Scripta Vetera
EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES


LOS INGENIEROS MILITARES Y SU ACTUACIÓN EN CANARIAS


Horacio Capel
Universidad de Barcelona


Publicado en CAPEL, Horacio. Los ingenieros militares y su actuación en Canarias. In Actuación de los Ingenieros Militares en Canarias, siglos XVI al XX. Santa Cruz de Tenerife:Centro de Historia y Cultura de la Zona Militar de Canarias/Universidad de La Laguna, 2001, págs. 13-54.


Confieso que solo la amable insistencia del general José Santos Miñón me decidió a participar en este ciclo de conferencias, ya que aunque es cierto que he publicado y colaborado en diversos trabajos sobre el cuerpo de ingenieros, en este momento no estoy trabajando sobre ellos. Pero finalmente acepté su invitación para no pasar por descortés y ante el interés de las actividades que desarrolla el Centro de Historia y Cultura de la Zona Militar de Canarias en colaboración con la Universidad de La Laguna.

En esta conferencia inaugural debería presentar un marco general de la evolución de la ingeniería en España desde el siglo XVI hasta fines del XVIII y aludir a la actuación de los ingenieros militares en Canarias. Una ardua tarea que he procurado cumplir de la siguiente forma: para la primera parte utilizaré y resumiré los trabajos que yo mismo y otros colaboradores hemos realizado sobre la actuación de los ingenieros en el siglo XVIII, y usaré de los realizados por diferentes autores para los dos siglos anteriores. En lo que se refiere a la actuación de los ingenieros militares en Canarias, trataré de presentar un marco general de la misma durante el siglo XVIII utilizando la información contenida en nuestros propios trabajos y en los de diversos investigadores canarios, así como algunos documentos del Servicio Histórico Militar.



Ingeniería e historia de la ciencia en la Monarquía hispana, siglos XVI y XVII

Ha sido un lugar común hablar del escaso desarrollo de la ciencia y de la técnica en España y de nuestro desinterés respecto a ellas. En el contexto de la polémica de la ciencia española de fines del siglo XIX fueron muchos los que, siguiendo la estela abierta por el célebre artículo de Masson de Morvilliers en 1782, cuestionaron la aportación que España había hecho a la ciencia (1).

Pero el desarrollo que ha tenido la historia de la ciencia en España durante los últimos decenios está permitiendo descubrir y reevaluar nuestro pasado científico y encontrar que hubo mucho más de lo que se decía. No es ya el cuidadoso inventario que había hecho Don Marcelino Menéndez Pelayo sobre la ciencia española -apreciable, como otras obras salidas de la pluma de este sabio- sino un estudio profundo del contexto científico, de las instituciones, de los factores del desarrollo, de la aportación de científicos individuales. Grupos de historiadores de la ciencia que se cuentan hoy entre los más prestigiosos del panorama historiográfico mundial nos han permitido conocer un pasado más brillante del que se decía, con sus periodos de esplendor y de decadencia correlativos a la evolución económica y política.

En realidad, bastaba con un poco de sentido común para haber llegado a esa conclusión. Concretamente, en lo que se refiere a toda la edad moderna, resulta hoy evidente algo que debería haberlo sido siempre: que el vasto imperio español no podía haberse edificado y sostenido sin ciencia y sin técnica. Era imposible descubrir el Nuevo continente y navegar por el Pacífico hasta Asia, elaborar y mantener al día la cartografía, realizar estudios e inventarios de la naturaleza de las nuevas tierras, explotar sus riquezas, luchar en Europa y en otros continentes contra los variados enemigos sin algún tipo de desarrollo científico y tecnológico. Y éste efectivamente se tenía, ya fuera con científicos y técnicos de la metrópoli española ya con técnicos de los diferentes reinos y provincias que formaban la Monarquía hispana en España y América.

Hitos importantes en ese desarrollo de la historia de la ciencia española fueron las investigaciones que a partir de la historia de la medicina realizó en Valencia el profesor José María López Piñero sobre La introducción de la ciencia moderna en España (1969), que le condujo luego hacia la historia de la ciencia y la técnica en la España de los siglos XVI y XVII (1979), y la Historia de la Ciencia española de Juan Vernet (1975), seguidos luego por valiosas investigaciones sobre la astronomía, la náutica, la física la botánica y otras ciencias realizadas por diferentes grupos y escuelas (en Madrid, Valencia, Barcelona, Valladolid y otras.

Estas investigaciones han permitido hacer descubrimientos sorprendentes, mucho mas allá de lo que podía esperarse. Un buen ejemplo puede ser el estudio sobre patentes realizado por el profesor Nicolás García Tapia, de la Universidad de Valladolid. Su hipótesis fue la de que si no se encontraban datos sobre el desarrollo científico y técnico español eso tal vez se debía a que no se buscaba en los lugares apropiados. Dirigió por ello su investigación hacia las series legales de los privilegios reales y obtuvo resultados espectaculares. Concretamente que desde 1522, al menos, se conceden en Castilla patentes de invención, lo que es anterior a las fechas que se daban tradicionalmente para Inglaterra y en la línea de lo que cabía esperar teniendo en cuanta las relaciones que desde la Baja edad media se habían anudado con Italia, donde se otorgaron las primeras patentes conocidas en el mundo (Florencia en 1422 y Venecia 1472). Su investigación permitió conocer privilegios de invención concedidas en Castilla sobre construcción de navíos, molinos, elevación de agua, minería, fabricación industrial de cristales etc; especialmente importantes fueron los inventos de Jerónimo Ayanz, un noble al servicio de Felipe III, que construyó a principios del XVII desde una máquina de vapor para desaguar las minas, que preceden en un siglo a la de Savary, hasta un sumergible, equipos para buzos y otras máquinas (2).

El mismo Nicolás García Tapia ha dedicado igualmente investigaciones muy sugestivas a la historia de la ingeniería española en el Renacimiento y ha mostrado la importante presencia de los ingenieros tanto en lo que se refiere a la tradicional acepción del que se dedica a obras militares como en la nueva del que se dedica a obras y máquinas, incluyendo las de carácter civil (obras públicas, hidráulica, arquitectura civil y religiosa, topografía) (3).

A ello podemos unir los trabajos realizados en América desde el siglo XVI. Para consolidar la conquista y colonización de las Indias los españoles, además de efectuar obras de fortificación, debieron asegurar las vías de comunicación marítimas, la navegación fluvial, los caminos terrestres, explotar las minas, diseñar ciudades y realizar obras hidráulicas para riego y abstecimiento de poblaciones (4). Entre los trabajos emprendidos destaca el del Desagüe de México, que ha podido ser considerado como una de las obras hidráulicas más ambiciosas abordadas en el mundo durante la edad moderna (5).

En lo que se refiere a la ingeniería militar, la historia de su actuación en España y América se inicia en el siglo XVI, con las políticas de fortificación emprendidas en los reinos de Europa y de las Indias Occidentales por Carlos V y Felipe II. Una serie de ingenieros españoles y de las provincias de la Monarquía Hispana, especialmente italianos, flamencos y españoles, trabajaron en todos los territorios de la monarquía amenazados por turcos, ingleses, franceses y, poco después, holandeses y portugueses.

Los trabajos de Alicia Cámara, entre otros, permiten hoy disponer de una amplia serie de estudios sobre este extraordinario esfuerzo defensivo del quinientos y sobre la labor de los ingenieros militares, un grupo de profesionales que adquirirá a partir de ese momento un papel relevante en el arte de la guerra, en lo que se refiere al ataque y defensa de plazas fuertes (6).

Algunas fortalezas, como por ejemplo la de Rosas, en la que trabajaron muchos de los mejores técnicos del quinientos y el seiscientos, son ejemplo de las nuevas pautas de fortificación que se desarrollaban en Europa y América a partir del siglo XVI por la creciente presencia de la artillería en los conflictos bélicos (7).

Hasta el siglo XVIII la capacidad técnica se adquiría y se transmitía de forma personal de padres a hijos o de maestros a discípulos. Pero desde el siglo XVI empiezan a aparecer sistemas reglados para la enseñanza científica, que benefician especialmente a los militares y marinos. Uno de los primeros ejemplos fue el de la Academia de Matemáticas fundada en Madrid por Felipe II, para la formación de cosmógrafos (8). Al mismo tiempo funcionó también en Madrid otra cátedra de Matemáticas y Fortificación, bajo la dependencia del General de la Artillería, para la formación de artilleros e ingenieros militares. En esta última facultad destacó la figura de Cristóbal de Rojas, cuya Teoría y práctica de la fortificación (1598) fue una obra significativa de los nuevos sistemas defensivos que el avance de la artillería obligaba a diseñar.

Durante el siglo XVII se fueron creando en la Monarquía Hispana diversas academias dedicadas específicamente a la formación de los militares. Además de la Cátedra de Matemáticas y Fortificación de Madrid, se crearon otras en las regiones donde existía un fuerte contingente militar por su condición fronteriza: Italia, Flandes, Cataluña. Algunas de ellas tuvieron especial importancia. En Italia la de Milán, fundada por el virrey Marqués de Leganés, y para la que el ingeniero José Chafrión escribió su Escuela de Palas o Curso Matemático dividido en X Tratados (Milán 1693); y en Flandes la Real Academia de Matemáticas de Bruselas, donde bajo la dirección de Sebastián Fernández de Medrano, se formaban fines del Seiscientos ingenieros que actuaron en Flandes y donde hubo también una importante actividad editora de cursos y tratados (9).

En Barcelona, con constantes amenazas francesas a partir de la paz de los Pirineos y con guerras con ese país, se constituyó desde finales del XVII una academia que en 1697 se convirtió en heredera formal de la cátedra de Artillería y Fortificación de Madrid, adoptando el modelo de Bruselas. La Academia de Barcelona sería suprimida en 1705, al ser ocupada Barcelona por las tropas del Archiduque, pero, como veremos, sería restaurada más tarde tras el triunfo de Felipe V.


La historiografía sobre los ingenieros militares

Es en ese contexto de reevaluación de la historia de la ciencia y de la técnica en España en el que hay que situar el desarrollo de los estudios de historia de la ingeniería militar, en particular la del Setecientos, a la que me referiré ahora.

Conviene advertir que no todo es nuevo, y que ya hay una larga tradición historiográfica. Desde hace tiempo los estudiosos de la historia militar han prestado atención a la de la artillería e ingeniería militar. Respecto a ésta última puede decirse que su historiografía se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII. En efecto en 1763 el ingeniero Andrés Amat de Tortosa, que estaba a cargo de los papeles del archivo de ingeniería y fortificación, escribió un informe sobre los establecimientos antiguos y modernos del cuerpo de ingenieros, el cual se convirtió cinco años más tarde en su Disertación sobre la antigüedad del Cuerpo de Ingenieros, dirigida en 17 de Enero de 1768 al Ingeniero General conde de Gazola (10). En lo que se refiere a la ingeniería militar hay que señalar la recopilación efectuada en 1848 por una comisión dirigida por José Aparici y García en el Archivo de Simancas, que se convirtió en la importante Colección Aparici, hoy depositada en el Servicio Histórico Militar. En elMemorial de Ingenieros se publicarían asimismo numerosos trabajos de gran interés historiográfico (de Eusebio Torner, Bartolomé Amat y otros). En 1876 las casi 1.100 páginas de la Bibliografía Militar de España de José Almirante muestra ya un notable elenco de obras sobre la historia militar y la de los cuerpos facultativos de artillería e ingenieros. A principios del siglo XX la conmemoración de la creación de la Academia y tropas de ingenieros y del mismo cuerpo daría lugar a un imporante estudio histórico a cargo de una comisión redactora (11).

Los estudios sobre los ingenieros militares se enriquecieron a partir de los años 1950 con investigaciones realizadas desde la historia de la arquitectura (J. A. Calderón Quijano, Gabriel Guarda, Ramón Gutiérrez) y desde la historia de la ciencia (Juan Riera), y han tenido un gran desarrollo en los últimos tres decenios, con trabajos realizados desde esas mismas ciencias, a las que se ha unido la geografía, además de la misma historia militar.

