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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XV, núm. 365, 10 de junio de 2011
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

LOS ATLAS HISTÓRICOS EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA: UNA EXPLORACIÓN

Manuel Santirso Rodríguez
Dpto. d’Història Moderna i Contemporània – Universitat Autònoma de Barcelona
manuel.santirso@uab.cat

Recibido: 24 de marzo de 2010. Aceptado: 14 de marzo de 2011.

Los atlas históricos en la España contemporánea: una exploración (Resumen)

Los atlas históricos son un buen indicador del desarrollo de una historiografía. La escuela francesa ostentó la primacía en ellos hasta 1870, la alemana el siglo siguiente y la británica desde 1980. Entretanto, los avances en el conocimiento histórico, las técnicas de imprenta y los medios de comunicación dieron lugar a los estilos clásico, positivista, dinámico y ecléctico actual.

La cartografía histórica española ha sido pobre hasta hace poco. Mantuvo un nivel discreto en la revolución liberal, pero quedó al margen de la renovación positivista, a excepción de Juan de la Gloria Artero. La actualización se demoró hasta la década de 1940, cuando la cartografía dinámica fue introducida por Gonzalo Menéndez-Pidal, Julián San Valero y sobre todo Jaume Vicens Vives, quien también ejerció como editor. Tras un nuevo retraso durante el tardofranquismo y la transición democrática, la oferta de atlas históricos se amplió y diversificó en la década de 1990.

Palabras clave: cartografía histórica, atlas históricos, historiografía española.

Historical Atlases in Contemporary Spain: an Exploration (Abstract)

Historical atlases are a good test of the development of a national historiography. The supremacy in this field moved from France to Germany in the 1870s, and to Britain after the 1980s. Meanwhile, advances in historical knowledge, printing technology and mass media led to several styles: classic, positivist, dynamic and current eclectic.

Spanish historical cartography has been poor until recently. It reached a modest level during the liberal revolution, but it kept out the positivist renewal, except the token works by Juan de la Gloria Artero. The update did not come in until the 1940s, when dynamic mapping was introduced by Gonzalo Menéndez-Pidal, Julián San Valero and especially Jaume Vicens Vives, who also acted as publisher. After further delay during the last years of Franco’s dictatorship and democratic transition, the offer of historical atlases expanded and diversified in the 1990s.

Key words: historical cartography, historical atlases, Spanish historiography.


Nada ha sido igual en cartografía después de que John Brian Harley negara su objetividad. Más que diagramas o modelos, para él los mapas son textos que transmiten un discurso, por lo que la retórica preside todas las fases de su levantamiento[1]. De ella depende la eficacia comunicativa de unas imágenes que, esta vez al decir de Christian Jacob, han abandonado la edad de la inocencia para ingresar en la de la sospecha[2]. Ahora bien, identificar a los mapas como piezas de un discurso no los reduce a simple propaganda; por el contrario, su sentido se completa cuando se ha desvanecido el aura de verdad revelada que los envolvía y se puede ver su tramoya[3].

Esta perspectiva parece la idónea para juzgar los mapas históricos, en los que a menudo esa escenografía se pone al servicio de otra retórica, la historicista. Ahora bien, sería aconsejable encuadrar el objeto de estudio antes de enfocarlo desde un ángulo crítico. Los geógrafos han exhibido un creciente interés por la historia de la cartografía, pero los historiadores no les hemos secundado, tal vez por el actual divorcio entre geografía e historia y por la tendencia a asociar los mapas sólo con la primera. Desde luego, hemos prestado muy poca atención a la cartografía específica de nuestro ramo, hasta el punto de no acordar siquiera una terminología para sus distintos tipos de mapas. Así las cosas, los primeros inventarios de Jeremy Black y Walter Goffart ostentan el doble mérito de haber iniciado el estudio de unas formas de expresión de indudable impacto en la conciencia popular y al mismo tiempo haber señalado sus hitos más prominentes[4].

Ambos han consignado en sus estudios algunos ejemplos españoles aunque, por supuesto, sin centrarse en ellos. Ese es, en cambio, el objetivo de este artículo, que por ello busca adicionar los estudios de dichos autores, no enmendarlos con la vindicación de una escuela española de cartografía histórica que nunca existió. De hecho, no la hubo ni de cartografía a secas, entre otras cosas por ciertas carencias técnicas[5]. Hasta hace pocos años, la producción de España en este campo fue muy pobre, en cantidad y calidad, comparada con las de Alemania, Francia, el Reino Unido e Italia, más o menos por este orden[6]. Con todo, su evolución obedeció a las mismas causas tecnológicas, culturales y hasta artísticas que actuaron en esos países líderes, de los que estuvo separada por desfases cronológicos de diversa amplitud.

Puesto que no hubo una escuela cartográfica española, los retrasos en este campo se enjugaron gracias al tesón y el empuje de un puñado de individuos, cuyos nombres se invocarán a renglón seguido. Las peculiaridades de la confección y venta de mapas explican que entre ellos hubiera tanto historiadores como editores y que algunos de los primeros asumiesen las funciones de los segundos para hacer llegar sus obras al público. En cambio, rara vez ejercieron como cartógrafos o dibujantes, oficios a menudo relegados a un anonimato propio de artesanos medievales.


Los pioneros

Los atlas históricos han acostumbrado a servir como complemento didáctico, una función que ha determinado sus temas y tratamientos. Durante los siglos XVI a XVIII, se los usó para situar los lugares citados en las obras clásicas o en las sagradas escrituras, por lo que casi siempre consistieron en una colección de mapas toponímicos de Grecia, Roma y Palestina[7]. La eclosión de los Estados nacionales a raíz de la revolución francesa y durante su epílogo napoleónico acabaría por imponer un nuevo programa educativo en el que las naciones se convirtieron en el asunto primordial[8]. En consecuencia, las fronteras y sus cambios pasaron a ser el elemento estrella de los mapas históricos, que además incorporaron más partes del mundo que el Mediterráneo. Como el nacionalismo, esta nueva cartografía adoptó pronto dos estilos: el francés, más preocupado por la expresividad que por la exactitud, y el alemán, detallista y prolijo. Los atlas actuales los aplican en diversas proporciones y con independencia del país en que se editen.

La lista de los atlas históricos franceses de época contemporánea suele abrirse con el Atlas historique, généalogique, chronologique et géographique, a pesar de que sólo incluye doce mapas en los enormes cuadros cronológicos y dinásticos que constituyen su verdadero fin. Publicado bajo el pseudónimo de Lesage por el conde Emmanuel de Las Cases, apareció en Londres y en inglés en 1801 y al año siguiente en París y en francés, con mucha más difusión[9]. Pronto le seguirían otros atlas más manejables y de valor cartográfico muy superior, como los de Pierre Lapie[10], pero el de Las Cases contó siempre con las ventajas de la anticipación y la apariencia enciclopédica. Si a ellas se añade la fama que obtuvo su autor tras haber acompañado a Napoleón en Santa Elena y haber escrito el famoso Mémorial, se obtendrá una fórmula de éxito[11]. Desde luego, éste sonrió al Atlas historique… por mucho tiempo, ya en su forma original, ya vertido a diversos idiomas, ya remedado de múltiples maneras[12].

La expansión de la litografía a partir de la década de 1820 popularizó también los mapas históricos, a los que no obstante se siguió realzando con orlas de color pintadas a mano. Sonó la hora de editores como Auguste Dufour –discípulo de Lapie– o Charles-François Delamarche, que dieron salida a la producción existente y la ampliaron en el tiempo (hasta 1789 en el atlas del primero) o en el espacio (como hizo el segundo con sus apartados para Francia, Gran Bretaña, Italia, Alemania y España)[13]. En adelante, la consolidación de la asignatura de historia en las enseñanzas media y superior iba a ofrecer un mercado creciente para obras como el Atlas de géographie historique universelle en el que participó Victor Duruy, quien no por casualidad llevaría la cartera de Instrucción pública en el II Imperio francés (1863-1869).

Más rigurosa que la escuela francesa, la alemana gozó de bastante menos predicamento en la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, ambas habían arrancado al unísono, en tiempos de ese Napoléon al que Las Cases ayudó a mitificar y contra cuyo dominio se forjó el nacionalismo alemán. El mismo año 1800 en que vio la luz el atlas de Las Cases, Christian Kruse, tutor de los príncipes de Oldemburgo y profesor en Leipzig, abrió la suscripción para una nueva geografía histórica que iría apareciendo por entregas entre 1802 y 1818. En estas Tabellen und Charten zur allgemeinen Geschichte der drey Letzten Jahrunderte bis zum jahre 1816, Kruse aborda por primera vez el problema de la plasmación del paso del tiempo, que resuelve mediante una sucesión de imágenes fijas: mapas políticos de Europa en las edades Media y Moderna, a razón de uno cada año acabado en 00 desde el 400 al 1700, más los de 1788, 1811 y 1816[14]. Llegada la Restauración, los atlas históricos escolares del capitán Friedrich Benicken publicados por el Instituto Geográfico de Weimar descartarían esa fórmula y profundizarían en la línea expresiva de Las Cases ampliando su repertorio de líneas y flechas[15].  

