Menú principal

Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XV, núm. 377, 10 de octubre de 2011
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

EVOLUCIÓN DEL PAISAJE DE UN ESPACIO DE MONTE EN LA LARGA DURACIÓN: ROZAS (VALLE DE CABUÉRNIGA, CANTABRIA)

Manuel Corbera Millán
Grupo de investigación en Geografía Histórica del Paisaje
Dpto. de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio – Universidad de Cantabria
manuel.corbera@unican.es

José Sierra Álvarez
Grupo de investigación en Geografía Histórica del Paisaje
Dpto. de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio – Universidad de Cantabria
jose.sierra@unican.es

Recibido: 16 de febrero de 2011. Devuelto para revisión: 2 de junio de 2011. Aceptado: 1 de septiembre de 2011.

Evolución del paisaje de un espacio de monte en la larga duración: Rozas (Valle de Cabuérniga, Cantabria) (Resumen)

A veces los árboles del bosque ocultan bajo sus copas los vestigios de paisajes pasados, de una organización del espacio más compleja de la que hoy podemos contemplar. Su descubrimiento y reconstrucción, tanto de las formas como del proceso, desde su origen a su abandono, constituye un objeto de gran interés, tanto desde una perspectiva propiamente científica –ya que contribuye al conocimiento de la historia de los paisajes culturales, de los cambios en las formas de organización del territorio-, como desde la valoración de los paisajes más allá de su mera consideración estética. El ejemplo que aquí se estudia resulta altamente expresivo y revelador de estos procesos. Nos muestra una secuencia cíclica, desde las formas de aprovechamiento más extensivas silvopastoriles, su transformación parcial en un espacio de prados de siega, la instalación de un pequeño núcleo habitado con su terrazgo agrícola, a su posterior abandono progresivo que lentamente lo ha ido haciendo retroceder hacia el estadio primitivo. Su descubrimiento sólo ha sido posible a través del estudio a gran escala, y sólo la combinación y comparación de las fuentes documentales escritas y de los restos físicos proporcionados por la prospección exhaustiva de campo, han permitido reconstruir su historia.

Palabras claves: poblamiento, pastos, prados, terrazgo, montaña cantábrica.

Long evolution of landscape in a mountain area: Rozas (Valle de Cabuérniga, Cantabria) (Abstract)

Sometimes the top of the forest’ trees conceal the vestiges of past landscapes, the traces of a more complex spatial organization of which we see today. Its discovery and reconstruction of both the forms and the process from its origin to its abandonment, is a subject of great interest, so much a properly scientific perspective - it contributes to the knowledge of the history of cultural landscapes, changes in the forms of organization of territory-, as much the valuation of the landscapes beyond his mere aesthetic considerations. The example studied here is highly expressive and revealing of these processes. It shows a cyclic sequence, from the more extensive forms of exploitation silvopastoral, its partial conversion into an area of meadows, the installation of a small village inhabited with its arable land setting, and then its progressive abandon and slowly moving back towards the primitive stadium. Its discovery was only possible through large-scale study, and only the combination and comparison of written documentary sources and physical remains provided by the exhaustive exploration of field, has allowed to reconstruct their history.

Key words: settlement, grazings, meadows, arable land, Cantabrian Mountain.


Ya hace algunos años[1], el medievalista José Ángel García de Cortázar lanzaba la hipótesis de que la distribución del poblamiento actual no correspondía exactamente con la medieval, y que en sus orígenes el número de asentamientos en la montaña cantábrica debió de ser mayor, aunque, por supuesto, se tratase de núcleos más pequeños en los claros de los bosques, formados quizás por una sola unidad familiar extensa[2]. Algún trabajo reciente de nuestro grupo de investigación viene a reforzar dicha hipótesis[3]. Aún durante la baja Edad Media y en los inicios de la Edad Moderna, algunos núcleos de Liébana estaban formados por un conjunto de solares más dispersos, algunos de los cuales ocupaban espacios que hoy corresponden al actual terrazgo o al monte común inmediato al mismo.

No debió de ser tan frecuente, sin embargo, la aparición postmedieval de nuevos núcleos, al menos de asentamientos no planificados. En todo caso, cuando surgieron lo hicieron vinculados a nuevas infraestructuras o al aprovechamiento de algún nuevo recurso. Ocuparon espacios intercalares, generalmente comunes, y, muchas veces –como en el caso que nos ocupa- de monte. Algunos se consolidaron, pero otros acabaron formando parte de esa nebulosa de despoblados aún por descubrir.

Pero descubrir esos despoblados -tanto sean de origen medieval como postmedieval-, reconstruir su historia, reconocer los factores que condicionaron su nacimiento y desaparición, las características morfológicas de sus construcciones y la organización del espacio que indujeron, constituye un objeto de estudio tan apasionante como difícil. Exige, en primer lugar, una aproximación geográfica a gran escala e histórica de larga duración, transgresora de las divisiones convencionales en edades; y en segundo lugar, la utilización y combinación de todas las técnicas de investigación a nuestro alcance: la lectura crítica de las fuentes documentales escritas, la localización y el análisis de la microtoponimia y el reconocimiento exhaustivo de los restos físicos.

El artículo que presentamos pretende ser tanto el resultado de una investigación que revela la secuencia de ocupación y organización de un espacio de monte, como un ensayo metodológico que se propone demostrar la utilidad de dicha aproximación para reconocer procesos complejos y formas singulares que ayuden a matizar –y quizás poner en cuestión- los ya establecidos modelos sobre la evolución de los espacios rurales cantábricos.


Un espacio silvopastoril

El marco territorial

Nuestro espacio de estudio se encuentra en el occidente de Cantabria y forma parte del actual municipio de Ruente, el más septentrional de los tres en los que la división municipal liberal compartimentó el histórico Valle de Cabuérniga[4]. Éste comprendía el valle medio y alto del río Saja, entre la Sierra del Escudo y la cabecera del río. La amplia llana aluvial del curso medio de dicho río aparece enmarcada por una serie de suaves relieves, cumbres redondeadas que forman las divisorias con las cuencas del Nansa (por el oeste) y del Besaya (por el este), y cuyas vertientes –sobre todo ésta última que es mucho más extensa- aparecen compartimentadas en estrechos interfluvios por una densa red de arroyos que alimentan los afluentes principales de ese tramo del río. Las altitudes de estos relieves del valle medio pocas veces alcanzan los 1.000 metros, y sólo en la vertiente occidental y en su parte más meridional. La cabecera, en la propia divisoria cantábrica, aparece dividida a su vez en dos estrechos valles, el propio de río Saja por el oeste y el de su afluente el Argoza por el este. Las altitudes máximas aquí se aproximan y superan en algún punto los 2.000 metros.

La mayor parte de los actuales núcleos de población se distribuyen por las llanas aluviales del Saja y de su afluente el Bayones (donde se encuentra Ucieda); tan sólo dos se localizan en lo que hemos denominado cabecera y en ambos casos en el fondo de los valles, ocupando unas estrechas bárcenas[5]. Dos más aparecen algo retirados de la llana aluvial, aprovechando pequeños rellanos. No existen demasiadas noticias de la antigüedad de su poblamiento. Parece que una parte importante de los concejos pudieron existir ya en el año 1.000. El que a nosotros más nos interesa, Ucieda, aparece documentado en el año 1085, fecha en la que su iglesia de Santa María era dependiente del monasterio de San Pedro de Cardeña. Cada concejo comprendía generalmente varios barrios más o menos separados, cada uno de ellos con su propio terrazgo. Ucieda, por ejemplo, aún aparece hoy dividido en tres barrios: el de Arriba, el de Abajo y el de Meca.

El conjunto del Valle ha sido siempre principalmente ganadero y la explotación de sus cabañas (mayores y menores) en régimen extensivo ha configurado a lo largo de su historia la organización del espacio. El valle mantuvo hasta el siglo XIX una parte importante de su territorio en régimen comunal. La parte más altas de sus divisorias occidental y oriental eran de aprovechamiento común para los ganados de todos los vecinos, fuera cual fuera su pueblo. Allí se les enviaba a pastar a principios de la primavera y allí volvían a finales del otoño, después de salir y antes de entrar en el terreno propio de cada concejo, que en el siglo XVI recibían el sugerente nombre de “salidas de los pueblos”. Durante el verano, el ganado se enviaba a los puertos, en la cabecera del valle, cuyo territorio compartían –y aún comparten- con los vecinos de las jurisdicciones meridionales (la Hermandad de Campoo de Suso); un amplio espacio, de más de 7.000 hectáreas, que aún se conoce como Mancomunidad Campoo-Cabuérniga[6].

La desamortización civil no alteró la propiedad comunal, ni la de la Mancomunidad, ni la del valle, ni la de los pueblos; todos los espacios de monte de aprovechamiento común fueron exceptuados. Sólo la división municipal dio lugar a algunos problemas referidos a los deslindes y al aprovechamiento entre los vecinos de las nuevas unidades administrativas.

Pero dentro de esos espacios comunales existen enclavados de propiedad privada, que hoy presentan la forma de prados, muchos de ellos más o menos abandonados. Su apropiación, si bien no en todos los casos, es muy antigua. No responde, desde luego, al proceso de apropiación decimonónica o de principios del siglo XX que caracterizó a otros lugares. Por supuesto, sí se produjeron ampliaciones en esos años, pero una parte aún más importante se había apropiado antes de mediados del siglo XVIII, como deja constancia el Catastro de Ensenada. Y no se trata de una excepción; hemos podido constatar ese proceso de apropiación temprana en otros valles de la región[7]. Formó parte de una dinámica de intensificación que transformó, desde el siglo XVI, parte de las brañas y seles[8] equinocciales –aprovechadas hasta entonces sólo a diente- en prados de siega, posiblemente primero como comunales repartidos en suertes, pero pronto como parcelas privadas.

Además de los extensos pastos, el Valle de Cabuérniga cuenta con bosques de cierta consideración. El más importante, el hayedo del Saja, se encuentra al sur, en la Mancomunidad Campoo-Cabuérniga. Pero al norte aparecen también otras dos extensas manchas forestales, en este caso principalmente robledales: el bosque del monte Aa en la falda de la Sierra del Escudo y el bosque del monte Río los Vados, bajo el cual transcurre nuestra historia.


El área de estudio

A unos cinco kilómetros al sureste de los barrios de Ucieda, aguas arriba del río Bayones, la ortofoto de 2007 nos muestra un espacio boscoso en ambas vertientes del allí estrecho valle. En el fondo del mismo, unos pocos prados con algunas cabañas ocupan una reducida bárcena (Figura 1). En la vertiente norte, entre dos arroyos tributarios, un interfluvio de laderas disimétricas -con mayor desarrollo y menor pendiente de la oriental- aparece densamente poblado de bosque a excepción de un claro en el extremo más próximo al río, que desde la cumbre ocupa parte de esa ladera menos inclinada. Hacia el sur, otro largo y estrecho interfluvio entre el río Olar y el arroyo de la Toba presenta igualmente una amplia cobertera forestal -más densa en la ladera oriental y hacia el norte-, pero en cuya redondeada cumbre es posible distinguir un rosario de claros que, hacia el norte, se hacen más numerosos y entran en coalescencia.

Dicha imagen sugiere un espacio de aprovechamiento forestal y ganadero en un momento en el que el abandono cada vez mayor de esta última actividad viene permitiendo la recolonización de la vegetación arbustiva, arborescente y arbórea de los espacios de pastos. Los claros, así, corresponderían a brañas y seles de pastos comunales, destinados a su aprovechamiento por el ganado en primavera y otoño, durante sus desplazamientos hacia, y desde, los puertos estivales.

