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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XV, núm. 378, 20 de octubre de 2011
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

GEOGRAFÍA, VIAJES Y PERIODISMO EN LA ESPAÑA DEL FRANQUISMO: VALERIANO SALAS Y LA REVISTA GEOGRÁFICA ESPAÑOLA

Jacobo García Álvarez
Dpto. de Humanidades: Historia, Geografía y Arte – Universidad Carlos III de Madrid
jacobo.garcia@uc3m.es

Daniel Marías Martínez
Dpto. de Humanidades: Historia, Geografía y Arte – Universidad Carlos III de Madrid
daniel.marias@uc3m.es

Recibido: 4 de noviembre de 2010. Aceptado: 1 de septiembre de 2011.

Geografía, viajes y periodismo en la España del franquismo: Valeriano Salas y la Revista Geográfica Española (Resumen)

La historia del periodismo de divulgación geográfica en España apenas ha sido estudiada. Este trabajo indaga en la vida y obra de una figura interesante y significativa en este sentido: Valeriano Salas Rodríguez (1898-1962). Miembro de una familia acomodada, Salas dedicó buena parte de su patrimonio personal a viajar por todo el mundo y, en 1938, fundó la Revista Geográfica Española, que dirigiría hasta su muerte. Concebida fuera del mundo académico, como una revista de arte, historia y viajes orientada a un público culto, esta publicación aspiró a convertirse en una suerte de versión española del National Geographic Magazine. En el artículo se abordan, sucesivamente, los hitos más relevantes de la biografía de Salas; su concepción de los viajes y de la geografía; y los propósitos, contenidos y ejes de atención principales de la citada revista y del propio Salas, incluyendo su experiencia como promotor y director del Archivo Fotográfico Hispánico.

Palabras clave: “geografías populares”, periodismo de viajes, Valeriano Salas, Revista Geográfica Española, Archivo Fotográfico Hispánico.

Geography, Travels and Journalism in Franco’s Spain: Valeriano Salas and the Revista Geográfica Española (Abstract)

The history of geographic journalism in Spain has been scarcely studied. This article deals with the life and work of a significant, interesting figure in that field: Valeriano Salas-Rodríguez (1898-1962). A member of a well-to-do family, Salas spent a good part of his personal wealth travelling throughtout the world and, in 1938, founded the Revista Geográfica Española, which he edited until his death. Following the model of the National Geographic Magazine, the Revista Geográfica Española was conceived of as an illustrated, non-academic journal of art, history and travel addressed to an educated Spanish-speaking public. After pointing out some introductory remarks on the relationships between travel journalism and geography and, more generally, on the traditionally neglected history of “popular geographies”, this paper examines, firstly, Salas’s main biographical landmarks; secondly, his conception of travel and geography; and finally, the aims, general features and main thematic axis of the Revista Geográfica Española. The work of Salas as founder and head of the Archivo Fotográfico Hispánico will be also considered in the final section of the article.

Key words: “popular geographies”, travel journalism, Valeriano Salas, Revista Geográfica Española, Archivo Fotográfico Hispánico.


La figura de Valeriano Salas Rodríguez (1898-1962) y su principal aportación editorial, la Revista Geográfica Española (1938-1977), han pasado prácticamente inadvertidas para la historiografía. Ni los estudios de historia de la geografía española ni los relativos a la historia del periodismo de viajes en España mencionan nada de ambos, un olvido que, en nuestra opinión, resulta poco justificado si tenemos en cuenta, de un lado, la meritoria y fecunda labor que dicha persona llevó a cabo en campos tan diversos como los viajes, el coleccionismo, la fotografía, el periodismo, el automovilismo y la divulgación geográfica; y de otro, la continuidad, la difusión y, sobre todo, la singularidad de dicha revista en el panorama editorial español de la época, ayuno de publicaciones de características análogas[1].

Explicar esta omisión puede parecer sencillo desde la perspectiva de la historia del periodismo de viajes, que está prácticamente por hacer[2]; pero no lo es tanto, a nuestro juicio, desde la perspectiva de la historia de la geografía. Es cierto que la Revista Geográfica Española fue, pese a su título, una publicación ajena casi por completo a la geografía académica de la España de la época, ignorada por ésta y alineada, en muchos aspectos, con determinadas políticas y posiciones ideológicas del régimen de Franco, lo que puede explicar en parte dicho olvido historiográfico. Sin embargo, pensamos que éste resulta, en último término, ilustrativo de un déficit más amplio y profundo que sólo recientemente ha empezado a subsanarse: la desatención de la disciplina y de sus tradiciones historiográficas contemporáneas hacia las revistas de divulgación geográfica y, más ampliamente, hacia todas aquellas manifestaciones extra-académicas y “no profesionales” del conocimiento geográfico, manifestaciones que algunos autores han venido a llamar, en los últimos veinte años, con expresiones tales como “geografías populares”, “geografías para el gran público” o simplemente “parageografías”[3]. Una desatención particularmente llamativa si se tiene en cuenta que el alcance social de este tipo de revistas suele rebasar con mucho el de la geografía académica, y que en ciertos casos —el ejemplo del National Geographic Magazine resulta paradigmático— contribuye de forma decisiva a modelar la imagen pública no sólo de la disciplina, sino también de las sociedades y sus territorios, así como la utilización política y, en definitiva, la institucionalización social del conocimiento geográfico[4].

Mediante el análisis de la figura de Valeriano Salas y de la Revista Geográfica Española, una publicación que, siendo privada, contó con importantes apoyos en diversos sectores de la administración franquista, y que en algún momento trató de emular a la célebre revista estadounidense anteriormente mencionada, aunque con medios y resultados muchísimos más limitados, pretendemos no sólo dar a conocer un capítulo olvidado en la historia de los viajeros y del periodismo de viajes en España, sino también contribuir, de manera más amplia, en un doble sentido. En primer lugar, a indagar en la historia del periodismo “geográfico” o de divulgación geográfica en España, y con ello, en la imagen de la geografía fuera del mundo académico, en la medida en que este tipo de revistas constituye uno de los medios más significativos de esas llamadas “geografías populares”. Y, en segundo lugar, a esclarecer el encaje de dicho tipo de periodismo en ciertas estrategias políticas, y, en especial, propagandísticas del régimen de Franco.

Al margen de esta introducción y de las conclusiones nuestro trabajo se estructura en cinco partes principales. En la primera se efectúa una semblanza biográfica de Valeriano Salas, incidiendo particularmente en los hitos más relevantes de su experiencia viajera. En la segunda se resumen los elementos principales de la concepción viajera de Salas, marcada, entre otros rasgos, por una evolución desde el viaje de aventuras al viaje eminentemente patriótico, así como por la importancia concedida a la fotografía. En la tercera se abordan el origen, los objetivos y algunas características generales de la Revista Geográfica Española, incluyendo su concepción de la geografía y sus principales semejanzas y diferencias con otras revistas geográficas de la época. En la cuarta y quinta se presentan, por último, dos aspectos destacables de la obra de Salas y de dicha revista durante la época en que éste fue director: de un lado, la imagen de España transmitida por la revista y su vinculación con ciertas políticas e iniciativas de carácter turístico y patrimonial; de otro, los proyectos y trabajos de Salas dirigidos a recoger y divulgar fotográficamente los testimonios de “la huella de España en el mundo”, entre los que, aparte de los reportajes dedicados a las colonias españolas en África, destacan la serie monográfica publicada con este título dentro de la Revista Geográfica Española y la creación del llamado Archivo Fotográfico Hispánico, otra original y curiosa iniciativa de Salas que ha permanecido prácticamente ignorada hasta la actualidad.


Valeriano Salas. Semblanza biográfica
[5]

Valeriano Salas nació el 23 de enero de 1898 en la localidad de Béjar (Salamanca), donde su familia solía pasar temporadas de descanso. Fue el único hijo de Pedro Salas Fernández, natural de Béjar y vecino del municipio cacereño de Cañaveral, y Cándida Rodríguez Brunet, que falleció siendo niño Valeriano. En 1904 Valeriano y don Pedro marcharon a San Sebastián, donde éste se casó en segundas nupcias con Lidia Prat Brunet, prima de su anterior mujer. Si el padre de Valeriano Salas era terrateniente (poseía extensas tierras de dehesa en Cañaveral) y disfrutaba por tanto de una situación acomodada, su madre y su madrastra provenían de una familia donostiarra, la de los Brunet[6], extraordinariamente rica e influyente, lo que le permitió vivir desahogadamente y cultivar sus muchas aficiones.

 

Figura 1. Valeriano Salas Rodríguez. Retrato publicado en la Revista Geográfica Española.
Fuente: Cabezas (1963).

 

Salas se educó en San Sebastián y Francia (ignoramos tanto dónde como los estudios que cursó) y pasó largas temporadas de su juventud en Italia e Inglaterra, aprendiendo varias lenguas y convirtiéndose en un entendido en pintura y en música[7], así como en un apasionado de los viajes, la fotografía, los toros, el coleccionismo de arte y artesanía y los deportes[8]. Muchas de estas aficiones las compartió con su mujer, María Antonia Tellechea Otamendi, de familia cubana de ascendencia vasca, residente en La Habana y que veraneaba cada año en San Sebastián, donde tuvo la oportunidad de conocerla.

Sin lugar a dudas, una de las facetas a destacar de la personalidad de Salas es la de viajero infatigable. En este sentido, en orden cronológico, hemos de destacar en primer lugar el viaje que realizó entre febrero y marzo de 1930 como participante —el único de nacionalidad española— en una competición automovilística francesa que atravesó buena parte del desierto del Sáhara[9]. Este viaje, que efectuó en un Fiat en compañía de su mujer y de un mecánico contratado personalmente, le serviría de preparación para un viaje más largo y complicado que habría de emprender muy poco tiempo después, concretamente el 25 de octubre de 1930[10]. En este segundo viaje, Salas, acompañado nuevamente por su mujer y dos mecánicos de San Sebastián (Fernando Lacoste y Juan Almandoz), se adentró, partiendo de Argelia, en el África Ecuatorial, con dos camionetas de la casa Ford, intentando emular y superar una de las expediciones más famosas de la época, el denominado “Crucero negro” (Croisière noire) de la casa Citroën, que fue acometido entre octubre de 1924 y junio de 1925[11]. Pese a las evidentes dificultades y a algunos contratiempos, las dos camionetas que habían emprendido el viaje regresaron a San Sebastián el 6 de abril de 1931 con sus cuatro ocupantes sanos y salvos, éxito que fue celebrado a su llegada por una nutrida comitiva encabezada por los dirigentes del Real Automóvil Club de Guipúzcoa y del que se hicieron eco al día siguiente varios periódicos, especialmente los donostiarras, como El Pueblo Vasco y El Día, publicando incluso fotografías de los protagonistas.

También tratando de emular y superar las gestas de la Citroën —en este caso el denominado “Crucero amarillo” (Croisière jaune), que se realizó entre abril de 1931 y febrero de 1932—, Salas decidió emprender un viaje en automóvil desde San Sebastián a la India, de nuevo acompañado de su mujer y de un mecánico llamado Julio Lerma. Estuvieron en Marsella, Milán, Belgrado, Sofía, Constantinopla, Konia, Alepo, Damasco, Bagdad, Teherán, Chiraz, Queta, Kabul, Srinagar (donde Salas se enteró del estallido de la Guerra Civil española, lo que le movió a acelerar su regreso), Lahore, Delhi, Agra y Bombay, para regresar desde allí rumbo a Nápoles, pasando por el Canal de Suez. En total, unos 20.000 km recorridos de España a la India en una camioneta Ford, saliendo el 8 de abril de 1936 y estando de vuelta a mediados del mes de agosto (Figura 2). En esta ocasión, y debido sin duda al trágico momento que se estaba viviendo, la gesta realizada apenas fue comentada en la prensa; no obstante, un relato del viaje fue publicado por el propio Salas en los tres primeros números de la Revista Geográfica Española, fundada en San Sebastián por él mismo en plena contienda (abril de 1938), y a la que nos referiremos con mayor detalle más adelante[12].

 

Figura 2. Itinerario seguido por Salas en su viaje desde España a la India en automóvil.
Fuente: Salas (1938).