Como cabía imaginar, el primer atlas histórico contemporáneo en lengua española es la traducción del Atlas historique… de Lesage, debida al coronel de ingenieros cubano Andrés Arango y publicada en París en 1826. Entre sus abundantes secuelas, se cuenta el Atlas histórico de España del jurisconsulto José Antonio de Elías y de Aloy, asimismo autor de un Atlas geográfico y estadístico de España y posesiones de Ultramar del mismo año 1848. A diferencia de éste, el atlas histórico de Elías no contiene mapas, sino tan solo los 46 cuadros sinópticos de su historia civil, eclesiástica, moral é intelectual, de sus antiguedades y monumentos, de la genealogía de sus soberanos, y biografía de los españoles ilustres que anuncia el subtítulo. Según confesó su autor en la introducción, se había propuesto en 1846 “aplicar el método de Mr. Lesage a la interesantísima historia de nuestro país”, pero no meditó “quizá bastante la dificultad de la empresa que íbamos a acometer” y hubo de contentarse con los cuadros.

La renuncia de Elías y los años que separan a su obrita del modelo muestran que la historiografía española acumulaba ya un retraso que no padecía una década antes. Los ocho mapas de la Península elaborados por Antoine Philippe Houzé (provincias romanas, invasiones germánicas, reino de Toledo, período califal, dos de la reconquista cristina y otros dos de la era moderna) se habían publicado casi al mismo tiempo en París en versión francesa y en Barcelona en versión española, por separado o como anexo de la primera historia nacional española surgida de la revolución liberal: la Historia de España desde los tiempos más remotos hasta 1839, de Juan Cortada[16]. En cambio, la traducción española del Globe de Dufour ya vería la luz en 1852, 17 años más tarde que el original francés[17].

Esta última obra se publicó en Madrid pero fueron catalanes sus editores, Fernando Gaspar y José Roig, así como el grabador de las planchas en acero de la versión española, Ramón Alabern (Figura 1), quien ya había trabajado en el atlas geográfico de Elías. El segmento editorial de los mapas pronto radicó en Barcelona por motivos empresariales y tecnológicos, sin que eso comportara el surgimiento de una escuela cartográfica catalana. En efecto, la ciudad condal albergaba seis establecimientos litográficos en 1841 y más del doble en 1849. La zincografía también entró en España por Barcelona, introducida por el francés Labielle en 1864. Ese mismo año se fundó la casa editorial Henrich, que habría de competir en el sector de los mapas con Espasa (desde 1860) y con Montaner y Simón (a partir de 1868). Por fin, el coronel, geógrafo y grabador Francisco López Fabra presentaría en Barcelona el sistema de fotograbado en 1871, durante una sesión públicada patrocinada por el Ateneo y la Academia de Buenas Letras[18].

 

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Figura 1. El período califal en los atlas franceses de la primera mitad del XIX.
La Península en el cenit de Al-Andalus según el Atlas historique de l’Espagne de Houzé (arriba) y la edición española de El Globo, de Dufour (abajo). En lo gráfico, nótese el pintado a mano de los perfiles a color; en el contenido, adviértase la abundancia toponímica y la copia directa.

 

Para entonces, el liderato mundial en los atlas históricos se estaba desplazando de Francia a los Estados alemanes (Baviera, Sajonia y Turingia más que Prusia). La migración formó parte del traspaso de hegemonía cultural y científica a Alemania que acompañó a su unificación y ascenso como potencia, aunque también tuvo que ver con la expansión de la enseñanza media –la mayor consumidora de atlas– en la parte de Europa donde ya se había alcanzado la escolarización primaria obligatoria.

 

Figura 2. La reconquista cristiana peninsular en los atlas clásicos alemanes.
Aunque se centrasen en la historia de Alemania, el Hand-atlas für die Geschichte des Mittelalters un der neueren Zeit de Spruner-Menke (arriba, ed. de 1854) y el Allgemeiner historischer Handatlas de Droysen (centro, ed. de 1886) reservaron breves secciones para otros países, como sus predecesores franceses. En cambio, el Historischer Hand-Atlas de Putzger (abajo, ed. de 1897) acentuó su nacionalismo manteniendo los mapas de Alemania y diluyendo a los otros Estados en vistas continentales (a excepción de Italia).

 

Habría que retrotraer el inicio de ese proceso a 1837, cuando la casa Justus Perthes de Gotha, editora del célebre almanaque aristocrático, se decidió a publicar el Historisch-geographisher Handatlas del –de nuevo– militar bávaro Karl Spruner von Merz. No obstante, su obra sólo alcanzaría una difusión masiva desde 1848-1853, cuando se ofreció al público en tres tomos revisados y adicionados por Heinrich Theodor Menke: el Hand-atlas für die Geschichte des Mittelalters un der neueren Zeit, el Atlas antiquus y el breve Hand-atlas zur Geschichte Asiens, Afrikas, Amerikas und Australiens. La supremacía alemana se volvería incontestable a partir del Allgemeiner historischer Handatlas de Gustav Droysen (1886) y sobre todo del más barato Historischer Hand-Atlas de Friedrich Wilhelm Putzger (desde 1877)[19]. A estos últimos se les tiene por los clásicos del género, cuyos cánones fijaron de acuerdo con el positivisimo historiográfico del Kaiserreich (trazo preciso, fronteras nítidas, abundancia de topónimos…) y hasta con las tintas que fabricaba su potente industria química y se estampaban mediante placas cromolitográficas. En cuanto a la historia de España, estos atlas se ocuparon de los mismos tramos que sus predecesores, a los que se añadió la época de los Austrias por inclinación nacionalista (Figura 2).


Un clásico menor: Juan de Dios de la Gloria Artero

El eco de este cambio en el liderazgo historiográfico resonaría en España con décadas de retraso y muy atenuado. En 1871, el año de la unidad alemana, aún se publicaba la enésima imitación del atlas de Lesage: el Atlas histórico, genealógico, sincrónico, etc. y geográfico de la Península Ibérica de Juan de Becerril y Soto. A diferencia del de Elías, éste contiene mapas, si es que puede llamarse así a los rudimentarios dibujos que ponen el colofón a sus 18 cuadros dinásticos por épocas (Figura 3). El autor declara sus objetivos con idéntico candor, toda vez que persigue “facilitar el estudio de la HISTORIA, sustituyendo en gran parte el trabajo de la inteligencia por el de simples ojeadas, dirigidas con atención al ATLAS, pudiendo recordar en momentos dados y con poco trabajo los principales acontecimientos de la HISTORIA de nuestra PATRIA”.

 

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Figura 3. El Atlas histórico de Juan de Becerril.
Cuadros y mapas dibujados del Atlas histórico de Becerril, último remedo español de Las Cases. Todo y su tosquedad, los mapas representan los mismos momentos históricos que los atlas extranjeros contemporáneos.

 

Semejante arcaísmo muestra a las claras que la historiografía española ya padecía esclerosis en el sexenio democrático. El mal se agravaría durante la Restauración, con el cese de la analística que habían cultivado algunas plumas de izquierda (los Chao, Garrido o Pi i Margall) y el triunfo de la oratoria historiográfica del Ateneo y la Real Academia[20]. Por otra parte, el crecimiento de los efectivos escolares que la ley Moyano de 1857 había propiciado durante un par de decenios se frenó, y de paso el de la clientela potencial para los atlas.

En este contexto tan poco propicio se enmarca la producción de Juan de Dios de la Gloria Artero, autor a contracorriente de los primeros atlas históricos del todo españoles. A partir de unos orígenes humildes, Artero siguió una carrera académica trabajosa y provincial, presidida por una voluntad didáctica y una fortuna en las ventas tan poco apreciadas entonces como hoy[21]. En 1879, ya catedrático de geografía histórica en Granada, quiso reemplazar la separata de Houzé (“una colección de ocho mapas traducidos del francés, antiguos ya y con bastantes errores”)[22] por los 23 mapas de su Atlas histórico-geográfico de España, y si bien es cierto que amplió temas, en lo gráfico ofreció un pobre sucedáneo de los atlas franceses cuando su apogeo ya había pasado. Como ellos, el atlas de Artero consiste en una serie de grabados a partir de una sola plantilla de mapa, con profusión de topónimos y líneas de fronteras reforzadas con las orlas de color pintadas a mano. Incluyen meridianos y paralelos, los principales ríos y una representación de relieve por trazos perpendiculares a las líneas de cumbres (las llamadas orugas peludas), no así proyección ni escala alguna, numérica o gráfica. Esta torpeza de ejecución malogra conatos de dinamismo como las flechas de itinerario en los mapas VII y X, dedicados a las invasiones germánica y árabe.

