Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XX, nº 1112, 25 de febrero de 2015

[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

EL QUIJOTE Y LA MANCHA:  LA EVOLUCIÓN DE LA IMAGEN LITERARIA DEL PAISAJE RURAL

Félix Pillet Capdepón
Universidad de Castilla-La Mancha

Recibido: 12 de diciembre de 2014; aceptado 5 de febrero de 2015


 

El Quijote y La Mancha: la evolución de la imagen literaria del paisaje rural (Resumen)

El Quijote es siempre motivo de indagación y muy especialmente en el IV Centenario de la publicación de la segunda parte de la obra en 2015. Por esta razón nos detendremos en dos aspectos fundamentales: en primer lugar, en el conocimiento real del territorio por parte de su autor, comentando las referencias al territorio, al paisaje y al lugar. A la vez que se analizará, a lo largo de cuatro siglos, la evolución geográfico-literaria de la “inmensa llanura” o de la comarca de La Mancha, realizando una mirada a La Mancha tradicional, moderna y actual.

Palabras clave: El Quijote, La Mancha, imagen literaria, paisaje rural


 

El Quixote and La Mancha: the evolution of the literary image of the rural landscape (Abstract)

El Quixote has always attracted a great deal of study and even more so approaching the 400-year anniversary, in 2015, of the publication of the second part of the novel. For this same reason, we will focus here on two fundamental aspects. Firstly, we will discuss the author's actual knowledge of the territory, commenting on references to the territory, the landscape and the place. Secondly, we will analyse the geographical-literary evolution, over the course of these four centuries, of the "immense plain" or the region known as La Mancha, looking at traditional, modern and current representations of this region.

Key Words: El Quixote, La Mancha, literary image, rural landscape


 

Nuevamente el Quijote viene a ocupar nuestra atención, como ya ocurrió con la celebración del IV Centenario de la publicación de la primera parte de la obra (2005), pues ahora, diez años después, se conmemora la aparición de la segunda parte. Desde comienzos del presente siglo venimos recopilando ideas[1], conceptos y nuevas aportaciones, con el fin de poder elaborar un análisis coherente que sirva para recoger ambigüedades, dualidades y planteamientos que nos ayuden a entender mejor la aportación que otorgó esta magistral novela al conocimiento de un territorio “convertido en uno de los espacios geográficos más conocidos del mundo, al menos por el nombre”[2]. Aunque el hidalgo caballero salió de su tierra para dirigirse a Barcelona, a través de Zaragoza, nos detendremos únicamente en La Mancha, con objeto de analizar su evolución geográfico-literaria a lo largo de cuatro siglos. Entre los múltiples eventos que se realizaron con motivo de la celebración del IV Centenario, cabe citar la propuesta turística, hoy olvidada, de la Ruta de Don Quijote y a un nivel más académico los contactos establecidos entre La Mancha y América Latina[3], así como los estudios colectivos sobre la relación del Quijote con Castilla-La Mancha[4] 

Dos ediciones de la obra de Cervantes (1998 y 2014) vienen a completar su mejor conocimiento, la primera a cargo de Francisco Rico con estudios complementarios donde se encontraba, entre otros, el realizado por Casasayas sobre los lugares y tiempos en la novela; la segunda, de Arturo Pérez-Reverte en la que se eliminan las historias paralelas para facilitar una lectura rigurosa, limpia y sin obstáculos. Lo que demuestra que de ser la más investigada y citada es también, popularmente, la menos leída.

El Quijote: territorio, paisaje y lugar 

De su autor se ha hecho referencia a su “erudición geográfica”[5] y es por este motivo por lo que nos detendremos en tres aspectos de interés: en la ambigüedad del término “Mancha”, en la presencia del “paisaje” en la novela y, por último, en la patria o “lugar” de Don Quijote.

El término Mancha (Manxa o tierra seca de los árabes) ha pasado por distintas acepciones (figura 1), primero hizo referencia a un pequeño territorio o común de la Mancha (1353), uno de los tres comunes de la Orden de Santiago, se extendía entre las riberas del Cigüela y del Guadiana, siendo su cabecera Quintanar de la Orden. Luego, jurisdiccionalmente, se creó el partido de la Mancha (1530) llamado unos años después, partido de Quintanar de la Orden (1571),  junto con los partidos de Uclés, Ocaña y Montiel. Como “espacio geográfico y no meramente administrativo” las Relaciones Topográficas de Felipe II (1575-76)  dieron lugar a una serie de comarcas, entre las que se encontraba la comarca de La Mancha. Dos siglos después (1765) Tomás López ofrecía el mapa de la provincia de La Mancha, que se consolidaría con la división de Floridablanca y estaría vigente hasta la actual división de 1833, que pasó a denominarse con modificaciones, provincia de Ciudad Real. En el siglo XX, la comarcalización agraria (1962) dio como resultado que la comarca agraria de la Mancha apareciera en cuatro provincias: Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Toledo. Con la España de las Autonomías, “la Mancha” pasa a denominarse “La Mancha” al adoptar la región el nombre de Castilla-La Mancha (1982). Al no llevarse a cabo la comarcalización política, como ocurrió en gran parte de las Comunidades, se realizó la comarcalización geográfica, donde destaca ampliamente la comarca geográfica de La Mancha.

Figura 1. Evolución del término geográfico “Mancha” y publicación del Quijote
Fuente: F. Pillet

El territorio de La Mancha

Cervantes no utiliza al referirse a La Mancha ni el término “partido” ni “comarca” que eran los que estaban en uso tanto por la administración jurisdiccional, como en las Relaciones Topográficas de Felipe II. En la obra conviven dos espacios: uno concreto, “la espaciosa llanura”, que podría ser la propia comarca que se extiende por los territorios de las Órdenes de Santiago y de San Juan, y en segundo lugar, lo que él denomina, sin existir en la realidad: “la provincia de la Mancha”, es decir, el territorio de La Mancha que integra a la llanura manchega, incluida la Mancha oriental o “Mancha de Aragón”, el Campo de Montiel al que considera un “distrito”, así como el Valle de Alcudia y Sierra Morena. Y sitúa como centro de La Mancha a “la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha”[6], lugar donde se ha afirmado que “Cervantes toca el cielo de la literatura… plantea este pasaje desde el más estricto realismo geográfico”[7].