 

Durante la Guerra Civil, Salas se alineó decididamente con el llamado bando nacional, estuvo en el frente y, junto con su padre, realizó para el Ejército importantes donaciones en especie procedentes de sus posesiones extremeñas, por lo que fue condecorado con la Cruz del Mérito Militar. En 1940 trasladó su residencia desde San Sebastián a Madrid, donde continuó editando la revista, ahora con la inestimable ayuda de su redactor jefe, Manuel Hernández Sanjuán, con el que planificó y ejecutó nuevos viajes al continente africano, esta vez a las posesiones españolas de Ifni y Sáhara, Marruecos Español y Guinea Española, sobre cuyos resultados ahondaremos en otro apartado.

En relación con una de sus grandes aficiones, la fotografía, e íntimamente conectada con los viajes y con su intenso sentimiento patriótico, Salas propuso a comienzos de 1946 la creación de un Archivo Fotográfico en el seno del Ministerio de Asuntos Exteriores con la finalidad de recoger “las infinitas huellas de nuestro arte y de nuestra historia que existen en el mundo entero, y muy particularmente en América”[13]. Gracias al incondicional apoyo de Enrique Valera, principal responsable de la Dirección General de Relaciones Culturales que acababa de crearse dentro del mencionado ministerio, dicha idea toma cuerpo y se materializa año y medio más tarde, siendo nombrado Salas a comienzos de junio de 1947 Jefe del Archivo Fotográfico Hispánico. Como parte de los preparativos del Archivo, Salas emprende, también junto a su mujer, un viaje a los Estados Unidos en calidad de comisionado y con el beneplácito de la Embajada de los Estados Unidos en Madrid y de las correspondientes autoridades americanas. De Este a Oeste, y, a continuación, de Oeste a Este, atravesando el país pasando por Nueva York, Filadelfia, Washington, San Agustín, Miami, Tampa, Tallamassee, Nueva Orleans, Houston, San Antonio, El Paso, Santa Fe, Tucson, Los Ángeles, San Francisco, Lago Salado, Yellowstone, Sioux City, Chicago, Cleveland, las Cataratas del Niágara y Washington, recorre durante cuatro meses más de 20.000 kilómetros en automóvil, siendo atendido con las máximas atenciones por el Departamento de Estado, la Biblioteca del Congreso, los Parques Nacionales, el Museo de Nuevo Méjico, los Estudios de Hollywood, etc. (Figura 3)[14].

 

Figura 3. Paisaje de Monument Valley, fotografiado por V. Salas.
Fuente: Salas (1946b).

 

Por desgracia, Valera fallece y el ambicioso proyecto de Salas (que pretendía realizar entre 5.000 y 6.000 clichés al año, organizar exposiciones que recorrieran diferentes países, etc.) va perdiendo fuerza, especialmente con el nombramiento de Luis García de Llera como Director General de Relaciones Culturales en junio de 1952. En cualquier caso, el 18 de julio de 1950 Salas, que también colaboraba en aquella época con la Oficina de Información Diplomática (a la sazón dirigida por Luis María de Lojendio, con quien le unía una buena amistad), sería condecorado por el Ministerio de Asuntos Exteriores por su labor al frente de la Revista Geográfica Española y del citado Archivo Fotográfico.

A Salas también se le debe otra creación, pues de él fue la idea de fundar la Asociación Española de Amigos de los Castillos —existente hoy en día—, cuya primera junta directiva estuvo compuesta, además de por el propio Salas, que desempeñó el cargo de Vicepresidente desde 1952 hasta 1960, por Ángel Dotor, asiduo colaborador de la Revista Geográfica Española, el Marqués de Aycinena, buen amigo de Salas, Federico Bordejé, Antonio Prast, Eugenio Serrablo y Germán Valentín-Gamazo. Esto entronca con otro de sus intereses: la defensa y la divulgación del rico patrimonio castellológico existente en nuestro país, que ya se había puesto de manifiesto en varios números monográficos de la Revista Geográfica Española. No en vano, poco antes de fallecer Salas le fue concedida la Medalla de Plata el Día de los Castillos (26 de abril) “como testimonio de gratitud por su excelente labor asimismo en la fundación de la A.E.A.C. y en la divulgación de nuestra arquitectura militar histórica”[15], que hubo de recoger su viuda.

Salas murió en Madrid el 2 de abril de 1962 debido a una rara enfermedad, probablemente contraída en un nuevo viaje a la India, que le atacó con virulencia los intestinos y acabó con él en muy poco tiempo. Sus restos descansan en el cementerio municipal de Béjar, su ciudad natal. Precisamente allí fue donde quiso donar una importante colección de arte con destino a un Museo Municipal, voluntad que se encargó de materializar, con tesón, entusiasmo y dinero, así como con la colaboración de las autoridades municipales de dicha localidad, su viuda, hasta que falleció, también en Madrid, seis años más tarde, concretamente el 1 de abril de 1968[16].


La concepción del viaje en Valeriano Salas: aventura, conocimiento y nacionalismo

En este apartado pretendemos, a partir de los propios testimonios de Salas, caracterizar cuál era su concepción del viaje. No obstante, antes que nada, conviene insistir nuevamente en que Salas viajó mucho a lo largo de toda su vida, y que lo hizo en unos momentos en que no era tan sencillo hacerlo. Algunos de sus viajes contaron con apoyo institucional, pero otros muchos fueron sufragados íntegramente de su propio bolsillo.

Es realmente complicado hacer una relación de todos los lugares que visitó Salas. Por supuesto, era buen conocedor de las tierras peninsulares, pero quizá lo que más destaca, por inusual, es que salió con frecuencia de España, a menudo realizando estancias prolongadas de varios meses de duración. Sin ánimo de ser exhaustivos, y teniendo en cuenta que la mayoría de sus testimonios escritos se refieren precisamente a sus experiencias en el extranjero, nos centraremos en las mismas al objeto de destacar algunos de los aspectos más relevantes y definitorios de su manera de concebir el viaje.

Una primera faceta que sobresale en este sentido es su marcada preferencia por el viaje en solitario, en pareja o en grupos muy reducidos, de tipo cultural, y mediante itinerarios concebidos por uno mismo para ser efectuados, a ser posible, en automóvil, lo que proporciona una libertad de movimientos notable y propicia una determinada manera de apreciar los lugares recorridos. El turismo planificado, antesala del turismo de masas, es evitado a toda costa por Salas, quien no duda en condenarlo como una actividad superflua tanto desde el punto de vista de la experiencia como intelectual. Ya desde el primer número de la Revista Geográfica Española, el propio Salas manifestaba abiertamente su rechazo a las “agencias de turismo” y a las “excursiones colectivas” de la siguiente manera:

Los viajes tienen a mi entender un doble encanto: el de su preparación primero, y el de su consecución después. Si algo reprocho a las agencias de turismo, si odio de todo corazón las excursiones colectivas, es justamente porque lo dan todo hecho y solucionado. Nada hay imprevisto, al viajero se le priva de toda iniciativa propia: el itinerario a seguir, los hoteles, las horas de visita de los museos y los principales monumentos de las ciudades, todo, absolutamente todo, ha sido fijado de antemano con exactitud y claridad insoportables. A diario, y de esta forma, centenares de rebaños humanos pasean por el mundo bajo la vigilante custodia de sus pastores, léase guías, que repiten incansables y con el mismo sonsonete de siempre, la lección aprendida cuidadosamente en el Baedeker.[17]

En el mismo sentido, y aunque sus viajes están, obviamente, condicionados por su medio de transporte preferido, Salas gusta de explorar lugares y rutas poco o nada transitados, lo que otorga a su experiencia un importante componente aventurero y, a menudo, audaz, arriesgado y original. No obstante lo dicho, Salas pone de manifiesto con frecuencia que sus viajes no son fruto de la improvisación, sino que, muy al contrario, implican una concienzuda planificación, si bien sujeta a sorpresas y contratiempos:

Muchos meses de preparación, muchas cartas escritas a países lejanos pidiendo datos, y luego… semanas y semanas de espera; pero qué emoción cuando al cabo del tiempo aparecía un buen día el cartero con un certificado de Persia o Afganistán. ¡Cuántas veces estas cartas con tanta ilusión esperadas, desbarataban en un momento todos mis planes, obligándome a estudiar nuevos itinerarios![18]

En ocasiones Salas recurre al viaje a lugares exóticos y apartados de la civilización occidental como vía de escape de los males propios de los llamados países desarrollados. El viaje a esos sitios, que se convierte en la mejor medicina para afrontar el estrés característico de las sociedades modernas, constituye para Salas una forma de huir y de recuperar cosas perdidas que él estima valiosas, y que aparentemente son sencillas de conseguir. Así, por ejemplo, cuenta que:

Cuando rememoro mis correrías de pasados años por África, la nostalgia se apodera de mi ánimo; me siento prisionero de la civilización, de los prejuicios que ha sabido crear en torno nuestro para complicarnos estúpidamente la vida, y no puedo menos que acordarme de aquello… Aquello es la libertad, las noches estrelladas magníficas, el desierto sin límites, las selvas infinitas, el ‘dolce far niente’ alejado del mundo, de su vivir acelerado, de sus ciudades, de sus periódicos, de su política llena de intrigas y ambiciones… Allí, al saberse desligado de esas pesadas cadenas que nos vemos precisados a arrastrar a lo largo de nuestra existencia, se siente uno alegre y satisfecho…

He comprobado mil veces, y creo haberlo repetido en otros artículos, que sólo en aquellos lugares apartados de la civilización, es donde el ser humano debe buscar esa tranquilidad y esa paz tan necesarias para su espíritu, e imprescindibles para su felicidad.[19]

Por ello Salas aprecia sobremanera aquellas zonas y pueblos que no han sido invadidos ni transformados por el progreso, las sociedades que todavía se mantienen “vírgenes”, fieles a su esencia. En este sentido, por ejemplo, al observar la forma de vida de una tribu nómada del Sáhara, no puede evitar pronunciarse al respecto, emitiendo el siguiente juicio:

Desde hace siglos, la vida discurre inmutable para estas gentes, sin que el correr del tiempo haya introducido en ella cambio especial alguno. Libres, sin necesidades que compliquen absurdamente su existencia y sin que nadie ose jamás pedirles cuenta de sus actos, vagabundean por el Sahara a su antojo. Sus rebaños de camellos, ovejas y cabras, les suministran ampliamente el sustento necesario, mientras sus oraciones diarias y fervorosas, en ese grandioso templo que tiene por marco la llanura sin límites, proporciona a sus almas la paz espiritual indispensable. Es difícil no sentir junto a ellos la atracción de esta vida y creemos firmemente que en nuestra ‘civilizada’ Europa, no existe felicidad comparable a la que disfrutan.[20]

Del mismo modo, juzga positivamente lo que encuentra al llegar a un sitio como Afganistán:

[…] quizá el único país del mundo en el que estalló una revolución sólo ‘porque no quería modernizarse’. […] Con la clara intuición que caracteriza a esta raza, tal vez primitiva, pero de inteligencia privilegiada, supieron comprender a tiempo que los adelantos que les brindaban: ferrocarriles, fábricas, modernas explotaciones de minas, etc., si bien podían traerles riqueza, iban seguramente a hacerles perder para siempre la independencia y el placer de vivir como ellos lo entienden: sin comodidades que no necesitan pues no las conocen, pero también sin grandes preocupaciones, pues tienen la dicha de habitar en uno de los países más fértiles y ricos del mundo.

