfr. Casper y Jabine, 1996). Existe consenso al afirmar que los grupos de pacientes que presentan escasa mejoría tras la intervención terapéutica son aquellos que se asocian con una presencia mayor de psicopatología en comparación con los grupos de resultado intermedio y que estos últimos presentan puntuaciones más elevadas en comparación con los grupos más exitosos (Herpertz-Dahlmann, Wewetzer, Hennighausen y Remschmidt, 1996; Sunday, Reeman, Eckert y Halmi, 1996). Por ejemplo, en un estudio de seguimiento a los ocho años de pacientes anoréxicas, Casper y Jabine (1996) informan que el 34 por 100 del grupo con resultados exitosos presenta al menos un diagnóstico psiquiátrico, este porcentage se incrementa hasta un 77 por 100 en el grupo de resultado intermedio y alcanza un 88.9 por 100 en el grupo de anoréxicas crónicas o de pobre resultado. Los diagnósticos psiquiátricos más comunes que aparecen en estos estudios de seguimiento son: trastorno depresivo (Casper y Jabine, 1996; Sunday, Reeman, Eckert y Halmi, 1996), fobia social (Herpertz-Dahlmann, Wewetzer, Hennighausen y Remschmidt, 1996), trastorno obsesivo-compulsivo (Casper y Jabine, 1996; Sunday, Reeman, Eckert y Halmi, 1996) y déficit en la función psicosocial (Rastam, Gillberg y Gillberg, 1996; Sunday, Reeman, Eckert y Halmi, 1996).


3. Intervención sobre la imagen corporal

Aunque la insatisfacción corporal parece una característica normal de los hombres y las mujeres del mundo de hoy, se ha llegado a convertir en una de las características básicas de las pacientes anoréxicas y bulímicas, como consecuencia del exagerado miedo a la gordura y la extrema preocupación por el peso y la apariencia física. Desde que Bruch (1962) describiera por primera vez la existencia de un trastorno de la imagen corporal en estas pacientes se han realizado numerosas investigaciones que han podido definir con mayor precisión los componentes que se deben estudiar en relación con esta área. Así, en la actualidad parece claro que el trastorno de la imagen corporal que presentan las pacientes anoréxicas y bulímicas tiene dos elementos básicos: uno de carácter perceptivo y otro de carácter cognitivo/afectivo. Respecto al primero, se refiere al grado de precisión o imprecisión con que las pacientes estiman las dimensiones de distintas partes de su cuerpo, las investigaciones realizadas con distintas técnicas de estimación como, técnicas de estimación visual de la talla, tests de siluetas, técnicas fotográficas o analógicas de distorsión de la imagen, trazado de la imagen, etcétera, muestran resultados contradictorios. Por ejemplo, existen estudios que no han conseguido encontrar diferencias perceptivas entre pacientes con trastornos alimentarios (anoréxicas y bulímicas) comparados con controles normales (Cooper y Taylor, 1987; Fernández, Probst, Meermann y cols., 1994), mientras que otros señalan que las pacientes anoréxicas y bulímicas perciben erróneamente las dimensiones de las distintas partes de su cuerpo, exagerando o sobreestimando (Garner, Garfinkel y Moldofsky, 1978) o subestimando el tamaño de su cuerpo (Garner y Moncrieff, 1988).

Respecto al segundo componente, el cognitivo-afectivo, se refiere a los pensamientos y actitudes con respecto al propio cuerpo; estas cogniciones y actitudes son las que dan pie a la insatisfacción por la imagen corporal, jugando un papel importante tanto en el proceso de adquisición del trastorno como en el mantenimiento del mismo. En una revisión sobre el tema, Cash y Brown (1987) recogen los pensamientos automáticos relacionados con la imagen corporal que más frecuentemente presentan estas pacientes, agrupándolos en lo que denominan la "docena sucia" y en los que quedan patentes el valor desmesurado que anórexicas y bulímicas atribuyen a la imagen corporal y/o las distintas partes del cuerpo, base para alcanzar la felicidad y el éxito.

Finalmente, no hay que olvidar un tercer componente de carácter conductual, asociados a la insatisfacción por la imagen corporal. Este se pone de manifiesto en las conductas de evitación (por ejemplo, no acudir a acontecimientos de carácter social a causa de la apariencia, llevar ropa muy amplia para evitar exponer el cuerpo, evitar mirarse en los espejos, ducharse con una camiseta, etcétera) y en las conductas de comprobación y rituales que llegan a ser obsesivos (por ejemplo, pesarse varias veces al día, medirse repetidamente en una parte del cuerpo, etcétera) que actúan como reductores de ansiedad. Este componente es muy importante dado que, además de producir un alto nivel de malestar, puede convertirse en el mantenedor de las actitudes negativas hacia la imagen corporal.