En cambio, el Atlas de historia universal que se publicaría en 1900 imitó ya a los alemanes, en especial al Putzgers, nunca traducido al español. El de Artero estaba muy lejos de él en erudición, pulcritud y belleza, pero aspiró a batirlo con algunas de sus armas: la baratura (32 reales), la litografía en color y la sencillez. La obra no contiene textos ni cuadros cronológicos adicionales, tan solo 36 mapas en cuarto menor cuya calidad mejoró algo gracias a los fondos coloreados y un trazo más limpio. La retícula de líneas imaginarias se mantuvo, como la ausencia de escala y la representación del relieve mediante unas pocas normales (Figura 4). En lo que respecta al contenido, este segundo atlas se pensó para completar al de España sin coartar su venta, por lo que se evitaron temas ya abordados como la conquista y colonización de América hispana o los dominos de los Austrias. Ha de tenerse en cuenta esa complementariedad al juzgar el Atlas de historia universal de Artero, so pena de juzgarlo erróneamente como un alarde de cosmopolitismo.

 

Figura 4. El siglo XVI en los atlas de Juan de Dios de la Gloria Artero.
La representación de los dominios europeos de los Austrias en el Atlas histórico-geográfico de España (1879, arriba) y de Europa central en la misma época en Atlas de historia universal (1900, abajo) hacen patente la evolución de las técnicas de impresión en el último cuarto del siglo XX. Pese a la diferencia de estilo y de fechas de publicación, la segunda obra completa a la primera.  

 

La estrategia del historiador murciano se entenderá mejor si se conoce que no sólo se apartó de la historia pedantesca para dirigirse a públicos amplios, sino que además fue el primer autor español de atlas históricos que intervino en su distribución. Las Cases, Delamarche, Houzé o Kruse lo habían hecho antes, y tampoco era algo muy distinto a vender las propias clases impresas, una práctica aún vigente. Tras el éxito del Atlas histórico-geográfico de España (al año de su salida, ya iba por la quinta edición) y del Atlas de Geografía elemental (15 ediciones desde 1890), los pedidos del Atlas de historia universal habían de hacerse “al autor, en Granada, y a las librerías de los Sres. Jubera, Hernando, Guio y Suárez, en Madrid”[23].

Además de diseñar y vender sus atlas, Artero reflexionó sobre la relación entre espacio y tiempo históricos. Ya en el prólogo del Atlas histórico-geográfico de España, defendió que “los hechos humanos (Historia) se realizan en la Tierra, y de las condiciones de ésta (Geografía) toman parte de su valor, y a veces toda su importancia histórica (…): es que la Geografía es la principal, y deberíamos decir la única exteriorización posible de la Historia, como el cuerpo es la única manifestación del alma”. Para él, como para muchos entonces, el espacio no sólo enmarca la acción humana: la condiciona y la explica. Las temperaturas, la orografía, la extensión y la presencia o ausencia del mar son casi determinantes, ya que la civilización las “combate y consigue disminuir su influencia, pero nunca desaparece por completo; y siempre será la razón más importante para distinguir y caracterizar a los pueblos”, si bien “por encima de todas las influencias locales se encuentra siempre la libertad, facultad inalienable del espíritu, y factor inseparable y necesario de la historia[24]. Artero sostenía que las naciones se forjaban en la lucha contra ese medio físico, aunque al mismo tiempo profesaba el credo nacionalista de matriz alemana y por ello creía en la existencia de un Volkgeist eterno –esto es, independiente del entorno– y guardado en el tabernáculo del idioma[25].

Las planchas a colores del Atlas de historia universal de Artero se prepararon en la Litografía Martí de Barcelona porque el autor había obtenido en 1899 el traslado a esa ciudad desde la Universidad de Granada, de cuya Facultad de Filosofía y Letras sería decano el curso 1900-1901, pero también porque la capital catalana mantenía su preeminencia en las artes gráficas españolas. Habían dado fe de ella la lujosa edición cromolitografiada del Atlas geográfico histórico de las provincias de España y las hojas provinciales a escala 1: 100.000 que el editor Francisco Boronat y Satorre había sacado en 1880. También publicaría mapas la editorial de José Thomás, un pionero del fotograbado mucho más conocido por sus series de postales[26]

Bien entrado ya el siglo XX, se editarían en Barcelona los dos cuadernos con los que el potente Istituto Geografico de Agostini se propuso conquistar el mercado español y desbancar a Artero: el Atlas histórico universal y el Atlas histórico de España para uso de Institutos Nacionales de 2ª Enseñanza, Escuelas de Comercio, de Náutica, Normales, etc, (ambos de 1926), debidos al cartógrafo italiano Luigi Visintin pero en los que figura como responsable Francisco Condeminas y Mascaró (Figura 5)[27]. El Atlas histórico general y de España: obra concordada con los principales textos de enseñanza (asimismo de 1926) de Salvador Salinas Bellver quiso repetir el éxito del atlas de geografía de este autor (nada menos que 47 ediciones desde 1910 hasta 1976), aunque el énfasis en las historias sagrada y clásica y el límite en la medieval lo volvían anticuado[28]. La tercera edición revisada de 1942 incorporaría la edad moderna, la guerra de 1808-1814 y unos vistosos grabados de acompañamiento, pero a cambio de 50 pesetas, un precio astronómico en la  posguerra civil.

 

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Figura 5. La Hispania romana según los atlas de la década de 1920.
La Hispania de finales de la República según el Atlas histórico de España de Condeminas y Visintin (1932, arriba) y el Atlas histórico general de Salinas (ed. de 1942, abajo): calidad gráfica para un tratamiento conservador.

 

Los atlas españoles habían vuelto a dar alcance a las obras de referencia cuando éstas emprendían el declive. La revolución historiográfica que sobrevino en la década de 1920 acabaría por arrumbar a los atlas clásicos, para los que el fundador de Annales Lucien Febvre escribió un respetuoso epitafio en 1929: “Ils ont de leur mieux illustré l’histoire tel qu’on la faisait de leur temps: presque exclusivement politique, histoire des États et de leurs frontières[29].


La cartografía histórica de masas

Tales limitaciones se podían superar con la cartografía temática, como había hecho el –por enésima vez– militar Maxime-Auguste Denaix un siglo antes y se hace a menudo hoy en día, pero ésa no fue la solución preferida[30]. En su lugar, se expresaron contenidos tradicionales mediante fórmulas gráficas novedosas, que sacrificaban la cantidad de información en aras de una expresividad amplificada por ciertos recursos. Aunque compartiera las inquietudes que la habían originado, esa nueva cartografía tampoco convenció a Febvre: “Tecniquement parlant, ces figures schématiques très simplifieés ne manquent pas de qualités expressives. On le leur reprochera pas d’être dépourvues de netteté: elles ne disent pas ce qu’elles ont à dire, elles le crient, elles le hurlent. Quelle dynamique effrenée![31].

El más conocido de esos dispositivos de refuerzo expresivo es la flecha, hasta el punto que dio nombre (pfeilkarten, mapas de flechas) a algunas obras de geopolítica publicadas en Alemania a partir de 1933[32]. Se sabe del amor de Hitler y los suyos por esa pseudociencia, pero en lo tocante a cartografía histórica el nazismo mantuvo bastante apego a los atlas clásicos, al fin y al cabo glorias de la cultura alemana. Algunas obras emblemáticas que se publicaron en aquellos años combinaron un uso discreto del nuevo grafismo con la cartografía temática. Así lo hizo el Atlas zur deutschen Geschichte der Jahre 1914 bis 1933 de Johann von Leers y Konrad Frenzel, en el que la propaganda nazi se presenta bajo formas rabiosamente modernas.

En realidad, la cartografía estilizada como vehículo para mensajes simples se desarrolló más en Italia y algo antes, cuando ascendieron en paralelo el fascismo y el poderoso duopolio cartográfico Touring Club de Milán-Istituto Geografico de Agostini de Novara. Estuvieron vinculados a esta última casa Giovanni De Agostini y su hijo Federico, el geógrafo Giuseppe Mori y el cartógrafo Mario Morandi. La que se dio en llamar cartografía dinámica alcanzaría su cima con ellos y con el sello Italgeo, al que pertenece Itinera. Atlante storico commentato, aparecido en 1942 con el fin declarado de “rendere l’idea del movimento, del perpetuo divenire della storia, riducendo al minimo quell’impressione di ‘staticità’ che sembrava fatalmente collegata ad ogni trasferimento di un’idea storica sul piano geografico”[33].

Antes de tildar de fascista a esta producción y enviarla al cajón de las aberraciones, debe tenerse en cuenta que en la Rusia soviética y en las pocas democracias de la Europa de entreguerras triunfaban formas parecidas, que por tanto respondían a necesidades universales[34]. En los Estados Unidos, las satisfizo la editorial Denoyer-Geppert con sus mapas históricos murales, luego reunidos en una edición pulp[35]. En el Reino Unido, hay que mencionar a John Francis, Frank, Horrabin, un socialista fabiano, diputado laborista y amigo de George Orwell que pese a todo ello –o más bien, por todo ello– publicó en 1935 un atlas histórico de Europa indistinguible de los alemanes e italianos: en blanco y negro, sin más referencias físicas que algún río, topónimos reducidos al mínimo, flechas geopolíticas y unos comentarios adjuntos[36].