Del Afganistán de hace trescientos años al de ahora, poca diferencia existe. […] El atraso es evidente pero en cambio ¡qué encanto y sorpresa produce en el ánimo del viajero la vida patriarcal que a diario le es dado contemplar! ¡Son tantas las enseñanzas que de ella se pueden sacar!.[21]

En sus viajes a países lejanos Salas valora sobre todo lo que considera que es original y propio de un lugar, lo que le confiere autenticidad, y se queja amargamente cuando no lo encuentra, cuando aquello es sustituido o transformado por algo que considera falso o demasiado forzado. Sus reflexiones sobre las ciudades y paisajes africanos y orientales, por ejemplo, traslucen con frecuencia una condena de aquellos cambios que, en nombre del concepto occidental de modernización, pervierten o diluyen lo que constituye, en su opinión, la “esencia” del lugar:

Teherán […] ha perdido casi todo su ‘cachet’ oriental, y sólo las tres magníficas puertas que de la ciudad quedan en pie nos recuerdan su pasado esplendor. No podemos menos de pensar con cierta melancolía en esas callecitas tortuosas y estrechas, pero seguramente tan típicas y llenas de poesía, que han sido derribadas para dar paso a estas anchas, pero prosaicas y absurdas avenidas rectilíneas, bordeadas de edificios de ínfima categoría, que ‘quisieran’ imitar a los de las grandes capitales y no pasan de ser en realidad más que una mala caricatura de ellos.[22]

Si he de ser franco, tengo que confesar que el Desierto Sirio nos decepcionó un poco; es lo ‘menos desierto’ que darse puede. No iré hasta asegurar que se vea concurrido a todas horas como una calle céntrica de cualquier gran población, pero sí hay en él tráfico suficiente como para romper el encanto mismo de su soledad. Entre Damasco y Bagdad cruzamos innumerables caravanas de camellos y por lo menos media docena de camiones. Para mí no existe impresión más desagradable que la de ver aparecer inesperadamente entre nubes de polvo, en el horizonte de una llanura infinita, a uno de esos pesados armatostes, que viene a recordarnos de golpe y porrazo que ni aun en pleno desierto nos podemos llegar a emancipar de la tutela que sobre nosotros ejerce la civilización.[23]

Aparte de lo comentado, que refleja una mentalidad romántica y en cierto modo conservadora, la narrativa viajera de Salas nos muestra también a una persona provista de una formación y una curiosidad intelectuales amplias. Aunque sus escritos de viajes centran su atención, esencialmente, en los elementos culturales de carácter histórico-artístico, también valoran los folklóricos, etnográficos y antropológicos, así como los de carácter natural y, más ampliamente, paisajístico. Algunas de sus impresiones revelan, de hecho, una notable sensibilidad por ciertos tipos de paisajes, como los desérticos y de sabana:

Durante horas y horas —escribe, por ejemplo, al recordar su travesía por Siria— rodamos por el desierto; el recorrido era monótono y bello a la vez. Tenía esa monotonía desesperante de las grandes soledades, pero también la grandiosidad de lo inmenso. Es algo que nunca he podido explicarme: el paisaje del desierto no cansa. En mis travesías del Sáhara, por el desolado Tanezruft, la contemplación de esas llanuras infinitas no llegó a aburrirme jamás, ejerciendo sobre mí ese mismo atractivo que el mar ejerce sobre el marino”[24].

No he querido —señala a propósito de uno de sus viajes africanos— despedirme del Níger sin admirarlo por última vez. En una noche de luna magnífica, lo he contemplado encaramado en la parte más alta del mausoleo de los Reyes de Gao. Los fuegos del pueblo iban desapareciendo uno a uno, mientras se apagaban también los últimos ecos de las canciones y de los tambores. Gao dormía, y en el silencio de la noche, apenas turbado de vez en cuando por el siniestro aullido de las hienas, el panorama era de una grandeza imborrable; a mis pies, cual una descomunal serpiente de plata, se extendía magnífico e impasible como siempre el Níger, ese Níger que durante siglos fue mudo testigo de las alegrías y de las tristezas de un pueblo que no quiere morir.[25]

Un último aspecto que nos gustaría resaltar en estas consideraciones generales sobre la concepción viajera de Salas, y sobre el que volveremos más adelante, es la importancia concedida a la fotografía. Las fotografías hechas por Salas, en blanco y negro, además de numerosísimas, son de muy bella factura y de una gran calidad artística, e incluyen un variado abanico de temas, que van desde retratos y estampas de la vida cotidiana, a paisajes, monumentos y piezas de arte. No son anecdóticas, sino una parte esencial de su actitud viajera y de su manera de dar cuenta de sus experiencias. Tanto es así, que las fotografías hechas por Salas en sus viajes sirvieron para ilustrar no sólo numerosos artículos publicados en la Revista Geográfica Española, sino también exposiciones, conferencias o libros propios y ajenos:

No concibo —escribió en su último artículo publicado— un viaje interesante sin obtener fotografías de aquello que valga la pena de ser recordado: tipos, paisajes, monumentos, etc. El tiempo todo lo borra poco a poco, y sólo una cinta cinematográfica o una buena fotografía pueden refrescar esa memoria que tantas veces nos falla, sobre todo cuando empezamos a sumar años.[26]

Esa importancia atribuida por Salas a la fotografía fue una de las señas de identidad de la Revista Geográfica Española desde su creación, y, unida a su hondo sentimiento patriótico, explica también sus intentos por construir una Archivo Fotográfico estatal que recogiera sistemáticamente y permitiera divulgar fácilmente los testimonios de “la huella de España en el mundo”. Como veremos en otro lugar de este trabajo, a esta finalidad consagró buena parte de su actividad editorial y viajera, en especial entre los años 1946 y 1954, al punto de que, en determinada ocasión, llegó a referirse a sus viajes como auténticas “excursiones automovilísticas” “a la caza de fotografías y de Huellas de España[27].


La Revista Geográfica Española. Origen, objetivos y características generales

La escasa, por no decir nula, atención que ha merecido la Revista Geográfica Española en los trabajos dedicados a la historia de la geografía y del periodismo de viajes en España exige precisar, en primer lugar, algunos datos básicos sobre su origen, sus objetivos y sus características editoriales principales.

Como ya se apuntó anteriormente, la Revista Geográfica Española (en adelante RGE) nace en San Sebastián, en abril de 1938 (Figura 4), fundada por Valeriano Salas, cuyo protagonismo en el desarrollo de la revista marcaría decisivamente, como veremos, las primeras dos décadas de vida de la misma y buena parte de las líneas directrices que la orientaron en los dos decenios siguientes, hasta su desaparición. Salas dirigió la revista hasta el número 39, publicado el mismo año de su muerte, tras la cual la dirección pasaría a Aurelia Alonso Guijarro, una estrecha colaboradora de Salas que permanecería al frente de la revista hasta su número 63 y último, publicado en 1977. La revista no tuvo una periodicidad fija; hasta 1960 fue principalmente semestral, aunque algunos años se editó cuatrimestralmente, mientras que desde 1961 se publicó, salvo excepción, un solo número por año. La sede de su redacción también experimentó varios cambios a lo largo de la historia de la revista. Situada originalmente en San Sebastián, permaneció en esta ciudad durante los ocho primeros números, pasando, desde 1941, a Madrid, donde ocuparía diferentes direcciones hasta su desaparición.

 

Figura 4. Cubierta del primer número de la RGE (“Ruinas de Ctesifonte”, foto de V. Salas).

 

Respecto a las cifras de circulación de la revista (que en 1939, en un anuncio promocional incluido en su nº 5, se presentaba, probablemente de forma exagerada, como “la publicación de Arte, Geografía e Historia más extendida en los países de habla hispana”), disponemos de datos escasos, aunque significativos: en 1961, cuando la revista se registra en el Depósito Legal, se declara una tirada de 2.000 ejemplares por número, si bien nos consta, por otros documentos consultados en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, que esa cifra podía oscilar según diversas circunstancias y que determinados números de los llamados “extraordinarios” alcanzaron una tirada superior[28]. La revista, que durante la época en que Salas fue director recibió importantes subvenciones directas de diversos organismos públicos, se vendía en buena parte a suscriptores privados y disponía de puntos de venta no sólo en España, sino también en el extranjero. A esas fuentes de financiación cabría añadir las derivadas del capital personal de Salas (quien, según consta en su correspondencia, invirtió en ella cantidades importantes de su propio patrimonio)[29] y de la publicidad institucional y privada incluida en la revista, particularmente significativa en su primer decenio de vida[30]. Pese a todo, en un contexto, como el de la España de la postguerra, marcado por todo tipo de penurias y carestías, las dificultades económicas y materiales que hubo de superar Salas para sacar adelante una publicación con la presencia de colaboradores de prestigio y la abundancia y calidad gráficas de la RGE fueron notables, especialmente en sus primeros números, como el propio director puso de manifiesto en más de una ocasión[31].

Pero, ¿cuáles eran los objetivos y los temas vertebradores de la RGE? ¿Qué concepción tenía y transmitía de la geografía? ¿Cuáles eran sus referencias centrales y quiénes sus principales colaboradores? De entrada, la mayor parte de los objetivos y temas centrales de la revista aparecen ya enunciados, sucintamente, en el escueto editorial que encabeza el primer número de la revista, patrocinado por el Servicio Nacional de Propaganda[32] y acompañado de una foto de “El Caudillo”, vestido con atuendo militar y apuntando con un dedo sobre un mapa. En dicho editorial, titulado “Nuestro propósito” e impregnado de la retórica joseantoniana, se pone de manifiesto la conexión de la revista con los principios ideológicos de los sublevados y se explicitan varias ideas claves en dicha conexión: la vinculación entre paisaje e identidad nacional, la exaltación del paisaje como vehículo de patriotismo, la voluntad de conceder una atención prioritaria a las huellas de la proyección de España en el mundo y la importancia otorgada a las imágenes y representaciones gráficas para la comunicación eficaz e inmediata de tales ideas.

El Servicio Nacional de Propaganda patrocina la publicación del primer número de la ‘Revista Geográfica Española’ para poner de nuevo al pueblo español en comunicación, frecuente y fervorosa, con la presencia esencial de su paisaje. La montaña, la llanura, el desierto y el río, toda la belleza y austeridad de nuestro suelo, han de tener, del mismo modo, aparición en nuestras páginas y entrañado conocimiento en nuestra palabra. (…) La presencia de la llanura castellana, por sí sola, es Historia. Intentaremos ver a España en la presencia de su suelo y en la sucesión ejemplar de su creación y su hermosura (…) Detrás de cada uno de los accidentes naturales de nuestra España, en la pobreza de la estepa, y en el fervor de la meseta, está la eterna e inconmovible metafísica española. Daremos también a conocer los países y las tierras lejanas, y daremos nuestra preferencia a los que, más allá del mar, nacieron en una misma unidad de destino a la Religión y la Cultura. Revista gráfica por su propia necesidad, suplirá con el documento vivo la descripción vacía.[33]

En efecto, tales propósitos se plasmarían de manera clara e inmediata en diferentes facetas de la revista, y muy especialmente en los llamados números extraordinarios, concebidos con carácter monográfico (por contraste con los llamados “números corrientes” o misceláneos), entre los cuales fueron especialmente importantes los dedicados a “la huella de España en el mundo” (serie de veinte números), los monográficos de carácter turístico consagrados a países y territorios concretos (doce números) y la serie dedicada a los castillos españoles (otros doce números), a los que nos referiremos con más detalle en los siguientes apartados. Las funciones propagandísticas de la revista quedarían también de manifiesto, desde un principio, en el patrocinio recibido por diversas instituciones del Estado franquista, empezando por el ya citado Servicio Nacional de Propaganda y siguiendo, entre otras, por la Dirección de Relaciones Culturales, la Dirección General de Marruecos y Colonias, el Ministerio de Educación Nacional, la Dirección General de Regiones Devastadas o la Dirección General del Turismo, sobre cuyo papel volveremos más adelante.

Pero, además de con objetivos propagandísticos, la RGE nace con el propósito de convertirse en un referente dentro de las revistas de divulgación geográfica en el mundo hispánico. En este sentido, su modelo de inspiración fue nada más y nada menos que el National Geographic Magazine (en adelante NGM), publicación fundada en 1888 y convertida desde el primer tercio del siglo XX en la principal revista en el género de la divulgación científica de carácter geográfico a nivel mundial, sin parangón alguno en términos de difusión[34]. Con cifras de circulación y medios editoriales muchísimo más precarios y modestos, la RGE trató de convertirse en cierto modo en una versión española de la célebre revista estadounidense, con la que, según informaciones publicadas en la propia RGE, Valeriano Salas habría colaborado antes incluso de la fundación de la RGE[35]. Esta voluntad de emulación, que se aprecia de manera implícita desde los primeros números de la RGE, tanto en determinados contenidos como, sobre todo, en la importancia concedida a la fotografía, se formulará de manera expresa en el artículo que Federico de Madrid (pseudónimo de Federico Sardá), frecuente colaborador de la RGE en su primer decenio de vida, dedicó precisamente al NGM en 1946.