A partir de 1979 comenzamos a elaborar en el Departamento de Geografía de la Universidad de Barcelona un estudio sobre Los ingenieros militares en España, Siglo XVIII. Repertorio biográfico e inventario de su labor científica y espacial (Universidad de Barcelona, 1983), el cual nos permitió reunir datos biográficos sobre casi un millar de ingenieros que actuaron en España y América durante el Setecientos, y tener una idea clara de la importancia de esta corporación. Uno de los colaboradores de esta obra, Omar Moncada realizó luego en México con la misma metodología el inventario sobre los ingenieros que trabajaron en Nueva España. A ese trabajo se ha unido posteriormente el inventario realizado por María Gloria Cano Révora, Cádiz y el Real Cuerpo de Ingenieros Militares (1697-1847). Utilidad y Firmeza(1994) en el que se vuelve a utilizar idéntica metodología y organización, estudio dirigido por el profesor Juan Torrejón Chaves, que está realizando una valiosa investigación sobre la actuación de los ingenieros militares en la bahía gaditana (12); la obra de María Gloria Cano reúne nuevas informaciones sobre un total de 159 ingenieros, de los que 97 actuaron en torno al área de Cádiz y el resto pasaron por dicha ciudad con ruta hacia destinos de Ultramar (13).

El estudio de la organización del cuerpo y de los programas de estudios en las Academias de Matemáticas de Barcelona, Orán y Ceuta fue objeto del libro De Palas a Minerva. La formación científica y la estructura institucional de los ingenieros militares en el siglo XVIII(Barcelona, Ediciones del Serbal, 1988). Más tarde, la Tesis doctoral de Juan Miguel Muñoz Corbalán, presentada en la Universidad de Barcelona, y diferentes trabajos de Juan Helguera, Carlos Sambricio, Omar Moncada, Ignacio González Tascón, Teresa Sánchez Lázaro, Mari Carmen Navarro y otros autores están permitiendo avanzar en el conocimiento detallado de la actividad de esta corporación técnica que tan decisivo papel tuvo al servicio de la Corona para todo lo relacionado con las obras públicas y la ordenación del territorio (14)

En estos momentos los estudios sobre la ingeniería militar son ya muy numerosos y de gran calidad. Aquí mismo en Canarias se han realizado valiosas aportaciones, entre las que hay que destacar las de J. M. Pinto y Juan Tous Meliá (15)Y cursos como éste que se organiza en Santa Cruz de Tenerife muestran el interés que su actuación recibe en toda España.


¿Porqué los ingenieros militares?

En lo que a mi respecta, llegué a los ingenieros militares a partir de mi interés por los factores sociales que influyen en el desarrollo de la ciencia durante la edad moderna y contemporánea y por los modelos de profesionalización e institucionalización científica, que influyen de forma decisiva en la formación de comunidades científicas y -cuando domina la componente técnica y aplicada- de corporaciones profesionales.

Los procesos de socialización académica permiten entender las prácticas técnicas y científicas y la selección y aceptación de conceptos y de teorías, así como la manera en que se aborda un problema científico concreto desde diferentes marcos institucionales y comunitarios.

La evolución de las mismas concepciones científicas puede verse afectada por las estrategias que despliegan los miembros de una comunidad científica o corporación profesional en defensa de sus intereses. Y el estudio de los conflictos entre comunidades y de los que existen en el interior de éstas puede arrojar luz sobre algunas evoluciones intelectuales.

El proceso de socialización se convierte así en una cuestión esencial para entender la práctica científica y profesional. Los centros en que se forman los científicos, los programas de estudios, los libros utilizados, las prácticas, las normas sobre la elaboración de los trabajos, las aplicaciones profesionales que se señalan, todo ello influye en la formación profesional y en el talante con el que se emprenden los trabajos.

El estudio de las diversas comunidades científicas que estudian la superficie terrestre (geógrafos, geólogos, ecólogos, edafólogos...) y de las corporaciones profesionales que intervienen en ella (esencialmente, arquitectos e ingenieros) se convirtió así para nosotros en una línea de investigación relevante desde mediados de los años 1970 para ver como se aproximan al mismo objetivo -el espacio terrestre- a partir de sus propias teorías y métodos adquiridos en el proceso de socialización académica, y para examinar cómo influye la estructura comunitaria e institucional en la elaboración de los conceptos. En ese sentido se han realizado algunas aportaciones en el Departamento de Geografía de la Universidad de Barcelona, que en lo que se refiere a la ingeniería se extienden a los ingenieros de montes, los ingenieros agrónomos y los ingenieros militares (16).

Los ingenieros militares nos aparecieron como una comunidad especialmente interesante por su antigüedad como cuerpo y por la fuerte estructura corporativa que adquirieron ya en el siglo XVIII, con centros de enseñanza reglada bien organizados. Además desempeñaron actividades importantes en la cartografía, la descripción, el estudio y la ordenación del territorio.

La metodología del estudio parte de la elaboración de un inventario lo más amplio posible del conjunto de la comunidad, continúa con el estudio de la estructura institucional y la formación científica o profesional que reciben y conduce al análisis de la producción intelectual de los miembros.

Hemos de tener en cuenta que entre los ingenieros militares del siglo XVIII hay algunos que tuvieron un papel científico importante y, en lo que nos interesa más directamente, tienen una relación directa con las tareas cartográficas y las descripciones geográficas. Entre ellos podemos destacar especialmente a Félix de Azara, cuya obra sobre América del Sur tiene elementos de gran interés. Pero también a otros muchos que realizaron mapas y descripciones de los territorios en que sirvieron (Francisco Requena...). La obra de estos ingenieros no puede entenderse solamente como resultado de su personalidad individual, sino que debe insertarse en la estructura comunitaria, los programas de estudios que siguieron, las normas sobre confección de mapas, las instrucciones para la realización de descripciones territoriales y otros conocimientos teóricos y prácticos que adquirieron.


La creación y el desarrollo del Cuerpo de Ingenieros en el siglo XVIII

Como es bien sabido, los ingenieros reales estuvieron integrados en la capitanía general de la Artillería, hasta que en el siglo XVIII adquirieron una autonomía plena con la creación, en 1711, del Real Cuerpo de Ingenieros de los Ejércitos y Plazas.

La labor del ingeniero Jorge Próspero de Verboom fue decisiva para la organización del Cuerpo. Era hijo de Cornelio Verboom, Ingeniero Mayor de las tropas españolas en los Países Bajos, y discípulo principal de Sebastián Fernández de Medrano, el director de la Academia de Bruselas. Dicha filiación determina que este ingeniero constituya un eslabón esencial entre el período flamenco y el período borbónico. Su papel, primero, como Ingeniero General del ejército español en Flandes y, luego, como Cuartel Maestre general de los ejércitos de Felipe V, como fundador y primer Ingeniero General del Cuerpo y como ingeniero director de la construcción de la Ciudadela de Barcelona es hoy suficientemente y valorada, sobre todo gracias a las investigaciones de Juan Miguel Muñoz Corbalán (1995). Con él pasaron a España otros ingenieros procedentes de Flandes, que aseguraron la continuidad con la etapa anterior.

La cifra de ingenieros fue aumentando a lo largo del siglo XVIII. En 1723, pocos años después de la fundación del cuerpo eran 80, número que superó el centenar a finales de esa década. En 1740 habían pasado a ser 140, y en 1750 su número se fijó en 150, más unos 50 en América. En total durante el siglo XVIII se pueden contabilizar en torno a un millar de ingenieros, a partir del inventario que realizamos en 1983 y otras obras posteriores ya citadas.

Los ingenieros militares fueron un cuerpo de elite, con una fuerte autoconciencia de su valor, y que funcionó con una estructura jerárquica y un claro espíritu corporativo. De hecho actuaron siempre como cuerpo, aunque algunos pudiesen tener un especial protagonismo individual por su jerarquía o capacidad técnica.

En el cuerpo de ingenieros desde el primer momento la selección y el ascenso se hacía por inteligencia, y capacidad y no por antigüedad. Aunque la oficialidad del ejército estaba constituida normalmente por nobles, las instrucciones reiteran siempre que los ascensos se harían "por el mérito y no por la antigüedad".

Para el eficaz funcionamiento del cuerpo era necesaria una formación científica lo más homogénea posible. Por eso se trató de darles una preparación rigurosa y de establecer criterios estrictos para el ascenso y la promoción, frente a la anterior formación en la práctica.

Cuando se decidió fundar academias para la formación de los militares que requerían estudios específicos (ingenieros y artilleros), se refundaría otra vez la Academia de Barcelona, que había sido suprimida, como vimos, en 1705. El plan que se elaboró para dicha Academia debía incluir estudios de matemáticas puras (aritmética, geometría, álgebra, trigonometría) y mixtas (hidráulica, arquitectura civil y militar, pirotecnia y artillería, óptica, perspectiva, catóptrica, dióptrica, meteoros, astronomía, geografía, náutica y gnomónica). Además, había que compatibilizar la formación científica y militar, la teórica y la práctica, y, en los primeros años, la formación de cadetes de diferentes armas cuerpos (infantería, artillería e ingenieros).

La Academia abrió sus puertas en 1720, bajo la dirección de Mateo Calabro, con un plan de fuerte contenido científico, que sería muy debatido en el cuerpo y dio lugar a otras propuestas. Poco después se crearon también academias en Orán (1732) y Ceuta (1739). Este último año de 1739 se nombró a Pedro de Lucuce director de la de Barcelona, cargo en el que permanecería hasta 1774, y se aprobó el plan de estudios propuesto por el mismo, y se desarrollaba en cuatro cursos durante tres años (17). Finalizados los estudios, el ingreso en el cuerpo de ingenieros se realizaba tras un nuevo examen.

La admisión en la Academia de Barcelona estaba reservada a cadetes y oficiales de las distintas armas, ya que durante los dos primeros cursos actuaba como una especie de academia general y solo los dos últimos preparaban para artillería o ingenieros. Según el pie establecido en la Academia de Barcelona se aceptaban 40 por clase y curso. Una relación de la época nos facilita la cifra total de 2.337 alumnos entre 1735 y 1796, aunque se tiene la impresión de que no siempre se cumplió el pie establecido, ya que en algunos años (por ejemplo, 1736 y 1738) ingresaron 96 y 92, y en otros no parece haber ingresado ninguno. En lo que se refiere a los ingenieros, hemos contabilizado 960 miembros del cuerpo ingresados entre 1711 y 1807, es decir, unos diez por año a lo largo de esos 97 años (18), pero no todos ellos estudiaron en Barcelona, ya que algunos lo hicieron en Orán o Ceuta y otros pudieron acceder por diferentes vías.

La necesidad de mejorar la formación de los ingenieros dio lugar a que en la segunda mitad del siglo XVIII se ensayaran diversas reformas del cuerpo y de los estudios. En 1751 se intentó avanzar en la especialización, con la creación de las Escuelas Teóricas de Artillería de Barcelona y Cádiz; con ello las Academias de Barcelona, Orán y Ceuta quedaron exclusivamente para ingenieros. Eran los años del reinado de Fernando VI cuando Ensenada acometía ambiciosos planes de reforma, que alcanzaban también al ejército.

En el campo de la formación científica militar se planteó el problema de los libros de texto. Hasta ese momento, y por más tiempo todavía, las clases se dictaban por los profesores (19). Los manuscritos de apuntes que se han conservado nos permiten reconstruir con precisión las enseñanzas. Así conocemos con detalle no solo la estructura, sino el mismo contenido de partes importantes del Curso Matemático, a través de algunos manuscritos de apuntes que nos han llegado. Por nuestra parte hemos podido publicar el Tratado de Cosmografía, el número VI de los que componían el curso, que había elaborado y dictaba Lucuce todavía en 1776 (20).

La redacción de nuevos textos y la mejora de la formación científica militar fue uno de los objetivos de la Sociedad Militar de Matemáticas que se fundó en Madrid en 1756, siendo Director General de Artillería e Ingenieros el conde de Aranda. Con la llegada de Carlos III se acometieron nuevamente reformas militares de gran ambición, que se plasmaron en las Ordenanzas Militares de 1768. Estas reformas alcanzaron asimismo al Cuerpo de Ingenieros, cuyo número, como hemos dicho, aumentó a 150.


La actuación de los ingenieros militares

En España los ingenieros militares constituyeron, junto con los oficiales de marina, la más sólida y eficaz corporación técnica con que contó el Estado durante el Setecientos.