Francisco Rico, tras recordar que existió un foro cervantistas donde casi por unanimidad se aceptó como más correcto hablar “de La Mancha” en lugar “de la Mancha”, aunque él prefiere esta última, a continuación añade que “Para Cervantes, la Mancha era mayormente el camino entre Castilla y Andalucía, y el Quijote nace de la experiencia de ese camino”[8]. Desde un planteamiento geográfico, se nos ha recordado que ya en el III Centenario, Antonio Blázquez hizo hincapié en esta visión extensa pues “entiende a La Mancha en un sentido amplio, incluyendo en ella otros territorios correspondientes a la geografía cervantina, como las primeras estribaciones de Sierra Morena, el Valle de Alcudia, el Campo de Calatrava y el Campo de Montiel”[9]. En el IV Centenario, Fernando Arroyo ha matizado algunos aspectos, en primer lugar, sobre el conocimiento geográfico de Cervantes ha concretado que teniendo en cuenta el conjunto de sus novelas, muestra no sólo un “conspicuo conocimiento de lo urbano” como lo demuestra el fino análisis de las ciudades citadas en sus obras, sino que además, como se comprueba en el Quijote, un buen análisis del mundo rural, mostrando gran coincidencia entre sus aportaciones y lo recogido en las Relaciones Topográficas; en definitiva “es la misma sociedad que describiera Cervantes en el Quijote y que podemos comparar con la que quedó reflejada en las Relaciones”[10]. Este mismo autor ha ofrecido un mapa de las comarcas de las tierras del Quijote según las Relaciones, donde aparecen perfectamente diferenciadas: La Mancha, el Campo de Montiel y el Campo de Calatrava; la gran llanura manchega la presenta como una “comarca de acusada personalidad pero de límites imprecisos”, para añadir que el término “Mancha”, referido a toda la región, era compatible con la  comarca del mismo nombre: “el amplio espacio que dio sobrenombre al Hidalgo no debiera identificarse con una comarca muy limitada”; concluyendo que la obra “está plagada de referencias paisajísticas, aunque muchas de ellas estén implícitas”[11].

Esta ambigüedad entre La Mancha “región” y la comarca o llanura persistió a lo largo de los siglos, como así lo manifiestan diversos geógrafos como Otto Jessen,  quien señalaba que integraba las comarcas del Campo de Calatrava y el Campo de Montiel, para a continuación marcar diferencias al señalar que entre estas dos comarcas montuosas aparece “la enorme cuenca central, esto es, La Mancha, propiamente dicha”[12]. En la última comarcalización geográfica de España, anterior al Estado de las Autonomías, se indica en 1984 que “Dentro de los límites de La Mancha, pero sin reunir todos los rasgos que caracterizan a esta gran comarca están los Campos de Calatrava y de Montiel”[13], este aspecto se ha intentado aclarar en la comarcalización geográfica de Castilla-La Mancha, como luego veremos.

El paisaje o los cuadros paisajísticos

Nicolás Ortega, que ha centrado el comienzo de la imagen literaria del paisaje en el Romanticismo, cuando se refiere a la obra que estamos citando indica que “El Quijote se inscribe en un ámbito geográfico determinado, en un paisaje concreto, del que ofrece una imagen literaria bien caracterizada. Cervantes era un buen conocedor de la realidad geográfica de la España de su tiempo, de sus pueblos y de sus ciudades, de sus caminos y de sus posadas, y ese conocimiento se manifiesta a menudo en sus obras y, más concretamente, en el Quijote[14]. Desde planteamientos más literarios que geográficos se han escuchado opiniones donde se incide en la ausencia de paisaje en la novela: Francisco Rico afirmaba que “En el Quijote, el paisaje de la Mancha no se describe, sino que se hace sentir…El paisaje real se intuye en la acción narrada, en los personajes, no se lee literalmente en el texto. El que se pinta en cambio con vigorosa exactitud es el paisaje fantaseado por don Quijote”[15]. Dejando aparte declaraciones como las aportadas por Gaya y Martínez Val[16], nos centraremos en una obra de Gómez Porro[17] en la que se analizan todos los narradores y poetas que han hecho referencia a Castilla-La Mancha y a sus paisajes, en ella señala que “el paisaje como sujeto de contemplación estética no existe en el Quijote. Las descripciones paisajísticas, cuando las hay, no pasan de ser artificiosas reelaboraciones” pues más que descripción hace referencia a personajes, acción, y nombres de lugares. También se ha denunciado la falta de precisión en los lugares que aparecen en la obra: “don Miguel se torna sumamente impreciso y vago en este punto, situando tanto sucesos dignos de saberse… en un ámbito abstracto manchego sin la Mancha concreta, sin identidades locales, sin referencias urbanas, sin ubicación real de las villas”[18].

La matización a todas estas afirmaciones las encontramos en los siguientes geógrafos. En primer lugar, Miguel Panadero indicará que la novela nos muestra unos paisajes “ricos y diversificados”, pues el protagonista anduvo por muchos caminos de la submeseta meridional con “frecuentes referencias a los elementos físicos y también a la composición del espacio rural”[19], haciendo especial hincapié en el recorrido “caminos y lugares constituyen el escenario de las distintas aventuras y son los senderos e hitos que dan soporte con sus etapas y estancias a las conocidas rutas del Quijote”, caminos unos en dirección norte-sur y otros en dirección este-oeste; apoyando la idea de que la ficción está basada en la realidad sin concesiones[20]. Por su parte, desde un planteamiento geográfico más naturalista, González Martín ha señalado que los espacios abiertos donde transcurren sus aventuras constituyen un escenario geográfico real, el territorio y sus elementos son tratados con una notable modernidad, siendo sorprendente para el momento. El escenario de cada relato es descrito de un modo riguroso, sin olvidar que en aquellos momentos el término paisaje es equivalente a “cuadro” donde se plasman lugares, donde la naturaleza se manifiesta de modo excepcional. Se indica que Cervantes muestra una genial percepción de las transformaciones que experimenta el paisaje con el paso del tiempo, siendo el calor la mayor adversidad, concluyendo que “nos descubre un espacio cuya fisonomía se ajustaba a la situación del territorio manchego del siglo XVI. La perspectiva con la que aborda el tratamiento de los hechos geográficos es de una gran modernidad para la época… genial planteamiento de los escenarios naturales por los que Don Quijote transitó”[21]. Junto a estas aportaciones, Tapiador viene a reconocer que “el interés del narrador en describir el paisaje es lateral, limitándose a apuntar lo imprescindible para cada acción”, para a continuación añadir que toda referencia geográfica está permanentemente subordinada a la acción “lo justo para que El Quijote no se desarrolle en un lienzo blanco”[22].