En dicho artículo, Madrid, quien definía su contribución como un “capítulo de Geografía Periodística”, analizaba y celebraba el espectacular éxito editorial del NGM, que, como rezaba el título del artículo, debía servir para “emulación y ejemplo” de la RGE. Pa ra Madrid las claves de dicho éxito estribaban en la capacidad de la revista norteamericana para satisfacer y excitar la curiosidad geográfica y viajera y la necesidad de evasión entre lectores de muy diverso tipo, mediante un estilo asequible y un formato atractivo para el gran público:

Todos —apuntaba Madrid— necesitamos huir mentalmente de nuestro ambiente habitual y trasladarnos a otros ambientes lejanos y distintos, cuanto más lejanos y distintos al nuestro, mejor. Es caridad inteligente y eficaz, pues, la de aquella Sociedad americana [la National Geographic Society] de satisfacer las ansias de cambio mental que todos experimentamos, proporcionándonos al propio tiempo plácido recreo y cultura de fácil y agradable digestión.[36]

Sobre la base de estas premisas, el autor encarecía a los lectores y a la propia dirección de la RGE a que estudiaran:

el ejemplo aquí expuesto: que ministros, catedráticos, profesores, particulares, bibliotecarios, hombres de ciencia y lectores en general comprendan, cada uno desde su propio puesto, lo que nuestra RGE pudiera y debiera ser, si todos procuramos ayudar un poco (…) El imperio lingüístico hispano cuenta con más de ochenta millones de súbditos dispersos por las cinco partes del mundo; si incluimos los de idiomas afines, la cantidad es doble. Dentro de diez, quince, veinte años a lo sumo, de cada cien individuos de habla española, uno de ellos por lo menos debiera ser lector de esta Revista.[37]

Al lado de los objetivos ideológicos y propagandísticos ya comentados la RGE se planteó, en efecto, como una revista de viajes (o, como durante muchos años indicó su subtítulo, como una revista de “Arte, Historia y Viajes”) orientada a un público culto, aunque no prioritariamente académico. Tanto en su nómina de colaboradores como en los temas, estilo y contenido, la revista operó casi por completo al margen de la geografía científica y universitaria española, desarrollada paralelamente, en el primer decenio posterior a la Guerra Civil, en torno al Instituto Juan Sebastián Elcano del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creado en 1940[38]. Alejado de cualquier tipo de debate científico o de deseo de rigor disciplinar, salvo en alguna colaboración excepcional, el uso del término geografía en la RGE se asimiló de manera más o menos implícita, como era y ha sido frecuente en otras publicaciones análogas, bien al conocimiento de países, regiones y lugares mediante la práctica viajera (de hecho, desde el nº 47, publicado en 1969, el subtítulo original se cambió por el de “Geografía – Historia – Arte”, reemplazando el término geografía al de viajes); bien al de panorama general con el que introducir los monográficos dedicados a determinados países y regiones.

La revista se nutrió de colaboradores muy heterogéneos académica y profesionalmente, entre los cuales figuraban periodistas, escritores, profesores universitarios y de enseñanza media, miembros de reales academias (sobre todo de las de Historia y Bellas Artes), militares, arquitectos, cronistas locales, directores de museos, cargos políticos y de la administración, diplomáticos, etc. La participación de geógrafos universitarios, y en general de profesores de geografía, tanto españoles como extranjeros, fue prácticamente testimonial a lo largo de toda la vida de la RGE[39], como lo fueron también, aunque existen, los artículos que reflexionan sobre el paisaje o sobre las relaciones hombre-medio en los términos científicos y académicos propios de la geografía moderna. En el panorama de las escasas revistas españolas existentes en la postguerra con el adjetivo geográfico, la RGE ocupó un espacio propio, radicalmente distinto del de Estudios Geográficos (la revista del Instituto Elcano y, como tal, órgano de expresión principal de la naciente escuela española de geografía) y diferente también del de la decana de las revistas geográficas españolas, el Boletín de la Real Sociedad Geográfica (de perfil más erudito y heterogéneo profesionalmente, aunque también bastante distanciado, en aquel momento, de la geografía universitaria española). Junto a publicaciones extranjeras como el citado NGM o su equivalente inglés (Geographical Magazine, la revista oficial, desde 1935, de la prestigiosa Royal Geographical Society), sus precedentes dentro de España deben buscarse más en algunas revistas vinculadas a los viajes anteriores a la Guerra Civil (como, por ejemplo, el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, publicado, salvo en el paréntesis de la Guerra Civil, entre 1893 y 1954, y la revista ilustrada Alrededor del Mundo, publicada entre 1899 y 1930), aunque, entre otros elementos que pudieran señalarse, la RGE difiere sustancialmente de estas últimas en la importancia central dedicada a la fotografía, directamente conectada con una de las principales pasiones del que fuera fundador y director de la revista durante muchos años.

 

 

Figura 5. Cubiertas de los números 3 (“Budas de Bamiyán”, foto de V. Salas) y 9 (“En el Gran Cañón”, foto de H. G. Franse) de la RGE.

 

Viajero impenitente y notable fotógrafo, Salas aportó un porcentaje considerable de las miles de imágenes fotográficas publicadas en la revista, extraídas de sus propios viajes, e impulsó desde ella la realización de varias expediciones y exposiciones de carácter fotográfico fuera de la península, así como la filmación de documentales geográficos de carácter divulgativo, cuya realización se encargó a dos colaboradores habituales de la revista, Manuel Hernández Sanjuán (redactor jefe de la RGE durante buena parte de la etapa en que Salas fue director) y Segismundo Pérez de Pedro. Si la obra de estos últimos, creadores de la célebre productora Hermic Films, ha sido considerado pionera en la historia del cine documental español por algunos autores[40], la abundancia y la calidad de las fotografías publicadas en la RGE, de que por ejemplo dan buena muestra muchas de las portadas de la revista (Figura 5), otorgan a la misma, a nuestro juicio, un valor singular y no menos pionero en los inicios del fotoperiodismo de viajes en España, más meritorio aún si tenemos en cuenta las enormes dificultades materiales y económicas de la época en que la publicación inició su andadura[41]. Los esfuerzos de Salas por crear un Archivo Fotográfico Hispánico resultan, como se verá, indisociables de su labor al frente de la RGE.


La imagen de España en la Revista Geográfica Española: paisajes, monumentos e identidad nacional

Un análisis sistemático y detenido de los contenidos de la RGE requeriría una extensión mucho más amplia que la que podemos dedicar en este trabajo. No obstante, al lado de las consideraciones apuntadas sobre los objetivos y características generales de la revista, sí deseamos cuando menos plantear algunas averiguaciones y observaciones en relación con los tres ejes temáticos antes señalados, que centraron la mayoría de los números extraordinarios de la misma: los monográficos de carácter turístico sobre países y territorios concretos, y en especial los dedicados a España; la serie dedicada a los castillos españoles; y la consagrada a la “huella de España en el mundo”. Estas tres series concitaron, conjuntamente, 44 de los 63 números de la RGE, y resultan harto representativas no sólo de algunas de las claves de la visión de España transmitida a través de la revista, sino también de las estrechas conexiones entre Salas y algunos de sus colaboradores con ciertas políticas e iniciativas institucionales del régimen de Franco.

La primera de las conexiones que deseamos traer a colación aquí se refiere a los monográficos de carácter turístico. En efecto, en la elogiosa necrológica que la propia RGE le dedicó a Salas, redactada por Juan Antonio Cabezas, fue considerado como “uno de los precursores o pioneros del turismo nacional e internacional”[42], calificación seguramente exagerada, aunque ilustrativa de algunas de sus principales inquietudes y pasiones. Ya en el número 8 de la revista, publicado en 1940, el que fuera Director General del Turismo del régimen entre 1939 y 1951 (y anteriormente Jefe del Servicio Nacional del Turismo, creado en febrero de 1938), el periodista Luis Bolín Bidwell, felicitaba efusivamente a la misma por “la magnífica labor que (…) realiza para el mejor conocimiento de las maravillas de nuestra patria”. Hasta fines de la década de 1940, el organismo dirigido por Bolín, dependiente del Ministerio de Gobernación y adscrito, significativamente, a la Subsecretaría de Prensa y Propaganda, apoyaría de hecho, económicamente, la edición de varios números de la revista y publicitaría a través de ella, de manera habitual, algunos de sus principales productos, instalaciones y publicaciones (empezando por las llamadas “Rutas de guerra”, que funcionaron entre 1938 y 1939, y siguiendo por la red de paradores y albergues, así como por la Apología turística de España)[43]. El 18 de julio de 1965, en fin, la RGE recibiría la Placa de Bronce al Mérito Turístico por parte del Ministerio de Información y Turismo, dirigido en aquel entonces por Manuel Fraga.

Como revista de viajes, la relación de la RGE con el turismo fue, en efecto, relevante en los primeros decenios de vida de la publicación. Aparte de los numerosos reportajes de viajes o sobre lugares que componían habitualmente los llamados números ordinarios o misceláneos, hasta 1963 la RGE editó, como ya apuntamos, doce números extraordinarios, de carácter monográfico, dedicados en buena parte a presentar las rutas, recursos y atractivos geoturísticos principales de territorios concretos, tanto españoles como extranjeros (provincias, regiones, países, o incluso ámbitos culturales supranacionales)[44]. Y muchos de esos números monográficos, que Salas coordinaba y encargaba directamente a diversos autores, se pueden leer de hecho como una suerte de compendios o de guías turísticas culturales; contaron con el patrocinio de las instituciones turísticas locales o nacionales interesadas; y tuvieron una intención en buena parte promocional y propagandística, de que da buen ejemplo el número 17, sobre “El turismo en España”, publicado en 1945 con el patrocinio conjunto de la Dirección General del Turismo, la Dirección de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores y la Dirección General de Regiones Devastadas, y en el que participaron, además de autores españoles, varios autores británicos familiarizados con nuestro país. Más que como un análisis propiamente dicho de la actividad turística, los catorce artículos incluidos en el número se concibieron eminentemente como una síntesis de los recursos y potenciales turísticos del país[45], dirigida tanto a una audiencia interior como foránea. En el número quedó también de manifiesto el valor propagandístico que el régimen atribuía al turismo, como medio con que idealizar la imagen del país (así como la del propio régimen) de cara al exterior y desmontar determinados prejuicios y “leyendas negras” frecuentados en el extranjero desde épocas anteriores[46].

Aunque la visión del turismo y, más ampliamente, de España y de los territorios españoles transmitida a través de la RGE exigiría un análisis mucho más detallado que el que cabe hacer aquí, no queremos dejar de destacar algunas cuestiones que nos parecen relevantes en este sentido.

En primer lugar, los artículos publicados en la RGE reproducen y participan por lo general de la concepción del viaje y del turismo característica de Salas, marcada, como hemos señalado, por la preferencia por el viaje de tipo individual y cultural, realizado mediante itinerarios concebidos para ser recorridos en automóvil. En el marco de esa concepción, los artículos viajeros de la RGE dedicados a España centran su atención, como veremos, en los recursos culturales de carácter histórico-artístico, aunque también valoran los elementos folklóricos y etnográficos y, en algunos casos, ciertos espacios naturales asociados a la estética romántica, como cordilleras y volcanes. Los números monográficos sobre algunas provincias españolas, como los dedicados a Gran Canaria, Málaga y Cádiz, incorporan, asimismo, significativamente, una cierta consideración del paisaje (en especial de los paisajes naturales, aunque también de los paisajes rurales y urbanos) no sólo como recurso y reclamo turístico, sino también como elemento patrimonial digno de atención, que sirve a veces de hilo conductor a las descripciones de lugares y que ocupa, en general, un lugar importante en la iconografía fotográfica de la revista. Otras contribuciones, como algunos de los artículos incluidos en el monográfico sobre el turismo en España[47], establecen, incluso, variopintas relaciones, de rancio sabor determinista, entre el clima, el paisaje y el carácter de los habitantes de las distintas regiones españolas.