Naturalmente sus funciones fundamentales tuvieron que ver con los objetivos militares de ataque y defensa de plazas y con la puesta a punto de un sistema defensivo de la monarquía (21). Pero debido a la tardía creación de la escuela de ingenieros de caminos, serían ellos también los que realizarían las obras públicas promovidas por la Corona.

Ante todo actuaron en tareas militares, de fortificación, construcción de cuarteles y otras infraestructuras militares. Ante los avances de la artillería, el reforzamiento de las murallas existentes y la construcción de ciudadelas fueron tareas indispensables para la defensa eficaz. A ello se unió en seguida la política de construcción de cuarteles, con el fin de alojar debidamente a un ejército cada vez más numeroso y profesionalizado, evitando los problemas que planteaba el alojamiento de la tropa en casas particulares (22). Desde comienzos de los años 1720, en se diseñó un primer plan para la construcción de cuarteles en España, los ingenieros colaboraron activamente en esa actividad.

Pero los ingenieros militares fueron también esenciales en gran número de tareas de organización del territorio. Por un lado, en razón de las necesidades impuestas por el desarrollo del arte militar, que exigía cada vez mayores infraestructuras (carreteras, puertos, cuarteles, hospitales...) y un detallado conocimiento territorial. Pero también porque ante la falta de otros técnicos la ordenanza de 1718 les encomendó funciones decisivas en la nueva política de ordenación del territorio acometida por los gobiernos de la nueva dinastía (23).

Por ello los ingenieros militares intervinieron en la construcción de puertos, en construcciones civiles, en el diseño de nuevos barrios y de nuevas poblaciones, en abastecimiento de agua a ciudades y fortalezas. En lo que se refiere a la construcción de edificios, las clases de fortificación y arquitectura civil y las mismas exigencias del gobierno llevaron a poner énfasis en la solidez constructiva, en la economía y en la racionalización de las tareas.

En sus obras adquiere importancia el proyecto, que aunque sea realizado por un individuo concreto no es un trabajo individual sino del Cuerpo, ya que es revisado por unos y otros, aprobado y rectificado cuantas veces sea necesario, debido a la aparición de nuevas necesidades o a cambios en las posibilidades de financiación. Una obra como el castillo de San Fernando de Figueras o el de San Felipe de Barajas en Cartagena de Indias, o la construcción de un ensanche urbano, de una nueva población, de un canal o de una carretera podía ser el resultado de decenas de ingenieros trabajando a veces simultáneamente a lo largo de los veinte, treinta o cuarenta años que duraba la construcción.

En la Academia de Barcelona pudieron estudiar cada año cuatro caballeros particulares, y en ella adquirieron la formación técnica que allí se impartía. A través de los textos y de las clases que recibieron las enseñanzas del centro llegaron a un público más amplio, contribuyendo a renovar lentamente el panorama constructivo en España. Pero, además, debido al sistema de asientos que se siguió para la realización de las obras, otras muchas personas recibieron también de forma indirecta la influencia de los ingenieros militares, a través de su relación con estos técnicos y la necesidad que tenían de asimilar el lenguaje y los sistemas constructivos y logísticos que ellos empleaban.

Especial importancia tuvo la participación de los ingenieros militares en la construcción de caminos y de canales (24).

La construcción de caminos se activó primero en relación con las necesidades militares y luego, a partir de mediados del XVIII con la política de fomento de obras públicas impulsada por Ensenada para articular el territorio. Esta se materializó en un plan de caminos (25), cuya construcción se encomendó a los ingenieros militares, y que entre 1760 y 1792 permitió la construcción de unos 2.000 km de carreteras pavimentadas (26).

Ha de señalarse también la importancia de la política hidráulica en el proyectismo ilustrado. La ordenanza de ingenieros 1718 ordenaba que

"se reconozcan los ríos que se pudieren hacer navegables y parajes que pudieren ser a propósito para cubrir canales y acequias, descubriendo también las aguas subterráneas que no solo aseguren el aumento del comercio, y el mayor beneficio de los pueblos por la facilidad y poquísmo gasto cons que se transportarían los frutos y materiales y géneros de unas provincias a otras, sino que diesen disposición para molinos, batanes y oros ingenios, y para el regadío de diferentes campos y tierras, que no producen por faltarles este beneficio" (27).

Y a esa tarea se dedicarían un cierto número de ingenieros militares durante todo el setecientos, tanto en España como en los reinos de las Indias Occidentales (28).

Durante su primer viaje de inspección realizado en 1721 el ingeniero General Jorge Próspero de Verboom dedicó ya atención a los proyectos de canales y, en especial al del trasvase de los ríos Castril y Guardal para regar los campos de Lorca, Murcia y Cartagena, de cuyas nivelaciones y medidas fue nombrado director Sebastián Feringan en 1742, un ingeniero que poco antes había trabajado también en la Real Acequia del Jarama.

A partir de mediados del siglo XVIII la política hidráulica adquirió un importante impulso, gracias al programa de fomento de Ensenada, que trataba de conseguir la articulación del mercado, la comercialización de los excedentes cerealistas de la Meseta del Duero, la comunicación viaria entre las dos Mesetas, la mejora de las comunicaciones de la Corte con Andalucía y América.

Uno de los grandes proyectos sería el del canal de Castilla, cuyas obras se iniciaron en 1753 y continuarían hasta 1804, y en cuyos estudios y dirección intervinieron diferentes ingenieros militares, como consultores (Silvestre Abarca) o como ayudantes (Fernando Ulloa, Joaquín Casaviella, Juan Courtoy, Jorge Próspero de Sicre, Juan de Homar). Para trabajar en el mismo se contrató en Francia al ingeniero hidráulico Carlos Lemaur, que fue incorporado al Cuerpo de Ingenieros de los Ejércitos.

Otras importantes iniciativas hidráulicas en las que colaboraron los ingenieros militares fueron la Acequia Real de Júcar, una obra esencial para los regadíos valencianos, y el trasvase del Castril y el Guardal, cuyas obras efectivamente se iniciarían, aunque el proyecto finalmente se abandonara. En los años 1780 ese proyecto sería sustituido por la construcción de dos embalses en Lorca, los de Puentes y Valdeinfiernos, que efectivamente se realizarían. El de Puentes, que en su época fue el mayor de Europa, fue diseñado por el arquitecto Martínez de Lara, que había trabajado con el ingeniero militar Escofet en los años anteriores.

El último gran proyecto hidráulico de la Ilustración en España, el proyecto del canal de Guadarrama, elaborado por Carlos Lemaur en 1785, y que trataba de construir un canal navegable desde el río Guadarrama al Océano, el cual debería pasar por Madrid, Aranjuez, La Mancha y Sierra Morena, conectando los cursos de diversos ríos, desde el Guadarrama el Guadalquivir, con una longitud total de 771 km y un desnivel de 800 m. Tras la muerte de Carlos Lemaur en 1785 la continuación de los estudios y las obras fueron encargados a sus hijos Carlos y Manuel, que eran tenientes de ingenieros, ayudados por sus otros dos hermanos. El proyecto ha sido publicado recientemente por Teresa Sánchez Lázaro, que lo estima muy valioso, aunque señala asimismo algunos inconvenientes que podían haberlo hecho inviable (29).

Estas obras son solo algunas de las que fueron proyectadas o dirigidas por ingenieros militares. Pero a ellas hay que añadir otras muchas, ya que prácticamente durante todo el setecientos los ingenieros fueron llamadados para intervenir de una u otra forma en casi todos los proyectos, tanto públicos como privados, que se imaginaron o se emprendieron en la Península y en el resto del Imperio. Entre ellas las obras hidráulicas y los canales americans, que fueron también muy importantes y sobre los que empieza a haber ya una amplia bibliografía (Canal de San Carlos en Chile, canal de la Bocachica en Cartagena de Indias, desagüe de México, Canal de Guanajuato, presa del río Xamapa, proyecto del canal interoceánico en el istmo de Tehuantepec, etc..) (30).


Los ingenieros militares en Canarias

No todas las regiones recibieron la misma atención de los ingenieros militares, lo cual tiene que ver con las opciones gubernamentales, tanto en lo que se refiere a defensa -principalmente- como a obras públicas. Cataluña, fue siempre a lo largo del setecientos la región española en donde más ingenieros militares actuaron permanentemente. En 1723 del total de 86 ingenieros que componían el cuerpo 34 actuaban en Cataluña, debido a las importantes obras de fortificación que se realizaron en el Principado; muy lejos quedaban las otras regiones que le seguían: Andalucía y los presidios del Norte de Africa, en donde actuaban 21, y Valencia, con diez. En 1778 el total español se había elevado a 150, y en Cataluña actuaban 22, pero de ese conjunto solo 13 servían en el ramo de fortificaciones, mientras que los nueve restantes estaban empleados en la Academia de Matemáticas y en diversas obras públicas que se realizaban. El esfuerzo defensivo se había desplazado en ese momento hacia Andalucía (19 ingenieros, de ellos 10 en la costa de Granada), Valencia y Cartagena, donde estaban destinados 18 ingenieros, e incluso a Castilla la Nueva con 12 ingenieros en el ramo de fortificaciones.

Canarias recibió una constante atención durante todo el siglo. Excepcionalmente el cargo pudo permanecer vacante, pero en algunos años, con ocasión de comisiones o de situaciones extraordinarias, trabajaron más de tres. En 1778 del total de 150 ingenieros que había en la dirección de España solo dos estaban asignados a Canarias, uno como ingeniero ordinario y otro como ayudante, y los dos dedicados al ramo de fortificaciones. Ese mismo año Silvestre Abarca proponía elevar la cifra a 190 y de ellos solamente uno más para Canarias (31). En total a lo largo de todo el siglo actuaron una treintena de ingenieros, de los que tenemos bien identificados a 28 (Cuadro 1).

Cuadro 1
Ingenieros que trabajaron en Canarias durante el siglo XVIII

Miguel Rosel de Lugo
Francisco Alvarez de Barreyro
Miguel Benito de Herrán
Antonio Riviere
Manuel Hernández
Francisco de La Pierre
Claudio de Lisle
Tomás Varlucel Dotell (o D'hostel)
Francisco Gozar
Alexandro Angles (o Desangles)
Alfonso Ochando
Luis Marqueli y Bontempo
José Ruiz Zermeño

Andrés Amat de Tortosa
Miguel Hermosilla Vizcarrondo
José de Arana
Francisco Jacot
Antonio Samper
Antonio Ventura Bocarro
Sebastián Creagh
José Tolosa Grimaldi
Juan Guinther
Fausto Caballero
Ramón de la Rocha
Manuel Nadela
Antonio Conesa
Juan Lartigue de Conde

Fuente: Elaboración propia a partir de Capel, Sánchez y Moncada, 1988 y de otras publicaciones que se citan, entre las cuales Laorden Ramos 2000 y Tous 2000.

La necesidad de fortificar y defender las islas fue, sin duda, la función principal encomendada a los ingenieros militares. La fortificación y la defensa del archipiélago fue su actividad fundamental, y con ella está relacionada, además, la construcción de cuarteles e instalaciones militares, la mejora de los puertos o la construcción de hospitales para el ejército. Pero en relación con ella se planteaba asimismo el problema de la cartografía y de las descripciones del territorio. Algunos, además, tuvieron curiosidad y tiempo para dedicarse a otros temas. Aludiremos sucesivamente a la tarea de fortificación, a las descripciones del territorio y a otras actividades sociales o intelectuales a las que se dedicaron. Utilizaré para ello la información reunida en el Inventario de 1983 y algunas otras fuentes del Servicio Histórico Militar.


La defensa del archipiélago

La primera mitad del Setecientos

En el siglo XVIII el primer informe del que tenemos noticias sobre las fortificaciones de Canarias es el que elaboró en 1724 el ingeniero jefe y teniente coronel Francisco Alvarez de Barreiro, por orden del teniente general Lorenzo Fernández de Villavicencio, Marqués de Valhermoso, Comandante General de las Islas y presidente de su real Audiencia (32). Alvarez de Barreiro era ya una personalidad relevante y desempeñaría luego importantes actividades tras su trabajo en Canarias. Había sido trasladado a Nueva España en 1716 a donde llegó junto con el virrey Marqués de Valero y participó en la expedición a Tejas del general Martín de Alarcón. Regresó a España en 1720 y en 1724 fue enviado de nuevo a Nueva España con el empleo de ingeniero jefe del Nuevo Reino de Filipinas en la Provincia de los Tejas en la Nueva España, con la misión de inspeccionar los presidios de la frontera del Norte y levantar planos de las provincias fronterizas. En Nueva España desplegaría una importante actividad, levantando planos corográficos del Nuevo Reino de Toledo, provincia de San José de Nayarit (1725), de Nueva Vizcaya y Culiacán (1726), de Sonora, Ostimuri y Sinaloa en las provincias internas y del Reino y Provincia de Nuevo México en Nueva España (1727), de los reinos Nuevo de Extramadura o Coahuila y Nuevo de León (1729) y el plano topográfico e hidrográfico del puerto y ciudad de Acapulco y Real Fuerza de San Diego (1730).