La imagen se corresponde bastante con la realidad. Así, ese doble aprovechamiento del espacio descrito, que forma parte del monte Río los Vados, número 36 del Catálogo Forestal, era ya recogido en la revisión del Plan de Ordenación del monte de 1932. El ingeniero forestal redactor del informe escribía entonces: “El único producto secundario aprovechado durante el segundo decenio y los años de planes extraordinarios ha sido el de pastos, producto secundario que tiene una importancia extraordinaria tanto por el número de cabezas de ganado que pastan en el monte como por el interés que tienen los vecinos por este aprovechamiento al que ellos dan más importancia que al de maderas. Esto ha hecho que tanto en el primer decenio como en el segundo se haya encontrado siempre la oposición del vecindario a todo lo que sea reducir la superficie de este aprovechamiento llegando al extremo de prender fuego a las superficies cerradas y repobladas artificialmente consiguiendo de la Superioridad que fueran abiertas nuevamente al pastoreo algunas de ellas”[9]. Si eso era así a finales del primer tercio del siglo XX, todavía a mediados de la centuria pastaban en Río los Vados cinco cabañas pertenecientes a Ucieda y Ruente, en las que se reunían aproximadamente 1.200 cabezas de ganado vacuno (Cuadro 1), principalmente tudanco, que utilizaban estos pastos durante los meses de primavera y otoño, ya que durante el verano, como se ha dicho, subían a los puertos de la Mancomunidad Campoo-Cabuérniga.

 

Figura 1. Mapa del área.
Elaboración propia con la colaboración de Ricardo Ingelmo Casado.

 

Cuadro 1.
Cabañas que pastaban en el monte Río los Vados en 1949

Nombre de la cabaña

Pueblo al que pertenece

Cabezas

Cabaña de Reburdiajo

Ucieda de Abajo

260

Cabaña de Escajedo

Ucieda de Arriba

300

Cabaña de la Calleja

Ucieda de Arriba

300

Cabaña de Ruente

Ruente

165

Cabaña de Gismana

Gismana (Ruente)

170

Fuente: Revisión del Plan de Ordenación del Monte de Río los Vados de 1949.

 

Los forestales se encontraron aquí, por tanto, con unas prácticas de pastoreo muy arraigadas. Tanto que, ya en el siglo XVI, los espacios descritos formaban parte de lo que las ordenanzas del valle de Cabuérniga de 1570[10] denominaban “salidas” concejiles, es decir, lugares de pastos privativos de Ucieda que servían de paso y salida de sus cabañas hacia los terrenos comunales del valle.

Tras quedar bajo la tutela del Cuerpo de Ingenieros de Montes, éstos se encontraron con serios problemas al intentar aplicar sus criterios de ordenación. En la ya mencionada revisión del Plan de Ordenación de 1932 se decía del monte: “En estado completo de anarquía se encontraba al hacerse la Ordenación sin que se pudiera remediarlo. En la Revisión del primer decenio se trató de solucionar la cuestión con la creación del cuartel de pastos, pero como actualmente está completamente raso y existen diseminadas por toda la masa arbolada multitud de seles que tienen derecho reconocido no ha sido posible relegar el ganado a dicho cuartel, siendo además necesario el arbolado para refugio del ganado en los grandes calores y en los temporales”[11]. Fue precisamente en el marco de esa revisión de 1910 (que en realidad fue un “acta de deslinde”) cuando se vieron obligados a reconocer la mayor parte de los seles que se venían utilizando. En el espacio que nos ocupa, se deslindaron los de Cotera Pumar y Cotera Argumosa, ambos al norte del río Bayones, y los de Cotera Relau, Cebosa  y Jou de la Collá  o “Hoyo de la Collada del Monte” (este último con derecho a pasto durante todo el año y los otros sólo en primavera), al sur (Figura 2)[12]. Pero el reconocimiento de los seles no condujo a la armonización de los intereses forestales y ganaderos, y los incidentes, sobre todo los incendios provocados, debieron de ser frecuentes. En todo caso, los forestales se dieron cuenta de que el ganado no causaba tanto daño como habían imaginado en un principio. “El monte ‘Río los Vados’ repuebla muy bien a pesar del ganado (no siendo cabrío) –decía el ingeniero redactor de la revisión de 1932- pues el espeso matorral que se forma protege el repoblado que de este modo defendido se lograría si no fuera por el fuego. Estando las cabras relegadas al cuartel de pastos, no existe grave inconveniente en dejar la entrada al ganado vacuno, pero debemos de proteger los tramos de repoblación contra los incendios, además tenemos que tener en cuenta que el ganado necesita tener pasos para trasladarse de un sel a otro, pasos que pueden quedar cerrados por el matorral y que en los alrededores de los seles existen calveros que por evitar un mal mayor conviene tener limpios de matorral para que el ganado quede localizado en ellos. Estos sitios, su limpieza sólo se puede conseguir mediante el incendio, práctica que debe ser ejecutada con la debida vigilancia y que será incluida como mejora de los pastizales”[13]. Dichas actuaciones debieron mitigar los problemas, aunque los incendios continuaron, a juzgar por las recomendaciones y planes de mejora contra ellos que se anunciaban en la revisión de 1949.


Parcelarios y usos del suelo en los siglos XVIII y XX

La superposición de la malla parcelaria que proporciona el catastro actual sobre el espacio en cuestión introduce, sin embargo, algunas dudas sobre la exclusividad de esa función silvopastoril extensiva (Figura 2). Sobre el interfluvio de la vertiente norte del valle del Bayones, y desbordando el propio espacio del claro mencionado más arriba (y ya no sólo actual, sino incluso el existente en 1953, aún mayor), una mancha cuadrangular presenta una apretada parcelación en diminutos longueros y otras figuras geométricas también muy pequeñas. Una parcelación que se repite en los diferentes recintos que, con formas ahora lobuladas, cubren el espinazo del interfluvio de la vertiente meridional. Estamos, por tanto, ante un espacio privado -y no comunal- de propiedad muy dividida, como lo demuestra la distribución de la misma según los datos del Catastro de Rústica de 1957: en los 24 lugares que componen el espacio estudiado aparecen 367 parcelas que pertenecían en ese año a 143 propietarios distintos[14].

 

Figura 2. Parcelario y toponimia del área de estudio.
Elaboración propia con la colaboración de Ricardo Ingelmo Casado.

 

Por otro lado, si en el catastro actual se puede observar que prácticamente la totalidad de esas parcelas –con la única excepción realmente de las más próximas al río Bayones- carecen de cultivo y se encuentran destinadas a pastos u ocupadas por el bosque, hace cincuenta años su estado era aún algo distinto. Una parte de los claros que muestra la fotografía aérea de 1953 se encontraban entonces dedicados a prados de siega (Figura 3). La recuperación del monte alto parecía ya entonces más importante al norte del río Bayones, pero por lo demás –y salvo, de nuevo, los prados más próximos a la orilla del río- no parece posible detectar ninguna pauta en la distribución que en esa fecha presentaban. El abandono que ya entonces mostraban, no era sin embargo consecuencia de que una parte de los propietarios hubiese renunciado totalmente a la explotación de esos prados.

De hecho, 86 de los 143 propietarios, es decir el 60,1 por ciento, continuaban segando aún alguna de las parcelas que poseían en ese área. De hecho, el abandono del cultivo y del cuidado de los prados privados venía de mucho tiempo atrás. El acta de deslinde del monte Río los Vados de 1910, en la que se describen pormenorizadamente los enclavados de la mayor parte de estos parajes, informa del estado de abandono de muchos de ellos. En el norte, en el paraje de Andigón, se mencionaban tres prados incultos unidos que contenían matorral y algunos robles y hayas, y que aparecían cercados conjuntamente por vestigios claros de antigua pared; otro prado inculto se registraba en Cotera Argumosa y, de la pradería de Arados, se decía que estaba formada por “varias fincas incultas y a prado, todas ellas formando un sólo grupo rodeado de vestigios de antigua pared de mampostería en seco en su mayor parte; y con zanja y algunas otras señales en el resto”. Por su parte, en el sur, en el paraje denominado Prao Celis, se reconocían los vestigios de muros que en algún tiempo habían debido cercar las fincas que lo formaban, para entonces pobladas ya de matas y robles. Inmediatamente al sur, en Cebosa, se mencionaban bastantes prados incultos ocupados por matorral y arbolado, y lo mismo en Hoyo Rotura, Tejera Rozas, Roza del Hoyo de Arriba y Alto del Collado de Rozas. Incluso Jaedo (o Prado Quirós), que constituía una gran finca de 2,2 hectáreas bien acondicionada, era ya en 1910 un prado con arbolado y matas que, si aún debía mantener algo de segadío, tenía ya sus paredes caídas.

 

Figura 3. Evolución del estado de los prados entre 1953 y 2001.

 

Y ese estado de abandono aun podía suponerse anterior en algunos casos, pues conforme iban los peritos realizando el apeo de los enclavados, los representantes de los propietarios llamaban su atención sobre fincas prácticamente irreconocibles ya entonces, y presentaban, para garantizar sus derechos, documentos que con frecuencia estaban fechados en el último cuarto la segunda mitad del siglo XIX. En Garmuca, por ejemplo, un vecino reivindicó una finca mediante una escritura de compraventa de 1863 en la que se describía como “un suelo en La Garmuca o terreno a prado poblado de árboles de roble y haya”; otro, mediante una escritura de inventario y cuenta de partición de bienes de 1865, solicitó que se le reconociese en Las Arreturas un prado que, ya en la escritura, se describía como perdido; y otro, con una escritura similar y de la misma fecha, reclamó otro prado igualmente perdido en la Tejera Rozas. Los ejemplos se multiplican, pero no creemos necesario continuar citándolos[15].

Nos conviene más bien retrotraernos casi dos siglos en el tiempo para intentar confrontar la imagen hasta ahora apuntada con la que nos permite intuir el Catastro de Ensenada. Es sabido que, especialmente en lo que se refiere a las llamadas Respuestas Particulares, se trata de una fuente sumamente valiosa para acercarse a la reconstrucción del estado de la propiedad, la parcelación y los usos del suelo a mediados del siglo XVIII. Pero no es menos cierto que, a esos efectos, el tratamiento de la información que alberga debe realizarse con prudencia. Y ello, no sólo porque la naturaleza fiscal de la fuente autorice a suponer ocultaciones, que para otras áreas geográficas han sido puestas en evidencia por algunos autores[16]; ni tampoco porque la traducción de las unidades agrarias por ella utilizadas pudiese inducir a errores; sino también porque la identificación toponímica no siempre es posible (y cuando lo es, el espacio designado por el topónimo puede no coincidir exactamente con el actual);  y porque a veces sólo se declara lo que se considera productivo, y no aquello otro que, como las parcelas perdidas –de matorral, monte bajo o monte alto-, se valora como improductivo (y, por tanto, no gravable) por los declarantes e informantes. Precisamente este último problema, que no alcanza la misma dimensión en todos los lugares, puede resultar bastante relevante en los lugares estudiados aquí, a caballo del terrazgo y el monte.