Otra cuestión que nos parece destacable en relación con las dimensiones turísticas de la RGE estriba en la predilección que sus sucesivos directores y sus principales colaboradores mostraron por ciertos elementos del patrimonio histórico, artístico y monumental español conectados con una visión de la identidad nacional afín, en buena medida, al ideario del régimen: castillos, monasterios, iglesias y catedrales, rutas de peregrinación, e incluso, en un primer momento, ciertas rutas representativas de las victorias y acciones militares del “bando nacional”[48] recibieron una atención preferente en los itinerarios abordados en los números ordinarios de la revista, y varios fueron objeto también de monográficos específicos, como los dedicados a las catedrales (números 42, 43 y 55), a los monasterios (nº 44), al camino de Santiago (nº 51) o, sobre todo, la serie titulada “Castillos de España”. Como ya se apuntó, a esta última se dedicaron nada menos que trece números extraordinarios entre 1949 y 1975[49], organizados geográficamente por provincias y regiones históricas. Los seis primeros fueron, de forma significativa, redactados por el académico de Bellas Artes Ángel Dotor e ilustrados con fotografías del propio Salas. Ambos autores participarían decisivamente, como ya apuntamos, en la creación y el desarrollo inicial de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, fundada en Madrid en 1952[50].

El inicio de la publicación de la serie monográfica sobre los castillos por parte de la RGE respondió probablemente a la llamada efectuada por el Decreto de 22 de abril de 1949, promulgado por el Ministerio de Educación Nacional, que ponía bajo protección del Estado “todos los castillos de España, cualquiera que sea su estado de ruina” y encomendaba a la Dirección Gene ral de Bellas Artes, a la sazón comandada por el Marqués de Lozoya, a que procediera, “por medio de sus organismos técnicos […] a redactar un inventario documental y gráfico, lo más detallado posible, de los castillos existentes en España”[51]. Al mismo tempo, dicho interés encajaba perfectamente en la idea de España promovida por el nacional-catolicismo, impregnada por los valores castrenses y religiosos y por las interpretaciones historiográficas castellano-céntricas.

Verdaderos palimpsestos de piedra, crónica viviente del pasado y cantera inagotable de poetas” —escribía el académico José Sanz y Díaz en el citado monográfico sobre el turismo en España—, “[los castillos] son el resumen de nuestra Historia, de nuestro vigor racial, de nuestro espíritu ecuménico y hasta de nuestra literatura.[52]

Entrañan tales monumentos —abundaba en parecida línea Dotor, al presentar el primer número de la citada serie— sentido tan representativo de Arte e Historia, reflejan de manera tan marcada aspectos verdaderamente consustanciales al alma de la raza en su devenir secular, que nadie habrá insensible al poder emotivo y de evocación que su solo nombre susurra (…). Tales monumentos constituyen, con las catedrales, los monasterios y los palacios, un exponente insuperable de la vida hispana de los siglos X a XVI, y su origen y vicisitudes, su esplendor y su decadencia (…) definen las determinantes psicológicas del pueblo cuya región central, genitora de la nacionalidad, de ellos tomó nombre.[53]

Más aún, para Dotor, la publicación de la serie sobre los castillos españoles se justificaba “por el considerable papel que desempeñan en el pasado” y “por lo que representan hoy como motivo estético enmarcado en el paisaje y el costumbrismo nacional”[54]. Inventariarlos y describir su estado constituía, además, una tarea imperiosa para tratar de conservar, según defendía dicho autor, “cuantos yerguen aún su silueta airosa, tras larguísimo período de abandono, que fatal ha sido para considerable número de ellos”[55]. El preámbulo del citado Decreto de 22 de abril de 1949 incidía, de hecho, en argumentos muy parecidos:

Una de las notas que dan mayor belleza y poesía a los paisajes de España es la existencia de ruinas de castillos en muchos de sus puntos culminantes, todas las cuales, aparte de su extraordinario valor pintoresco, son evocación de la historia de nuestra Patria en sus épocas más gloriosas; y su prestigio se enriquece con las leyendas que en su torno ha tejido la fantasía popular. Cualquiera pues, que sea su estado de ruina, deben ser objeto de la solicitud de nuestro Estado, tan celoso en la defensa de los valores espirituales de nuestra raza. Desgraciadamente, estos venerables vestigios del pasado están sujetos a un proceso de descomposición. Desmantelados y sin uso casi todos ellos han venido a convertirse en canteras cuya utilización constante apresura los derrumbamientos habiendo desaparecido totalmente algunos de los más bellos. Imposible es, salvo en casos excepcionales, no solamente su reconstrucción, sino aun las obras de mero sostenimiento; pero es preciso, cuando menos, evitar los abusos que aceleren su ruina.[56]

Como rezaba un breve anuncio publicado en la RGE tres años después, la fundación de la mencionada Asociación Española de Amigos de los Castillos, gestada al parecer en una reunión auspiciada por Salas en la sede de la redacción de la revista y al amparo del mencionado decreto, respondería precisamente a los objetivos de “vigilar y estudiar la existencia, estado y si fuera posible, restauración de estos nobles edificios”[57]. Porque, según se indicaba en el anuncio,

Por el lugar muy destacado que dichos monumentos ocupan en el orden de los atractivos turísticos de nuestra Nación, resulta de urgente necesidad acudir en defensa de tan valioso patrimonio de los españoles, evitando que desaparezcan, como ocurrirá de no ponerle pronto remedio.[58]

Entreveradas indisolublemente con las consideraciones de tipo científico o ideológico apuntadas, la serie sobre los castillos españoles impulsada por la RGE reflejó y proyectó también, de forma más o menos explícita, una preocupación sincera por la situación de abandono de muchos de ellos y una defensa de la conservación y recuperación de los mismos que otorgan a la revista un lugar propio en la historia de la castellología y, más ampliamente, en la del conservacionismo de carácter histórico-artístico en España.


El Archivo Fotográfico Hispánico y la serie sobre “La huella de España en el mundo”

Junto a las series e iniciativas que acabamos de analizar en relación con las regiones, monumentos y paisajes de la España peninsular y del archipiélago canario, los trabajos dirigidos a recoger y divulgar fotográficamente los testimonios de “la huella de España en el mundo” expresan de manera ejemplar las inquietudes que caracterizaron la biografía de Salas desde el estallido de la Guerra Civil en adelante. En efecto, el objetivo, expresado en el editorial fundacional de la RGE[59], de dar “a conocer los países y las tierras lejanas”, otorgando “nuestra preferencia a los que, más allá del mar, nacieron en una misma unidad de destino a la Religión y la Cultura”, se plasmaría fundamentalmente en dos iniciativas paralelas y en buena medida complementarias: la serie dedicada a la RGE titulada “La huella de España en el mundo” y la creación del Archivo Fotográfico Hispánico.

Ambas iniciativas empezaron a tomar cuerpo a comienzos del año 1946, una vez que el final de la II Guerra Mundial restableció la posibilidad de viajar de manera segura por la mayor parte de Europa y Norteamérica, aunque los objetivos que las animaron habían sido anticipados en buena medida por los números y expediciones consagrados por la revista a las colonias españolas en el Norte de África[60]. En el artículo que daba cuenta del viaje efectuado en 1940 por varios miembros de la RGE a Ifni y al Sáhara español, Salas consideraba, por ejemplo, como

primordial misión de la Revista Geográfica Española la de divulgar, no sólo las bellezas que encierra nuestra Patria, sino también aquellas de lejanas tierras con las que muchas veces estamos espiritualmente unidos por vínculos indisolubles, [como ocurre con] nuestras posesiones africanas de Ifni y del Sáhara español (…) cuyos moradores son hijos adoptivos nuestros.[61]

En otro lugar del artículo, el director de la RGE llegaba a afirmar incluso, asumiendo la retórica propagandística típica de algunas autoridades coloniales del régimen, que “esos pedazos de tierra española (…) pueden ser mañana los primeros jalones de un Imperio”[62]. Idea nada inocente si tenemos en cuenta que unas páginas antes el coronel José Bermejo, a la sazón gobernador político-militar de Ifni-Sáhara, defendía abiertamente la ampliación del territorio colonial español apelando a la teoría de los “espacios vitales” nacionales[63].

Pero es sobre todo a comienzos de 1946 cuando la preocupación de Salas por estudiar y divulgar los testimonios de la proyección exterior de España se concreta en un auténtico programa de trabajo, vertebrado por los dos ejes antes apuntados: la creación de un “Archivo Fotográfico Hispánico” vinculado a la administración estatal, iniciativa cuya actividad durará pocos años, de 1946 a (al menos) 1953; y la publicación de una serie monográfica de la RGE sobre “las huellas de España en el mundo”, que alcanzará veinte números y se prolongará de hecho, tras el fallecimiento de Salas, hasta los últimos números de la revista (Cuadro 1).

 

Cuadro 1.
Números monográficos de la RGE pertenecientes a la serie “La huella de España en el mundo”
Se indican con asterisco los números coordinados por Valeriano Salas.

Número

Año de publicación

Tema

20 y 21

1946 y 1947

Estados Unidos *

26

1950

Nápoles *

28

1950

Sicilia *

29

1951

Norte de Italia *

30

1951

Bélgica y Luxemburgo*

32 y 34

1952 y 1953

Tierra Santa *

35 y 36

1954

Cuba *

45

¿1968?

Argentina

46

¿1968?

Rusia

47

¿1969?

Chile

48

1970

Filipinas

50, 52, 54, 62 y 63

1970, ¿1972?, 1973 y 1977

Cartografía e Historia de los descubrimientos geográficos españoles

57

1974

Episodios españoles en América

 

Hasta donde sabemos, la historia del Archivo Fotográfico Hispánico (en adelante AFH), también conocido como Archivo Fotográfico de la Dirección General de Relaciones Culturales, o simplemente como Archivo Fotográfico de Relaciones Culturales, ha pasado totalmente desapercibida para los historiadores, aunque su existencia era conocida y frecuentemente citada tanto en la RGE como por los medios de comunicación de la época, que se referían a Valeriano Salas recordando su condición de director del mismo. Idéntico desconocimiento planea todavía hoy día sobre el destino y el contenido exacto de los fondos de este archivo: aunque la génesis y los avatares principales del AFH se pueden reconstruir a través de la documentación conservada en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores[64], el paradero de los (teóricamente) miles de negativos o clichés fotográficos que Salas obtuvo para el mismo sigue siendo un misterio, si bien podemos hacernos una idea de su contenido a través de las numerosas fotografías que fueron reproducidas y publicadas sobre la base de dichos negativos, fundamentalmente en la RGE.

La propia cronología del AFH ofrece muchas dudas. Aunque Salas, con la colaboración de la Dirección General de Relaciones Culturales, comenzó a trabajar en la preparación del archivo en los primeros meses de 1946, su nombramiento como jefe del mismo no se produjo, como ya apuntamos, hasta junio de 1947. Y aunque los últimos documentos referidos al archivo que existen en el AMAE datan de 1952, Salas siguió siendo presentado como Jefe o Director del AFH hasta su muerte, diez años más tarde, sin que hayamos encontrado documento oficial de su cese o destitución en el cargo. De hecho, más allá de la designación de Salas como Jefe del Archivo, no existe, que sepamos, ninguna disposición que creara o suprimiera explícitamente el AFH. Como se verá enseguida, lo personal y lo institucional se confunden sin solución de continuidad en la nebulosa historia de este archivo, que estuvo estrechamente ligado a la RGE y en el que Salas desempeñó un protagonismo prácticamente absoluto.

El AFH comenzó a gestarse en los primeros meses de 1946, a partir de una serie de conversaciones mantenidas entre el director de la RGE y el diplomático Enrique Valera y Ramírez de Saavedra, Marqués de Auñón y a la sazón Director General de Relaciones Culturales en el Ministerio de Asuntos Exteriores, cuyo titular era Alberto Martín-Artajo[65]. Aprovechando la estrecha amistad personal que les unía, a mediados de enero Salas propuso a Valera[66], apenas unos días después de la creación de la DGRC, formar en el seno de la misma “un Archivo Fotográfico que recogiera las infinitas huellas que de nuestro arte y de nuestra historia existen en el mundo entero y muy particularmente en América”, ofreciéndose personalmente para dirigirlo y organizarlo sin retribución alguna, así como a poner a disposición de la Dirección su “archivo personal de fotografías”.