En el informe realizado por Alvarez de Barreiro sobre las Islas de las Canarias el autor percibe lúcidamente la importancia del mantenimiento en poder de España de dichas islas, que

"afianza el paso franco de las flotas y galeones y más navíos que pasan a los Reinos de Indias, y últimamente afianzan en los tiempos de las Guerras el que las Esquadras de Galeones puedan asegurar el Real tesoro, evitando entrar en el seno Mexicano, que es donde tienen mayor riesgo y tomando el rumbo desde Cartagena a mentar el cabo de Maisi, llegando a proveerse de Agua y bastimentos a la isla de Puerto Rico, y consecutivamente arribar a estas islas, se consigue extraviar assí el riego de dicho seno como el de las islas Terceras de Portugal".

Por ello era importante mantenerlas fortificadas, y proteger todos los parajes por donde se pudiera temer una invasión enemiga. El informe, firmado en Santa Cruz de Tenerife el 24 de febrero de 1724, especifica los fuertes que hay en cada isla, municiones y todo lo que se necesita para su mantenimiento.

Según el informe, la Isla Canaria, donde estaba la capital y la Real Audiencia,

"es fértil en todo género de frutos y abundante de aguas, tiene dos puertos capaces y de bastante fondo para todo navío de línea, el uno es el de la Luz a una legua de distancia de la ciudad, que es el más usual, aunque no el de más conveniencias, por estar expuesto a los vientos capitales sur, sueste y norueste. El otro es el de Gando distante tres leguas de dicha ciudad, a la parte del sur, es más abrigado que el de la Luz y cómodo para carenar y por este paraje se introdujeron los españoles".

En ese momento estaba en Canarias como ingeniero el coronel Miguel Tiburcio Rosel de Lugo, natural de Tacoronte y que había vuelto de Flandes en 1687, obteniendo el cargo de ingeniero militar, ejercido antes por Lope de Mendoza (33), desplegando en los años siguientes una gran actividad y actuando como castellano del castillo principal de Santa Cruz (34). Pero, según escribe Alvarez de Barreiro en 1724, "por su mucha edad y dilatados servicios que hizo a S.M. en los Ejércitos de Flandes, le es imposible ejercer su facultad debiendo ahora gozar del reposo que le granjearon sus méritos". Por esa razón Alvarez de Barreiro considera que se necesita un ingeniero con su ayudante para las diversas tareas que se presentaran. También estimaba necesario un oficial con su segundo para que explicara el tratado de artillería o Pirotecnia tormentaria, "por haber hallado que en todas las tres Islas no hay un hombre inteligente en esta facultad teóricamente", aunque desde el punto de vista práctico podía usarla Antonio de Arbaez, condestable del catillo del Rey en la Isla de Canaria.

A estas recomendaciones le sigue la descripción de las fortificaciones de las principales islas. El informe está lleno de datos que muestran la mala calidad de las defensas. Así en Tenerife el castillo del Paso Alto "es un trapecio de construcción antigua y de mala calidad y espesor"; la plataforma de la Concepción "necesita reedificarse toda y prolongarla"; el castillo de San Juan "necesita imbornales para que despida el agua, una garita y componer el puente levadizo y tarimas para que duerman los soldados". En Gran Canaria el castillo de Santa Catalina, a orillas del mar, "es fábrica antigua y de mala proporción"; el castillo de Nuestra Señora de la Luz, situado en un arrecife frente al de Santa Catalina, está "totalmente indefenso, por cuyo motivo se le sacó la artillería de bronce y se transportó al fuerte de Santa Ana", aunque "es conveniente fortificarle en la manera que mejor fuera posible atendiendo a que fue construido en tiempo del Rey nuestro señor D. Felipe tercero (...) por el fin de que rindan en él todas las embarcaciones la obediencia y muestren sus pasaportes"; el castillo de Santa Ana es "de inepta construcción y ya arruinado", toda la muralla de la cortina está "arruinada y incapaz de resistir al cañón por ser fábricada de piedra y tierra y con las continuas lluvias haberse abierto por diferentes partes, de tal modo que se puede entrar aun más indefensa por esta puerta". No extraña que tras esas descripciones, que van acompañadas de otras sobre las carencias en el armamento, Alvarez de Barreiro concluya que las tres islas estaban expuestas "a evidentísimo peligro"

El informe de Alvarez de Barreiro permitió la elaboración de un cuadro resumen en el que se puede ver la situación de los efectivos militares y equipo en las distintas islas (35).

En lo que respecta a los regimientos, a los soldados sin sueldo de las milicias y a los de artillería y caballería, los datos básicos aparecen en el cuadro 2. Las cifras, que son bajas, deben reducirse todavía más, ya que los comentarios a ellas indican que en ocasiones -como en las milicias de Lanzarote- se trata de "muchas picas y malas armas de fuego y las milicias mal doctrinadas", y en Hierro estaban "mal doctrinadas por la falta de oficiales" y tenían también exceso de picas.

Cuadro 2
Gente de milicias sin sueldo, regimientos, y soldados de artillería y caballería 1724

Islas

Gente de milicias sin sueldo

Regimientos

Artillería de milicias

Caballería de milicias

Canaria

2840

3

86

120

Tenerife

8750 

9

135

202

Palma

1820 

1

25

6

Lanzarote

788

1

60

51

Fuerteventª

1059

1

-

32

Gomera

1049

1

6

-

Hierro

497

1

-

-

TOTAL

16803

17

312

411

Fuente: Elaboración propia a partir del "Resumen de todo lo tocante a la Guerra en las siete islas de Canaria... al Marqués de Valhermoso, Comandante General de ellas por orden de S.M. y a mano del Marqués del Castelar... y su Secretario del Despacho Universal de la Guerra".

El equipamiento artillero era asimismo claramente insuficiente (Cuadro 3). Especialmente si a los datos brutos añadimos los comentarios que acompañan al cuadro, como por ejemplo: en lo que se refiere a los cañones de la isla de Canarias, "están mal montados (...) y la de hierro es casi inútil, y la pólvora inútil excepto 45 quintales"; en Tenerife "la de bronce es corta, la de fierro inútil"; la artillería de hierro de la Palma era inútil; las 12 piezas de Lanzarote estaban bien montadas, pero las 3 de Gomera eran malas e insuficientes, y en Hierro no había ninguna artillería.

Cuadro 3
Castillos y artillería en las Islas Canarias 1724  

Islas

Castillos

Cañones de bronce

Cañones de hierro

Gente pagada del presidio

Canaria

9

23

37

72 y 13

Tenerife

19

47

70

58 y 20

Palma

8

24

35

12 y 2

Lanzarote

2

12

-

--

Fuerteventª

-

-

-

--

Gomera

2

3

8

--

Hierro

-

-

-

--

TOTAL

40

106

150

142 y 36

Observaciones: En la Gente pagada del presidio se indican los soldados y los oficiales.
Fuente: Elaboración propia a partir del "Resumen de todo lo tocante a la Guerra en las siete islas de Canaria... al Marqués de Valhermoso, Comandante General de ellas por orden de S.M. y a mano del Marqués del Castelar de su.. y su Secretario del Despacho Universal de la Guerra".


Alvarez de Barreiro estima necesarios hasta 600 hombres con los oficiales correspondientes de infantería para asegurar estas fortificaciones, calculando que por lo menos la isla de Canaria necesita 200 hombres y la de Tenerife 300 repartidos de la siguiente forma: 100 en la ciudad de la Laguna, para destacamentos a Candelaria, Sabinal, Antequera y Requeste y para todo lo que se necesitara en el real servicio; otros 150 en el Puerto de Santa Cruz para guarnición de todos los fuertes y castillos desde el Paso Alto hasta el Puerto de Caballo; y los 50 restantes para las fortificaciones de Garachico y Puerto de la Orotava. La Isla de la Palma, por su parte, necesitaría 100 hombres, de ellos 70 en las fortificaciones del puerto y ciudad; los 30 restantes se podrían reclutar entre los naturales de las islas "por ser gente suficientemente capaz", pero en todo caso sería necesario que se enviaran de la Península los oficiales (coronel, teniente coronel, sargento mayor y ayudante y tambores y sargentos) para que les enseñen el manejo de las armas y la disciplina". Calcula que se necesitan 6.000 fusiles "para armar los regimientos de infantería de milicias que sirven sin sueldo y que por su pobreza no tienen para comprar armas", y que dichos fusiles deberían ir acompañados de bayonetas, frascos y cartucheras.

Sin duda el informe de Alvarez de Barreiro sirvió para empezar a debatir un plan de mejora de las fortificaciones, tanto más cuanto que en 1727 se inició la guerra con Inglaterra y se puso sitio a Gibraltar, lo que hacía posible un ataque inglés a Canarias. Pero es seguro que las carencias de la Real hacienda limitaron el alcance de las medidas.

En 1738 el problema de la defensa de Canarias volvió a ser urgente, ya que las diferencias con Inglaterra se hacían evidentes. Se planteó de nuevo la necesidad de acometer en serio la tarea de fortificar las islas y diseñar un plan de conjunto. A ello responde la comisión que se dio al grupo de oficiales que el 23 de noviembre de 1738 fueron enviados a las Islas Canarias "para reconocer y informar del estado de las Dependencias" del Ministerio de Guerra en el archipiélago. La comisión estaba contituida por un coronel de infantería, dos oficiales de artillería y cinco ingenieros militares: Antonio Riviere, Francisco Lapierre, Tomás Varlucel Dotell, Claudio de Lisle y Manuel Hernández (36). Mientras que Riviere, Varlucel Dhotell y Hernández permanecían en Santa Cruz, Lapierre y Delisle fueron enviados por el Comandante General a Gran Canaria, sin duda por la necesidad de atender también las fortificaciones de esa isla ante las noticias del conflicto con Inglaterra.

Los datos que tenemos de Riviere muestran su intensa actividad. Sabemos que fue nombrado ingeniero extraordinario y subteniente en mayo de 1721 y que en 1728 fue enviado como subteniente a Castellciutat y Cardona, en Cataluña, de donde en 1731 pasó a Longon como ingeniero en segunda. En 1737 estaba en Barcelona trabajando como ingeniero en segunda y teniente coronel en la fortificación de la muralla entre los baluartes de Tallers y puerta del Angel. En mayo del año siguiente se le ordena que pasara "a continuar su mérito" en Badajoz, junto con el ingeniero ordinario Francisco Lapierre y el extraordinario Claudio Delisle, pero en agosto se suspendió el viaje por no necesitarse ya sus servicios, y fue enviado a Canarias, al frente de la comisión citada, de la que también formaban parte esos ingenieros.

En 1739 se le propuso para ingeniero jefe y coronel, cargo al que ascendió en enero de 1740. Fue destinado a Santa Cruz de Tenerife, donde realizó varios planos de las islas y de sus fortificaciones, con vistas a su mejor defensa. Concretamente levantó el plano del puerto de Santa Cruz y su costa, con un sondeo para el nuevo muelle que se proyectaba bajo el castillo principal, el plano de la ciudad y de la plaza de Candelaria y numerosos planos de baterías, así como diversos proyectos en Garachico. En 1741 todavía en Tenerife realizó el plano del puerto de la Orotava, proyectos en el fuerte de Candelaria y reconocimiento y planos de baterías.

Durante su estancia en Tenerife insistió una y otra vez en la urgencia de mejorar las defensas, y tuvo diversos conflictos con la autoridad militar de la isla. Su mirada fue también muy crítica sobre el estado del comercio y los manejos ingleses en el archipiélago, que sin duda tenían que ver con la política británica de utilizar y ampliar abusivamente los privilegios comerciales obtenidos en el tratado de Utrecht.