El lugar de Don Quijote

El autor comienza indicando que  no quiere o no se acuerda[23] de qué “lugar de la Mancha” es el protagonista, sólo sabe que pertenece a la “alta Mancha”, pero en este caso no se está refiriendo, en el soneto que aparece en el final de la primera parte, a la Mancha septentrional, sino a la noble Mancha, pues “alta” viene de alta cuna: “más que Grecia ni Gaula, la alta Mancha”. Es decir, compara las ciudades de los dos Amadís, una real y otra ficticia, con una aldea rural, lo que demuestra la persistente ironía. Muchos autores señalan que la elección del lugar de la Mancha y de su territorio circundante fue el más correcto para la trama, el que mejor cuadraba con el personaje; aunque otros, con gracia socarrona y manchega advierten que es “por pura broma, por parodia, por el concepto tan antiaventura que de ella entonces debía tenerse”[24].

Cervantes sabía que los pueblos se disputarían el lugar de origen de Don Quijote. En el III Centenario se concretó que debía ser el municipio manchego de Argamasilla de Alba[25], pues este núcleo se encuentra en la parte más meridional de la llanura manchega, ya que el personaje comenzó a caminar por el campo de Montiel, con el que linda dicho municipio manchego. Durante el IV Centenario se ha partido de la visión amplia de considerar al Campo de Montiel dentro de La Mancha, para señalar que Don Quijote, puesto que partió en dos ocasiones de dicho campo, pudiera ser de una aldea del Campo de Montiel[26]. Un grupo de investigadores de distintas universidades han llegado a aplicar la Teoría General de Sistemas al Quijote, a una obra de ficción… convirtiendo una hipótesis en realidad: Don Quijote nació en el Campo de Montiel y concretamente en el núcleo renacentista de Villanueva de los Infantes[27]. Finalizando 2014 ha saltado a la prensa nacional una noticia: “la historia de Don Quijote no es inventada, es real”[28], pues se ha hallado un texto manuscrito de 1581 en el Archivo Histórico Nacional que podría haber servido al autor de la genial novela para su inspiración, en él se sitúa la trama originaria en el municipio manchego de Miguel Esteban, junto a El Toboso[29]. De cualquier forma, se sigue cumpliendo el deseo de Cervantes, que no es otro que la patria de Don Quijote es La Mancha.

La Comarca de La Mancha y la mirada literaria

Nos centraremos a continuación en la “espaciosa llanura” de la que hablaba Cervantes, en la gran llanura de La Mancha, que por su extensión, puede ser considerada como una gran comarca. Uno de los aspectos fundamentales para su estudio fue su delimitación, con más de noventa municipios[30], y la evolución de sus fases agrarias[31]. Dentro de los tres tipos de comarcas geográficas de Castilla-La Mancha que hemos delimitado: comarcas de Sierra, de Transición o Piedemonte y de Llanura, La Mancha, lógicamente, se encuentra dentro de esta última (figura 2). Su medio físico ofrece una sorprendente horizontalidad, ocasionalmente alterada. Es dominio de los terrenos sedimentarios neógenos y cuaternarios, de rocas blancas formadas por arcillas y margas recubiertas puntualmente por gravas o yesos; su clima mediterráneo-continental y sus suelos bastante uniformes (pardo calizos) favorecen una agricultura de secano (cereales y viñedos) y un regadío basado en las extracciones de los acuíferos, destacando entre las actividades industriales las de la alimentación, siendo Albacete el municipio más poblado de la comarca y de la región[32]. Tras esta descripción actual pasaremos a analizar su evolución teniendo en consideración la literatura de viajes, buscando las obras con independencia de los recopilatorios realizados sobre viajeros[33], así como los textos literarios en prosa y verso.

 

Figura 2. La Comarcalización de Castilla-La Mancha (España)
Fuente: Panadero y Pillet, 2011

La Mancha tradicional: la sembradura

Aunque ya hemos comentado que las Relaciones Topográficas de Felipe II son el mejor retrato de La Mancha de la segunda parte del siglo XVI, parece acertado traer aquí el comentario de García Pavón[34]  cuando señalaba que el paisaje que vio Cervantes fue muy diferente al que se desarrolló posteriormente: “era entonces monte espeso y pasto natural para el ganado”. En tiempos de Cervantes, según López-Salazar[35], “el problema en la Mancha del siglo XVI no fuera tener tierra, sino disponer de ganado de labor para hacerla producir”, para a continuación añadir que “La mayoría de los poderosos manchegos tenían vocación pecuaria y sus haciendas presentan un carácter mixto agrícola-ganadero”.  Durante las décadas siguientes, la riqueza más importante se centró en la sembradura, en el centro, y en la ganadería, en la periferia. La ganadería más importante era la lanar, de ella se obtenía lana y carne y, con carácter residual, quesos. Las haciendas manchegas destinaban sus tierras a pastos y a cereal de secano. La cebada, por regla general, se sembraba en las mejores tierras, y el trigo en las de segundo nivel. Los cultivos que ofrecían mejores beneficios, aunque escasos en superficie y producción, eran el azafrán y los viñedos, mezclándose éstos últimos con el olivar. Desde mediados del siglo XVIII, con el fisiocratismo y la crisis de la Mesta, se favoreció la expansión de la agricultura, produciéndose el paso del saltus (tierras no cultivadas) al ager (tierras cultivadas), ampliando la superficie de labor o de sembradura, dando como resultado amplias extensiones dedicadas a los cereales, tan sólo una pequeña parte se lo distribuían las vides, los olivos y el regadío. Es decir, un paisaje de cereal caracterizado por una agricultura sumida en el atraso y por la infrautilización de los recursos hídricos, ya que el escaso regadío procedía de norias. La propiedad agraria  estaba concentrada en manos de las órdenes militares, de la Iglesia, y de una nobleza local de bajo nivel. La población, en el período que trascurre desde el Censo de Millones (1591) al Censo de Población de 1887, fue poniendo a la cabeza del proceso demográfico en primer lugar a Ocaña, luego a Daimiel y por último a Albacete, contabilizando La Mancha  un escaso crecimiento (0,4 %).

Los primeros viajeros extranjeros que atravesaron La Mancha, anteriores y posteriores a la publicación del Quijote, no solo supieron diferenciar los distintos territorios que visitaban, sino que también, aunque comprendían que no estaban en presencia de tierras fértiles por la ausencia de regadíos, sabían destacar la riqueza agraria que ofrecía. El primero en visitarnos fue el cisterciense Claude de Bronseval (1532-1533) en su recorrido por la parte más oriental de la llanura (Mancha de Aragón), por “un camino llano y una región pobre y estéril”, debido a su escaso regadío, deja constancia de “una comarca muy rica en cultivos de cereales y viñas”. A mediados del siglo XVII, Cosme III de Médicis (1668-1669)[36] distingue las tres comarcas colindantes: “la Mancha… campo di Montiel…Calatrava”, para a continuación dejar claro que el trigo manchego era considerado como los “mejores granos de España”.