A nivel terapéutico, Rosen y su equipo de la Universidad de Vermont son los autores que en los últimos años están han elaborado de forma más estructurada programas para el tratamiento del trastorno de la imagen corporal (ver entre otros Rosen, Cado, Silberg, Srebnik y Wendt, 1990; Rosen, Orosan y Reiter, 1995; Rosen, Reiter y Orosan, 1995; Rosen, Saltzberg y Srebnik, 1989). Desde la perspectiva de estos autores, el abordaje del componente perceptivo no parece el más importante, aunque conviene realizar un entrenamiento en: 1) la estimación correcta del cuerpo y de las distintas partes del mismo; 2) modificar erróres sobre el concepto de peso ideal, cómo se estipula y cómo se ubica el sujeto en relación a su peso y talla en las tablas de peso normalizadas; y 3) un aprendizaje correcto de estimación del peso en familiares amigos y conocidos. Todo ello contribuye a la modificación de las cogniciones y actitudes negativas relacionadas con la insatisfacción corporal. Un análisis de los cambios que a través de la historia se han producido en los modelos estéticos corporales y cómo las actitudes negativas hacia la apariencia física quedan afectadas por los estereotipos culturales, también contribuye positivamente a esta modificación de cogniciones y actitudes.

El miedo a la gordura se aborda básicamente mediante la desensibilización sistemática, la cual tiene como objetivo reducir la ansiedad que genera la exposición a distintas partes del cuerpo, así como la supresión de conductas evitativas mantenedoras de dicho miedo. Al igual que ocurre con otros trastornos de ansiedad, las pacientes elaboran una jerarquía en la que incluyen de forma graduada situaciones generadoras de ansiedad relacionadas con la exposición de su cuerpo o partes del mismo en distintos contextos. La exposición en la imaginación y posteriormente la exposición en vivo, contraponiendo a la respuesta de ansiedad la respuesta relajada, facilita la desinhibición del miedo.

Las cogniciones erróneas y distorsiones cognitivas relacionadas con la imagen corporal se tratan mediante reestructuración cognitiva. Seguir los pensamientos automáticos agrupados en la "docena sucia" (Cash y Brown, 1987) facilita la tarea del clínico y permite a las pacientes realizar el análisis necesario para buscar evidencias a favor y en contra de cada uno de sus pensamientos y la consecuente modificación de los mismos.

Finalmente, se abordan todas las conductas evitativas que presentan las pacientes, fomentando el cambio en la forma de vestir (sustitución de ropa amplia por la propia para la talla y el peso), la exposición a objetos (p.e. espejos) y situaciones sociales que con anterioridad se evitaban. La prevensión de respuestas se emplea para eliminar las conductas comprobatorias y/o ritualísticas. Además se entrena a las pacientes en resolución de problemas y habilidades sociales como un procedimiento de probada eficacia para la prevención de las recaídas.

A primera vista, parece evidente que la intervención terapéutica tiene que contemplar, como acabamos de mostrar, el abordaje tanto de las distorsiones perceptivas, como de las cognitivas-emocionales y los componentes conductuales asociados a la insatisfacción por la imagen corporal. Sin embargo, este tema es controvertido y existen opiniones encontradas respecto a la inclusión o no en los paquetes de tratamiento el abordaje del trastorno de la imagen corporal. Desde el punto de vista de Rosen, Reiter y Orosan (1995) el trastorno de la imagen corporal es el aspecto patológico básico dada su importancia en la etiología y recuperación de los tratornos alimentarios. En relación con la recuperación y prevención de recaídas de estos pacientes, se ha encontrado que la imagen corporal es el factor predictor de recuperación más consistente (Fairburn, Peveler, Jones, Hope y Doll, 1993; Rosen, 1990). Los resultados del estudio realizado con pacientes bulímicas por Fairburn, Jones, Peveler, Hope y O´Connor (1993) en el que se comparaba un tratamiento que incluía solamente la modificación de la conducta alimentaria y el control de los vómitos, con un tratamiento que además contemplaba la modificación de las actitudes frente a la imagen corporal confirman la importancia de tratar el trastorno de la imagen corporal; el segundo grupo obtuvo resultados significativamente superiores al primer grupo.

Por último, y a modo de conclusión, queremos resaltar que aunque la intervención cognitivo-conductual ha demostrado su eficacia en el tratamiento de los trastornos de alimentación, los estudios con seguimientos a largo plazo de dos o más años (Herpertz,-Dahlmann, Wewetzer, Henninghausen y Remschmidt, 1996; Olmsted, Kaplan, y Rockert, 1994; Steinhausen y Seidel, 1993 cfr. Sunday, Reeman, Eckert y Halmi, 1996; Sunday, Reeman, Eckert y Halmi, 1996) han mostrado tasas de recaída bastante elevadas (alrededor del 30 por 100) en las pacientes con anorexia nerviosa y bulimia nerviosa. Pensamos que ello se debe, en gran parte, a las características multicausales de estos trastornos. Por todo ello, se hace evidente la necesidad de una mayor investigación para clarificar las relaciones existentes entre los múltiples factores que inciden tanto en el origen como en el mantenimiento de estos trastornos con el objetivo de diseñar programas de intervención más completos y específicos que permitan abordar los trastornos de alimentación disminuyendo sus tasas de recaída.


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