En una Descripción de la Isla de Thenerife (37), redactada sin duda por Antonio Riviere, se dan datos sobre los fraudes que el mismo comandante General y otros subalternos estaban haciendo a la hacienda real, y se señala que en el comercio "la mayor parte de los géneros no son manifestados en los libros de la aduana, el General es protector de los Ingleses, que le pagan tributo, y cualquiera géneros de contrabando son admitidos por medio de regalos crecidos que se hacen al General, los Ingleses continúan su comercio bajo bandera Portuguesa".

El citado informe es muy severo con la actuación del Comandante General. Riviere señala que cuando llegaron a Santa Cruz no había en la ciudad artillería montada, a pesar de que hacía un año de la declaración de guerra. Informa también que por una embarcación procedente de Cádiz había tenido noticias el día 5 de septiembre de que habían salido de Inglaterra 40 navíos de línea, dos bombardas y dos navíos de fuego, y que al tener dicha información fue con los ingenieros Tomás Varlusel Dhotell y Manuel Hernández a visitar al general y pedirle sus órdenes para iniciar la puesta a punto de la fortificación. El General le respondió "que había tiempo de hacer esta prevención cuando el enemigo sería a la vista".

Riviere hace notar el estado deficiente de las defensas: "todas las obras de fortificaciones consisten en un malo castillo cuadrado de poca capacidad, que los flancos no defienden las caras de los pequeños baluartes por su mala construcción tres torres y seis baterías a la línea o parapeto de dos mil quinientas tuesas de largo y dicho parapeto es todo de piedra seca y barro, y construido sin arte militar no habiendo en toda su longitud ángulo saliente para flanquear, es todo fuego de frente". Por si faltara algo, la guarnición era todavía más insuficiente que en la época en que estaba de Comandante General el marqués de Valhermoso: "no hay soldado de milicia empleado, los soldados no conocen sus oficiales ni los oficiales sus soldados, es todo confusión por ser fuera de ejercicio y haber abandonado el servicio"

El relato continúa señalando que el 12 de octubre aparecieron 15 navíos de línea frente a la isla y que fue otra vez con los citados ingenieros a ver al Comandante General para recibir órdenes con vistas a la defensa. La respuesta fue que "sería tiempo, cuando el enemigo habría dado fondo en el puerto de dar las disposiciones, y hacer venir algunos paisanos de milicia para la defensa y embarazar el desembarco", comentando Riviere que el General "no se hace cargo que el enemigo no debe dar fondo en el puerto para arruinar los parapetos, que no tienen resistencia por su mala construcción", y que además se carecía de suficiente pólvora para la defensa. Sin duda los problemas del presupuesto eran graves, y Riviere no duda en escribir que "los ministros de hacienda son nuestros enemigos".

En 1742 Antonio Riviere pasaría destinado a Las Palmas, donde levantó el plano de la ciudad, el proyecto de un cuartel para la puerta de Triana, las fortificaciones del torreón de Santa Ana en la murallas de Triana, y planos de otras ciudades y fortificaciones de la isla. Su labor en estos dos años fue verdaderamente intensa, siendo activamente ayudado por los ingenieros antes citados, de los que hace grandes elogios en sus escritos y que en esa década de 1740 desplegaron una gran actividad. Eran años con amenazas inglesas, ya que en junio de 1743 la escuadra de Wimdhamn es rechazada de La Gomera, la Palma y Gran Canaria, de lo que da puntuales noticias José Vieira Clavijo.

Especialmente importante fue la labor de Manuel Hernández, que en 1730 era ya ingeniero y en 1734 extraordinario, y que embarcó en el año 1740 para Canarias donde permaneció durante diez años. En un memorial de sus servicios señala que aquí había elaborado planos de la isla de Tenerife y Palma y construyó una gran parte del muelle hasta el embarcadero. En 1746 levantó un mapa topográfico de la isla de Gran Canaria y redactó una Descripción circunstanciada de Gran Canaria, de su temple, producción, comercio, etc., materiales que, al igual que los otros mapas de la comisión Riviere, serían luego usados por Tomás López (38). A comienzos de la década de 1750 se embarcó para Cartagena de Indias, de donde pasó a Santa Marta, luego a Portobelo, a Chagre durante siete años siendo después destinado a Panamá, donde sería ingeniero en jefe. Al final de su vida decía que durante los 32 años que permaneció en América había "padecido muchas inclemencias y perdido la salud", tenía ya once años de coronel y regresaba a España.

También fueron muy activos los otros miembros del grupo. Tomás Varlucel Dhotell (o D'hostell)en 1738, tras levantar el mapa y perfiles del río Ter en Gerona, fue trasladado a Canarias, aunque el 14 de diciembre se especulaba con enviar a Francisco Nangle. Aquí se convirtió en un auxiliar de la empresa dirigida por Riviere. Claudio Delisle era ingeniero extroardinario en 1738, siendo enviado a Badajoz, aunque se canceló luego el viaje; en 1739 era ingeniero extraordinario y subteniente. En cuanto a Francisco de Lapierre, era en 1733 capitán e ingeniero ordinario y en 1737 estaba trabajando en los baluartes de Tallers y Puerta del Angel en Barcelona, siendo al igual que los otros enviado a Badajoz y cancelado el viaje. El 13 de septiembre, ingeniero ordinario con grado de capitán, se le propuso para ingeniero en segunda y teniente coronel, a lo que ascendió en 1740. Tras trabajar en Canarias en 1760 estaba en Cádiz levantando una porción de la costa desde el Puerto de Santa María a Sanlúcar de Barrameda.


Los trabajos de fortificación durante la segunda mitad del XVIII

Los trabajos realizados por ese equipo de ingenieros en la década de 1740 fueron sin duda importantes, pero no resolvieron los problemas de la defensa de Canarias. En 1764 otro informe explicaba con detalle las deficientes fortificaciones. Está dirigido al marqués de Esquilache y firmado por Domingo Bernardi Gómez Revelo (39), Comandante General recibido en Santa Cruz en 1764 (40).

El informe muestra un cuadro bastante pesimista de la situación. Dice así:

"Desde que me encargé de este mando voy reconociendo las costas, playas, ensenadas, puertos y fortificaciones de estas Islas y no reconozco en ellas fortaleza ni castillo que pueda resistir un mediano sitio, ni un ataque formal de tropas regladas, pues todos los resguardos que se han construido hasta aquí son baterías a la orilla del mar, en este puerto de Santa Cruz, en la Orotova y otros parajes, sin defensa por tierra; y en Canaria, La Palma, Fuerteventura, Lanzarote, La Gomera y el Hierro unos castillos antiguos muy débiles y pequeños que mejor se pueden llamar reductos. Los habitantes de ellas son unos paisanos formados en cuerpos de milicias sin vestuario ni fusiles la mayor parte, y menos acostumbrados al manejo de las armas de fuego que los de Galicia o Castilla la Vieja, en quienes parece se ha fundado hasta ahora la esperanza de defensa de ellas; pero yo no la aseguro siempre que sea invadida por cualquiera de estas islas con tropas de desembarco, pues aquí solo hay para su guarnición 160 hombres de tropas regladas repartidas entre las tres Islas realengas de Tenerife, Canaria y La Palma. Lo que expongo a VE para que pueda formar una idea de lo que es esta Provincia".


El informe continuaba dando datos sobre la situación de la artillería:

"También estoy tomando la más exacta noticia de la artillería y demás pertrechos de Guerra que hay en las siete Islas, para a su tiempo pasar a VE una relación de lo que falta, afin que se provea de ella, pues parte la han de pagar los cabildos de las ciudades y señores de las cuatro islas de Fuerteventura, Lanzarote, Gomera y el Hierro y la restante pertenece a la Real Hacienda por ser para las tres islas realengas.

Con reflexión a lo referido y que considero preciso aumentar las fortificaciones de La Palma, Fuerteventura y Lanzarote, pues hay caudal en depósito destinado para ellas y para amunicionarlas de sus quintos, he de deber a V. M. mande que sin pérdida de tiempo vengan dos ingenieros, el uno graduado de capitán y el otro de subalterno para con el que está aquí D. Alexandro des Angles graduado de Teniente Coronel puedan repartirse y emplearse en las obras que convinieren hacer para resguardo de estas islas, pues es mucha la distancia de unas a otras y no puede acudir uno solo a las obras y reparos que se ofrecen en las siete"

En la respuesta se le indica que se toma nota, que se enviarán los dos ingenieros que pide pero que el rey le manda decir que "no es su Real voluntad que por ahora se hagan nuevas fortificaciones y solo sí que se reparen y pongan en buen estado las que hay".

El citado Alejandro des Angles (o Desangles) había sido nombrado ingeniero delineante en 1749, y en 1762 estando en Galicia había levantado el mapa de la provincia de Tuy. Después de la fecha indicada (1764), en 1778 se propuso su ascenso a ingeniero jefe y coronel, y en 1787 estaba en Pamplona, donde realizó el plano del cuartel de San Martín con el proyecto de aumento para que fuera capaz de contener un regimiento de infantería.

En los años siguientes otros ingenieros se dedicaron asimismo a la actividad de reparación y puesta a punto de las fortificaciones de Canarias.

Uno de ellos Luis Marqueli, que llegó en 1769 y desplegaría una larga actividad hasta fines del XVIII, con una interrupción en otros destinos. Otro José Ruiz, que era ingeniero delineante en 1752, e ingeniero extraordinario en octubre de 1756, y que a fines de la década de 1760 había trabajado en el fuerte de San Fernando de Figueras, bajo el mando de Carlos Cabrer. En 1771 estaba en Canarias y elaboró el plano de la batería de San Antonio en Tenerife y al año siguiente, con el grado de capitán levantó cuatro planos de las baterías de San Francisco, San Pedro, Santa Isabel y Nuestra Señora de la Rosa, el plano del castillo de San Cristobal, el de la plataforma de Paso Alto, el de la torre del Valle de San Andrés, el del castillo de San Juan, del reducto de la Candelaria, y la batería de nuestra señora de la Concepción, todos en Tenerife.

En 1775 elaboró un nuevo informe José de Arana, uno de esos ingenieros que tuvieron destinos en lugares muy diferentes, desarrollando una incansable actividad. Ingeniero delineante desde 1755, a comienzos de los 60 estaba en el País Vasco, donde en 1761 había realizado el plano de la plaza de San Sebastián. Después de Canarias y ya como ingeniero ordinario estaría destinado en Andalucía, en el Campo de San Roque. En 1778 ascendió a ingeniero en segunda y sería destinado a Nueva España, aunque en 1785 trabajaba nuevamente en San Roque y levantó el plano iconográfico del parque de ingenieros que se destinaba a cuartel de Caballería. En 1791 como ingeniero jefe sería destinado a Cataluña, y en 1792 con el grado de coronel estaba al mando de las obras de San Fernando de Figueras; en 1794 tenía el empleo de Brigadier e ingeniero jefe.

El informe de Arana, firmado el 11 de agosto de 1775 (41), es sumamente detallado para cada una de las islas, en este orden: isla de Canarias, isla de Lanzarote, Fuerteventura, Santa Cruz de Tenerife, La Palma, La Gomera. Su conclusión es clara: "todas las fortificaciones de estas islas las contemplo muy deterioradas, a excepción de las isla de Tenerife, Lanzarote y Fuerteventura, sin embargo que las de esta última necesitan algunos reparos". La isla de Hierro "no tiene fortificación alguna, ni la necesita por ser sumamente fragosa e inaccesible", aunque solo unas pocas fortificaciones y torres estaban en buen estado y bien pertrechadas.

Al igual que habíamos visto en informes anteriores, también en éste los calificativos siguen siendo muy críticos. Así en la Isla de Gran Canaria, y con referencia al castillo de San Francisco del Risco, estima que "esta fortificación la contemplo inutilísima, así por su defectuosa construcción, como porque retirándose algo en el monte no descubre la playa que está enfrente de la ciudad, ni tampoco la población". La batería de San Telmo "amenaza su total ruina a causa de dos grandes cuevas que el mar ha hecho". En Fuerteventura solo era de utilidad la torre para la defensa de una salinas, costeada por el dueño de ellas, pero "las demás fortalezas de esta isla están en muy mal estado por correr de cuenta de la ciudad su entretenimiento y no invertir en ello los fondos destinados". El castillo que defiende La Laguna tenía las fortificaciones "bastante deterioradas y necesitan repararse".