Los viajeros ilustrados y románticos llegaron a España con la intención de conocer la típica y tópica Andalucía, sin olvidar Toledo, la vieja capital del Imperio, entre ambas transitarían a caballo, en carro o en diligencia por La Mancha. La llegada de los ilustrados, a lo largo de la segunda parte del siglo XVIII, coincidió con la transformación de los caminos en carreteras. Mientras los españoles Viera (1774) y Ponz (1791) nos aportaron la perspectiva, las anécdotas y los detalles del recorrido; por su parte, los extranjeros ofrecerán una visión más impactante, centrados en los elementos construidos, especialmente los molinos (García Tapia, 2005) y la diversidad de cultivos. Townsend (1786-1787) tras hacer mención a las ventas, las posadas, las norias y a la abundancia de mulas para el arrastre, llamándole la atención la ausencia de bueyes, comentará la existencia real de molinos de viento “que de hecho los pudimos ver, tal y como imaginábamos, cerca de cada pueblo” (figura 3). Por su parte, el barón de Bourgoing (1797-1798), en su recorrido de Aranjuez a Cádiz, tras hacer hincapié en la extensa llanura perfectamente uniforme, en su aridez, en las vastas y fértiles tierras, así como en la abundancia de trigos, indicará que esporádicamente aparecen escasos olivos y menos viñedos de los esperados, a pesar de ser estos vinos muy consumidos en España, pues tanto Valdepeñas como Manzanares representan la “patria del buen vino de la Mancha”, siendo el blanco de consumo menos frecuente que el tinto. Este autor hará también una referencia a la cultura del azafrán, considerada la principal riqueza en La Mancha oriental.

Figura 3. Molinos de Campo de Criptana (Ciudad Real, España)
Fuente: F. Pillet, 2011

Los viajeros románticos unieron en sus relatos esteticismo, andanzas, vivencias, percepciones y ficciones, todo ello invitaba a viajar como consecuencia de su peregrinación estético-espiritual. El colorido de los cultivos venía a romper la monotonía de la llanura: en el centro los viñedos y los trigales maduros, en los extremos destacaban dos cultivos: en oriente, el azafrán y en occidente, el olivo. Theophile Gautier (1843) obtuvo una mala impresión de la llanura pedregosa y polvorienta, de  “la provincia más desolada y estéril de España”. Los siguientes autores nos fueron dando su visión sobre los cultivos más destacados. Faustino Sarmiento (1845-47) se detuvo en la presencia de los olivos: “Empiezan a aparecer los olivares, raros, enfermizos, enanos, pero productivos. El olivo es el asno de la agricultura, se mantiene de los desechos de la tierra, vive de peñascos, de declives y de pedregales”. Richard Ford (1845) se centró más en los viñedos, plantados no siempre en las mejores tierras, haciendo una severa crítica a la producción del vino: “En Valdepeñas, a pesar de tener en Madrid sus mejor parroquia, el vino se hace de manera primitiva y descuidada”. Y por su parte, Alexandre Dumas (1846) observará desde la diligencia el excitante colorido del azafrán en La Mancha oriental: “Cuando nos asomamos para mirar por las ventanas de la diligencia el color especial de los campos, las llanuras van pasando del tono del ópalo al de un lila violento de aspecto más suave y armonioso. Es que nos encontramos en el país del azafrán. Esos lagos color de rosa son en realidad lagos de flores; y esos lagos de flores constituyen la riqueza de la estepa sirviendo al mismo tiempo para su ornato y decoración”.

La llegada del ferrocarril durante la segunda parte del siglo XIX favorecería la comunicación, lo que originó que los viajeros pudieran sustituir las diligencias por los trenes para atravesar o visitar La Mancha. Un ejemplo de ello lo tenemos en Benito Pérez Galdós (1873), de él recogemos esta impresión sobre los visitantes “el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto a la ventanilla del vagón”, para añadir esta dualidad desconcertante, a la vez que interesante: “Es opinión general que la Mancha es la más fea y la menos pintoresca de todas las tierras conocidas”, para a continuación afirmar “la Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto”.

Lo reflejado durante esta etapa nos muestra cómo la “inmensa llanura” cada vez fue más visible conforme los pastos y las tierras no cultivadas fueron posibilitando la aparición de los cereales, especialmente el trigo, que vino acompañado en su periferia por el azafrán, el viñedo y el olivo, todos ellos daban al territorio un variado colorido que armonizaba con los diversos tonos de la propia tierra.

La Mancha moderna: la vid y el regadío

La filoxera francesa vino a beneficiar a La Mancha al poder sustituir gran parte de las extensiones de cereales por viñedos, que eran más rentables. Esta situación coincidió con el final del proceso desamortizador, que significó el traspaso de tierras de unos terratenientes formados en el Antiguo Régimen a otros nacidos con el liberalismo. Si en un principio la producción de viñedo sólo interesó a los medianos y pequeños propietarios, a partir del siglo XX despertó el interés de los grandes terratenientes. Pasado un tiempo, la situación que presentaba la gran comarca, en la segunda parte del siglo XX, especialmente en las décadas de los sesenta y setenta, se caracterizaba por ser una tierra que servía de asiento a cereales de secano poco rentables, viñedos excedentarios e inexistencia de regadíos. La verdadera transformación en regadío se llevó a cabo durante la década de los ochenta con graves consecuencias para la supervivencia de los acuíferos. Las mayores explotaciones rústicas originaron los cambios más importantes durante los años ochenta del siglo XX, destacando La Mancha albacetense, en concentración de propiedades, y La Mancha ciudarrealeña en  superficie regada. La población ha evolucionado a través de distintas etapas: crecimiento constante (hasta 1930), decrecimiento y emigración (1930-1970), y por último, estancamiento o lenta recuperación entre los años setenta y comienzos de los noventa.