Al comparar las extensiones de estos espacios parcelados en ambas fuentes, advertimos una notable diferencia, que reduciría el espacio ocupado en el siglo XVIII a algo menos de la mitad del que se registra a mediados del siglo XX. Ello podría interpretarse como el resultado de una colonización posterior cuyo máximo avance tendría que haberse alcanzado, en todo caso, antes del último tercio del siglo XIX, puesto que, como hemos visto, en esos momentos se detecta ya un incontestable proceso de abandono. Pero dicha hipótesis no resulta creíble en términos generales. Es posible que lugares como Jaedo o Prao Celis fueran construidos después de 1753, como también algún agrego[17] periférico a lugares ya existentes; pero la diferencia de superficie que presenta el paraje de Arados no se puede explicar mediante un proceso de expansión por la vía de agregos. A nuestro entender, estamos más bien ante uno de esos casos en los que el Catastro de Ensenada sólo recoge las parcelas productivas, las que mantienen la dedicación a prado de siega, que es la que se declara en todas las parcelas que aparecen en el área. Así, si comparamos el número de parcelas y la superficie de las mismas en el Setecientos con las de igual dedicación en 1957, comprobamos que lo que parece haberse producido es un retroceso mucho más verosímil: un 38,4 por ciento del número de parcelas de prado y un 36,1 de la superficie dedicada a dicho aprovechamiento. Un abandono, pues, que hemos venido comprobando desde el último tercio del siglo XIX y que, como vemos ahora, debió de comenzar antes. Porque lo grueso de esa diferencia de superficie total entre ambas fechas está sin duda indicando un intenso grado de abandono en algunas partes de dicho espacio ya a mediados del siglo XVIII. Es, por supuesto -y sobre todo-, el caso de Arados, pero también –aunque en mucha menor medida- el de todo el conjunto meridional conocido globalmente como Rozas.

 

Cuadro 2.
Parcelas y propietarios, 1753 y 1957
Mediados del siglo XVIII
1957

Paraje

Parcelas   prado

Propietarios

Hectáreas

Total parcelas

Parcelas  prado

Propietarios

Total de hectáreas

Hectáreas  prado

Andigón

3

2

0,3880

4

0

4

0,8280

0,0000

Arados

70

44

9,2393

84

19

56

18,8170

3,1220

Bárcena de la Casa

20

13

2,0613

34

21

24

3,7480

2,4720

La Barcenona

1

1

0,1940

         

Prao los Bellos

2

2

0,2910

25

16

21

4,1640

2,5820

Cebosa

10

8

1,2610

15

15

13

2,2820

2,2820

Collada de Arados

4

2

0,4123

         

Collada de Rozas

6

6

0,9215

         

Cotera Argumosa

4

3

0,5820

11

4

5

1,3680

0,4260

Cotera Cebosa

2

2

0,3880

18

11

12

1,3920

0,6880

Cotera Pumar

7

7

1,2144

11

0

10

0,8920

0,0000

Cotera Relau

1

1

0,1940

13

7

7

2,0360

0,9940

Hoyo de Rozas

9

9

0,7275

         

Jaedo

3

3

0,1213

2

0

2

2,5360

0,0000

Paliza

3

3

0,3065

11

3

8

1,5600

0,5620

Praón de Rozas

2

2

0,0970

4

4

4

0,8660

0,8660

Pumar

11

9

1,8188

8

6

6

1,5220

1,4140

Pumaruca

1

1

0,1940

7

0

6

0,7960

0,0000

Rasa

5

4

0,9215

18

10

14

3,3020

1,2480

La Rotura

5

5

0,5981

19

0

18

4,5500

0,0000

Rozas

78

46

8,6477

         

Rozas y Jaedo

1

1

0,0970

         

Rozas y La Llosa

2

1

0,0970

         

Rozas y La Casuca

1

1

0,0970

         

Tejera Rozas

8

7

0,7275

9

1

9

2,5280

0,2300

Tierra Camino

1

1

0,1940

2

0

2

0,4600

0,0000

                 

Garmuca*

     

16

10

9

2,5300

1,2580

Jou de la Collá*

     

40

19

22

6,0580

2,2020

Pozona*

     

10

0

9

2,6480

0,0000

Prao Celis*

     

3

0

3

0,7280

0,0000

Canal de Arados*

     

2

0

2

0,4720

0,0000

Castra Arados*

     

1

0

1

0,5180

0,0000

TOTAL

260

110**

31,7916

367

146

143**

66,6010

20,3460

* Parajes que aparecen en  1957 y no en 1753. Aunque algunos de ellos pudieron ser de posterior colonización, lo más probable es que la mayor parte correspondan a cambios de nombre (por ejemplo de los que en el siglo XVIII se denominaban Rozas).
** El número de propietarios no resulta de la suma de los que aparecen en cada paraje, ya que algunos aparecen en varios.

Fuente: AHPC, Catastro de Ensenada, Libros raíz de Ucieda[18]; y Catastro de la Riqueza Rústica de 1957.

 

El valor trazador de la microtoponimia

La consideración de la microtoponimia aporta nuevos datos, al tiempo que nuevos interrogantes (e incluso sorpresas). El recinto cuadrangular de la vertiente norte se denomina Arados, nombre que alude inequívocamente a roturación y siembra, a tierras de cultivo, a espacio integrado en un terrazgo cerealista que sin duda hubo de ser prolongación del de la Bárcena de la Casa que ocupa el fondo del valle, y que debió de complementarse con otros pequeños espacios agrícolas destinados al cultivo de frutales en Pumaruca, Pumar o Cotera Pumar. Por su parte, y como ya se ha señalado, los recintos de la vertiente meridional reciben en conjunto la denominación de Rozas, un topónimo que, aunque revela sin duda una técnica de limpieza del terreno de matorral, no implica necesariamente la construcción de terrazgo ni la dedicación a la que se va a destinar. Es más, con frecuencia se rozaba con la doble función de limpiar los pastos sin recurrir a la quema y de obtener la vegetación rozada, el rozo, para preparar abono. Así, el capítulo 23 de las ordenanzas de 1758 del vecino pueblo de Lamiña, copia de otras más antiguas, establecía que “los rejidores que fuesen aga rozar la voeriza de tres en tres años pero que no se agan incendios en ella y que ningun vecino despues de partido el rozo sea osado a quemarlo sino a rozarlo...”; y un capítulo añadido en la versión de ese año regulaba la práctica habitual de esa técnica, ordenando que “para ebitar muchos incendios que pueden ocasionarse con el motibo de echar rozo en los corrales la escasez de agua que en este pueblo secare para ebitar estos incobenientes mandaron que asta el dia de San Andres de cada un año ningun vecino sea osado a rozar cosa alguna a escepcion de que el que lo roze tenga proporcion de meterlo en los establos y de consiguiente pasado el dia de San Andres cualquier vecino [que] eche rozo en sus corrales lo a de esparcer en ellos sin dejarlo amontonado para que de este modo se pise y trille y se pueda ebitar el perjuicio grande que de estar echo monton se puede seguir”, reconociendo además que el día de San Andrés era una fecha bastante tardía para rozar, por lo que ofrecía la posibilidad de que los vecinos lo hicieran después de septiembre, en cuyo caso debían dejar el rozo en la rozada, pudiendo llevarlo a los corrales después de San Andrés[19].

Ciertamente, también se rozaba antes de reducir una tierra de monte a prado, y una buena parte de los topónimos del área –como Praón, Prao Celis, Prao los Bellos- contribuyen a reforzar esa idea, que por otra parte la propia observación de campo y los datos catastrales inducen también a suponer. Ahora bien, aparecen también otros nombres que apuntan en otra dirección. Es el caso de La Rotura, Arroturas u Hoyo Rotura, diversas formas con las que la documentación designa la parte central del terrazgo meridional, y que alude sin sombra de duda, a la técnica de roturación, es decir, de primer rompimiento del suelo con el arado a fin de reducirlo a cultivo. Y vecinas al conjunto de parcelas que en el Catastro de Rústica de 1957 recibían tal denominación, aparecen otras dos llamadas Tierra Camino, nombre que de nuevo alude a tierras de cultivo, ya que, en la documentación antigua, el vocablo “tierra” viene a ser sinónimo de “labor” y diferente, por tanto, de prado, erial o arbolado. Por lo demás, ambos topónimos, Hoyo Rotura y Tierra Camino, comparten un rellano culminante que, si en su parte oriental se inclina pronunciadamente, hacia el norte y hacia el oeste y suroeste mantiene una topografía más amable, que se prolonga por los vecinos parajes denominados en el mencionado catastro como Pozona (al norte, y no mencionado en el de Ensenada) y Prao los Bellos (al oeste y suroeste).


La elocuencia del terreno

Una pormenorizada prospección de campo viene a confirmar lo que los datos presentados hasta ahora ya parecen indicar, es decir, la superposición de tres tipos de aprovechamientos, el agrícola, el ganadero y el forestal, simultáneos en algún momento de su historia, y sometidos a distintas temporalidades en lo que se refiere al aprovechamiento agrícola y a las formas de aprovechamiento ganadero. El conjunto de Arados, en su pequeña meseta ligeramente inclinada hacia el este, albergó sin duda un terrazgo agrícola del que sin embargo poco se puede hoy reconocer. Como se dijo más arriba, constituye en la actualidad un bosque de hayas, robles y algunos acebos que rodean prados perdidos. Los restos de cierres de muro de piedra en seco son abundantes, así como también los grandes hormazos, auténticos microrrelieves en los que se acumulan una parte considerable de las piezas procedentes de los despiedres originarios y de los desmontes ulteriores de cierres disfuncionales. Las pocas muestras de cierres que permiten reconstruir el perímetro de la parcela nos advierten del minúsculo espacio que encerraban. Es decir, tanto la abundancia de piedra acumulada en los numerosos hormazos, como estos pocos ejemplos mencionados de cierres, sugieren que cada parcela –o al menos muchas de ellas- se encontraba cerrada por su correspondiente muro perimetral, al contrario de lo que resulta habitual en las mieses de los terrazgos concejiles, cuyas parcelas quedan únicamente individualizadas a través de marcos, es decir, mojones esquineros. Por su parte, los caminos, tanto el de acceso desde la vía principal que recorre el Bayones como los que circulan por el interior del viejo terrazgo, aparecen bastante encajados, prueba indudable de su antigüedad, y contrastan con algunas pistas posteriores, probablemente forestales o ganaderas, que también articulan el espacio. Por lo demás, no se han podido encontrar restos de construcción alguna, a excepción de dos cabañas modernas con función recreativa en su borde oriental.

En el interfluvio de Rozas, por su parte, la variedad y complejidad de los restos encontrados es mucho mayor. Además de los abundantes restos de cerramientos con mampostería en seco, que en muchos casos, al contrario de lo que sucede en Arados, se conservan en pie total o –con más frecuencia- parcialmente, aparecen ruinas de construcciones de tres tipos: pastoriles (chozos o cabañas de pastor y bellares,  pequeños recintos cercados para encierro de bellos y jatos, es decir, las crías), ganaderas (prados e invernales) y residenciales y agrícolas, es decir viviendas, tierras de cultivos y huertos (Figura 4).

En lo que hace a los primeros, se han localizado los restos de varias estructuras pastoriles que en su mayoría debían ser bellares, aunque en otros casos podría tratarse igualmente de chozos o cabañas de pastores (Figura 3), del tipo de la que aparece bien conservada (aunque reconstruida) en Jou de la Collá (Figura 7).  De norte a sur, la primera estructura se encuentra en el paraje denominado Cebosa, junto al cierre de una parcela que se encuentra hoy bastante arbolada. Se trata de una estructura rectangular, de 2,70 por 2,10 metros y muros de mampostería de tamaño medio aparejada en seco y en una sola hilera En su interior no hay signos de derrumbe, ni tampoco en el exterior, lo que lleva a suponer que se tratase de un bellar (Figura 5).

 

Figura 4. Edificios y ruinas localizados en Rozas.
Elaboración propia con la colaboración de Ricardo Ingelmo.

 

Más al sur, en el centro del paraje conocido como Cotera Cebosa, se encuentran los restos de otra estructura similar, aunque bastante oculta por la vegetación, pero en este caso, la altura de las paredes, que se conservan mejor, y el probable colapso interior permiten suponer que se trataba de un chozo. Y así –como choza de pastores- es reconocido en el acta de deslinde de 1910. Muy cerca de ella, junto al muro de piedra que circunda el paraje y al camino que lo atraviesa, se encuentran los restos de un pequeño corral (Figura 6).