Cuando se conocen declaraciones como esa, lo mismo que cuando se lee el Informe secretode Jorge Juan y Antonio Ulloa sobre América meridional, uno se pregunta como es posible que se mantuviera el imperio español en el siglo XVIII.

Canarias era, como sabemos, un punto esencial en el mantenimiento de la conexión con el imperio. Era el territorio que permitía la comunicación con las Indias. Aquí se habían ensayado los métodos de colonización que se pusieron a punto en América (42), y seguía siendo la escala imprescindible (43). Por todo ello sorprende el estado de las fortificaciones, a la vez se entienden las obras continuas que se realizaban, limitadas siempre no se sabe bien si por la escasez de recursos o por la miopía gubernamental. La razón del mantenimiento de la soberanía española sobre las islas tiene que ver, por un lado, con el equilibrio entre las potencias y, por otro, con el papel de esas milicias populares que ayudadas por lo abrupto del terreno y su gran adaptación al mismo, eran capaces de resistir una invasión extranjera (44).

En todo caso, esa deficiencia de las defensas explica el esfuerzo constructivo que se hizo en aquellos años, especialmente en momentos de conflicto bélico.

En 1776 encontramos en Canarias a Andrés Amat de Tortosa, que tuvo a sus órdenes a Miguel Hermosilla, Antonio Venura Bocarro y Francisco Jacot (45). En 1763 Andrés Amat con el empleo de teniente de ingenieros había estado a cargo del archivo de Artillería y Fortificación, escribiendo la Disertación sobre la antigüedad del Cuerpo de Ingenieros, antes citada. El 2 de marzo de 1776, siendo ingeniero ordinario, lo encontramos ya en Tenerife en la construcción del castillo de Paso Alto, arruinado por una tormenta, y elabora los planos y perfiles del mismo; el 17 del mismo mes levanta los perfiles del muelle de Santa Cruz de Tenerife, arruinado también, y propone las reparaciones necesarias. Y en noviembre del mismo año realiza el plan militar que demuestra las fortificaciones de Canarias, con vista y mapa de las islas Canarias. En 1778 se propuso su ascenso a ingeniero en segunda y poco después dibujaba el plano de la batería y cuartel a punto de construirse en el puerto de Naos, Lanzarote. Diez años más tarde seguía en Canarias, ya que 1787 dibujaba el plano y perfil del muelle construido en Santa Cruz.

Por aquellos años estuvo también en Canarias Miguel Hermosilla, que desde comienzos de la década de 1770 había desplegado una gran actividad en Galicia y que en 1778, en que ascendió a ingeniero ordinario, fue destinado a Indias. Tenemos pruebas de su actividad en Gran Canaria a través de dos documentos. Uno, el plano de una iglesia en la isla, firmado en 1777 (46). Otro, la Descripción topográfica de Gran Canaria, firmada en 1780.

En 1779 estaba en Canarias una de las grandes figuras de la ingeniería militar española, Antonio Samper, que llegaría a Mariscal de Campo (1802) y a Comandante General del Cuerpo de Ingenieros (marzo de 1808). El mismo año el capitán Juan Guinther construyó sin concurso de otro ingeniero el proyecto de hospital militar de Santa Cruz de Tenerife, construido a expensas del Comandante General Marqués de Tabalosos (47). Eran años de actividad intelectual en la Isla, como lo muestra la fundación de la Sociedad Económica de Amigos del País de La Laguna en 1777.

La guerra con Inglaterra obligó a examinar nuevamente las defensas de Canarias y la posibilidad de resistir una invasión. En 1780 se dieron instrucciones precisas a Amat para que elaborara un plan político militar de las islas totalmente nuevo. El que preparó, que ha sido recientemente editado por Juan Tous Meliá (48), supone un sistema coherente de defensa de las siete isla, insistiendo en la interrelación entre unas y otras, en la concentración de las defensas en los puertos principales y puntos de posible invasión, aunque sin realizar grandes obras, en las posibilidades de reconquista y en la conveniencia de una pequeña escuadra isleña para información y socorro de las amenazadas.

A finales de los 1780 es Fausto Caballero el que actúa ampliamente en Canarias. Había obtenido la graduación de ingeniero delineante en 1764 y fue destinado a Barcelona bajo las órdenes de Martín Cermeño. En 1778 era ingeniero extraordinario y se propuso su ascenso a ingeniero ordinario y tres años más tarde estaba realizando mapas de Gibraltar y áreas próximas. En 1788 lo encontramos en Tenerife haciendo el plano de la batería y espaldón reedificado para la escuela práctica de Santa Cruz de Tenerife y al año siguiente firmando el plano de la batería de San Joaquín situada en la cuesta de La Laguna. Poco después volvería a la Península y en 1793 estaba luchando en la guerra contra Francia; en 1794, como coronel en ingeniero en segunda, se encuentra en Gerona, siendo nombrado profesor de Matemáticas de la Escuela Militar de Zamora, recién abierta, a la cual parece que se incorporó al año siguiente, por problemas de salud y trabajo en Gerona.

A fines del siglo XVIII la personalidad más relevante fue Luis Marqueli que había sido nombrado ingeniero delineante el 16 de febrero de 1762 y que a fines de esa década lo hemos visto actuar en Canarias. Tras tener otros destinos, en 1789 fue destinado nuevamente a las islas, donde en 1790 dibujó el plano y perfil del estado de obras del fuerte de San Miguel en Santa Cruz, y dos años más tarde sabemos que continuaba aquí y que trazó dos planos, perfiles y elevaciones de un almacén de pólvora y su cuerpo de guardia (en marzo) y un plano y perfiles de "la indispensable composición que necesita el Castillo de Paso Alto y reformas de sus cimientos". En octubre de 1793 dibujó el plano perfiles y elevaciones del nuevo fuerte de San Miguel en Santa Cruz; también participó en la defensa de Santa Cruz frente a Nelson en 1797 (49).


Las descripciones corográficas y antropológicas

Los ingenieros no se limitaban a ocuparse de las fortificaciones sino que prestaban atención a las condiciones del terreno, a sus recursos, vías de comunicación y a todo lo que pudiera facilitar la defensa o permitir el ataque. Por eso sus documentos están llenos de informaciones de gran interés geográfico, o son verdaderas descripciones corográficas.

Al realizar sus descripciones territoriales los ingenieros militares podían sentirse también historiadores y geógrafos. Así le sucedió a Leonardo Torriani, el ingeniero militar de Felipe II autor de la primera Descripción de las Islas Canarias en 1690 (50). Pero en realidad realizaban ese trabajo como parte de su tarea militar. Las descripciones estudian el territorio para utilizarlo en las operaciones militares. Para elaborar los informes que necesitaban su superiores, los ingenieros militares se veían obligados a observar atentamente el territorio, a reunir información sobre la historia, sobre su población y las costumbres de sus habitantes, buscaban información sobre los manantiales, sobre la madera para la construcción y para los buques, minerales y otros recursos; también sobre el comercio, la riqueza, los beneficios de los propietarios y agricultores, las rentas que podían obtenerse para el rey y, especialmente, para reforzar las defensas sin mayores gastos del erario público.

Así lo hicieron en sus descripciones de los siglos XVI y XVII, por ejemplo en el Discurso y plantas de las Yslas de Canarias (1669) realizado por el ingeniero Lope de Mendoza y Salazar (51), y en la Descripción de las Yslas de Canaria (1689) compuesta por el ingeniero Pedro Agustín del Castillo y León (52); y así también en las que realizaron en el Setecientos, tanto si eran propiamente descripciones corográficas como si tenían un objetivo más estrictamente castrense pero necesitaban de esos datos.

En el informe, ya citado, que hizo el ingeniero Francisco Alvarez de Barreiro en 1724 sobre las fortificaciones de Canarias existen numerosas observaciones de carácter territorial. Respecto a la isla de Tenerife:

"La situación de esta Isla es con poca diferencia entre la de Canaria y la de Palma, corre por la mayor longitud (que son 18 leguas españolas desde la punta de Naga hasta la de Teno), siendo la mitad de dichas Isla infructífera, pero se debe considerar como la más principal, assí por ser la residencia del Comandante General de todas, como por el curso de los extranjeros que concurren con bastante número de navíos a la extracción de frutos del país, y ser también de donde salen todos los registros para las colonias de Indias y a donde deben volver con precisión; por lo cual y por ser la que más fuertes y castillos tiene y fructificar más al Rey nuestro señor es la que debe ser más atendida de su Real benignidad".

Alvarez de Barreiro insiste una y otra vez en la importancia de las islas y en la necesidad de conservarlas. Ya hemos dicho algo sobre ello páginas atrás. Pero podemos añadir ahora otras observaciones suyas que aluden a ello

"por lo importantes a la Real corona y por la conveniencia de poder poblar con solas ellas (y sin detrimento de la Corona) las colonias de Indias como se ve claramente en la isla de la Habana, costa de Caracas, provincia de Venezuela y villa de Córdoba en la Nueva España, Provincia de Yucatán y Islas de Santo Domingo y Puerto Rico y ser capaces de presente de dar más de 2.000 familias aptas más que ningunas otras de Europa para el cultivo y beneficio de las tierras,y assimismo por la continua gente que dan a S.M. assí para su Real servicio en los Ejércitos de España como para la tripulación de sus Reales Armas. Todo lo cual convence la manutención y seguridad de ellas, como tan conveniene al Rey nuestro señor y bien público"

Entre 1740 y 1743 la comisión de ingenieros militares dirigida por Antonio Riviere realizó el levantamiento cartográfico de las islas Canarias y las descripciones geográficas correspondientes. Las instrucciones que se les dieron eran bien precisas a este respecto, ya que el gobierno estimaba que la información que se tenía sobre las islas era insuficiente (53). Los mapas y la descripciones, que habían permanecido inéditos hasta ahora o eran poco conocidos, y que han sido publicados por el coronel Juan Tous Meliá, nos permiten tener un conocimiento de la valiosa actividad geográfica de la comisión y de las fuentes que pudieron utilizar en sus descripciones y recopilaciones estadísticas.

La Descripción geográfica de las Islas Canarias consta de las correspondientes descripciones de las siete islas más los mapas y planos correspondientes de partes del territorio, de ciudades y de las fortificaciones existentes. Aunque se trata de un trabajo colectivo, el jefe de la comisión, Antonio Riviere, firma tanto los mapas como las descripciones realizados entre 1740 y 1743. A su muerte, ocurrida en este último año, estaban concluidos los levantamientos y descripciones de cuatro islas, elaborándose posteriormente los de las islas de Lanzarote (1744), Fuerteventura (en su mayor parte en 1745) y Gran Canaria (que como vimos sería levantada por Manuel Hernández en 1746). En la obra ahora publicada se incluyen también otros mapas e ilustraciones que contextualizan o complementan la cartografía y las vistas entonces elaboradas (54).

Según los datos recogidos por los ingenieros las siete islas de Canarias contaban en total 31.652 vecinos o familias, lo que equivalía a 147.215 habitantes, incluyendo niños, distribuidos de esta forma en las diferentes islas: Tenerife 13.773 vecinos es decir 66.355 habitantes; Gran Canaria, 8729 vecinos, 36.368 habitantes; Fuerteventura, 1410 familias, 6377 habitantes; Lanzarote 1586 vecinos, 8898 habitantes; Las Palmas 3.838 vecinos y 19.271 habitantes; La Gomera 1.467 vecinos y 6.277 habitantes; y El Hierro 849 vecinos y 3.669 habitantes.

En el último tercio del Setecientos la actividad descriptiva de los ingenieros militares que trabajan en Canarias aumenta sensiblemente, sin duda estimulados por el ambiente ilustrado que se había desarrollado en La Laguna, Santa Cruz y Las Palmas, y respondiendo a solicitudes de sus superiores.

De 1770 es otra descripción redactada por Francisco Gozar y que lleva por título Idea de las Islas de Canaria, consideradas según su estado antiguo y moderno, acompañada de un Mapa en que se representan esas, según su posición en el Occeano (55). Su autor había trabajado con Manuel Hernández en Canarias a fines de la década de 1750. Pero la descripción fue escrita en Sevilla y enviada al Ingeniero Militar Juan Martín Zermeño con una carta escrita el 5 de agosto de 1770. Según confiesa su autor fue redactada con motivo de una pregunta formulada por el Ingeniero General sobre las Islas, con lo cual -afirma- "me vino en el pensamiento formar una idea de su estado antiguo y moderno, acompañada de un mapita en que se representan esas según su situación en el Oceano". Dice que se había dedicado "únicamente a recopilar varias promiscuas apuntaciones y observaciones (hechas en parte estando en Tenerife y Canaria)".