En el tránsito del siglo XIX al siglo XX encontramos una serie de viajeros y escritores que atraviesan la llanura con la intención de recorrer los caminos de Don Quijote, ya que se iba a celebrar en 1905 el III Centenario de la publicación de la primera parte de la novela[37], es decir, por un momento La Mancha no se convierte en tierra de paso sino en destino quijotesco, aunque dicho año, a la tradición de atravesarla en verano se unió una importante sequía, lo que perjudicó su tránsito. El primer viajero fue August Jaccaci (1897), francés nacionalizado estadounidense, considerado como un esteta que supo reflejar las costumbres, los hombres y las tierras a través del camino seguido por Don Quijote[38], su obra sirvió para dar a conocer la idiosincrasia de esta región en el extranjero[39]. Su dramática aportación paisajística, como consecuencia de la situación tan desértica, viene a reflejar, también, la sustitución de los cereales por los viñedos, debido a la filoxera francesa, pues las vides abandonaron las tierras secundarias para ocupar ampliamente la llanura, por primera vez: “El tren surcaba estos paisajes africanos… Ni pueblos, ni casas, ni un solo signo de vida que diera animación a este tórrido desierto... A ambos lados del camino se extendía el mar dorado de los trigales maduros... el paisaje era sólo una llanura sin límites, ya conocida por cierto; después, de vez en cuando fueron apareciendo algunos viñedos y, por último, la planicie era toda una inmensa viña perdida en el horizonte”. El texto de Rubén Darío (1905) recogido de una recopilación nicaragüense[40] del propio autor (2002), cuando vino a visitar Argamasilla de Alba, demuestra que se sintió claramente influido por la obra de Jaccaci: “Íbamos en una nube de polvo. La carretera se extiende entre dos inmensas llanuras que en punto hacen horizonte y que dan una sensación de aridez y sequedad  tan solamente comparables, me imagino, á lo que se debe experimentar en los vastos desiertos africanos…Estas extensiones dan idea de infecundidad…”. Por su parte, Azorín, el gran paisajista de la generación del 98 realizaría su ruta (1905) utilizando diligencia, carro y tren,  acompañado de un revolver por si tenía necesidad de usarlo. Parte de Argamasilla de Alba a la que consideraba la “patria de don Quijote”, yendo desde el centro de la llanura hasta su periferia: “Yo contemplo las casas bajas, anchas y blancas.... Yo extiendo la vista por esta llanura monótona; no hay ni un árbol en toda ella; no hay en toda ella ni una sombra... tras horas y horas de caminata por este campo, nos sentimos abrumados, anonadados, por la llanura inmutable, por el cielo infinito, transparente, por la lejanía inaccesible... El llano pierde su uniformidad desesperante; comienza a levantarse el terreno en suaves ondulaciones; la tierra es de un rojo sombrío; la montaña aparece cercana, en sus laderas se asientan cenicientos olivos”.Y por último, Miguel de Unamuno (1905) hace referencia a “la tristeza reposada de ese mar petrificado y lleno de cielo”. Es decir, si con anterioridad los viajeros nos fueron narrando las diferencias cromáticas, ahora el calor y la ausencia de lluvias hacen de la llanura un monótono desierto.

Cerraremos este apartado con un geógrafo alemán que vino unas décadas después a investigar La Mancha, en profundidad, estamos hablando de Otto Jessen (1928), ofreciendo una dualidad semejante a la que ofrecía Pérez Galdós: “La Mancha se presenta al viajero como una llanura en la que no encuentran ni sombra, ni vegetación, ni agua corriente. Sobre el ardiente suelo recalentado, el aire tiembla, y por todas partes se extiende una pesada atmósfera plomiza, una especie de calima que limita el horizonte visible, y por encima de ella, la bóveda celeste del cielo de color azul acero, sin nubes que lo oculten por lado alguno. Estamos en el corazón de La Mancha… La monotonía, la carencia de sombra, la pobreza en agua y un clima extremo, de meseta elevada, son las características principales de esta dilatada y esteparia comarca. Y sin embargo, La Mancha, la patria de Don Quijote, es de una gran belleza...”.

Traeremos ahora las aportaciones de los escritores españoles de mediados del siglo XX para luego terminar con los manchegos. Dentro del primer grupo, haremos referencia a un aspecto muy concreto de La Mancha, en Páginas de geografía errabunda de Camilo José Cela (1949), encontramos un aspecto que siempre le llamó la atención, nos referimos a la situación del río Guadiana: “la Mancha avanza, bebiéndose con su sed de siglos sus propios ríos”. Tres autores vienen a cantar el colorido de La Mancha, este es el caso de la novela Llanura de Manuel Andújar (1947) como lo confirman las siguientes líneas que hacen justicia al territorio que se está describiendo: “La llanura se estiraba infinita, con refulgir rojizo en la tierra arada, con verdiamarillo resplandor en los sembrados, un trozo violeta el horizonte. En forma de corpiño, con transparencias de veteados azules, sonreían tibiamente las colinas, irreales por el conjunto de la distancia…Allí se le figuraba a uno que todo era de dimensiones enormes, sin esa limitación en perspectiva de los lugares semimontañosos o con demasiadas ondulaciones de repechos, que no dejan lanzar la mirada como un audaz disparo al vacío, sin término”. Por su parte Ramón Gaya (1950) aclarará los siguientes aspectos: “Se piensa que La Mancha es un paisaje desolado, y no es verdad; La Mancha es, únicamente, un paisaje sencillo, de muy pocos elementos”. José Antonio Vizcaíno (1966) dará a conocer el colorido de la llanura y su contorno montañoso: “la salida del sol en la Mancha es un espectáculo impresionante, digno de contemplar y muy difícil de describir…la característica más acusada del paisaje manchego es la llanura… matizada de tintes diversos, verdes, ocres, anaranjados, de cuando en cuando algún que otro remiendo amarillento, y oscurecida a veces por las nubes pasajeras. Algunas prominencias, muy pocas, y la negrura desvaída de los montes a lo lejos…”.