A nuestro modesto entender —señalaba Salas en carta fechada el 15 de enero de 1946, dirigida a Valera y enviada desde la redacción de la RGE— la creación de dicho Archivo es indispensable para la buena marcha de la Dirección de Relaciones Culturales, toda vez que ello permitiría en cualquier momento la edición de libros y folletos, sobre los temas que a España pudieran interesar, con la seguridad de poderlos ilustrar espléndidamente. La creación de este Archivo supone además el que esa Dirección General pudiese contar con centenares de diapositivas indispensables para poder hacer más amenas las conferencias que pudieran organizarse. Esto sin contar las Exposiciones Fotográficas que habrían de celebrarse y que pudieran tener extraordinaria importancia, como propaganda espiritual de España.[67]

En la misma carta y en otras posteriores dirigidas a Valera, Salas precisaba los medios que estimaba suficientes para poner en marcha el Archivo: aparte del material fotográfico, sugería disponer de varias habitaciones en el ministerio (una para despacho, otra para almacenar el Archivo y otra para laboratorio fotográfico); asignar un archivero y una mecanógrafa (ambos con conocimientos de inglés); y que la DGRC le costeara los gastos de desplazamiento y alojamiento vinculados a la elaboración del Archivo. Éste, insiste en varias ocasiones Salas, debe concebirse “no (como) un archivo de fotografías, sino (como) un archivo de clichés, que es lo verdaderamente interesante, puesto que ello permite sacar cuantas ampliaciones y pruebas se precisen”[68]. Además, para demostrar el interés del proyecto, Salas propuso ofrecer como “base primera de dicho Archivo (…) los cientos de clichés que el que suscribe piensa impresionar en Estados Unidos y Cuba, todos ellos referentes al paso de España por aquellos países”[69]. En marzo de 1946 Salas escribe ya, en efecto, desde La Habana, donde se alojó en la casa familiar de su esposa; y entre comienzos de abril y finales de julio viaja por los Estados Unidos, donde, según su testimonio, recorre en automóvil cerca de 22.000 km, deteniéndose particularmente en los estados —como Tejas, Nuevo Méjico, Arizona o California— con mayor presencia del legado colonial español. El viaje norteamericano de Salas dará pie a la publicación de dos números extraordinarios de la RGE, el 19 y el 20 (los primeros de la serie sobre “La huella de España en el Mundo”), para cuya elaboración Salas recabó la colaboración de diversos autores estadounidenses; a una edición en inglés de dichos números; y a más de 1.000 fotografías, parte de las cuales se emplearían, además de en las publicaciones citadas, en la exposición monográfica sobre “La huella de España en los Estados Unidos” celebrada en la sede central del Ministerio de Asuntos Exteriores en marzo de 1947[70].

Las cartas enviadas por Salas a Valera durante su periplo estadounidense reflejan de forma vívida el entusiasmo patriótico con que el primero concebía el proyecto de AFH y la serie de la RGE sobre la proyección española en el mundo, en la que contaría sistemáticamente con la colaboración de autores extranjeros. Para Salas, ambas iniciativas —el archivo y la revista— podían contribuir no sólo al conocimiento de la historia del país y a la propaganda patriótica o —como señalaba en otro lugar— “espiritual” del mismo, sino que también, en un plano más diplomático, a fortalecer —mediante el inventario, exploración y divulgación de las herencias y vínculos históricos y culturales comunes— las relaciones culturales entre España y los territorios pertenecientes a su antiguo Imperio. El pensamiento de Salas participaba así de la estrategia diplomática general en que se inserta la creación de la DGRC, apostando por la acción cultural como vía para contrarrestar o reducir en parte las dificultades por las que atravesaba la política exterior española tras el final de la II Guerra Mundial, marcada por el aislamiento internacional del régimen franquista[71].

De las fotos para el Archivo —escribe Salas a Valera el 24 de junio de 1946, desde la localidad californiana de San Juan Capistrano—, sólo puedo decirte que nada he escatimado para conseguir algo completo y que valga la pena. Para darte una idea, te diré que no he vacilado en internarme por pistas intransitables con el fin de obtener las fotografías de las interesantísimas inscripciones que de su paso dejaron Juan de Oñate y De Vargas, entre otros. También en un lugar perdido de Arizona pude fotografiar en un barranco unos curiosos dibujos que representan a nuestros conquistadores desfilando a caballo. Además, hasta la fecha creo haber fotografiado todas las Misiones de alguna importancia. El viaje no es sólo de grandísimo interés, sino además de verdadera emoción. He sentido como nunca el orgullo de ser español, al ver cómo esta gente de Nuevo Méjico, Arizona, etc., venera el recuerdo de España… Estoy más convencido que nunca de que se puede llegar a hacer una labor de atracción formidable, y que la Revista y el Archivo en preparación, pueden en este caso ser la base de algo verdaderamente importante.[72]

He conseguido convencer, por lo menos —señala Salas en una carta anterior, al comentar las gestiones realizadas en Washington y Nueva York para preparar su viaje y los números monográficos de la RGE sobre los Estados Unidos—, de que las buenas relaciones culturales y turísticas entre los pueblos nada tienen que ver con la política y, en este sentido, y a través de mis conversaciones con personas de relieve, puedo asegurarte que las cosas de España interesan cada vez más y que existe mucha más ignorancia que fobia.[73]

Las impresiones de viaje publicadas en la RGE abundarán en ese mismo deseo de que los números de la revista “sirvan para estrechar aún más si cabe las excelentes relaciones culturales que existen entre los dos pueblos cuyo pasado está tan íntimamente ligado”[74]. Los referentes históricos y culturales que orientan el viaje de Salas y la admiración de éste por la preservación de sus huellas en el paisaje físico y simbólico del sur de los Estados Unidos quedan también recogidos en las siguientes líneas:

He querido recorrer los lugares que fueron testigos de las gestas de los Ponce de León, Coronado, Oñate, Vargas, etc., visitando además las viejas y evocadoras misiones de Tejas, Nuevo Méjico, Arizona y California (…) Son millones los americanos que reconocen nuestros méritos y la importancia de la obra civilizadora que supimos llevar a cabo a fuerza de tantos heroísmos y sacrificios (…) Emociona ver cómo en aquellas regiones donde ejercimos una marcada influencia, ésta, espiritualmente, subsiste íntegra (…) En Tejas, Nuevo Méjico, Arizona y California, particularmente, el recuerdo de España llega a ser obsesionante. Todo nos habla de ella: los nombres de los pueblos, los de los ríos, los de las montañas, las inscripciones en las rocas y hasta los apellidos y nombres propios de las gentes (…) [Este viaje] para un español tiene caracteres de verdadera peregrinación.[75]

Aunque las cartas remitidas por Valera a Salas que se conservan en el AMAE son mucho más escuetas y contenidas en el tono, parece evidente que el entonces Director de Relaciones Culturales (quien en 1941 había apoyado ya, en su calidad de Jefe de la Sección de Asuntos Culturales del MAE, la citada exposición sobre Ifni y el Sáhara español) acogió favorablemente los proyectos e iniciativas de su amigo, pues a los pocos meses de auspiciar la exposición fotográfica sobre la huella de España en los Estados Unidos le designó “Jefe del Archivo Fotográfico dependiente de esta Dirección”, nombramiento comunicado a Salas mediante carta fechada el 1 de junio de 1947[76]. Según había propuesto el propio interesado, el cargo no comportaba sueldo alguno y Salas se comprometía a ocuparse de la organización del AFH “en mis horas libres, pero estando siempre en contacto con el archivero que se designe”[77]. Al frente del AFH, Salas dedicó los meses siguientes a planear “una exposición de fotografías de monumentos y paisajes españoles” (o, según precisa más adelante, de “monumentos árabes en España”), que pretendía organizar en El Cairo, así como la publicación de un número especial de la RGE sobre Egipto. Ambas iniciativas trataban de secundar, de hecho, otro de los ejes diplomáticos, el de las relaciones hispano-árabes, que potenciaría la DGRC bajo el ministerio de Martín-Artajo, y que daría lugar, en 1954, a la creación del Instituto Hispano-Árabe de Cultura. Pero el repentino fallecimiento del Marqués de Auñón en diciembre de 1946 paralizó sine die la exposición proyectada por Salas, que, pese a los reiterados intentos de éste con posterioridad a la muerte de Valera, nunca llegaría a realizarse[78].

El fallecimiento de Valera dejó, de hecho, al AFH y a su artífice sin su principal valedor político dentro del MAE, al punto de que Salas se sintió en la obligación de solicitar al nuevo Director de Relaciones Culturales, Carlos Cañal y Gómez, que le ratificara en su puesto de Jefe o Director del Archivo[79], así como de explicar al Ministro la finalidad del mismo y sus condiciones, compromisos y proyectos de trabajo[80]. En el tercero de los puntos incluidos en esta última carta, Salas aclaraba que los negativos que se obtuvieran en el desempeño de sus tareas como Director del AFH pasarían “a ser propiedad del Archivo, aun en el caso en que por cualquier motivo, el que suscribe sea relevado de su cargo o hubiera de renunciar a él por motivos particulares”[81]. Y en los tres puntos siguientes resumía sus planes de trabajo inmediatos en España y el extranjero:

El Archivo deberá aumentar constantemente su colección de negativos, tanto de España como principalmente de América. Las fotografías de España (en negro y en color) se harán paulatinamente por provincias o regiones, autorizándose al abajo firmante para que en su automóvil particular se desplace a aquellos lugares de la península que tenga por conveniente, y en el momento que juzgue oportuno (…) A mi juicio, todos los años el abajo firmante debe desplazarse a alguno de los países de América que por su tradición española tengan especial importancia para nosotros.[82]

Aunque los viajes que Salas planeaba realizar en dicha carta (a Méjico o a Perú) nunca llegarían a concretarse y las alusiones al AFH en la documentación disponible en el AMAE desaparecen prácticamente a partir de este momento, los expedientes incluidos en los legajos sobre el AFH acreditan que la colaboración entre Salas y el MAE se mantuvo algunos años más. Entre comienzos de 1948 y finales de 1953 la DGRC, al frente de la cual se sucedieron el citado Carlos Cañal, Juan Pablo de Lojendio y Luís García de Llera[83], subvencionó parcialmente la publicación de varios números de la serie de la RGE sobre “la huella de España en el mundo”, como los dedicados a Tierra Santa[84], Sicilia, Norte de Italia, Nápoles y Cuba (los dos últimos números de la serie que se publicaron en vida de Salas)[85]. Algunos de esos números, como había pasado ya con el dedicado a los Estados Unidos, se editaron también en otros idiomas distintos al castellano, traduciéndose a algunas de las lenguas principales de los países abordados, lo que da prueba de la voluntad de propagar y estrechar vínculos culturales con tales países de acuerdo con la estrategia diplomática señalada[86]. En todos los casos, Salas aportó las fotografías publicadas en la revista y costeó enteramente de su bolsillo los gastos de viaje, intentando conseguir, en vano, que el MAE asumiera parte de los mismos. Las desavenencias y discrepancias entre Salas y el citado García de Llera a cuenta de los gastos ocasionados por los números extraordinarios sobre Cuba explican, probablemente, el final de la relación de Salas con el Ministerio, y con ella, de la historia “institucional” del AFH[87].


Balance y consideraciones finales

La biografía de Valeriano Salas Rodríguez y la historia de su principal creación editorial, la Revista Geográfica Española, apenas estudiadas hasta hoy día, aportan, como hemos tratado de mostrar, claves interesantes en varios sentidos. La figura de Salas, resulta, por lo pronto, llamativa y singular a título individual. Su experiencia viajera fue intensa y, en ciertos aspectos, pionera y original en el contexto de la España de su época: viajó incesantemente desde su juventud, tanto por España como por Europa, África, América y Asia; planeó y llevó a cabo travesías automovilísticas audaces y arriesgadas por el interior de los continentes africano y asiático; y, desde fines de la década de 1930, se consagró con entusiasmo a la divulgación geográfica, en especial a través de la RGE, que fundó y dirigió durante casi un cuarto de siglo. Su pasión por los viajes aunó el gusto por la aventura con el afán de conocimiento y, a partir del estallido de la Guerra Civil, incorporó un componente fuertemente patriótico y nacionalista y se vinculó estrechamente a la propaganda ideológica del bando vencedor y de su particular concepción de España y de la identidad española, impregnada por el denominado nacional-catolicismo.