Conocida esta ubicuidad, la mejor etiqueta para el nuevo estilo, histórico y no, es la de cartografía de masas, que se había inaugurado con el mapa del metro de Londres de 1908, se desarrolló en las décadas de 1920 y 1930 y, tras un breve reflujo en la segunda posguerra mundial, continúa hoy. Su recurso a la elipsis y a la monosemia para seducir a grandes públicos procedía de los medios de comunicación y los espectáculos (la radio o el cine, en absoluto exclusivos de los fascismos), en tanto que su estrategia visual se relacionaba con las vanguardias artísticas, con el replanteamiento del grafismo y el diseño industrial impulsado por la Bauhaus o con la arquitectura de prefabricados de Le Corbusier. En fin, ¿cómo no emparentar a los autores de los atlas de Itinera con Marinetti y los futuristas?

Exceptuadas unas pocas eminencias, la historiografía española no conoció un florecimiento análogo al de otras parcelas culturales en el primer tercio del siglo XX. Los atlas históricos, de por sí dados a la inercia, tampoco registraron cambios en la Segunda República, cuando las inquietudes geográficas de los Annales franceses se detuvieron ante los Pirineos. Por extraño que resulte, la actualización de este género iba a tener lugar durante los primeros años de un régimen, el franquista, que a diferencia del fascismo italiano no catalogó como asunto de Estado a la cartografía de ninguna clase. La paradoja se completa con el hecho de que no fueran franquistas los dos principales responsables de esta radical puesta al día, Gonzalo Menéndez-Pidal y Jaume Vicens Vives.

Para colmo de casualidades, los dos autores habían viajado juntos por el Mediterráneo en el célebre crucero que organizó en 1933 la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid y en el que participaron profesores y alumnos de toda España. No consta que trabaran contacto directo entonces ni después, y eso que les unían abundantes afinidades. Medievalistas, compartieron una fascinación por la tecnología que llevó a Menéndez-Pidal a reseguir su implantación y a Vicens a lamentar no haber estudiado ingeniería. Al mismo tiempo, ambos mostraron su vena artística y una notable aptitud para el dibujo al levantar sus propios mapas, labor ésta de lo más infrecuente en su ramo. Esa común capacidad gráfica reflejaba una marcada tendencia a lo visual, que en el historiador madrileño quedó demostrada por su perenne dedicación a la fotografía y el cine[37]. El gerundense parece haber sido menos consciente de que pensaba con imágenes, aunque alguna vez las antepuso a las ideas y creyó “observar que los hechos geopolíticos eran tales cuando tenían una adecuada plasmación cartográfica; real o subjetiva, pero cierta”[38].

Las primeros mapas confeccionados por Gonzalo Menéndez-Pidal se imprimieron en 1941: son los 15 pequeños que ilustran la Geografía histórica de España: Marruecos y colonias de Manuel de Terán y las 36 láminas a color del Atlas histórico español, ya realizado en solitario[39]. En éste se conjugan la elegancia en las formas con audaces innovaciones, desde la representación de fenómenos económicos y sociales mediante gráficas y mapas temáticos a la adopción de flechas en los mapas convencionales, pasando por el uso de una proyección Eckert V en lugar de la consabida Mercator para los planisferios (Figura 6). Así se ganó los elogios de varios historiadores extranjeros, entre ellos el francés Joseph Calmette, quien equiparó el Atlas histórico español al fascículo medieval del Atlante storico de Michele Baratta para De Agostini y a otros análogos de Bélgica y los Países Bajos[40]. En cuanto a la orientación de la obra, en ella dominan el castellanismo y el liberalismo conservador del padre, Ramón Menéndez Pidal, a quien hubo de complacer la original cartografía de la literatura hispánica de época medieval (“Historia de Calila y Dimna”, “Fortuna del Zéjel”, “Camino de Santiago”, “Itinerario del Cid”...). Éste es el tramo más atendido en el atlas del hijo, que sólo rebasó los tiempos imperiales para dar cuenta de la paz de Utrecht, la guerra de la Independencia, las pérdidas coloniales en América y las disputas territoriales entre nuevos Estados americanos[41].

 

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Figura 6. Innovaciones del Atlas histórico español.
El “Mapa de los viajes del emperador Carlos V” (arriba, izq.) era uno de los preferidos de Menéndez-Pidal, quien hizo en él uso abundante de la flecha geodinámica. Ningún atlas histórico español había incluido hasta entonces gráficos sectoriales y de barras como los de la imagen (abajo), y menos aún para dar cuenta de fenómenos culturales.

 

En los años siguientes, Gonzalo Menéndez-Pidal desplazaría su interés  hacia los mapas antiguos y la cosmovisión que ilustraban[42]. Abandonó el campo de los atlas históricos propiamente dichos cuando irrumpía en él Jaume Vicens, quien lo iba a dominar por varias décadas. Además de las similitudes antes referidas, entre ambos autores también existen diferencias: de estilo, de concepciones y de querencia nacional (castellana o catalana), pero también y sobre todo de personalidad y de trayectoria. En lo que aquí cuenta, las últimas son las que más explican que la cartografía histórica de uno de ellos haya pervivido y la del otro esté por redescubrir. En resumen, Menéndez-Pidal rehuyó la pugna académica para consagrarse a una vida de eterno aprendiz, mientras que Vicens desplegó una febril actividad en multitud de terrenos, sobre todo en la docencia, la prensa –académica y general– y la edición. Ya se ha dicho que la última es determinante en los atlas de todo tipo, y también en los de Vicens, quien perpetuó la tradición del autor-editor que arrancaba en Las Cases mismo. Eso le permitió transmitir sus ideas a un público mucho mayor que el que podía apreciar los refinamientos del atlas de Menéndez-Pidal o pagar las 30 pesetas que costaba.  

Vicens no sólo actualizó la cartografía histórica española y la devolvió de un golpe a la corriente general europea, sino que, gracias a esa condición proteica suya, le dio una proyección no igualada, antes o después[43]. El proceso había comenzado con España. Geopolítica del Estado y del Imperio, editada en Barcelona por Yunque en 1940 (aunque parte de ella se había gestado en 1938). Fue la primera obra cartográfica de Vicens, esta vez con la ayuda de su cuñado Josep Rahola, y la principal si se considera que muchos de sus mapas pasarían a otras posteriores. La geopolítica se limita en ella a la introducción redactada, los ocho mapas sintéticos de la primera parte y tres mapas finales, mientras que la tercera parte, “Aspectos de la vida contemporánea de España”, compone un pequeño atlas geoeconómico a base de gráficas y mapas temáticos. El peso se concentra en la segunda parte, “Gráficos geodinámicos”, donde se exponen los temas usuales (fronteras, guerras o migraciones) mediante la panoplia de símbolos de la cartografía que el historiador catalán llamaba expresiva (flechas, círculos, líneas rectas y quebradas).

Todos los diseños de España. Geopolítica… se resolvieron de acuerdo a los principios de dicho estilo, esto es, a base de trazos gruesos y limpios en riguroso blanco y negro, aunque no quepa descartar que esa economía de medios se debiera también a la necesidad de abaratar la impresión. Hablo de diseños y no de mapas porque para ser estos últimos les faltarían esmero en los perfiles de costas, proyección identificable, algún tipo de escala y una plasmación menos sumaria de los accidentes geográficos. En rigor, estamos ante esquemas, ideas explicadas mediante un juego de convenciones gráficas, imágenes cargadas de valor en palabras de J. B. Harley. Tal condición se percibe con claridad en las que Vicens dibujó, pintó a la acuarela y rotuló en 1941 para una Evolución histórica de la Humanidad que iba a publicar la editorial Gallach y que al final quedó inédita[44]. Usó muchas de ellas a guisa de laboratorios de síntesis histórica, de los que salieron algunos resultados heterodoxos e interesantes.

Aunque había comenzado a trabajar para ella antes y continuaría haciéndolo después, Gallach le sirvió como tabla de salvación de 1941 a 1943, los dos años en que la dictadura le inhabilitó para la docencia. Además, en esa casa realizó un aprendizaje editorial que a partir de 1942 aplicaría a su propia empresa, Teide, gestionada junto con su otro cuñado, Frederic Rahola. Los mapas estuvieron entre los primeros productos del nuevo sello, mudos y en bolsas para ejercicios escolares o reunidos en atlas como la reedición parcial de España. Geopolítica… que se lanzó en 1943 con el título de Atlas y síntesis de historia de España[45]. Dos años después, Teide publicaría un Atlas y síntesis de historia universal con idéntica maqueta (blanco y negro, cuarto menor apaisado) y los mismos complementos (leyendas redactadas en las páginas izquierdas más unos cuadros cronológicos y dinásticos debidos a Luis García Tolsà), pero mucha menos originalidad. Bien porque primaron las consideraciones mercantiles, bien porque a fines de la segunda guerra mundial la cartografía expresiva o dinámica se volvió sospechosa, ese nuevo atlas marca una involución hacia los clásicos alemanes, sobre todo el de Putzger (ver Figura 7).