Antes de pasar a detallar los distintos enfoques de los escritores manchegos más conocidos a nivel nacional, nos detendremos en un comentario, libre de tópicos, recogido por Rivero que pronunció Juan Alcaide, del que dijo Antonio Machado que era un buen poeta: “Dejando aparte lo que la llanura tiene en sí de hermosísima… en La Mancha, sin que nos pese a nadie, lo auténtico es lo feo. Añadiríamos más: lo antibello, lo otro, lo que puede gustarnos, es importación, colorete de fuera. De ahí nuestra orfandad de lirismo…”[41]. Para comprobar la profundidad literaria de Alcaide recogemos unos versos de su  poema Romances de la llanura (1933): “Dormida está la mañana/ sobre las tierras abiertas, / magras de sol de llanura, tostadas de orín de rejas, con tempero de sudores, y con temblor de promesas”, idea esta última que volvemos a encontrar en un verso muy duro del soneto El hombre de La Mancha (1950): “de nuestra gran llanura de desprecio”, pues fue condenada al olvido, como el conjunto de la región. Otro poeta, autodidacta como Miguel Hernández, fue Eladio Cabañero cuya obra ocupó las dos primeras décadas de la segunda parte del siglo XX. Y ahora llama la atención que se haya publicado nuevamente su obra en 2001 y 2014, en el prólogo de esta última González Moreno afirma que “Más que utilizar el poeta al paisaje se diría más bien que es el paisaje quien utiliza al poeta”. De su poesía seleccionaremos estos versos sueltos que vienen a volcar toda la pesadumbre que vivía el campo de mediados de siglo: “En el ancho paisaje de la Mancha... paisaje turbio y sin salida… Mancha de la renuncia y de la espera”. En esta tierra, necesitada de agua, de lluvia, con un regadío escaso que salía de sus propias entrañas, Cabañero rezaba en voz alta su Oración por la Mancha (1963): “Verte quisiera, Mancha, verde, verde... / Mi pobre Mancha, tú por los desiertos / del aguantarse y de ir tirando”. En un texto en prosa, titulado La gran llanura manchega (1968) nos la presenta de la siguiente manera: “esta es la llanura que crece y crece a medida que caminamos a través de quinterías y pueblos, entre barbechos surtos; viñas que arquean sus pámpanos sobrecargados, salteada de olivos que se intercalan aquí y allá…No; el paisaje de La Mancha no tiene curvas. La Mancha es una llanura que se resuelve en un abstracto fanal que encierra todas las dimensiones y teorías de la línea recta, siempre a nivel su horizonte limpio, tenso, continuo. Es una unidad física y activa de dimensiones geometrizadas, absolutas”. El tercer poeta, en este caso menos paisajista, es Antonio Martínez Sarrión de él utilizaremos el poema Detención en Tomelloso (1981): “La experiencia tiene un nombre: / vaciedad. / Otra vez los grumos rancios, los terrones / que, salinos, impidieron las cosechas”.

Uniremos a los poetas, la voz del narrador Francisco García Pavón que no sólo intentó entender al autor del Quijote en el texto titulado La Mancha que vió Cervantes (1954-55), sino que además vino a justificar a los viajeros extranjeros cuando recorrieron la llanura: “Aquel paisaje de llanura absoluta no lo comprende casi nadie. Hace falta mucho acomodo de los ojos… No conciben el paisaje sin anécdota, sin los esquemas convencionales”. En Una semana de lluvia (1971) nos ofrece la siguiente afirmación que consideramos soberbia: “El mar tan lejos, el cielo tan alto, el suelo sin bordes y la tierra pobre, componen un escenario de mucha melancolía y desesperanza. De una belleza patética y purgatoria”. Respecto al colorido de la llanura, en Voces en Ruidera (1973) cuando el regadío comenzaba a extenderse, nos retrata La Mancha, como es, como la hemos visto, con todas sus tonalidades y coloridos: “Longuísimos barbechos, pardos, grises. Gama de ocres y verdes tímidos. Suelo total, alfombra sin arrugas, cuyos colores amortigua la extensión y el cielo limpio”.

Una nueva relación de escritores manchegos nos recuerdan su habitat de juventud, su mundo vivido, su paisaje, así como la denuncia por la situación que vive su tierra. Para el primer caso, se hace referencia, por parte de Dionisio Cañas (2005) a las casas manchegas de los años sesenta, enjabelgadas por fuera y sobrias por dentro: “Las casas manchegas, tanto las de los ricos como las de los pobres eran muy simples: a la calle daban sólo dos puertas, la del jaraíz y las portadas por donde pasaban los carros y la gente… El jaraíz era el espacio en el cual se hacía el vino… luego estaba el patio…  en ese mismo patio estaba la entrada a la cueva con sus tinajas de arcilla… Detrás de la casa estaba el corral en el que había una cuadra donde se metían los animales… Si alguien miraba la casa desde la calle no podía imaginar su profundidad, sus espacios secretos y acogedores, su insalubridad… La sobriedad de la siempre impecable enjalbegada fachada ocultaba nuestra hambruna de postguerra… ocultaba un laberinto de emociones, como nosotros mismos, los manchegos de entonces: quizás sobrios, y yo diría que a veces hasta rudos por fuera, pero por dentro sensibles y sentimentales”. Una visión sobre el paisaje de La Mancha, desde la óptica realista y pictórica, nos la presenta José Corredor-Matheos (1986)[42], manchego residente en Barcelona desde los años cuarenta: “El paisaje consiste en un plano inacabable, solo alterado por leves ondulaciones, y el cielo nos aplasta contra él, reduciéndonos sin contemplaciones a nuestra condición humana. Unas pocas figuras salpican el paisaje subrayándolo. El rasgo principal podría ser el vacío, lo que queda cuando haces abstracción del espacio. Ni siquiera geometría: pura abstracción de gentes y cosas. Tan próximo como lo sentimos todo al principio termina por evaporarse. La síntesis será una visión inestable, que nos fuerza a nuevos planteamientos. Tan pronto tenemos delante seres humanos reales, pueblos, mieses, viñedos, como no tenemos nada: una tierra que se diría planteada sólo como concepto, un cielo que nos oprime y provoca, y aire, transparente, levemente neblinoso, engañoso y revelador”. Este paisaje que había sufrido durante esta segunda gran etapa agraria la transformación hacia el viñedo, como cultivo más rentable respecto al cereal, vivió otro momento importante con el paso del secano al regadío, y sus terribles consecuencias: el vaciado de los acuíferos. A esta última situación se unió, durante la primera parte de los noventa, una importante sequía. El poeta que mejor supo reflejar esta preocupación fue Miguel Galanes en Añil (1997). En su poemario, que bautiza con el nombre que hace referencia al color tan propio de los zócalos de las casas manchegas, recuerda con su reivindicación ambientalista, la desecación de las Tablas de Daimiel, el vaciado de los pozos y del acuífero, denunciando que esta situación nos conduce a que nos invadan “los límites del desierto”, para añadir la triste realidad que mostraban los pozos y norias: “Después de contemplar el fondo admites / que sin agua sólo es un vacío/  perforando la mudez de la tierra”.