 

Figura  5. Bellar de Cebosa.
Elaboración propia.

 

Figura 6. Bellar de Cotera Cebosa.
Elaboración propia.

 

Algo más al sur, en el paraje que el catastro denomina Prao los Bellos, encontramos una estructura muy similar a la anterior; una simple horma rectangular, de aproximadamente 2 por 3 metros, sin apenas colapso ni cimentación, es decir, seguramente, y como en el caso anterior, resto de un bellar, suposición que vendría respaldada en este caso por la función específica que el topónimo parece asignar a dichos prados.

Aún más al sur, en Jou de la Collá,  el chozo reconstruido nos permite reconocer algunas de las características que presentaban estas construcciones destinadas a albergar a los pastores. Aunque desconocemos la fecha en la que tal reconstrucción tuvo lugar, fue seguramente resultado de la intervención de mejora de pastos por parte del servicio forestal, del mismo modo que, entre 1932 y 1949 –y a petición del Ayuntamiento de Ruente-, se construyeron en mampostería tres refugios para pastores y ganaderos en Pandiuco, Hoces y Braña Zarza, parajes también del monte Río los Vados[20]. El mencionado chozo de Jou de la Collá (Figura 7) tiene planta rectangular, de aproximadamente 2,5 por 3,5 metros por el interior, y cubierta a dos aguas  con tapines de césped como aislante. Los muros son de mampostería heterogénea, con predominio del tamaño medio, y de una sola hilada. En el interior, hay un pequeño hogar adosado a una de los paramentos cortos, y un banco formado por dos vigas, tras el cual hay un hueco que sirve de lecho. En la cara interior del muro de la fachada, y a la altura del mencionado hueco, hay una pequeña hornacina cuadrada.

 

Figura  7. Chozo de Jou de la Collá.
Elaboración propia.

 

La moderna reconstrucción, que afecta sobre todo a la estructura de la cubierta, no puede ocultar, sin embargo, la antigüedad de la instalación, que en poco se debe diferenciar de las anteriormente mencionadas. Así parece deducirse de la mampostería utilizada y del modo en que se encuentra aparejada. Un poco más lejos, al pie de un árbol centenario, aparece una estructura circular de piedras muy grandes que sin duda fue un corral.

Además de estas estructuras propiamente pastoriles, aparecen en el espacio meridional del río Bayones algunas otras destinadas a un aprovechamiento más intensivo de los recursos, relacionadas con los espacios de prados de siega. Aunque su proporción es muy baja en relación con la importancia de la superficie de prados –sobre todo si lo comparamos con otros espacios del occidente de Cantabria-, existen aún hoy en el área algunas cabañas invernales, dos de ellas bien mantenidas y próximas al fondo del valle (en los parajes conocidos como Garmuca y Pumaruca), y al menos otra arruinada más al sur, al oeste de Tierra Camino y Prao los Bellos, en el paraje denominado Jaedo.

Este último paraje se corresponde en la actualidad con una gran parcela triangular de más de 2,5 hectáreas, parcialmente cubierta de robles, que se extiende por la vertiente. La finca conserva su cierre de pared de piedra en seco, e incluso un canal de drenaje que, por el este de la parcela, desviaba las aguas vertientes hacia los laterales, impidiendo así  su labor destructora en el interior. Ya en 1957 se la consideraba monte alto, y en el  acta de deslinde de 1910 –en la que se denomina al paraje Jaedoto o Prado Quirós-, se la calificaba como prado segadío con arbolado de roble y matas “cercado de claros vestigios de antigua pared de mampostería en seco”[21]. Por otro lado, y dentro de la propia ruina del invernal que aparece en dicha parcela, hay hoy robles de gran tamaño, del mismo o muy parecido porte al que presentan la mayor parte de los pies que pueblan la finca y su entorno. Sin embargo, y a pesar de la antigüedad de los síntomas de abandono, no es posible localizar dicha parcela a mediados del siglo XVIII en el Catastro de Ensenada, ya que las tres pequeñas parcelas que en dicha fecha ocupaban el paraje del mismo nombre, y que pudieron ser su antecedente, tenían apenas doce áreas, y en ellas, además, no se menciona ninguna construcción.

La estructura edificada que se encuentra en el interior de la finca (Figura 8), dispuesta paralelamente a la vertiente, presenta planta rectangular bastante oblonga, de 18,95 por 7,94 metros, formando los hastiales los muros cortos. Los paramentos son de mampostería careada, armados en seco con doble hilera y relleno, y una anchura aproximada de 60 centímetros. El edificio parece haber contado con sendas entradas en los hastiales, una más amplia por el norte; ambas se encuentran más o menos a la misma altura y, por ello, no parece probable que la meridional sirviese de boquerón, cuya posición, por otro lado, los restos no revelan. Sólo la comparación de la ruina con las de otros invernales relativamente próximos, y que parecen seguir el mismo modelo constructivo (como es el caso del de Casa Andinoso [Figura 9]), nos permite suponer que el boquerón se encontrase precisamente sobre la gran puerta del hastial septentrional.

 

 
Figura 8. Planta y restos del invernal de Jaedo.
Elaboración propia; foto de Manuel Corbera.

 

Figura 9. Invernal de Casa Andinoso.
Foto de Manuel Corbera.

 

Más al sur, en el sitio denominado Paliza, junto a un prado bastante bien conservado y cerrado con muro de piedra en seco, se pueden reconocer en su exterior, en un área hoy arbolada y separada de dicho prado por un antiguo camino, los restos de una construcción cuyas muy específicas características dificultan su identificación tipológica y funcional. Se trata de un edificio de planta casi cuadrada (de aproximadamente de 7,70 por 8 metros), con los muros armados en mampostería careada, con doble paramento, en su mayor parte en seco (o con un poco de barro) y con una anchura de unos 60 centímetros (Figura 10). La altura máxima hasta el caballete debió de ser relativamente baja, de apenas 3,5 metros en el hastial trasero (por el exterior). La puerta, que se encontraba en uno de los hastiales, era bastante ancha, siguiendo el modelo de los invernales de la zona; sobre ella debía de encontrarse el boquerón, en caso de que lo tuviese, ya que, dada la altura de la cabaña, el pajar tuvo que ser muy reducido. En todo caso, algunos otros rasgos cuestionan que dicha construcción fuera en origen concebida como invernal. Frente a la puerta, en el hastial trasero, un hueco ciego con cargadero de madera, del tipo de los generalmente utilizados como alacenas junto al hogar, no parece encontrarse aquí en el lugar más adecuado, al fondo de lo que en una cabaña invernal sería la cuadra. Por otra parte, el muro oriental parece ser anterior al resto del edificio, ya que los hastiales apoyan directamente en él, sin esquinales. Además, al este de la cabaña, y adosado a la misma por este muro problemático –por lo demás muy bien construido-, aparece un recinto cerrado de forma trapezoidal y dimensiones aproximadas de 18 por 14 metros; un espacio poco habitual en los invernales y que se parece más a los destinados a huerto. Los propios cierres de este espacio provocan alguna duda sobre su origen. Así, en la esquina noroeste, el muro de cierre presenta una factura excesiva, con mampostería careada y doble paramento, lo que hace pensar que formase parte de un edificio anterior, al que pertenecería también el muro oriental de la cabaña. Frente a ésta última, se construyó una pared de una hilera de piedras en seco que, desde la esquina suroeste, cierra en línea recta con la pared del prado, interrumpiendo el camino que pasaba por delante de la cabaña. En definitiva, nos inclinamos a pensar que el edificio antecedente del invernal arruinado pudo haber tenido funciones distintas, entre las que se encontraba probablemente la residencial.

 

 
Figura 10. Planta y restos del edificio del paraje Paliza.
Elaboración propia; foto de Manuel Corbera.

 

En lo que se refiere a estructuras que fueron con seguridad de uso residencial y agrícola, en el paraje que el catastro de 1957 denomina Tierra Camino quedan las ruinas de un conjunto de edificios que la memoria colectiva viene conociendo como el despoblado de Rozas, así recogido ya por el corresponsal de Pascual Madoz a mediados del siglo XIX[22]. El levantamiento planimétrico de las mencionadas ruinas (Figura 11) nos ha permitido sacar a la luz dos grupos de edificios, dispuestos de norte a sur, que ocupan sendas parcelas del catastro actual en dicho paraje. Desde una perspectiva meramente morfológica, vale la pena señalar, antes de entrar en su descripción pormenorizada, que ambos (pero también las dos parcelas inmediatamente colindantes al oeste y al este, respectivamente) se ubican en unidades catastrales que parecen rellenar el intersticio liberado por tres conjuntos parcelarios de formas predominantemente curvas: Pozona, al norte, y Prao los Bellos y Hoyo Rotura, el sur, lo que, unido a su planta tendencialmente ortogonal, parece sugerir su condición secundaria respecto de éstos.

 

Figura 11. Plano del despoblado de Rozas.
Elaboración de José Sierra.

 

La más septentrional de las estructuras se dispone como un conjunto más o menos rectangular, cuyas dimensiones son –sin incluir un recinto semioval adosado al muro suroeste- de 35 por 15 metros. Aparece dividido en tres huecos de desigual tamaño, dos más pequeños en los extremos del rectángulo (de 7 por 15,65 metros y 7,4 por 14,55 metros, respectivamente) y otro central bastante mayor (de 19,4 por entre 14,5 y 15, 65). Tan sólo el muro noreste ha conservado una altura superior a un metro; el resto, como mucho, llega a tener esa altura, y en su mayoría se encuentra por debajo. En todo caso, el análisis del muro noreste y de los pequeños paños que se conservan en el resto, nos permite reconocer sus características. Están construidos en mampostería careada, aparejada en seco y con cuñas, formando un doble paramento de 60 centímetros de anchura que, a la altura de los esquinales, no utiliza relleno. Éstos, por su parte, se encuentran bien armados, con piedras algo mayores y trabajadas, casi sillarejo (Figura 12), mientras que, en el resto de los lienzos conservados, la mampostería es más irregular y pequeña, apareciendo entre las dos hiladas un relleno de piedra pequeña y tierra. La mejor factura de los esquinales parece haber sido, precisamente, la razón por la que han resistido mejor los estragos del tiempo, conservando en el muro noreste prácticamente la altura original, que vendría a ser de 3 metros. Este muro tiene trazas de haber sido uno de los hastiales del recinto, por lo que seguramente su altura hasta el cumbral levantaría aún dos metros más, al menos si consideramos una inclinación de cubierta de unos veinte grados, que es la que viene a ser habitual en la zona. El muro noroccidental que cerraba el conjunto –de características similares a las descritas- parece presentar continuidad a lo largo del colapso, lo que sugiere que el acceso no se producía por él, sino por el opuesto, es decir, el suroriental, en donde se ubicaría la fachada principal del conjunto. Las divisiones interiores las forman muros de características parecidas, sin aperturas de comunicación entre los recintos. Finalmente, el conjunto se remata por el suroeste con un recinto semioval demarcado por los restos de un muy rústico cierre de piedra, similar a los cierres de las parcelas y que probablemente pudo ser un huerto.

 

Figura 12. Cara y corte de uno de los esquinales de la casa más septentrional del poblado de Rozas.
Elaboración propia.