En su trabajo Gozar hace una interpretación del origen de los habitantes primitivos de Canarias, de sus creencias iniciales a partir de la descripción de las creencias y costumbres en el momento de la conquista de las islas. Así con referencia a las religión:

"Su religión consistía en una idea confusa de su Ser Supremo, que consideraban como conservador de cuanto existía, inculcada sin duda a sus mayores, antes de su transmigración a las islas, y con probabilidad borrada la mayor parte; y adulterada la que les había quedado con las supersticiones de un rudo culto que tributaban a sus ídolos.

La leve noción que conservaban de la inmortalidad de el alma, premiada según decían después de la muerte en el valle donde se fabricó la ciudad de La Laguna, o castigada en el fuego del Pico, da indicios, juntamente con la confusa idea que tenían de un Dios superior a todos, que en el país de donde salieron todavía se conocía la ley natural, aunque mezclada ya con la idolatría celeste, porque los objetos de adoración de aquellos antiguos isleños eran el Sol, la Luna y las estrellas, adoración que ha precedido la que introdujo mucho después la idolatría terrestre, cuando enteramente olvidados los hombres de los principios que les habían enseñado Noé y sus descendientes, admitieron en el número de sus Dioses los ídolos forjados por su capricho con diferentes metales, piedras y leños".

Estima también que procedían de Egipto, por el conocimiento de la técnica de embalsamar que tenían los antiguos habitantes de Canarias.

Gozar da muestras de una amplia erudición, y tiene una gran capacidad de síntesis, y un estilo claro y elegante. En lo que respecta a las ideas sobre la naturaleza no parecen escapar de las que eran comunes en la época, por ejemplo respecto a la fermentación de materias sulfurosas y nitrosas como causa de los volcanes. En general, utiliza libremente datos que eran de conocimiento común entre los ingenieros y que a veces toma de informes anteriores, sin citarlos. Alude al nombre antiguo de cada una de las islas y hace su descripción señalando la situación, la extensión y figura, los cultivos, recursos pesqueros, ciudades y habitantes. Respecto a éstos los datos que incluye son los mismos que habían reunido los informes de la comisión Riviere, con algunas leves modificaciones, cuyo fundamente desconocemos. Otros coinciden con los conocimientos de la erudición canaria, que en los mismos años en que Gozar escribía su trabajo estaba a punto de dar a luz los cuatro volúmenes de la obra cumbre del presbítero José de Viera y Clavijo Historia General de las Islas de Canaria (Madrid 1772-76), en la que se trata ampliamente del origen, carácter, usos y costumbres de sus antiguos habitantes, y donde se aportan datos sobre características muy variadas, entre las cuales las producciones naturales y el comercio.

Entre 1776 y 1783 Andrés Amat de Tortosa desarrolló una gran actividad descriptiva. En 1776 redactó para el Marqués de Tabalosos un Plan político (56), y tres años después elaboraba otro cuyo título vale la pena reproducir porque da una clara idea de su contenido y circunstancias de elaboración: Plan Militar y Político de las Yslas de Canarias, en que se manifiesta sus actuales Poblaciones, Montes, Pilas, Vecindario, Número de Almas, Eclesiásticos, Fuerzas Militares, Cosechas, Ganados, y otras cosas, con una breve descripción de ellas, deducido todo del reconocimiento y visita practicada en el año de 1776: Coordinado con el fundamento de estas noticias, y otras históricas. Por el Teniente Coronel e Ingeniero en Segunda de los Rs. Extos. D. Andrés Amat de Tortosa, encargado de la Dirección y Comandancia de Fortificaciones, y Rs. Obras de las expresadas Yslas. Año de 1779 (firmado en 1781) (57). Al mismo tiempo su Disertación Político Militar sobre las Fortificaciones de las Yslas de Canaria, firmada el 17 de enero de 1780 y anteriormente citada, muestra también un conocimiento preciso de territorio y una gran capacidad para idear a partir de él un sistema integrado de defensa. Poco después, el 2 de febrero de 1783, diseñaría el Mapa de Tenerife con áreas de cultivo y bosques que se conserva en el Museo de Historia de Tenerife en La Laguna.

Conocemos también que el 8 de junio de 1780 Miguel Hermosilla firmaba en Gran Canaria una extensa Descripción topográfica política-militar de la Isla de Gran Canaria en que se da noticia de como se adquirió el nombre de Grande, una obra que no hemos podido consultar y que puede ser una aportación importante de un autor que luego daría pruebas de su capacidad escribiendo un Dictamen sobre la necesidad y utilidad de la continuación del canal de Manzanares hasta el Real Sitio de Aranjuez, publicado en 1801 y reimpreso más tarde.

En el trabajo de los ingenieros militares la observación del terreno era fundamental, pues había que reconocerlo antes de proyectar una fortificación. Y a la vez asegurar las defensas de la retaguardia, los padrastros desde los que la plaza podía ser atacada, los puertos , las aguadas, las vías de salida, los lugares donde afianzarse en caso de derrota y desde donde iniciar la reconquista del territorio. Y en su trabajo a lo largo de la edad moderna, y especialmente en el siglo XVIII, van pasando de la elaboración de planos individuales de fortalezas y baterías a planos más generales del territorio, con el diseño de todo un verdadero sistema defensivo en el que las costas recibían especial atención, ya que eran los puntos por los que podía realizarse la invasión, pero en el que los caminos y los puestos de retaguardia adquieren un valor creciente.

Un balance general de las descripciones territoriales efectuadas por los ingenieros militares en Canarias ha de insistir en la íntima relación entre los reconocimientos territoriales y sus preocupaciones defensivas, y la influencia de las coyunturas bélicas, que intensificaba la actividad redactora. Con frecuencia eran informes pedidos por sus superiores, que ponían a disposición de los ingenieros informes reservados y les abría los archivos de las instituciones. Pero la tarea se veía facilitada por las mismas ordenanzas y reglamentos del cuerpo y por la enseñanza adquirida en la Academia.

En lo que se refiere a la cartografía, la ordenanzas de 1718, en efecto, daban instrucciones precisas para el levantamiento de los planos, incluyendo normas sobre los borradores y la forma de pasarlos a limpio, la toponimia, las escalas y los rasgos geográficos que habían de representarse ("arrabales, lugares, aldeas, tierras labradas, llanuras, alturas, montes, bosques, caminos reales, sendas, ríos, puentes, vados, lagunas, desfiladeros, y generalmente todo aquello que pueda conducir a la perfecta comprehensión del terreno"). Más adelante otras instrucciones fueron desarrollando más ampliamente esa normativa, incluyendo también los signos convencionales y la disposición de las cartelas.

En cuanto a las descripciones, las normas eran también precisas, e incluían una amplia relación de los datos sociales y económicos a los que había de prestarse atención (58). El aprendizaje de dichas instrucciones en la Academia y la misma tradición que se había ido creando en el Cuerpo daba ya a sus miembros una formación básica que les facilitaba la realización del trabajo de observación, recogida de datos y redacción.

No ha de extrañar por ello la abundancia de las descripciones y la facilidad que tenían para su elaboración, a partir de unos modelos una y otra vez repetidos.

Pero ello no quita valor a sus trabajos, que podían verse enriquecidos, además, por la laboriosidad y el genio individual. Porque con sus descripciones corográficas los ingenieros militares contribuían a hacer avanzar el conocimiento geográfico y, además, se convertían en científicos sociales, estaban contribuyendo a impulsar el desarrollo de las ciencia sociales que precisamente se crean en la Ilustración.


Luces y sombras en el reformismo borbónico

Vista en su conjunto, no cabe duda de que los ingenieros militares escribieron una de las páginas más brillantes del Setecientos hispano. Pero no todos fueron luces en esa historia. Existen también sus sombras, que tienen que ver con las limitaciones del reformismo borbónico. He hablado ya de ello en otro lugar, y me voy a permitir aludir aquí nuevamente a ello, para terminar.

En el campo científico y técnico es posible que la adopción de funciones civiles por parte de militares y el apoyo al desarrollo de una ciencia militar fuera un obstáculo para el desarrollo de una ciencia civil. En concreto, el énfasis puesto en el desarrollo de la ingeniería militar tal vez impidiera, o al menos retrasara, el de una ingeniería civil.

En todo caso, hubo aspectos que afectaron negativamente al desarrollo científico y educativo y que tienen que ver con algunas características militares, y en concreto con la rígida estructura organizativa, la importancia de los principios de subordinación jerárquica, el rechazo de la crítica abierta y libre, la falta de contraste público de los conocimientos, y el secretismo corporativo y militar de las enseñanzas -reflejado en el control sobre los apuntes dictados en las clases-. A ello se unió también en un momento decisivo el acceso a las máximas graduaciones de personalidades ya viejas (como son los casos de Lucuce y Caballero a mediados de los años 1770) y la defensa equivocada de antiguos prestigios.

La formación de los ingenieros militares españoles se vio afectada por todo ello. El cuerpo fue incapaz de evolucionar en el sentido de una preparación cada vez más rigurosamente matemática y técnica de sus miembros, al contrario de lo que ocurrió en otras academias como la francesa de Mézieres.

Las reformas que se intentaron para resolver esos problemas fracasaron. En primer lugar, hay que señalar el intento fallido de la creación de la Sociedad Militar de Matemáticas, de la que ya hemos hablado. La iniciativa fracasó por conflictos internos y por la renuncia al cargo del director general, el conde de Aranda. Durante el resto del siglo la Academia fue incapaz de resolver el problema de los libros de texto y de la renovación de las enseñanzas, a pesar de los intentos que realizaron los ingenieros jóvenes; justamente al contrario de lo que ocurrió en la Academia de Mézieres, donde pudieron contar como profesores con grandes matemáticos como Monge.

Luego, en la década de 1770, la competencia de nuevos técnicos redujo las atribuciones de los ingenieros militares.

Ante todo, con la creación del Cuerpo de Ingenieros de Marina la Armada conseguía su autonomía en lo que se refiere a las construcciones propias. Hasta ese momento habían sido los ingenieros militares los que tenían a su cargo la construcción de puertos, arsenales, canales de abastecimiento de aguas y otros relacionados con las infraestructuras portuarias de las bases navales. La Marina dio a sus técnicos una formación específica en ingeniería hidráulica (puertos y canales) que bien pronto sería más exigente y completa que la que adquirían los ingenieros militares. Los conflictos que ya desde la década de 1730 se habían presentado entre ingenieros y marinos para el diseño de los puertos de El Ferrol, Cádiz o Cartagena se resolvieron ahora dándoles el protagonismo a los marinos.

Pero, además, desde mediados del XVIII y, especialmente en el reinado de Carlos III se van constituyendo nuevas comunidades de carácter civil. Desde 1770 los arquitectos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid recibieron atribuciones en obras públicas de la Corona (59).

Los ingenieros militares se vieron así enfrentados a otros técnicos. Y su formación científica y técnica se mostraba inadecuada para la multitud de funciones que se les atribuían desde la ordenanza de 1718. Por ello, en un intento de conseguir una cierta especialización en 1774 se crearon tres ramos dentro del cuerpo: el de Plazas y Fortificaciones del Reino, cuyo director y comandante sería Silvestre Abarca; el de Academias militares de Matemáticas de Barcelona, Orán, Ceuta y demás que se pudieran crear, a cuyo frente se puso al anciano Pedro de Lucuce; el de Caminos, Puentes, Edificios de Arquitectura Civil y Canales de Riego y Navegación, para el que fue nombrado comandante Francisco Sabatini. Pero dicha reforma se mostró incapaz de resolver los graves problemas acumulados, en lo que se refiere a las actuaciones civiles de estos técnicos militares.

Los centros de enseñanza de los ingenieros militares en España fueron incapaces de evolucionar de acuerdo a las nuevas demandas y de escapar a los controles ideológicos. Eso se refleja en el hecho de que en 1757 los profesores de la Sociedad de Matemáticas hubieran de recibir permiso del Inquisidor para leer libros prohibidos, y que el sistema cosmológico presentado fuera ptoloméico (como se explicaba todavía en el curso de Barcelona impartido en 1776 y que hemos publicado) (60). Por si fuera poco, en 1790 se reiteró la prohibición de leer libros prohibidos a los profesores de la Academia de Barcelona. Dificilmente puede hacerse ciencia de vanguardia en esas condiciones.