 

Figura 7. El siglo XVIII en los Atlas y síntesis… de Jaume Vicens Vives.
La cartografía dinámica de España. Geopolítica del Estado y del Imperio, transferida en 1943 al Atlas y síntesis de historia de España (arriba), alternaría con la estática en el Atlas y síntesis de historia universal de 1945 (abajo).

 

Para asegurar su venta, se le presentó como “afín” a Polis. Historia Universal, un manual de Teide escrito ese año por Vicens, Lluís Pericot y Alberto del Castillo. Al siguiente se hizo lo propio con Emporion, una versión sencilla de Polis redactada sólo por Vicens, quien aprovechó esa libertad de autor único para incluir en el libro de texto gran cantidad de pequeños mapas en blanco y negro y muy simplificados. En algunos de ellos, llevó la estilización al extremo al prescindir de todos los accidentes greográficos, con lo que produjo unos esquemas espaciales puros. Ese nivel de abstracción convirtió a su cartografía en algo muy parecido a lo que un par de décadas más tarde se iba a llamar coremática[46].

Entretanto, a los atlas históricos de su editorial les había salido competencia. El arqueólogo valenciano Julián San Valero Aparisi publicó en 1946 un Atlas histórico universal organizado en dobles páginas con varios mapas a color, sin textos explicativos pero con una larga cronología y un índice de nombres al final. Además de esos méritos, la obra se apuntó el de ser la primera en España que se ocupaba de algunos hechos tan capitales como omitidos en atlas anteriores: la revolución francesa, la guerra civil carlista de 1833-1840 (Figura 8) y –significativamente, en la misma página– la de 1936-1939. En lo formal, se percibe la influencia de Vicens y de las diversas cartografías dinámicas, toda vez que San Valero distribuyó sus signos sobre mapas tan o más rudimentarios que los del historiador catalán, y asimismo carentes de escalas, fondo hipsométrico u orográfico. La impresión a color aumentó su atractivo, pero a costa de elevar el precio del atlas hasta las 50 pesetas, cantidad prohibitiva y muy alejada de las 18 y 16 a que se vendían por entonces los de Teide[47].

 

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Figura 8. Los atlas de Julián San Valero y de la editorial Luis Vives.
San Valero recurre a las flechas y las tramas al abordar por primera vez la guerra civil de los siete años (arriba), mientras que el Atlas histórico elemental de la editorial Luis Vives (abajo) apuesta por la inmovilidad en la época napoleónica. Por otra parte, su sencilla factura recuerda a la del Atlas de história universal de Artero.

 

En cambio, el anónimo Atlas histórico elemental a color que la editorial Luis Vives lanzó en 1950 tenía un precio correcto y una clientela asegurada en los colegios religiosos, lo que le convertía en un rival muy serio. Dividido en dos partes, una primera de “Historia Patria” y una segunda de “Historia Universal” que a menudo se solapan, la segunda ya no concede prioridad a los mapas bíblicos y se queda en vísperas de la Segunda Guerra mundial tras haber pasado por Europa en 1815 y en 1914-1920, por la América española en el momento de su independencia y por los Estados Unidos en la de su formación. La sección patria se ocupa aún menos de ese tramo, y sin embargo incluye un mapa de la “guerra de liberación” de 1936-1939. Como aprovecha obras anteriores (la de Menéndez-Pidal para la época romana o la reconquista, la de Salinas para los viajes de Colón), también flota alguna flecha sobre sus mapas, pintados con la gama del parchís y, como de costumbre, sin escalas. La única mejora en este aspecto consistió en una proyección Mollweide para el planisferio de “España y sus posesiones en tiempos de Felipe II”.

La editorial de Vicens respondió en 1953-1954 con una profunda reforma de sus atlas, cuyas partes de prehistoria e historia antigua fueron confiadas a Eduard Ripoll. Las contraportadillas recogieron ya los nombres de los dibujantes, Josep Brun Margalef y R. Rodríguez Arroyo, que colorearon los anteriores mapas y mejoraron su trazado, aunque siguieron sin añadirles los complementos geométricos al uso. Ellos dibujarían también la cartografía temática en blanco y negro de los cinco volúmenes de la Historia social y económica de España y América dirigida por Vicens, que siempre se resistió a mezclar en una misma obra los mapas temáticos y los histórico-políticos (Figura 9)[48].

 

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Figura 9. La nueva cartografía de Teide.
Vicens desenpolvó el arsenal de la cartografía dinámica para un mapa de la guerra peninsular (arriba), incluido en la nueva edición a color del Atlas de historia de España. En cambio, la desamortización se ilustró mediante mapas coropléticos (abajo) en el quinto y último volumen de la Historia social y económica de España y América (1959).

 

Unos meses después de la muerte de su fundador en junio de 1960, Teide se escindiría en una sociedad anónima del mismo nombre y una nueva editorial, Vicens-Vives. Las reediciones y los nuevos productos de ambas firmas prolongarían el predominio de los atlas vicensianos hasta bien entrada la década de 1970. Para entonces, se había dejado de identificar con los fascismos a la cartografía de masas y ésta había vuelto por sus fueros. En cierto modo, se cumplió una predicción de Vicens en 1940, cuando había apostado a que “los mapas de Geografía histórica, cuyo valor sugestivo es mínimo, desaparecerán como instrumento de formación popular y técnica, para dar paso a los mapas geodinámicos, o sea los mapas geopolíticos puros de la Historia”[49].


Panorama de la cartografía histórica actual

Acabada la Segunda Guerra Mundial, los atlas clásicos volvieron y alcanzaron sus cimas de estética y de erudición gracias a los avances fotomecánicos. El Grosser Historischer Weltatlas y el Westermanns Grosser Atlas zur Weltgeschichte, de 1953 y 1956, encarnan un renacimiento que, no obstante, volvió a pecar de elitismo[50]. No adolece de ese defecto el atlas histórico más vendido de todos los tiempos, editado por primera vez en alemán en 1964 y después traducido al francés, inglés, español, italiano y japonés. Me refiero, claro está, al DTV-Atlas zur Weltgeschichte de Hermann Kinder y Werner Hilgemann, al que la baratura y el pequeño formato no impiden verter un gran caudal de datos mediante los mapas de las páginas izquierdas y las cronologías de las derechas[51]. Además, una buena cantidad de ambas se reserva a espacios extraeuropeos, en la mejor línea de los Spruner-Menke. Por último, pero no menos importante, el atlas de Kilder y Hilgemann rehabilitó para siempre las flechas y las barras de la cartografía dinámica, al tiempo que usaba con naturalidad elementos de la temática como los símbolos proporcionales y no proporcionales.

Jacques Bertin estudió esos y otros recursos expresivos en su taller-laboratorio de la École Pratique des Hautes Études, del que en 1967 saldría una primera y hasta hoy no superada recopilación de métodos gráficos para las ciencias humanas y sociales. Un año antes, habían causado gran efecto dos mapas suyos: uno de la cuenca mediterránea con el relieve simulado en grisalla y otro mirado desde la orilla africana, a la manera de las cartas medievales. No por nada se realizaron para la segunda edición del estudio histórico contemporáneo que tal vez haya concedido mayor protagonismo al espacio: La Méditerranée et le Monde Méditerranéen à l’époque de Philippe II, de Fernand Braudel.

La siguiente vuelta de tuerca se iba a dar en 1978, cuando llegase a las librerías  The Times Atlas of World History dirigido por Geoffrey Baraclough, que sacudió las bases del género y trasladó de nuevo su centro, esta vez al Reino Unido[52]. La novedosa proporción entre mapas, texto y fotografías de su maqueta ha sido muy imitada; la intrépida cartografía de Peter Sullivan, con sus proyecciones creativas y sus puntos de vista inauditos, bastante menos. Tres años después, el Hamlyn Historical Atlas inauguraría otra línea al dedicar todo su espacio a unos grandes mapas que aúnan el rigor con la brillantez y en los que se conjugan felizmente las cartografías tradicional, dinámica y temática[53].

Las editoriales francesas se enfrentaron al reto británico con decisión, aunque sin audacia formal. El mismo año 1978 Larousse sacó al mercado su Atlas historique bajo la dirección –poco más que nominal– de George Duby y en el que se combinan texto y mapas en la misma página, pero con un formato bastante menor y una organización de la obra por épocas y por espacios nacionales o regionales que recuerda a Delamarche o Droysen[54]. Las tintas planas, las flechas dinámicas y la falta de relieve simulado lo emparientan con el posterior Atlas historique. Histoire de l’Humanité de la Préhistoire à nos jours (Hachette, 1987), en el que Pierre Vidal-Naquet aparece como director histórico y Jacques Bertin, como director cartográfico[55]. No obstante, en él se combinan fotografías, texto (más cronologías) y mapas siguiendo el patrón de The Times Atlas…, como también ocurre en el Atlas historique universel. Panorama de l’histoire du monde que dirigiría Bertin en 1997[56].