La Mancha actual: el  postproductivismo

El paso del agrarismo al ruralismo vendría de la mano de la convicción de la Unión Europea de que el campo estaba produciendo excedentes y que era necesario una nueva visión que favoreciera pasar del productivismo agrario a un postproductivismo rural, donde concluyera la vieja dualidad campo-ciudad y se apostara por una mayor conexión urbano-rural, proceso que se haría más patente desde mediados de los noventa del siglo XX. Sobraban hectáreas y especialmente secanos, se sustituyeron los viejos viñedos por otros nuevos en espaldera y regados gota a gota, se apostó por un proceso de industrialización agraria y de nuevos servicios en el mundo rural, especialmente la aparición del turismo rural, como eje central del turismo de interior, que se ha centrado en el desarrollo de rutas y en la puesta en funcionamiento de alojamientos rurales (Figura 4), tomando en ocasiones como referencia la arquitectura popular existente[43]. La población de la llanura se incrementó como consecuencia de la inmigración de extranjeros, pues el campo y la construcción demandaban mano de obra, pero posteriormente con la crisis inmobiliaria, primero emigraron los extranjeros y a éstos le siguieron los manchegos. Si relacionamos en La Mancha la concentración de la propiedad rústica con la riqueza catastral tendremos que afirmar que es más importante esta última, ofreciendo menor peso la propiedad y la riqueza urbana[44].

Con la celebración del IV Centenario se relanzó, desde un planteamiento más turístico que cultural, la Ruta de Don Quijote, llegando a ser considerada Itinerario Cultural Europeo categoría que luego perdió[45]. Es necesario una nueva reformulación de la ruta, para ello es vital potenciar los auténticos escenarios, tanto los cervantinos[46] como los quijotescos, estos últimos hacen referencia a los lugares recorridos por el hidalgo caballero: la “inmensa llanura” manchega incluida la zona oriental o “Mancha de Aragón”, el Campo de Montiel, Sierra Morena, “el tortuoso Guadiana”, las lagunas de Ruidera, así como la Cueva de Montesinos; a la que se sumarían los siguientes municipios: Puerto Lápice, Quintanar, El Toboso, El Viso y Almodóvar del Campo, sin olvidar otros lugares sobreentendidos, más los caminos y las ventas. Recorridos que se deberán integrar con sus paisajes[47], sin olvidar, por supuesto, la gastronomía quijotesca[48].

Figura 4. Cabañas rurales en el borde de La Mancha (Villarrubia de losOjos,  Ciudad Real, España)
Fuente: F.Pillet, 2010

El viajero italiano Claudio Magris recorrería el camino de Don Quijote (2001), como inicio de su infinito viajar aconsejando que el punto de partida debe ser incierto, sin dejarse llevar por la tradición de comenzarlo en Argamasilla de Alba, pues la llanura “es el paisaje adecuado de este dejarse llevar por la vida, porque parece tener, como el desierto, infinitos caminos”, para añadir a continuación: “Llanura de la Mancha, campo raso, buena exterioridad del mundo”.

La literatura, que supo reflejar los inconvenientes del paisaje desértico unido a la sequía coyuntural, ahora sabría recoger en el segundo lustro de los noventa del siglo XX una climatología más favorable, capaz de darle al campo todo su colorido. Manuel Leguineche (1999) nos la describe de la siguiente forma: “El pardo campo de La Mancha, tras generosas lluvias, es ahora de un verde en que canta, goza la clorofila”. La lluvia, las tormentas necesarias se hacen presentes en uno de los últimos viajeros de paso por estas tierras, Manuel de Lope (2003) se centra en aspectos que nadie se había fijado: “En el cielo de La Mancha se puede ver llegar una tormenta, descargar y disolverse, todo ello observado desde el mismo punto, abarcando 180º de horizonte, como si se tratara de un espectáculo meteorológico. En la llanura, los truenos no encuentran eco. Los rayos parecen vibraciones luminosas trazadas con un alfiler. La llanura está representada por la línea recta. Sin embargo, delante de esos inmensos espacios vacíos se confirma una ley natural que impone que los extremos más opuestos convivan en el mismo ámbito”. El narrador y poeta Andrés Trapiello, al que se le deben dos novelas (2004 y 2014) en las que continúa la historia de don Quijote y Sancho, con una diferencia también de diez años entre ambas, como ya ocurrió con Cervantes, nos ofrece en dos artículos (2004) una visión muy personal: “Llega la tarde. Cae el sol. En La Mancha la puesta del sol adquiere un dramatismo que no tiene en ninguna otra parte… Podemos ver, hasta la misma línea del horizonte, un paisaje metafísico, vaga, dulcemente levantando aquí y allá en tesos viejos”. O bien, la siguiente reflexión: “En La Mancha el tiempo tiene una dimensión diferente… Aquí el tiempo pasa para nadie”.

Concluiremos con tres escritores manchegos, dos de ellos ya citados en la etapa anterior, en primer lugar, José Corredor-Matheos, cuyo poemario (2004) vino a coincidir en el tiempo con la concesión del Premio Nacional de Poesía y del que recogemos estos versos: “Este campo tan ancho / viste la desnudez /  que tú anhelabas. / Mirándolo descubres lo que eres / cuando logras librarte / de todas las montañas, / los ríos y los árboles / que impiden ver en ti / más allá del paisaje, / de todos los paisajes”. A continuación, Dionisio Cañas, poeta y ensayista que ha compartido su mundo entre La Mancha y Manhattan, experiencia dual que nos la recuerda en los siguientes versos (2010): “Bienvenido sea el cielo gris de esta mañana /lluviosa en Manhattan, / bienvenida sea esta puesta de sol sobre La Mancha”; a la que uniremos la siguiente referencia a la luz de la llanura (2011) “la luz de La Mancha cambia con las estaciones del año pero siempre hay una transparencia especial que está directamente ligada con el reflejo de la luz en el suelo y en la vegetación”.

Hemos procurado excluir las referencias en los textos recogidos en estas páginas, muchas veces tópicas, al Quijote, pero ahora para concluir nos parece acertado utilizar del poeta y escritor Pedro Antonio González Moreno su obra eminentemente paisajística Más allá de la llanura (2013), donde aparece una clara reivindicación: “Cervantes se preocupó muy bien de que el itinerario de Don Quijote discurriese por escenarios inhóspitos y polvorientos que convenían a sus intenciones paródicas”, haciendo de El Quijote  “una novela sin agua, una novela sin ríos”, siendo la excepción la aventura de los batanes. Su autor llevó a “sus personajes a lo largo de una sedienta llanura infernal, bajo los soles abrasadores del verano y las espesas polvaredas de los caminos”. Ante esta circunstancia González Moreno, intentará darles voz ahora: “existió una Mancha verde y líquida, una Mancha donde el milagro del agua se hizo realidad…Quienes conocieron estos humedales de las Tablas de Daimiel hace muchos años, cuando aún no se habían generalizado las sangrías, advertirán que entre las imágenes de su memoria y la realidad actual del paisaje existe un desajuste dramático”.  