 

El segundo grupo, situado al sur del anterior, presenta formas aún más complejas. Incluye, también al suroeste, un recinto semioval de características similares al de la primera estructura. Sin él, el espacio construido tendría unas dimensiones aproximadas de 22 por 15 metros, aunque un saliente por la parte noroeste podría ampliar la anchura del conjunto a cerca de los 22 metros. No vamos a insistir en las características constructivas de los muros, cuya factura es muy similar a la que presentaban los del primer grupo. El muro más alto conservado aquí es el que aparece al suroeste, que presenta una elevación de unos 3 metros en su parte más alta, allí donde el esquinal del edificio principal se ve prolongado por el muro del colgadizo adosado por el noroeste. El muro más largo es el noroccidental, de aproximadamente 22 metros, como se ha señalado, que no presenta puertas de acceso hacia el interior, pero sí un vano a media altura en su extremo suroccidental, que comunica el interior del edificio con el colgadizo occidental (su anchura, de no más de 60 centímetros, sugiere que fuese un paso reservado a personas y, tal vez, ganado menor). La base del muro nororiental, con abundante derrumbe interior y exterior, no parece encontrarse completa, ya que su desarrollo, de menos de 11 metros, es inferior a la del muro opuesto. Por el lado oriental, y como sucedía en el conjunto vecino, no aparecen restos continuos del muro de cierre, aunque sí lienzos de algunos muros que no parecen alineados con el que debería ser el cierre, y sí, en cambio, desplazados también hacia fuera. Dichas paredes forman una especie de pequeño recinto en el interior del edificio, en la parte central del mismo, que pudiera haberse prolongado –a juzgar por una cierta alineación de piedras, poco clara- hacia el interior, en forma de división interna. La construcción que se encuentra adosada por el noroeste parece un colgadizo o socarreña independiente, sólo comunicado con el interior del edificio principal a través del estrecho vano ya reseñado; por lo demás, está dividido en dos ámbitos de muy diferente tamaño. El conjunto se completa con dos recintos semiovales individualizados por restos de muros de una hilada, uno de ellos, como en el caso vecino, prolongando el conjunto por el sur, y el otro hacia el noroeste, abrazando una de las partes del colgadizo (Figura 11).

Ambos grupos debieron de encontrarse cubiertos de teja, ya que fragmentos de ésta aparecen abundantemente entre los desplomes de todos los recintos (a excepción de los semiovales) e incluso, bajo forma de cuñas, en algunos de los paramentos que se conservan en pie. Y se encuentran también, y en notable cantidad, en un gran testar ubicado al sureste del segundo grupo, formando parte de lo que debió de ser un recinto cuasi-ortogonal que, reducido a una simple horma de cimentación y carente de materiales de colapso, pisa sobre la pared de cierre y separación de dos parcelas, sugiriendo así su edad secundaria respecto de ésta. La acumulación de piedras no grandes y fragmentos de teja, hoy cubierta de musgo, se presenta sumamente porosa, con abundancia de huecos que han permitido el crecimiento de un arbolillo en suelo tan inhóspito. El testar, por lo demás, apoya por su extremo oriental en una pared bien aparejada que sobresale del suelo entre 45 y 50 centímetros. Una muy somera remoción en el lado exterior de dicha pared permite observar su prolongación a una profundidad que supera la de una simple cimentación, así como la localización de una cuña de teja en su fábrica y, lo que es más significativo, de otro fragmento bajo una gran pieza de piedra, lo que parece apuntar hacia la condición de relleno secundario del tramo de suelo ubicado al este de la estructura (Figura 13).

 

Figura 13. Estructura que puede haber correspondido a una tejera.
Elaboración de José Sierra.

 

La interpretación de la ruina no es fácil, al menos en ausencia de excavación. Es cierto que, de acuerdo con la tipología de algunas tejeras estudiadas por nosotros mismos en otro lugar[23], podríamos encontrarnos ante un horno, del que la pared mencionada fuese su frente (en cuyo caso, y en profundidad, debería de aparecer el vano de carga de la leña) y cuyas cámaras se ubicasen en el punto en que hoy aparece la acumulación de fragmentos. Es cierto también que el acervo microtoponímico de Rozas incluye, como ya sabemos, mención inequívoca a una tejera, cuyos restos no hemos sabido localizar en el paraje hoy denominado así[24]. Pero no es menos cierto que el desnivel requerido para su funcionamiento habría exigido de la apertura de una rampa de acceso al vano de carga, ulteriormente sellado (como parece sugerir la somera prospección mencionada), ni tampoco que su ubicación en la inmediata proximidad a una casa de vivienda no parece la más adecuada desde una perspectiva de seguridad ante los riesgos de incendio. A no ser, naturalmente, que su instalación hubiese sido precisamente posterior al despoblamiento del barrio de Rozas.

Por lo demás, no deja de llamar la atención que, entre la vegetación de distinto porte que rodea a las ruinas, abundante en robles y acebos, aparezcan igualmente avellanos y castaños. Si los primeros no resultan infrecuentes en el área, asociados no pocas veces a seles y brañas, así como a cierres de algunos de los prados, los segundos, los castaños, apenas existen en otros lugares vecinos y parecen asociados más bien a la existencia del propio poblado.


Hipótesis de la secuencia del proceso desde el análisis documental y morfológico

El Catastro de Ensenada no da cuenta de la existencia del poblado de Rozas en tanto que tal. Sí aparecen sin embargo, en las respuestas particulares del lugar de Ucieda, algunas construcciones o solares de casas en el área de estudio, todas ellas localizadas en el paraje denominado genéricamente Rozas.

Aparece, en primer lugar, un solar de casa propiedad de don Domingo de Santibáñez, vecino de de Ucieda, cuyas dimensiones aproximadas serían de 4,5 por 14 metros de planta. Su localización, según la respuesta correspondiente, era Rozas, pero dicho propietario, al declarar las tierras que poseía en el área, sólo menciona tener prados en Cebosa, Rasa y Tierra Camino, por lo que resulta verosímil que el solar se ubicase en este último lugar, el único de los tres en el que se han encontrado restos de edificaciones grandes.

Además de éste, se mencionan en Rozas varios invernales y caballerizas pertenecientes a otros cinco propietarios más, tres de ellos claramente emparentados: Domingo, Juan y Pedro Díaz, cuyo segundo apellido –en el caso de que fueran hermanos- sería del Valle. Dos de ellos poseían una caballeriza cada uno y el tercero era propietario de un invernal con caballeriza y pajar. Las dimensiones de las plantas que declaraban tener estos edificios son muy similares, iguales en el caso de las caballerizas y un poco menor la fachada del invernal, compensada, en todo caso, por una mayor altura, que le permitía disponer de pajar. Además, las lindes que declara Juan Díaz ponen de manifiesto que se trataba de un único conjunto dividido en herencia y cuya planta total vendría a tener unos 12,5 por 6 metros. Y, dado que el invernal de Pedro Díaz lindaba con el de Antonio San Pedro, que tenía unas dimensiones similares, no sería excesivamente arriesgado ampliar la planta del conjunto a 17 por 6 metros.

 

Cuadro 3.
Casas y solares en Rozas a mediados del siglo XVIII

Propietario

Tipo de edificio

Frente (m)

Fondo (m)

Linderos

Don Domingo de Santibáñez

Solar de casa

4,35

13,92

Linda por ábrego con huerto de Toribio de San Pedro, por el solano con casa del mismo, por cierzo con camino concejil y, por regañón, con casa de herederos de Juan Díaz de Labantero (Ucieda).

Domingo Díaz

Invernal (sólo caballeriza para encerrar los ganados)

4,35

6,09

Linda con casa de Juan Díaz (Ucieda), por regañón y solano con campo bravío y, por cierzo, con casa de herederos de Antonia Labantero.

Juan Díaz de Valle

Caballeriza

4,35

6,09

Linda por cierzo con casa de Pedro Díaz, por solano con casa de Domingo Díaz y, por ábrego y regañón, con campo bravío.

Pedro Díaz

Casa invernal, caballeriza y pajar

3,48

6,09

Linda por cierzo con una braña, por regañón con otra braña, por ábrego con prado de Juan Díaz y, por solano, con casa de Antonio de San Pedro (Ucieda).

Antonio de San Pedro

 Casa invernal, caballeriza y pajar

4,35

6,09

 

Toribio de San Pedro

Casa invernal, caballeriza y pajar

   

Linda por cierzo con camino concejil, por solano con casa caída de Joaquín de Moya (Ucieda), por ábrego con casa de Miguel Renedo (Ucieda) y, por regañón, con casa de Domingo de Santibáñez.

Toribio de San Pedro

Huerto de medio carro

   

Linda por ábrego con huerto de Carlos Ruiz,  por regañón con huerto de Miguel Renedo, por cierzo camino concejil y, por solano, con huerto de Toribio de Mier.

Toribio de la Torre

Solar de casa invernal,

3,48

5,22

Linda por ábrego con casa de Carlos Ruiz (Ucieda), por solano con término común,  por regañón con casa de Domingo de Santibáñez y, por cierzo, con casa de Toribio de San Pedro.

Toribio de la Torre

Caballeriza y pajar

1,31

13,93

Linda por ábrego con prado de Antonio de San Pedro, por regañón con casa de Domingo Díaz, por cierzo con prado de Antonia Labantero y, por solano, con casa de Manuel de Valle.

Fuente: AHPC, Catastro de Ensenada, Libros raíz de Ucieda.

 

Por el contrario, el solar de casa invernal y la caballeriza y pajar que pertenecían a Toribio de la Torre no parecen formar parte de un mismo conjunto, ya que las lindes no coinciden. Pero la caballeriza y pajar pegaban con la casa de Domingo Díaz, lo que hace suponer que se encontraba también incluido en el conjunto anterior; mientras el solar de casa invernal lindaba con la casa de don Domingo Santibáñez y con la de Toribio de San Pedro, formando parte, probablemente de otro conjunto distinto, aunque en este caso sus dimensiones son imposibles de establecer, dado que carecemos de las del invernal de Toribio de San Pedro.

De las casas de los otros propietarios que aparecen al mencionar las lindes, nada sabemos. Si, como parece probable, Juan Díaz de Labantero fuese el padre de Juan, Domingo y Pedro, quizás los dos conjuntos que hemos presentados separados pudieran encontrarse unidos, ya que el solar de casa de Domingo Santibáñez lindaría con las casas de éstos. Pero, ¿quiénes eran los herederos de Antonia Labantero?; quizás fuera abuela o tía abuela de Juan, Domingo y Pedro, pero su casa era claramente distinta de las de aquéllos, ya que aparece lindando con la de Juan Díaz. Otro de los lindantes, Miguel Renedo, no aparece entre los propietarios de los libros de Ucieda, aunque sí aparecen seis vecinos que llevaban dicho apellido (Domingo, Josefa, Juan, Leocadia, Manuel y María) y que, por tanto, podrían ser herederos del mismo; pero a pesar de que casi todos ellos tienen algunos prados en Rozas y su entorno, lo cierto es que ninguno declara tener casa ni solar allí. Lo mismo sucede con Joaquín Moya y sus posibles herederos. Por lo que respecta a los que sí aparecen en los libros, ni Carlos Ruiz ni Toribio de Mier declaran tener casa ni solar en el área, pese a que poseían también numerosos prados en ella. De todo ello sólo podemos deducir que dichas casas o solares estaban arruinados y abandonados, hasta el punto de que los propietarios los ignoraban al declarar.

En todo caso, es más que probable que estos conjuntos de edificios y solares coincidiesen con los que hoy podemos ver arruinados, por más que resulte difícil reconocer, en las medidas y lindes proporcionadas por las respuestas, las ruinas que hemos podido prospectar en dicho espacio. Si nuestra hipótesis fuese razonable, ello querría decir que, para mediados del siglo XVIII, los edificios que habían formado parte del poblado de Rozas aparecían o bien destruidos, es decir, convertidos en solares o ruinas, o bien reutilizados como instalaciones ganaderas, es decir, como caballerizas e invernales.