Pero además, desde una perspectiva historiográfica contextual, la vida y los proyectos viajeros, editoriales y archivísticos de Salas resultan, a nuestro juicio, sumamente interesantes para entender no sólo el encaje del periodismo de viajes o de divulgación geográfica en la España de los primeros decenios del franquismo, sino también la historia de la imagen social de la geografía, o más concretamente, la historia de la percepción de la geografía fuera del mundo académico, educativo y profesional, tradicionalmente preterida, y en muchos casos ignorada, por la historiografía contemporánea de la disciplina. Aunque partieran de la iniciativa privada, los principales proyectos de Salas en los decenios posteriores a la guerra contaron, en más o menos medida, con un respaldo institucional prolongado y variopinto dentro de la administración franquista y trataron de secundar, de forma más o menos directa, determinadas políticas del régimen, tales como las vinculadas a la promoción turística del país (a la que Salas consagró algunos números de la RGE); a la diplomacia y la acción cultural en el exterior (en la que se inscriben tanto la creación del AFH como la serie de la RGE analizada en este trabajo); o a la difusión y defensa del patrimonio castellológico español (a la que Salas contribuyó, además de con su revista, con la fundación de Asociación Española de Amigos de los Castillos).

Finalmente, para la historia de la disciplina geográfica en España, la génesis y el desarrollo de la RGE resultan relevantes en tanto en cuanto ésta constituyó un intento explícito de construir, sobre el modelo de experiencias extranjeras mucho más conocidas y exitosas, una “geografía periodística” orientada esencialmente a un público hispánico y apoyada en la fotografía, en el gusto por el viaje y en la curiosidad por los paisajes, lugares y sociedades propia de individuos y colectivos académicos y profesionales muy variados, más allá de la geografía universitaria. Incluso dentro del contexto español, dicho intento contaba, como vimos, con algunos precedentes, y tuvo, asimismo, una continuación reseñable el mismo año que desaparecía la RGE[88].

En parecido sentido, el hecho de que una revista que llevaba en su título los adjetivos “geográfica” y “española” se desarrollara casi totalmente al margen de la geografía y de los geógrafos universitarios españoles puede parecer, de partida, enormemente paradójico o contradictorio, pero también ha sido y sigue siendo habitual en otros contextos nacionales, donde la separación entre, por un lado, ciertas percepciones y manifestaciones populares de la geografía, como las vinculadas al fotoperiodismo de viajes, y, por otro, la geografía que se enseña o se practica en las universidades y centros de investigación, resulta más que evidente y, para ciertos autores, harto problemática[89]. En la medida en que esas “geografías para el gran público”, o, utilizando los conocidos términos de Lacoste, esa “geografía-espectáculo”[90] de la que forman parte dicho fotoperiodismo, han influido e influyen todavía decisivamente en la construcción de la imagen de ciertos lugares, así como en la de la imagen de la disciplina en la sociedad (en algunas ocasiones incluso tanto o más que la “geografía de los profesores” o que las llamadas geografías aplicadas), las historias de la geografía deberían, creemos, prestarles una mayor atención de la que tradicionalmente les han dedicado.

 

Notas

[1] Este trabajo se enmarca dentro de los proyectos de investigación CSO2008-03877, financiado por el Ministerio de Educación y el FEDER, y CCG10-UC3M/HUM-5564, financiado por la Universidad Carlos III de Madrid. Algunos aspectos del mismo fueron anticipados, de manera resumida, en el XII Coloquio de Geografía del Turismo de la AGE (Colmenarejo, junio de 2010), y en el V Coloquio de Historia del Pensamiento Geográfico de la AGE (Baeza, noviembre de 2010). Los autores agradecen los interesantes comentarios efectuados por los evaluadores anónimos del trabajo.

[2] Belenguer, 2002 y Rivas, 2006.

[3] Bajo el término “parageografías”, Michel Chevalier (1989) agrupaba un abanico amplio de géneros, como los libros de viajes y exotismo, los periódicos de carácter geográfico, las publicaciones de orientación turística o que denominaba libros de “geografía paralela”, hechos por no geógrafos. Posteriormente, Jean-Pierre Chevalier (1997) ha propuesto llamar a estos géneros con la expresión “géographie grand public”, añadiendo a la lista anterior los juegos educativos y las producciones televisivas o de vídeo de índole geográfica. Por su parte, Crang (1996, p. 631) habla de “popular geographies” para designar a todas aquellas prácticas geográficas “producidas y usadas más allá de la academia y de otras instituciones de saber oficiales”. Recuérdese también la expresión “geografía-espectáculo” acuñada por Yves Lacoste, y desarrollada posteriormente por otros autores vinculados a la revista Hérodote, como Béatrice Giblin, para referirse a las representaciones paisajísticas difundidas a través del cine y de la fotografía (revistas ilustradas, carteles publicitarios, tarjetas postales, etc.), vinculadas, fundamentalmente, a “la ideología del turismo” (Lacoste, 1977, p. 20).

[4] Rothenberg, 2008.

[5] Este apartado se apoya fundamentalmente en dos obituarios (Dotor, 1962; Cabezas, 1963), así como en heterogéneas y fragmentarias fuentes orales, hemerográficas y de archivo a las que hemos logrado acceder tras una ardua y a menudo infructuosa búsqueda. En cuanto a las fuentes de archivo, agradecemos la amabilidad con que hemos sido atendidos tanto en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (en adelante AMAE, cuando se citen sus fondos) como en el Archivo Municipal de Béjar (AMB).

[6] Los Brunet fueron una importante y numerosa familia de la burguesía donostiarra, de origen barcelonés y afincada en San Sebastián desde mediados del siglo XVIII, que tuvo un activo papel tanto en política como en negocios varios (comercio marítimo, banca, transporte…), siendo principal responsable de la creación de diversas fábricas, del Banco de San Sebastián, de la Compañía del Tranvía, del Gran Casino, etc. Una sucinta biografía de algunos de sus miembros puede verse en el libro de Javier Sada (2002).

[7] Como prueba de ello, tenemos constancia de que al menos compuso las partituras de dos obras teatrales, estrenadas con éxito en el Casino de San Sebastián (La Victoria. Semanario de Béjar, nº 1436, 4-II-1922).

[8] Por ejemplo, entre 1917 y 1919 hizo de corresponsal de la revista Madrid-sport en San Sebastián.

[9] La revista L’Afrique du Nord Illustrée dio cuenta, en varios números de 1930 (como, por ejemplo, el nº 456, de 25 de enero; el 459, de 15 de febrero; y el 464, de 22 de marzo) de los preparativos y el desarrollo de esta competición, denominada “Rallye Saharien”.

[10] Los planes de este viaje fueron detallados por el periodista “Meredith” en el diario donostiarra El Pueblo Vasco, y recogidos en otros medios (Meredith, 1930). Sobre el “crucero negro” y otras expediciones automovilísticas de la Citroën desarrolladas en los decenios 1920 y 1930, de las que existe una amplia bibliografía, véanse, por ejemplo, Murray (2000), Deschamps (2001) y Audoin-Dubreuil et al. (2009). Entre las iniciativas españolas coetáneas a la de Salas, cabe subrayar los viajes efectuados por Nicolau Maria Rubió i Tudurí, recogidos en el libro Sahara-Níger. Nou viatge pel desert i la selva africana, publicado en 1932 (Nogué y Luna, 2008).

[11] A tenor de las informaciones publicadas en El Pueblo Vasco, parece ser que “dos casas editoriales francesas han querido ya hacerse con las memorias de esta arriesgadísima excursión, que no conoce precedentes en las travesías del África hechas anteriormente en automóvil” (Meredith, 1930); y que Salas tenía la intención, más bien, de publicar en España y Sudamérica un resumen de su aventura, pero no hemos podido constatar que lo hiciera finalmente. No obstante, sí que hemos logrado localizar interesantes testimonios inéditos del viaje, como por ejemplo un diario de un centenar de páginas que escribió Lacoste contando sus impresiones, cuya copia conocemos a través de uno de sus hijos; y medio centenar de fotografías que pertenecieron a Almandoz y cuya reproducción nos ha facilitado su hijo José Antonio.

[12] El relato del viaje a la India también vio la luz de forma independiente como libro a finales de la década de 1940 (Salas, s.a.). Aunque en el interior de la obra se afirma que se trata de una reimpresión de los números 1, 2 y 3 de la Revista Geográfica Española, lo cierto es que no es exactamente así, puesto que hay modificaciones en el texto —eso sí, por lo general de poca envergadura— y nuevos planos, grabados y fotografías.

[13] AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[14] Salas, 1946b.

[15] Dotor, 1962, p. 128.

[16] La colección donada por Salas a través de su viuda se compone de variados y valiosos objetos: cuadros pertenecientes a las escuelas Flamenca, Holandesa, Alemana, Francesa y Española, esmaltes de Limoges, marfiles, miniaturas y porcelanas europeas y de Extremo Oriente, etc., así como un busto en bronce de Valeriano Salas hecho por Enrique Pérez Comendador, y un retrato al óleo del bisabuelo de Salas, Fernando Brunet Prat, entre otras cosas. En total, unas 250 piezas, que fueron valoradas en 1966 en la nada despreciable cantidad de 3.100.000 pesetas (AMB, expediente del Legado de don Valeriano Salas Rodríguez, 1964, Negociado de Hacienda, Sección 1ª).

[17] Salas, 1938, p. 5-6.

[18] Salas, 1938, p. 5.

[19] Salas, 1939, p. 51.

[20] Salas, 1942. Adviértase que en esta y en algunas otras referencias bibliográficas y citas textuales que incluimos en el trabajo procedentes de la Revista Geográfica Española no se precisa el número de página, puesto que la revista no incluyó este dato de forma sistemática hasta 1950. En muchas ocasiones, incluso la fecha de publicación ha sido deducida, puesto que en la revista tampoco se indicó de manera regular.

[21] Salas, 1946a.

[22] Salas, s.a., p. 35.

[23] Salas, s.a., p. 27.

[24] Salas, s.a., p. 12.

[25] Salas, 1939.

[26] Salas, 1962, p. 131.

[27] Salas, 1950, p. 136.

[28] Sobre este particular, véase, en especial, las cartas de 1-XII-1948 y 18-XII-1953 (AMAE, legajo R4410, expediente nº 11), dirigidas al Ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín-Artajo, en las que Salas detalla las tiradas, subvenciones y gastos vinculados a la publicación de algunos números de la serie “La huella de España en el mundo”.

[29] AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[30] Hasta 1950 los anuncios publicitarios ocuparon un porcentaje considerable de las páginas de la RGE, con frecuencia superior al 10 %. Aparte de la publicidad institucional, los anunciantes de carácter privado eran muy diversos, siendo significativo el peso de las instalaciones hoteleras.

[31] Por ejemplo, en un editorial publicado en el nº 22 de la RGE, con ocasión de los diez años de vida de la misma, Salas comenta que entre las muchas complicaciones a que tuvo que enfrentarse la publicación de la revista, “la falta del papel ha sido y sigue siendo la mayor” ([Salas], 1948a). En el mismo sentido pueden verse las cartas citadas en la nota nº 13. No obstante, durante sus casi cuarenta años de historia la RGE mantuvo su formato original, en papel cuché y con tamaño de 24 cm de alto por 18 cm de ancho.

[32] En el mismo editorial citado en la nota anterior, Salas haría constar expresamente el apoyo prestado a la publicación del primer número de la revista por José Moreno Torres, Conde de Santa Marta de Babío, Jefe de Prensa y Propaganda del bando nacional entre 1937 y 1938, y posteriormente Director General de Regiones Devastadas (1939-1951) y alcalde de Madrid (1946-1952). Por lo que toca al Servicio Nacional de Propaganda, que patrocinó el primer número de la RGE, se creó en el seno del Ministerio del Interior, que estaba presidido en aquel momento por Ramón Serrano Suñer, en el marco del primer gobierno presidido por Franco, formado en Burgos en febrero de 1938. El primer Jefe del Servicio Nacional de Propaganda fue Dionisio Ridruejo, nombrado como tal en marzo de 1938. Sobre el complicado entramado institucional de la propaganda del bando franquista en este período, véase la tesis doctoral de Núñez de Prado y Clavell (1992).

[33] RGE, 1938, nº 1.

[34] En 1940 la difusión del NGM alcanzaba 1.130.000 ejemplares, cifra que crecería considerablemente en los decenios siguientes, hasta llegar, en 1981, en su máximo histórico, a cerca de 11 millones (Bryan, 1987). Según los datos comentados por Federico de Madrid en el artículo citado, en 1936 existían en España 1.560 suscriptores del NGM, y en el total de países de habla hispana más de 10.000.