El concurso de tan ilustres nombres no ha socavado la hegemonía anglosajona, más tarde reforzada por el Historical Atlas of Canada concebido por Geoffrey J. Matthews (1987-1993) o el DK Atlas of World History supervisado por Jeremy Black (1999). El primero es para muchos el mejor atlas histórico nacional existente gracias a la abundancia y variedad de información y a la espléndida cartografía en que viene servida, mientras que el segundo recapitula las novedades expresivas del ventenio precedente y aplica las reflexiones teóricas previas de su editor. De ellas se derivan la voluntad declarada de rehuir el eurocentrismo, los recuadros intercalados de historia de la cartografía, la modulación gráfica para representar espacios políticos de diferente compacidad, la proyección Eckert IV para los planisferios y los puntos de vista alternativos en los mapas regionales. Puesto que Black deja bien claro en la introducción que “this is not simply a book with maps, but represents an integrated cartographic approach”, los mapas se erigen en centros de cada doble página, con las otras informaciones (textos cortos, fotos, cronología) orbitando a su alrededor.

Estas primicias no han repercutido aún en la cartografía histórica española, que sin embargo no padece ya atraso. Los juicios pesimistas vertidos en algunas obras recientes se ajustan mejor a la década de 1970 y principios de la de 1980, cuando los atlas históricos fueron condenados a un nuevo ostracismo por una reacción antipositivista de signo ideológico distinto pero iguales consecuencias que la de finales del XIX[57]. Su énfasis en la interpretación y el conservadurismo de algunas editoriales explican por qué las historias seriadas que tanto éxito alcanzaron entonces (la de Alianza y Alfaguara dirigida por Miguel Artola, la de Labor al cargo de Manuel Tuñón de Lara, y hasta la continuación de la iniciada por Ramón Menéndez Pidal y editada por Espasa-Calpe) carecieron de atlas de acompañamiento, cuando lo tenían obras extranjeras tan prestigiosas como la New Cambridge Modern History[58]. Sólo alguien como Ricardo de la Cierva, al que su vinculación al franquismo fenecido había puesto fuera de juego, se atrevía a avalar productos como el Atlas histórico integral de 1977, a su juicio un “instrumento ineludible para el estudio del segundo ciclo de EGB, y para las etapas siguientes de BUP y COU; pero [que] prolonga su validez para los niveles universitarios”.

Esta vez, sin embargo, poco iba a poder el desdén académico contra las poderosas fuerzas que dictaban la evolución del género en todo el mundo, entre ellas un crecimiento sin precedentes de la población estudiantil en los niveles que De la Cierva enumeraba. Los de primaria y secundaria dispuestos por la ley Villar Palasí de 1970 seguirían atendidos por editoriales como Teide (sola o asociada al Istituto Cartografico De Agostini) o Vicens-Vives, que prosiguió la línea del historiador epónimo con el

Atlas de Historia universal y de España de su discípulo Joan Roig[59]. Éste no se conformó con mejorar el dibujo y los datos de los mapas expresivos del maestro, sino que los completó con grafícos y textos, en unas composiciones equiparables a la mejor producción extranjera (Figura 10)[60].

 

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Figura 10. Los descubrimientos en los atlas para la EGB, el BUP y el COU.
Los descubrimientos reciben un tratamiento audaz en el Atlas de Historia universal y de España de Joan Roig (arriba) y en el Atlas histórico integral de SPES (abajo): las áreas extrauropeas han ganado importancia  y se ha descartado la consabida proyección Mercator. Las zonas desconocidas del segundo remiten a la cartografía de los siglos XIV a XVI.

 

En cuanto a la universidad, para ella se concibieron dos atlas especializados en sendas eras: el Atlas de historia medieval de Salvador Claramunt, Manuel Riu, Cristóbal Torres y Cristòfol Trepat, con cartografía de Benjamí Sabiron (1980), y el Atlas de historia antigua de Francisco Beltrán y Francisco Marco (1987)[61].

El arraigado predominio de editoriales barcelonesas en el sector iba a originar por fin algo similar a una escuela propia de cartografía histórica, que recogía la herencia intelectual de Jaume Vicens aunque sin surgir en medios próximos a su persona. Su figura más destacada es Víctor Hurtado, autor junto a Jordi Bolós del Atlas històric d’Andorra: 759-1278 (1987) y de los referidos a los condados catalanes de época carolingia: Besalú, Empúries y Peralada, Girona, Osona, Manresa y Urgell (aparecidos entre 1984 y 1986 en una primera versión y entre 1999 y 2006 en la definitiva)[62]. En ellos se busca ya que la cartografía histórica trascienda su habitual función ilustradora y sirva como instrumento de análisis, como “mètode de recerca que ens pot permetre d'aclarir realitats històriques[63]. Dicho de forma más extensa, “els mapes fan possible sobretot de moure'ns en el camp de les comparacions. El simple trasllat de les dades sobre un espai geogràfic ja ens permet de relacionar dues realitats, una de temporal i una altra d'espacial. Apareixen aleshores els buits de la nostra informació i el fet ens obliga a meditar sobre el motiu de la distribució que hi hem dibuixat[64].

En 1995, saldría de las prensas la realización más notable de Hurtado y su equipo técnico: el Atles d’història de Catalunya de Edicions 62, codirigido con Jesús Mestre y Toni Miserachs. Se trata de un atlas excepcional por varias razones, a cuál más relevante para lo que aquí se cuenta: porque, aunque de forma tardía y forzada, se le asoció a una historia general, en este caso la Història de Catalunya dirigida por Pierre Vilar; porque en sus créditos se identificó a todos los cartógrafos y dibujantes, al tiempo que la diseñadora gráfica (Miserachs) aparecía como coautora, o porque para realizarlo se recabó la participación de 68 historiadores más, cuyos nombres se indican en una lista inicial y en un apéndice de autores, realizadores y fuentes utilizadas. En lo formal, las dobles páginas de cada tema se organizan como en los atlas franceses y británicos recientes, y como ellos ensamblan de forma creativa texto, dibujos, gráficos y mapas, éstos últimos políticos o temáticos, con relieve simulado cuando se requiere y siempre precisos. Muchos de esos rasgos gráficos identifican al Atlas de Historia de España, confecionado por Hurtado y su equipo y editado por Planeta en 2005 (Figura 11).

 

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Figura 11. El estilo de Hurtado y su equipo.
Las ciudades, su estructura y cambios, son objeto de frecuente representación en el Atles d’història de Catalunya (arriba, Barcelona) y el Atlas de historia de España (abajo, Granada).

 

Los textos y la dirección de esta última obra se deben a Fernando García de Cortázar, que así se suma a la corta lista de historiadores españoles consagrados cuyo nombre se puede leer en la cubierta de un atlas histórico[65]. En ella figuran también Jordi Nadal i Oller, director del exhaustivo Atlas de la industrialización de España, 1750-2000, publicado por Crítica y la Fundación BBVA, y Gabriel Cardona, asesor del Gran Atlas histórico Planeta[66]. Estamos ante una actitud nueva, bastante distinta a la de los años noventa, cuando los nombres de algunos profesores universitarios que participaron en atlas históricos se escondieron en las contraportadillas[67].

La visibilidad que ha traído el nuevo siglo invita al optimismo sobre el futuro de un género que, además, cuenta con un nuevo y pujante centro productor en Madrid. A la editorial Istmo, que lanzó en su día la traducción española del atlas de Kinder y Hilgemann y ha publicado un Atlas histórico de España dirigido por Enrique Martínez Ruiz y Consuelo Maqueda, hay que añadir a Síntesis, el sello de la serie dirigida por Julio López-Davalillo Larrea entre 1999 y 2002 y del muy reciente Atlas de la guerra civil española de Fernando Puell y Justo Huerta (2007)[68]. Merece mención aparte el Breve atlas de historia de España de Juan Pro y Manuel Rivero que Alianza Editorial sacó en 1999, y no sólo porque demuestra que se puede ofrecer mucha calidad técnica e histórica en poco espacio y a un precio asequible, sino también porque en cierto modo salda una deuda y completa a la célebre historia de España dirigida por Miguel Artola (Figura 12).

 

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Figura 12: La cartografía histórica madrileña reciente.
El Breve atlas de historia de España de Pro y Rivero incorpora temas recientes e inéditos como las guerrillas antifranquistas (arriba), en tanto que el Atlas de la guerra civil española de Puell y Huerta (abajo) somete a análisis el hecho más estudiado de la historia contemporánea de España. 