La documentación anterior a mediados del siglo XVIII permite, por su parte, prolongar algo la pesquisa. Es limitada, pero esclarecedora a los efectos de lo que aquí se trata. Por un lado, disponemos de las ordenanzas de Ucieda y Ruente[25]. En su capítulo 42, titulado “Los que viben en Rozas”, se dice: “Y mandaron que los vezinos de los dichos Conzejos de Ruente y Uzieda que viven en rozas y en Canalejas que son vezinos del dicho Conzejo, de Uzieda, y los demas que moraren, fuera de los dichos Conzejos, den fiador, é depositario en ellos, para que por ellos paguen las echas y colechas, y las penas en que cayeren, porque los Regidores, de los dichos Conzejos: yr cada vez que se ofrezca á cobrar la de ellos donde ellos viven los quales dichos vezinos que esten obligados á los dar Luego como se avecindaren pena de sesenta maravedis, por cada un día, aplicados para los dichos Rexidores”. No puede caber, pues, demasiada duda de que, en el momento de redacción de dicho capítulo, el poblado de Rozas se encontraba habitado. El problema, sin embargo, es que dichas ordenanzas no están expresamente fechadas, lo que impide la discriminación precisa de ese momento y nos  condena al arriesgado ejercicio de las atribuciones. La transcriptora y autora de la introducción intenta, por su parte, convencernos de que se trata de unas ordenanzas de la primera mitad del siglo XVI, pero los argumentos ofrecidos (al menos si prescindimos de los lingüísticos y lexicográficos, a los que ella misma se refiere) no resultan del todo convincentes[26]. Por nuestra parte, tenderíamos más bien a atribuirlas a una época algo más tardía; al siglo XVII, más concretamente. Nos apoyamos para ello, en primer lugar, en la mención al maíz recogida en su capítulo 76, que reglamentaba que no se pudiera sacar paja ni “borizo” de las mieses desde mediados de agosto hasta que se recogiese el maíz. Como es bien sabido, la introducción del maíz en la región se viene datando muy a finales del siglo XVI en los lugares más tempranos (y ello sin carácter sistemático), extendiéndose y asentándose durante la primera mitad del XVII[27]. El mencionado capítulo demuestra, sin duda, que el maíz no se encontraba ya aquí en sus balbuceos, sino que era parte fundamental de los cultivos del valle. Cierto que en otros capítulos se menciona el pan, pero, por un lado, dicha denominación se aplicó en ocasiones también al maíz, y en todo caso el trigo y la escanda –que el propio capítulo 76 demuestra que existían- se mantuvieron y alternaron con el maíz durante mucho tiempo. El segundo argumento se refiere a la especial atención que se muestra en las ordenanzas a la conservación del arbolado (capítulos 17, 18, 39 y 40), prohibiendo su corta por el pie y la poda reiterada, y obligando al común a plantar dos árboles por vecino, normas que por lo general se introdujeron en las ordenanzas concejiles y de valle en el siglo XVII, después incluso de la Instrucción al respecto de Toribio Pérez Bustamante, de 1656. Fue precisamente en esta instrucción en la que se encomendaba a los concejos la concesión de licencias para cortar, al tiempo que se les recordaba lo conveniente que era, como inversión de futuro, que los vecinos plantasen árboles, remitiendo su obligatoriedad a las ordenanzas locales[28].

De ser acertada nuestra atribución, la mención al poblado de Rozas en estas ordenanzas sólo nos permitiría retrotraernos a la segunda mitad del siglo XVII. Es posible, ciertamente (y así lo apunta la transcriptora), que su articulado corresponda a fechas distintas, como por lo demás es habitual, pero lamentablemente nada nos permite asegurar que el item que contiene la mención de marras se corresponda con los más antiguos.

Por otro lado, el análisis de campo no resulta mucho más concluyente, aunque sí permite matizar un tanto los argumentos. Las plantas de ambos conjuntos edificados nos recuerda a la que podrían presentar dos hileras de casas con sus fachadas orientadas al sureste y acompañadas de tres huertos (o quizá corrales). En cuanto a su tipología, hemos de eliminar aquellos modelos que, como las casas de solana, fueron introduciéndose durante el siglo XVIII; y ello por cuanto sabemos ya que, precisamente a lo largo de ese siglo, se habría de haber iniciado su decadencia, hasta el punto de que las encontramos bastante arruinadas a mediados de él. En lo que hace a la posibilidad de que se tratase de los tipos de casas anteriores presentes en el valle, las casas llanas y las casas de pajareta, que se vienen atribuyendo a los siglos XVI y XVII respectivamente, sólo un dato, su altura, nos puede servir de referencia. Al parecer, y por lo general, la introducción de la pajareta supuso la elevación de la altura de la fachada en torno a un metro, pasando de los tres de las casas llanas a aproximadamente cuatro[29]. Por lo tanto, teniendo en cuenta la altura que hemos podido medir en los esquinales más altos de los dos conjuntos estudiados, nos inclinamos a pensar que estaríamos más bien ante casas llanas (Figura 14). Con todo, debemos ser prudentes en la estimación cronológica: primero, porque, a pesar de que, en los tres muros que conservan mayor altura (siempre en los esquinales), ésta sea aproximadamente la misma, no podemos estar absolutamente seguros de que fuera esa la que llegó a tener antes de su ruina; y, segundo, porque nada ha demostrado que el tipo de casa llana no siguiese construyéndose durante el siglo XVII. A pesar de ello, y con todas las reservas señaladas, consideraremos en nuestra hipótesis que dichas casas fueron construidas en el siglo XVI.

 

Figura 14. Ejemplo de casa llana en el vecino pueblo de Ruente (barrio de Gismana).
Foto de Manuel Corbera.

 

Tal hipótesis, por lo demás, no se aviene mal con la otra documentación de que disponemos para fechas anteriores a mediados del siglo XVIII. Hace referencia al camino que parece haber articulado al conjunto de Rozas. Pero antes de llegar a ella, consideremos regresivamente otras menciones más próximas a nosotros. En el Acta de deslinde del monte Río los Vados de 1910, al mencionar el lugar de “la Acebosa” (que se compone, según se dice allí, de dos polígonos), se describen sus límites en los siguientes términos: “Linda el primero Norte y Este terrenos poblados de monte; Sur id. y camino de la Arretura y Oeste, dicho camino, la carretera antigua á Reinosa que marcha por la divisoria de aguas de Rozas al Alto de Pandiuco y terrenos poblados del monte”[30]. Dicho camino o “carretera antigua” de Reinosa aparece con mucha frecuencia en el documento como límite de algunos de los polígonos enclavados, y otras veces penetrando en los mismos y atravesándolos. Así, en el enclavado que el acta denomina “Roza del Hoyo de Arriba de Rozas”, al realizar la operación de colocación de piquetes, se dice: “Al Oeste y junto á la carretera antigua á Reinosa que por allí penetra en el enclavado por la misma divisoria de aguas”[31]. Y no es la única vez que se menciona la carretera: en “las Arreturas”, cuando se procedía a la misma operación de apeo del enclavado, se señala: “Se giró después al Oeste un poco al Noroeste, para cortar la cañada por la que pasa la antigua carretera á Reinosa, que cruza el enclavado de Norte a Sur”[32].

No resulta en modo alguno extraño, sino más bien todo lo contrario, que, en la lógica organizativa de los espacios pastoriles del área, existiese una cañada que transcurriese por la divisoria de aguas del interfluvio para alcanzar los pastos equinocciales de Pandiuco y Forcada –en la divisoria con el valle de Viaña-, e incluso que continuase luego por Tordías hacia la ermita del Moral, siguiendo para ello la divisoria de aguas con el valle del Besaya. Una cañada que hubo de funcionar con anterioridad a la existencia de los enclavados y que, allí en donde los atravesaba, fuera temporalmente ocupada y cerrada al tránsito mientras la hierba crecía para el corte anual, y abierta inmediatamente después de la siega.

Pero, ¿por qué la insistencia de los declarantes –pues de ellos debía tratarse, y no del escribano- en llamarla “antigua carretera a Reinosa”? Una supuesta carretera, además, cuya antigüedad superaba la de los enclavados -o al menos la de algunos de ellos- por cuanto, si es cierto que en unos casos los atravesaba, no lo es menos que, en otros, su ocupación exigió alternativas de circunvalación. Así, en Cebosa se fijó un piquete en la esquina de una finca “bien cultivada y cercada de pared de mampostería en seco, al Oeste-noroeste y al Noroeste y siguiéndola paralelamente á un camino que no es más que una desviación de la carretera á Reinosa, derivada al Norte, y unida al Sur de esta finca”[33]. Incluso a veces, cuando la carretera atravesaba un enclavado, parece haberlo hecho como alternativa a otro cierre que interrumpía su circulación. Era el caso detectado, por ejemplo, en el prado de Paliza, en donde, como se recordará, se había cerrado el camino que pasaba frente a la cabaña, que sin duda coincidía con la mencionada carretera (o quizás fuera una circunvalación que en un tiempo se utilizó como alternativa al ocuparse el verdadero camino que marchaba por la divisoria ya antes de la ocupación por el enclavado, cerrándose más tarde y permitiendo la servidumbre de paso por el prado). En todo caso, en el acta de deslinde se daba cuenta de una visual “dirigida al ángulo formado por los vestigios de pared mas avanzado al norte de la que fue portilla de entrada á los prados, que hoy da paso á un camino atajo de la carretera, que marcha por la misma divisoria de agua”[34].

Ahora bien, ¿cuál era entonces la antigüedad de dicha carretera? No se trata aquí de determinar la edad de la cañada, que debemos suponer mucho mayor que la de la carretera, sino precisamente la de ésta, entendida como camino carretero de circulación de mercancías. Y, ahora sí, vayamos a la documentación anterior al siglo XVIII y, más concretamente, de finales del XV, que nos permite sostener la hipótesis de que hubo de ser en ese momento cuando dicha cañada pasó a considerarse carretera a Reinosa.

Es bien sabido que, durante el reinado de los Reyes Católicos, se produjo un incremento notable del tráfico mercantil, lo que sin duda debió de animar la actividad carreteril. Pues bien, a principios de los años ochenta del siglo XV, Juan Martínez, “portero de cadena” de la Corona, había iniciado las obras de acondicionamiento del camino que desde Reinosa conducía por Pagüenzo, el portillo de Obios, El Moral y Tordías (es decir, la divisoria entre los valles del Saja y del Besaya) al marquesado de Santillana, cuando se encontró con una fuerte oposición por parte de los vecinos del valle de Iguña (perteneciente al valle del Besaya), los cuales, al parecer, habrían llegado a asaltar y destruir parcialmente las obras. A partir de aquí, el caso fue llevado ante la Cámara de Castilla. El cabildo de Santa Juliana y el concejo de la villa de Santillana solicitaban en 1483 la autorización de la Corona para abrir dicho camino por los portillo de Obios, con el fin de poderse aprovisionar más libre y cómodamente del pan y del vino que necesitaban traer de Castilla. Para ello, daban merced a Juan Martínez Abad, el cual, junto con otros, había iniciado ya los arreglos[35]. Por su parte, Martínez denunció a los vecinos de Iguña por el asalto y destrucción de las obras –en las que, según decía, había invertido ya 30.000 maravedís para abrir el portillo de Obios-, al tiempo que solicitaba autorización para proseguir las obras y construir una venta en el lugar de Tordías, licencias que al parecer le fueron concedidas. Pero los vecinos de Iguña recurrieron también a la Corona, intentando frenar la apertura de un camino carretero que, según ellos, crearía gran perjuicio a los valles, ya que se perderían los caminos reales antiguos y daría lugar a la despoblación de los pueblos que se encontraban a su vera, a la vez que el nuevo camino atraería nuevos asentamientos que acabarían cayendo bajo la jurisdicción señorial con el consiguiente perjuicio a la Corona[36]. Para acabar con el pleito, Martínez y el valle de Iguña llegaron a un acuerdo según el cual aquél podría arreglar el camino siempre y cuando la circulación por el mismo fuese libre, es decir, sin peaje, y podría también construir la venta en Tordías, siempre que no cerrase ningún terreno, comprometiéndose además ambas partes a que no se construyera ninguna otra venta ni asentamiento[37].