[35] No hemos podido corroborar este dato al repasar los índices de la colección completa del NGM, aunque existen indicios de la presencia de fotos hechas por Salas en los Archivos de la National Geographic Society.

[36] Madrid, 1946.

[37] Madrid, 1946.

[38] Comentarios y reflexiones de interés sobre el Instituto Elcano pueden verse en trabajos como los de Capel (1976) y Gómez (1997).

[39] Los únicos profesores universitarios de geografía que colaboraron, de forma muy puntual, en la RGE fueron los naturalistas Eduardo Hernández-Pacheco (con un artículo, publicado en el nº 10 de la revista, sobre el relieve y la geología del Norte del Sáhara español) y su hijo Francisco Hernández-Pacheco (quien dedicó un artículo a las Sebjas del territorio de Jarfaia en el citado nº 10, y otro a las cuevas y yacimientos prehistóricos en España en el nº 18). También colaboró en la revista Isidoro Escagüés y Javierre, miembro de las Reales Academias de la Historia y de Ciencias Morales y Políticas y catedrático de geografía e historia de enseñanza secundaria, autor de tres interesantes artículos dedicados, respectivamente, a Nápoles (RGE, nº 26), Sicilia (RGE, nº 28) y el Milanesado (RGE, nº 29).

[40] Ortín y Pereiró, 2006 y Elena, 2008.

[41] A modo de ejemplo, los doce primeros números de la RGE contienen más de 800 ilustraciones (fotografías en su inmensa mayoría), lo que arroja un promedio superior a 65 ilustraciones por número (un tercio de las cuales figuran a toda página). Dichos números tuvieron una extensión media de 80 páginas (descontada la publicidad), lo que da idea del protagonismo atribuido a las ilustraciones.

[42] Cabezas, 1963.

[43] Dicha obra, cuyo texto fue escrito por Rafael Calleja (1943), a la sazón Jefe de Propaganda y e Publicaciones de la Dirección General de Turismo, fue ampliada catorce años más tarde por otra del mismo autor, también editada por la Dirección General de Turismo, y denominada Nueva apología turística de España (1957).

[44] Los extraordinarios que cabe incluir en esta línea serían, entre los territorios españoles, los dedicados a las provincias de Gran Canaria (nº 8, patrocinado por la Junta Provincial de Turismo), Cádiz (nº 13, patrocinado por la Junta Provincial de Turismo), Málaga (nº 14, patrocinado por varias instituciones, entre ellas la Dirección General del Turismo y la Junta Provincial de Turismo), al turismo en España (nº 18, cuyos patrocinadores mencionamos más adelante), y a Madrid y alrededores (nº 23, también con varios patrocinadores, entre ellos la Dirección General del Turismo). A ellos cabe añadir, en parte, los monográficos dedicados a algunas de las posesiones españolas en África, a las que nos referiremos en otro momento, aunque el propósito de los mismos no es sólo, ni prioritariamente, como se verá, de carácter turístico. Entre los monográficos sobre países o ciudades extranjeras, guiados, en más o menos medida, por un interés turístico, cabe citar los de Inglaterra y países de la Commonwealth (nº 17), la India (nº 39), Egipto (nº 40) y Pekín imperial (nº 53).

[45] El número se compone, en este orden, de artículos sobre el clima y el paisaje de España, las principales cuevas y yacimientos prehistóricos, los monumentos romanos, la civilización árabe, los castillos, los imagineros, los jardines, los paradores y albergues, la pesca de ríos, la fiesta de toros, las catedrales, la caza mayor, los pueblos reconstruidos por la Dirección de Regiones Devastadas en Aragón y las islas.

[46] Véase, en especial, Río-Cossa, 1945. Sobre la política turística española en los primeros años del franquismo y sus dimensiones propagandísticas, véanse, entre otros, los trabajos de Correyero y Cal (2008) y Pack (2009).

[47] En especial, Rosillo, 1945.

[48] Véanse, los artículos titulados “La ruta gloriosa del Montejurra” (RGE, nº 1) y “Los que vinieron del Jalifato” (RGE, nº 3), auténtica apología de los primeros pasos de la sublevación militar, así como el titulado “Nieve en las cumbres” (RGE, nº 7), sobre la labor desempeñada por la Compañía de Esquiadores durante la Guerra.

[49] En concreto, los números 25 (Provincias de Segovia y Valladolid), 27 (Cuenca y Guadalajara), 31 (Madrid y su provincia), 33 (Toledo), 37 y 38 (Cáceres), 41 (Levante o antiguo Reino de Valencia), 49 (Salamanca y Zamora), 56, 58, 59 y 60 (Andalucía) y 61 (Fortalezas españolas en América: Cartagena de Indias).

[50] El primer presidente de la Asociación fue el académico Juan de Contreras y López de Ayala, Marqués de Lozoya, Director General de Bellas Artes entre 1939 y 1951 y asiduo colaborador de la RGE. Como ya se indicó, Salas desempeñó la Vicepresidencia de la Asociación en su etapa inicial, junto a Germán Valentín-Gamazo y Casto Fernández Shaw.

[51] Boletín Oficial del Estado, 5-V-1949.

[52] Sanz, 1945.

[53] Dotor, 1949.

[54] Dotor, 1949.

[55] Dotor, 1949.

[56] Boletín Oficial del Estado, 5-V-1949.

[57] RGE, 1951, nº 31.

[58] RGE, 1951, nº 31.

[59] RGE, 1938.

[60] Los extraordinarios dedicados en la RGE a las colonias españolas en el Norte de África fueron dos: el nº 10 (sobre Ifni y el Sáhara español, publicado en 1941) y el 15 (sobre el Marruecos español, 1944). Años después se publicaría también un extraordinario dedicado a la Guinea Española (nº 24, 1949). El número sobre Ifni-Sahara español incluye el relato, ilustrado con fotografías, de la “expedición” (sic.) efectuada a estos territorios (así como a Canarias) por varios miembros de la RGE en los meses de marzo y abril de 1940, con una duración total de siete semanas. Dicho viaje dio pie también a la filmación de varios documentales (proyectados en salas de cine de Madrid) y a una exposición de 108 fotografías sobre “la vida, las costumbres y paisajes” de los territorios visitados, celebrada entre el 18 de julio y el 3 de agosto de 1941 en la sede central del Ministerio de Asuntos Exteriores (ver RGE, nº 11; y AMAE, Legajo 2101, expediente nº 30). En cuanto a los documentales de la expedición, conocemos sus títulos por la propia RGE (por ejemplo, El camello en el Sahara; Ifni; Smara, ciudad santa del desierto; y Jaimas: la vida de los nómadas), aunque, de momento, no hemos podido localizar ninguna de estas filmaciones en los archivos de la Filmoteca Española.

[61] Salas, 1941.

[62] Salas, 1941.

[63] Bermejo, 1941.

[64] Fundamentalmente, en el legajo R4410, expediente nº 11, correspondiente a la Dirección General de Relaciones Culturales. También hay documentos relativos al Archivo en el legajo R2865, expediente nº 43.

[65] La Dirección General de Relaciones Culturales (en adelante DGRC) se creó por la Ley de 31-XII-1945 (BOE 2-I-1946), sobre organización de los Servicios del Ministerio de Asuntos Exteriores, para, según recogía el preámbulo de dicha Ley, “dar amplio cauce a la expansión de la cultura española en el extranjero y velar especialmente por el mantenimiento de los vínculos espirituales con los pueblos hermanos de América”. Enrique Valera (que desde abril de 1939 era Jefe de la Sección de Relaciones Culturales del MAE, el organismo que precedió a la Dirección), estuvo al frente de la misma desde que se creó hasta su fallecimiento, en diciembre de 1947. Alberto Martín-Artajo fue Ministro de Asuntos Exteriores desde julio de 1945 hasta febrero de 1957. Sobre la figura de Valera y los antecedentes y génesis de la Dirección General de Relaciones Culturales, véanse Jevenois (1996) y Delgado (1991, p. 287 y ss.), además de la nota necrológica escrita por el propio Salas en la RGE (Salas, 1948b).

[66] AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[67] AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[68] Carta de 24-IV-1946, AMAE, legajo R4410, expediente nº 11; veáse también carta de 30-I-1946.

[69] Carta de 15-I-1946, AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[70] Tudela, 1947.

[71] En este sentido, cabe recordar que durante el ministerio de Martín-Artajo se produjeron, en efecto, algunos hitos claves en la ruptura del aislamiento internacional de la dictadura, como la firma del Concordato con la Santa Sede y de los acuerdos militares con los Estados Unidos, ambos en 1953, o el ingreso de España en la ONU, en 1955. En carta dirigida al director de la RGE, y reproducida al comienzo del nº 29, el propio Martín-Artajo se refirió a la serie sobre la huella de España en el mundo como “valiosa obra de acercamiento a las naciones amigas”. Sobre las relaciones entre España y Estados Unidos en esta etapa, véase Termis (2005).

[72] AMAE, legajo R4410, expediente 11; los subrayados son del originales de Salas.

[73] Carta 14-III-1946, remitida desde La Habana, AMAE, legajo R2865, expediente 43.

[74] Salas, 1946.

[75] Salas, 1946.

[76] AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[77] Carta de 24-V-1947, AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[78] Sí que se publicó, en cambio, un número de la RGE sobre Egipto (nº 43), aunque éste vería la luz en 1963, al poco de fallecer Salas, y bajo la dirección de Aurelia Alonso Guijarro, responsable principal de la revista hasta su desaparición en 1977 (etapa en que fue ayudada por su marido, Mariano Moral González, que llegará a figurar como director adjunto). Las fotografías de dicho número fueron también obra de Salas.

[79] Carta de 19-I-1948, AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[80] Carta 16-XII-1947, AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[81] AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[82] AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[83] Cañal dirigió la DGRC entre diciembre de 1947 y febrero de 1951; Lojendio entre febrero de 1951 y abril de 1952; y García de Llera entre junio de 1952 y abril 1955 (Juvenois, 1996, 8).

[84] En el viaje que condujo a la elaboración de este número Salas visitó Jerusalén, Damasco y Estambul. Durante dicho viaje llegó a entrevistarse con el rey Abdalá I de Jordania (carta de Salas a Martín-Artajo, de 28-VI-1951; AMAE, legajo R4410, expediente nº 11).

[85] Aunque ignoramos si recibió subvención de la DGRC, cabe mencionar también el nº 30 de la RGE, publicado en 1951, sobre la huella de España en Bélgica y Luxemburgo, con fotografías de Salas.

[86] Este monográfico se tituló Spanish Culture in the United States. El que versó sobre Luxemburgo y Bélgica era bilingüe (en castellano y francés); y de los números sobre Sicilia y Nápoles se sacó una versión aparte en italiano: Spagna in Sicilia y Spagna in Napoli.

[87] Carta de Salas a Martín-Artajo, de 18-XII-1953, AMAE, legajo R4410, expediente nº 11.

[88] Nos referimos a la Revista de Geografía Universal, publicada por 3A Editores con carácter mensual entre 1977 y 1983. Con presencia en diversos países iberoamericanos, la revista tuvo una edición española con sede en Madrid.

[89] Hace pocos años, refiriéndose al caso de los Estados Unidos, Jerome Dobson llamaba la atención sobre la enorme ironía vinculada al hecho de que, en este país, la “imagen pública de la geografía está determinada casi exclusivamente por la National Geographic Society y el National Geographic Magazine, pese a que ningún geógrafo ostenta en dicha Sociedad puestos de responsabilidad editorial o administrativa”. “La Geografía —añadía Dobson— puede ser quizá la única disciplina cuya imagen pública está basada de forma tan directa en una revista popular, y la ausencia de geógrafos en sus órganos de dirección se suma a esta anomalía” (Dobson, 2006, p. 481; traducción propia).

[90] Lacoste, 1977, p. 20.

 

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Ficha bibliográfica:

GARCÍA ÁLVAREZ, Jacobo y Daniel MARÍAS MARTÍNEZ. Geografía, viajes y periodismo en la España del franquismo: Valeriano Salas y la Revista Geográfica Española. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 20 de octubre de 2011, vol. XV, nº 378. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-378.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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