 

Fernando García de Cortázar deploraba en el prólogo del Atlas de historia de España antes mencionado el actual divorcio entre geografía e historia y advertía de que “el mayor peligro actual para Clío es que termine triunfando el proyecto de sus peores detractores que la relegan al oficio de registrar y suministrar datos de investigación a los ‘verdaderos’ cientificos sociales -economistas, sociólogos, políticos...”[69]. Sin consciencia aparente de ese riesgo, parece que los atlas históricos han experimentado un renacimiento en Cataluña y España y que la línea expresiva inaugurada en la década de 1920 les sigue sirviendo bien. Cuando menos, su oferta es más amplia y variada que nunca, lo cual prueba que la historiografía española ha alcanzado la madurez. No está tan claro qué soporte tendrán ellos y sus congéneres de otros países en un futuro cercano. ¿Serán barridos los atlas de papel por los nuevos sistemas informatizados? ¿Se simultanearán ambos medios, como ya ocurre con el Historical Atlas of Canada? Aunque todavía no se pueda escribir ese capítulo de la crónica de los atlas históricos, es seguro que su suerte y la del saber que les da sentido volverán a correr parejas.

 

Notas

[1]. Harley 2005, p. 80-81, 190 y 201.

[2]. Jacob 1992, p. 21.

[3]. “The word ‘show’ is deliberately chosen. It conveys a sense of art and artifice, of the map-maker as creator rather than reflector. A map is a show, a representation” Black 1997, p. 22. Como de nuevo observó Harley, si los mapas actúan como textos, “en lugar de ver sólo la transparencia o la claridad, se puede descubrir también la plenitud de la opacidad” (2005,  p. 196). Por su parte, Giovanni Boria anota que, “in assenza della carta ‘vera’, cioè corrispondente in tutto alla realtà, ogni visione diventa legittima a condizione che rispetti quelle convenzioni di base chi rassicurano sulla sua affidabilità” (2007, p. 48).

[4]. La ya citada, Black 2000, y sus artículos de avance: Black 1992 y Black 1994. En cuanto a Goffart, se habla aquí de Goffart 2003. Pese a su valor y su novedad, esas aportaciones palidecen frente a la monumental Harley y Woodward 1987.

[5]. David Buisseret ha observado que, pese a logros cartográficos como los mapas de Esquivel que se conservan en la biblioteca del Escorial, la España de los siglos XVI y XVII carecía de las grandes prensas indispensables para las láminas de mapas, que en cambio sí existían en Alemania, los Países Bajos e Italia (2004, p. 80).

[6]. Algo similar ha afirmado José Ramón Juliá en su introducción al Atlas de historia universal (2 vols.; Barcelona, Planeta, 2000), p. XI.

[7]. Sin perjuicio de que esa modalidad continuara y diese lugar a obras cumbre como Smith 1874. Sobre su reedición actual con la ayuda de tecnología GIS, véase Elliot y Talbert, 2002.

[8]. Black: Maps and History, p. 68, y Clark 2006, p. 9. Eso reza también para las naciones sin Estado, y Goffart proporciona dos ejemplos bastante tempranos: el Atlas historique de la Pologne de Stanislas Plater (1827) y el Lothian’s Historical Atlas of Scotland Consisting of Five General Maps exhibiting the Geography of the Country in the 1st, 5th, 10th, 15th and 19th Centuries (1829) (2003, p. 338).

[9]. Goffart 2003, p. 304-307.

[10]. Por ejemplo, Lapie 1812.

[11]. Sobre la mitificación del corso tras su muerte en 1821, vid. Petiteau 1999, p. 57-67, y Castells y Roca 2004.

[12]. La obra se tradujo al ruso (1809) al italiano (1813-1814), al inglés (1813 y 1818), al alemán (1825-1828), al español (1826) y al polaco (parcialmente, en 1844). Además de las ediciones piratas, como la de Lavoisne de 1807 o de Joseph Marchal en 1827, se publicarían versiones particulares del Atlas historique, como el atlas histórico de los Estados Unidos debido a H. C. Carey e Isaac Lea (Goffart 2003, p. 307).

[13]. Delamarche 1833 y Dufour [1835].

[14]. Goffart 2003, p. 314-317, y Black 2000, p. 41. La abundancia de atlas anteriores que la cubrían permitió a Kruse obviar la Edad Antigua en su obra. Además de sus ediciones posteriores en alemán, se publicarían traducciones al francés, como la de Schulze en Oldemburgo y 1808 o la de Hachette en París y 1836.

[15]. Goffart 2003, p. 330-336.

[16]. Se había publicado también como Atlas historique de l’Espagne en 1840. Más adelante, Houzé reuniría en un solo tomo sus mapas de varios países, dibujados por J. Victor Adam.

[17]. Más adelante, Dufour participaría en la elaboración de un Atlas Nacional de España (Montaner 2000-1, p. 217).

[18]. Montaner 2000-2, p. 55-59.

[19]. El Putzgers conocería decenas de ediciones posteriores, hasta hoy. Las antiguas y las recientes difieren mucho en contenido, aunque menos en estilo. A partir de la edición del centenario (la, 82ª), la obra se titula Historischen Weltatlas.

[20]. Sobre lo primero, vid. Aróstegui 1984, p. XXIX y XXXVIII-XLII, y sobre lo segundo, Pellistrandi 2004, sobre todo p. 104-105 y 143-147.

[21]. Tras detallar el currículum académico de Artero, Gonzalo Pasamar e Ignacio Peiró le definen como “escritor, historiador aficionado y autor de manuales. Representa al grupo de catedráticos de instituto y de universidad de la segunda mitad del siglo XIX que consolidan la construcción de la Geografía y la Historia como disciplina escolar” (2002, p. 87. Cursivas mías).

[22]. De la introducción al Atlas histórico-geográfico de España, p. 4. Artero añadía que “obras de esta clase existen en casi todas las naciones civilizadas” y se escandalizaba de que, “sin embargo de ser tan palmaria la necesidad de un buen Atlas para el estudio de la Historia de España, nadie hasta ahora ha tratado de satisfacerla entre nosotros”.

[23]. Así se indica en la contracubierta del Atlas de historia universal. Los precios de sus obras eran: Atlas completo de Geografía, 28 rs; Atlas histórico-geográfico de España, 24 rs; Atlas de historia universal, 32; Introducción al estudio de la historia, 14; Historia de Oriente, 10; Historia de Grecia, 16; Historia de Roma, 18; Historia de la Edad Media, 32; Historia de la Edad Moderna, 32, y Compendio de historia universal, 26.

[24]. Artero 1881, p. 44. Se encontrará un resumen de esta obra y de sus tesis en  Díaz de Cerio 2002, en lo que aquí respecta, p. 303 y 310-322.

[25]. Artero 1881, p. 24.

[26]. Montaner 2000-1, p. 220; Imago Cataloniæ 2005, p. 32, y Tarrés 2007.

[27]. La autoría de Condeminas, armador y profesor en la Escuela de Naútica de Barcelona, fue puramente nominal. Hay una pequeña biografía suya en el sitio web de la Societat Catalana de Geografia: <http://scg.iec.cat/Scg7/Scg72/S720037a.htm> [a 30 de febrero de 2010].

[28]. Se trata de la edición de un Ensayo de atlas histórico tres años más antiguo.

[29]. Recogido en Febvre 1962, p. 136.

[30]. Sin duda por su condición de militar, Denaix cartografió también elementos bélicos (batallas, fortalezas…) y naturales (ríos, vegetación, animales…) en Denaix 1836 (vid. Goffart 2003, p. 341-342). La abundancia de militares entre los primeros artífices de atlas históricos es del todo lógica, habida cuenta del papel que representaron en la consolidación de la cartografía contemporánea. Hace mucho que Yves Lacoste nos avisó de que la geografía servía para la guerra (1976, p. 12-17). En cuanto a los militares españoles, es de consulta obligada Alonso Baquer 1972, sobre todo 133-142.

[31]. Febvre 1962, p. 134.

[32]. Se ha adjudicado la invención de las flechas a Emil Reich, quien las habría introducio en el New Student’s Atlas of English History de 1903 (Black 2000, p. 93-94), pero lo cierto es que ya figuraban en el atlas de Las Cases.

[33]. Boria 2007, p. 179. Tal fue el éxito de su primera entrega, dedicada a la Edad Media, que la serie Itinera continuó en la posguerra con las de historia antigua y moderna, si bien no con la contemporánea por obvias razones políticas (p. 171-172).

[34]. A todo estirar, “the historical atlases of authoritarian societies employed more dynamic graphic imagery, appropiately so for the cultures that put an emphasis ont he inevitability and role of conflict” (Black 2000, p. 122)

[35]. Hart y Matteson 1930 y Breasted, Huth y Harding 1926.

[36]. An Atlas of European History: From the 2nd to the 20th Century (Londres, Victor Gollancz). Eso sí, la edición española (Horrabin 1941) le añadió un apéndice abiertamente fascista para el período 1918-1941, obra de Jaime Ruiz Manent.

[37]. Carmen Manso Porto afirma que “don Gonzalo aplicaba lo que decían Goethe: ‘Deberíamos hablar mucho menos y dibujar mucho más’ y Einstein: ‘Si no lo puedo dibujar es que no lo entiendo’” (2009, p. 116). Menéndez-Pidal había filmado las andanzas del grupo teatral La Barraca durante la República y las últimas décadas de su vida rodaría bastantes documentales (vid. la biografía preparada por la Residencia de Estudiantes, p. 40-46 y 78-79).