Desde el punto de vista de sus actuaciones en obras públicas, el siglo se cierra con dos episodios que reflejan las deficiencias de su formación. El primero es el hundimiento el 14 de mayo de 1799 de la presa de El Gasco sobre el Guadarrama, diseñada por el ingeniero militar Le Maur, y que había de servir de embalse regulador del gran proyecto de canal de 770 km desde el Guadarrama al Océano Atlántico (61). Pocos años después, el 30 de abril de 1802, se produciría la ruptura de la presa de Puentes en Lorca, lo que provocó una auténtica catástrofe en la vega y la ciudad. Aunque el autor del proyecto de Puentes era un arquitecto, Gerónimo Martínez de Lara, la verdad es que se había formado trabajando con Escofet, y su fracaso suponía también de algún modo, el de esos técnicos, cuya formación científica era criticada a finales del siglo por los marinos.

Esas dos catástrofes no solo significaron el fracaso de la política hidráulica de la Ilustración en dos empresas de gran relevancia sino también, en cierta manera, de los técnicos hidráulicos que los habían construido.

Al año siguiente de la catástrofe de Puentes, Agustín de Betancourt, recién nombrado Inspector General de Caminos y Canales en España, visitó la destruida presa de Puentes y redactó una Noticia del estado actual de los caminos y canales de España, causas de sus atrasos y defectos y medios para remediarlos en adelante. En ella, y a propósito de los técnicos que construían los canales en España, escribe:

"Pero ¿qué proyectos qué cálculos, qué aciertos se podían esperar con la clase de estudios que han hecho la mayor parte de los sujetos que hasta ahora se han empleado en estas obras públicas, ni qué medios se han puesto para facilitar la instrucción de unas personas en quienes se depositan los intereses, la seguridad, la confianza y una gran parte de la seguridad de la nación?. En España no ha habido donde aprender, no solo como se clava una estaca para fundar un puente, pero ni aun como se construye una pared" (62).

Estas duras palabras no eran del todo justas, ya que había una larga tradición de estudios de ingeniería militar y de intervención de éstos en la construcción de canales. Pero aunque Bethancourt valoraba la figura de Carlos Lemaur, sin duda los ingenieros militares se sintieron aludidos por ellas.

Serían otros los que se encargarían en el futuro de esos proyectos hidráulicos. En 1799 se fundó la Escuela de Caminos y Canales de Madrid por iniciativa de Agustín de Betancourt, con lo que se inicia una nueva etapa en la formación de técnicos al servicio de la sociedad civil (63). Aunque la Escuela tuvo luego diversas vicisitudes, finalmente con la creación del Cuerpo de Ingenieros, Canales y Puertos, el Estado dispondría de un grupo de técnicos civiles altamente preparados para la dirección de las obras públicas. Con ello también proseguía el proceso de especialización científica que se había ido desarrollando durante la edad moderna, y los ingenieros militares quedarían limitados a sus tareas propiamente defensivas (64), lo que no era, desde luego, una función insignificante. Una tarea que desempeñarían con gran dignidad, dentro de las limitaciones presupuestarias del Estado liberal español del siglo XIX.

Notas

1. García Camarero 1979.

2. Nicolas García Tapia, 1990; el interés de la figura de Jerónimo Ayanz había sido ya señalado por Novo y Colsson en su breve texto sobre la ingeniería del siglo XVII (Asociación Nacional de Historiadores de la Ciencia Española 1935)

3. García Tapia 1987 y 1988.

4. Díaz Marta 1987, Antiguas 1988.

5. Sala Catalá 1994.

6. Cámara 1989 a 2000, entre otras.

7. De la Fuente, 1996

8. Vicente Maroto y Esteban Piñeiro, 1991; Esteban Piñeiro, 2000.

9. Véase Capel 1981, y Muñoz Corbalán 1995; y para los tratados de fortificación que se imprimieron en Milán y Bruselas Capel Sánchez y Moncada 1988, cap. X, págs. 217-222.

10. Almirante y SHM 2-2-5-4.

11. Estudio 1911.

12. Torrejón 1985, Torrejón y otros 1991.

13. Hemos dado noticias de este trabajo en Capel 1998.

14. A ellos hay que añadir otras investigaciones que puede ser oportuno citar aquí. Ante todo, biografías de ingenieros concretos (Moncada, 1994; Guarda, 1985; Piñera Rivas, 1985; Hernández, 1993, Navarro 1996) o estudios de sus aportaciones científicas (Laviana Cuetos, 1982), de su labor en obras navales o de fortificación (Zapatero, 1990; Rubio Paredes, 1991; Rubio Paredes y Piñera Rivas, 1998) y en proyectos urbanísticos (Torrejón Chaves, 1985).

15. Pinto 1996 (obra impresionante que he podido ver, pero no consultar), Tous Meliá 1997 y ss; también los trabajos presentados en años anteriores de estas mismas Jornadas (Cartografía 2000 y Sociedad 2001).

16. Información sobre ello en Capel 1989.

17. Capel, Sanchez y Moncada, 1988, Capel 1988

18. Capel, Sánchez y Moncada, 1988, pág. 273.

19. Capel 1987 (Cursos matemáticos y textos impresos...).

20. Lucuce 2000, Edición de R. Alcaide y H. Capel.

21. Sobre la evolución de este sistema a partir del siglo XVI son muy valiosos los trabajos de Alicia Cámara, de los que damos algunas referencias en la bibliografía.

22. Cortada, 1998.

23. Un primer balance general en Sánchez 1987; respecto a América puede verse el capítulo XIII (redactado por Omar Moncada) del libro De Palas a Minerva.

24. Hemos tratado sobre ello en Capel 1991 y 1994.

25. Madrazo, 1984.

26. Según Madrazo, 1991, p. 163-165; ha sido Teresa Sánchez Lázaro la que , frente a las críticas a lo que se realizó durante el setecientos, ha llamado la atención sobre el hecho de que esos 2.000 km "eran los primeros y que los ingenieros que los realizaban lucharon con las incontables dificultades que suponía el hacerlo a partir de cero", 1995, p. 19.

27. Capel, Sánchez y Moncada, 1988, pág. 35.

28. He dado una noticia de la bibliografía más reciente en Capel 1997 (Los ingenieros militares y los canales).

29. Sánchez Lázaro, 1995, pág. 112.

30. Una primera evaluación general en Antiguas Obras Hidráulicas, 1991.

31. Destribución de los Ingenieros militares en la Dirección de España en los 3 Ramos de Fortificación, Academias y Arquitectura Civil, 1778, en Capel, Sánchez y Moncada, págs. 82-83, y para la previsiones de Silvestre Abarca, págs. 85-87.

32. Relación del Estado que tienen las fortificaciones de las tres Ylas de Canaria Pertenecientes al Rey Ntro señor (que Dios Ge.) formada por el Theniente Coronel Dn. Franco. Albarez de Barreyro Yngeniero en xefe de los Exercitos de s. M. y actual del nuevo Reyno de Philipinas Provincia de los Tejas en la nueva España de orden del Excmo. Sr. Marqués de Balhermoso, Theniente General de los Reales Exercitos Comandante Gral. De las referidas Yslas y Preçidente de su Real Audiencia. SHM, 3-3-3-4, N-8-37, 20 hojas.

33. Biografía de este ingeniero en Tous 2000, págs. 179-80.

34. Vieira y Clavijo, libro XV, cap. 5 (Ed. 1982, vol. II, pág. 287). Es el militar que según cuenta Vieira y Clavijo cuando un desconocido se había atrevido a destruir unos vitores al conde del Palmar, haciéndose campeón del conde "y al uso de caballero andante, salió armado de punto en blanco a retar y desafiar al malandrín que tal desaguisado había cometido".

35. Resumen de todo lo tocante a la Guerra en las siete islas de Canaria... al Marqués de Valhermoso, Comandante General de ellas por orden de S.M. y a mano del Marqués del Castelar... y su Secretario del Despacho Universal de la Guerra. Está incluido con la Idea de las Islas de Canaria de Francisco Gozar, citado más adelante.

36. Los trabajos de esta Comisión han sido objeto de una excelente edición por Juan Tous Meliá 1997.

37. Descripcion de la Isla de Thenerife situada a 28 grados y 10 minutos de latitud..., Servicio Histórico Militar, Madrid, N-8-39 (Ha sido publicada también por Juan Tous º997, págs. 67-68).

38. En los mapas de Canarias que elaboró en 1779 y 1780, según manifiesta Antonio de Guerra y Peña en sus Memorias; sobre ello Capel 1982, págs. 175-76.

39. Reconocimiento de las Islas Canarias, Barnardí 1764, Servicio Histórico Militar, Madrid, N-8-37

40. Vieira y Clavijo, vol. II, pág. 376.

41. Josef de Arana: Relación de las Fortificaciones de las siete Islas Canarias en que se manifiesta su situación, estado..., SHM 1775 Arana N-8-37. Bedat 1977, Sambricio 1991.

42. Crosby 1988.

43. Sobre el papel de Canarias en el sistema defensivo imperial puede verse Guimerá 2000 y Becerra Mamblona 2001.

44. Sobre las milicias y el ejército canario véase Pardo de Santayana 2001. Agustín Guimerá (2001) ha analizado las características del patriotismo isleño (basado en la vinculación al rey y a la religión católica) en un interesante trabajo. En cuanto al papel de la orografía, era reconocido por Luis Marqueli en 1793 al estimar que lo fragoso y quebrado del país, más las fortificaciones existentes retrasaría una invasión y daría tiempo a las tropas para acudir a rechazarla (cit. por Pinto de la Rosa, y de éste por Guimerá 2000, pág. 191).

45. Laorden 2000, pág. 51.

46. Plano de una iglesia en la Isla de Gran Canaria. Miguel Hermosilla, 1777, SHM 3642-021/397; N.M. 16-18/3642.

47. Plano y perfil del Hospital Militar de la Plaza de Santa Cruz de Tenerife construido a expensas del Comandante General Marqués de Tabalosos sin el menor coste de la Real Hacienda, AGS, MP y D. XIII-63, G.M. leg. 2441.

48. En Amat 2000.

49. Sobre Marqueli y su papel en la defensa de Santa Cruz, véase Padilla Barrera 1997; y sobre las defensas de Santa Cruz a fines del XVIII, Tous Meliá 1997.

50. Y que efectivamente escribió "que no soy solamente historiador ni exclusivamente geógrafo, ni tampoco simple arquitecto militar", citado por Alicia Cámara 2000, pág. 157. Sobre dicha descripción véase tambièn Martín Rodríguez 1986.

51. Mendoza y Salazar 1999, Edición de E. Aznar y J. M. Bello

52. Castillo y León 1994, edición de Antonio de Bethencourt

53. Tous, 1997, pág. 13.

54. En la publicación, tras las descripciones de cada isla se incluyen las Constituciones Sinodales del Obispado de Canarias, de 1735, con interesantes datos sociales, demográficos y económicos, y las descripciones realizadas en 1737 por Pedro Agustín del Castillo.

55. Francisco de Gozar: Ydea de las islas de Canaria, consideradas según su estado antiguo y moderno, acompañada de un maña en que se representan esas, según su posición en el Occeano, 1770 SHM. He publicado esta relación y la carta a Martín Zermeño en Biblio 3W, nº 291 (Capel 2001).

56. Plan político que manifiesta...Vista de un mapa y de dichas islas, Santa Cruz de Tenerife, 3 de septiembre 1777, AGS MPD II-49, G.M. leg. 3281 (cit. por Sambricio 1991, II, pág. 91); dos documentos reproducidos en Amat de Tortosa 2000 (pág. 9) llevan esa misma signatura.

57. Publicada en Amat 2000.

58. Una reproducción de los artículos principales en Tous Meliá 1997, págs.40-44.

59. Bedat 1977, Sambricio 1991.

60. Lucuce, 2000.

61. López Gómez 1989, Sánchez Lázaro 1995.

62. Betancourt, 1996, pág. 193

63. Rumeu de Armas 1980.

64. Muro Morales 1992.


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