La venta de Tordías se construyó efectivamente, y sus ruinas son aún visibles en el paraje de dicho nombre, que se encuentra precisamente a medio camino entre el alto de Pandiuco –por donde el acta de deslinde de 1910 aseguraba que pasaba la antigua carretera a Reinosa- y El Moral. Todo parece indicar, pues, que la carretera existió desde el siglo XV, y también que hubo de jugar un papel importante en lo que al establecimiento del poblado de Rozas se refiere (tanto las construcciones de Tierra Camino como las que debieron de anteceder al invernal de Paliza se encuentran junto a dicho camino). Su importancia debió, sin embargo, ir decayendo posteriormente, como se puede deducir por las ocupaciones que de ella se realizaron en los siglos siguientes.

Tras este recorrido analítico de adelante hacia atrás, y partiendo de él, intentemos ahora la formulación de una hipótesis sintética de evolución, de atrás hacia adelante,  del área que venimos considerando. En ausencia de documentación medieval y de dataciones absolutas de los restos actuales, debemos suponer que, durante la Edad Media, se trataba de un espacio boscoso en el que aparecían ya algunos claros destinados a pastos, en forma de seles y brañas de aprovechamiento extensivo, acompañados de sus instalaciones pastoriles correspondientes (chozos, corrales y bellares). Se trataría, pues, de espacios de utilización estacional, principalmente en los extremos de las estaciones equinocciales, es decir, a principios de la primavera y finales del otoño. Asociada a ellos y al movimiento trashumante hacia los puertos del monte Saja y Campoo, existiría ya la cañada que recorría el espinazo de Rozas, subía a Tordías y seguía por la divisoria con el valle de Besaya, por El Moral y el portillo de Obios.

Quizás en esos siglos existiesen ya pequeños solares o barrios en algunos puntos del entorno de Arados o de Las Arroturas, pero ningún rastro físico nos permite sostenerlo. Por lo que hace a Arados, dicha hipótesis podría sostenerse mejor. Así, lo que en este caso resulta particularmente elocuente es, además del propio topónimo, la forma regular del conjunto, casi un cuadrado, y su parcelación en longueros de tamaño muy similar, lo que parece sugerir una apropiación colectiva y planificada acompañada de un reparto vecinal mediante suertes, fórmula muchas veces utilizada durante la Edad Media, aunque también posteriormente, en las ampliaciones del terrazgo permanente (y, sobre todo, del de reserva). Abona también la hipótesis la existencia en sus proximidades de una serie de parajes en cuya denominación aparece el término “pumar” (Pumar, Cotera Pumar, Pumaruca), que revela su dedicación frutícola, pero también su antigüedad, ya que la utilización de dicho término, procedente directamente del latín, es propia del castellano antiguo. También es posible que, aún durante los siglos medievales, se repartiesen suertes de siega en algunas partes de las brañas y seles, y que se cerrasen éstas para evitar la entrada de los animales durante los meses destinados al crecimiento de la hierba. Pero en este caso sólo nos podemos mover en el terreno de la suposición, de la generalización de un modelo reconocido en otras partes. De todas formas, la hipótesis se ve lastrada por la circunstancia de la lejanía con respecto a los núcleos de habitación consolidados y a sus terrazgos principales.

Desde finales del siglo XV y a lo largo del XVI, además del incremento de población y de la cabaña ganadera que parece poderse generalizar a toda la región[38], la inclusión de la cañada en el nuevo camino de Reinosa, y su acondicionamiento como carretera, habría contribuido al establecimiento del poblado de Rozas. Al respecto, es cierto, como sabemos, que el acuerdo al que llegaron los vecinos de Iguña y Juan Martínez incluía el compromiso por ambas partes de evitar nuevos asentamientos y cerramientos a lo largo del camino. Ahora bien, el alcance de tal concordia debió de referirse sobre todo al tramo que afectaba a Iguña, en tanto que parte en el pleito, lo que podría significar que, del lado de aguas vertientes hacia Ucieda, el celo en su cumplimiento no habría sido el mismo. En todo caso, la situación demográfica y económica es seguramente suficiente para explicar, no tanto el asentamiento de Rozas como la ampliación de la superficie destinada a prados, acompañada de un proceso de apropiación y cerramiento de los mismos que habría contribuido a transformar significativamente el paisaje. En medio de los prados cercados, los seles y el bosque, el pequeño poblado de Rozas aparecería rodeado de un también reducido terrazgo en el que, junto a mieses fundamentalmente dedicadas a tierras de cultivo de cereal (que probablemente ocuparon los lugares conocidos como Las Arroturas y quizás los que el catastro actual denomina Pozona y Tejera Rozas), aparecerían también praderías, cerradas igual que las mieses e internamente parceladas.

Seguramente a mediados del siglo XVII –y antes en Arados-, y coincidiendo con la consolidación del maíz, se habría iniciado el abandono del cultivo de cereal en tales espacios, e incluso quizás el traslado de los vecinos de Rozas a los barrios bajos de Ucieda. El consiguiente deterioro de las viejas viviendas habría facilitado su reutilización como invernales, en el contexto de un retorno del conjunto del espacio a su originaria función ganadera, si bien ahora de aprovechamiento mixto a diente y siega, y no ya meramente pastoril extensivo. La conversión en prados de siega de parte de los pastos de diente y del pequeño terrazgo cerealístico abandonado, respondía, sin duda, a un incremento de las necesidades ganaderas traducidas en una intensificación del aprovechamiento. No existen datos enteramente fiables en lo que al aumento de la cabaña se refiere. A finales del siglo XVI (1598), un repartimiento para la participación en los gastos de la construcción de una trampa para lobos (el Callejo de Lobos de Novales) que se hacía en función de las cabañas ganaderas, asignaba al conjunto del valle de Cabuérniga (sin los concejos de Bárcena Mayor y Los Tojos) 924 cabezas de ganado vacuno, 844 de ganado ovino y caprino, 188 de porcino y 8 de caballar[39]. Datos que por supuesto pecan por defecto, tanto por ocultamiento como porque no incluían ni el ganado de labor ni las crías. Exceptuándolos también, y refiriéndose al mismo espacio a mediados del siglo XVIII, el Catastro de Ensenada registraba 3.179 cabezas de ganado vacuno, 4.319 de ovino y caprino, 1.539 de porcino y 17 de caballar; el propio concejo de Ucieda se aproximaba ya a las cifras dadas para el siglo XVI: 805 cabezas de vacuno, 653 de ovino-caprino, 321 de porcino y 10 de caballar[40]. Por mucho ocultamiento que existiese, el fuerte incremento ganadero resulta indiscutible.

Habría sido en ese contexto en el que se apropian y cierran nuevos terrenos para prado, se construye algún invernal nuevo (Jaedo) y, quizá, se instala la tejera para subvenir a las acrecidas necesidades de cubrición (aunque este último extremo, como se señalaba, no podrá afirmarse con rotundidad en tanto no se excave el testar y se obtengan dataciones fiables). Las cabañas invernales del área, con todo, resultarían insuficientes para recoger la hierba segada en las praderías, por lo que una parte de ella habría de bajarse en carros a los pajares de los pueblos. La profunda huella de los caminos en la vertiente arcillosa, así como la multiplicación de variantes en los pasos más impracticables, ya en las proximidades del Bayones, da cuenta, en cualquier caso, del continuado trajín al que se vieron sometidos, transitados por los numerosos propietarios de pequeñas parcelas de prado.

Desde mediados del siglo XIX, finalmente, también la actividad de siega se habría ido abandonando, primero lentamente -aunque con mayor rapidez en Arados- y, desde comienzos del XX, más aceleradamente, hasta el punto de que, a lo largo del último cuarto de éste, la siega habría quedado limitada a los prados invernales más bajos y próximos a la pista. Arados y Rozas, así, habrían recuperado plenamente, cerrando enteramente un ciclo, su condición de  espacio forestal y pastoril. No forma parte de los objetivos de este artículo determinar las razones de este temprano abandono de la siega de estos prados, que exigiría una investigación complementaria y a otra escala (la del concejo). En todo caso, la hipótesis más verosímil es la de que la apropiación y pratificación de espacios más próximos y la reconversión en prados de una parte mayor de las mieses (conforme el maíz fue ganado terreno, reduciendo el barbecho e incrementando los rendimientos en el espacio propiamente agrícola), excusó del esfuerzo que suponía el traslado del heno hacia las cuadras de los pueblos. Así al menos se ha podido constatar en otras partes[41].


Algunas conclusiones

Resulta comúnmente aceptada la consideración de que el paisaje es el resultado de la historia del territorio, su manifestación fisionómica. Sin embargo, cuando contemplamos un bosque resulta mucho más difícil reconocer dicha consideración que cuando el objeto observado es una aldea y su terrazgo, donde la historia parece revelarse, ser consustancial a su proceso de construcción y evolución. Visualmente, un bosque cerrado podría considerarse incluso como un “antipaisaje”[42]. Sin embargo, su historia puede ser muy rica y permanece guardada en la documentación e inscrita sobre el terreno, bajo el arbolado. El caso estudiado constituye un buen ejemplo de ello.

Bajo el bosque del monte Río los Vados, en el que en la actualidad apenas se abren algunos pequeños claros, hemos descubierto una larga historia de cambios en los aprovechamientos y en la intensidad de los mismos, desde una organización de espacios pastoriles (seles y brañas), transformadas en algún momento (bajo medieval) en espacios todavía ganaderos pero más intensivos (prados de siega cerrados), hasta la instalación de un asentamiento de población (barrio de Rozas) y un pequeño terrazgo agrícola; un reducido núcleo cuya existencia apenas duró dos siglos, iniciándose después un lento retroceso hacia formas de aprovechamiento más extensivas: transformación en prados de las tierras de labor en momentos en que aún se construían nuevos prados, abandono posterior de la siega y transformación de la mayor parte de ellos en pastos, reducción de la presión ganadera y recuperación del bosque.

Hay también algunos indicios de que pudiera haber existido otro pequeño núcleo de mayor antigüedad (medieval) en las proximidades de la bárcena del río Bayones, ya que no parece probable que tierras dedicadas a frutales que llevan la raíz toponímica “pumar” (claramente medieval) se encontrasen tan alejadas de los barrios de Ucieda (incluso del de Rozas, que además no existiría para esos momentos). No hay, por el momento, más datos, y tampoco nuestra investigación ha profundizado en ello. Como tampoco lo ha hecho sobre el espacio denominado Arados, cuya forma (prácticamente un cuadrado) y parcelación (en la que dominan las pequeñas hazas) parecen sugerir una operación colectiva de roturación y reparto sobre un rellano culminante; un terrazgo secundario, de nuevo demasiado alejado de los actuales barrios de Ucieda, pero no del que pudo existir en la bárcena. Sospechas todas sin confirmar, pero cuyos indicios son suficientes para permitirnos intuir una organización del espacio bien diferente en el conjunto del área.