[38]. Vicens 1940, p. 8.

[39]. No cabe duda de que Menéndez-Pidal dibujó de su mano esos mapas, cuyos originales sobre papel vegetal cedió en el año de su muerte al fondo de la Real Academia de la Historia, donde aún permanecen (Manso 2009, p. 117). La RAH ha anunciado su inminente reedición en facsímil.

[40]. Calmette 1938, p. 6-7.

[41]. No se puede estar de acuerdo con Jeremy Black cuando presenta el atlas de Gonzalo Menéndez-Pidal como el producto típico de un régimen totalitario y lo opone a los de Vicens, según él “more vivid” (Black 1994, p. 649, y Black 1997, p. 128 y 166). Cuestiones estilísticas aparte, el reproche al primero de que se desentiende de judíos y moriscos se le habría de hacer al segundo, que además ignora las Comunidades y Germanías que en cambio el Atlas histórico español sí trata.

[42]. Así sucede en su Menéndez-Pidal 1944 y en la cartografía que completa su tesis doctoral de 1953. Aunque limitadamente, volvió a usar la cartografía en Menéndez-Pidal 1951.

[43]. Me he ocupado con bastante más detalle de esta parte de la obra vicensiana en el artículo “La cartografía histórica de Jaume Vicens Vives”, de próxima publicación en la Revista de Historiografía.

[44]. La Sociedad Estatal de Conmemoraciones y la editorial Vicens Vives las han publicado en facsímil con motivo del centenario del nacimiento y el cincuentenario de la muerte de Vicens. Los originales, que en su día rescató Josep Fontana, obran en el Institut Universitari d’Història Jaume Vicens Vives, “Fons de Manuscrits Jaume Vicens Vives”, caja A9.

[45]. Su nota previa aclara que “EDICIONES TEIDE han recabado la autorización del Dr. D. Jaime Vicens Vives y de la Editorial Yunque” para esa nueva versión debido al éxito de la primera. En el libro de escandallos de la editorial se consignan también los “derechos cedidos por el autor y Editorial Yunque” (Arxiu Nacional de Catalunya, fondo Teide -164-, caja 89, 05.02.02).

[46]. Para saber más sobre esa técnica y los debates a que ha dado lugar, consúltese García Álvarez 1998.

[47]. Son los precios al público de la segunda edición del Atlas y síntesis de historia de España (1946) y de la primera del Atlas y síntesis de historia universal (1945) que constan en el libro de escandallos de Teide (ANC, Ibidem).

[48]. En ella, los cartógrafos usaron más de una vez como fuente Los caminos en la historia de España de Gonzalo Menéndez-Pidal, a cuyo Atlas histórico español ya habían recurrido para remozar algún mapa en las ediciones a color de los atlas históricos de Teide.

[49]. Vicens 1940, p. 19-20.

[50]. El Grosser Historischer Weltatlas alcanza el culmen del refinamiento insertando transparencias en papel vegetal como los atlas de anatomía.

[51]. Sobre su impacto, vid. Black 1994, p. 655-656.

[52]. Hay dos versiones españolas: la de Ebrisa en 8 volúmenes (Barcelona, 1985) y la de GSC en uno (Barcelona, 1994). Emmanuel Le Roy-Ladurie escribió el prefacio para la edición francesa: Le grand atlas de l’histoire mondiale (París, Encyclopædia universalis-Albin Michel, 1979). El éxito de la obra (cerca de un millón de ejemplares vendidos según Black 1994, p. 656) dio lugar a algunas secuelas especializadas, como Past Worlds. The Times Atlas of Archaeology en 1988 o The Times Atlas of the Second World War en 1989, donde John Keegan figura como director..

[53]. Hay una edición española de Barcelona, Nauta, 2002.

[54]. Actualizado varias veces, en 1987 se publicó una edición de bolsillo como Atlas historique. L’histoire du monde en 317 cartes (334 en 1996), como Grand atlas historique. L’histoire du monde en 473 cartes (en 1996; 520 en 1999) o como Atlas historique mondial (de 2000 en adelante). En España, lo publicó Debate en 1989 como Atlas histórico mundial.

[55]. La versión española la sacó Planeta en 1988 como atlas auxiliar para la Gran Enciclopedia Larousse y en otra edición aparte titulada Atlas histórico: el gran libro de la historia del mundo.

[56]. En él figuran también como autores Jean Devisse, Daniele Lavallée, Jacques Népote y Olivier Buchsenchutz.

[57]. Así pues, hacía tiempo que la situación no era la que describían Julio López-Davalillo en 1999 (“en el conjunto de la producción historiográfica, brillan por su ausencia trabajos de cartografía histórica española en los que el lector, aficionado o profesional de la Historia, encuentre de forma clara dónde y cuándo han acontecido los hechos históricos”, p. 13) y José-Ramón Julià en 2000 (“salvo algunos ejemplos notables, muchos de ellos adolecen de vicios crónicos, son copia de obras extranjeras o se presentan al público excesivamente resumidos”, vol. I, p. XI).

[58]. La edición original databa de 1912 y en ella figuraban como autores A W. Ward, G. W. Prothero, Stanley Leathes y M. A. Benians.

[59]. Del mismo modo, Roig 1995 se ha de contemplar como una consecuencia de la LOGSE, aprobada en 1990. Como ella, recorta drásticamente el contenido y la calidad, pues se limita a reproducir encuadernados los atlas murales de la casa y sustituye por fotografías la cartografía temática de la obra de los 70.

[60].Tras encomiarlo por ello, Black ha reparado en sus círculos y flechas sin presentarlo como el epígono vicensiano que es (1994, p. 649 y 1997, p. 211). En su lugar, lo ha conectado con el muy posterior de Martínez Ruiz, Gutiérrez Castillo y Díaz Lobón 1986.

[61]. La cartografía del primero es moderna de formas, limpia y directa, pero estipula límites políticos demasiado tajantes. El segundo otorga preferencia a la toponimia como es habitual en los atlas de historia antigua, y la complementa con escala, hidrografía y una coloración de fondo tan intensa como prescindible.

[62]. Hurtado, Bolós y Josep Maria Nuet sacaron una primera versión de éstos en sobres y vendida por suscripción (Barcelona, Mirador, 1984-1986), en la que también figuraban Ripoll-Olot y Figueres, no aparecidos en la edición de Dalmau. Según declaran los autores, la metodología aplicada en estos atlas proceden procede de Anglo-saxon territorial organization de Della Hooke (Bolós y Hurtado 2000, p. 5).

[63]. Bolós y Hurtado 1987, p. 7.

[64]. Bolós y Hurtado 1999, p. 5.

[65]. Tres años antes, García de Cortázar había dirigido para Planeta el ambicioso proyecto La historia en su lugar, que consta de 10 gruesos volúmenes y otros tantos DVDs.

[66]. Pese a la diferencia de editorial, ambas obras tuvieron la supervisión técnica de María Luisa Tormo. La introducción de Nadal se dirige a los públicos que atendía su maestro Vicens, al que sin embargo no se cita: “el uso del producto como instrumento de información y reflexión por parte de profesores y estudiantes universitarios, nos parece obvio, fuera de duda (…). Por último, los empresarios encontrarán en el Atlas la prueba más fehaciente del protagonismo de la iniciativa probada en la dilatada marcha de la industrialización española” (p. 13). Más reticente, Cardona comienza advirtiendo contra el positivismo y las morfologías históricas, para conceder luego que “la investigación histórica resultaría estéril si no estuviera a disposición del público y no fuera transmitida de forma agradable y comprensible” (p. 9).

[67]. Así, Julio Gil Pecharromán participó en el Atlas histórico universal de El País-Aguilar (Madrid, 1995) dirigido por Juan Avilés Farré, y Rafael Aracil en el Atlas de historia universal de Planeta (2000). Las dos ediciones del Atlas histórico de las comunicaciones en España, de Bahamonde, Martínez Lorente y Otero Carvajal no han de contar aquí, ya que sólo reproducen mapas antiguos, sobre todo de correos y de los inicios de la aviación comercial.

[68]. El conjunto digido por López-Davalillo se compone del ya citado Atlas histórico de España y Portugal, de 1999, del Atlas histórico mundial, de 2000; el Atlas histórico de Europa, de 2001, y el Atlas de historia contemporánea de España y Portugal, de 2002. El autor es asimismo profesor en la UNED, que en 2006 ha editado un Atlas histórico y geográfico universitario bajo la dirección de Blanca y María Victoria Azcárate Luxán y José Sánchez Sánchez.

[69]. P. XIV. John Clark se mostraba aún más pesimista al año siguiente: “a partir de 1945 se constata una crisis en la confianza depositada en los mapas (…). Así, a medida que los mapas ganaban en innovación en cuanto a diseño, se ha ido perdiendo la confianza en su capacidad de explicar por sí mismos, como contraposición a describir” (2006, p. 9-10.).

 

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© Copyright Manuel Santirso Rodríguez, 2011.
© Copyright Scripta Nova, 2011.

 

Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

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