Conclusión

La Mancha que narró Cervantes fue lógicamente el mejor paisaje para su personaje, aunque es preciso recordar que tenía entonces mayor predominio de tierras no labradas, sin olvidar que los humedales estuvieron ausentes en su narración. Las referencias al territorio y al paisaje las hemos centrado en el conocimiento que el autor tenía de La Mancha, tanto de sus caminos, como de su mundo natural y rural. La geografía y la literatura en general, incluida la viajera, nos ayudan a conocer la evolución de los cultivos de La Mancha tradicional, moderna y actual a lo largo de cuatro siglos, lo que permite observar las distintas tonalidades del paisaje, la ausencia de agua, la vivacidad de la luz y por último, la sensación de vacío, aspecto este último que buscaba el gran novelista y que hoy sienten los escritores que viven este territorio.

Notas

[1] Pillet, 2002

[2] Guerrero, 2004: 19

[3] González y Ruiz, 2006

[4] González Casarrubios, 2003; Pillet y Plaza, 2006

[5] Fermín Caballero (1905) y Salvador Massip en un texto de 1948 recogido posteriormente. López Gómez, 1989: 66

[6] Segunda parte, capítulo XXIII

[7] González Cuenca, 2004: 27

[8] Rico, 2012: 13 y 199

[9] Díaz, 2005: 136

[10] Arroyo, 2005: 57 y 67

[11] Arroyo, 2006: 65, 72 y 75

[12] Jessen, 1946: 271-275

[13] Arija, 1984: 507

[14] Ortega, 2006: 15

[15] Rico, 2012: 195

[16] Martínez Val (1957) indica que “apenas hay paisaje…es pura alusión”; y Gaya en su obra completa (2010) señala que “No puede decirse que Cervantes haya descrito el paisaje manchego en su obra”, para añadir que lo deja “circular libremente por entre sus páginas”.

[17] Gómez Porro, 1998: 75

[18] Campos, 2005: 83

[19] Panadero, 2004: 482

[20] Panadero, 2005: 195 y 2006

[21] González Martín et al. 2005: 18

[22] Tapiador, 2005

[23] Riquer, 2003: 119

[24] García Pavón, 1954

[25] Villar, 2004

[26] Rodríguez, 2005

[27] Parra, 2006; Parra y Fernández, 2009

[28] http://www.abc.es/cultura/libros/20141124/abci-historia-quijote-inventada-real-201411240828.html.

Así como los diarios: El Mundo (7 de diciembre de 2014) y  El País (8 de diciembre de 2014)

[29] “Miguel Esteban, una localidad toledana cerca de El Toboso, donde el procurador Francisco de Acuña se vestía con armaduras, a lo Quijote, para atacar y espantar a los lugareños, entre ellos al hidalgo Pedro de Villaseñor… tuvo que huir corriendo por el campo hacia El Toboso”

[30] Municipios de La Mancha: Albacete, Alcázar de San Juan,  Arenales de San Gregorio, Arenas de San Juan, Argamasilla de Alba, Balazote, Barrax, Belinchón, Belmonte, Cabañas de Yepes, Cabezamesada, Campo de Criptaza, Camuñas, Casas de Benítez, Casas de Fernando Alonso, Casas de Guijarro, Casas de Haro, Casas de los Pinos, Casasimarro, Chinchilla de Monte Aragón, Ciruelos, Consuegra, Corral de Almaguer, Daimiel, Dosbarrios, El Pedernoso, El Picazo, El Provencio, El Romeral, El Toboso, Fuensanta, Fuente de Pedro Naharro, Herencia, Horcajo de Santiago, Huerta de Valdecarábanos, La Alberca de Záncara, La Gineta, La Guardia, La Herrera, La Puebla de Almoradiel, La Roda, La Solana, La Villa de Don Fadrique, Las Labores, Las Mesas, Las Pedroñeras, Lillo, Los Hinojosos,  Llanos del Caudillo, Madridejos, Manzanares, Membrilla, Miguel Esteban, Minaya, Monreal del Llano, Montalvos, Mota del Cuervo, Noblezas, Ocaña, Ontígola, Osa de la Vega, Pedro Muñoz, Pozoamargo, Pozo Cañada, Pozorrubielos de La Mancha, Pozorrubio, Puerto Lápice, Quero, Quintanar de la Orden, San Clemente, Santa Cruz de la Zarza, Santa María de los Llanos,  Santa María del Campo Rus, Socuéllamos, Tarancón, Tarazona de La Mancha, Tembleque, Tomelloso, Turleque, Valdepeñas, Vara de Rey, Villacañas, Villafranca de los Caballeros, Villalgordo del Júcar, Villamayor de Santiago,  Villanuelas, Villanueva de Alcardete, Villanueva de Bogas, Villanueva de la Jara, Villarrobledo, Villarrubia de los Ojos, Villarrubia de Santiago, Villarta de San Juan, Villasequilla de Yepes, Villatobas, Yepes y Zarza de Tajo.

[31] Pillet, 2001

[32] Panadero y Pillet, 1992 y 2011: 43

[33] Campos y Herrero  (1994), Villar Garrido (1997), Esteban  (1999) y Cortés, López y Mancebo (2010)

[34] García Pavón,1954-1955: 14

[35] López-Salazar, 2005: 52 y 56

[36] Obra recogida por Sánchez y Mariutti (1990)

[37] Almarcha y Sánchez, 2005

[38] Campos, 1994

[39] Bautista, 2010

[40] http://asale.org/ASALE/pdf/ANL/JorgeEduardoArellano.pdf

[41] Rivero, 1998: 62

[42] Realismo y realistas de La Mancha, de una recopilación de textos del autor (2010).

[43] Jerez, 2004

[44] Pillet, 2012: 138

[45] Cañizares, 2008; Pillet, 2014: 302

[46] Toledo, por  ubicar gran parte de sus novelas y Esquivias por haberse casado.  Alcázar de San Juan ha seguido reivindicando, frente a Alcalá de Henares, que fue el lugar donde nació Cervantes, de hecho su Ayuntamiento lo acaba de nombrar  “Hijo Predilecto” (diario ABC, 8-XI-2014), designación que ha sido contestada por  Francisco Rico, afirmando que no existe ninguna duda de que era de Alcalá de Henares (diario ABC, 13-XI-2014).

[47] García y Fernández, 2000

[48] Díaz, 2002; López Terrada, 2005; Zarzalejos, 2005

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© Copyright: Félix Pillet Capdepon, 2015.
© Copyright: Biblio3W, 2015.

 

Ficha bibliográfica:

PILLET CAPDEPON, Félix.El Quijote y La Mancha: la evolución de la imagen literaria del paisaje rural. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de febrero de 2015, vol. XX, nº 1112 <http://www.ub.es/geocrit/b3w-1112.htm>[ISSN 1138-9796].


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