Volviendo al caso que sí hemos estudiado en profundidad, conviene llamar la atención sobre algunos aspectos que explican, en parte, el dinamismo de ese espacio. Ciertamente sus características morfológicas son favorables para la construcción de un terrazgo: se trata de un interfluvio de culminación redondeada, con escasas pendientes y altitud no excesiva, aunque se eleve progresivamente hacia el sur. Pero lo que importa, sobre todo, es que se trata de un espacio de tránsito: su condición de “salida” de los ganados, es decir, de paso estacional hacia los pastos comunes del valle. Un espacio en el que aún dominan –y lo hicieron más en algunos momentos de su pasado- los pastos también comunes, pero privativos del concejo de Ucieda (formado por los actuales barrios, pero que sin duda incluyó otros) y organizado, por tanto, desde esa universidad y no desde el valle. Espacio, por otra parte, de aprovechamiento equinoccial y temprano (principios de primavera y de otoño) de pastos, que permitía una intensificación del mismo mediante la construcción de prados de siega sin alterar excesivamente el uso común (ya que los prados se derrotaban tras la cosecha). Además, su condición de “salida” le convertía también en espacio de cañada, que recorría la culminación del interfluvio, primero sin límites marcados, pero conforme se fueron cerrando los prados acabó por quedar restringida a un paso entre los muros de cierre. Su transformación en camino carretero confirió al espacio una nueva función y atrajo a su vera alguna población: la que construyó el poblado de Rozas y su pequeño terrazgo.

Quedan, sin duda, muchos cabos sueltos. La historia no está, ni muchos menos, completa. Pero por el momento, la carencia de algunas fuentes que podrían haber sido de mucha ayuda (no hemos localizado los protocolos notariales, por ejemplo[43]) y el limitado alcance de las técnicas de prospección de campo (aunque ésta haya sido exhaustiva), no permiten avanzar más. Quizás en un futuro se pueda recurrir a alguna excavación, o se encuentre documentación adicional. Ello permitiría conocer nuevos pormenores sobre los factores y las formas, y fijar con mayor precisión las cronologías. En todo caso, el trabajo hasta aquí desarrollado demuestra suficientemente la utilidad del método de investigación aplicado, tanto en lo que hace a la elección de la gran escala para detectar procesos de cambio en los paisajes, como en la combinación y comparación de fuentes documentales y restos físicos para facilitar la interpretación respectiva de cada uno de esos testimonios.

 

Notas

[1] Este trabajo se encuentra enmarcado en el proyecto financiado por la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Cantabria titulado Historia de los Paisajes Rurales de Cantabria, que fue desarrollado durante los años 2006-2008 por el grupo de investigación en Geografía Histórica del Paisaje al que pertenecen los autores. En sus últimas revisiones el trabajo ha recibido también aportaciones desde el proyecto  I+D+i Las unidades básicas del paisaje agrario en España: Identificación, delimitación, caracterización y valoración. La España Atlántica y Navarra (referencia: CSO2009-12225-C05-04).

[2] Véase García, 1999, p. 45.

[3] Véase Corbera e Ingelmo, 2011 (en prensa)

[4]  Como en otras muchas regiones de montaña, la denominación histórica de “valle” no se corresponde propiamente con el concepto geográfico; se refiere más bien a un territorio que generalmente coincide con una parte del valle geográfico.

[5] En Cantabria se suele denominar “bárcena” a una llana aluvial relativamente estrecha y de fácil inundación.

[6] Véase Corbera, 2006

[7] Véase Corbera, 2010

[8] En el País Vasco y Cantabria equivalen a majadas, aunque se les suele otorgar formas particulares y presencia de arbolado (características en algunos casos hoy perdidas).

[9] Revisión del Plan de Ordenación del Monte Río los Vados, 1932. Archivo Municipal de Ruente, caja 80.

[10] Ordenanzas del Valle de Cabuérniga de 1570. AHPC, Centro de Estudios Montañeses, leg. 1, doc. 15. Una transcripción  de los epígrafes y un comentario de dichas ordenanzas puede verse en Redonet, 1931-32 (Extra 2).

[11] Revisión… 1932.

[12] Acta de deslinde de los seles en el Monte de Río de los Vados, 1910. Archivo Municipal de Ruente, caja 80.

[13] Revisión… 1932.

[14] Catastro de la Riqueza Rústica, 1957. Gobierno Regional de Cantabria.

[15] Acta de deslinde… 1910.

[16] Véase Pérez, 1992 y Camarero, 2002.

[17] Se denominan “agregos” a aquellos espacios que se apropiaban y roturaban para agregarse a otros ya existentes. A veces, por extensión, puede atribuirse el término a espacios independientes, de nueva colonización.

[18] El vaciado de uno de los dos libros ha sido llevado a cabo por Gerardo Cueto Alonso, miembro de nuestro Grupo de Investigación.

[19] Ordenanzas de Lamiña de 1758 (copia de 1856). Biblioteca Municipal de Santander, Sección Manuscritos, Ms. 432.

[20] Revisión…  1949.

[21] Acta de deslinde… 1910.

[22] Véase Madoz,  1984, p. 284.

[23] Sierra y Corbera, 2011.

[24] Estaríamos, pues, ante un caso –no demasiado infrecuente- de desplazamiento espacial de la toponimia.

[25] Véase Calvente, 2006. Debemos la referencia a la amistad de Raquel González Pellejero, miembro de nuestro Grupo de Investigación.

[26] En esencia, tales argumentos se reducen a dos. El primero se refiere a la no utilización del escudo como unidad monetaria en el texto, que -según afirma- sustituyó al ducado en 1537. No es necesario detenerse mucho en este argumento por cuanto, si bien es cierto que el ducado quedó entonces reducido a la condición de moneda imaginaria de cuenta (con un valor de once reales), no lo es menos que, como tal, siguió utilizándose, además de que, en todo caso, el texto de las ordenanzas sólo se refiere a reales y maravedís (sobre todo estos últimos). El segundo de los argumentos esgrimido se refiere a una mención personal a Sancho de Mier, queriendo reconocer en él a un segundón de la Casa de Terán que intervino en el año 1523 en la concordia con Polaciones. Puede tratarse, es cierto, de dicho Sancho; pero nada impide suponer que la mención pudiera referirse a alguno de sus sucesores que hubiera ostentado dicho nombre.

[27] Véase Casado, 1986.

[28] Véase Cruz, 1994.

[29] Véase Ruiz, 1991, p. 245 y ss.

[30] Acta de deslinde…  1910. f. 140.

[31] Ibid., f. 162.

[32] Ibid., hoja 149 v.

[33] Ibid., hoja 152.

[34] Ibid., hoja 154 v.

[35] Archivo General de Simancas, Cámara de Castilla, Pueblos, leg. 18, f. 88.

[36] Archivo General de Simancas, Cámara de Castilla, Pueblos, leg. 9, f. 236 y 237.

[37] Archivo General de Simancas, Cámara de Castilla, Memoriales, caja. 161-98. Véase también  Ansola y Sierra, 2007, p. 33-34.

[38] Véase Lanza,  1991, p. 95 y ss.

[39] Rodríguez Fernández, 1979, p. 79.

[40] Archivo Histórico Provincial de Cantabria, sección Catastro de Ensenada, Libros Raíz de los concejos de Correpoco (legs. 262, 263), Viaña (legs. 1006, 1007), Renedo (legs. 693, 694), Selores (leg. 875), Terán (legs. 933, 936, 935), Valle (legs. 992), Carmona (legs. 186, 187, 190), Lamiña (leg. 503), Barcenillas (leg. 93), Ruente (legs. 743, 745, 746), Ucieda (legs. 981, 980, 979, 977).

[41] Corbera, 2010.

[42] Gómez, 2004, p. 5.

[43] En el Archivo Histórico Provincial de Cantabria no están las colecciones notariales correspondientes a los valles de Cabezón y Cabuérniga.

 

Bibliografía

ANSOLA, A. y SIERRA, J. Caminos y fábricas de harina en el corredor del Besaya. Santander: Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Cantabria, 2007. 314 p.

CALVENTE, V. Ordenanzas por las que se regían los concejos de Ucieda y Ruente, siglo XVI.  Altamira: Revista del Centro de Estudios Montañeses, 2006, p. 119-166.

CAMARERO. C. Averiguarlo todo de todos: El Catastro de Ensenada. Estudios Geográficos, 2002, nº 248-249, p. 493-531.

CASADO, J. L.  Cantabria en los siglos XVI y XVII. Santander: Tantín, 1986. 315 p.

CORBERA, M. La resistencia de un sistema milenario de trashumancia ganadera de corto recorrido en el Valle de Cabuérniga (Cantabria). Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales, 2006, Universidad de Barcelona, vol. X, nº 218 (01). <http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-218-01.htm>.

CORBERA, M. Geografía histórica del paisaje de un valle montañés. El Valle de Lamasón. Santander: Centro de Investigación del Medio Ambiente, consejería de Medio Ambiente, Gobierno de Cantabria, 2010. 231 p.

CORBERA, M. y INGELMO, R. Aportación a la historia de los terrazgos en la región cantábrica. Sernas en el valle del Saja y Liébana (Cantabria). Historia Agraria, 2011 (en prensa).

CRUZ, E. La destrucción de los montes. Madrid: Universidad Complutense, 1994. 287 p.

FROCHOSO, M. Morfología y dinámica de vertientes en el valle de Lamasón (Cantabria occidental). Ería: Revista Cuatrimestral de Geografía, nº 71, 2006, p. 283-299.

GARCÍA DE CORTÁZAR, J. A. Organización del espacio y organización del poder entre el Cantábrico y el Duero en los siglos VIII a XIII. In GARCÍA DE CORTÁZAR, J. A. (ed.). Del Cantábrico al Duero. Trece estudios sobre organización social del espacio en los siglos VIII a XIII. Santander: Universidad de Cantabrica, 1999.

GÓMEZ, J. La mirada de la geografía. Paisajes en transformación: El caso de los paisajes forestales. <http://www.uam.es/personal_pdi/filoyletras/gomezmen/documentos/JGM_2004_la%20mirada_de_la_geografia.pdf>.

LANZA, R. La población y el crecimiento económico de Cantabria en el Antiguo Régimen. Madrid: Universidad Autónoma y Santander: Universidad de Cantabria, 1991. 499 p.

MADOZ, P. Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar. Edición facsímil de la de 1845-50. Valladolid: Ámbito, 1984. 309 p.

ORTEGA VALCÁRCEL, J. La Cantabria rural: sobre “La Montaña”. Santander: Universidad de Cantabria, 1987.

PÉREZ, J. M. El Catastro del Marqués de la Ensenada en tierras de León: Problemas y soluciones para su adecuado uso historiográfico. MINUS, I, 1992, p. 167-182.

REDONET, L. Un valle montañés en el siglo XVI (Cabuérniga). Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, 1931-32, Extra 2, p. 350-410.

RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, A. La vida en el campo. In CASADO SOTO, J. L.;  et al. Cantabria a través de su historia: La crisis del siglo XVI. Santander: Institución Cultural de Cantabria, 1979, p. 51-95.

RUÍZ, E. Casa y aldea en Cantabria. Santander: Estudio, 1991. 554 p.

SIERRA, J. y CORBERA, M. ‘Pedazos bravos no reducidos a cultura’. Un estudio a gran escala de la colonización agrícola en la Cantabria moderna. Eria. Revista Cuatrimestral de Geografía, 2011, (en prensa).

 

© Copyright Manuel Corbera Millán y José Sierra Álvarez, 2011.
© Copyright Scripta Nova, 2011.

 

Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

CORBERA MILLÁN, Manuel y José SIERRA ÁLVAREZ. Evolución del paisaje de un espacio de monte en la larga duración: Rozas (Valle de Cabuérniga, Cantabria). Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 10 de octubre de 2011, vol. XV, nº 377. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-377.htm>. [ISSN: 1138-9788].

Índice de Scripta Nova